Capítulo 5

El chisme en la oficina acerca de la herencia de Kelsa, fue el tema dominante el siguiente par de días.

– Supongo que me corresponde felicitarla -dijo cortésmente Ramsey Ford, que era más o menos de la misma edad que Garwood Hetherington, al detenerse frente al escritorio de Kelsa, el viernes.

– Gracias -murmuró ella, mirando el sagaz semblante. Parecía sincero.

– No creo que piense quedarse como asistente de Nadine, ¿verdad? -comentó él con la misma sonrisa cortés.

Si él sugería que, con su nueva riqueza y las acciones de la compañía, ella pensaba en formar parte de la junta directiva, Kelsa no se sintió capaz de enfrentarse a eso y sólo respondió amablemente:

– No tengo planes por el momento, mas que seguir trabajando con Nadine unos meses hasta que las cosas se estabilicen.

– Muy bien -él le dirigió otra sonrisa y siguió su camino.

Ese mismo viernes, aunque ambas estaban muy ocupadas, parecía que había un solo tema que dominaba sus conversaciones.

– ¿Todavía sientes el impacto del choque? -preguntó Nadine, cuando se tomaron cinco minutos para tomar una taza de té, en la tarde.

– Son tantas cosas que tengo que absorber -suspiró Kelsa-. Todavía me parece increíble… Desde luego, me agradaba mucho el señor Hetherington.

– Uno no podía trabajar todos los días con él y no apreciarlo -convino Nadine, comprensivamente.

– Pero hasta hace seis semanas, yo nunca lo había conocido. Sólo porque él recordó mi nombre, me incluyó en el grupo que tú entrevistaste cuando… -algo en la expresión de Nadine hizo que Kelsa se interrumpiera-. ¿Acaso dije algo malo?

– Pues… tal vez no debiera decirte esto -repuso Nadine pensativamente-; pero, de hecho, tú fuiste la única que entrevisté.

– Yo… -Kelsa no le veía ni pies ni cabeza al asunto. Aunque sólo se trataba de ser la asistente de la secretaria particular, era un empleo muy apreciado y muy confidencial-. No lo entiendo -tuvo que confesar.

– Tampoco lo entendía yo; pero el señor Hetherington nunca hacía nada sin un motivo, así que cuando me dijo tu nombre y que te entrevistara, pero que… pasaras la prueba o no, que te contratara yo, pues…

– ¿Qué? -exclamó Kelsa, traumatizada nuevamente, y empezó a preguntarse hasta cuándo terminaría de recibir esos impactos, desde que murió su patrón.

– No te preocupes -la tranquilizó Nadine-; has demostrado tu valía desde que trabajas conmigo.

Pero Kelsa sí estaba preocupada y lo único que se le ocurrió decir fue:

– Tú sabes que no había nada… nada… entre el señor Hetherington y yo… ¡Que no tenía una aventura amorosa con él!

– Conociéndote a ti y conociéndolo a él, estoy segura de que no había nada entre ustedes -le aseguró Nadine.

– Quisiera que Lyle Hetherington fuera tan fácil de convencer -suspiró Kelsa.

– ¿Él piensa…? ¡Oh, Dios mío! -exclamó Nadine, pero después de un instante, agregó-: Bueno, no puedes esperar… -titubeó y luego continuó-: Para ser justos, Kelsa, él ha recibido un choque tremendo -y mientras Kelsa se abstuvo de contarle que él la había acusado de tener relaciones amorosas con su padre antes que éste muriera y que se leyera el testamento, Nadine prosiguió-: El que tú hayas heredado en esa forma, puede perjudicar seriamente sus planes futuros.

– ¿Cómo? -exclamó Kelsa.

– Fácil. Aunque él tenía sus propias acciones antes que su padre le dejara la mitad de sus valores, eso todavía no le da el control mayoritario de la compañía, que él necesita.

– ¿Y si su padre le hubiera dejado todo a él, tendría el cincuenta y uno por ciento de los valores? -preguntó Kelsa, sin saber mucho de cómo funcionaban esas cosas, pero suponiendo que eso sería lo que él necesitaría.

