CAPÍTULO 06

– Os veo más… fuerte. -Haroun ladeó la cabeza como estudiándola.

– ¿En serio? -Selene movió el alfil.

– Tenéis buen color. No entiendo como este horrible lugar puede sentaros tan bien.

El buen color se hizo más intenso.

– No me sienta bien. Lo odio.

– Yo también.

Levantó la mirada del tablero de ajedrez.

– ¿Han sido muy duras para ti estas últimas semanas?

– No especialmente. Sois amable conmigo, y lord Kadar me permite salir a montar con él todos los días. -Se mordió el labio de abajo-. Pero es un lugar maldito. Ojalá pudiéramos volver a Montdhu.

Pobre Haroun. ¿Por qué no había notado su preocupación y tampoco le brindó más comprensión?

Pregunta estúpida. No había estado al tanto de casi nada de lo que ocurría a su alrededor. Es como si durante el día estuviera envuelta en un capullo de seda, cosiendo, pasando el tiempo con Haroun y… esperando.

Esperando el momento en que Kadar la tomara de la mano para subir las escaleras de caracol.

Y la despojara de su vestido para entregarse en sus brazos.

Y él le mostrara otro camino hacia el placer.

– Lady Selene -urgió Haroun, mirándola perplejo.

Oh, Dios mío, seguro que se le notaba que se le estaban derritiendo las rodillas. Bajó la mirada precipitadamente hacia el tablero-. Os toca mover.

– Ya he movido.

– Ah, ya veo. -¿Qué diantre le ocurría? Tenía la sensación de ver y sentir todo a través de un velo.

Todo menos Kadar.


Kadar le tendió la mano.

– Deberíamos hablar -dijo ella.

– Más tarde. Está anocheciendo.

Crepúsculo. La torre. Placer.

Se levantó de manera instintiva.

El la cogió por la mano.

– Ven.

Estaba sonriendo, pero ella notaba la tensión en su cuerpo.

Era tan fuerte como la tensión que la atenazaba a ella. Los pechos se le hinchaban y empezaba el cosquilleo entre los muslos, aunque él solamente le hubiera tocado la mano. A veces incluso ocurría sin que llegara a tocarla. Con solo mirarlo se sentía inundada por una tormenta de sensualidad y expectación.

Eso no era bueno. Tenía que obligarse a pensar además de sentir.

– Ya no te veo durante el día. ¿Dónde vas?

– A ninguna parte. -Empezó a subir las escaleras-Lejos de ti.

– ¿Por qué?

– Tengo la impresión de que no puedo fijar los límites que marca la torre. Apenas puedo pensar en otra cosa que no sea hacer el amor contigo. Tengo que dejarte descansar.

Ella se quedó sin respiración.

– No creo que esto sea.,. sano. Yo nunca he… ¿es Nasim o el hachís?

Él negó con la cabeza.

– Somos nosotros dos. Siempre supe que sería así.

– Es una locura-. Susurró. Añadió con voz entrecortada-: Yo tampoco puedo pensar en otra cosa. Mi cuerpo no debería gobernar mi mente. Tengo que parar esto.

– Mañana. -Abrió la puerta de la habitación de la torre-. Hablaremos de ello mañana.

Hachís.

Seda.

La tenue luz de una vela caía sobre el diván donde tenía lugar el placer.

– De acuerdo. -Entró despacio en el aposento-. Mañana.

El sonrió.

– Después de todo, es solamente placer. ¿Qué daño puede…? ¡ Dios mío!

Su mirada siguió a la de él hacia el diván.

– ¿Qué es esto?

– Nasim.

Sobre los blandos almohadones había un fino látigo con correas de cuero.

Kadar se acercó lentamente hacia el diván.

– ¿Qué hace esto aquí? -susurró.

Él no respondió. Cogió el látigo y lo levantó.

– Kadar.

– Sal de aquí -dijo con los dientes apretados.

– ¿Por qué? ¿Qué significa esto?

Se volvió hacia el tapiz.

