Se llevó a Mandarax a la cama. Ella y la peluda Akiko, que entonces sólo tenía diez años, eran las únicas entre los colonos que todavía encontraban divertido a Mandarax. Si no hubiera sido por ellas, el capitán, Selena o Hisako, ofendidos por los inútiles consejos y la estúpida sabiduría del aparato, o sus tediosos esfuerzos por mostrarse gracioso, lo habrían arrojado al mar hacía ya mucho tiempo.

El capitán, en verdad, se sentía personalmente insultado por Mandarax, que había traído a colación el poema sobre el ridículo capitán del Persiana de Rollo Galopante.

De modo que Mary pudo traer a colación un comentario respecto de la supuesta ignorancia de la mujer kanka-bona, que se sentía tan feliz a pesar del modo en que le crecía el vientre, a saber:

La más feliz de las vidas es la de la ignorancia,


antes del aprendizaje del dolor y del gozo.

Sófocles (496-406 a. C.)

Mary estaba jugando con él de un modo que yo, como ex compañero de sexo del capitán, tenía que considerar presuntuoso y malicioso. Si en vida hubiera sido mujer, quizá mis sentimientos habrían sido distintos. Quizá me hubiera complacido la manera en que Mary se burlaba secretamente del papel limitado que los machos desempeñaban en la reproducción en ese entonces. Eso no ha cambiado. Hay todavía esos grandes apéndices con los que se puede inyectar esperma viviente en el momento oportuno.

Por lo demás, la burla secreta de Mary estaba por volverse abierta y aviesa. Después de que nació Kamikaze, y el capitán se enteró de que era su hijo, balbuceó que Mary tendría que haberlo consultado.

A lo que Mary replicó: —Tú no tuviste que cargar a ese niño nueve meses y ayudarlo luego a abrirse camino trabajosamente entre tus piernas. No serías capaz de amamantarlo, aun cuando quisieras hacerlo, cosa que me resulta dudosa. Y nadie espera que ayudes a criarlo. Más aún: ¡es de esperar que no te metas en eso!

—Aun así...

—Oh, mí Dios —dijo ella—, si hubiéramos podido hacer un bebé con la escupida de una iguana marina, ¿no crees que lo hubiéramos hecho, sin siquiera molestar a Su Majestad?

12

Después de que ella le dijera eso al capitán, no hubo modo de que sus relaciones pudieran continuar como antes. Hace un millón de años había múltiples teorizaciones, propias de cerebros voluminosos, acerca de cómo evitar que las parejas humanas rompieran, y había habido cuando menos una posibilidad de que Mary hubiera seguido viviendo con el capitán un tiempo más, si lo hubiera querido. Podría haberle dicho que las mujeres kanka-bonas se habían apareado con leones de mar y focas. Él lo habría creído, no sólo porque tenía mala opinión cíe la moralidad de las mujeres, sino porque jamás hubiera sospechado que se había llevado a cabo una inseminación artificial. No lo habría considerado posible, aunque el procedimiento, de hecho, resultó un juego de niños, algo sumamente sencillo. Dijo Mandarax:

Algo existe que detesta las paredes.

Roben Frost (1874-1963)

A lo cual yo agrego:

Sí, pero algo existe también que adora, las membranas mucosas.

León Trotsky Trout (1946-1001986)

De modo que Mary podría haber salvado la relación con una mentira, aunque todavía habría que haber explicado los ojos azules de Kamikaze. Una persona de cada doce hoy, entre paréntesis, tiene los ojos azules y el pelo rubio rizado del capitán. A veces bromeo con estos especímenes diciendo: «Guten morgen, Herr von Kleist», o «Wie geht's Ihnen, Fraülein von Kleist?». Ese es poco más o menos todo el alemán que sé.

Hoy es más que suficiente.

¿Debió Mary Hepburn haber salvado su relación con una mentira? Al cabo de todo este tiempo, la cuestión sigue siendo discutible. Nunca fueron una pareja ideal. Se unieron después de que Selena e Hisako formaran pareja y criaran a Akiko, y las mujeres kanka-bonas se trasladaran al otro lado del cráter para preservar la pureza de las creencias, actitudes y costumbres kanka-bonas.