– Probablemente más -conjeturó Nadine-. Aunque no conozco los detalles de los planes de diversificación de Lyle, diría yo que él necesita mucho dinero para llevarlos a cabo. Ahora que ha perdido la fuerza del voto de su padre, creo que tú, Kelsa, tienes el poder de bloquearlo.

– ¡Santo cielo! -exclamó Kelsa y se fue a su casa esa noche, con muchas cosas en qué pensar.

Nuevamente, no partió hacia Drifton Edge y para el lunes, tuvo que reconocer que, aunque había aprendido mucho en su trabajo, todavía era una novata en cuestión de grandes negocios. El correo del sábado le trajo un grueso sobre de Burton y Bowett abogados, con una carta de Brian Rawlings describiendo detalladamente toda una lista de sus bienes, finanzas y valores, con la seguridad de que cualquier problema o duda que tuviera no vacilara en comunicarse con él.

¿Dudas? ¡Le tomaría un año analizar todo!

Después de una hora de examinarla, dejó la carta a un lado y salió a caminar un poco para despejar la mente.

Mientras caminaba y pensaba en todo el tiempo que necesitaría para entender sus nuevas finanzas, se le ocurrió que probablemente a los señores Burton y Bowett también les tomaría como un año terminar su parte del asunto. Con los impuestos a la sucesión y los impuestos sobre utilidades del capital de los que ella había oído hablar, empezó a pensar que en Burton y Bowett tendrían demasiado trabajo.

Por primera vez en mucho tiempo, Kelsa se sintió un poco más relajada y entonces pudo llegar a la conclusión de que, si era probable que pasara todo un año antes que sucediera algo, ella podía tomarse su tiempo para llegar a una decisión.

Le tomó un buen rato asimilar la impresión que había recibido, y cuando empezaba a recuperarse, su primera reacción fue decirle a los abogados que ella no quería el dinero o las acciones o lo que fuera. Pero Nadine aseguró que el señor Hetherington nunca hacía nada, sin un motivo y desde entonces, esas palabras le daban vueltas en la cabeza.

Supuso que por el impacto emocional que recibió, no se había preguntado el porqué, antes. Porque ahora eso obsesionaba a Kelsa y sabía que no estaña tranquila hasta que lo supiera. Lo único que se le ocurría era que se llevaban muy bien los dos, que habían compartido la misma empatía y que el señor Hetherington, probablemente sentía por ella el mismo afecto que ella sentía por él.

Lo cual, pensó mientras conducía a la oficina, de ninguna manera era motivo para que él le dejara la mitad de su fortuna… Kelsa todavía seguía intrigada cuando Nadine entró a la oficina.

– No me dijiste que el señor Hetherington se había acordado de en su testamento -mencionó Nadine complacida, después de saludar.

– Lo siento -se disculpó Kelsa-. No estaba captando las cosas. ¿También recibiste una carta el sábado?

– Sí; notificándome el legado del señor Hetherington. Todavía no tengo el dinero, desde luego -sonrió-, ni lo tendré en mucho tiempo -agregó, de acuerdo con la idea de Kelsa-; pero es agradable saber que se acordó de mí.

Ambas se pusieron a trabajar, y media hora más tarde, se abrió la puerta y entró Lyle Hetherington; su sombría expresión le indicó a Kelsa que él también había recibido la notificación el sábado. El corazón de la joven se aceleró inmediatamente cuando, con un saludo a Nadine, él se volvió hacia ella y le dijo con brusquedad:

– ¡Tengo que hablar con usted!

Nadine, diplomáticamente, se levantó y los dejó solos, lo cuál desconcertó a Kelsa por un momento; pero aunque él la perturbaba y estaba confundida por la herencia que le dejó su padre, no por eso iba a permitir que la humillaran.

– ¡Pues dispare de una vez! -dijo con frialdad y vio que a él no le gustó mucho su tono de voz.

– ¡No aquí! -gruñó él con impaciencia-. No podemos hablar aquí. La veré esta noche para cenar, a las siete…

– Sucede que sí estoy libre esta noche -interrumpió ella, controlando la asombrosa sensación agitada que la invadió… como si estuviera atraída por él y le gustara la invitación a cenar. ¡Qué cosa!-. Lo que sea que quiera usted discutir conmigo, preferiría no echar a perder mi digestión -la sorprendió qué él se quedara todavía parado, sin estrangularla… aunque, por la forma en que Lyle cerró los puños a los lados del cuerpo, como si luchara por controlarse, Kelsa supuso que él estaba muy cerca de hacerte-. Si quiere ir a mi apartamento por unos cinco minutos, cuando se desocupe aquí esta bien conmigo -ofreció.

