Capítulo 10

UNAS NOCHES después, Grant y Callie recogieron la cocina después de cenar y se dirigieron al salón a leer el periódico antes de irse a la cama.

De repente, por el rabillo del ojo, Callie vio que Molly, que se suponía que tenía que estar ya acostada, entraba en el salón con prudencia, como si supiera que no era completamente bien recibida.

Callie se quitó las gafas con intención de interceptar a la pequeña, pero Molly fue más veloz que ella y, para cuando a Callie le dio tiempo a reaccionar, la niña ya estaba junto a Grant, tirándole del pantalón y dándole una piruleta a medio comer.

– ¡Papá! -le dijo.

La expresión de Grant habría sido cómica si la situación no hubiera sido tan triste.

– Acéptalo -le dijo Callie-. Grant, acéptalo.

A regañadientes, Grant alargó el brazo y tomó el caramelo medio comido.

– ¿Y ahora qué hago con esto? -protestó.

Callie tomó al bebé en brazos y la abrazó.

– Grant te das las gracias, Molly. A Grant le encantan las piruletas, como a ti -le dijo Callie a la niña llevándola con la niñera.

Al volver, se encontró a Grant lavándose las manos.

– Espero que te hayas dado cuenta de que te estaba ofreciendo su posesión más preciada -le dijo con sequedad-. Supongo que voy a tener que enseñarle que el amor no se compra.

– Callie…

Callie vio que Grant lo estaba pasando mal y se arrepintió de lo que le había dicho.

– Lo siento, pero es sólo una niña y quiere caerte bien.

– Me cae bien -insistió Grant un poco forzado-. No es culpa suya que me recuerde tanto a…

– A Lisa -dijo Callie-. Ya lo sé y también sé que estás intentando ser amable con ella. Sé que estás haciendo un esfuerzo.

– Estoy haciendo un esfuerzo, pero tú quieres que la quiera como si fuera mi hija y eso no puede ser, Callie.

Tal vez, Grant tuviera razón. A lo mejor, todos los esfuerzos que estaba haciendo Callie no sirvieran de nada. A lo mejor, un día tendría que elegir entre Molly o Grant.

A la mañana siguiente, Grant detectó movimiento en su cama y se despertó. Al instante, el corazón le dio un vuelco. ¿Callie había decidido hacerle una visita?

Al girarse, se encontró con un enorme par de ojos oscuros que lo miraban divertidos.

– ¡Papá! -exclamó Molly.

Grant se echó hacia atrás.

– ¡Callie! -gritó.

Molly comenzó a saltar en la cama, riéndose sin parar. Grant se quedó mirándola con el ceño fruncido, pero, cuanto más la miraba, más adorable la encontraba.

Cuánto le gustaría poder mirarla sin ver la cara de reproche de Lisa.

– Ah, así que estás aquí, ¿eh, pequeñaja? -dijo Callie entrando en el dormitorio de Grant y yendo hacia su cama-. ¿Torturando a Grant otra vez?

Molly se rió y se escapó.

– Vamonos, venga -dijo Callie intentando atraparla.

Grant sonrió.

– ¿Y por qué no te unes a nosotros? -le dijo tomándola de la mano y tirando de ella.

– ¡Grant! -se rió Callie cayendo encima de su marido-. ¿Qué haces?

– Disfrutando -murmuró.

– Me alegro de oírte decir eso.

– Me encantaría poder despertarme todos los días así -dijo Grant acariciándole la punta de la nariz.

De repente, Molly se coló entre sus cabezas, decidida a formar parte de la conversación. Al instante, Callie se incorporó para llevársela, pero Grant estaba más tranquilo.

– No pasa nada, déjale que se quede -le dijo.

Callie lo miró feliz.

– Hoy se ha despertado con ganas de marcha, ¿sabes? -le dijo mirando a la niña con cariño-. Por lo visto, me ha contado Nadine que ayer se pasó todo el día corriendo detrás de ella porque abría todos los cajones que se encontraba y los vaciaba.

