Capítulo11

Maddy se escabulló para acudir a su cita con la doctora Flowers. El único que sabía que iba a verla era Bill Alexander. La psicóloga tenía el mismo aire maternal y sereno que el día que se habían conocido en la Casa Blanca.

– ¿Cómo está, querida? -dijo con tono afectuoso.

Por teléfono, Maddy le había explicado sucintamente la situación con Jack, pero sin entrar en detalles.

– El otro día aprendí mucho de usted -dijo, sentándose en uno de los cómodos sillones de piel.

Daba la impresión de que el acogedor consultorio había sido amueblado con objetos de segunda mano. Nada combinaba; el tapizado de los sillones estaba ligeramente raído y todos los cuadros parecían pintados por niños. Pero el ambiente pulcro y cálido hizo que Maddy se sintiese sorprendentemente cómoda, como en su casa.

– Soy el producto de una familia conflictiva: mi padre pegaba a mi madre todos los fines de semana, cuando se emborrachaba. Y a los diecisiete años me casé con un hombre que me hizo le mismo -dijo en respuesta a las preguntas de la doctora sobre su pasado.

– Lamento oír eso, querida. -La doctora Flowers demostraba interés y preocupación, pero su tono maternal contrastaba con sus ojos, que parecían capaces de verlo y entenderlo todo-. Sé cuánto se sufre en esa situación, y no solo físicamente, pues siempre quedan secuelas de otra clase. ¿Cuánto tiempo estuvo casada?

– Nueve años. No abandoné a mi marido hasta después de que me rompiese una pierna y los dos brazos. También tuve seis abortos.

– Doy por sentado que se separó de él. -Sus sabios ojos miraron fijamente a Maddy.

Esta asintió con aire pensativo. El solo hecho de hablar del asunto le traía a la memoria dolorosos recuerdos. Aún podía ver a Bobby Joe con el aspecto que tenía el día que lo había abandonado.

– Escapé. Vivíamos en Knoxville. Jack Hunter me rescató. Compró la cadena de televisión donde yo trabajaba entonces y me ofreció un puesto aquí. Fue a recogerme en una limusina. Y en cuanto llegué aquí, me divorcié de mi marido. Jack y yo nos casamos dos años después, cuando salió la sentencia de divorcio.

La doctora Flowers no estaba interesada únicamente en las palabras: oía mucho más de lo que la gente le decía. Tras cuarenta años de experiencia con mujeres maltratadas, detectaba todas las señales, a veces incluso antes que sus pacientes.

– Hábleme de su actual marido -pidió en voz baja.

– Jack y yo llevamos siete años casados, y él se ha portado bien conmigo. Muy bien. Me ayudó a estabilizarme profesionalmente, y vivimos rodeados de lujos. Yo le debo un trabajo estupendo, y tenemos una casa, un avión, una granja en Virginia que… bueno, en realidad es suya… -Dejó la frase en el aire.

La doctora la miraba con atención. Conocía las respuestas a sus preguntas antes de formularlas.

– ¿Tienen hijos?

– Él tiene dos de su matrimonio anterior y no quiso más cuando nos casamos. Lo discutimos con calma, y él decidió… ambos decidimos que debía hacerme ligar las trompas.

– ¿Y ahora se alegra o se arrepiente de esa decisión?

Era una pregunta directa y merecía una respuesta sincera.

– A veces me arrepiento. Cuando veo un niño pequeño… desearía haber tenido uno. -Súbitamente, sus ojos se llenaron de lágrimas-. Pero supongo que Jack estaba en lo cierto. No tenemos tiempo para hijos.

– El tiempo no tiene nada que ver -dijo en voz baja la doctora Flowers-. Es una cuestión de deseo y necesidad. ¿Siente que necesita un hijo, Maddy?

– De vez en cuando, sí. Pero ya es demasiado tarde. Pedí que me cortaran las trompas además de ligármelas, por si acaso. Es una operación irreversible -explicó con voz cargada de tristeza.

– Podría adoptar un niño si su marido estuviese de acuerdo. ¿Lo estaría?

– No sé -respondió Maddy con voz, ahogada.

Sus problemas eran mucho más complicados. Por teléfono los había explicado a grandes rasgos.

