Capítulo cinco

Esa noche, a las nueve, Tess apenas estaba cenando: pan sin levadura con tomates sazonados con hierbas de olor y queso de cabra. Estaba sentada a la mesa de la cocina, descalza, con su gorra de béisbol y una enorme camiseta blanca de los Garth Brooks, hojeando un catálogo de JC Penney que ese día le había llegado a su madre por correo. La radio que estaba sobre el refrigerador tenía sintonizada la estación KKLR de Poplar Bluff, y Trishe Yearwood cantaba Pensando en ti.

Afuera, frente a la casa de Kenny, Casey estacionó su camioneta pick up en el lugar de siempre, a la orilla de la acera, se dirigió a la puerta del porche trasero y llamó:

– ¡Oye, papá! ¿Estás en casa? -como no obtuvo respuesta, miró la casa de enfrente. La luz de la cocina de Mary estaba encendida y la puerta posterior estaba abierta. La invitación resultaba irresistible para la chica.

Subió a saltos los escalones y apoyó la cabeza contra la malla de la puerta.

– Hola, Mac. Soy yo, Casey.

Mac se inclinó hacia el frente y la llamó.

– ¡Hola, Casey! Pasa.

Casey entró.

– Vi las luces encendidas y vine. Acabo de regresar de visitar a tu mamá en el hospital.

– ¿Cómo está?

– La levantaron para que caminara un poco mientras yo estaba ahí -Casey entrecerró los ojos en un gesto de dolor, como si la estuviera viendo en ese momento-. ¡Ay!

– Te comprendo; pero ella es muy valiente. Siéntate. ¿Quieres un poco de pan sin levadura?

Casey tomó un trozo y le dio una mordida.

– ¿Qué es esa cosa blanca?

– Queso de cabra.

Casey dejó de masticar e hizo un gesto de repulsión.

– ¿Queso de cabra?

– ¿No lo habías probado? -preguntó Tess-. Es bueno.

– Apuesto que sí -pero Casey perseveró y le dio una segunda mordida-. No es tan malo cuando lo pruebas bien. ¿Puedo tomar otro poco?

– Claro. Prepararé más.

Tess se levantó para hacerlo, pero antes le sirvió una Coca-Cola a Casey y dijo:

– Tu segundo verso es bueno. Voy a usarlo.

Casey se sorprendió.

– ¡Debes estar bromeando!

– No. Tal vez puedas venir mañana a trabajar en la canción un poco más, para ver si podemos terminarla juntas. ¿Sabes?, cuando se publique tendrás crédito como una de las autoras.

– ¿En verdad? ¿Yo? ¡Oh, Mac! ¿Hablas en serio?

– Por supuesto. Llamé a mi productor y le dije que reservara un sitio en el nuevo álbum para esta canción. Entre más pronto la terminemos, mejor.

Casey dejó escapar un grito de alegría al tiempo que Tess llevaba más pan sin levadura a la mesa. Mientras comían, Tess cautivó a la chica con anécdotas de sus giras y de conciertos con otros artistas famosos.

Luego Travis Tritt y Marty Stuart comenzaron a cantar en la radio una vieja canción: El whisky ya no me sirve. Tess y Casey aullaron la canción como un par de borrachines en un bar.

Así fue como las encontró Kenny.

Eran poco más de las diez cuando metió su auto a la cochera. Podía oír sus voces desde el callejón. Había luz en la cocina de Mary cuando atravesó el jardín y se detuvo al pie de los escalones.

A voz en cuello cantaban su necesidad de un ángel del honkytonk, esa música precursora del jazz, cuando Kenny subió los escalones y se asomó. Casey llevaba sus pantalones vaqueros y las viejas botas de montar; Tess, hasta donde podía ver, no llevaba otra cosa que una camiseta muy amplia. Estaban golpeando la mesa con sus bebidas y la maceta de Mary temblaba al ritmo de la música.

La canción terminó y ellas gritaron y aplaudieron como si estuvieran saliendo de una pista de baile.

Kenny llamó a la puerta y dijo:

– ¿Es una fiesta privada o puede entrar cualquiera? Las oí desde el otro lado del callejón.

Tess, en un estado de ánimo curiosamente entre alegre y efusivo, respondió:

– Pasa, Kenny. Sólo estamos estirando nuestras cuerdas vocales.

Abrió la puerta, entró y se detuvo en el umbral de la cocina, mirándolas.

– Toma -Tess arrastró una silla con el pie y la empujó hacia atrás-. Siéntate con nosotras.

Colocó la silla frente a ella y recordó que le había ordenado a Casey que se alejara de ahí. Pero reprenderla era lo último que tenía en mente mientras se acomodaba.

– Adivina qué, papá -dijo Casey-. A Mac le gusta la canción que le he estado ayudando a escribir. Va a grabarla en su próximo álbum y dice que me dará crédito como coautora.

– ¿De veras? -su mirada pasó de Casey a Tess.

– Por supuesto, si no te molesta -añadió Tess.

– Si así fuera, no serviría de mucho, ¿verdad?

– Probablemente no.

Tess se levantó y sacó una lata de Coca-Cola del refrigerador. Cuando puso la gaseosa frente a Kenny, él alzó la mirada hacia ella.

– Gracias -dijo él. Las piernas desnudas y una mancha en su camiseta la colocaban al nivel del resto de los mortales; esa idea le produjo una sonrisa, pero la escondió tras su bebida. Por una vez, Tess se había quitado sus largos aretes de plata y turquesas. Se veía mejor sin ellos. De hecho, a él le parecía que se veía demasiado bien esa noche. Tuvo que obligarse a ponerle atención a Casey, que seguía hablando.

– Mac y yo trabajaremos en la canción mañana otra vez, papá. ¡Vaya! ¡Estoy tan emocionada! No puedo creer que esto me esté pasando -sin detenerse a tomar aliento, Casey se levantó de un salto y dijo-. Voy a pasar a tu baño, ¿sí?

Se marchó a toda prisa sin esperar una respuesta, dejando a los dos sentados en la cocina iluminada con luz fluorescente, tratando de fingir desinterés el uno por el otro y de sostener una conversación neutral.

– ¿Sabes? Estaba pensando -dijo Tess-. En realidad sí tengo deseos de cantar con el coro de la iglesia, después de todo. ¿Estás seguro que no te molesta?

El ocultó su sorpresa y respondió:

– No, en absoluto.

