Capítulo 7

Después de irse Stallard, Farran quedó muy ansiosa. Nunca antes sintió una emoción tan fuerte, tanta pasión, como cuando estuvo en brazos de él. Así, no fue de extrañarse que pensara en Stallard durante el resto del domingo y todo el lunes. El martes, cuando despertó pensando en él, creyó que quizá ya no era normal que el recuerdo de sus besos estuviera aún tan vivo.

– ¿A quién le toca este martes? -inquirió Nona en el desayuno.

– Creo que a Lydia Collier -respondió Farran; sintonizó su frecuencia con la de Nona, pero de nuevo su mente se centró en Stallard. Después de dejar esa tarde a Nona en casa de Lydia Collier, mientras esperaba en casa a que la anciana la llamara para que la fuera a buscar, Farran recordó otra vez a Stallard.

Al entrar en la casa, seguía preguntándose por qué no podía dejar de pensar en él cuando de pronto de detuvo. Se aferró al respaldo de una silla y palideció. Se dejó caer en la silla y trató de ver qué fue lo que pasó, pues, una vez sola en la casa silenciosa, de pronto supo lo que era verdad en sus sentimientos.

Recordó sus palabras al hacer referencia al "hombre afortunado con quien te cases", y sin duda alguna estuvo segura de que quería que fuera él el hombre con quien se casara.

Media hora después, Farran todavía intentaba acostumbrarse a esa revelación. Pensó que no podía ser cierto, que aún amaba a Russell Ottley, pero al comparar lo que sintió por él con lo que sentía por Stallard, no tuvo dudas acerca de que nunca amó a Russell.

Además, sabía que lo que le provocaba Stallard no era tan sólo un simple enamoramiento. Tampoco era algo físico, nacido de la urgencia que ambos sintieron al besarse; era algo que se venía gestando hacía algún tiempo.

El tiempo transcurrió y Farran también reconoció que nada bueno podría salir de su amor por Stallard. ¿Cómo podría ser de otra forma? Aparte de los rumores acerca de que era un hombre que no parecía querer sentar cabeza, ella ni siquiera le agradaba, mucho menos la amaba. Quizá la besó y la deseó, pero seguía estando convencido de que era una mujer muy materialista… y nada de lo que Farran pudiera decir o hacer alteraría ese hecho. Farran estaba pensando que su dignidad le impedía suplicarle que él cambiara esa opinión de ella, cuando el teléfono sonó.

– ¿Puedes venir a recogerme, Farran? -pidió Nona.

– Salgo para allá -Farran miró su reloj y se percató de que durante horas sólo pensó en su amor por Stallard y nada más. Pero el descubrir que amaba a un hombre a quien creyó odiar no alteró la rutina del miércoles ni del jueves. Cierto, ahora Nona estaba de mejor humor, pero había días en que Farran no paraba de subir y bajar por la escalera para traerle cosas que la anciana creía necesitar.

– Necesito más lana para tejer. Iremos a ver tiendas -anunció Nona el viernes. Farran pensó que quizá su artritis ya no la molestaba tanto, puesto que durante los dos últimos días no se interesó en su tejido.

Farran también se sintió mejor ese día, más viva. La semana transcurrió con enorme lentitud, pero por fin mañana sería sábado. ¿Acaso Stallard las visitaría?

Stallard no fue a verlas ese sábado, y cuando fue a acostarse, Farran tenía los nervios deshechos de tanto estar esperando oír un auto acercarse y luego alejarse.

El domingo decidió que no sufriría el mismo tormento mental ese día.

– ¿Quiere ir a dar un paseo? -le preguntó a Nona durante el desayuno.

– Stallard puede venir mientras estamos fuera -señaló Nona, así que Farran tuvo que quedarse en casa… y estaba tensa al acostarse, pues ese día tampoco vieron a Stallard.