– ¿No sabe si estaría de acuerdo en adoptar un niño? -La doctora parecía sorprendida. No se esperaba esa respuesta de Maddy.

– No; me refería a mi marido. Y a lo que usted dijo el otro día. Se sumó a lo que acababa de decirme un colega. Yo… él pensaba… yo pienso… -Con los ojos anegados en lágrimas, finalmente lo dijo-: Mi marido me maltrata. No me pega como el anterior. Jamás me ha puesto la mano encima. Bueno, hace poco me sacudió, y cuando hacemos el amor es… en fin, bastante brusco, pero no creo que lo haga adrede. Simplemente es muy apasionado… -Se detuvo y miró a la doctora Flowers a los ojos. Tenía que decirle la verdad-. Antes pensaba que era vehemente, pero no… es cruel y me hace daño. Creo que intencionalmente. Me controla constantemente y toma todas las decisiones por mí. Me llama «escoria», me recuerda que me falta educación y dice que si me despidiese, nadie me contrataría y me quedaría en la calle. No deja que me olvide de que me rescató. No me permite tener amigos; me mantiene aislada. Me miente, me menosprecia y hace que me sienta como un ser insignificante. Me humilla y últimamente me asusta. Se está volviendo cada vez mas violento en la cama y me amenaza. Antes no quería reconocerlo, pero es la clase de hombre que usted describió el otro día. -Las lágrimas continuaban deslizándose por sus mejillas mientras hablaba.

– Y usted se lo permite -dijo la doctora Flowers en voz queda-, porque piensa que él tiene razón, que usted se lo merece. Cree que lleva consigo un desagradable secreto, un secreto tan terrible como él dice, y que si no hace exactamente lo que él le ordena, todo el mundo lo descubrirá. -Maddy asintió. Era un alivio oír esas palabras, porque describían sus sentimientos a la perfección-. ¿Y qué piensa hacer ahora que es consciente de lo que ocurre? ¿Quiere seguir con él?

Maddy no tuvo miedo de responder la verdad, por muy absurda que pareciese.

– A veces sí. Lo quiero. Y me parece que él también me quiere. No dejo de pensar que si entendiese lo que me está haciendo, cambiaría de actitud. Tal vez si yo lo amara más, o si pudiese ayudarle a entender que me hiere, él dejaría de comportarse de esa manera. Creo que en el fondo no desea hacerme daño.

– Es posible, pero poco probable -repuso la psicóloga mirándola fijamente. No estaba juzgándola. Simplemente estaba abriendo puertas y ventanas. Deseaba presentarle la situación desde una óptica diferente-. ¿Y si quisiera hacerle daño? ¿Si usted supiera que esa es su intención? ¿Incluso así desearía seguir con él?

– No lo sé… quizá. Me da miedo dejarlo. ¿Y si tiene razón? ¿Y si no consigo encontrar otro trabajo? ¿Y si nadie más me quiere?

La doctora Flowers se maravilló de que esa exquisita criatura pensase que nadie estaría dispuesto a amarla o a darle un empleo. Pero nadie la había querido: ni su primer marido, ni sus padres, ni Jack Hunter. Eso estaba claro. Aunque no era culpa de Maddy, había elegido hombres que solo deseaban hacerle daño. Sin embargo, aún no era consciente de ello. Y la doctora lo sabía.

– Todo me parecía tan sencillo. Cuando dejé a Bobby Joe, pensé que no permitiría que volvieran a maltratarme. Me prometí que nadie me pegaría otra vez. Y Jack no lo hace. Al menos con las manos.

– Pero no es tan sencillo, ¿no? Hay otras formas de maltrato que pueden ser incluso más destructivas, como las que usa él cuando arremete contra su alma y su autoestima. Si se lo permite, la destruirá, Maddy. Es lo que se propone, lo que usted le ha permitido hacer durante siete años. Y si lo desea, puede seguir permitiéndoselo. No es preciso que lo deje. Nadie la obligará a dar ese paso.

– Los dos únicos amigos que tengo insisten en que lo abandone. Dicen que de lo contrario me destruirá.

