Capítulo diez

El concierto de Anaheim comenzaría a las ocho de la noche. A las siete, la parte posterior del escenario en Arrowhead parecía la plataforma de lanzamiento en la NASA: un caos para quien no sabía cómo funcionaba aquello, pero orden para el ojo entrenado. Por todas partes había técnicos que tendían cables y hablaban con sus walki-talkies. El telón estaba cerrado. A los lados del escenario había inmensas bocinas negras apiladas una sobre otra, como un edificio alto, y en cada punto de la oscuridad, pequeñas luces rojas salpicaban la escena.

A la derecha del escenario, entre los telones, había un corredor que llevaba a una habitación grande sin ventanas, totalmente cubierta con cortinajes blancos. Junto a una pared había una larga mesa con un arreglo de enormes azucenas blancas. También había bebidas heladas y una docena de bocadillos distintos, fruta fresca y café caliente.

Media docena de reporteros pululaban en un rincón. Dos largos sofás blancos estaban vacíos, pero de pie, cerca de ellos, se encontraban los ejecutivos de la compañía disquera MCA y sus esposas. Una mujer que llevaba una tablilla con sujetapapeles entró, miró a su alrededor y volvió a salir. Una chica diferente… más joven, que llevaba un vestido negro de cuero, tacones altos de aguja y un cinto de diamantes de imitación que le caía por debajo de la cadera, se acercó a la mujer con el sujetapapeles y la saludó.

– Hola, Casey -sonrió la mujer-. Pasa.

Las cortinas de las paredes sólo se veían interrumpidas por una puerta. En ella había una pequeña placa de latón que decía MAC. Casey llamó y metió la cabeza.

– ¿Me permites entrar?

Tess estaba sentada al tocador mientras le hacían los últimos arreglos a su peinado. Tenía el rostro maquillado para el escenario: una aplicación con brochas y diferentes colores que había tardado treinta y cinco minutos. Las pecas habían desaparecido, cubiertas por una base color alabastro. La línea de los labios era perfecta: ligeramente alargada y favorecedora. Los ojos, sombreados y delineados, adquirieron un brillo de bienvenida al ver la imagen de Casey en el espejo.

– Por supuesto. ¡Oye, luces sensacional!

– También tú.

Tess siguió a Casey con la mirada.

– ¿Tienes miedo? -le preguntó y sonrió un poco.

– Muchísimo.

Tess rió y eso alivió un poco la tensión.

– Está bien. Cuando estés en el escenario lo olvidarás.

– Lo sé. ¿Ya supiste algo de papá?

– Todavía no -"¿Dónde estás Kenny? ¿Dónde estás?", pensó.

– ¿Crees que Mary venga con él?

– No tengo la menor idea. Ella se negó rotundamente a comprometerse.

Por fin, Cathy, la artista del maquillaje, dijo:

– Ya está listo el maquillaje, y el peinado también. Ahora sólo falta el traje.

Tess se levantó y Cathy retiró de una percha un traje de pantalón de raso blanco. Se quitó la bata y se lo puso. Estaba adornado con una línea de lentejuelas claras a los lados de las perneras. La chaqueta estaba cubierta por completo con el mismo tipo de lentejuelas y lanzaba destellos cada vez que Tess se movía.

– Aretes -dijo Cathy, y le entregó a Tess un par elaborado con plumas blancas salpicadas con las mismas lentejuelas iridiscentes.

Luego Cathy sacó un par de zapatillas que hacía juego con el traje. También brillaban cuando Tess caminaba.

La mujer del sujetapapeles asomó la cabeza.

– Veinte minutos -dijo.

"Veinte minutos. ¿Dónde podrá estar?," se preguntó Tess. Luego pareció como si todos entraran al mismo tiempo: las otras cantantes del coro, todas con vestidos negros de cuero:

– Sólo queríamos desearte que te rompas una pierna, querida Mac -que es la manera de desearse buena suerte entre la gente de teatro de Estados Unidos.

Y el publicista de Tess también llegó:

– Tenemos afuera a la prensa y a algunas personas de la MCA que están esperándote, así que cuando estés lista…

– Muy bien, allá voy. Cathy, hay algo que me raspa en la nuca. ¿Quieres ver qué es?

Cathy estaba revisando el cuello de la chaqueta en el momento en que le anunciaron:

– Hay alguien especial que vino a verte, Mac.

Y Kenny y su madre entraron en el vestidor.

No fue como lo había imaginado. Había pensado que estaría lista y sonriente. En vez de ello sólo podía estar de pie con la cabeza baja, mientras Cathy cortaba la etiqueta con unas tijeras; sólo podía ver la rayada seda negra del pantalón del traje de Kenny al lado de las perneras de seda verde del de su madre.

– Ya está -dijo Cathy por fin, y Tess quedó libre.

Levantó la mirada y sintió una emoción generalizada. Una descarga en todo el cuerpo; un estremecimiento de alegría, alivio y promesa. Luego avanzó hacia él… hacia ellos. "Mamá primero", recordó de pronto.