Logró dejar de pensar en el hombre a quien amaba cuando, al día siguiente, el doctor Richards llegó a la casa.

– Como es lunes, pensé que estaría ocupado atendiendo enfermedades de lunes por la mañana -comentó Nona tan pronto como vio al médico entrar en la sala de estar.

– Este fin de semana tuve que estar de guardia, así que el lunes al mediodía me dejan salir del hospital -sonrió el aludido.

– ¿Así que ésta no es una visita de rutina? -Nona estaba tan alerta como siempre.

– El venir a verla nunca es una rutina, señorita Irvine -replicó-. ¿Cómo está usted hoy?

– Me sentiría mejor se viniera a visitarme el hijo de un viejo amigo mío -contestó.

Diez minutos después, Farran acompañó al médico a la puerta, con la sensación de que también ella se animaría si Stallard fuera a verlas.

– Tengo dos entradas para una obra de teatro espléndida -le comentó Tad Richards en el vestíbulo.

– Quizá podría acompañarlo, pero, como la señorita Irvine no se siente muy animada hoy, creo que mejor me quedaré a acompañarla -Farran hizo uso del pretexto ofrecido por Nona, sin remordimiento alguno.

– Ni siquiera te he dicho para cuándo son las entradas -exclamó con molestia.

– Será otro día -abrió la puerta para no comprometerse más.

– No me daré por vencido -sonrió-. Me verás el próximo lunes… y el lunes dentro de quince días.

Pero Farran lo vio antes del lunes siguiente. Aunque, para empezar, la semana comenzó como de costumbre y esa vez la sesión de bridge tuvo lugar en casa de Celia Ellams.

Sin embargo, al llegar el viernes, Farran se animó de nuevo. Le pareció lógico que, como no fue la semana pasada, Stallard de seguro iría a Low Monkton ese fin de semana.

Pero el sábado, para su gran decepción, éste no apareció. El domingo por la mañana, estaba muerta de angustia por esperarlo. Al llegar la hora de la comida, Nona mostró desilusión y pareció pensar que tendrían que esperar otra semana, para ver si el próximo sábado Stallard iba a la casa.

– Creo que iré a acostarme un rato -anunció Nona de pronto.

– ¿Se siente usted bien? -Farran no se alarmó porque a veces Nona prefería dormir la siesta en su cama y no en la silla.

– Muy bien -le aseguró.

– Iré a buscar mi libro y la acompañaré -dijo Farran y las dos subieron por la escalera.

Farran entró en su cuarto y tomó el libro, pero se preguntó cómo podría entender algo puesto que seguía pensando en Stallard. Resolvió intentarlo y salió al pasillo cuando le pareció oír un gemido.

Corrió al cuarto de Nona y vio a la anciana aferrada a la cómoda de cajones.

– Tuve un mareo -comentó tan pronto como Farran entró.

– ¿Cómo se siente ahora? -Farran ocultó su preocupación.

– Muy bien -declaró Nona, pero dejó que la chica la ayudara a sentarse en la cama.

– ¿Le duele algo?

– No -sonrió Nona, pero alarmó a Farran al añadir-: Pero creo que me meteré en la cama en vez de quedarme encima.

Un cuarto de hora después, ya que hubo ayudado a la anciana a meterse en la cama, Farran bajó. Como seguía preocupada, llamó a Tad Richards.

– Siento llamarlo el domingo por la tarde -se disculpó la joven y le contó lo sucedido.

– Iré a verla -contestó con naturalidad-. Llegaré en cinco minutos.

En efecto, estuvo en la casa en cinco minutos. Farran ya lo esperaba con la puerta abierta, para que Nona no pensara que se trataba de Stallard si el médico tocaba el timbre.

– No le he dicho a la señorita Irvine que le pedí que viniera -le advirtió al hacerlo pasar.

Nona estaba despierta cuando entraron en su habitación y Farran descubrió que Tad dio un excelente pretexto para justificar su presencia en la casa un domingo por la tarde.