Diré de paso que uno de los hábitos kanka-bonos era mantener sus nombres en secreto para todo aquel que no fuera kanka-bono. Yo tenía acceso a esos secretos, sin embargo, como a los secretos de todo el mundo, y no me parece que haga mal a nadie revelando que la primera en tener un hijo con el capitán fue Sinka; la segunda, Lor, la tercera, Lira; la cuarta, Dirno; la quinta, Nanno, y la sexta, Keel.

Después que Mary abandonó al capitán y se fabricó un dosel y una cama de plumas propia, le dijo a Akiko que no se sentía más sola que cuando vivía con él. Tenía del capitán varias quejas específicas, defectos que él mismo habría podido remediar si hubiera tenido interés en continuar la relación.

—Para mantener una relación, es necesario que ambas partes se esfuercen juntas —aconsejó a Akiko—. Si sólo una se esfuerza, es mejor olvidarlo. De nada vale, y al fin una lo echa todo a perder sintiéndose a la vez una estúpida. Tuve en un tiempo un matrimonio feliz, Akiko, y habría tenido un segundo matrimonio igualmente feliz, si Williard no hubiera muerto... de modo que sé cómo tienen que funcionar las cosas.

Enumeró los cuatro defectos más graves a los que el capitán habría podido poner remedio, sólo que no lo hizo, de la manera siguiente:


1. Cuando hablaba de lo que haría cuando los rescataran nunca la incluía en sus planes.

2. Se burlaba de Williard Flemming, aunque él sabía que la ofendía de veras, poniendo en duda que hubiera compuesto dos sinfonías o que supiera nada de los molinos de viento o aun de que fuera capaz de esquiar.

3. Se quejaba constantemente de los bips que emitía Mandarax cuando ella apretaba los diferentes botones, aunque apenas se escucharan, aunque él sabía cuánto le gustaba a ella instruirse, memorizar citas famosas, aprender nuevas lenguas, etcétera.

4. Antes preferiría morir asfixiado que decir «Te amo».


—Y éstos son sólo los cuatro principales —dijo. De modo que había no poco resentimiento contenido cuando Mary le habló al capitán de la escupida de la iguana marina.

No considero que la ruptura haya sido trágica, pues no tenían hijos que dependieran de ellos, y la soledad no era insoportable para ninguno de los dos. Akiko los visitaba regularmente, y luego, cuando a Kamikaze le salió la barba, Akiko tuvo hijos peludos propios que criar.

Las mujeres kanka-bonas no concedieron a Mary ningún privilegio, a pesar de que había hecho posible que tuvieran hijos. Ellas y sus hijos le tenían tanto miedo como al capitán, pues la creían capaz de hacer tanto mal como bien.

Y transcurrieron veinte años. Hisako y Selena se habían suicidado ocho años antes ahogándose en el mar. Akiko tenía ahora treinta y nueve matroniles años y era la madre de siete hijos peludos que había tenido de Kamikaze: dos varones y cinco niñas. Hablaba tres lenguas de manera fluida sin ayuda de Mandarax: inglés, japonés y kanka-bono. Los niños sólo hablaban kanka-bono, con excepción de dos palabras: abuelo y abuela. Así era como hacía que llamaran al capitán y a Mary Hepburn. Así era como ella misma los llamaba.

Una mañana a las siete y media, el 9 de mayo de 2016 de acuerdo con *Mandarax, Akiko despertó a *Mary y le pidió que fuese a hacer las paces con el ""capitán; estaba tan enfermo que probablemente no pasara de ese día. Akiko había ido a visitarlo la noche antes; había enviado a sus hijos a casa y se había quedado para cuidarlo y velarlo, aunque no era mucho lo que podía hacer por él.