La respuesta de él fue salir dando un portazo. “¡Vaya qué genio!”, pensó ella y luego se dio cuenta de que temblaba como una hoja al viento, por ese encuentro. ¡Con un demonio! ¿Por qué lo había invitado a su apartamento?

Sin embargo, se calmó unos minutos después, advirtiendo que, no queriendo él discutir nada en la oficina y ella prefiriendo no salir a cenar con él, a menos que tuvieran una “charla” en la calle, no le quedaba otra opción que su apartamento. Puesto que probablemente él no sería más amable con ella de lo que había sido, no quiso agradecerle que la invitara a charlar durante la cena… como si considerara que un restaurante sería terreno neutral.

“¡Al diablo con él!”, pensó, furiosa, pues algo en Lyle la corroía. Nunca estuvo más complacida de ver a Nadine, cuando ésta entró.

– ¿Está el terreno despejado? -preguntó.

– Sí. Él quiere hablar conmigo… pero no aquí -reveló Kelsa-. Le sugerí mi apartamento.

– No se necesita mucho para adivinar el tema que se va a tratar -comentó Nadine y se concentró en el trabajo que había interrumpido.

Poco después llegó el señor Ford y entró a la otra oficina; pero él no era el señor Hetherington y cuando Nadine salió, después de haber estado encerrada con él unos quince minutos, dejó la puerta entreabierta y Kelsa lo vio sentado detrás del escritorio del señor Hetherington. Sintió que se sofocaba.

Con todo, estaba contenta de estar ocupada, pues eso le daba poco tiempo para pensar en la visita de Lyle Hetherington esa noche. No es que él hubiera aceptado su improvisada invitación, pero Kelsa sabía que estaría ahí. Como comentó la señora Hetherington, él había trabajado muy duro para ese negocio y eso significaba mucho para él.

Cuando Kelsa llegó a su apartamento esa noche, se apartó de su rutina usual. Primero se dio una ducha, luego se aplicó la pequeña cantidad de maquillaje que usaba y, aunque se reprendía por ser tan tonta… ¡Como si él lo notara! ¡Como si a ella le importara!… se cepilló muy bien el largo y rubio cabello. Desechó el usual pantalón de mezclilla que usaba, para ponerse uno elegante y una blusa de seda.

Su estómago estaba tan retorcido, que no quiso prepararse nada para cenar, así que se entretuvo pensando en la hora en que él podría llegar. La única vez que había ido a su apartamento, fue como a las ocho y media, recordó Kelsa. Por otro lado, Lyle iba a sugerir que salieran a cenar como a las siete y media… Entonces, ¿a qué hora vendría él?

Kelsa estaba lista a las siete y deseaba haber sugerido una hora específica, en vez de “cuando se desocupe”. Si hubiera estado tan calmada por dentro como trataba de parecer, pudo haber sugerido cierta hora.

Sus pensamientos se ofuscaron por un momento al recordar la vez anterior que Lyle la visitó… y cómo la hizo perder la cabeza con sus besos. ¿Dónde estuvo entonces su estricta educación familiar? Tragó en seco ante el recuerdo… Nunca se imaginó que podría reaccionar de esa manera ante un hombre; que podría desear a un hombre como deseó a Lyle en ese momento.

Estaba sentada tomando a sorbos una taza de café, cuando de pronto se le ocurrió que tal vez por esa educación moral, no le parecía correcto desistir de la herencia del señor Hetherington sin antes saber por qué él lo había hecho.

Una vez más, le daba vueltas en la cabeza el “porqué”, sin más éxito que antes, cuando sonó el timbre de la puerta y, aunque ella lo esperaba, saltó del susto. Tratando de calmarse, caminó hacia la puerta, pero necesitó un par de segundos más para respirar profundamente, antes de abrirla.

