Capítulo 2

Pensamientos sobre Lyle Hetherington, la mayoría de ellos furiosos, persiguieron a Kelsa durante casi toda la noche. ¡Su ascenso de la banca de las mecanógrafas! ¡Ese canalla arrogante, insolente! Y banca de las mecanógrafas o no, ¿cómo se atrevía a insinuar que ella había obtenido su ascenso gracias a su cuerpo?

Su furia se aplacó un poco cuando su sentido común le indicó que, con toda honestidad, ella no podía asegurar que obtuvo su promoción al puesto más alto, gracias a sus propios esfuerzos. En tan poco tiempo, no podía dejar ninguna huella, ¿o sí? Y era justo pensar que había muy pocas oportunidades de mostrar todas sus habilidades en la sección de transportes, lo cual la hizo reconocer que, de no haber sido por el tropezón que se dio aquel día el señor Garwood Hetherington, nunca habría ella estado entre las personas entrevistadas para el puesto, ni hubiera obtenido el ascenso que tuvo.

Desde luego, eso estaba a kilómetros de distancia de algo tan sórdido como lo que Lyle Hetherington se atrevió a sugerir. Ella estaba muy encariñada con su padre, pero no había nada de malo en eso. Él también la apreciaba, eso era obvio, pero hasta ahí llegaba la cosa. ¡Con un demonio! ¿Por qué tenía que defender lo que hasta ahora no había necesitado ninguna defensa?

Kelsa se levantó, se vistió, desayunó algo y luego se fue en su coche al trabajo, continuando su enojo por los injuriosos comentarios de Lyle Hetherington. Aunque admitía que tomó un atajo hacia su ascenso, sabía que se había desempeñado muy bien en su nuevo puesto y estaba demostrando que lo merecía.

Entró al edificio de Hetherington pensando que, aunque era cierto que Nadine no se mostró muy exigente en su entrevista para el puesto, se lo ofrecieron a Kelsa por merecimientos propios.

Habiendo establecido eso con satisfacción en su mente, entró a su oficina con el temor de que Garwood Hetherington hubiera tenido aquella discusión de “índole personal”, y que su hijo lo acusara de la misma forma que la acusó a ella. Sabía que se encogería de vergüenza, si su jefe se sintiera tan mal por el hecho de tener que pedir disculpas, a causa de las actitudes de su hijo.

Pero era evidente para Kelsa, fuera cual fuera la discusión entre ellos, que Lyle no le dijo ni una palabra de sus sospechas, pues su jefe la saludó como siempre y parecía estar muy contento, sin rastros de sentirse avergonzado.

– Buenos días, señor Hetherington -saludó Kelsa con una sonrisa de alivio y se puso a trabajar, con la cabeza atormentada con un problema que, para su consuelo, su jefe ignoraba por completo.

¿Por qué, se preguntó, Lyle Hetherington no abordaría a su padre sobre el asunto? Eso no eliminaba las evidencias que Carlyle creía tener: su rápido ascenso, el tener la mano de su padre entre las de ella, y que también hubiera entrado a su apartamento y que él siguiera creyendo que entre ellos existiera una aventura amorosa.

Kelsa se sintió tan asqueada, que estuvo a punto de entrar a la oficina de Garwood Hetherington, para contarle todo lo que había sucedido después que él se había marchado del edificio la tarde anterior. Pero no podía hacerlo; ¿Cómo iba a poder? El señor Hetherington tenía una altísima opinión de su hijo… Eso no iba a cambiar por cualquier cosa que dijera ella, y Kelsa no quería provocar ningún conflicto entre ellos, por mínimo que fuera. Las relaciones con su jefe eran fantásticas; pero si se lo decía, él advertiría que ella se sentía desconcertada y él también se sentiría igual, lo cual causaría una tensión entre ellos y toda la tranquilidad y también la corriente afectiva desaparecerían.

Kelsa se fue a su casa esa noche, después de esperar toda la tarde a que entrara Lyle Hetherington para confrontarla con su padre. Durmió un poco mejor esa noche, y cuando fue a su trabajo por la mañana, le dio mucho gusto que Nadine estuviera de regreso.

– ¿Has estado ocupada? -preguntó Nadine.

– ¡Estás bromeando! -se rió Kelsa. El movimiento dé trabajo en su oficina era tremendo.