De modo que *Mary fue a ver al "capitán aunque ya no era ninguna pollita. Había cumplido ochenta años y estaba desdentada. Tenía doblada la espina dorsal, como un signo de interrogación, gracias a los estragos de la osteoporosis, según *Mandarax. No le hacía falta que *Mandarax le dijera que se trataba de osteoporosis. Antes de morir, los huesos de su madre y de su abuela se habían vuelto débiles como juncos a causa de la osteoporosis. He aquí otro defecto hereditario hoy desconocido. En cuanto al "capitán, *Mandarax sugirió educadamente que padecía la enfermedad de Alzheimer. El pobre viejo ya no podía cuidar de sí mismo y apenas sabía dónde se encontraba. Se habría muerto de hambre si Akiko no le hubiera llevado de comer cada día de un modo u otro, y no se hubiera preocupado de que tragara un poco. Tenia ochenta y seis años.

Dijo "Mandarax:

La última escena,


la que concluye esta extraña y azarosa historia,


es una segunda infancia y mero olvido


sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada.

William Shakespeare (1564-1616)

De modo que *Mary, toda doblada, fue arrastrando los pies hasta el dosel de plumas del *capitán, que también había sido suyo. No había estado allí en veinte años. El dosel había sido renovado varias veces desde que ella se había ido, y también por supuesto las estacas de mangle que lo sostenían y la cama de plumas. Pero la arquitectura era la misma, con una vista abierta a través de los mangles hasta el agua, enmarcando el banco de arena en que el Persiana de Rollo Galopante se había ido a pique tanto tiempo atrás.

Lo que finalmente lo había arrastrado fuera del banco de arena era la acumulación de agua de lluvia y algas en la popa. El agua de mar se había filtrado a través del eje propulsor de una de las hélices. El barco se deslizó bajo las aguas durante la noche. Nadie en realidad lo vio iniciar este último tramo del «Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza», tres kilómetros directamente hacia abajo hasta la hoya de Davy Jones.

13

¡El banco de arena frente a la casa del *capitán era por cierto un sitio lúgubremente histórico! Me sorprendió que quisiera verlo todos los días. Fue por ese bulto a medias anegado por donde *Hisako Hiroguchi y la ciega *Selena MacIntosh, tomadas de la mano, habían bajado al agua buscando y encontrando juntas el túnel azul que conduce al Más Allá. *Selena tenía cuarenta y ocho años y era todavía fértil. *Hisako tenía cincuenta y seis, y hacía ya tiempo que no ovulaba.

Akiko se alteraba cada vez que veía el banco de arena. No podía evitar sentirse responsable del suicidio de las dos mujeres que la habían criado, aun cuando *Mandarax hubiera dicho que sin duda era la depresión de "Hisako, intratable, monopolar y posiblemente heredada, lo que las había matado a ambas.

Pero era un hecho que no podía escapársele a Akiko que *Hisako y *Selena se habían matado poco después de que ella se fuera a vivir por cuenta propia.

Tenía entonces veintidós años. Kamikaze no había alcanzado todavía la pubertad, de modo que no había contado en la decisión de Akiko. Simplemente estaba viviendo sola, y le gustaba. Había pasado ya la edad en que la mayoría de la gente deja volando el nido, y a mí me pareció bien que lo hiciera. Había visto cuánto le dolía que *Hisako y *Selena le hablaran en un lenguaje infantil mucho después de que ella se hubiera vuelto una mujer robusta y perfectamente capaz. Y, sin embargo, lo había soportado durante un tiempo terriblemente largo, pues agradecía de veras todo lo que habían hecho por ella mientras no había podido valérselas por sí misma.

El día que se marchó, todavía le cortaban la carne en trocitos, si podéis creerlo.

Durante un mes, a partir de entonces, continuaron reservándole un sitio en cada comida, con la carne ya cortada, y la arrullaban y la mimaban gentilmente aun cuando ella no estuviera allí.

Y de pronto, un buen día, la vida ya no valía la pena.