– Por Dios, no, Nasim.

Arrojó el látigo al tapiz.

Al instante la agarró por el brazo y la empujó hacia la puerta.

– Fuera.

Dieron un portazo al salir y él, entre tirones y empujones, la hizo bajar por la escalera de caracol. Imprecaba en voz baja, con maldad.

– ¿Qué está pasando?

El no le prestaba ninguna atención.

Se detuvo al pie de las escaleras.

– No avanzaré ni un paso más. Dime algo.

Respiró profundamente, luchando por recuperar el control.

– No estamos divirtiendo a Nasim lo suficiente. Quiere que utilice el látigo contigo.

– ¿Acaso quiere castigarme?

– No exactamente… Es otra forma de obtener placer.

– ¿Qué?

– A veces el dolor aumenta la intensidad.

Ella se lo quedó mirando, aturdida.

– ¿Para ti?

– A mí nunca me ha gustado. Ni siquiera cuando la mujer disfruta con ello.

– No puedo creer que haya alguien a quien le guste. De niña sufrí el látigo a menudo y…

– Lo sé. Simplemente créeme. A algunas mujeres les gusta. -La empujó hacia el interior de su aposento-. Cierra la puerta con llave. Voy a hablar con Nasim.

Recordaba la rabia con la que había lanzado el látigo.

– Estará enfadado contigo.

– No lo dudo. -La empujó suavemente con el codo-. Continúa.

Un Nasim enfadado podría ser temible, y Kadar tendría que sufrir su desagrado.

– Te dejaré que lo hagas.

– ¿Qué has dicho?

Ella procuró sonreír.

– No será la primera vez que me fustiguen. No significa nada. He disfrutado todas y cada una de las cosas que me has hecho; quizá no sea tan…

– No. -Se acercó un paso y le enmarcó la cara con las manos. La miró con una ternura que le cortó el aliento. La besó en la frente. -De ninguna manera. -Le dio un ligero beso en la punta de la nariz-. Nunca.

Antes de que ella pudiera responder, él ya se había marchado.


– Me has faltado al respeto -dijo Nasim bruscamente en el momento en que Kadar entró en el salón-. Debería cortarte el pescuezo de oreja a oreja.

– En ese caso no tendrías a nadie que cumpliera tu misión.

– Quería saber cómo respondía al látigo.

– Pero yo no tengo ningún deseo de utilizarlo con ella.

– Yo sí quiero.

– No. -Sostuvo la mirada de Nasim-. He hecho todo lo que me has pedido. Pero esto no lo haré.

Por un instante Kadar pensó que Nasim insistiría, pero Nasim desvió la mirada y se encogió de hombros.

– No tiene importancia. Solo pensé que podía ser divertido. Ya le has hecho todo lo demás.

– Yo no lo encuentro divertido.

– Pero sí disfrutas con ella -dijo Nasim-. Ella es… extraordinaria. Mentías cuando dijiste que no tenía nada de especial.

– Cualquier mujer puede ser especial en la habitación de la torre.

– ¿El Hachís? No lo creo -replicó sonriendo-. ¿Crees que la habrás preñado ya?

– ¿Cómo quieres que lo sepa? Solo han sido dos semanas, y ella me ha dicho que no es el momento de su menstruación. -Kadar cambió de tema-. ¿Todavía no sabes nada de tu mensajero Fadil?

– Aún no.

– ¿Viene por mar?

– Sí-respondió arqueando una ceja-. ¿Tan impaciente estás por emprender tu viaje?

– Los hombres nos aburrimos cuando no tenemos desafíos.

– Tú en especial, Kadar. Siempre has necesitado encontrar nuevas maneras de recorrer viejos caminos. No obstante, este reto podría ser demasiado para ti.

– Pero valdrá la pena -dijo sonriendo-. Un tesoro incalculable.

Nasim frunció el ceño.

– Mi tesoro. No lo olvides. Mi tesoro.