– El ensayo es el martes, ¿verdad? -continuó ella.

– Sí. A las siete de la noche. ¿Te gustaría cantar un solo?

– Eso depende de ti. No quiero robar el éxito de tu coro.

– Mi coro no es tan bueno. No hay éxito qué robar. Si quieres hacer un solo, te escogeré una pieza -Kenny se aclaró la garganta-. Así que conociste a Faith hoy.

– Sí. Es muy dulce.

– ¡Ah! Ella dijo lo mismo de ti.

– No le creas -pidió Tess con una sonrisilla.

– No te preocupes -replicó él, y aunque trató de reprimir su sonrisa, se le dibujó en los labios.

– Así que… ¿qué pasa entre ustedes dos? ¿Están comprometidos o algo así? -preguntó Tess.

– No. Sólo somos amigos.

– ¡Ah, bien! Amigos -ella asintió como si lo estuviera pensando-. ¿Desde hace cuánto? ¿Ocho años? Es lo que Casey me dijo.

– Y es correcto.

– Mmm. ¿Y qué le pasó a la madre de Casey?

– Se cansó de nosotros y se marchó a París.

– ¿Se cansó de ustedes? ¿Así nada más?

– Eso fue lo que dijo.

– ¡Ah! -entrelazó los dedos y los colocó debajo de la barbilla. Por fin continuó-. Pero Casey y tú se llevan de maravilla. Eso puedo verlo.

– Yo diría que sí.

– Y ella está loca por Faith. Eso me ha dicho.

– Bueno, ustedes dos han tenido una larga conversación. ¿Qué más te dijo?

– Que tú no quieres que crezca y sea como yo.

Él no dijo nada; sólo la miró.

– Es comprensible -prosiguió ella-. Este tipo de vida no deja mucho tiempo para las relaciones personales.

– ¿Qué quieres decir con eso? ¿Que no tienes novio?

Ella lo pensó antes de decidir qué le respondería.

– De hecho, sí tengo. Está de gira en este momento, en Texas.

No estaba muy claro por qué estaban delimitando sus territorios, pero antes de que pudieran evaluar sus motivos, Casey regresó, y con ella, el sentido común. Despuiés de eso la conversación fue superficial y Kenny y Casey se marcharon al poco rato. En los escalones de la puerta trasera, Casey le dio a Tess otro de sus impulsivos abrazos.

– Gracias, Mac. Estás haciendo que todos mis sueños se hagan realidad.

– Y además me divierto mucho -le aseguró Tess, y era cierto.

– Te veré mañana.

Mientras Casey se alejaba con su padre, Tess vio contra la luz lejana del porche que iban tomados de la mano. Imaginó que en la actualidad pocos adolescentes caminan tomados de la mano de sus padres. Algo en su interior se renovó al verlos alejarse.

Después de que se marcharon, Tess se quedó pensativa, mirando por la ventana, sintiéndose sola y alejada de su vida cotidiana. Pensó en lo que le había dicho a Kenny acerca de Burt. ¡Ay, bueno!… suspiró y se alejó de la ventana.

Ya en la cama, permaneció despierta. Pensaba en Burt y en ella, sabiendo que hacían falta más de un par de días de vez en cuando para forjar algo importante.

Tenía más significado el breve tiempo que había pasado esa noche con Casey y Kenny que cualquiera de las relaciones que hubiera intentado tener en los últimos siete años.

¡Oh! ¿Por qué pensar en eso? Pero cuando se colocó boca abajo y trató de alejar sus pensamientos para conciliar el sueño, no fue la imagen de Burt la que vio con los párpados cerrados, sino la de Kenny Kronek.


TESS Y CASEY terminaron la canción el sábado por la noche. La cantaron juntas tantas veces que se sabían al dedillo, al derecho y al revés, cada una de las armonías. Sus tonalidades vocales eran completamente diferentes: Tess tenía una resonante voz de soprano, y Casey era una contralto con un tono áspero, pero la combinación resultaba cautivante.

Cuando Casey se marchó, Tess tenía una grabación de prueba de sus voces.

Llamó a Jack Greaves y le dijo:

– Ya terminé la canción. Te la enviaré el lunes. Presta atención a la voz que canta los coros para que me digas qué opinas de ella.

Después de llamar a Jack se quedó en la cocina con una sensación de desarraigo. La tarde del sábado en un pueblo pequeño todos tenían planes. Casey había salido con sus amigas. Renee y Jim iban a cenar con su grupo de gourmets. Judy… bueno, Tess en realidad no quería estar con Judy. Así que… ¿qué iba a hacer? Limpiaría la casa porque Mary saldría del hospital al día siguiente. Sin embargo, era una hermosa tarde de primavera, y la idea de hacer limpieza le pareció de pronto una actividad muy triste. Se preparó un sándwich de pavo ahumado y germinados de soya y estaba comiéndolo de pie frente al fregadero de la cocina cuando vio que Kenny y Faith salían de la casa y se dirigían al auto de ella. Iban muy elegantes: ella llevaba un vestido color rosa y él un saco deportivo y corbata. Probablemente iban a cenar fuera. Tess se preguntó si él miraría hacia donde ella estaba, pero no lo hizo. Los dos subieron al auto y se fueron.

¿Qué era aquella extraña opresión en el pecho que sentía Tess? ¿Decepción? ¿Qué era lo que andaba mal con ella? ¿Acaso estaba tan acostumbrada a que la idolatraran que tenía que conquistar a Kenny Kronek? ¿Otra vez?

Tratando de sacarse esa idea de la cabeza, decidió realizar la limpieza de la casa con toda el alma. Cambió las sábanas de la cama de su madre, sacudió, aspiró y limpió el baño. Hizo a un lado cualquier obstáculo con el que pudiera atorarse la pata de la andadera. Después encontró varias cosas que Mary iba a necesitar durante su periodo de recuperación y que le había pedido que buscara: una banca para el baño, un adaptador para el inodoro, una esponja con mango largo. Ya estaba oscuro cuando encendió la luz exterior y salió al jardín para recoger algunos tulipanes y guirnaldas. Puso las flores en un jarrón, arrojó a la basura el horroroso tapete de plástico amarillento con las orillas dobladas y colocó el arreglo floral en el centro de una linda bandeja de bordes festonados que encontró en una de las alacenas.

