LA CAZA

Aparecieron de uno en uno en la linde del bosque a doce metros de nuestra posición.

El primer hombre entró en el claro y se apartó inmediatamente para dejar paso a otro más alto, de pelo negro, que se colocó al frente, de un modo que evidenciaba con claridad quién lideraba el grupo.

El tercer integrante era una mujer; desde aquella distancia, sólo alcanzaba a verle el pelo, de un asombroso matiz rojo.

Cerraron filas conforme avanzaban con cautela hacia donde se hallaba la familia de Edward, mostrando el natural recelo de una manada de depredadores ante un grupo desconocido y más numeroso de su propia especie.

Comprobé cuánto diferían de los Cullen cuando se acercaron. Su paso era gatuno, andaban de forma muy similar a la de un felino al acecho. Se vestían con el típico equipo de un excursionista: vaqueros y una sencilla camisa de cuello abotonado y gruesa tela impermeable. Las ropas se veían deshilachadas por el uso e iban descalzos. Los hombres llevaban el pelo muy corto y la rutilante melena pelirroja de la chica estaba llena de hojas y otros restos del bosque.

Sus ojos agudos se apercibieron del aspecto más urbano y pulido de Carlisle, que, alerta, flanqueado por Emmett y Jasper, salió a su encuentro. Sin que aparentemente se hubieran puesto de acuerdo, todos habían adoptado una postura erguida y de despreocupación.

El líder de los recién llegados era sin duda el más agraciado, con su piel de tono oliváceo debajo de la característica palidez y los cabellos de un brillantísimo negro. Era de constitución mediana, musculoso, por supuesto, pero sin acercarse ni de lejos a la fuerza física de Emmett. Esbozó una sonrisa agradable que permitió entrever unos deslumbrantes dientes blancos.

La mujer tenía un aspecto más salvaje, en parte por la melena revuelta y alborotada por la brisa. Su mirada iba y venía incesantemente de los hombres que tenía en frente al grupo desorganizado que me rodeaba. Su postura era marcadamente felina. El segundo hombre, de complexión más liviana que la del líder -tanto las facciones como el pelo castaño claro eran anodinos-, revoloteaba con desenvoltura entre ambos. Sin embargo, su mirada era de una calma absoluta, y sus ojos, en cierto modo, los más atentos.

Los ojos de los recién llegados también eran diferentes. No eran dorados o negros, como cabía esperar, sino de un intenso color borgoña con una tonalidad perturbadora y siniestra.

El moreno dio un paso hacia Carlisle sin dejar de sonreír.

– Creíamos haber oído jugar a alguien -hablaba con voz reposada y tenía un leve acento francés-. Me llamo Laurent, y éstos son Victoria y James -añadió señalando a los vampiros que le acompañaban.

– Yo soy Carlisle y ésta es mi familia: Emmett y Jasper; Rosalie, Esme y Alice; Edward y Bella -nos identificaba en grupos, intentando deliberadamente no llamar la atención hacia ningún individuo. Me sobresalté cuando me nombró.

– ¿Hay sitio para unos pocos jugadores más? -inquirió Laurent con afabilidad.

Carlisle acomodó la inflexión de la voz al mismo tono amistoso de Laurent.

– Bueno, lo cierto es que acabamos de terminar el partido. Pero estaríamos verdaderamente encantados en otra ocasión. ¿Pensáis quedaros mucho tiempo en la zona?

– En realidad, vamos hacia el norte, aunque hemos sentido curiosidad por lo que había por aquí. No hemos tenido compañía durante mucho tiempo.

– No, esta región suele estar vacía si exceptuamos a mi grupo y algún visitante ocasional, como vosotros.

La tensa atmósfera había evolucionado hacia una conversación distendida; supuse que Jasper estaba usando su peculiar don para controlar la situación.

– ¿Cuál es vuestro territorio de caza? -preguntó Laurent como quien no quiere la cosa.

Carlisle ignoró la presunción que implicaba la pregunta.

– Esta, los montes Olympic, y algunas veces la Coast Ranges de una punta a la otra. Tenemos una residencia aquí. También hay otro asentamiento permanente como el nuestro cerca de Denali.

Laurent se balanceó, descansando el peso del cuerpo sobre los talones, y preguntó con viva curiosidad:

– ¿Permanente? ¿Y como habéis conseguido algo así?

– ¿Por qué no nos acompañáis a nuestra casa y charlamos más cómodos? -Los invitó Carlisle-. Es una larga historia.