Supuso que era natural, bajo esas circunstancias, que los latidos de su corazón se acelerarán al ver al hombre alto, bien vestido, que estaba parado frente a ella. Puesto que estaba segura de que él no iba a perder el tiempo en saludos, ella tampoco lo saludó.

– Pase -lo invitó y, tratando de siquiera empezar la reunión con cortesía, preguntó-: ¿Le puedo ofrecer un café?

La respuesta inicial fue quedarse mirando fríamente los bellos ojos azules; pero después de unos segundos, él contestó secamente:

– Mientras más pronto exponga el asunto, más rápido podré irme a mi casa.

Con esa respuesta, y al percibir la sugerencia de que él no podía soportar estar en su compañía, Kelsa supuso que le hablaría a ella, no con ella.

– Si va a ser breve, podemos quedarnos parados -encontró bastante valor para decir.

– Entraré después de usted -espetó él y esperó a que ella se sentara en el único sillón que había; luego se sentó en el sofá-. Supongo que ya recibió la notificación del contenido del testamento de mi padre -empezó sin ningún preámbulo.

– Sí; recibí el sábado una carta detallando todo -convino ella-. Todo lo que me concierne a mí -agregó; luego confesó-: Todo parece muy complicado y no puedo empezar a comprender… -se interrumpió al ver, por la expresión del semblante de él, que no tenía ninguna duda de que, si ella hubiera encontrado algo muy complicado en su nueva riqueza, habría corrido de inmediato a ver a los abogados; pero como ella estaba en su escritorio, desde temprano en la mañana cuando él entró, Kelsa supuso que eso era todo lo que necesitaba para creer que ella había comprendido todo perfectamente bien-. El caso es que -dijo con sequedad, alzando la barbilla ante ese cínico monstruo-, yo puedo manejar mis problemas. ¿Cuál es el suyo?

El entrecerrar de ojos ante el tono insolente de Kelsa, mostró que ella tampoco era persona muy grata para él. Bueno, ya estaba cansada de esa actitud, de todos modos.

– Usted no es tonta, señorita Stevens -dijo él bruscamente-. Mi problema es obvio -Kelsa percibió que Lyle miraba la larga y esbelta columna de su cuello y se preguntó si había sido lo bastante inteligente encerrándose con él en su apartamento… ¿Acaso todavía podía estrangularla? Sin duda, eso le daría una enorme satisfacción-. Pero -agregó él con tono cortante-, yo puedo arreglármelas, si… -un músculo saltó en su sien y Kelsa comprendió que lo que estaba a punto de decir se le atoraba en la garganta-; si usted suspende el fuego.

Ella no tenía idea de lo que Lyle hablaba, pero si él le pedía un favor… y ella creía que de eso se trataba… entonces tenía mucho que aprender acerca de pedir favores.

– ¿Suspender el fuego? -repitió-. Yo… ¿Puede ser más específico? -preguntó y recibió una de sus miradas fulminantes. Pero, como seguía sin entender lo que él quería decir, se quedó sentada en silencio, con la mirada en el hostil, pero bien parecido rostro. Él le lanzó una dura mirada y empezó a explicarse, conteniendo a duras penas el sarcasmo.

– No habrá estado trabajando con Nadine Anderson y con mi padre, sin tener una idea de que estoy trabajando en un amplio plan de expansión del negocio.

– Algo he oído acerca de eso -convino ella.

– Así que también sabrá, que necesito todo el respaldo que pueda recibir para esa empresa.

¿Acaso él le pedía que ella votara con sus acciones por su plan? ¿Acaso ella tenía el derecho a votar? No tenía la menor idea.

– ¿Y? -murmuró.

– Y -repuso él con aspereza y desagrado- puesto que, para el buen futuro de la compañía, es vital que consiga todo el financiamiento posible quedo muy presionado para obtener recursos adicionales.

– ¿Necesita… recursos adicionales? -preguntó Kelsa.

– ¡No se haga la tonta, señorita Stevens! -explotó él-. Bastante duro es para mí, tener que venir a pedirle que se contenga antes de succionar a la compañía, hasta que yo esté en una posición financiera en que pueda comprar sus…

– ¿Succionar a la compañía? -interrumpió ella y su expresión era tan genuinamente sobresaltada, que por primera vez Lyle Hetherington pareció darle un poco de crédito.