Agotada por el desacostumbrado trabajo físico, Tess se durmió en el sofá de la sala mientras veía las noticias de las diez en el televisor. Cuando despertó ya era muy tarde y, dando tumbos, fue escaleras arriba, como zombi, para dejarse caer en la cama y dormir como lirón hasta el amanecer.

Se despertó muy sorprendida. El reloj indicaba que eran las seis y diez y se sentía estupendamente. Saltó de la cama y salió a regar el jardín de su madre.

Aquel era un momento del día que Tess casi nunca veía. Se detuvo en los escalones del porche para ajustarse el cinturón de un corto kimono de raso color jade, disfrutando de la resplandeciente explosión de colores en el veteado cielo del este. Luego se dirigió a la manguera, la desenrolló y la arrastró sobre el césped húmedo y crujiente hasta el jardín, entre las hileras de remolachas y quimbombós, colocó el aspersor y después regresó con pasos amortiguados hasta la casa para abrir el grifo.

Estaba de pie al lado del jardín, viendo distraída el aspersor, cuando oyó que una puerta se cerraba en la casa de enfrente. Se volvió para mirar.

Kenny estaba de pie en su porche trasero bebiendo una taza de café. Estaba vestido igual que el día en que había llevado a su madre al hospital: una camiseta blanca y pantalones deportivos grises… sólo que esta vez estaba descalzo. Bebió un largo sorbo de la humeante taza, observando a Tess con desconcertante franqueza. Por fin, levantó la mano en silencioso saludo. Ella también levantó la suya y sintió un vuelco peculiar en su interior, una advertencia. "No con San Kenny", se dijo. "Ni siquiera lo pienses."

Su manera de mirarla hizo que cobrara conciencia de sus largas piernas desnudas, de su breve atuendo de seda y lo poco que llevaba debajo.

Se volvió hacia el aspersor, que no estaba en el lugar correcto. Tuvo que correr entre los surcos antes de colocarlo donde quería, dando zancadas entre las plantas húmedas, mientras Kenny la observaba. El aspersor regresó y le roció el trasero con agua fría. Ella gritó y le pareció oírlo reír… no estaba segura. Tal vez fue sólo su imaginación.

Tess se detuvo, esperando a que el aspersor diera dos vueltas para asegurarse de que estaba regando todo el jardín. Por fin se dirigió hacia el sendero, dejando huellas húmedas tras ella. Sintió que los ojos de Kenny la seguían y, cuando llegó a lo alto del escalón trasero, se volvió para verlo. Ahí estaba él, de pie como antes, sosteniendo la taza de café, sin pretender siquiera disfrazar su interés.

No se movía; no hacía nada más que mirarla y lograr que el corazón se agitara como no lo había hecho en años.

"Eres una tonta", se dijo; pero cuando se dio vuelta y entró en la casa, el corazón aún latía con fuerza.


AL DÍA SIGUIENTE, Tess asistió al servicio de las diez de la mañana de la Primera Iglesia Metodista y escuchó el coro de Kenny.

Eran aceptablemente buenos, y la voz de Casey destacaba como si estuviera cantando sola. El reverendo Sam Giddings anunció desde el púlpito que Tess cantaría con el coro el domingo siguiente y varias personas se volvieron a sonreírle. Cuando comenzó el himno de clausura, ella salió al pasillo con los demás y la gente le hizo comentarios amables acerca de lo bueno que era tenerla de vuelta en casa. A algunos los conocía; a otros no. Las familias de Judy y Renee habían asistido al servicio anterior, así que Tess esperó afuera a Casey y a Kenny.

Salieron cuando la multitud disminuyó, y aunque Tess los vio a los dos, su mirada se fijó en Kenny. Él caminó directo hacia ella y preguntó con ansiedad.

– Bueno, ¿qué opinas?

– Es muy respetable. Disfruté mucho de la música. Estoy ansiosa porque llegue el ensayo del martes.

– Hola, Mac -la saludó Casey, y se abrazaron. Luego la chica se alejó, dejando a Tess con Kenny.

– Así que hoy vas a traer a Mary a casa.

– Ya tengo las almohadas en el asiento de su auto -respondió Tess al tiempo que consultaba su reloj-. Es mejor que me marche ya. Puedo recogerla a partir del mediodía.

Había un estacionamiento atrás de la iglesia. Cuando Tess se dirigió hacia allá, él la siguió y caminó a su lado, con las manos en los bolsillos del pantalón. La acompañó hasta el Ford de Mary y le abrió la puerta, sin prisa; era un hombre acostumbrado a ser cortés con las mujeres. Tess subió al auto, metió la llave en el encendido, lo miró y le dio las gracias.

Echó a andar el motor y, con asombro, descubrió que se sentía renuente a dejarlo.

Él actuaba como si se sintiera del mismo modo. Empujó la puerta del auto con las manos y dijo en voz baja:

– Hasta luego.


TESS ENCONTRÓ a Mary bañada, vestida y ansiosa por ir a casa.

– Hola, mamá -la saludó y la besó en la mejilla-. Hoy es el gran día, ¿eh?

– Por fin. ¿Tienes mi auto allá abajo?

– Está frente a la entrada.

– Bueno, entonces, sácame ya de aquí.

Cuando se estacionaron en el callejón, les esperaba una sorpresa. Renee y Jim salieron de la casa, sonriendo y saludándola. Era la primera vez que Tess veía a Jim desde que llegó al pueblo, y él le dio un enorme abrazo de oso. Luego se asomó por la puerta trasera del auto, que estaba abierta.

– Hola, ma, ¿cómo estás? ¿Quieres que te ayude con los escalones de la entrada?

Tess sacó la andadera del maletero y Mary maniobró poco a poco para bajar del auto. Cuando se acercaban a los escalones, Kenny llegó corriendo por el jardín.

Todos lo saludaron y él le dijo a Jim:

– ¿Igual que la vez pasada?

Ambos pusieron los brazos de Mary sobre los hombros y la llevaron en vilo hasta la casa. Ella le ordenó a una de sus hijas que trajera su silla y la colocara en la cocina, donde daría audiencia.

Renee tenía lista una jarra de café, Judy apareció con un pastel de chocolate alemán y todos se quedaron para conversar y comer. Ed, el esposo de Judy, era un hombre callado que arreglaba electrodomésticos y se dedicaba a aceptar órdenes de su mujer. Saludó a Tess con un abrazo carente de contacto físico. En menos de veinte minutos llegaron también los tres hijos de Judy y Ed,y casi a las tres de la tarde, los futuros esposos, Rachel y Brent.