James y Victoria intercambiaron una mirada de sorpresa cuando Carlisle mencionó la palabra «casa», pero Laurent controló mejor su expresión.

– Es muy interesante y hospitalario por vuestra parte -su sonrisa era encantadora-. Hemos estado de caza todo el camino desde Ontario -estudió a Carlisle con la mirada, percatándose de su aspecto refinado-. No hemos tenido ocasión de asearnos un poco.

– Por favor, no os ofendáis, pero he de rogaros que os abstengáis de cazar en los alrededores de esa zona. Debemos pasar desapercibidos, ya me entiendes -explicó Carlisle.

– Claro -asintió Laurent-. No pretendemos disputaros el territorio. De todos modos, acabamos de alimentarnos a las afueras de Seattle.

Un escalofrío recorrió mi espalda cuando Laurent rompió a reír.

– Os mostraremos el camino si queréis venir con nosotros. Emmett, Alice, id con Edward y Bella a recoger el Jeep -añadió sin darle importancia.

Mientras Carlisle hablaba, ocurrieron tres cosas a la vez. La suave brisa despeinó mi cabello, Edward se envaró y el segundo varón, James, movió su cabeza repentinamente de un lado a otro, buscando, para luego centrar en mí su escrutinio, agitando las aletas de la nariz.

Una rigidez repentina afectó a todos cuando James se adelantó un paso y se agazapó. Edward exhibió los dientes y adoptó la misma postura defensiva al tiempo que emitía un rugido bestial que parecía desgarrarle la garganta. No tenía nada que ver con los sonidos juguetones que le había escuchado esta mañana. Era lo más amenazante que había oído en mi vida y me estremecí de los pies a la cabeza.

– ¿Qué ocurre? exclamó Laurent, sorprendido. Ni James ni Edward relajaron sus agresivas poses. El primero fintó ligeramente hacia un lado y Edward respondió al movimiento.

– Ella está con nosotros.

El firme desafío de Carlisle se dirigía James. Laurent parecía percibir mi olor con menos fuerza que James, pero pronto se dio cuenta y el descubrimiento se reflejó también en su rostro.

– ¿Nos habéis traído un aperitivo? -inquirió con voz incrédula, mientras, sin darse cuenta, daba un paso adelante.

Edward rugió con mayor ferocidad y dureza, curvando el labio superior sobre sus deslumbrantes dientes desnudos. Laurent retrocedió el paso que había dado.

– He dicho que ella está con nosotros -replicó Carlisle con sequedad.

– Pero es humana -protestó Laurent. No había agresividad en sus palabras, simplemente estaba atónito.

– Sí… -Emmett se hizo notar al lado de Carlisle, con los ojos fijos en James, que se irguió muy despacio y volvió a su posición normal, aunque las aletas de su nariz seguían dilatadas y no me perdía de vista. Edward continuaba agazapado como un león delante de mí.

– Parece que tenemos mucho que aprender unos de otros.

Laurent hablaba con un tono tranquilizador en un intento de suavizar la repentina hostilidad.

– Sin duda -la voz de Carlisle todavía era fría.

– Aún nos gustaría aceptar vuestra invitación -sus ojos se movieron rápidamente hacia mí y retornaron a Carlisle-. Y claro, no le haremos daño a la chica humana. No cazaremos en vuestro territorio, como os he dicho.

James miró a Laurent con incredulidad e irritación, e intercambió otra larga mirada con Victoria, cuyos ojos seguían errando nerviosos de rostro en rostro.

Carlisle evaluó la franca expresión de Laurent durante un momento antes de hablar.

– Os mostraremos el camino. Jasper, Rosalie, Esme -llamó y se reunieron todos delante de mí, ocultándome de la vista de los recién llegados. Alice estuvo a mi lado en un momento y Emmett se situó lentamente a mi espalda, con sus ojos trabados en los de James mientras éste retrocedía unos pasos.

– Vamonos, Bella -ordenó Edward con voz baja y sombría.

Parecía como si durante todo ese tiempo hubiera echado raíces en el suelo, porque me quedé totalmente inmóvil y aterrorizada. Edward tuvo que agarrarme del codo y tirar bruscamente de mí para sacarme del trance. Alice y Emmett estaban muy cerca de mi espalda, ocultándome. Tropecé con Edward, todavía aturdida por el miedo, y no pude oír si el otro grupo se había marchado ya. La impaciencia de Edward casi se podía palpar mientras andábamos a paso humano hacia el borde del bosque.

