Capítulo 6

¿PARA QUÉ? -le preguntó Callie. Grant sonrió y la agarró de la mano. -Porque me apetece enseñarte mis cosas.

– ¿Qué me quieres enseñar exactamente? -insistió Callie frunciendo el ceño.

– No lo sé, mis trofeos -contestó Grant-. Venga, vamos.

Todo aquello había sido una broma, así que Callie lo siguió tan contenta hasta una habitación muy grande que daba al jardín trasero. En el medio de la estancia había una cama gigante.

– Vaya, qué cama más grande. Se podría hacer una fiesta en ella -comentó Callie.

Se ruborizó cuando Grant se rió haciéndole darse cuenta de la segunda lectura que tenían sus palabras.

– Es una pena que fuera tan tímido de joven y que nunca se me ocurriera la posibilidad -se lamentó Grant.

Callie lo miró con escepticismo.

– ¿Tímido tú? Ya.

Callie se sentó en el borde de la cama y miró a su alrededor. Había balones de baloncesto, guantes de béisbol, una tabla de snowboard, una bicicleta de carreras, trofeos y estandartes.

No cabía duda de que aquella habitación había sido de un chico. En un abrir y cerrar de ojos, Callie se imaginó la cantidad de amigos y de fantasías que habrían pasado por allí durante los años.

– Esto es una locura -comentó Callie mirándolo-. ¿Cómo me voy a casar contigo si no te conozco de nada? No sé cómo eres realmente -añadió frunciendo el ceño-. No sé si has sido un chico serio o un ligón empedernido, no sé si pagas tus impuestos o… o si te dedicas a rescatar burros cuando nieva. ¿Quién eres?

Grant se quedó mirándola fijamente.

– En Texas, no suele nevar -contestó.

Callie se mordió el labio para no reírse, se puso en pie y comenzó a mirar los artefactos que había repartidos por la habitación.

– Cuéntame algo que no sepa -le dijo tomando una fotografía de Grant con uniforme de fútbol-. Cuéntame cómo eras cuando eras pequeño -añadió dejándola en su sitio.

– ¿Cuando era pequeño? Era un genio, por supuesto -contestó Grant encogiéndose de hombros.

– Por supuesto -comentó Callie hojeando los libros que tenía en las estanterías-. Cuéntame más cosas.

– Bueno, veamos -contestó Grant poniéndose serio como si estuviera intentando recordar-. Por supuesto, fui boy scout, así que ayudé a cruzar la calle a un montón de ancianitas y me dieron muchas medallas.

– ¿Qué más?

– No hay mucho más.

– Venga, haz un esfuerzo. Necesito saber más cosas sobre ti -insistió Callie.

Grant se encogió de hombros y comenzó a hablar como si fuera un locutor de radio.

– Siempre se me dieron bien los estudios, sacaba muy buenas notas en todas las asignaturas, iba andando al colegio en mitad de la nieve.

– ¿No acabas de decir que por aquí no nieva?

– Hablaba en sentido metafórico, por supuesto.

Callie suspiró y perdió toda esperanza de que Grant le contara algo en serio.

– Debería haberlo marginado -dijo para sí misma.

– Cuando no estaba estudiando, me dedicaba a coleccionar cosas. Monedas, sellos, mariposas…

– ¿Novias? -sugirió Callie, que había encontrado un montón de álbumes del colegio y los estaba mirando.

– Jamás.

– Ya -sonrió Callie viendo la cantidad de fotos que había de Grant rodeado de chicas.

– Por supuesto, era un estudiante ejemplar. En verano, me iba a un campamento de ciencias, participaba en el periódico del colegio y era el presidente del club de entomología, tutor de varios estudiantes más jóvenes, campeón de ajedrez… ya te imaginarás que no tenía tiempo para cosas frívolas como las chicas y las fiestas y…

– Ya. Entonces, supongo que este álbum debe de ser de otro chico que se llamaba también Grant. Aquí hay una nota de una chica que se llamaba Snookie que dice así: «Querido Grant -comenzó Callie levantando la mirada de vez en cuando para ver la reacción de Grant-: muchas gracias por darme tu foto. La tengo metida debajo de la almohada para darte todas las noches un beso. Me hago la ilusión de que soy la única chica que te gusta aunque ya sé que me has dicho que tú no quieres relaciones serias…». ¡Caradura!