– ¿Qué es lo que me hace? -bromeó al acercarse a la cama-. Aquí vengo, dispuesto a pedirle a la encantadora Farran que venga a cenar conmigo, y me dice que mi otra amiga favorita no se siente bien.

– No tengo nada malo -protestó Nona, pero no se opuso a que el médico la revisara.

– Perfecto -concluyó Richards al revisarle el corazón-. Pero como no suele tener mareos, creo que su cuerpo le pide un poco de descanso. ¿Va a complacerme y quedarse en la cama durante unos cuantos días?

– Puede… que sí -replicó y cerró los ojos.

– ¿De veras está tan bien como le dijo? -inquirió Farran al despedir al médico en la puerta.

– Vivirá muchos años todavía, aunque, igual que todos nosotros, puede haber días en que no se sienta del todo bien. Me parece que está demasiado cansada, así que la cama es el mejor lugar para ella. Ahora -adoptó su aire mundano-, ¿me harás ver como un mentiroso o vendrás a cenar conmigo?

– ¿Cómo podría, Tad? -sonrió Farran-. No puedo dejar sola a la señorita Irvine mientras está indispuesta.

– ¿Qué es lo que he hecho? -se llevó una mano a la frente.

Farran dejó de sonreír al subir la escalera. Todavía le preocupaba la salud de Nona.

– No estoy dormida -Nona abrió un ojo cuándo Farran asomó la cabeza.

– ¿Cómo se siente?

– Si vas a armar un alboroto, me levantaré -amenazó la señorita, aunque no tenía la misma voz de enojo que de costumbre.

– Entonces dejaré de armar un alboroto -sonrió Farran-. ¿Quiere dormir, hablar o le traigo un té con galletas?

– Hablando de comida, ¿vas a cenar con el doctor Richards hoy por la noche?

Farran se dio cuenta de que si le daba la misma razón a Nona que al doctor Richards, la anciana se levantaría de la cama.

– No -negó con la cabeza y se sinceró-: Hace poco que tuve una decepción amorosa con un hombre. Por ahora, no me interesa mucho el otro sexo -aunque eso ya no fue tan sincero.

– El amor puede ser una atadura -comentó Nona, como si hablara por experiencia. Cerró los ojos y se durmió.

Farran bajó y trató de no alarmarse por ella. Pero aunque Nona no parecía estar enferma, tampoco tenía al ánimo de costumbre. Volvió a preocuparse cuando, al subir de nuevo, Farran se dio cuenta de que la señora estaba despierta. Le preguntó si quería charlar un rato, a lo cual la anciana se negó… ¡Algo rarísimo en ella! Más tarde, le llevó la cena a Nona. Aunque ésta solía tener un apetito fenomenal, apenas tocó la comida… eso sí que preocupó a la joven.

Durante media hora se preguntó qué debía hacer. Sabía que tenía que llamar a Stallard; pero no deseaba hacerlo. Entonces, ¿llamar a Tad? Pero, ¿para qué? La condición de Nona no había cambiado; sin embargo, no cenó casi nada y eso sí que era extraño.

Después de media hora, Farran no dudó de que no debía llamar a Tad Richards sino a Stallard, aun cuando no quisiera hacerlo, puesto que éste la empleaba para cuidar de la anciana.

¡Diablos! Sin vacilar más, fue hacia el teléfono y lo llamó.

– Beauchamp -contestó una voz conocida.

– Habla… Farran -logró decir, después de una pausa en que sintió las entrañas como de gelatina.

Después de otra pausa, Farran intentó recobrar la compostura mientras Stallard le preguntó con dureza, como si no recordara haberla besado con pasión jamás:

– ¿Qué quieres?

– Para mí… nada -habló con frialdad. Se sintió herida al darse cuenta de que, mientras ella pensó en él durante dos semanas, parecía que no le importó a él ni un comino-. Sólo te llama para avisarte que Nona no se siente bien.