– ¡Mamá! ¡Viniste!

– Kenny no me dejó opción.

– ¡Y te ves tan hermosa!

Apenas notó que la gente daba un paso atrás mientras ella abrazaba a su madre, y también Kenny estrechaba a Casey; pero todo aquello era secundario al hombre al que se moría por tocar.

Por fin le tendió las manos.

– Hola, Tess -dijo él sencillamente, aunque estuvo a punto de romperle los nudillos con el apretón tan fuerte que le dio. Bajó la cabeza, y las mejillas se tocaron con precaución para no estropear el maquillaje, el peinado y las lentejuelas.

– Gracias por traerla -susurró ella.

– Gracias por arreglarlo. Te ves hermosa.

– También tú te ves muy bien. Ese traje es elegantísimo. Ella dio un paso atrás, como se esperaba, y dijo:

– Cuando termine el espectáculo, alguien irá a buscarlos a sus lugares y los traerá aquí. Sólo esperen en sus asientos.

– Faltan diez minutos -advirtió una voz; Tess le dio un apretón de manos a él y luego lo soltó.

Se llevaron a Kenny y a Mary, y Tess fue conducida hasta la antesala, donde la esperaban la prensa y los altos funcionarios de su compañía disquera para una conferencia de prensa de cinco minutos. Ella estrechó cada mano que le tendieron, les dirigió su famosa sonrisa y se preguntó cómo iba a ser capaz de cantar con aquel nudo en la garganta.

A su lado, alguien murmuró:

– Tres minutos.

El productor de sus giras, Ralph, siempre la acompañaba hasta el escenario. Cuando llegaron a un costado, Tess puso la mente en blanco y trató de relajarse.

Sólo había algo que tenía que hacer. Caminó entre los cubos negros y plateados que sostenían a los miembros de su banda en diferentes niveles, hasta llegar a donde se encontraban las tres cantantes del coro, un poco por encima de ella. Apretó con emoción la mano de Casey y le dijo:

– Sólo tienes que hacerlo como en la sala de mamá, ¿de acuerdo? -le guiñó un ojo y regresó por detrás del escenario.

Una voz calmada y tranquila dijo:

– Muy bien… cuando quieras.

Tess aspiró profundo. El percusionista estaba esperando. Vio cuando ella asintió, marcó un toc, toc, toc en el borde de su tambor y, desde atrás de las cortinas, la música invadió el escenario. El telón subió al tiempo que una voz masculina anunciaba:

– ¡Damas y caballeros! Con ustedes, la cantante número uno de la música country en Estados Unidos. ¡Tess McPhail!

Un aplauso atronador la envolvió y la llevó al centro del escenario. El micrófono inalámbrico la esperaba. Ella lo tomó y comenzó a darle a aquella gente lo que habían pagado por oír.


Salgo muy arreglada, el sábado por la noche,

me arrastro por el callejón hacia tu porche,

me vestiré de raso

y saldré a divertirme

contigo.


Tess no podía ver nada más allá de las luces brillantes del escenario, pero durante el ensayo había localizado el sitio en el que se sentarían Mary y Kenny, así que en el momento de decir la palabra “contigo" apuntó con una larga uña color cobre hacia donde él estaba. Aunque no podía verlo, su presencia provocó en Tess una pasión más fuerte que nunca.

El concierto transcurrió sin incidentes. Cuando la banda tocó durante el primer cambio de ropa, Ralph Thornleaf la esperaba a un lado del escenario para expresarle su aprobación:

– ¡Ya los tienes, chica! ¡Eres dinamita!

Cathy le quitó el estrecho traje blanco y la enfundó en una falda con cuentas verdes. Le puso entre las manos una transparente botella de un litro de agua fría Evian, y Tess se bebió la mitad; luego, subió a un pasadizo Stutz Bearcat que la condujo hasta el escenario para la siguiente secuencia.

A la mitad del espectáculo presentó a la banda, y dejó a Casey para el final.

– Esta muchachita es de mi pueblo, de Wintergreen, Missouri, y es la primera vez que comparte un escenario conmigo. Juntas hemos compuesto música, y nuestra primera canción será la principal de mi próximo álbum, que saldrá a la venta en septiembre. Quisiera que le dieran un aplauso y le desearan un gran inicio: ¡Ella es Casey Kronek!

El público respondió con una ovación entusiasta, y Tess notó la emoción en el rostro de Casey. Cuando el auditorio guardó silencio, Tess se acercó a las luces que rodeaban el escenario y habló por el micrófono con tal sinceridad que logró que el lugar entero guardara completo silencio.