Grant se encogió de hombros e intentó poner expresión inocente.

– ¿Snookie? No me suena de nada.

– Aquí hay otra. «¡Grant, tío bueno! Te guardé sitio en clase ayer, pero no apareciste. Me apetece mucho verte el viernes por la noche. ¡Qué bueno estás! Te quiero, Mimi».

Era evidente por la cara que estaba poniendo que Grant tenía ganas de reírse.

– Tampoco recuerdo a ninguna Mimi -comentó.

– Seguro que ella sí que se acuerda de ti -contestó Callie.

Grant frunció el ceño, se metió las manos en los bolsillos y suspiró.

– Sí, me parece que vas a tener razón y, al final, lo que tenemos ante nosotros es un caso de identidad cambiada.

– ¿De verdad?

– Sí, debía de haber otro Grant en el colegio.

– Claro, seguro que en tu colegio había un montón de chicos que se llamaban Grant Carver.

– En mi colegio había un montón de chicos que querían ser Grant Carver -murmuró Grant.

Callie sonrió.

– A ver -dijo Callie yendo al índice del álbum-. El Grant Carver del que estamos hablando aquí fue capitán del equipo de natación, rey del baile de graduación, delegado de clase el último año. ¿Te suena?

Grant negó con la cabeza.

– Ya ni siquiera me acuerdo del colegio.

– ¡Espera! Este Grant Carver del que estamos hablando fue votado como «la persona que tiene más probabilidades de que un marido celoso lo mate a tiros» -sonrió Callie viendo que Grant estaba incómodo-. Grant, aquí no pone nada del club de ajedrez.

– Se les debió de olvidar -contestó Grant-. Bueno, da igual. ¿Bajamos a ver si está hecha la comida?

Callie negó con la cabeza.

– Quiero seguir leyendo las notitas de tus amigas.

– No -dijo Grant intentando arrebatarle el álbum.

Callie se quitó los zapatos a toda velocidad y se subió a la cama para que no la agarrara.

– «Querido Grant: eres guay y besas que te mueres» -leyó Callie riéndose-. Desde luego, todas parecían estar de acuerdo en que estabas muy bueno y besabas muy bien.

Grant también se estaba riendo, pero estaba intentando disimular.

– Dame el álbum -le dijo.

– ¡No! -gritó Callie apartándose-. Vamos a leer todas las notas. ¡La verdad debe prevalecer! Tu pasado salvaje no debe quedar suprimido para siempre. ¿De verdad que cuando estabas en el colegio eras así de ligón, canalla?

– Ya te he dicho que no soy yo.

– ¿Entonces quién es? ¿Tu hermano gemelo?

– A lo mejor. No lo sabré hasta que no me hayas dado el álbum.

– ¡Ja!

Grant alargó el brazo.

– Dame el álbum.

– Oblígame -gritó Callie con una sonrisa.

Grant no dudó. En un abrir y cerrar de ojos, se había subido a la cama con ella. Riéndose, Callie intentó huir, pero no le dio resultado, así que agarró el álbum con todas sus fuerzas. Tampoco aquello le dio resultado porque Grant era más fuerte que ella y no le costó mucho arrebatárselo.

Al hacerlo, Callie cayó sobre la cama y Grant cayó encima de ella. Cayeron enfrente el uno del otro. Callie se estaba riendo, pero, cuando miró a los ojos de Grant, vio algo que le preocupó.

– Hola -dijo lentamente.

Grant no pudo contestar. Estaba demasiado ocupado intentando no desearla. Tenía los puños apretados para no tocarla y se encontró preguntándose si iba a ser capaz de casarse con otra mujer.

Grant miró a Callie a los ojos y buscó la respuesta en ellos. Callie lo estaba mirando con impaciencia, como si estuviera esperando a que sucediera algo y ya se estuviera empezando a hartar de que no llegara.

– Si no eres ni siquiera capaz de besarme, ¿cómo vamos a hacer el amor? -le dijo pasándole los brazos por el cuello.

Grant se quedó mirándola muy serio.