– ¿Ha habido algún problema?

Kelsa se sintió tentada a confiar en Nadine, pero tampoco se animó a hacer eso.

– Nada que no pudiera yo manejar -respondió y se quedó pensando si habría podido manejar su encuentro con Lyle Hetherington de mejor forma.

El día pasó atareadamente y, aunque Kelsa seguía tensa pensando que él podría entrar en cualquier momento a la oficina para ventilar sus acusaciones, fue por medio de Nadine que se enteró de que podía relajarse al respecto.

Era media tarde; Garwood Hetherington salió a una reunión, y las dos se tomaron un breve descanso con una taza de té, cuando Nadine le preguntó a Kelsa si ya había visto a Lyle Hetherington.

– Sí; entró el martes a discutir algo con su padre -contestó Kelsa con precaución.

– ¿Y?

– ¿Y? -repitió Kelsa y Nadine se rió.

– Si no estás impresionada, serías la única mujer de este edificio que no lo está.

– ¿Impresionada?

– Anda, reconócelo. Él lo tiene todo, ¿no?

– Bueno, de que es bien parecido, no hay quien lo niegue.

– Y ninguno más que nuestro Lyle -sonrió Nadine-. No que salga con alguna de las empleadas de acá… Él mantiene su vida personal separada de los negocios.

– Entonces, no hay esperanzas para mí; ni modo -bromeó Kelsa, pensando que preferiría romperse una pierna, a salir con él… en el caso de que la llegara a invitar, lo cual sería imposible.

– Ni para ninguna de las chicas locales, por el momento -dijo Nadine y, ante la mirada interrogativa de Kelsa, aclaró-: Según Ottilie, él estará en Dundee el resto de esta semana.

– Ah -murmuró Kelsa y sintió cómo se relajaba-. Viaja mucho, ¿verdad? -comentó, consciente de que Ottilie Miller era la secretaria particular del director general-. ¿Y cuándo regresa? ¿Lo dijo Ottilie?

– Para alguien que no está interesado… -bromeó Nadine, pero le informó-: Creo que el lunes, porque supongo que, como es normal cuando se dedica a algún negocio, trabaja todo el fin de semana.

Para demostrar que no estaba interesada más allá de eso, Kelsa se levantó y recogió las tazas de té con un comentario ocioso:

– Parece ser un hombre muy ocupado.

Su propio fin de semana fue menos productivo. Se fue en su coche a Drifton Edge, pero estaba tan intranquila que regresó el domingo en la mañana, en lugar de en la tarde como acostumbraba. Aunque ya no estaba tan nerviosa como antes, todavía se sentía perturbada por la interpretación que Lyle Hetherington dio a los inocentes sucesos de que fue testigo.

Estaba furioso, recordó Kelsa, y esa furia se debía obviamente a la idea que tenía, de que su padre engañaba a su madre. Pero al notar que su jefe seguía siendo el mismo hombre encantador, Kelsa estaba segura de que su hijo no le había llamado por teléfono desde Escocia, para exponerle lo que él creía que había entre su padre y la asistente de su secretaria particular.

Pero Kelsa empezó a sentirse iracunda de nuevo, cuando se disponía a descansar el domingo por la noche, de sólo pensar en el descaro del hombre. ¡Cómo se atrevía!. Nuevamente sintió deseos de contárselo a su padre, pero de nuevo supo que no podía hacerlo. De repente recordó la advertencia de Lyle Hetherington, de que no le duraría su empleo mucho tiempo, pero no se imaginaba cómo podía lograrlo. No sin decirle a su padre el porqué, puesto que ella trabajaba para él, en cuyo caso, lo pondría en su lugar, diciéndole la verdad de las cosas. Lo único que esperaba era que, al ver lo absolutamente equivocado que estaba, Lyle Hetherington tuviera la decencia de pedirle una disculpa.

Tenían tanto trabajo en la oficina el lunes, que al mediodía, Nadine miró a Kelsa y le comentó:

– Me pregunto si podríamos tener otra asistente.

– ¿Y dónde la pondríamos?-se rió Kelsa.

– Tienes razón -sonrió Nadine y volvió a su trabajo.

Tuvieron un leve respiro cuando Garwood Hetherington se fue a su habitual reunión de los lunes en la tarde; pero cuando regresó, descubrieron que él estaba de humor para seguir trabajando.