– Esta noche es muy especial para mí porque están presentes entre el público algunas personas a las que amo -un reflector iluminó de inmediato la primera fila, y Tess vio a Mary y a Kenny por primera vez desde que subió al escenario. Ella lo miró un instante, antes de fijar los ojos en su madre-. Una de ellas sobresale entre las demás. Esta dama se sentaba en los escalones y me dejaba dar un concierto solo para ella cuando yo tenía apenas seis años. Me compró un piano cuando cumplí siete. Y me vio hacer el equipaje y marcharme a Nashville la misma semana en que me gradué del bachillerato sin permitir que viera lágrimas en los ojos. Siempre me dijo: "Cariño, sé que puedes lograrlo" -Tess miró con ternura a Mary y continuó-: Mamá, por favor ponte de pie para que el público pueda darte un aplauso.

Mary hizo el intento por incorporarse, pero sentía la cadera un poco rígida, así que Kenny la tomó del brazo y la ayudó a ponerse de pie. Ella hizo un ademán, como diciendo "tanto escándalo por una anciana". Un murmullo de risas imprimió en el ambiente un aire muy sureño al final del aplauso. Tess dejó que transcurrieran unos instantes.

– Y además de ella, hay alguien más que es muy especial para mí. Se trata del orgulloso padre de Casey Kronek y un ex compañero de escuela. Kenny, me da mucho gusto que estés aquí -le dijo al público-: Tanto Kenny como mi madre conocen la historia de la próxima canción. La oyeron por primera vez en la sala de mamá la primavera pasada, la misma semana en que Casey y yo la escribimos. Es la canción de la que les hablaba hace un momento. Se titula Una chica de pueblo.

La carrera musical de Tess le había proporcionado muchas satisfacciones, se había enfrentado a diversos públicos en ocasiones especiales, algunas canciones le significaban más que otras; pero cantar ésta en vivo por primera vez fue en realidad uno de los momentos más emocionantes de su vida. Las palabras parecían tender una especie de conexión que la unía inexorablemente y para siempre a Casey, su madre y Kenny.


El tránsito del pueblo se arrastra por la plaza,

hace dieciocho años que se marchó de casa,

recorrió el mundo y ahora regresa,

pero ha visto mucho y el pueblo le pesa.


No puede volver.

Sabe demasiado.


Mamá sigue en casa, nada ha cambiado,

la casa se ve vieja y abandonada,

el mismo reloj en la cocina antigua y destartalada,

mamá no quiere reemplazar nada.


Mamá está bien.

No puede cambiar.


Cómo cambiamos

cuando crecemos.

Y reordenamos

lo que sabemos.


Me han contado cosas del chico de al lado,

él es de mi ayer, parte del pasado,

por años el destino nos ha separado,

Y en sólo una noche mi alma se ha robado.


Despídete.

No debes llorar.


La chica del pueblo de nuevo se aleja,

y mira llorosa la cocina vieja.

Siente que ha arreglado algo en su interior,

y triste susurra triste, mamá, quédate así, por favor.


Debe volver.

Pues hay más que aprender.


Cuando la canción terminó, la respuesta del público fue atronadora. El resto del concierto pareció casi un anticlímax. Cantaron otras dos canciones a petición del público, y cuando el telón bajó y las luces se encendieron, Tess se sentía victoriosa. La adrenalina corría aún por sus venas cuando los guardias la escoltaron a la misma habitación con cortinas blancas, donde ciento veinticinco personas habían sido invitadas a una recepción con champaña. Llevaron a Tess directo a su vestidor, donde Cathy la esperaba para quitarle la falda y reemplazarla con un traje sastre de pantalón y una blusa de seda. Secó el rostro acalorado de Tess, le aplicó color en los labios con una brocha y dijo:

– Ya estás lista para tu público.

Ella estaba interesada sólo en dos miembros de su público esa noche, y cuando salió, los encontró de inmediato con la mirada. Mary estaba sentada en uno de los sofás blancos; Kenny le daba una copa de champaña; Casey estaba de pie a su lado con dos platos de comida.

Tess fue hacia ellos.

– ¡Hola, mamá! -saludó y se inclinó a besar a su madre.

– ¡Oh! ¡Cariño, aquí estás! ¡Qué gran concierto! Me alegra que este muchacho me haya obligado a venir.

– También a mí me da gusto -pasó el brazo por la cintura de Kenn y le sonrió.

Él la miró a los ojos y dijo en voz baja, de una manera que excluía a todos los demás:

– Estoy impresionado -fue su comentario lacónico, pero era todo lo que ella necesitaba para atesorar en sus recuerdos aquel momento inolvidable.

Pero había algunas personas a las que debía atender, así que ya pasaba de la medianoche cuando terminó de cumplir con sus obligaciones, y los cuatro se marcharon por la puerta de atrás para abordar la elegante limosina que los esperaba. Tess se dejó caer al lado de su madre, mirando hacia el frente; Casey y Kenny se sentaron frente a ellas, dándole la espalda al conductor.