Callie no había entendido nada. El sexo era sólo sexo y él era capaz de practicarlo en cualquier momento y en cualquier lugar. Sin embargo, los besos… eso era muy diferente… un beso era un puente de unión entre el corazón y el alma.

Si la besaba…

Callie se rindió, retiró los brazos y lo miró dolida. Grant no podía soportar verla así, así que, sin pensárselo dos veces, se inclinó sobre ella y la besó.

El beso fue tan maravilloso que Grant temió no poder parar jamás. De repente, se dio cuenta de que la estaba deseando e intentó apartarse, diciéndose que no quería sentir aquella necesidad de tenerla cerca, de poseerla; pero hacía tanto tiempo que no abrazaba a una mujer que su cuerpo la deseaba intensamente.

En cualquier caso, no podía dejarse llevar, no era libre para hacer lo que le apeteciera. Tenía que recordar que…

– Lo siento -dijo Callie.

Grant la miró asombrado.

– No debería haberte dicho nada -añadió Callie-. Sé que no querías besarme.

Grant no era capaz de procesar pensamientos coherentes en aquellos momentos, así que se limitó a mirarla.

– Esto no nos va resultar fácil a ninguno de los dos -comentó por fin-. Lo que tenemos previsto hacer irá en contra de los instintos básicos de ambos.

– Ya lo sé -contestó Callie.

A continuación, se levantó y lo miró. El beso la había dejado temblando de pies a cabeza, pero estaba haciendo todo lo que podía para disimular.

¡Le temblaban los labios! Jamás antes la habían besado de aquella manera y Callie se moría por que Grant la volviera a besar. ¿Debería decírselo? ¿Debería confesar que no estaba segura de poder mantener la distancia que ambos habían acordado mantener una vez casados? Tal vez, lo mejor sería que se lo dijera. Grant tenía derecho a saberlo.

Sin embargo, no le dio tiempo porque Rosa los llamó desde la planta baja para decirles que la comida se estaba enfriando.

Ambos se arreglaron la ropa y bajaron y Callie dejó que el momento pasara.

La comida, a base de tortillas de trigo y tacos, resultó deliciosa. Mientras comían, tanto Grant como Callie olvidaron lo que había sucedido y acabaron charlando y bromeando como si no se hubiera producido una conexión sensual entre ellos.

– Anda, dime cuál es la verdad sobre ti -le dijo Callie mientras tomaban el postre.

– ¿Sobre mí? -contestó Grant encogiéndose de hombros como si aquello no tuviera importancia-. Es difícil de decir. Probablemente, esté entre lo que tú piensas y lo que yo digo.

– Ah -dijo Callie pensativa-. Bueno, supongo que eso me sirve de algo. En cierta manera.

– Está bien, te voy a contar la verdad. Te advierto que es una historia aburrida. Mis padres fueron buenas personas conmigo, tuve una hermana maravillosa, amigos increíbles y una familia muy grande. En el colegio siempre me fue bien, pero n® era el mejor. Fui a una buena universidad y también allí me fue bien. En la universidad, conocí a una chica maravillosa… -añadió con voz trémula.

Callie estaba segura de que Grant quería hablarle de Jan, pero no podía.

– Como verás, un adolescente estadounidense normal y corriente -concluyó dejando la servilleta sobre la mesa.

– Ya veo -contestó Callie-. Con bastante más dinero que la media, una familia mejor situada, un rancho enorme y una empresa familiar increíble. Admítelo, Grant, fuiste todo un privilegiado.

Grant asintió.

– Sí, tienes razón. Crecí con muchos privilegios y doy gracias por ello -admitió-. Sin embargo, te aseguro que estaría dispuesto a cambiar todo eso por un par de cosas -añadió poniéndose en pie y saliendo del comedor.

Callie se quedó sola, mirando a su alrededor y preguntándose cuántas veces habría compartido una comida allí con Jan.

Era evidente que Grant la echaba de menos y que estaba haciendo un gran esfuerzo para seguir adelante con su vida.

A Callie le habría encantado poder ayudarlo, pero temía que aquella herida fuera de las que nunca curaban.

¿Iba a ser capaz de vivir con aquello? No iba a tener más remedio que hacerlo. Eso o abandonar el proyecto.

Por lo visto, Jan iba a ser el tercer miembro de su matrimonio y no podría decir que Grant no se lo había advertido.