*Mary Hepburn, a pesar de todas sus dolencias, todavía se valía por sí misma cuando fue a ver al 'capitán moribundo. Todavía recolectaba y preparaba sus propios alimentos y mantenía su casa perfectamente limpia. El *capitán era una carga para la comunidad, es decir, una carga para Akiko. *Mary no lo era, por cierto. A menudo había dicho que si sintiera que estaba por convertirse en una carga para alguien, se metería en el agua como *Hisako y *Selena, e iría a encontrarse con su segundo marido en el suelo oceánico. El contraste entre los pies de *Mary y los del consentido *capitán era notable. Tenían, por cierto, historias muy distintas que contar.

Los de él eran blancos y suaves. Los de ella eran rudos y pardos como las botas de montaña que había llevado consigo a Guayaquil tanto tiempo atrás.

De modo que le dijo a ese hombre a quien no había hablado durante veinte años: —Me dicen que estás muy enfermo.

En realidad él era todavía guapo y de carnes firmes. Estaba decente y limpio, pues Akiko lo bañaba todos los días y le enjabonaba y peinaba la barba y los cabellos. El jabón, fabricado por las mujeres kanka-bonas, era de grasa de pingüino y huesos molidos.

Una de las cosas exasperantes en la enfermedad del *capitán era que el cuerpo aún podía cuidar perfectamente de sí mismo. Era mucho más fuerte que el de *Mary. Lo que lo retenía tanto tiempo en cama era el proceso de deterioro de su voluminoso cerebro, que lo obligaba a hacerse sus necesidades encima y negarse a comer, etcétera.

Por lo demás: su estado no era peculiar de Santa Rosalía. En el continente, millones de ancianos estaban tan desvalidos como bebés, y jóvenes adultos compasivos parecidos a Akiko tenían que cuidarlos. Gracias a los tiburones y las ballenas asesinas, los problemas relacionados con la vejez son hoy inconcebibles.

—¿Quién es esta bruja? —le preguntó el "capitán a Akiko—. Detesto a las mujeres feas. Ésta es la mujer más fea que yo haya visto en mi vida.

—Es *Mary Hepburn... es la señora Flemming, abuelo —dijo Akiko. Una lágrima se le deslizó por la peluda mejilla—. Es la abuela —dijo.

—Jamás la he visto antes en mi vida —dijo él—.

Por favor, llévatela de aquí. Cerraré los ojos. Cuando los vuelva a abrir, quiero que se haya marchado. —Cerró los ojos y empezó a contar en voz alta.

Akiko se acercó a *Mary y le aferró el frágil brazo derecho. —Oh, abuela... —dijo—. No tenía idea de que sucedería algo así.

Y *Mary le dijo en voz alta: —No es peor ahora de lo que fue siempre.

El "capitán siguió contando.

Desde las cercanías de la fuente, a medio kilómetro de distancia, llegó un grito masculino de triunfo, y luego un coro de risas femeninas. El grito masculino era familiar en la isla. Era el acostumbrado anuncio de Kamikaze, a todos y a cada uno: había atrapado a alguna clase de hembra y ambos estaban a punto de copular. Tenía diecinueve años entonces, y como único macho viril en la isla era capaz de copular con cualquiera o cualquier cosa en cualquier momento. Ésta era otra pena que Akiko tenia que soportar: las flagrantes infidelidades de su compañero. Esta mujer era en verdad una santa.

La hembra que Kamikaze había atrapado junto a la fuente era su propia tía Dirno, que había pasado ya la edad de concebir. A él eso no le importaba. Iban a copular de cualquier modo. Había copulado aun con leones de mar y focas cuando era más joven. Hasta que Akiko lo convenció de que dejara de hacerlo, al menos por ella, si no por él mismo.

No hubo hembra de león de mar o foca que quedara preñada por Kamikaze, lo cual en cierto modo es una lástima. Si lo hubiera conseguido, la evolución de la moderna humanidad podría haberse ahorrado muchos miles de años.

Aunque, por lo demás: ¿qué prisa había, después de todo?

El *capitán abrió los ojos y le dijo a *Mary: —¿Por qué no te has ido?

Ella dijo: —Oh, no me tengas en cuenta. Soy sólo una mujer con la que viviste diez años.