Sin dejar de caminar, Edward me subió encima de su espalda en cuanto llegamos a los árboles. Me sujeté con la mayor fuerza posible cuando se lanzó a tumba abierta con los otros pegados a los talones. Mantuve la cabeza baja, pero no podía cerrar los ojos, los tenía dilatados por el pánico. Los Cullen se zambulleron como espectros en el bosque, ahora en una absoluta penumbra. La sensación de júbilo que habitualmente embargaba a Edward al correr había desaparecido por completo, sustituida por una furia que lo consumía y le hacía ir aún más rápido. Incluso conmigo a las espaldas, los otros casi le perdieron de vista.

Llegamos al Jeep en un tiempo inverosímil. Edward apenas se paró antes de echarme al asiento trasero.

– Sujétala -ordenó a Emmett, que se deslizó a mi lado.

Alice se había sentado ya en el asiento delantero y Edward puso en marcha el coche. El motor rugió al encenderse y el vehículo giró en redondo para encarar el tortuoso camino.

Edward gruñía algo demasiado rápido para que pudiera entenderle, pero sonaba bastante parecido a una sarta de blasfemias.

El traqueteo fue mucho peor esta vez y la oscuridad lo hacía aún más aterrador. Emmett y Alice miraban por las ventanillas laterales.

Llegamos a la carretera principal y entonces pude ver mejor por donde íbamos, aunque había aumentado la velocidad. Se dirigía al sur, en dirección contraria a Forks.

– ¿Adonde vamos? -pregunté.

Nadie contestó. Ni siquiera me miraron.

– ¡Maldita sea, Edward! ¿Adonde me llevas?

– Debemos sacarte de aquí, lo más lejos posible y ahora mismo.

No miró hacia atrás mientras hablaba, pendiente de la carretera. El velocímetro marcaba más de ciento noventa kilómetros por hora.

– ¡Da media vuelta! ¡Tienes que llevarme a casa! -grité. Luché contra aquel estúpido arnés, tirando de las correas.

– Emmett -advirtió Edward con tono severo.

Y Emmett me sujetó las manos con un férreo apretón.

– ¡No! ¡Edward, no puedes hacer esto!

– He de hacerlo, Bella, ahora por favor, quédate quieta.

– ¡No puedo! ¡Tienes que devolverme a casa, Charlie llamará al FBI y éste se echará encima de toda tu familia, de Carlisie y Esme! ¡Tendrán que marcharse, y a partir de ese momento deberán esconderse siempre!

– Tranquilízate, Bella -su voz era fría-. Ya lo hemos hecho otras veces.

– ¡Pero no por mí, no lo hagas! ¡No lo arruines todo por mí!

Luché violentamente para soltarme, sin ninguna posibilidad.

– Edward, dirígete al arcén -Alice habló por primera vez.

El la miró con cara de pocos amigos, y luego aceleró.

– Edward, vamos a hablar de esto.

– No lo entiendes -rugió frustrado. Nunca había oído su voz tan alta y resultaba ensordecedora dentro del Jeep. El velocímetro rebasaba los doscientos por hora-. ¡Es un rastreador, Alice! ¿Es que no te has dado cuenta? ¡Es un rastreador!

Sentí cómo Emmett se tensaba a mi lado y me pregunté la razón por la que reaccionaba de ese modo ante esa palabra. Significaba algo para ellos, pero no para mí; quería entenderlo, pero no podía preguntar.

– Para en el arcén, Edward.

El tono de Alice era razonable, pero había en él un matiz de autoridad que yo no había oído antes. El velocímetro rebasó los doscientos veinte.

– Hazlo, Edward.

– Escúchame, Alice. Le he leído la mente. El rastreo es su pasión, su obsesión, y la quiere a ella, Alice, a ella en concreto. La cacería empieza esta noche.

– No sabe dónde…

Edward la interrumpió.

– ¿Cuánto tiempo crees que va a necesitar para captar su olor en el pueblo? Laurent ya había trazado el plan en su mente antes de decir lo que dijo.

Ahogué un grito al comprender adonde le conduciría mi olor.

– ¡Charlie! ¡No podéis dejarle allí! ¡No podéis dejarle! -me debatí contra el arnés.

– Bella tiene razón -observó Alice.

El coche redujo la velocidad ligeramente.

– No tardaremos demasiado en considerar todas las opciones -intentó persuadirle Alice.

El coche redujo nuevamente la velocidad, en esta ocasión de forma más patente, y entonces frenó con un chirrido en el arcén de la autopista. Salí disparada hacia delante, precipitándome contra el arnés, para luego caer hacia atrás y chocar contra el asiento.

– No hay ninguna opción -susurró Edward.