A la mañana siguiente, aprovechó la hora de la comida para ir a ver a su suegra.

Marge Stevens estaba inconsciente la mayor parte del tiempo, pero siempre se alegraba cuando Callie iba a verla y se daba cuenta de que era ella cuando la besaba en la mejilla.

Gracias a Grant, ahora estaba en una residencia maravillosa en la que cuidaban de ella las veinticuatro horas del día con mimo y cariño.

Callie pensaba que el abuelo de Grant tenía mucha suerte de poder seguir viviendo en su casa aunque no tuviera mucha movilidad. Por otra parte, era una pena que no pudiera asistir a la boda que tanto le interesaba que tuviera lugar.

Fue entonces cuando se le ocurrió una idea que la hizo pasarse por el despacho de Grant al volver al trabajo.

– Grant, como me dijiste que tu abuelo no puede bajar a la ciudad para la boda, se me ha ocurrido que podríamos llevarle la boda a casa. ¿Por qué no le dices al juez de paz que nos case en el rancho? ¿Se podría?

A Grant le pareció una idea maravillosa y Callie se dio cuenta de que realmente le agradecía que hubiera pensado en su abuelo. Aquello hizo que Callie se sintiera de maravilla durante el resto de la tarde.

Sin embargo, al final, resultó que no había sido una buena idea. El plan inicial de Grant y de Callie había sido celebrar una ceremonia privada sencilla con dos testigos y punto. Una transacción rápida, un apretón de manos y adiós.

Sin embargo, ahora que iban a celebrar la boda en el rancho, todo se les había ido de las manos. Y la culpa era única y exclusivamente de Callie. La idea había sido suya. Lo cierto era que, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró con que le preguntaban qué tipo de tarta quería, si iba a querer cóctel o cena sentada y que si le importaba que fueran los primos de Redmond.

Por lo visto, se trataba de unos tíos de Grant muy mayores y que se habían portado con él como si fueran sus padres.

De repente, Callie se encontró con la boda del año. Cuando todas las personas que se encontraban con ella parecían tan emocionadas con la boda, ¿cómo no las iba invitar?

– Ni siquiera tengo un vestido decente -se quejó Callie un día antes de la boda-. Tendría que tener hora en la peluquería y un vestido con velo y todas las demás cosas que lleva una novia. Y aquí me tienes, mañana me caso a lo grande, pero vestida normal y corriente y sin haber preparado nada.

– ¿No era eso precisamente lo que tú querías? -le contestó Tina.

– A veces quiero cosas absurdas -contestó Callie con frustración-. Todo esto no me da buena espina. ¿No será una señal? ¿No será que no estoy preparada para casarme? ¿No será que estoy haciendo algo muy arriesgado sin pararme a considerar las consecuencias?

– Tranquilízate -intentó calmarla su amiga-. Es normal que estés nerviosa. Todo va a salir bien. Ya lo verás.

Callie intentó calmarse. Para ello, se dio una buena ducha, se lavó el pelo, hizo la maleta que iba a llevar al rancho y volvió a hacer la que ya tenía preparada para llevarse a casa de Grant después de la boda.

A continuación, rehízo las dos. Luego, se pintó las uñas de las manos y de los pies. Durante todo aquel rato, lo único en lo que podía pensar era en Grant.

¿Cómo se iba a casar con un hombre que seguía enamorado de su primera mujer?

Se iba a casar por segunda vez. ¿Acaso aquella boda también iba a ser un error? Se había casado con Ralph, su primer marido, porque su madre y él se habían portado bien con ella cuando estaba sola y desesperada y les estaba muy agradecida por ello.

¿Sería que había vuelto a caer en la misma trampa? Se iba a casar con Grant porque le había prometido ocuparse de todos sus problemas y darle una vida fácil.

¿No era acaso aquellas razones muy parecidas a las que había utilizado para casarse con Ralph, un hombre al que tampoco amaba?

¿Por qué no aprendería de sus errores? ¿Sería una de esas personas que repetían una y otra vez el mismo error hasta arruinar sus vidas?

– Esta vez, todo será diferente -se dijo a sí misma.

«Claro, seguro que ese tipo de personas también se dicen este tipo de cosas», se reprochó.