Era una tradicional reunión familiar de pueblo chico en la casa de la abuela, y Tess se dio cuenta cómo disfrutaba su madre. Cuando alguien preguntó si no la estaban cansando y si debían marcharse, Mary replicó:

– ¡Ni se atrevan! -así que todos se quedaron.

La cocina estaba atestada. No cupieron todos en torno a la mesa. Kenny se apoyó contra el fregadero, y Tess, contra el arco que conducía a la sala.

Las conversaciones se mezclaban. Se vació la cuarta jarra de café. Un poco más tarde, Kenny hizo a un lado su taza vacía y se metió entre las sillas hasta quedar exactamente detrás de Tess.

Ella lo miró por encima del hombro y le preguntó en voz baja:

– ¿Dónde está Casey?

– Montando.

– Caballos y música -observó Tess-. Sus dos grandes amores.

– Tienes razón. Tal vez quieras ir a montar con ella mientras estás aquí.

– Suena tentador. Tal vez cuando mamá pueda caminar por sí misma. Y a propósito de mamá -volvió la espalda hacia el arco y lo miró de frente-, creo que nunca te agradecí como es debido todo lo que has hecho por ella.

– No es necesario. Mary es una gran chica.

– Faith también ha sido muy buena con ella.

– Sí… bueno, Faith es una buena mujer.

Por supuesto que Faith era una buena mujer. Él no se hubiera relacionado con ella si no lo fuera. Fue entonces cuando Tess se dio cuenta de ello.

En ese momento Casey irrumpió en la cocina, todavía en ropa de montar.

– Hola a todos -saludó-. ¿Qué me estoy perdiendo? ¡Mary, ya estás en casa! ¡Ah, pastel! ¡Qué rico! ¿Tú lo hiciste, Judy?

Encajaba en la reunión con tanta facilidad como Kenny. Se sirvió pastel y lo comió de pie mientras conversaba con los primos. Se metió la última cucharada a la boca y luego dijo:

– ¡Oye, Mac! ¿Podemos cantarle nuestra canción a estos chicos?

– ¿Qué canción? -preguntó alguien, y acto seguido todos estaban en la sala, con Mary acomodada en el sofá. Tess y Casey compartieron el banco del piano, dándole las espaldas al grupo; pero cuando comenzaron a cantar, todos escucharon. Y al terminar les aplaudieron. Todos menos Judy. Ella se metió a la cocina para lavar los platos y las tazas. Kenny permaneció apoyado sobre la pared, cruzado de brazos, con la expresión de un hombre atormentado por la turbación y la felicidad al ver y escuchar a Casey.

Todos comenzaron a hablar al mismo tiempo, en medio de un bullicio lleno de sorpresa y alabanzas. Kenny se alejó de la pared y se acercó a su hija. Le puso una mano en el hombro en gesto de aprobación.

– ¿Así que en esto trabajabas tras la puerta de tu habitación cuando te enfadaste conmigo? Parece que pronto estaré escuchándote en la radio -la abrazó. A Tess sólo le dijo-: es una canción realmente muy buena.


CUANDO TODOS se marcharon, Mary se retiró a su cuarto a descansar. Tess pasó la tarde revisando el correo de sus fanáticos que su secretaria le había enviado y respondiendo a las peticiones de copias autografiadas de sus discos compactos. Cada semana, por lo menos una docena de organizaciones recaudadoras de fondos solicitaba donaciones para sus causas: bibliotecas públicas, albergues para mujeres maltratadas, escuelas, y Tess enviaba un compacto con su firma a cualquiera que lo solicitara.

Cuando terminó, Mary despertó y se quejó.

– ¿Por qué no me despertaste? Ya me perdí el comienzo de Sesenta minutos. Yo nunca me lo pierdo.

– Bueno, no me lo dijiste, mamá.

Cuando Mary se sentó en el sofá, frente al televisor, añadió:

– Y la cena también era a las seis. ¿Qué estás preparando?

– Pechugas de pollo con arroz.

– Pero yo siempre preparo el pollo con papas.

– Este pollo es diferente. Voy a asarlo.

– Así se reseca mucho. Yo quiero el mío frito.

Tess suspiró.

– ¿Quieres que vaya a la tienda para comprarte una pieza de pollo que pueda freír?

– Cielos, no. No quiero causarte tantos problemas.

Sin embargo, cuando Mary se sentó a la mesa, se notaba su disgusto en el rostro.

Durante la comida, Tess intentó hablar acerca de los celos de Judy y cuánto la lastimaban, pero Mary dijo:

– No seas tonta. Judy no está celosa. Estaba en la cocina lavando los platos mientras todos nos divertíamos.

Y así fue desde entonces la hora de la comida: siempre estaban en desacuerdo con lo que Tess cocinaba y nunca tenían la misma opinión cuando trataban de conversar. El viejo tapete de plástico amarillento reapareció en el centro de la mesa y ahí se quedó. Tess no podía creer que su madre lo hubiera rescatado de la basura.

El lunes establecieron una rutina. Todos los días Tess ayudaría a su madre con la terapia física. Todos los días habría que regar el jardín, lavar la ropa, limpiar la casa e ir por lo necesario para la comida; actividades que no le agradaban para nada y por las que Mary casi siempre la criticaba. Se volvió difícil para Tess encontrar un momento para componer sin interrupciones.

El martes, Jack Greaves la llamó y le dijo:

– La nueva canción será un éxito, igual que la otra voz. ¿Es de la chica de bachillerato?

– Sí. Se llama Casey Kronek. Pensé que te gustaría.

– ¿Qué tienes en mente, Tess?

– Te lo diré después.


EL ENSAYO del martes por la noche con el coro de la iglesia comenzaba a las siete y media. Tess se bañó una hora antes, se lavó el cabello, se vistió con una blusa blanca y una falda de mezclilla y se puso un par de aretes en forma de discos de plata. Tricia, la hija de Judy, tenía órdenes de quedarse con su abuela, y llegó cuando Tess daba los últimos toques a su maquillaje. Se apoyó contra la puerta del baño.

– Vaya, tía Tess -dijo-. Te ves sensacional. Te tomaste muchas molestias para un simple ensayo con el coro, ¿no es cierto?

Tess observó los resultados en el espejo.

– Se trata de conservar una imagen. La gente espera verte de determinada manera cuando apareces en público.