– ¡No voy a abandonar a Charlie! -chillé.

Cállate, Bella.

– Tienes que llevarla a casa -intervino Emmett, finalmente.

– No -rechazó de plano.

– James no puede compararse con nosotros, Edward. No podrá tocarla.

– Esperará.

Emmett sonrió.

– Ya también puedo esperar.

– ¿No lo veis? ¿Es que no lo entendéis? No va a cambiar de idea una vez que se haya entregado a la caza. Tendremos que matarlo.

A Emmett no pareció disgustarle la idea.

– Es una opción.

– Y también tendremos que matar a la mujer. Está con él. Si luchamos, el líder del grupo también los acompañará.

– Somos suficientes para ellos.

– Hay otra opción -dijo Alice con serenidad.

Edward se revolvió contra ella furioso, su voz fue un rugido devastador cuando dijo:

– ¡No-hay-otra-opción!

Emmett y yo le miramos aturdidos, pero Alice no parecía sorprendida. El silenció se prolongó durante más de un minuto, mientras Edward y Alice se miraban fijamente el uno al otro.

Yo lo rompí.

– ¿Querría alguien escuchar mi plan?

– No -gruñó Edward. Alice le clavó la mirada, definitivamente enfadada.

– Escucha -supliqué-. Llévame de vuelta.

– No -me interrumpió él.

Le miré fijamente y continué.

– Me llevas de vuelta y le digo a mi padre que quiero irme a casa, a Phoenix. Hago las maletas, esperamos a que el rastreador esté observando y entonces huimos. Nos seguirá y dejará a Charlie tranquilo. Charlie no lanzará al FBI sobre tu familia y entonces me podrás llevar a cualquier maldito lugar que se te ocurra.

Me miraron sorprendidos.

– Pues realmente no es una mala idea, en absoluto.

La sorpresa de Emmett suponía un auténtico insulto.

– Podría funcionar, y desde luego no podemos dejar desprotegido al padre de Bella. Tú lo sabes -dijo Alice.

Todos mirábamos a Edward.

– Es demasiado peligroso… Y no le quiero cerca de ella ni a cien kilómetros a la redonda.

Emmett rebosaba auto confianza.

– Edward, él no va a acabar con nosotros.

Alice se concentró durante un minuto.

– No le veo atacando. Va a esperar a que la dejemos sola.

– No le llevará mucho darse cuenta de que eso no va a suceder.

Exijo que me lleves a casa -intenté sonar decidida.

Edward presionó los dedos contra las sienes y cerró los ojos con fuerza.

– Por favor -supliqué en voz mucho más baja.

No levantó la vista. Cuando habló, su voz sonaba como si las palabras salieran contra su voluntad.

– Te marchas esta noche, tanto si el rastreador te ve como si no. Le dirás a Charlie que no puedes estar un minuto más en Forks, cuéntale cualquier historia con tal de que funcione. Guarda en una maleta lo primero que tengas a mano y métete después en tu coche. Me da exactamente igual lo que él te diga. Dispones de quince minutos. ¿Me has escuchado? Quince minutos a contar desde el momento en que pongas el pie en el umbral de la puerta.

El Jeep volvió a la vida con un rugido y las ruedas chirriaron cuando describió un brusco giro. La aguja del velocímetro comenzó a subir de nuevo.

– ¿Emmett? -pregunté con intención, mirándome las manos.

– Ah, perdón -dijo, y me soltó.

Transcurrieron varios minutos en silencio, sin que se oyera otro sonido que el del motor. Entonces, Edward habló de nuevo.

– Vamos a hacerlo de esta manera. Cuando lleguemos a la casa, si el rastreador no está allí, la acompañaré a la puerta -me miró a través del retrovisor-. Dispones de quince minutos a partir de ese momento. Emmett, tú controlarás el exterior de la casa. Alice, tú llevarás el coche, yo estaré dentro con ella todo el tiempo. En cuanto salga, lleváis el Jeep a casa y se lo contáis a Carlisle.

– De ninguna manera -le contradijo Emmett-. Iré contigo.

– Piénsalo bien, Emmett. No sé cuánto tiempo estaré fuera.

– Hasta que no sepamos en qué puede terminar este asunto, estaré contigo.

Edward suspiró.

– Si el rastreador está allí -continuó inexorablemente-, seguiré conduciendo.

– Vamos a llegar antes que él -dijo Alice con confianza.

Edward pareció aceptarlo. Fuera cual fuera el roce que hubiera tenido con Alice, no dudaba de ella ahora.