Casey todavía estaba muy emocionada. Parloteaba y hacía reír a todos. Kenny la rodeó con el brazo durante el trayecto. Mary comenzó a dormitar pronto. Tess dejó que Casey condujera la charla, y se dedicó a contemplar a Kenny. El estiró una pierna y, deliberadamente, tocó el tobillo de Tess con el borde de la pernera de su traje negro. Ella descansó la cabeza en el respaldo del asiento, unida a él por aquel tenue lazo.

Era más de la una de la mañana cuando atravesaron el vestíbulo del hotel y tomaron el ascensor hasta el cuarto piso, donde dejaron a Mary en su habitación.

– ¿Estás en este piso? -le preguntó Mary a Tess.

– No. Casey y yo estamos en el sexto.

– Y yo estoy aquí, al otro lado del pasillo, frente a la habitación de Mary -dijo Kenny-, pero las acompañaré arriba, señoritas.

Le dieron las buenas noches a Mary y, cuando la puerta se cerró, los tres subieron en el ascensor hasta el sexto piso, donde llegaron primero a la puerta de Tess. Kenny la besó en la mejilla y le dio las gracias. Luego Casey le dio un cálido abrazo.

– Nunca olvidaré esta noche, mientras viva. Gracias de nuevo, Mac -le dijo.

Cuando la puerta de Tess se cerró, Kenny llevó a Casey un poco más adelante por el pasillo, la vio entrar en su cuarto y tomó el ascensor para volver al cuarto piso.


EN SU HABITACIÓN, Kenny colgó el elegante saco de su traje de etiqueta, se quitó la corbata de moño y la faja, se refrescó el rostro y se sentó a leer una revista cualquiera. Le daría diez minutos antes de regresar.

Habían pasado seis minutos cuando se dio cuenta de que no había leído una sola palabra. Lanzó la revista a un lado, se levantó de pronto y se guardó la tarjeta llave en el bolsillo; apresurado, se dirigió a la puerta.

Cuando tocó el timbre de la puerta de Tess, era la una veintisiete de la mañana. "Es una hora un poco extraña para cortejar a una chica", pensó.

La puerta se abrió y ahí estaba ella. Recién bañada, descalza y con una enorme bata blanca; el cabello húmedo se rizaba en torno de un rostro limpio y brillante.

– Pensé que nunca llegarías -dijo ella sencillamente. Y él entró y cerró la puerta a sus espaldas sin siquiera mirar. Su abrazo fue una colisión; el primer beso, una acción desesperada… dos personas hambrientas, tratando de compensar el tiempo que permanecieron separadas.

– Pensé que moriría antes de poder hacer esto -dijo ella entre los pliegues de raso del beso-. Toda esa gente…

– Y esto es lo único que quiero hacer -él volvió a encontrar sus labios y los besó, sin contenerse en lo absoluto. Las manos de Kenny trataron de desatar el cinturón, pero ella lo detuvo y lo miró a los ojos.

– Primero tengo que saber lo que sucede entre Faith y tú.

– Le pedí que sacara sus cosas de mi casa -dijo él sin expresión alguna-. Todo ha terminado entre nosotros.

– ¿De veras? ¿Es verdad?

– Nunca te mentiría, Tess. No sobre ese asunto -luego añadió-: Sobre nada.

– Te extrañé tanto -dijo ella.

– Yo también te extrañé -aseguró él.

Ella apoyó la frente contra la barbilla de Kenny y pudo sentir su aliento sobre el cabello despeinado.

– Llévame a la cama, Kenny -susurró.

Él se llenó de asombro al recordar y comparar quién había sido ella antes: la Tess de su pasado. Y en quién se había convertido: ahora era Mac, la superestrella. Y de quién era él: el hombre al que ella quería tanto como él a ella.

La tomó en brazos y se dirigió al dormitorio. Tess le echó los brazos al cuello.

Él sonreía cuando llegaron a su destino y la bajó al pie de la cama. Levantó las manos hacia él y los dos cayeron de espaldas en un movimiento rápido, besándose tiernamente, y luego con más pasión, cuando una fuerza primitiva tomó el control.

Él se arrodilló junto a ella y Tess extendió la mano para tocar el cabello de las sienes; tenía la necesidad de decirle a aquel hombre algo que no le había dicho a ningún otro.

– Kenny, deja que te lo diga ahora. Te amo.

Le fascinó la expresión que apareció en el rostro del hombre: alegría e incredulidad.

– Dilo de nuevo, Tess.

– Te amo -repitió ella con gran emoción.

Él volvió el rostro sobre la palma de Tess y la besó.

– Yo también te amo -susurró, y juntos terminaron lo que habían comenzado una oscura noche de primavera en el césped del patio, junto a los grillos.


MÁS TARDE, YACÍAN a la luz de la lámpara, cansados, pero sin querer admitirlo, tratando de no perder un solo minuto de esa hermosa noche. Tenían los rostros muy juntos, compartiendo una sola almohada.

– Kenny Kronek -comentó ella-. El chico de al lado. ¿Quién lo hubiera dicho?

– Yo no -aseguró él con los ojos cerrados-. Ni en un millón de años. No con Tess McPhail.