– Estoy seguro de que encontrarás la manera de recordármelo. -Se dio la vuelta para marcharse-. Mientras tanto, no volveré a la habitación de la torre. Tengo que tener la mente clara y necesito descansar para el viaje.

– Ciertamente has estado enérgicamente ocupado. -Nasim soltó una carcajada-. Muy bien, admito que has hecho todo lo posible para asegurarte de dejarla encinta. Puedes descansar hasta que veamos si tu semilla ha prendido.

– Muy agradecido -dijo Kadar con ironía.

– Insolente. -Nasim hizo un gesto para que se retirara-. Estoy sorprendido de habértelo permitido.

Kadar ya se marchaba.

– Pero sigo pensando que el látigo podría resultar interesante. Si no está encinta, lo intentaremos la próxima vez que vuelvas a la torre.

Kadar no se molestó en discutir. Nasim siempre tenía que ganar, pero Kadar acababa de comprar una demora. Cuando surgiera el tema de nuevo, el mensajero ya habría llegado.

Ahora debía pensar qué medidas tomar cuando llegara ese momento.


– ¿Qué ha sucedido? -preguntó Selene en cuanto le abrió la puerta.

– Nada importante. -Kadar entró en el aposento-. No tendremos que volver a la torre. Al menos, no por el momento.

Se vio afectada por una sacudida y por otra emoción menos identificable.

– ¿Por qué no?

El sonrió torciendo la boca.

– He alegado agotamiento. No quiere que me quede sin fuerzas antes de empezar mi viaje.

– ¿Ha llegado ya el mensajero?

– Todavía no. -Se quitó el manto y se dirigió en cueros hacia su jergón-. Nasim quiere que esperemos hasta ver si estás encinta. Si no lo estás, tendremos que volver a la habitación de la torre.

– Ya veo. -Se dirigió lentamente hacia su lecho. Era la primera vez desde que habían empezado a acudir a la torre que se había planteado la posibilidad de estar embarazada. El placer del propio acto había estado por encima de todo lo demás.

– ¿Y si lo estoy?

– Esperemos que no lo estés. La habitación de la torre es el menor de los peligros.

– Puede que no lo sepamos enseguida. Mi menstruación suele retrasarse. -Se quitó el vestido, apagó la vela y se encaramó al lecho.

Un hijo…

Estaba tendida con los ojos abiertos en la oscuridad. Solamente había pensado en el peligro del rechazo, no en la criatura misma. Un hijo de Kadar y suyo. A lo mejor un niño como el de Thea, Niall. Gorjeos y risas, suave y sedoso como…

Un bebé que Nasim podría llevarse o matar.

La inundó el pánico. Un hijo nacido en ese oscuro lugar y arrebatado. Nasim…

– Por lo que más quieras, deja de temblar, -Kadar estaba sentado en el borde de la cama junto a ella.

¿Cómo sabía que estaba temblando desde el otro lado de la habitación? Kadar siempre sabía todo. Buscó sus manos y las apretó con fuerza.

– No le permitiré que se lleve a mi bebé -dijo con firmeza-. No puede llevárselo.

– Todavía no sabemos si tú…

– No me importa. Lo mataré antes de permitirle…

– Shh… -Levantó las sábanas y se deslizó dentro de la cama junto a ella-. Eso no ocurrirá nunca. -La atrajo hacia sí y la rodeó con sus brazos-. Te prometo que jamás tocará a ningún hijo nuestro.

Parte de su terror se tranquilizó.

– Es solo que… Nunca lo había pensado antes. La posibilidad parecía tan remota… -Y ahora estaba tan cerca.

Una semana o dos y sabría si…

– ¿Es que no puedes parar de temblar? -dijo con rudeza-. Me estás desgarrando el corazón. Nunca te he visto tan asustada.

– No es por mí. Es por el niño. No tenemos derecho. Un bebé es indefenso y no puede…

– Pero nosotros no estamos indefensos. Si es necesario, lo protegeremos. -Se arrimó más a ella-. Ahora olvídate de ello y duérmete.