No se trataba en absoluto de eso, sino de impresionar a Kenny Kronek, pero Tess aún no lo admitía ni siquiera ante ella misma.

Salió de la casa e iba a la mitad del camino hacia el callejón cuando Kenny salió de su casa en esa misma dirección.

– ¡Qué tal! -lo saludó Tess con desenfado. Se sentía osada y un tanto coqueta, así que decidió probar sus tretas con él-. Voy al ensayo del coro, ¿tú a dónde vas?

Él se dio cuenta de su estado de ánimo y entrecerró los ojos en dirección al cielo violeta claro.

– Hoy hay Luna llena. Pensé en salir a morder algunos cuellos.

– ¿Estás solo?

– Sí, señorita -respondió arrastrando las palabras.

– ¿Dónde está Casey?

– Ya se fue. Pasó por sus amigas Brenda y Amy.

– Sería absurdo llevar dos autos cuando vamos al mismo lugar. ¿Qvieres venir conmigo?

El atravesó el callejón.

– Por supuesto.

Dentro del Nissan, ambos se pusieron el cinturón de seguridad. Ella encendió el motor y puso la marcha atrás.

– Vaya, esto es magnífico. Es un auto increíble, Tess.

– Gracias.

– ¿Qué velocidad alcanza?

– No lo sé. Nunca lo he corrido al máximo -le echó un vistazo-. No pensé que fueras un amante de la velocidad.

– En realidad no lo soy, pero a veces uno siente esa sensación. En especial cuando hay Luna llena -él le dirigió una mirada maliciosa-. La Luna nos obliga a hacer cosas que no debiéramos.

Esa noche parecía un hombre totalmente distinto, como si él también hubiera estado anticipando el momento en que estarían juntos. Era más sencillo que nunca charlar con él.

– Oye, Kenny, ¿sabes algo? No hay Luna llena.

– ¿Estás segura? Entonces será otra cosa lo que me afecta.

Ella le lanzó un segundo vistazo, aún más prolongado. Él la miró por el rabillo del ojo en actitud juguetona y seductora. Su vestimenta fue una sorpresa para Tess: llevaba unos pantalones caqui muy bien planchados y una camisa de manga corta de muchos colores. Estaba recién afeitado y olía bien.

Él la miró abiertamente.

– ¿Qué les pasó a tus enormes aretes?

– Sin duda, éstos son más reverentes

– Gran mejora -comentó.

– Muchas gracias -respondió ella con sarcasmo.

– Oye, ¿sabes qué? Leí que tenías un sentido del humor bastan te corrosivo.

– ¡Ah! Entonces lees acerca de mí, ¿eh?

– ¿Y por qué no? Eres del pueblo, y la hija de Mary.

– Y la cruz de tu juventud.

– Eso también.

Llegaron a la iglesia, un edificio de ladrillos rojos con un campanario blanco. Se estacionó al lado de la acera y subieron juntos los escalones de la entrada. Él le abrió la pesada puerta de madera y ella entró en la penumbra del vestíbulo. Unos escalones llevaban hacia la galería del coro, a la derecha de Tess, que subió al tiempo que Kenny encendía las luces. La iglesia olía exactamente como lo recordaba: a madera vieja y a humo de velas.

Kenny subió tras ella, mirando desde arriba las bancas.

– Solíamos sentarnos ahí -señaló ella-. Recuerdo cuando veníamos los domingos, con mi papá.

– Me acuerdo de él. Solía llamarme hijito. "Bueno, veamos si hay alguna carta para ti hoy, hijito", me decía cuando yo era demasiado joven para recibir correspondencia. Una vez, cuando venía por la acera con su enorme bolsa de cuero, yo estaba sentado tratando de componer la cadena de mi bicicleta y él se detuvo y me la arregló. ¿Crees que los carteros todavía hagan eso?

Ella le sonrió.

– Lo dudo.

Fue un momento agradable, estar ahí, recordando.

Se abrió una puerta abajo, seguida de pasos que subían por la escalera. Apareció un chico alto, desgarbado, con el pelo rojo cortado a rape.

– Éste es Josh -lo presentó Kenny-. Josh, ven a conocer a Tess McPhail.

Josh, estudiante de último grado de bachillerato, tocaba el órgano y se sonrojó cuando lo presentaron con Tess. Se escabulló a abrir la cerradura del instrumento. Se oyeron voces abajo y otros miembros del coro comenzaron a subir.

Cuando llegaron Casey y todas sus amigas, Tess tuvo el gran placer de decirle:

– Hablé con mi productor, Jack Greaves, y a él le gustó la canción y quiere incluirla en el álbum.

– ¿Hablas en serio?

– Absolutamente. Vas a ser una compositora editada y publicada… de las que ganan regalías.

Los grititos de emoción tal vez estaban un poco fuera de lugar en la iglesia, pero darle a Casey la alegría de su vida hizo que Tess se sintiera muy feliz.

Treinta y tres personas asistieron al ensayo del coro, y Kenny realizó una presentación sencilla..1,

– Estoy seguro de que todos ustedes conocen a Tess McPhail, así que háganla sentirse a gusto y no le pidan su autógrafo esta noche, ¿de acuerdo?

La risa los tranquilizó a todos, y se pusieron a trabajar.

Desde el momento en que levantó los brazos, Kenny se convirtió, en todos aspectos, en un líder que dirigía con animación y expresividad. Tess descubrió que ser dirigida por él no era la tortura que imaginó al principio, sino una experiencia muy placentera.

La habían colocado con las sopranos, que se curvaban a la derecha de Kenny, en tanto que Casey estaba entre las contraltos, a su izquierda. A veces, mientras cantaban, las miradas de Tess y Kenny se cruzaban, y ella tenía la sensación de que el destino la había hecho volver a casa para mucho más que ocuparse de Mary. Estaba ahí por Casey. Y, ¿tal vez también por Kenny? "¡Cielos!, ¿qué es lo que estoy pensando?", se dijo. Sin embargo, cada vez que estaba con él conocía una nueva faceta de su personalidad, y lo que veía le gustaba aún más.

Kenny había escogido, en su mayoría, himnos familiares para el coro. Para el solo de Tess eligió El buen Señor Jesús. El hermoso y antiguo himno tradicional coronó el ensayo con un sentimiento de festividad que siguió intacto cuando la sesión terminó y los integrantes del coro se despidieron.