– ¿Alguien está interesada en trabajar un poco de horas extra? -preguntó alegremente.

Era tan buen jefe, que tanto Nadine como Kelsa harían cualquier cosa por él.

– Claro que sí -contestaron a coro, y todavía seguían trabajando a las siete y media.

Poco después, entró el patrón y se quedó parado observándolas.

– ¡A cenar! -anunció-. ¿Quién está dispuesta a cenar?

Él ya las había llevado a cenar una vez en que trabajaron más tarde y Kelsa no vio nada malo en eso; pero ahora estaba demasiado afectada por las insinuaciones de su hijo y esta vez, prefirió esperar a que Nadine asintiera, antes de reconocer que estaba muerta de hambre.

– ¡Nada más vean con qué velocidad me pongo el abrigo! -aceptó Nadine y con la prisa de llegar a un restaurante, abordaron el coche de Garwood Hetherington sin lavarse las manos o peinarse, quedando en que él las llevaría de regreso al estacionamiento, para recoger sus coches, después de cenar.

Obviamente, una vez que llegaron al elegante restaurante, Kelsa y Nadine se dirigieron al tocador de damas.

– Y ahora, ¿qué gustan comer? -preguntó su anfitrión cuando estuvieron de regreso en la mesa; pero en ese momento exclamó Nadine:

– ¡Mi anillo! ¡Mi anillo de compromiso! -y, por primera vez desde que Kelsa la conocía, parecía nerviosa al disculparse y correr hacia el tocador.

– Entonces -se rió Garwood Hetherington-, ¿qué va a cenar usted, querida?

Kelsa apartó los ojos del menú y miró el rostro de su jefe, lleno de buen humor, y tuvo que reírse también… Era un hombre tan encantador; sin embargo, cuando él bajó la vista para concentrarse en el menú, la mirada de Kelsa voló a la entrada del comedor. Entonces, se quedó helada de horror. Esperaba ver a Nadine caminando de regreso a la mesa, pero ¡al que vio fue a Lyle Hetherington! Y él, desde luego, la vio a ella también.

A Kelsa se le revolvió el estómago al notar su paso furioso hacia ellos, como si ahí mismo, enfrente de toda la clientela del restaurante, estuviera dispuesto a gritarles sus verdades. Desesperadamente, rezó para que regresara Nadine, porque era obvio que Lyle Hetherington pensaba que estaba cenando sólo con su padre; pero, desde luego, Nadine no apareció.

De pronto, Lyle Hetherington pareció recordar que estaba acompañado, ya que con un control que ella apenas podía creer, se dio la vuelta rápidamente. Y, mientras Kelsa se quedaba con la boca abierta, él empezó a escoltar a su hermosísima acompañante morena, hacia la salida.

Todo sucedió tan rápido, que Kelsa apenas podía digerirlo. Miró a Garwood Hetherington, pero él seguía ensimismado en el menú y no se había dado cuenta de que su hijo, furioso, había estado ahí y se había ido en el transcurso de un minuto.

Era obvio para Kelsa que, rápido en sus decisiones, Lyle Hetherington cambió de opinión acerca de tener un pleito con su padre en el restaurante.

Estaba todavía alterada cuando regresó Nadine, con una sonrisa en el rostro que indicaba que todo estaba bien.

– ¿Lo encontraste?

– Estaba en el mismo sitio donde lo dejé -repuso Nadine y, al ordenar la cena, Kelsa no estaba sorprendida de que, aunque diez minutos antes se estaba muriendo de hambre, ahora ya no tenía apetito.

Sin querer causar perturbaciones, hizo lo posible por comer, pero estaba segura de que al día siguiente, sin ninguna duda, Lyle Hetherington vendría furioso a la oficina de su padre, para tener una confrontación decisiva.

– ¿Lista? -preguntó Nadine.

– Sí -sonrió Kelsa, vagamente consciente de que su jefe y su secretaria particular estuvieron discutiendo los planes de su hijo. Garwood Hetherington, con admiración por su hijo en cada palabra, respaldaba su punto de vista de que, a pesar de la oposición que recibía de otros miembros, Lyle seguramente conseguiría el apoyo que requería para sus proyectos.