– No de verdad. Esta vez, será diferente porque esta vez entiendo lo que estoy haciendo. No espero que mi matrimonio sea perfecto.

«¿Perfecto? Pero si a lo mejor ni siquiera llega a ser normal», se dijo.

Por supuesto, repasó mentalmente todos los pasos que la habían llevado hasta allí y se recordó que aquel matrimonio era de conveniencia, que ambos estaban dispuestos a casarse para tener un hijo y que había que mantener la calma y no mezclar las emociones.

Aun así, Callie no estaba segura de que aquello fuera a salir bien porque temía que Grant le gustara ya demasiado. ¿Debería decírselo? ¿Debería esconderle un secreto así durante toda la vida?

¡Qué angustia!

¿Y no sería mejor olvidarse de todo aquello? ¿Y si lo llamaba y…?

Era tarde cuando Grant contestó el teléfono y se encontró con que era Tina.

– Me parece que te vas a tener que venir para acá inmediatamente.

– ¿Qué pasa? -le preguntó Grant preocupado.

– Tenemos entre manos un caso grave de arrepentimiento. Ven para acá -contestó Tina.

Grant esperaba que algo así sucediera. De hecho, él también había estado a punto de echarse atrás.

– Si quieres casarte con esta mujer, será mejor que vengas a convencerla -insistió la amiga de Callie.

– ¿Otra vez?

– Otra vez.

Grant suspiró, pero pensó que, tal vez, convencerla a ella le serviría también a él.

– Mira, me voy a llevar a Molly a hacer la compra, así que dispones de una hora y media aproximadamente -le dijo Tina-. Aprovéchala bien.

Qué buena era aquella mujer. Grant la había conocido mejor durante la última semana y entendía perfectamente por qué Callie y ella eran tan buenas amigas. Estaba encantado de tenerla de su lado. De no haber sido así, no habría tenido nada que hacer con Callie.

Grant llegó a casa de Callie veinte minutos después. Callie le abrió la puerta con curiosidad, pero no parecía especialmente sorprendida de verlo por allí.

– Supongo que te habrá llamado Tina, ¿no?

– Sí, me ha dicho que estabas dudando y he venido para acá.

Callie lo miró, se giró y volvió al sofá del salón. Grant la siguió y se sentó en una butaca frente a ella.

– No me vas a dejar en la estacada ahora, ¿verdad? -le preguntó.

Callie lo miró a los ojos y negó con la cabeza.

– No creo.

A Grant le hubiera gustado que contestara con más seguridad pero, por lo menos, no lo estaba insultando ni tirándole cosas a la cabeza.

– ¿Por qué dudas?

Callie cerró los ojos, tomó aire y volvió a abrirlos.

– No lo sé. Por todo. Quiero decir, todo esto empezó siendo un matrimonio de conveniencia que se sellaría con una boda pequeña e íntima, ¿recuerdas? Ahora, me encuentro con una boda gigantesca a la que están invitados millones de personas a las que no conozco. No sé qué ha sucedido. Se me ha ido de las manos.

– No pasa nada -la tranquilizó Grant-. La fiesta de la boda no significa nada. Lo que realmente es importante para nosotros es que vamos a unir nuestra vida porque los dos queremos tener un hijo. Todo lo demás no importa -le explicó-. Si quieres, cancelamos la boda de mañana y volvemos a nuestro plan original.

– No podemos hacer eso.

– ¿Cómo que no?

Callie se mordió el labio inferior.

– Todo el mundo está como loco con la boda.

– Muy bien, pues que se lo pasen bien sin nosotros. Nosotros no tenemos por qué ir -sonrió Grant.

Callie sonrió también al imaginarse que muchos de los invitados ni siquiera se darían cuenta, en mitad de la fiesta, de que faltaban los novios.

– ¿De verdad podríamos hacerlo?

– Claro. Por mí, no hay problema.

Callie se rió.

¿Por qué era Grant tan amable y comprensivo?

«Obviamente, porque no quiere perder la oportunidad de tener un hijo».

Por supuesto, eso era cierto. Aun así, a Callie le agradaba que no se hubiera presentado en su casa dando gritos y con un gran enfado.