En ese momento, Lira, otra de las mujeres kanka-bonas, llamó a gritos a Akiko y le dijo en kanka-bono que Orion, el hijo de cuatro años de Akiko, se había quebrado el brazo y que se la necesitaba inmediatamente. Lira no se acercaría un paso más a la casa del *capitán, a quien creía infectado por una magia maligna.

De modo que Akiko le pidió a *Mary que vigilara al "capitán mientras ella volvía a su casa. Prometió regresar tan pronto como le fuera posible. —Tú compórtate como un buen chico —le dijo al *capitán—. ¿Lo prometes?

El lo prometió, malhumorado.

*Mary había traído consigo a *Mandarax, requerido por Akiko, esperando poder utilizarlo para diagnosticar la enfermedad del *capitán, que había estado en coma durante el día y la noche pasados.

Pero cuando ella le mostró el instrumento, y antes que pudiera hacer la primera pregunta, él reaccionó de un modo absolutamente asombroso: le arrebató el aparato y se puso de pie como si no estuviera enfermo. —Odio a este pequeño hijo de puta más que a nada en el mundo —dijo, y luego se encaminó tambaleante hacia la costa y el banco de arena, metido hasta las rodillas en el agua.

La pobre *Mary lo siguió, pero por cierto no estaba en condiciones de detener a un hombre de ese tamaño. Lo contempló desvalida mientras él arrojaba a *Mandarax a los que resultaron ser unos tres metros de agua sobre la pendiente del banco de arena. El banco descendía empinado, como el dorso de una iguana marina.

Ella podía ver dónde había caído *Mandarax. Allí estaba: la inapreciable heredad que había prometido dejar a Akiko cuando muriera. De modo que la animosa vieja fue directamente a buscarlo. Ya tenía una mano sobre él, por lo demás, cuando un gran tiburón blanco los devoró a ambos, a ella y a *Mandarax.

El "capitán tuvo un lapso de memoria, de modo que no supo qué hacer cuando vio el agua ensangrentada. Ni siquiera sabía en qué parte del mundo se encontraba ahora. Lo más alarmante era que unos pájaros estaban atacándolo, Eran inofensivos pinzones vampiros, atraídos por la piel ulcerada del 'capitán, y se contaban entre los pájaros más comunes de la isla. Pero para él eran una novedad aterradora.

Los apartaba a manotazos, y pedía auxilio. Acudían más y más pájaros, y él estaba tan convencido de que querían matarlo, que saltó al agua, donde fue devorado por un tiburón de cabeza de martillo. Este animal tenía los ojos en los extremos de unas prominencias, un diseño perfeccionado por la Ley de Selección Natural muchos, muchos millones de años atrás. Era una pieza intachable del mecanismo de relojería del universo. No había defecto en ella que requiriera nuevas modificaciones. Algo que por cierto no necesitaba un cerebro de mayor tamaño.

¿Qué iba a hacer con un cerebro más grande?

¿Componer la Novena Sinfonía de Beethoven? ¿O quizás escribir estos versos?:

El mundo entero es un teatro,


y hombres y mujeres son todos meros actores.


Tienen sus salidas y sus entradas,


y en una vida un hombre


interpreta muchos papeles.

William Shakespeare (1564-1616)

14

He escrito estas palabras en el aire... con el extremo del índice de mi mano izquierda que también es aire. Mi madre era zurda y yo también lo soy. Ya no hay seres humanos zurdos. La gente ejercita sus aletas con perfecta simetría. Mi madre era pelirroja y también lo era Andrew MacIntosh, aunque sus respectivos hijos, yo y Selena, no heredamos sus cabelleras rojizas... ni tampoco la humanidad, tampoco la humanidad podría haberlas heredado. Ya no hay pelirrojos. Nunca conocí un albino personalmente, pero tampoco hay albinos. Entre las focas, aparece un ejemplar albino de cuando en cuando. Hace un millón de años sus pieles habrían sido muy apreciadas para abrigos de mujer, abrigos que se lucían en la ópera y en los bailes de caridad.