– Creo que sería mejor que llamaras a un médico -replicó Stallard, cortante.

– Ya vino el médico -rugió Farran herida por su tono frío e impersonal, después de la calidez que compartieron.

– ¿Qué le pasa?

– Está muy fatigada y necesita estar en reposo en cama -Farran consideró que eso era suficiente y colgó el auricular de golpe. ¡Cerdo! se enfureció. Al pasársele el enojo, se preguntó a sí misma qué fue lo que deseó de él. Era un hombre de mundo y era probable que estuviera acostumbrado a besar a mujeres sin pensar mucho en ellas después… mucho menos a recordar esos momentos íntimos y cálidos.

Farran subió a su cuarto con la certeza de que Stallard nunca la amaría. Triste, al percatarse de que ella pensaba todo el tiempo en Stallard y que no debía pasarle lo mismo a él, fue al cuarto de Nona.

– Bueno, ¿quiere que la acompañe un rato? -sonrió a la anciana.

Cuando Farran se fue a dormir, su preocupación por la señorita disminuyó mucho. Le pareció que había recobrado su ánimo de costumbre, pues antes de que Farran se acostara, la señorita Irvine le pidió que le subiera una docena de cosas que estaban en el piso de abajo y que prefería tener a la mano.

Cansada, Farran por fin dejó a Nona acostada para dormir. Fue a su propio cuarto con la intención de leer. Pero durante media hora no logró sumergirse en la trama, pues una parte de sí misma insistía en pensar en Stallard y en que, después de besarse así, de seguro él hubiera podido ser menos frío por teléfono.

¡Maldito sea! Farran apartó el libro y, segura de que no podría leer esa noche, trató de dormir. Estaba alargando la mano para apagar la lámpara de noche cuando se detuvo al oír que algo golpeaba el cristal de la ventana. Miró con fijeza el vidrio y el sonido se repitió.

Farran trató de no hacer caso a su acelerado corazón y pensó que no podría tratarse de Stallard. Mas cuando se levantó de la cama para investigar, no la sorprendió que él fuera la primera persona en quien pensó… de todos modos estaba en su mente todo el tiempo.

– Se puso una bata rosa y miró por la ventana. Su corazón latió desaforado al ver con alegría al hombre alto, afuera.

Se apartó de la ventana y, ejerciendo un gran control sobre sí misma, bajó de puntillas por la escalera. Al abrir la puerta, su corazón estaba rebosante de alegría, aun cuando habló con dureza:

– Espero que tengas buenos motivos para hacer que la gente decente salga de su cama -saludó a Stallard cuando él entró en el vestíbulo.

– ¡Qué primor! -murmuró él al mirarla a la luz del vestíbulo.

Farran se alejó con rapidez y, como no quería que el sonido de sus voces despertara a Nona, se metió en la cocina. Todavía intentaba saber si Stallard quiso decir que su saludo fue un primor o si fue el verla sin una gota de maquillaje lo que era primoroso, cuando se dio cuenta de que él la siguió a la cocina.

– Supongo que no esperas que te prepare la cena -su tono siguió siendo duro, pero la sorprendió la réplica de Stallard.

– No me atrevería -mientras Farran ponía agua para hacer café, prosiguió-: Se me ocurrió que como has estado cuidando de Nona durante todo el día, era justo que yo viniera a hacer el turno de noche. Mañana conseguiré a una enfermera -ya no hablaba con burla.

– No hará falta una enfermera.

– ¿No?

Farran le contó todo lo sucedido y la visita del médico.

– No quise alarmarte cuando hablé por teléfono -aclaró al percatarse de que logró preocupar a Stallard lo bastante para que fuera a Low Monkton esa noche. Le dio una taza de café y se le ocurrió algo-. ¿Tenías la intención de pasar la noche aquí? -intentó aparentar que eso no le importaba, pero en su interior ansiaba saborear todos los momentos posibles a su lado.