– Es muy posible. De hecho, casi seguro. Ni siquiera necesita hacerlo personalmente. Con el tiempo, usted lo hará por el. -Era una perspectiva aterradora-. O se marchitará por dentro. Lo que sus amigos sugieren no es inconcebible. ¿Ama lo suficiente a su marido para correr ese riesgo?

– No lo creo… No quiero hacerlo… Pero tengo miedo de dejarlo y después… -reprimió un sollozo- echarlo de menos. Vivimos muy bien. Me gusta estar con él.

– ¿Cómo la hace sentir cuando están juntos?

– Importante. Bueno… no… no es verdad. Hace que me sienta tonta y afortunada por estar con él.

– ¿Y es usted tonta?

– No. -Maddy rió-. Solo con los hombres de los que me enamoro.

– ¿Hay algún otro hombre en estos momentos?

– No… Bueno, no tengo ningún amante. Bill Alexander es un buen amigo… Le conté todo lo que pasaba el día que usted habló ante la comisión.

– ¿Y qué opina él?

– Que debería hacer las maletas lo antes posible y marcharme antes de que Jack me haga algo horrible.

– Ya lo ha hecho, Maddy. ¿Y qué me dice de Bill? ¿Está enamorada de él?

– No lo creo. Solo somos buenos amigos.

– ¿Su marido lo sabe? -La doctora parecía preocupada.

– No… no lo sabe -respondió con cara de inquietud.

Flowers la miró largamente.

– Ha de recorrer un largo camino para ponerse a salvo, Maddy. E incluso cuando lo haya conseguido, a veces deseará volver atrás. Echará de menos a su marido y las cosas que él le hace sentir. No recordará los malos momentos; solo los buenos. Los hombres que maltratan son muy listos: el veneno que dan es tremendamente potente. Hace que las mujeres deseen más, porque los buenos momentos son fabulosos. Pero los malos son horribles. En cierto modo, es como dejar las drogas, el tabaco o cualquier clase de adicción. Los malos tratos, por terribles que parezcan, crean dependencia.

– Le creo. Estoy tan acostumbrada a Jack que no imagino la vida sin él. Aunque a veces lo único que quiero es huir y ocultarme en algún sitio donde no pueda tocarme.

– Lo que debe hacer, y sé que le parecerá difícil, es armarse de valor para que él no pueda tocarla donde quiera que esté, porque usted se lo impedirá. Ha de salir de usted, porque nadie puede protegerla del todo. Los amigos pueden ocultarla, mantenerlo a distancia, pero siempre cabe la posibilidad de que usted vuelva con él para recibir otra dosis de la droga que le da. Pero es una droga peligrosa, tanto o más que cualquier otra. ¿Se siente lo bastante fuerte para abandonarla?

Maddy asintió con aire pensativo. Eso era lo que necesitaba. Estaba segura. Lo único que necesitaba ahora era coraje.

– Si usted me ayuda… -respondió con lágrimas en los ojos.

– Lo haré. Podría llevar un tiempo; tendrá que tener paciencia consigo misma. Cuando esté preparada, dejará a su marido. Sabrá cuándo ha llegado el momento, cuándo ha tenido suficiente y se siente lo bastante fuerte para dar el paso. Entretanto tendrá que hacer todo lo posible para mantenerse a salvo e impedir que él siga haciéndole daño. Él adivinará lo que pasa, ¿sabe? Los hombres que maltratan a las mujeres son como animales salvajes: tienen los sentidos muy aguzados. Lo que debemos hacer es desarrollar los suyos. Pero si él intuye que su presa se está alejando, tratará de acorralarla, asustándola, volviéndola loca, haciéndole perder la esperanza. La convencerá de que no hay salida, de que usted no será nada sin él. Y una parte de usted le creerá. Pero el resto sabe que no es así. Aférrese a esa idea como pueda. Lo que la salvará será eso: la parte de usted que no desea ser maltratada ni herida ni rebajada. Escuche a esa voz, y haga oídos sordos a la otra.

Ni por un instante había dudado que Jack fuese un hombre violento. Lo que había oído la había convencido de ello, y ahora podía ver en los ojos de Maddy cuánto la habían herido. Pero aún podía recuperarse, salvarse; tenía muchas cosas de su parte, y la doctora Flowers sabía que tarde o temprano encontraría el camino. Pero cuando estuviese preparada; no antes. Si no hallaba la salida sola, no le serviría de nada.