– ¿Qué vamos a hacer con el Jeep? -preguntó ella.

Su voz sonaba dura y afilada.

– Tú lo llevarás a casa.

– No, no lo haré -replicó ella con calma.

La retahila ininteligible de blasfemias volvió a comenzar.

– No cabemos todos en mi coche -susurré.

Edward no pareció escucharme.

– Creo que deberías dejarme marchar sola -dije en voz baja, mucho más tranquila.

Él lo oyó.

– Bella, por favor, hagamos esto a mi manera, sólo por esta vez -dijo con los dientes apretados.

– Escucha, Charlie no es ningún imbécil -protesté-. Si mañana no estás en el pueblo, va a sospechar.

– Eso es irrelevante. Nos aseguraremos de que se encuentre a salvo y eso es lo único que importa.

– Bueno, ¿y qué pasa con el rastreador? Vio la forma en que actuaste esta noche. Pensará que estás conmigo, estés donde estés.

Emmett me miró, insultantemente sorprendido otra vez.

– Edward, escúchala -le urgió-. Creo que tiene razón.

– Sí, estoy de acuerdo -comentó Alice.

– No puedo hacer eso -la voz de Edward era helada.

– Emmett podría quedarse también -continué-. Le ha tomado bastante ojeriza.

– ¿Qué? -Emmett se volvió hacia mí.

– Si te quedas, tendrás más posibilidades de ponerle la mano encima -acordó Alice.

Edward la miró con incredulidad.

– ¿Y tú te crees que la voy a dejar irse sola?

– Claro que no -dijo Alice-. La acompañaremos Jasper y yo.

– No puedo hacer eso -repitió Edward, pero esta vez su voz mostraba signos evidentes de derrota. La lógica estaba haciendo de las suyas con él.

Intenté ser persuasiva.

– Déjate ver por aquí durante una semana -vi su expresión en el retrovisor y rectifiqué-. Bueno, unos cuantos días. Deja que Charlie vea que no me has secuestrado y que James se vaya de caza inútilmente. Cerciórate por completo de que no tenga ninguna pista; luego, te vas y me buscas, tomando una ruta que lo despiste, claro. Entonces, Jasper y Alice podrán volver a casa.

Vi que empezaba a considerarlo.

– ¿Dónde te iría a buscar?

– A Phoenix -respondí sin dudar.

– No. El oirá que es allí donde vas -replicó con impaciencia.

– Y tú le harás creer que es un truco, claro. Es consciente de que sabemos que nos está escuchando. Jamás creerá que me dirija de verdad a donde anuncie que voy.

– Esta chica es diabólica -rió Emmett entre dientes.

– ¿Y si no funciona?

– Hay varios millones de personas en Phoenix -le informé.

– No es tan difícil usar una guía telefónica.

– No iré a casa.

– ¿Ah, no? -preguntó con una nota peligrosa en la voz.

– Ya soy bastante mayorcita para buscarme un sitio por mi cuenta.

– Edward, estaremos con ella -le recordó Alice.

– ¿Y qué vas a hacer en Phoenix? -le preguntó él mordazmente.

– Quedarme bajo techo.

– Ya lo creo que voy a disfrutar -Emmett pensaba seguramente en arrinconar a James.

– Cállate, Emmett.

– Mira, si intentamos detenerle mientras ella anda por aquí, hay muchas más posibilidades de que alguien termine herido…, tanto ella como tú al intentar protegerla. Ahora, si lo pillamos solo… -Emmett dejó la frase inconclusa y lentamente empezó a sonreír. Yo había acertado.

El Jeep avanzaba más lentamente conforme entrábamos en el pueblo. A pesar de mis palabras valientes, sentí cómo se me ponía el vello de punta. Pensé en Charlie, solo en la casa, e intenté hacer acopio de valor.

– Bella -dijo Edward en voz baja. Alice y Emmett miraban por las ventanillas-, si te pones en peligro y te pasa cualquier cosa, cualquier cosa, te haré personalmente responsable. ¿Lo has comprendido?

– Sí -tragué saliva.

Se volvió a Alice.

– ¿Va a poder Jasper manejar este asunto?

– Confía un poco en él, Edward. Lo está haciendo bien, muy bien, teniendo todo en cuenta.

– ¿Podrás manejarlo tú?-preguntó él.

La pequeña y grácil Alice echó hacia atrás sus labios en una mueca horrorosa y dejó salir un gruñido gutural que me hizo encogerme en el asiento del terror.

Edward le sonrió, mas de repente musitó:

– Pero guárdate tus opiniones.

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