Sí, tenía razón. Ellos protegerían a su hijo. Kadar y ella juntos podrían hacer cualquier cosa. Se relajó pegándose aún más a él y le dijo:

– No deberías estar en mi lecho. Dijiste que Nasim lo sabría…

– Nasim puede irse al infierno.

– Allí estaría en su casa. -Permaneció en silencio unos instantes, pensativa-. No me quedaré aquí sin ti.

– Nunca se me habría ocurrido dejaros aquí a Haroun o a ti.

– ¿Entonces qué haremos?

– ¿Sería mucho pedir que dejaras de preocuparte y que dejaras el asunto en mis manos?

– Sí. No puedo evitar preocuparme. -Hizo una pausa-. Pero tú conoces a Nasim mejor que yo. Estoy deseando oír tus sugerencias.

– Gracias.

– No hay de qué. -Bostezó-. Ahora me voy a dormir. Tengo la sensación de no haber dormido profundamente desde hace…

– ¿Semanas? -dijo Kadar riendo-. ¿Por qué habrá sido?

No quería pensar en el motivo, ni en el sensual y apasionado Kadar de la habitación de la torre. En ese momento se sentía cómoda, apreciada y segura.

– Ya sabes por qué. Por favor, ten la delicadeza de no hablar de ello.

Le rozó el cabello con los labios.

– Sí, mi señora. Lo que ordenéis. Cualquier cosa que deseéis.

Ni hablar, pensó somnolienta, aunque se encontraba demasiado cansada como para rebatirlo. Al día siguiente le diría que desde que se conocían nunca había poseído algo tan enteramente como…


Durmió tan profundamente que ni siquiera oyó el estruendo al otro lado de la puerta unas horas después.

Levantó la cabeza adormilada cuando Kadar abandonó el lecho.

– ¿Qué es eso?

Kadar no respondió y fue a abrir la puerta.

Nasim se precipitó en la estancia.

Selene se sentó de golpe, cubriéndose el pecho con las sábanas.

Esfuerzo inútil. Nasim no le prestó ni la más mínima atención, como si fuera invisible.

– Mi mensajero ha llegado. -El viejo encendió la vela que había en la mesilla, con los ojos brillantes de emoción-. Por Alá, estaba convencido de que volvería hecho pedazos, pero ha venido cabalgando hace tan solo una hora. Debes partir de inmediato.

– ¿Puedo cubrir mi desnudez primero? -preguntó Kadar secamente mientras se metía la túnica por la cabeza-, ¿Y quién se dedica a despedazar a tus mensajeros?

– Tarik. Él guarda el tesoro. Un hombre inteligente y peligroso. -Sonrió con melancolía mientras miraba cómo se calzaba Kadar. -Y no le gusta mi gente.

– ¿Cuántos has enviado?

– Cinco durante los últimos doce años. Mis asesinos más inteligentes y mejor dotados. Este es el único que ha regresado. -Frunció el ceño-. Tendré que preguntarme por qué le han permitido volver indemne.

– Quizá ese Tarik no es tan temible como en su día. Los hombres se debilitan con los años.

– Tarik jamás Saquearía. Ya comprobarás lo temible que es.

– Si ha permitido regresar a tu mensajero, quizá haya sido porque consideró que era demasiado para él. Envía de nuevo a Fadil para que consiga tu tesoro.

– Fadil es bueno, pero no está a la altura de Tarik. Yo estaría a su altura. Nadie más. -Hizo una pausa-. Excepto tú.

– Entonces más te vale romper tu silencio y decirme dónde tengo que ir a buscar tu tesoro. -Kadar estaba lavándose la cara en la jofaina-. Y cómo crees que puedo conseguirlo.

– Ése es tu problema. -Por primera vez desde que había entrado en el aposento, miró a Selene-. Las mujeres tienen las orejas grandes y la lengua floja.

– Tienes razón. Vístete y espera en el salón, Selene.

– Espera. -Nasim sonrió-. Estás demasiado deseoso de deshacerte de su presencia.

– Solo quiero proteger tus secretos.