A las nueve menos diez, todos se habían ido. En la galería del coro, Kenny se volvió para encontrarse con los ojos de Tess, a seis metros de sillas desordenadas y atriles para música. Dos luces insuficientes, sostenidas del techo por unas cadenas arriba de la galería, teñían de dorado la madera del piso.

– Gracias -dijo él.

– De nada.

Permanecieron de pie, muy cerca, rodeados del silencio, cautivados el uno por el otro, pero negándolo. El se volvió y se dirigió al órgano, y ella lo siguió, dando grandes zancadas, hasta el nivel inferior. Él se deslizó sobre el banco y apagó la lámpara, luego recogió sus partituras, que estaban extendidas sobre el órgano. Tess se acercó por detrás.

– Kenny, tengo que hablar contigo acerca de Casey -le dijo al darle la espalda-. ¿Puedo? -preguntó ella indicándole el banco del órgano.

– Por supuesto -él se hizo a un lado y ella se colocó junto a él con las manos juntas sobre su regazo. Decidió esperar un momento, porque sabía que lo que iba a decirle tendría una fuerte repercusión en su vida, igual que en la de su hija. Tess no lo estaba tomando a la ligera.

– Quiero llevarla a Nashville para que cante conmigo los coros en Una chica de pueblo.

Kenny se quedó pasmado y ella supo que la idea le disgustó. La vio a los ojos y esperó largo rato antes de apartar la mirada.

– ¿Entiendes de lo que hablo? De una grabación con una importante compañía disquera.

– Sí, lo entiendo.

– Eso es lo que desea, y tiene cualidades para lograrlo.

– Lo sé. Me di cuenta la tarde del domingo.

Tess esperó, pero él no dijo nada más.

– Mira, si crees que dejaré que le ocurra algo malo, estás equivocado. Estaré ahí. La cuidaré. Me encargaré de que nadie se aproveche de ella -dijo.

– Lo sé, y te lo agradezco, pero… ¿qué sucederá con su vida?

– ¿En verdad crees que mi vida es tan mala?

– Es anormal… la mitad del tiempo te la pasas viajando, sin esposo ni hijos.

– Vale la pena cuando eso es lo que te gusta hacer.

Kenny se permitió emitir un pequeño exabrupto provocado por la frustración.

– ¡Pero eso no es lo que quiero para ella!

Ella esperó a que se tranquilizara antes de retarlo con suavidad:

– La elección no es tuya, Kenny.

Atormentado, la miró antes de responder. Se encogió de hombros un poco al admitir:

– Lo sé.

Le dio un momento para pensarlo. Después él habló en voz baja, como si discutiera consigo mismo.

– Es difícil, ¿sabes? Es mi única hija. Es… es duro dejarla ir.

Tess le puso la mano sobre el brazo desnudo.

– Claro que lo es.

Bajó la vista hasta la mano de Tess y le acarició el torso con la suya. Al darse cuenta de lo que hacía, la retiró y ella hizo lo mismo.

– ¿Cuándo se iría? -preguntó, mirándola a los ojos.

– Tan pronto como termine la escuela. Puede quedarse conmigo hasta que encuentre un lugar propio. El álbum saldrá en septiembre próximo. Tendremos que estar en el estudio en junio, a fin de que haya tiempo suficiente para hacer las mezclas, el disco maestro y la distribución.

El la miró, pensativo.

– Conozco a mucha gente en Nashville -le aseguró-. No tendrá ningún problema para encontrar trabajo.

Kenny se aferró al borde del banco, se encogió de hombros y se miró las rodillas, pensativo y abrumado. Tess casi podía leer sus pensamientos.

– Supongo que estás preguntándote "¿por qué tenía que volver a casa Tess McPhail?"

– Sí -admitió-, eso es exactamente lo que pienso.

Por fin se enderezó y dijo:

– Vámonos -se levantó del banco-. Llévame a pasear en tu auto nuevo para compensarme.

Bajaron juntos y él apagó las luces del vestíbulo; luego abrió la pesada puerta y dejó que el brillo de la noche les mostrara el camino por los escalones hasta donde el auto de Tess los esperaba.

Subieron y cerraron las puertas. Ella encendió el motor, pero dejó el pie en el freno.

– Así que… ¿a dónde quieres ir? -le preguntó.

– Ve hasta la señal de alto en la carretera y luego da vuelta inmediatamente a la derecha.

Mientras se alejaba de la acera, ambos bajaron los cristales de las ventanillas para dejar que la brisa de la noche primaveral pasara entre las cabezas. Cuando era necesario, él le decía dónde debía dar vuelta. Tess mantuvo la velocidad en cincuenta y cinco kilómetros por hora, a fin de escuchar los sonidos de la noche: los insectos, la grava que golpeaba el chasis y el viento que zumbaba en los oídos.

– Pensé que te gustaba la velocidad -comentó él.

– Creo que tienes muchas ideas equivocadas respecto a mí.

– No más de las que tú tienes acerca de mí.

– Tal vez tengas razón. De cualquier manera, ¿cuál es la prisa? Es agradable estar fuera de casa por un rato.

– Mary me dijo que ustedes no se llevan muy bien.

– Creo que es por la diferencia de edades.

– A mi madre y a mí nos pasó lo mismo cuando ella envejeció.

– Es curioso, ¿verdad? -musitó-. Cómo pueden sacarte de quicio con las cosas más insignificantes. Nos pasamos el tiempo discutiendo acerca de lo que voy a preparar para comer y cómo voy a cocinarle. Tienes que saber, para comenzar, que soy la peor cocinera del mundo.

– ¿No te gusta?

– En lo absoluto -respondió ella con pasión.

Ninguno de los dos dijo nada hasta que él ordenó:

– Da vuelta aquí.

Entraron en un camino con dos surcos.

– ¿Dónde estamos?

– En los terrenos de Dexter Hickey, donde Casey tiene a su caballo, Rowdy. Estaciónate al lado de aquella cerca -ella lo hizo y apagó el motor. Bajaron del auto y pasearon hasta la cerca de madera que les llegaba al pecho. Dentro del corral había media docena de caballos, todos muy juntos. Algunos despertaron y levantaron la cabeza. Una sombra oscura se separó del grupo y se de desplazó perezosamente, con la cabeza baja y dando coces discretos sobre la tierra pisoteada mientras se acercaba.