– Que venda alguno de los bienes que le dejó mi padre -explicó él y su mirada ya no era totalmente hostil, ni furiosa, sino con reflexión-. Si usted dispone de sus acciones antes que…

– ¡No sabía que podía hacerlo! -exclamó Kelsa con sorpresa.

– ¿No ha tratado de venderlas? -preguntó él con la mirada más calmada, pero con la rudeza habitual por si ella trataba de engañarlo.

Kelsa notó que su tono no era burlón, ni sarcástico y de pronto empezó a sentirse mejor y más animada.

– ¡Claro que no! -repuso francamente-. Nunca pensé que todo el papeleo involucrado en una herencia, tardara menos de un año. Y -se apresuró a decirle ahora que parecía dispuesto a creerle- ni en sueños tocaría yo un centavo de lo que me dejó el señor Hetherington. No…

– ¡Vamos! -exclamó él, furioso. Obviamente, su confianza en lo que ella tuviera que decir duró muy poco-. Que…

De pronto, ambos estuvieron de pie, Kelsa tan furiosa como él, cuando lo interrumpió:

– ¡A ver si se calla y me deja terminar!

– Usted tiene la palabra… Yo ya me voy -sentenció él y ya estaba en camino a la puerta cuando Kelsa, frustrada a lo máximo, lo siguió.

¡Me va a escuchar!-gritó, con los ojos llameantes de ira y, habiendo perdido la paciencia, lo asió de un brazo.

Lyle Hetherington se detuvo y se volvió, con una mirada furiosa, clavándola en los chispeantes ojos azules de Kelsa. En seguida, su mirada bajó a la mano que detenía su brazo y, al instante, ella quitó la mano. Luego, fijando la mirada en el ruboroso e iracundo rostro, expresó con tono cortante:

– Estoy escuchando.

– Pues termine de escucharme -replicó ella y de inmediato empezó su explicación-: Soy buena en mi trabajo porque lo conozco y, en el poco tiempo que he trabajado con Nadine, he aprendido mucho. Pero no conozco el trabajo de usted, y no lo comprendo, así como no comprendo otros trabajos para los que no he sido capacitada. Así que, aunque como dijo usted, no soy tonta, como no he tenido nada que ver con acciones y valores, ni bienes de los que me dejó su padre, sé muy poco acerca de eso -se detuvo a tomar aire.

– ¿Es eso todo? -gruñó él.

– ¡Todavía no termino! -exigió Kelsa-. Cuando dije que ni en sueños tocaría yo un centavo de esa herencia, lo dije en serio, porque -continuó con firmeza-, porque yo tampoco entiendo por qué me dejó algo a mí.

– ¿Acaso quiere que se lo dibuje yo? -soltó él con tono punzante, antes que ella recobrara el aliento.

¡Acabe de escucharme! -gritó ella, a punto de darle un puñetazo. Él se encogió de hombros y Kelsa continuó, mientras él todavía estaba ahí-: Hasta que no sepa yo por qué, no voy a tocar lo que el señor Hetherington me dejó.

Él no le creía, eso lo podía ver Kelsa; se notaba en su postura tensa e incrédula.

– ¿Ya es todo? ¿Ha terminado?

– Sí; ya terminé -repuso ella, habiéndola abandonado de pronto su ira.

– ¿Y todavía insiste en llamar a mi padre “señor Hetherington”?

– Así lo llamaba siempre en la oficina.

– Y fuera de ella…

Kelsa aspiró profundamente para calmarse. O era eso o era pegarle al incrédulo cerdo.

– Fueron muy pocas las veces en que estuve fuera de la oficina con su padre, pero en esas pocas ocasiones, siempre fue el señor Hetherington para mí.

– ¿Sigue sosteniendo que no había algo entre ustedes, más que negocios? -preguntó él con rudeza.

– No; no es eso lo que digo -replicó ella y retrocedió un paso al ver la mirada iracunda que él le lanzó, ante lo que parecía ser una confesión-. Y antes que se vuelva furioso y acusador -se apresuró a añadir-, su padre era un hombre maravilloso para trabajar con él, siempre amable y cortés, tanto así, que no creo que haya nadie que no se haya encariñado con él.

– Así que… estaba encariñada con él -dijo él, tenso.