– Lo que quieres es protegerla a ella. Si se entera, nunca le será permitido salir de aquí.

– A menos que te entregue el tesoro. Entonces su localización ya no será un secreto, Pero si la enviamos…

– Ella se queda. Estás demasiado deseoso de que se vaya -dijo Nasim con rotundidad-. El tesoro está guardado en el castillo de Sienbara en Toscana.

– Italia.

– Sí, un viaje no excesivamente largo -añadió maliciosamente-, pero que no dudo encontrarás interesante.

– ¿Cómo está guardado en el castillo?

– Suficientemente guardado como para luchar contra un ejército, pero un hombre como tú puede entrar donde los ejércitos no pueden. Te deslizarás en su interior como un fantasma y le arrancarás el tesoro a Tarik.

– Si es que no me convierte antes en un fantasma verdadero, ¿Dónde se guarda el tesoro?

– Está escondido en los aposentos de Tarik. Está dentro de un gran cofre de oro con una cruz de piedras preciosas en la tapa. Lo reconocerás inmediatamente.

– ¿Una cruz? ¿Es una reliquia santa?

– ¿Acaso te importa?

– Me importa tanto en cuanto Tarik pueda llamar a la Iglesia para que proteja el tesoro.

– No llamará a la Iglesia. Está solo.

– Sin contar con el ejército que guarda su fortaleza. ¿Cómo llegaré hasta allí?

– Alí Balkir te llevará en el Estrella oscura. Se quedará contigo y te traerá de vuelta cuando tengas el tesoro.

– Y para asegurarse de que regreso.

Nasim asintió.

– Aunque no necesito esa seguridad mientras tenga a la mujer y al chico como rehenes.

– No.

Nasim se puso rígido y entrecerró los ojos.

– ¿A qué te refieres?

– Me refiero a que la mujer y el chico vienen conmigo.

– Y yo digo que se quedan.

– Entonces tendrás que esperar mucho tiempo para tener tu tesoro.

– ¿Faltarás a tu palabra?

– Ya sabes que no. Pero puedo tardar otros doce años en cumplir tu misión, y pareces estar muy impaciente.

Nasim masculló una maldición.

– En esto no te saldrás con la tuya.

– ¿Por qué no? Envías a Balkir conmigo. Dile que mate a la mujer y al chico si intento engañarte.

Nasim miró a Selene.

– ¿Y si ella está encinta? Quiero ese niño.

– ¿Y qué deseas más? ¿Ese tesoro o al niño que puede o no ser una realidad?

– Ambos.

– No puedes tener las dos cosas. Elige. -Miró a Nasim directamente a los ojos-. O te juro que esperarás mucho, mucho tiempo antes de que yo te traiga el tesoro.

– Podría arreglarlo todo arrojándolos a los dos desde la muralla ahora mismo.

– ¿Y privarte a ti mismo de tus rehenes? Además, eso me enfurecería. Nunca me has visto enfadado, Nasim. No tienes ni idea de cómo podría reaccionar.

Nasim se quedó callado unos instantes. Luego se encogió de hombros.

– Como bien dices, cuento con Balkir para matarlos si intentas traicionarme.

– Ésa será la única parcela en la que Balkir no estará a mis órdenes. Te encargarás de que me obedezca en todo lo demás.

– Eso no le va a gustar.

– ¿Te ha importado eso alguna vez? Ya va a ser suficientemente difícil robar ese cofre como para tener que preocuparme por un capitán que puede largarse en cualquier momento y dejarme en la estacada.

Nasim se encogió de hombros.

– Muy bien, le daré órdenes para que te obedezca como si fueras yo mismo. -Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta-. Mandaré ensillar los caballos. Baja al patio inmediatamente. Quiero darte más detalles sobre la ubicación de la cámara de Tarik.

Selene esperó a que cerrara la puerta antes de decir:

– Lo has manejado muy bien. -Se puso en pie de un salto-. Aunque me daban ganas de darle una patada para que dejara de tratarme como si no estuviera en la misma estancia.