– Soy de carne y hueso, como cualquier persona.

– No. No eres como cualquier persona -abrió los ojos-. No para mí. Te he amado durante tanto tiempo que no recuerdo cuándo no lo hice.

– ¡Oh, Kenny, lo siento! No puedo decir lo mismo, pero acabo de descubrir, esta primavera, lo maravilloso que eres; y aun así me resistía a enamorarme de ti -pasó la punta del dedo por el labio inferior de Kenny y lo acarició con suavidad.

– ¿Por qué?

– No lo sé -dijo encogiéndose de hombros-. Supongo que tenía miedo.

– ¿Estás tratando de decirme que nunca te habías enamorado?

– Nunca tuve tiempo. Tenía que ir a muchas partes, tenía que lograr mis metas -sin darse cuenta le acariciaba el pecho-. Es curioso. Solía pensar que mi vida era plena, pero nunca supe cuánto me engañaba. Pensé que lo tenía todo, hasta ahora.

Permanecieron un momento quietos, sintiéndose afortunados, satisfechos y muy renuentes a separarse. Pasarían juntos el siguiente día, pero después él volvería a Wintergreen. ¿Y luego qué?

Kenny fue el primero en hablar de ello.

– ¿Crees que funcionaría si nos casáramos? Ella reaccionó sin la menor sorpresa.

– No lo sé; también lo he estado pensando.

– Es en lo único en que yo he pensado, pero hay muchos asuntos por resolver.

– ¿Dónde viviríamos? -preguntó ella.

– En Nashville.

– ¿Y en Wintergreen?

– ¿A qué te refieres? No podemos vivir en ambos sitios.

– ¿Por qué no? Podemos darnos ese lujo. Podemos usar tu casa siempre que vayamos a visitar a mamá; pero, ¿y tu negocio? -preguntó ella.

– Lo venderé y me haré cargo de los tuyos.

– ¿Lo harías? -ella se hizo para atrás y lo miró fijamente.

– Se me ocurrió un día en que hablábamos por teléfono y me decías de cuántas cosas te ocupas. Pensé: “¡Qué diablos! Yo podría hacer eso por Tess." Soy contador público. ¿Quién mejor para manejar tus asuntos financieros?

Ella se sentó y lo miró sorprendida.

– ¿Te refieres a que lo harías? ¿En realidad dejarías tu negocio para casarte conmigo?

– Por supuesto que sí. Piénsalo. Tú le pagas a alguien por realizar un trabajo que yo hago todo el día. ¿Por qué no hacerlo para ti y volver tu vida más fácil?

Ella lo pensó. Parecía demasiado bueno para ser posible.

– Pero te confieso -dijo ella lentamente- que no quiero tener hijos propios. Mi carrera es demasiado importante para mí.

– Entonces Casey puede ser tu hija. Es perfecto -le besó la cabeza y cerró sus cansados ojos.

En ese momento, Tess imaginó a Casey como su hija y verdaderamente la idea le encantó.

– Quiero que veas mi casa. Es muy hermosa. ¿Cuándo puedes ir a verla, Kenny? -al no obtener respuesta se dio cuenta de que él se había dormido. Sonrió, se estiró sobre él y apagó la luz; luego se acomodó y colocó la espalda contra él. Cerró los ojos y pensó: "Ahora lo tengo todo."


POR LA MAÑANA, Tess y Kenny ordenaron un servicio para cuatro en la habitación; luego llamaron a Mary y a Casey y las invitaron a desayunar en la suite de Tess.

Exactamente a las diez, sonó el timbre y Kenny abrió la puerta.

– ¡Buenos días! -saludó a Mary y a Casey con un tono jovial, y las besó en la mejilla en cuanto entraron-. Díganme, ¿cómo durmieron todas?

Casey le dirigió una mirada curiosa.

– ¡Vaya! Estás de muy buen humor esta mañana.

– Desde luego -exclamó. Aplaudió una vez y enseguida cerró la puerta.

Hubo más saludos y besos para Tess, mientras ayudaban a Mary a sentarse en el sofá.

– Toma asiento, cariño -dijo Kenny-. ¿Tess? -acercó una silla para ella y luego se sentó-. ¿Quién desea beber champaña? -preguntó y acercó una botella verde que tenía enfriando en una hielera plateada.

– Yo no -dijo Casey-. Son las diez de la mañana.

– Tampoco yo -dijo Mary-. Pero sí quiero café.

Kenny comenzó a llenar las tazas, y Casey lo miró con curiosidad cuando él se acercó.

– Papá, ¿qué te sucede? Ya sabes que no tomo café.

– ¡Oh! -dejó de servir el café y colocó a un lado la cafetera plateada-. Bueno, entonces bebe tu jugo de naranja, porque Tess y yo deseamos hacer un brindis -miró a Tess a los ojos, indicándole que continuara.

Ella levantó su copa de champaña.