Era obvio, advirtió Kelsa mientras estaba con Nadine en el coche de su jefe, de regreso al estacionamiento de la compañía, que el señor Hetherington, siendo accionista mayoritario, pondría todo el peso del voto del presidente detrás de su hijo, si lo llegara a necesitar.

Pero cuando salieron del coche, en el estacionamiento, Kelsa estaba segura de que al día siguiente, cuando él oyera lo que su hijo le iba a reclamar, tal vez ya no lo admiraría tanto.

Se sintió tentada, a pesar de la turbación que le causaría a ella, a darle una indicación a su jefe, pero Nadine estaba ahí y todos acabarían incómodos; además, al estar parados bajo la luz de un farol, Kelsa advirtió de pronto lo cansado que se veía el señor Hetherington, y decidió dejarlo en paz por ahora. Mañana sería otro día.

– Fue una cena deliciosa y encantadora, muchas gracias -se despidió con una sonrisa antes de dirigirse a su coche.

– Muchas gracias a ustedes -replicó él y luego confesó, con gracia y sentido del humor-: Mi mujer se fue el sábado a un crucero de invierno y no veía yo la razón para cenar solo.

Kelsa se fue en su coche, con amables pensamientos sobre su patrón, al reconocer nuevamente lo encantador y gentil que era. Hasta había una sonrisa en sus labios al pensar en su frase de despedida.

Pero no había ninguna sonrisa en su rostro al día siguiente, cuando conducía hacia su trabajo. Ahora sí, Lyle Hetherington se presentaría en la oficina de su padre para acusarlo Y aún más, puesto que Garwood Hetherington solía llegar a la oficina antes que ella o Nadine y el hijo también, lo más probable era que ya hubiera ocurrido la confrontación.

Odiando toda clase de problemas, especialmente cuando ella se encontraba en el centro de ellos, entró a la oficina con el estómago revuelto, para encontrarse con un jefe todo sonrisas.

– ¿Cómo está Kelsa hoy? -la saludó él.

– Como nunca -sonrió ella y como Nadine llegó detrás de ella, se volvió para saludarla.

Toda esa mañana estuvo con los nervios de punta, esperando que la puerta se abriera y entrara Lyle Hetherington; pero él no llegó y Kelsa, todavía ansiosa, deseó poder sacar de su pensamiento a ese hombre.

No tenía hambre a mediodía, pero se compró un emparedado y un café en la cafetería, mientras se le presentaba otra nueva preocupación en la mente. ¿Acaso había otras personas que veían su rápido ascenso de la misma forma que Lyle lo hacía?

¡Oh, cielos!, se inquietó, empujando el emparedado que ya no quería, ¿acaso eso pensaban? ¿Debería ella actuar de manera diferente con su jefe?; ¿pero por qué? Sólo actuaba de forma natural, como era ella. Y seguramente Nadine, que era bastante franca, ya le hubiera hecho algún comentario, en el caso de que notara algo desfavorable. Y de todos modos… Kelsa empezó a ponerse nerviosa… ¡el señor Hetherington era lo bastante viejo como para ser su padre! ¡Su abuelo, viéndolo bien!

De pronto, se enfadó más. ¿Por qué debía de actuar de modo diferente? Las leves bromas de Garwood Hetherington la divertían durante el día; entonces, ¿por qué no reírse cuando lo deseaba? Era un placer trabajar para él y… su malintencionado hijo podía irse al diablo, o a Australia lo más pronto posible. ¡Ojalá nunca hubiera salido de ahí!

Se le olvidó su enfado unos cinco minutos después, al caminar por uno de los corredores del edificio, ¿y a quién encontró viniendo hacia ella? ¡A Lyle Hetherington! Se veía alto, distinguido, inmaculadamente vestido y, mientras le daba un salto el corazón, Kelsa supo que él no se dignaría hablarle, lo cual le parecía muy bien.

Estaba casi frente a él, cuando, bastante enfadada, le dirigió una mirada dura. Pero casi se amilanó cuando, con una expresión arrogante y helada, los ojos gris acero atravesaron los de ella con tanta frialdad, que Kelsa comprendió que había elegido a la persona equivocada para ser su enemigo.

Lo único que pudo hacer, fue echar la cabeza hacia atrás y pasar junto a él rápidamente, como si no hubiera visto esa mirada que indicaba que no había terminado con ella, todavía.