– No es solamente la boda, ¿verdad? -le preguntó Grant.

Callie dejó de sonreír.

– No, no es sólo la boda. Es toda esta situación, que se me hace rara. No sé si estamos haciendo lo correcto.

Grant asintió.

– ¿Es por tu primer marido? ¿Te sientes como si lo estuvieras traicionando de alguna manera? -le preguntó Grant, porque eso era exactamente lo que le ocurría a él.

– ¿Cómo? -se sorprendió Callie-. ¿Traicionar a Ralph? Claro que no. No es eso.

Grant se alegró de que no fuera eso. Aun así, a lo mejor había emociones que Callie no era capaz de detectar.

– ¿Por qué no me hablas de él?

– ¿De Ralph? ¿Ahora? -se extrañó Callie.

– Sí. Ahora es un buen momento. ¿Por qué te casaste con él?

Callie se miró las manos, que tenía cruzadas en el regazo, tomó aire, lo retuvo unos instantes, lo dejó salir, miró a Grant y sonrió.

– Está bien -accedió-. Ya te dije que pasé varios años de mi adolescencia en una casa de acogida. De esa casa te tenías que ir cuando cumplías los dieciocho años. Quisieras o no, te tenías que ir.

Grant asintió.

– Tina es un año más pequeña que yo, así que ella se quedó. Tenía que hacerme un hueco en el mundo. Nos daban clases y consejos y todo eso, pero lo cierto era que estaba sola. En cualquier caso, era muy jovencita y creía que me iba a comer el mundo -sonrió Callie al recordar-. Yo creía que iba a tener un trabajo fabuloso, que iba a poder pagar un alquiler, ir la universidad y echarme novio. Todo iba a salir bien. Cuando la realidad me abofeteó en la cara al ver que no podía tener un trabajo decente que me permitiera alquilar una casa y tener dinero para comer, me sentí muy perdida y lo pasé muy mal.

Era cierto que aquélla había sido una época de su vida realmente dura, pero, por otra parte, la había convertido en la persona que era hoy en día, así que tenía que agradecerle algo.

– Entonces, un día, vi un anuncio en el periódico. Una mujer mayor necesitaba una señorita de compañía. No pagaban mucho, pero te daban habitación y comida. Pensé que, así, podría empezar a estudiar -continuó Callie-. Resultó que Marge Stevens era… es… una mujer maravillosa. Fue como una segunda madre para mí. Sin ella, no sé qué habría hecho. Ralph era su hijo. Tenía treinta y tantos años en aquel momento. Era mucho mayor que yo, pero era amable y guapo. Viajaba mucho, pero se pasaba por casa una vez al mes a visitar a su madre, que lo adoraba. Por lo visto, él me adoraba a mí. Me ayudaba mucho y me enseñó un montón. Una cosa nos llevó a la otra y acabé casándome con él.

– ¿Así sin más?

Callie asintió.

«Sí, así sin más, exactamente igual que voy a hacer contigo», pensó Callie.

– Tanto Ralph como su madre se habían portado de maravilla conmigo y a los dos les hacía mucha ilusión que nos casáramos, así que yo me sentía un poco obligada a hacerlo. Si no hubiera sido por Marge, no habría podido ir a la universidad. Me ayudó mucho. Además, Ralph parecía muy ardiente y yo creí que a lo mejor era amor lo que sentía por mí.

– Ingenua -murmuró Grant.

– Intenta comprender. Ralph era el primer hombre que se había portado bien conmigo. Apenas tenía experiencia con los hombres y la que había tenido no había sido positiva en absoluto. Los novios de mi madre, que iban y venían, me trataban muy mal o intentaban llevarme a la cama -recordó con un nudo en la garganta.

Aquello sólo se lo había contado a Tina.

– Después de aquello, tuve que aguantar a uno de los administradores de la casa de acogida. Se trataba de un hombre realmente asqueroso que no paraba de recordarnos lo mucho que le debíamos y lo poco que valíamos y, para rematar todo eso, los pocos chicos con los que salí en la universidad resultaron ser todos unos imbéciles. Por eso, cuando Ralph me trató como a una igual, como a alguien con quien merecía la pena hablar, me puse tan feliz que no dudé en casarme con él.

– ¿Te arrepentiste de haberlo hecho?