– Mamá… Casey… el brindis es por todos nosotros y por nuestra futura felicidad. Les pedimos que vinieran para decirles que Kenny y yo vamos a casarnos.

Mary se quedó perpleja, como si la taza se le hubiera caído.

– ¡Lo sabía! -exclamó Casey.

– ¿Cómo lo sabías? -preguntó Kenny.

– Bueno, todavía traes el pantalón de tu esmoquin, papá -respondió y se puso de pie para abrazarlo.

– ¿Casarse? -repuso Mary tardíamente-. Pero… pero… ¿cuándo sucedió todo esto? Yo creí que ustedes dos… ¡oh, Dios!… ¡ah, vaya! -comenzó a llorar.

– Mamá, ¿qué te sucede?

– Nada. Es sólo que estoy muy contenta -se cubrió la nariz con la servilleta de lino-. ¿De veras te casarás con Kenny?

– Sí -Tess tocó la mano de su madre con ternura, y las dos compartieron un torpe abrazo por encima de la mesita del rincón. Luego Casey le dio un gran abrazo a Tess.

– Ustedes dos -dijo cada vez más emocionada-, sí que saben cómo hacer feliz a una chica.

– Kenny, ven acá -pidió Mary y levantó los brazos. El ella y se inclinó para abrazarla-. ¡Oh, Kenny! -susurró, pero no pudo decir nada más.

– La adoro -susurró-. Casi tanto como a ti.

Transcurrió algún tiempo antes de que comenzaran a desayunar. ¿Quién podía comer con tanta felicidad que alejaba cualquier idea mundana de la cabeza? Apenas habían comenzado cuando Casey se detuvo y dijo lo que todos pensaban.

– ¿Saben algo? Esto será absolutamente perfecto. Me refiero a que los cuatro seremos una familia. Parece como si hubiera sido algo predestinado.

Y la sonrisa en la cara de todos lo confirmaba.

Estaba predestinado.


MENOS DE DOS MESES después se casarían en la iglesia en la que ella cantó en el coro. La boda se fijó para la una de la tarde de un miércoles, porque la iglesia estaba reservada para todos los fines de semana de ese mes, igual que la novia.

Era un día despejado y cálido de finales de verano. Una hora antes de que la ceremonia comenzara, Mary estaba en la cocina, completamente vestida, cuando oyó que Tess y Renee bajaban las escaleras.

– Muy bien, mamá, aquí me tienes -anunció Tess, emocionada, desde la puerta.

Mary se volvió y se cubrió la boca con la mano.

– ¡Oh, Señor! Creo que éste es el día más feliz de toda mi vida -le hizo un ademán para que se moviera-. Da una vuelta. Déjame verte.

Tess dio un giro completo para mostrarle su vestido de novia. Era muy sencillo, de lino blanco, con mangas abombadas, un escote cuadrado y falda recta. Tenía puestas unas zapatillas de lino blanco, y en la cabeza llevaba un tocado de diminutas flores blancas. Las únicas joyas que usaba eran un par de aretes pequeños de zafiros que hacían juego con el anillo que Kenny le había dado: otro zafiro con corte de esmeralda rodeado de diamantes.

– ¿No se ve maravillosa? -comentó Renee apoyada contra la puerta.

La novia era definitivamente lo más hermoso en aquella cocina que no había cambiado ni un ápice; pero la casa estaba fresca, a veintidós grados centígrados, porque Tess había dicho:

– Mamá, si quieres que me case en la Primera Iglesia Metodista, vas a tener que dejar que le ponga aire acondicionado a la casa, porque si crees que me vestiré en ese ático a mediados del verano, estás equivocada. Me derretiría como un cono de helado y tendrías que llevarme en un vaso hasta la iglesia.

Todos en el pueblo sabían lo que sucedería en la Primera Iglesia Metodista. Habría muchos reporteros ahí, y Tess no tenía deseos de encontrar a su novio por primera vez bajo una lluvia de flashes. Así que ella y Kenny tenían un plan secreto.

Tomó la mano de Mary y le dijo:

– Tú entiendes, ¿verdad mamá? Kenny y yo sólo queremos estar a solas unos minutos antes de ir a la iglesia.

– Por supuesto. Iré por mi bolso; después estaré lista para partir.

Cuando se dirigió al dormitorio, caminaba con una cojera apenas perceptible, y Tess y Renee intercambiaron una mirada un tanto sentimental.

– Muchas gracias por estar conmigo esta mañana -dijo Tess.

– No me lo hubiera perdido por nada.

– Ya estoy lista -anunció Mary-. Vámonos, Renee; dejemos que estos dos hagan lo que sea que quieran hacer.

Salieron y la casa quedó en silencio. En el callejón, se cerraron las puertas del auto y se encendió el motor. Luego el coche se alejó. Tess se acercó a la ventana que estaba encima del fregadero y miró hacia afuera. La puerta de la cochera de Kenny estaba levantada y en el interior podía verse la cola de un Mercedes nuevo que ella le había obsequiado como regalo de bodas.