– Sí; nos llevábamos bien. Tal vez él era así con todos… no lo sé; pero -se sintió ridícula al decirlo, pero le enseñaron a decir la verdad ante todo y tuvo que seguir-: yo sentía que había entre él y yo una corriente afectiva.

– ¡Qué tierna! -interrumpió él con acidez y Kelsa sintió comezón en la mano derecha.

– ¡Pues sí era tierna la relación! -explotó ella-. Me llevaba muy bien con su padre.

– ¡Vaya que se llevaba bien!

– ¡Él me apreciaba! -ella ignoró la ironía y prosiguió antes que él pudiera lanzarle otro comentario mordaz-. Y debe de haberme apreciado mucho para dejarme toda esa fortuna. Pero… -de pronto, su ira se desvaneció nuevamente- le juro que nunca hubo algo más que eso entre nosotros -declaró sinceramente.

– ¿Me va a decir que mi padre nunca visitó este apartamento? -preguntó él, cuando sabía muy bien que sí lo había hecho.

– Sólo una vez, cuando me trajo a casa y luego recordó…

– Que tenía que hacer una llamada telefónica -interrumpió él fríamente.

¡Así fue! -protestó ella-. Mi coche tiene la costumbre de descomponerse y esa noche…

– Tampoco cenó con él, ¿verdad? -volvió a interrumpir él con aspereza.

– Obviamente se refiere a aquella noche, hace un par de semanas. Esa noche que nos vio usted… -Lyle estuvo ahí con una hermosa morena del brazo, recordó Kelsa y, curiosamente, sintió un piquete que, en otras circunstancias, habría parecido de celos. ¡Qué tontería!-. Habíamos trabajado tarde esa noche, los tres…

– ¿Los tres?

– Nadine Anderson estaba ahí, también -explicó Kelsa-. Nadine se comprometió hace poco y supongo que todavía no está acostumbrada a usar un anillo en el dedo. El caso es que regresó al tocador, para recoger el que había olvidado ahí al lavarse las manos… -de pronto, Kelsa se detuvo abruptamente-. ¡Oh! ¡Qué caso tiene! -suspiró con desaliento y, volviéndole la espalda a Lyle, caminó hacia el centro de la habitación. Ya no aguantaba más. Había tratado de explicarle, pero él no quería saber nada.

Sin embargo, inesperadamente, cuando estaba segura de que el próximo sonido que oiría sería el portazo de él al salir, lo que oyó fueron sus pasos al acercarse a ella.

– Parece estar harta de todo -comentó él y su voz no se oía iracunda, ni glacial.

– Eso es subestimar la realidad -replicó ella sin volverse.

– ¿Y no tiene otros “amiguitos?” -preguntó él y Kelsa se volvió.

– ¡Oiga! -replicó ella-. Por última vez, su padre nunca fue un “amiguito” mío en ese sentido -iba a volverle la espalda de nuevo, cuando recordó nuevamente a la acompañante morena de Lyle del restaurante y le pareció cuestión de honor contestarle-: Claro que tengo otros amigos… no soy una monja.

– ¡Pero es una virgen! -le lanzó él vivamente.

Kelsa suspiró. Jamás ganaría con él.

– Y no muy inteligente -repuso, de pronto cansada de tener que defenderse ante ese hombre-. He estado dándole vueltas y vueltas en la cabeza, al porqué su padre me dejó la mitad de su fortuna -se detuvo y luego lo retó-: Dicen que dos cabezas funcionan mejor que una… ¿Por qué usted no trata de solucionarlo?

– ¿Quiere decir, si tomo todo lo que me ha dicho, como una verdad indisputable?

– Categóricamente, me niego a repetir -explotó ella- que nunca fui la amante de su padre.

– Pues acaba de hacerlo -replicó Lyle y, después de dirigirle una larga mirada, caminó hacia la puerta y, desde ahí, para asombro de Kelsa, comentó en voz baja-: Veré qué puedo hacer -y se fue.

Unas horas más tarde, Kelsa se fue a dormir, tratando de registrar el hecho de que, por el último comentario de Lyle Hetherington, parecía que finalmente estaba dispuesto a creerle. Con una sonrisa en los labios, cerró los ojos.

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