La piel de la gente moderna ¿no habría podido utilizarse en la confección de abrigos para sus antepasados? No veo por qué no.

¿Me perturba escribir tan insustancialmente, con aire sobre aire? Pues... mis palabras serán tan perdurables como cualquier cosa escrita por mi padre, o por Shakespeare, o por Beethoven o por Darwin. Resulta que todos ellos escribieron con aire, sobre aire; y de la balsámica atmósfera pesco ahora este pensamiento de Darwin:

La progresión ha sido mucho más general que la retrogresión.

Es cierto, es cierto.

Cuando mi cuento empezó, parecía que la parte terrena del mecanismo de relojería del universo corría grave peligro, pues muchas de sus partes, esto es, la gente, ya no encajaban en ningún sitio y estaban dañando todo el entorno además de dañarse a sí mismas. Habría dicho entonces que el daño era irreparable.

¡De ningún modo!

Gracias a ciertas modificaciones del diseño de los seres humanos, no veo razón alguna por la que la parte humana del mecanismo de relojería no pueda seguir emitiendo su tic-tac tal como lo hace ahora.

Si alguna especie de ser sobrenatural o los pasajeros de los platillos volantes, esos predilectos de mi padre, hicieron que la humanidad armonizara consigo misma y con el resto de la Naturaleza, yo no los sorprendí en el proceso. Estoy dispuesto a jurar que la Ley de Selección Natural llevó a cabo la reparación sin ninguna clase de asistencia exterior.

Fueron los pescadores más hábiles los que sobrevivieron en mayor número en el medio acuático de las Galápagos. Aquellos cuyas manos y pies se asemejaban más a aletas eran los mejores nadadores. Las mandíbulas prognatas eran perfectamente adecuadas para atrapar y retener los peces, como nunca hubieran podido serlo las manos. Y cualquier pescador que tuviera que mantenerse un tiempo bajo el agua, era sin duda capaz de atrapar más peces si tenía un cuerpo más hidrodinámico, más parecido a una bala... y si tenía un cerebro más pequeño.

De modo que mi historia está contada, excepto algunos detalles no muy importantes que añadiré por no haberme referido antes a ellos. Los añado sin seguir un orden particular. Tengo que escribir de prisa. Mi padre y el túnel azul vendrán a buscarme en cualquier momento.

¿Sabe aún la gente que tarde o temprano ha de morir? No. Por fortuna, en mi humilde opinión, lo han olvidado.

¿Me reproduje yo mientras vivía? Por accidente dejé encinta a una estudiante de escuela secundaria en Santa Fe, poco antes de ingresar en la Marina de los Estados Unidos. El padre de ella era director de escuela, y nosotros ni siquiera nos gustábamos demasiado. Sencillamente tonteábamos juntos, como hacían los jóvenes de entonces. Tuvo un aborto, que el padre pagó. Ni siquiera averiguamos si hubiera sido niña o niño.

Eso por cierto me dio una lección. En adelante, siempre me aseguré de que yo o mi compañera tuviéramos a mano algún método de control de la natalidad. Nunca me casé.

Y no tengo más remedio que reír ahora, al pensar en la pérdida de dignidad y belleza que habría si una persona de hoy, antes de hacer el amor, se equipara con uno de esos adminículos, típicos de hace un millón de años, destinados al control de la natalidad. Imaginadlo además, ¡tener que ponérselo con las aletas y no con las manos!

¿Ha llegado aquí durante mi estadía alguna balsa natural de materia vegetal con pasajeros o sin ellos? No. ¿Han llegado especies de alguna clase del continente a estas islas desde la encalladura del Bahía de Darwin? No.

Claro que he permanecido aquí sólo un millón de años... poco tiempo en realidad.

¿Como llegué a Suecia desde Vietnam?