– No veo cómo habría podido ser enfermero nocturno de no ser así -replicó, pero, para alegrar a Farran, no hubo sarcasmo en su voz.

– De todas formas, ¿planeas quedarte, ahora que… bueno, que ya no son necesarios tus servicios como enfermero? -inquirió la joven, esperanzada.

– ¿Echarías a un hombre en una noche como ésta? -la diversión lo hizo sonreír.

Farran no veía nada malo en la noche y también sonrió. Vio que Stallard le miraba la boca y sintió el peligro. Todo lo que él tenía que hacer era alargar una mano y estaría perdida… lo sabía.

– No tiene nada que ver conmigo el que te quedes o te marches -comentó con pudor y aunque quería seguir charlando, se dio la vuelta-. Iré a cerrar y…

– Creo que eso me lo puedes dejar a mí -murmuró Stallard-. De todas maneras he de sacar mi maleta del auto.

– Entonces, buenas noches.

– Buenas noches, Farran -habló con suavidad.

Al llegar arriba, Farran seguía con el corazón acelerado. En ese momento, al oír la voz de Nona, se dio cuenta de que había una tercera persona en la casa.

– ¿Acaso llegó Stallard? -preguntó la anciana.

– Este… sí -replicó Farran y añadió, al darse cuenta de que Nona debía tener una intuición brillante-. Está sacando su maleta del auto y luego subirá. Supongo que vendrá a verla antes de irse a dormir. ¿Necesita algo, Nona?

– Ahora no -contestó-. Buenas noches, querida.

Farran durmió mejor esa noche que lo que había dormido desde hacía dos semanas. Sin embargo, a la mañana siguiente despertó temprano, para bañarse y vestirse con rapidez. Stallard tenía que recorrer largo camino para llegar a Londres y quería verlo antes de que se fuera a su oficina.

Pero al bajar a la cocina se percató de que Stallard despertó aún más temprano. Ya bebía una taza de café y leía el periódico.

– Buenos días -saludó la joven cuando Stallard bajó el periódico para verla.

– Buenos días -volvió a ver el periódico.

Farran se percató de que Stallard había vuelto a llenar la cafetera para ella, y la encendió. Luego, preparó el potaje para Nona y empezó a hacerse un huevo tibio. Se preguntó si debía hacerle el desayuno a Stallard. Lo miró con disimulo y se sobresaltó al darse cuenta de que ya no leía el periódico sino que observaba con detenimiento cada movimiento de ella.

– Este… ¿a qué hora te vas? -preguntó para ocultar su momentánea timidez.

– ¿Intentas deshacerte de mí? -inquirió con sorna y Farran sintió un gran amor por él. Eso era lo último que quería pero, como él no debía saber lo mucho que significaba y que le importaba volverlo a ver, habló con naturalidad.

– No -intentó implicar que no le importaba si se quedaba o no y prosiguió-: Lo que pasa es que, como tienes que atender un negocio…

– Espero que el negocio pueda sobrevivir un par de días sin mí -interrumpió Stallard con suavidad.

El corazón de Farran le dio un vuelco al oír que Stallard insinuaba que se quedaría en Low Monkton un par de días. Tuvo grandes dificultades para mantener su rostro impasible pero, al preparar la bandeja del desayuno de Nona, pensó que lo había logrado. Tomó una flor de las que había en un jarrón en el alféizar de la ventana y la colocó en la bandeja.

Tomó la bandeja y se dirigió a Stallard, quizá porque él ya la había ayudado antes con bandejas.

– Bueno, sé útil: llévale esto a Nona.

En ese momento supo que se enfurecería, pues no era un hombre a quien le gustara recibir órdenes. Stallard se acercó a la chica, miró la bandeja y la flor y clavó la vista en los ojos de la joven.