– Bueno, aquí vamos -dijo para sí, y se volvió para ver la cocina de su madre por última vez. Al hacerlo experimentó una inesperada oleada de nostalgia y pensó: "Que nunca cambie. Que siempre pueda volver a casa y encontrarla así, con todo y la carpeta de plástico."

Afuera, en el escalón de la puerta trasera, se detuvo y miró al otro lado del callejón. En menos de cinco segundos, Kenny llegó a la puerta de su casa, vestido con un esmoquin gris con chaqueta de levita. Aun desde lejos su apariencia hizo que el corazón de Tess se acelerara emocionado.

Dos personas encantadas, ataviadas con sus trajes de bodas, iniciando una ceremonia que ellas mismas habían inventado, comenzaron a caminar lentamente por sus respectivos escalones, hasta el callejón, donde se habían reunido tantas veces durante las semanas en que se enamoraron.

Él la tomó de las manos.

– ¡Hola! Te ves… -y se tardó un poco buscando la palabra adecuada- radiante.

– Me siento radiante. Y tú te ves magnífico. Sonrieron; luego él preguntó:

– ¿Estás lista?

– Sí.

Ella bajó la mirada un momento, pensando lo que diría, y luego lo miró a los ojos.

– Yo, Tess McPhail, te tomo a ti, Kenneth Kronek…

– Yo, Kenneth Kronek, te tomo a ti, Tess McPhail…

– Como mi amado esposo por el resto de mi vida.

– Como mi amada esposa por el resto de mi vida.

– Para amarte como te amo hoy, renunciando a cualquier otra persona -dijo Tess.

– Para amarte como te amo hoy, renunciando a cualquier otra persona -contestó Kenny.

– Y compartiremos todo lo que tengamos… las penas y las alegrías, el trabajo y el placer, las preocupaciones y las sorpresas, a tu hija y a mi madre, y todo el amor y el compromiso que se requiera para ver por ellas en el futuro.

Se detuvieron.

– Te amo, Kenny.

– Te amo, Tess.

Él se inclinó y le dio un leve beso. Cuando se enderezó, los dos sonrieron.

– Ya me siento casada -dijo.

– Igual que yo. Ahora hagámoslo para todos los demás.


PARA SORPRESA de muchos, fue una de las bodas más modestas que se hubieran llevado a cabo en la Primera Iglesia Metodista. Algunos esperaban que las estrellas de la industria de la música cantaran en la ceremonia, pero solamente cantó el coro de iglesia, dirigido por la señora Atherton, que ya se había recuperado. Otros pensaban que habría gran cantidad de damas de honor; no obstante, sólo había dos personas: Casey Kronek y Mary McPhail, que sonreían a más no poder. Y cuando la novia apareció, todos trataron de verla, suponiendo que usaría un vestido de boda con valor de varios miles de dólares. Sin embargo, sólo llevaba un sencillo vestido blanco y un tocado de juveniles flores.

La boda de Kenny y Tess tuvo un ligero toque de extravagancia. Entre los invitados se encontraban algunos amigos de Tess que habían volado desde Nashville. Sus nombres eran muy conocidos, y los rostros, famosos. Eran nada menos ni nada más que la flor y nata de la música country.

Aunque su presencia en la boda fue algo notable, más lo fue el que asistiera otra persona: Faith. Kenny y Tess habían decidido que, dada la importancia que había tenido en la vida de Kenny, debían invitarla.

Así que ella se comportó como una dama e hizo lo correcto cuando llegó el momento de las felicitaciones: tomó la mano de Tess y sonrió.

– Felicidades, Tess. En verdad luces adorable -también estrechó la mano de Kenny.

– Kenny, espero que Tess y tú sean muy felices Juntos.

Los novios se marcharon en una limosina blanca en dirección a Current River Cove, donde se llevaría a cabo la recepción, que no fue muy distinta de tantas otras que se habían celebrado en ese lugar. La comida consistió en pollo frito sazonado para paladares sureños. El baile, sin embargo, resultó ser el suceso del año. Tocó la banda de Tess y varias estrellas de Nashville se levantaron para cantar. A la mitad de este espectáculo espontáneo, Judy se enfadó y se dirigió al tocador de damas a grandes pasos, para arreglarse el cabello y fumar.

– Nos presume a todos sus amigos famosos -siseó a dos mujeres que estaban retocando su maquillaje-. Es indignante.

Desde la pista de baile, Tess la observó marcharse y le dijo a su nuevo esposo:

– Allá va Judy en uno de sus arranques de celos.

– ¿Sabes algo, querida? -le comentó él-. Yo creo que nunca lograrás que Judy cambie. Y no vas a permitir que arruine el día de tu boda, ¿o sí?

Ella le dirigió una sonrisa amplia y sincera.

– Por supuesto que no -el amor seguro y constante de su hermana Renee equilibraba los celos de Judy.