Después que maté a la vieja que había matado a mi mejor amigo y a mi peor enemigo con una granada de mano, y lo que quedaba de nuestro pelotón quemó la aldea hasta no dejar nada, fui hospitalizado a causa de lo que se llamó «un agotamiento nervioso». Se me suministraron tiernos y amorosos cuidados. Me visitaron oficiales que me convencieron de la importancia de no comunicar a nadie lo que había ocurrido en la aldea. Sólo entonces me enteré de que nuestro pelotón había matado a cincuenta y nueve aldeanos de todas las edades. Alguien los había contado después.

Cuando tuve a mi disposición una licencia del hospital, una prostituta de Saigón me contagió la sífilis, mientras yo estaba borracho y fumado de marihuana. Pero la primera lesión de esa enfermedad, hoy desconocida, no apareció hasta que llegué a Bangkok, Thailandia, donde fui enviado junto con muchos otros a pasar una temporada de «Descanso y Recreo». Éste era un eufemismo que todos y cada cual entendía como más putas, más drogas y más alcohol. La prostitución traía a Thailandia una considerable suma de divisas extranjeras, sólo superada por la exportación de arroz.

Después venía el caucho.

Después venía la teca.

Después venía el estaño.

Yo no quería que el Cuerpo de Marina se enterara de que padecía la sífilis. Si lo averiguaban, me reducirían la paga mientras estuviera en tratamiento. El período que durara el tratamiento, además, se sumaría al año que tenía que servir en Vietnam.

De modo que recurrí a un médico privado de Bangkok. Un compañero de la Marina me recomendó a un joven médico sueco que trataba casos como el mío y se dedicaba a la investigación en la Universidad de Ciencias Médicas de la ciudad.

Durante la primera visita me hizo preguntas acerca de la guerra. Me sorprendí contándole lo que nuestro pelotón había hecho con la aldea y los aldeanos. Quiso saber lo que yo había sentido, y le contesté que lo más terrible de la experiencia era que no había sentido mucho de nada.

—¿Lloró después o tuvo dificultades para dormir? —me preguntó.

—No, señor —le contesté—. En realidad, fui hospitalizado porque no quería hacer otra cosa que dormir.

Tampoco estuve cerca de llorar. Sea yo quien haya sido, nunca fui un llorón ni un corazón blando. Ni siquiera fui muy dado a las lágrimas antes que el Cuerpo de Marina hiciera un hombre de mí. Ni siquiera había llorado cuando mi madre pelirroja y zurda nos abandonó a mi padre y a mí.

Pero entonces, ese sueco dio con algo que me hizo llorar como un bebé... por fin, por fin. Estaba tan sorprendido como yo cuando me eché a llorar y llorar.

He aquí lo que dijo: —Veo que su nombre es Trout. ¿Es posible que tenga algún parentesco con el maravilloso autor de ciencia ficción Kilgore Trout?

Este médico fue la única persona que yo haya conocido nunca fuera de Cohoes, Nueva York, que me habló de mi padre.

Tuve que recorrer todo el camino hasta Bangkok, Thailandia, para enterarme de que a los ojos de una persona al menos, mi padre, que tan desesperadamente había escrito, no había vivido en vano.

El doctor me hizo llorar tanto, que fue preciso que me dieran un sedante. Cuando una hora más tarde desperté en una camilla de la oficina, él me estaba observando. Estábamos solos.

—¿Se siente mejor ahora? —me preguntó.

—No —contesté—. O quizá sí. Es difícil saberlo.

—Mientras dormía, estuve pensando en su caso —dijo—. Sólo hay una medicina que podría recetarle, pero usted tiene que decidir si quiere tomarla o no. Ha de tener plena conciencia de sus efectos colaterales.

Pensé que se refería a los gérmenes de la sífilis, que estaban resistiéndose a los antibióticos, gracias a la Ley de Selección Natural. Mi voluminoso cerebro estaba otra vez equivocado.

Dijo que tenía amigos que podrían ayudarme a llegar a Suecia desde Bangkok, si quería buscar allí asilo político.

—Pero no sé hablar sueco —dije.

—Lo aprenderá —me dijo—. Lo aprenderá, lo aprenderá.


FIN


En castellano en el original.

Día de mayo


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