Pero su enfado se había desvanecido y en cambio, se sentía bastante perturbada cuando regresó a la oficina. Se pasó toda la tarde esperando que entrara Lyle Hetherington y acabó tan tensa, que ya no le hubiera importado que él viniera y hablara con su padre. Lo único que podía pasar era que su padre lo convenciera de la verdad y todo habría terminado. Realmente, eso era ridículo, pensó.

Pero esa tarde no hubo señales de Lyle Hetherington; y cuando a las cuatro y media, su jefe se detuvo delante de su escritorio para decirle que, como había trabajado de más la noche anterior, podía irse a su casa, la obstinación de no escapar, además de la cantidad de trabajo, la hizo rechazar el ofrecimiento.

– No -respondió, y le dirigió a su jefe una sonrisa encantadora-, me gusta estar aquí.

Después de un instante de mirarla, él extendió una mano y le revolvió el cabello como a una niñita de dos años.

– Preciosa niña -comentó él y pareció estar feliz, pensó Kelsa, al regresar él a su oficina.

Ya en su apartamento, Kelsa continuaba con sus divagaciones, mientras lavaba algo de ropa, como a las ocho de esa noche. ¡Cómo le hubiera gustado que su abominable hijo hubiera visto que su padre la trataba como a una niña, entonces no tendría ninguna duda acerca de que no había absolutamente nada entre ellos.

Suspiró ante lo inevitable de que Lyle Hetherington ocupara su mente todo el tiempo. Parecía que se había alojado ahí permanentemente, desde el primer día que lo vio en la oficina de su jefe.

Se preguntó por qué él no habría entrado a la oficina de su padre ese día; y para cuando su ropa quedó exprimida y colgada en su tendedero de la cocina, recordó a una mujer con quien había trabajado en Coopers. El esposo de la mujer tenía una aventura amorosa extramarital y, cuando lo confrontó su esposa, el hombre, para desdicha de la mujer, en vez de abandonar a su amante y regresar a su hogar, hizo lo contrario y se fue a vivir con la otra mujer. ¿Sería ése el motivo de que, a pesar de la maligna mirada que le lanzó Lyle Hetherington, él no hacía nada al respecto? ¿Había él decidido, siendo mucho más mundano y experimentado que ella, que el mejor beneficio para su madre radicaba precisamente en que él no hiciera nada?

Kelsa se preparó una taza de café y se la llevó a la sala. Todavía seguía pensando en lo mismo, cuando sonó el timbre de la puerta. Al abrirla, casi no lo podía creer… pues no contento con ocupar su mente todo el tiempo, ahí, enfrente de ella, con expresión sombría e inflexible, estaba el mismo Lyle Hetherington.

Eso era algo en lo que Kelsa no había pensado: que él decidiría visitarla en su apartamento. Pero, aunque su corazón latía a tamborazos mientras él lentamente la escudriñaba de arriba abajo, Kelsa no estaba dispuesta a que el hombre la impresionara.

– Puesto que, obviamente, está usted aquí para verme, supongo que debo invitarlo a pasar -dijo con tono belicoso. Lo invitaría a pasar, pero de ninguna manera le diría que se sentara-. Espero que esto no tome mucho tiempo -agregó con insolencia, cuando, cerrando la puerta, él entró detrás de ella a su bien arreglada sala. Ese hombre le debía una gran disculpa y, de pronto, deseó esa disculpa más que ninguna otra cosa.

Pero no hubo ninguna disculpa, pues él casi no esperó a que ella se detuviera y se volviera para verlo, cuando le preguntó con tono maligno:

– ¿No ve a mi padre esta noche?

– Evidentemente, no ha visto a su padre para notificarle la ridícula versión que tiene usted de que él y yo tenemos una vulgar y barata aventura amorosa -explotó Kelsa, empezando a hervir de ira.

– Vulgar, sí; barata, lo dudo mucho -profirió él de modo insultante. Y, por primera vez en su vida, Kelsa comprendió a las mujeres que le daban una bofetada a un hombre. Aunque ella tenía más control sobre sí misma que eso, desde luego, pero eso no impedía que estuviera furiosa, especialmente, cuando él continuó-: Ridícula versión, ¿eh? -pero cuando ella abrió la boca para contestar, él la interrumpió-: ¿acaso niega que salió a cenar con mi padre anoche, que…?