Y ahí estaba también su madre… ¡que coqueteaba con Alan Jackson, la famosa estrella de la música country!

Estaba en una mesa, rodeada por sus amigos, que armaban un verdadero alboroto en torno a Jackson.

– Mira a mamá -dijo Tess-. Hace sólo seis meses probablemente me hubiera disculpado con Alan, pero ahora sé que ella es así, y la amo.

Se lo dijo a Mary un poco después, cuando fueron a despedirse de ella, y después se escaparon sin que la multitud que asistía a la fiesta se diera cuenta.

– Ya lo saben muchachos, vengan a casa en cuanto puedan -les recomendó Mary.

– Así lo haremos, mamá -le aseguró Tess al tiempo que le daba un tierno beso.

– Gracias, mamá -dijo Kenny, y conmovió mucho a Mary al llamarla así por primera vez.

Encontraron a Casey y le dijeron que se marchaban. Ella se llevaría el auto de Kenny a Nashville, de modo que él le entregó las llaves y dijo:

– Cuida bien mi Mercedes nuevo.

Ella le dio un beso en la mejilla y respondió:

– Cuida bien a mi nueva madre -luego añadió-: Adiós, mamá Mac. Que tengan una linda luna de miel.

El avión privado de Tess los aguardaba en el aeropuerto para llevarlos a Nashville, donde los esperaba el Nissan.

Tess le dirigió a Kenny una sonrisa tonta y preguntó:

– ¿Quieres conducir a casa?

– ¡Vaya! -exclamó burlón, al tiempo que tomaba las llaves-. Es amor verdadero después de todo, ¿eh?

Hubiera podido pensarse que una estrella millonaria, como Tess McPhail Kronek, elegiría pasar su luna de miel en la más elegante suite nupcial de la ciudad más exótica del mundo, pero ya había pasado demasiado tiempo en hoteles. Su idea del lujo era quedarse en casa.

Cuando llegaron a la casa, él la llevó en brazos hasta el interior. Se detuvieron para besarse en la entrada, antes de que él la bajara. María les había dejado pechugas de pollo con nueces en salsa de brandy, listas para que las calentaran en el horno. La elegante mesa estaba puesta para dos, con velas y una sola rosa blanca. En la sala encontraron algunos regalos de bodas apilados sobre la banca del piano, y en el piso de arriba, las puertas dobles del dormitorio principal estaban abiertas.

Kenny se detuvo un momento en el umbral, sosteniendo la mano de Tess.

– No puedo creer que viviré aquí contigo.

– A veces yo tampoco puedo creerlo.

– Que seamos tan afortunados, que tengamos todo esto.

– Y también amor. Parece mucho, ¿no lo crees?

Sin embargo, así era; sólo tenían que aceptarlo, así que entraron para iniciar su vida juntos.

Más tarde, después de comer, nadar en la piscina y abrir los regalos, estaban sentados en el suelo, rodeados de envolturas y con un pequeño paquete todavía sin abrir.

– Mamá dijo que lo abriéramos al final -comentó Tess.

– Bueno, pues hazlo.

Ella comenzó a quitar la cinta. Cuando terminó de abrirlo, levantó la tapa de una pequeña caja de cartón y la inclinó hasta que algo se deslizó en la mano: un marco con la foto de Tess y Kenny cuando tenían alrededor de dos y cuatro años de edad, comiendo sandía en los escalones traseros de la casa de Mary, con las rodillas juntas, los pies descalzos y los dedos de los pies sujetos al borde del escalón; tenían el rostro sucio y muy quemado por el Sol, como si hubieran estado muy entretenidos jugando poco antes de que les tomaran la fotografía.

– ¡Oh! -exclamó Tess; se llevó una mano a los labios y sintió cómo las lágrimas se le acumulaban en los ojos mientras volvía la foto para que él la viera-. ¡Oh, mira!

Kenny la miró y también se le hizo un nudo en la garganta.

Tess limpió el cristal, con cariño.

– ¿Crees que hayan planeado este día desde entonces, cuando nos veían jugar juntos?

– Tal vez sabían algo que nosotros ignorábamos.

Se besaron, sintiendo que en cierta forma mágica estaban predestinados a terminar unidos.

– Llamemos a mamá.

Kenny sonrió y se levantó de un salto.

– Sí, vamos.

Tomaron la foto y fueron juntos al teléfono a despertar a Mary para agradecerle y decirle lo felices que eran. Luego pensaron que también tenían que llamar a Casey, sólo para darle las buenas noches y recordarle que la amaban.

Cuando por fin subieron a la habitación, se llevaron la fotografía y la colocaron en la mesa de noche, donde estaría cuando despertaran por la mañana.

Y la mañana siguiente, y todas las demás.

Y a menudo, cuando la contemplaran en el futuro, uno de ellos diría lo mismo que dijo Casey aquella mañana en el hotel:

– Parece como si hubiera sido algo predestinado.

Y el otro sonreiría.

Porque no era necesaria ninguna otra explicación.

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