– Sí, hay una edad en la que les encanta hacer eso -contestó Grant recordando que Lisa también lo hacía.

Al pensar en su hija, se tensó y esperó que una punzada dolosa se apoderara de él, pero el dolor no llegó. Grant se preguntó por qué, pero se olvidó de ello porque ahora tenía a Callie a su lado y podía disfrutar de unos minutos más de paz y mimos antes de tener que irse a trabajar.

Callie estaba segura de que estaban haciendo progresos, pero era cierto que todavía había un gran obstáculo. Gena le había dicho que Grant se sentía culpable.

De ser así, seguro que le iba bien hablar de ello, pero Callie no sabía si iba a tener el valor de sacar el tema de conversación.

Una noche, aproximadamente una semana después, Grant estaba haciendo la maleta para irse de nuevo a un viaje de negocios y a Callie le pareció un buen momento, así que le dijo que quería hablar con él.

Una vez hecha la maleta, Grant se reunió con ella en el salón y Callie le expuso la situación. Grant escuchó su versión de la teoría de su hermana sobre su sentimiento de culpa por no haber atendido a Lisa mientras estaba viva y no dijo nada.

Al cabo de un rato, se puso en pie, se sirvió una copa y fue a tomársela al balcón, lejos de Callie.

Callie supuso que estaba furioso con ella, pero una hora después la buscó, la tomó entre sus brazos y hundió la cara entre su pelo.

– Aquel día… -comenzó con voz trémula-. Era obvio que a Lisa le pasaba algo por la mañana, pero yo tenía una reunión y su madre una presentación, así que ninguno de los dos le hicimos mucho caso. Teníamos cosas mucho más importantes que hacer -añadió al borde del llanto-. La niñera estuvo todo el día intentando localizarnos, pero mi teléfono móvil no funcionaba bien y Jan lo tenía apagado. Cuando llegó a casa, a última hora de la tarde, la niña tenía mucha fiebre y la niñera estaba histérica. Jan me llamó varias veces, pero el teléfono seguía sin funcionar y mi secretaria no estaba en el despacho aquella tarde, así que metió a la niña en el coche y se fue al hospital. Se saltó un semáforo y provocó un accidente. Ella sobrevivió durante veinticuatro horas más, pero Lisa se mató en el acto.

– Oh, Grant. Oh, cuánto lo siento.

Grant se apartó y sacudió la cabeza.

– En cualquier caso, no fue culpa tuya -le dijo Callie.

– Por favor, Callie, por supuesto que fue culpa mía. Si hubiera sido un buen padre y un buen marido, el accidente jamás habría ocurrido. Por supuesto que fue mi culpa y pagaré por ello todos los días de mi vida.

Callie no iba a aceptar aquello, así que lo siguió hasta su dormitorio y se enfrentó a él.

– Grant Carver, quiero que me escuches bien -le advirtió-. Eres un nombre maravilloso. A lo mejor, fuiste descuidado en el pasado, pero ahora has aprendido, eres más maduro y estoy segura de que jamás desatenderás a tu familia.

– ¿Cómo lo sabes?

– Lo sé porque te conozco, porque te he visto actuar y, sobre todo, porque te quiero -contestó Callie acercándose a él.

Grant la miró sorprendido. Obviamente, no se esperaba aquella contestación. Callie se había saltado las reglas.

– Hazme el amor, Grant -le dijo pasándole los brazos por el cuello-. Si no puedes amarme, por lo menos, hazme el amor. Prometiste que lo harías y te exijo que cumplas tu promesa.

– Cumpliré mi promesa si tú me prometes que te quedarás conmigo toda la noche, ¿de acuerdo?

Callie lo miró sorprendida.

– Por supuesto. ¿Estás seguro? Yo creía que eh… bueno, sé que consideras que Jan es tu verdadera esposa y…

– Callie -la abrazó Grant con fuerza-. Tú eres mi esposa. No lo dudes jamás. Me muero por tenerte a mi lado todas las noches.

Callie lo miró con lágrimas en los ojos.

– Grant, para mí será un placer compartir la cama contigo.