– Estuvimos trabajando hasta tarde -interrumpió ella, pero no tuvo oportunidad de agregar que Nadine Anderson estuvo ahí también y que él la habría visto, si se hubiera esperado.

Sin dejarla agregar nada, él tronó:

– ¡Las mujeres como usted me dan asco!

– ¡Un momento!

– ¡Él es lo bastante viejo como para ser su abuelo!

– ¡Eso lo sé! -replicó ella, alzando la voz.

– Pero de todos modos no le importa, ¿verdad?

– ¡Claro que no me importa! -casi gritó ella-. No tiene por qué importarme. Sólo soy la asistente de su secretaria…

– Pues no se ganó ese puesto con su duro trabajo. Usted…

– Si se refiere a la forma en que obtuve mi ascenso -interrumpió ella acaloradamente-, sé que no parece muy… correcto; pero me encontré con su padre, un día, en el trabajo y una cosa llevó a otra y…

– ¡Vaya que si la llevó!

– Y -continuó ella, furiosa- él me preguntó mi nombre y como le pareció muy poco usual, lo recordó cuando Nadine Anderson mencionó que le caería bien tener una asistente -¡vaya; hasta que logró aclarar eso.

Sólo que Lyle Hetherington, con la mirada dura, no creía una sola palabra de lo que ella decía.

– Y, desde luego, él no la encuentra atractiva -se burló él.

– Yo…

– Y, desde luego, él nunca le ha demostrado ninguna señal de… digamos, ¿afecto?

– Yo… -Kelsa iba a decir que no, cuando recordó la forma afectuosa en que el señor Hetherington le había alborotado el cabello ese día. Pero no tuvo oportunidad de decir nada, porque Lyle Hetherington, al ver su titubeo, continuó el ataque.

– ¿Algo le detuvo su mentirosa lengua?

– ¡No! -protestó ella-. Creo que su padre me aprecia, pero…

– Vamos, señorita Stevens -se burló él-, de seguro lo sabe usted.

– Muy bien, entonces -se encendió ella, aunque vio por la forma en que él entrecerró los ojos, que él esperaba una confesión que estuviera de acuerdo con su tesis-. Claro que su padre me aprecia, como yo lo aprecio a él. Pero eso es lo normal, ¿no?

– Su idea de lo que es normal difiere mucho de la mía.

– ¡Oiga usted! -exclamó ella, ya hastiada-. Hasta usted, con su mente torcida, debe reconocer que nunca toleraría trabajar con una secretaria particular, o su asistente, que le fuera antipática o desagradable.

– Y a mi padre le agrada verla, ¿eh?

– Él… -empezó a decir ella, pero recordó que en esa misma habitación, su jefe al ver la foto de su madre, declaró que era hermosa y que Kelsa era exactamente como ella. También ese mismo día, comentó que era una niña preciosa. Pero vaciló demasiado, y en un instante, el duro hombre que estaba frente a ella volvió al ataque.

– ¡Conque mi mente torada! Cuando en este mismo apartamento estuvo agasajando a un hombre lo bastante viejo como para…

– Él sólo se quedó un momento para hacer una llamada telefónica que había olvidado -intentó ella aclarar, pero vio por la mirada despectiva de Lyle Hetherington, que no le creía. Ella nunca había experimentado un desprecio así, y se dio cuenta de que no sólo le dolía, sino que le provocaba náuseas-. ¡Si tiene algo más que agregar, hágalo por escrito! -explotó y con sus ojos azules llameando, lo rodeó para enseñarle la puerta; pero no llegó tan lejos, ya que él estiró la mano y la tomó de un brazo, atrayéndola de regreso hasta que estuvo frente a él-. ¿Y ahora qué? -exclamó ella, furiosa-; ¿para qué vino usted acá? -le gritó-. No está interesado en escuchar lo que…

– Olvídeme a mí -la interrumpió él- y vamos a hablar de lo que a usted le interesa.

– ¿A mí? -repitió ella, con el entrecejo fruncido al tratar de adivinar lo que significaban esas palabras.

Con los helados ojos grises fijos en ella, él la dejó estupefacta cuando dijo:

– Puesto que es obvio que lo que a usted le interesa, es el dinero de los Hetherington, estoy aquí para preguntarle, ¿cuánto?

Fue tan fuerte el impacto en Kelsa, que al principio no asimiló lo que él decía. Luego tartamudeó:

– ¿Cu… ánto? ¡Usted cree que voy tras el dinero de su padre!