– ¿Cuánto tiempo cree que tardaremos en conseguir lo que dice? -preguntó Maddy con preocupación.

Bill Alexander le había pedido que dejase a Jack el mismo día que ella le había contado lo que pasaba. Pero aún no podía hacerlo.

– Es difícil hacer cálculos o predicciones. Lo sabrá cuando esté preparada. Podría tardar días, meses o años. Depende de lo asustada que esté y de hasta qué punto está deseando creer en su marido. Le hará muchas promesas, la amenazará, intentará cualquier cosa para retenerla, igual que un traficante que ofrece una droga. En estos momentos, la droga que usted desea es el maltrato. Y cuando trate de dejarla, él se asustará y se volverá más violento.

– Suena fatal -dijo Maddy. Le avergonzaba pensar que era una adicta a los malos tratos, pero era verdad. La teoría parecía lógica y le tocaba una fibra sensible.

– No se avergüence de lo que le pasa. Muchas hemos estado en la misma situación, aunque solo las valientes lo admiten. A otras personas les resulta difícil entender que ame a un hombre que le hace esas cosas. Pero todo se remonta a un pasado muy lejano, a lo que le hicieron creer en su infancia. Al decirle que era inútil, mala e indigna de amor, imprimieron en su subconsciente un poderoso mensaje negativo. Lo que debemos hacer ahora es llenarla de luz y convencerla de que es una persona maravillosa. Y le garantizo una cosa: en cuanto se haya liberado, además de encontrar otro empleo se verá rodeada de hombres buenos y sanos, hombres que se acercarán cuando descubran que la puerta está abierta. Aunque nada de esto le importará hasta que usted lo crea.

Maddy rió ante esa perspectiva atractiva y reconfortante. Ya se sentía mejor. Confiaba plenamente en la capacidad de la doctora Flowers para sacarla del lío en que se encontraba. Y le agradecía que se mostrase dispuesta a ayudarla. Maddy sabía que la psicóloga estaba muy ocupada.

– Quiero que vuelva dentro de unos días para contarme cómo se siente. Para hablarme de usted y de él. Y le daré un número de teléfono donde podrá encontrarme día y noche. Si ocurre algo que la inquiete, si se siente en peligro, o incluso si se siente mal, llámeme. Llevo el móvil conmigo a todas partes.

La doctora era como una línea de ayuda permanente para mujeres maltratadas. Al enterarse, Maddy se sintió aliviada y agradecida.

– Quiero que sepa que no está sola, Maddy. Hay mucha gente dispuesta a ayudarla. Y solo tiene que dar este paso si lo desea.

– Lo deseo -respondió en un murmullo, con menos convicción de la que habrían esperado aquellos que la apoyaban. Pero como de costumbre, era sincera-. Por eso he venido así. Lo que pasa es que no sé cómo hacerlo. No sé cómo librarme de Jack. Una parte de mí cree que no podría vivir sin él.

– Eso es precisamente lo que él quiere que piense. Si lo necesita, podrá hacer lo que desee con usted. En una pareja sana, ninguno de los miembros toma decisiones por el otro, ni le oculta información, ni lo llama «escoria», ni le dice que no será nada si lo abandona. Eso es una forma de maltrato, Maddy. Su marido no necesita arrojarle lejía en la cara ni pegarle con una plancha caliente para maltratarla. No es preciso. Le hace suficiente daño con la boca y la mente, sin necesidad de usar las manos. Son métodos muy eficaces.

Maddy asintió en silencio.

Media hora después se marchó del consultorio y regresó al trabajo. Al entrar en el edificio, no vio a la joven de larga melena negra que estaba otra vez junto a la puerta, mirándola. Y seguía allí a las ocho, esta vez en la acera de enfrente, cuando Maddy subió al coche para volver a casa. Pero Maddy no la vio. Cuando Jack salió unos minutos después y detuvo un taxi, la joven se ocultó para que no la reconociese. Ya se habían dicho todo lo que necesitaban decirse, y la chica sabía que no conseguiría nada de él.

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