– Qué bonito -comentó con un murmullo y Farran no logró evitar sonrojarse. Se dio cuenta de que Stallard la vio ruborizarse y éste continuó-: Me refería al arreglo de la bandeja.

Farran apartó la bandeja y habló con aspereza.

– ¿A qué otra cosa podrías referirte? -se hubiera marchado de no ser porque Stallard la hizo levantar la barbilla con un dedo.

– Sin embargo, si hablara de ti, mi querida Farran -los ojos grises miraron los cafés temerosos de la joven-, habría usado la palabra "hermosa".

El corazón de la chica le dio otro vuelco y ésta pensó que ya nunca más le latiría con normalidad. Nunca supo cómo logró aparentar frialdad.

– De todos modos, te prepararás tú mismo el desayuno.

Su corazón siguió inundado de alegría cuando Farran lo oyó reír y le llevó el desayuno a Nona. Estaba feliz por estar bajo el mismo techo que él y eso la alegró en todo lo que hizo durante las horas siguientes. Estuvo consciente de que Stallard hizo unas llamadas de negocios mientras ella iba a ver cómo seguía Nona.

– Estoy fresca como una lechuga -declaró Nona y amenazó-: Creo que voy a levantarme.

Después de prometer que le haría su pollo favorito para la comida, Farran logró que la señorita se quedara en cama y ella volvió abajo.

Contenta, limpió la sala de estar y empezó a escribir una lista para ir de compras. Estaba inmersa en los ingredientes del pollo, cuando Stallard se le acercó por detrás para ver qué hacía, emocionándola mucho.

– ¿Todo eso es para hoy?

– Sólo son unos cuantos víveres -comentó la chica.

– Yo iré de compras, si quieres -se ofreció, pero Farran pensó que no sería una buena idea, ya que no parecía haber ido al mercado nunca, y le sonrió.

– Estoy segura de que Nona preferiría que la acompañaras -comentó con tacto y, al ver su maravillosa sonrisa, se dio cuenta de que no lo engañaba ni un momento.

Farran tardó un poco más de tiempo con las compras, debido a que ese día había un invitado muy especial en casa. Una vez que acabó, se apresuró a llegar a casa, pero tuvo que reconocer que el motivo no era Nona.

Como de costumbre después de ir de compras, descargó las bolsas en la puerta principal. Y esta vez, gracias al ansia que la invadía de entrar en la casa, no metió el auto en la cochera sino que lo estacionó junto al de Stallard.

Sin embargo, se olvidó del auto por completo una vez que entró en la casa y oyó voces provenientes de la sala de estar. Nona, a riesgo de perder una suculenta comida, se había levantado de la cama.

Farran dejó las bolsas de la compra en la cocina y fue a la sala de estar. Consciente de que Stallard estaba sentado frente a Nona, le habló con dureza fingida a esta última.

– ¿Acaso sirve de algo decirle que descansará mejor en su cama que aquí?

– Stallard ya me dijo todo eso -sonrió Nona y no mostró ningún arrepentimiento al preguntar-: ¿Acaso comeré sólo pan y agua?

Farran se rió y al regresar a la cocina, oyó cómo Nona le explicaba a Stallard que había intentado mantenerla en cama valiéndose de un soborno alimenticio.

La comida fue espléndida y muy alegre. Nona comió muy bien y la conversación se mantuvo viva y animada. A veces, mientras Nona se dirigía a ella, Farran se percataba de que Stallard la miraba y tuvo que hacer un esfuerzo para limitar el número de veces que lo observó.

Cuando Nona fue a su silla favorita en la sala de estar, Farran sintió que su felicidad se desbordaba cuando Stallard empezó a limpiar la mesa.

– Puedo hacerlo sola -le pareció que era cortés protestar, pero se dio cuenta de que Stallard también podía ser muy considerado cuando lo oyó comentar.

– ¿Adónde más puedo ir para no molestar a Nona mientras duerme su siesta?