Kenny esperó con los brazos cruzados sobre la cerca hasta que el caballo llegó y resopló con suavidad en el codo. Kenny puso la mano entre los ojos del caballo y dijo:

– Este es Rowdy.

– Hola Rowdy -dijo ella en voz baja, permitiendo que el caballo la olfateara. El acercó su enorme cabeza hasta la mano de Tess.

La nariz de Rowdy se sentía como de terciopelo. Ella pensó que tal vez el animal se habría vuelto a dormir, porque se quedó muy quieto, respirando de manera uniforme, con exhalaciones cálidas y pesadas contra la palma.

De repente ella dijo algo que Kenny jamás esperó escuchar; lo dijo con tanta sinceridad, que una barrera más se derrumbó.

– Kenny, me doy cuenta de que eres un buen padre.

Él había estado en lo cierto esa noche: la Luna hacía que la gente hiciera locuras, pero por más que deseara besarla, no estaría bien. De hecho, besarla iba a ser el colmo de la tontería; sin embargo, permaneció ahí, inmóvil, pensándolo. Y, la Luna se hubiera salido con la suya sí Rowdy no hubiera relinchado y meneado la enorme cabeza, sorprendiéndolos.

Se retiraron de la cerca y Tess dijo:

– Entonces, ¿tengo tu permiso para preguntarle a Casey? Él dejó escapar un suspiro entrecortado antes de responder:

– Sí.

Y volvieron al auto como dos personas sensatas.


REGRESARON AL PUEBLO tan de prisa que Tess no podía creerlo, y cuando se detuvieron en el callejón, ella apagó el auto, pero ninguno se movió. De pronto los dos estaban muy callados.

El silencio acentuó el cambio de actitud que tenían uno respecto al otro, y su marcada renuencia a separarse; aunque ambas casas tenían las luces encendidas. Se suponía que Tess llevaría a Tricia a su casa, y Kenny debía entrar en la suya para llamar a Faith por teléfono y darle las buenas noches.

– Bueno -dijo él mientras buscaba la manija de la puerta. Pensó en cuánto había cambiado ella en esos últimos días-. Gracias por el paseo.

– Cuando quieras.

Bajaron del auto, cerraron las puertas y permanecieron de pie en la cálida noche, uno a cada lado del Nissan.

– Te veré el domingo -le dijo él por encima del techo del auto.

– Sí. Hasta el domingo.


POR LA MAÑANA, Tess llamó a Jack Greaves y le dijo:

– Voy a pedirle a Casey Kronek que cante conmigo el coro de Una chica de pueblo. ¿Te parece bien?

– Creo que sus voces combinan perfectamente.

– Gracias, Jack. Esto significa mucho para mí.

Esa tarde, a las seis cuarenta y cinco, después de dejar a Mary instalada frente al televisor, Tess fue al baño, se retocó los labios, se arregló el cabello y cruzó el callejón para ir a visitar la casa de los Kronek por primera vez en más de dieciocho años.

Hacía calor en la entrada trasera de la casa de Kenny. Llamó a la puerta y esperó. De pronto apareció Casey.

– ¡Hola, Mac! ¡Qué sorpresa! -abrió la puerta-. Pasa.

El delicioso aroma de las chuletas de puerco advirtió a Tess que ellos aún estaban cenando. Sin embargo, siguió a Casey y, cuando entraron en la cocina, vio a Faith y a Kenny comiendo; eran la viva imagen de la felicidad doméstica.

– ¿Quieres un vaso de té helado? -dijo Casey.

– ¡Oh, no! Lo siento. Pensé que ya habrían terminado de cenar. Yo… regresaré más tarde.

Faith, con su característico aplomo, dijo de inmediato:

– No, no. Por favor pasa, Tess.

Nunca en toda su vida Tess se había sentido más falsa que en ese momento. Estaba segura de que Kenny adivinaría que parte de la razón de su visita era por curiosidad.

Kenny se recuperó de la sorpresa y dijo con toda cortesía:

– Por favor siéntate, Tess.

Casey dio por terminada la discusión al poner un vaso de té helado en el lugar vacío, acto seguido regresó a su asiento y consintió comiendo.

Tess se sentó y dijo:

– Gracias, Casey -y decidió que como ya había arruinado la tranquilidad de su cena, bien podía terminar de hacerlo-. La verdad es que vine a hablar contigo.

Casey estaba cortando una chuleta.

– Claro. ¿De qué se trata?

– Quiero que vengas a Nashville para cantar conmigo los coros de Una chica de pueblo.

Casey abrió los ojos desmesuradamente. El cuchillo y el tenedor se le cayeron de las manos y resonaron contra el plato.

– ¡Oh, Dios mío! -susurró.

Faith titubeante miró de una a la otra y murmuró:

– ¡Oh, cielos!

Kenny hizo a un lado sus cubiertos en silencio, mirando a su hija que tenía los ojos llenos de lágrimas. Sin decir nada más, Casey rodeó la mesa hasta donde estaba Tess, que se levantó y dio un paso para abrazarla. Fue mucho más que un simple abrazo. Un sentimiento magnífico inundó el interior de Tess cuando la chica la abrazó. "Así debe sentirse ser madre", pensó. "Tener alguien que te ame incondicionalmente y que te considere un modelo a seguir.” El corazón rebosaba de felicidad.

– Lo dices en serio, ¿verdad? -logró decir Casey por fin, y dio un paso atrás para mirar a Tess a la cara.

– Sí. Lo digo en serio. Hablé con tu padre al respecto ayer por la noche, y él está de acuerdo en que vayas a Nashville y te quedes conmigo un tiempo.

Casey se volvió sorprendida hacia Kenny, con el rostro bañado en lágrimas.

– ¿Estás de acuerdo? ¡Oh, papi! ¿De verdad? ¡Te quiero tanto! -se lanzó sobre él-. ¡Gracias, gracias! -le dio un beso precisamente en la boca-. ¡Ay, Dios mío, no puedo creerlo! ¡Voy a ir a Nashville! -abrazó a Faith y la besó-. Voy a ir a Nashville, Faith -Casey comenzó a saltar por toda la habitación como si fuera un resorte-. Tengo que llamar a Brenda y decírselo. Y a Amy. No, esperen un momento, es mejor que me siente un minuto. Siento algo raro en el estómago -se dejó caer en su silla, con los ojos cerrados, y tomó aliento.