A continuación, Grant la tumbó sobre la colcha de terciopelo de su cama y Callie supo que, por fin, tenía un hogar.

Grant se sentó en el avión que lo iba a llevar a San Francisco y se quedó mirando su maletín. Dentro había un sobre grande. Aunque todavía no lo había abierto, sabía cuál era su contenido.

Los detectives que había contratado habían terminado, por fin, el informe sobre los parientes vivos de Molly.

Eso era lo que les había pedido, llevaba semanas esperándolo… pero, por algún extraño motivo, no tenía ninguna prisa por leerlo.

Durante el vuelo, recapacitó sobre todos los errores que había cometido en sus relaciones y se preguntó cómo Callie, una mujer tan maravillosa, podía soportarlo a su lado.

Al llegar al hotel, dejó la maleta sobre la cama, la abrió y comenzó a sacar la ropa para colocarla en el armario. Al instante, se dio cuenta de que allí pasaba algo. Alguien había metido cosas en su maleta.

Cuanta más ropa sacaba, más piruletas rojas aparecían. Había piruletas rojas por todas partes, incluso una toda chupada sobre el traje de lana que había elegido para la importante reunión a la que tenía que asistir.

Obviamente, cortesía de la pequeña Molly.

Grant se quedó mirando el traje, esperando a que el enfado se apoderara de él, pero no sucedió. En lugar de enfadarse, comenzó a reírse a carcajadas.

– Molly, Molly -murmuró sacudiendo la cabeza-. Oh, Molly.

Y siguió riéndose hasta que se le saltaron las lágrimas.

Aquella noche, soñó con una niña pequeña de pelo oscuro y la niña resultó ser Molly y no Lisa, y le sonreía.

Grant se levantó y se quedó mirando el techo, pensativo. Estaba nervioso. Era consciente de que deseaba algo. Deseaba a una persona en concreto a su lado y no era Jan.

Era Callie.

Sí, era Callie, aquella preciosa y sensible mujer con la que se había casado y a la que no había valorado en todo su esplendor.

Grant se levantó de la cama y, mientras se daba una buena ducha, tomó una decisión.

Se volvía a casa.

Lo primero que hizo fue sacar el sobre de los detectives del maletín y romperlo sin abrirlo. A continuación, llamó a su despacho y canceló la reunión.

Luego, volvió a hacer la maleta, con las piruletas y todo, bajó al vestíbulo del hotel y reservó vuelo en el siguiente avión.

Volvía a casa con la mujer a la que amaba… y con la niña que creía que podía comprar su amor con piruletas.

Al entrar en casa, la primera que salió a recibirlo fue, precisamente, Molly.

– ¡Papá! -gritó emocionada corriendo hacia él.

Grant tomó a la pequeña en brazos y la abrazó con fuerza.

– Gracias por las piruletas, Molly -le dijo Grant-. Me has dado una gran sorpresa.

La niña sonrió tímidamente y Grant la besó en la mejilla en el instante en el que aparecía Callie.

– ¡Grant! -se asombró-. ¿Qué haces aquí?

Grant dejó a Molly en el suelo y se giró hacia Callie.

– ¿Qué pasa? – le preguntó Callie nerviosa-. ¿He hecho algo?

– Desde luego que sí -contestó Grant sonriendo-. Has construido una familia para mí, Callie y yo, tonto de mí, sin darme cuenta.

Callie sonrió también.

– Ah, ¿era sólo eso?

– No, hay algo más.

Tras tomarla entre sus brazos, la miró a los ojos.

– Has hecho que me enamore de ti.

Callie se estremeció.

– ¿Lo dices en serio?

– Completamente en serio -le aseguró Grant-. Callie, ¿te quieres casar conmigo?

– Ya me he casado contigo, tonto.

– Ya lo sé, pero quería pedírtelo otra vez.

– Muy bien. Me casaré contigo cuando tú quieras, Grant. Me volvería a casar contigo en cualquier momento.

– Me alegro porque, como regalo, he decidido darte todo mi tiempo.

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