– ¡Sin duda que así es! Y como mi dinero es tan bueno como el de mi padre, ¿cuánto me costará a mí?.

– ¿Costarle a usted? -jadeó ella, todavía con un poco de incredulidad de lo que él proponía.

– Sí; ¿cuánto por dejar en paz a mi padre? -confirmó él con arrogancia-. Dejarlo y… -eso fue todo lo que pudo decir. Una nube roja le nubló la visión a Kelsa y sin pensarlo, abofeteó ese arrogante rostro con todas sus fuerzas. Todavía se oía el eco del violento bofetón, cuando la reacción de él fue igualmente explosiva e inmediata-. ¡Vaya! Es usted… -rugió él, indignado. Era obvio que ninguna mujer lo había abofeteado antes y, al estirar él una mano y asirla de nuevo, Kelsa advirtió que no le permitiría salirse con la suya.

Demasiado tarde para alejarse de él, Kelsa seguía parada ahí, cuando, en vez de regresarle el golpe, él la atrajo hacia sí y, al instante, ella adivinó sus intenciones, al rodearla él con el otro brazo y empezar a resistirse ella.

– ¡No se atreva! -gritó, y se quedó sin aliento cuando él la abrazó con fuerza y su boca cayó sobre la de ella-. ¡No! -jadeó, cuando él apartó su boca; pero su liberación sólo duró un instante, pues él parecía resuelto a enseñarle una lección que nunca olvidaría y su boca cubrió la de ella nuevamente-. ¡Suélteme! -gritó ella con pánico cuando tuvo oportunidad, pero de nuevo los labios de él estuvieron sobre los de ella. Con valentía, lo pateó y lo golpeó, pero quedó aterrorizada cuando de pronto sintió las cálidas manos del hombre bajo su camisa. Ella se había quitado el sostén y cuando esos cálidos dedos capturaron sus hinchados senos, Kelsa explotó-. ¡Quíteme las manos de encima! -gritó y, con un sollozo de miedo, lo empujó con todas sus fuerzas. Sin embargo, el resultado fue que ambos perdieron el equilibrio y cayeron sobre el sofá.

Para suerte de ella, Lyle quitó las manos de sus senos para suavizar la caída, pero curiosamente, al estar ella acostada debajo de él en el sofá, sin aliento, mirándolo con los aterrorizados ojos azules, pareció que su miedo lo entendió él, pues la siguiente vez que la besó, sus labios fueron tiernos y gentiles.

Cerró los ojos y sintió que los besos se desviaban de su boca a su cuello, acariciándolo tiernamente, y de pronto, los pensamientos de Kelsa se dispararon, pues le estaba sucediendo algo que, en lugar de querer luchar contra él, quería recibirlo con gusto. Sin pensarlo en absoluto y actuando instintivamente, lo rodeó con sus brazos, y un suspiro de placer escapó de sus labios, cuando una vez más él tocó con sus labios los de ella.

– ¡Lyle! -jadeó ella y advirtió que nunca había conocido algo tan hermoso como ese beso que compartieron, tan intenso, que ella se aferró a él y obedeció su instinto de apretarse contra él-. ¡Ah, Lyle! -suspiró al sentir el movimiento de su cuerpo.

Cuando él apartó su boca de la de ella, Kelsa mantuvo los ojos cerrados y los labios entreabiertos, para invitarlo a seguir con más besos. De pronto, se dio cuenta de un sonido ahogado de él, al apartarse de ella. Abruptamente, Kelsa abrió los ojos.

Sobresaltada, advirtió que Lyle estaba sentado en el sofá, mirándola, pero no con la ternura y la gentileza que ella había sentido en sus labios, sino con toda la aversión y la agresividad que le había mostrado antes. Kelsa se sentó también.

– ¿Qué…? -jadeó con confusión.

Por toda respuesta, Lyle Hetherington se pasó el dorso de la mano por la boca en forma insultante. Luego se puso de pie y mirándola con arrogancia, le dijo con el tono más insolente y cortante que posiblemente tenía:

– Si cree que estoy interesado en las sobras de mi padre, está muy equivocada, queridita -se burló.

Kelsa se quedó con los ojos muy abiertos cuando él le volvió la espalda y salió.

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