– Mejor, eso habría llamado su atención. Me alegro de que te hayas frenado. -Hurgó en sus alforjas y sacó la ropa de marinero que llevaba ella puesta cuando llegaron-. Estaba en la cuerda floja.

– No soy estúpida. Me di cuenta de que lo único importante era sacarnos de aquí. Ya nos preocuparemos de escapar de Balkir cuando llegue el momento. -Se puso la ropa como pudo y se pasó los dedos por el cabello. Le habría gustado trenzárselo para el viaje, pero era mejor salir cuanto antes.

No quería darle tiempo a Nasim para que cambiara de idea. Se dirigió hacia la puerta.

– Recoge tus cosas mientras voy a despertar a Haroun.


– Balkir está furioso. -Selene miraba cómo el capitán iba dando zancadas por el barco y emitiendo órdenes a voces-. Casi hubiera preferido que Nasim hubiera elegido a otra persona para acompañarnos.

– Yo no. -Kadar apoyó los codos en la baranda y miró al mar-. Si no le hubiera dado la misión a Balkir, yo se lo habría pedido.

Ella se volvió y lo miró sorprendida.

– ¿Por qué?

Él cambió de tema.

– No sé si tendré la oportunidad de liberaros a ti y a Haroun antes de llegar a Toscana. A Balkir le atemoriza ofender a Nasim, así que estará en guardia. Pero a lo mejor surge una oportunidad cuando empiece la acción.

Se refería a cuando tuviera que buscar el camino para entrar en la fortaleza de Tarik.

– Nasim está loco, ¿Cómo puede esperar que un hombre haga lo que no puede hacer un ejército?

– Ya veremos. A lo mejor es posible. -Sonrió con sorna-. Ya te lo he dicho antes: soy muy, muy bueno, Selene.

– Estarás muy, muy muerto.

– ¿Y entonces llorarás por mí?

Ella negó con la cabeza,

– Ya lloraste una vez por mí.

– Era una niña y una tonta.

– Una niña quizá, pero una tonta jamás.

Ella miró las aguas.

– No lo hagas, Kadar.

– Tengo que hacerlo. Si le traigo el cofre, dejará en paz a Montdhu. Además le he dado mi palabra.

– Una promesa a ese demonio no significa nada.

– Significa algo si la he hecho yo. Le traeré su cofre de oro.

Ella se dio la vuelta, estallando de ira.

– Y entonces me mandarás lejos y volverás con él.

Arqueó las cejas.

– ¿No dijiste que querías dejarme?

– Deja de reírte. Quiero ir. ¿Te imaginas que la habitación de la torre ha significado algo para mí? Placer para el momento. Eso fue todo. Ya ha terminado.

– ¿Tendré que asumir que no me vas a permitir compartir tu lecho nunca más?

– Te dije que solo copularía contigo en caso de ser estrictamente necesario.

– Así lo hiciste.

– Pero ya no es necesario.

– No para salvar vidas, pero quizá para salvar almas

– ¿Copular salvará tu alma? No lo creo.

– Hacerlo es una manera de estar juntos, y esa cercanía puede salvar almas. A lo mejor salva incluso la tuya, Selene.

– No digas tonterías. Mi alma no tiene nada que ver contigo.

– Tiene que ver todo conmigo. Igual que mi alma tiene que ver todo contigo. -Se le borró la sonrisa-. Hay un destino que nos guía a todos. Nosotros estamos hechos el uno para el otro. A veces el destino se tuerce, pero esta vez no. Puedes luchar contra él todo lo que quieras, pero al final estaremos juntos.

Él estaba convencido de lo que estaba diciendo, su intensidad hizo llegar una ola de preocupación hasta ella. Incluso si sus palabras eran insensatas, no le gustaba la idea de que la empujaran, quisiera o no, por un camino decretado por una fuerza que no fuera la suya. Se dio la vuelta.

– Piensa lo que quieras, pero no será en mi lecho donde estaremos juntos.

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