– Sí, me arrepentí mucho -contestó Callie-. No porque Ralph me hiciera nada terrible. No físicamente. Sin embargo, una vez casados, aquel hombre dulce y considerado se convirtió en un monstruo que sospechaba de todo lo que yo hacía y de todas las personas con las que hablaba. No quería que fuera a hacer la compra sola, estaba convencido de que me veía con otro hombre a escondidas. Fue una locura.

– ¿En qué trabajaba?

– Era una especie de fotógrafo autónomo. De vez en cuando, vendía unas fotografías pero, lo cierto era que vivía del dinero de su madre.

– Un tipo genial.

Callie se encogió de hombros.

– Bebía mucho y un día, estando borracho, se cayó en la calle y se dio con la cabeza en el bordillo. Murió en tres días -concluyó Callie recogiéndose el pelo en una coleta de caballo-. No fueron momentos fáciles, sobre todo para su madre. Para mí… bueno, nuestro matrimonio nunca había sido de verdad.

Grant asintió, encantado de que hubieran hablado de Ralph. Ahora sabía que Callie no tenía ninguna atadura emocional hacia su primer marido y podían cerrar aquel capítulo de su vida.

Sin embargo, por su parte, él sí se seguía sintiendo unido emocionalmente a Jan, lo que lo llevaba a preguntarse si iba a ser capaz de darle a Callie lo que ella necesitaba y se merecía.

Y en cuanto a Callie, ¿sería capaz de renunciar a encontrar el amor de verdad? ¿Le merecía la pena todo aquello? Por lo visto, había decidido que sí porque había decidido casarse con él. ¿De verdad se estaba arrepintiendo? Grant no creía que fuera así.

Evidentemente, estaba preocupada, pero no se arrepentía de su decisión.

– Quiero que nos hagamos una promesa aquí y ahora -propuso Grant-. Quiero que siempre seamos sinceros el uno con el otro. No podremos hacer frente a un problema juntos si no sabemos de qué se trata.

Callie asintió. Estaba de acuerdo. Por supuesto, la sinceridad le parecía muy importante y ella estaba dispuesta a ser sincera con Grant.

En otro momento.

Era obvio que Grant quería arreglar las cosas, que quería que todo fuera bien, pero, si Callie empezaba a ser sincera con él en aquellos momentos, no tendría más remedio que decirle: «Grant, me da miedo casarme contigo porque temo que me voy a enamorar de ti y sé que tu corazón nunca será mío».

No podía ser sincera con él, pero tampoco podía echarse atrás.

– No te preocupes -le dijo-. Me voy a casar contigo mañana. Lo que me pasa es que tengo unos cuantos bloqueos emocionales, pero todo va a salir bien. Allí estaré.

Grant asintió.

– Vete a dormir. Vendré a buscarte mañana temprano e iremos juntos al rancho.

– Muy bien.

A continuación, Grant la miró lánguidamente y se puso en pie.

– Buenas noches -se despidió.

– Buenas noches -contestó Callie con una extraña sensación de abandono.

Grant fue hacia la puerta y, una vez allí, se giró hacia ella. La encontró de pie. Llevaba el pelo recogido, pero varios mechones le caían alrededor del óvalo de la cara y la hacían parecer un ángel.

Grant sintió que el corazón le daba un vuelco.

Sin pensarlo dos veces, volvió a su lado, la abrazó y la besó, dejándola sin respiración. No debería haberlo hecho, pero ya no había marcha atrás.

Grant la estaba besando como un hombre sediento en mitad del desierto. Callie respondió sin dudarlo, con tanto afecto que Grant se estremeció.

Grant la apretó contra su cuerpo y pensó que Callie se debía de estar dando cuenta de cuánto la deseaba. Necesitaba que lo supiera. Quería que supiera que él no iba a dudar al día siguiente por la noche, en su noche de bodas. Se moría por tomar aquel cuerpo como había tomado su boca.

Al fin y al cabo, ¿no era eso por lo que se casaban?

Grant dio un paso atrás, le tomó el rostro entre las manos y la miró a los ojos con afecto.

– Gracias, Callie -murmuró-. Haces que mis sueños se cumplan.

A continuación, se giró y se perdió en la noche.

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