Farran estuvo en el quinto cielo cuando Stallard la ayudó a lavar los platos. Estaba tan enamorada de él que no logró hallar un tema de conversación. Por fortuna, Stallard le anunció que, como al parecer ni ella ni Nona hacían nada para encontrar ayuda doméstica, él habló esa mañana por teléfono a un anuncio del periódico local.

– No es necesario -protestó la chica.

– Claro que lo es -replicó él. Farran se dio cuenta de que no se quejaba de que la casa estuviera sucia, sino de que le pagaba por hacer ese trabajo.

Al recordar el cheque que le dio, se preguntó si también pagaría el salario de la afanadora. ¿Acaso él pagaba todas las cuentas? Pero no era una pregunta que le podía hacer. En ese momento, todos sus pensamientos acerca de Nona y sus necesidades desaparecieron al oír la voz de Stallard.

– ¿Sería impertinente preguntarte si tu amigo Watson ha venido a comer recientemente?

A Farran le pareció que nunca antes Stallard se preocupó de ser impertinente, pero contuvo cualquier réplica acerba pues no quería romper la armonía que sentía entre ambos.

– Sólo vino una vez… esa vez de la que Nona te informó -contestó-. Quizá no vuelva a ver a Andrew en más de un año.

– ¿Y te molesta eso?

Farran estuvo a punto de preguntarle si no tenía amigas que no fueran más que hermanas para él, pero se percató de que sería una pregunta tonta, pues estaba segura de que no era así. Como no quería romper la armonía existente, le dio una explicación sencilla.

– Considero a Andrew de la misma forma que consideraría a un hermano… si tuviera uno.

Hubo una breve pausa.

– ¿Eres hija única? -preguntó Stallard.

Durante el tiempo que limpiaron la cocina y lavaron la loza, Stallard le hizo preguntas acerca de ella y su familia y Farran también lo interrogó a su vez. Cuando la cocina estuvo limpia y se reunieron con Nona en la sala de estar, Farran pensó que, no sabía gran cosa además de lo que ya conocía. Si sus cálculos eran correctos, a partir de lo que podía intuir, Stallard tenía treinta y seis años. Su padre se casó de edad madura y tenía cincuenta años cuando Stallard nació, como le reveló este último. Murió hacía seis años, a la edad de ochenta años.

– Debo haberme quedado dormida -sonrió Nona al oírlos regresar a la sala de estar-. ¿En dónde?… Farran, hazme un favor y sube para buscar mi tejido… -se interrumpió al oír el timbre de la puerta principal. Farran se levantó a abrir antes de que nadie pudiera adelantarse.

– ¡Tad! -exclamó al abrir la puerta y ver al médico-. ¡Qué amable de tu parte que hayas venido a ver a la señorita Irvine!

– Nada de amable -sonrió-. Tengo un par de entradas al teatro que ansían ser usadas. ¿No crees que?…

– Por aquí -interrumpió Farran y lo condujo a la sala de estar. Abrió la puerta de la sala cuando él intentó detenerla.

– Farran -suplicó-, ríndete… podríamos cenar después de la obra -sugirió cuando la chica entró en la habitación.

Farran sonrió a Nona y anunció con alegría:

– El doctor Richards ha venido a verla -se hizo a un lado y Tad Richards adoptó su actitud profesional al acercarse.

Farran se imaginó que todos tendrían la vista fija en el doctor, así que le pareció que podía mirar a Stallard sin peligro. Lo hizo de inmediato y se quedó congelada, al percatarse de que Stallard no veía a Tad Richards sino que la observaba a ella con expresión de enorme frialdad. Atónita por el brillo asesino de sus ojos, Farran se percató de que desapareció cualquier armonía que imaginó que existía entre ambos.

Perpleja ante ese cambio brusco de armonía a odio, apartó la mirada. ¿Qué he hecho ahora?, se preguntó.

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