Tess miró a Kenny, que estaba a su derecha. Él tenía en el rostro la sonrisa más agridulce que ella hubiera visto antes.

– Bueno -dijo Tess para llenar el vacío-. Sí que logré echar a perder su cena, ¿verdad?

– ¿Arruinarla? -gritó Casey-. ¿Estás bromeando?

Kenny hizo a un lado su plato y dijo:

– Podemos comer en cualquier momento.

Faith añadió:

– Por supuesto, pero tú te quedarás para probar una rebanada de pastel de arándano, ¿verdad, Tess?

Tess tomó el postre. Luego Casey insistió en que fuera a su habitación para escuchar la melodía en la que había estado trabajando con su guitarra.

Cuando Tess bajó media hora después, por la cocina, Kenny y Faith estaban terminando de cenar.

– Bueno, supongo que es mejor que regrese a casa. Dejé a Casey allá arriba, componiendo.

– Te acompaño afuera -dijo Kenny.

La puerta se cerró tras ellos y él siguió a Tess hacia el callejón.

– Está decidido -comentó Kenny-. Irá a Nashville.

– Si te sirve de consuelo, sé lo difícil que es esto para ti. La ayudaré en todo lo que pueda, Kenny. Te lo prometo.

Ya habían llegado al callejón. Cuando se volvió para mirarlo, Tess se cercioró de que hubiera bastante espacio entre ellos. Él permaneció alejado, con las manos en los bolsillos traseros del pantalón, como si le costara trabajo mantenerlas lejos de ella.

– Ustedes dos se ven muy bien juntos -aseguró Tess.

– ¿A eso viniste? ¿A ver cómo nos veíamos juntos?

No estaba segura de cómo responder.

– ¿Y si te dijera que sí?

– Entonces probablemente te preguntaría qué tratas de hacer.

– Y es probable que yo respondiera que no lo sé, Kenny.

Él buscó su mirada mientras la tensión aumentaba entre ellos. Por fin, Kenny dejó escapar un gigantesco suspiro.

– ¿Por qué me siento como si estuviera otra vez en aquel autobús escolar?

El tiempo transcurría. Con seguridad Faith se estaría preguntando qué lo estaba reteniendo; pero ninguno de ellos se movió.

Ella dio un decidido paso atrás.

– ¿Qué tratas de hacer conmigo, Tess? -susurró él.

– Tengo que irme -dijo-. De ahora en adelante me quedaré de mi lado del callejón. Lo siento, Kenny.


Capitulo seis


La semana estaba por terminar. Casey iba a verla después de la escuela, pero Tess evitaba a Kenny y no iba al patio trasero cuando sabía que él andaba por ahí. El domingo, Mary le dijo que quería ir a la iglesia para oírla cantar. Había estado encerrada en la casa toda la semana y ya era tiempo de que saliera.

Tess, vestida con un conjunto de falda y blusa de seda color ladrillo, iba a subir al auto la silla de ruedas de Mary cuando Kenny salió de su casa y le gritó:

– ¡Espera! Te ayudaré con eso -ya estaba arreglado para ir a la iglesia y se veía tan apuesto que provocó que el corazón de Tess se acelerara.

– Pensé que ya te habrías ido -dijo Tess cuando él levantaba la silla para meterla al maletero.

– No. Siempre salgo veinte minutos antes. ¿Quieres que te ayude a subir a Mary al auto? -preguntó.

– No. Puede hacerlo sola.

– Muy bien, entonces te veo allá -cerró el maletero sin mirarla a los ojos y se dirigió a su cochera.

Casey salió corriendo por la puerta de atrás, la saludó sin detenerse y un minuto después se habían marchado.

"Así que se ha vuelto un hombre de hielo", pensó Tess. "No pudo resistir acercarse cuando me vio, pero como no estaba satisfecho consigo mismo por hacerlo, se desquitó conmigo."

Veinte minutos después, el coro cantaba Santo, santo, santo bajo la dirección de Kenny. Tess sintió escalofríos en la espalda. Sus miradas se encontraban demasiadas veces, con tal intensidad que era verdaderamente imposible que permanecieran indiferentes. En el momento en que cantaba El buen Señor Jesús, Kenny ya se había quitado la chaqueta y se había arremangado la camisa blanca. Algo sucedió entre ellos cuando Tess cantó el solo. Algo irreversible.

Después del servicio religioso, una multitud rodeó a Tess en el atrio de la iglesia. Se había corrido la voz de que iba a cantar ese día, y la congregación había aumentado como nunca. Asistió toda la familia de Tess y ella estaba muy conmovida por su apoyo. Sus sobrinas y sobrinos, sus cuñados y sus hermanas, todos menos Judy, la abrazaron con mucho orgullo.

El reverendo Giddings se acercó a ella y le dio un prolongado apretón de mano.

– No tengo palabras con qué agradecerle, señorita. Fue un espléndido trabajo -le soltó la mano y se dirigió a alguien detrás de ella-. Muy buen trabajo, Kenny, y una excelente selección musical -ella no se había dado cuenta de que estaba ahí y se volvió hacia él.

Aunque estaban rodeados por un mar de rostros conocidos, Kenny, y Tess se pusieron en sintonía el uno con el otro.

– Este es probablemente el mejor domingo que he tenido desde que comencé a dirigir el coro -le dijo.

– ¿Por qué?

– Porque estabas ahí.

Su franqueza hizo disminuir la resolución de Tess.

– Algo me llegó aquí -comentó Tess, llevándose la mano al corazón-. Es como antes, como cuando era niña… la música, la familia, la iglesia de siempre… no lo sé. Tú también lo sentiste, ¿no es verdad?

– Sí. También lo sentí -su tono era más bajo-. Ahora comprendo mejor que nunca por qué has tenido tanto éxito. Tienes mucho carisma.

– No parecías pensar lo mismo esta mañana, cuando nos encontramos en el callejón. Pensé que estabas enfadado conmigo.

– No volverá a suceder -sin advertencia, le dio un fugaz abrazo y la besó en la sien. Ella sintió cómo los labios le rozaban la oreja-. Gracias por cantar hoy, Tess. Nunca lo olvidaré.

Acababa de soltarla cuando apareció Casey y puso un brazo sobre cada uno de ellos.

– Oye, Mac ¿quieres ir a montar esta tarde?

Unidos por la chica, se quedaron formando un trío mientras Tess trataba de ocultar su nerviosismo.

– Bueno, no sé si deba dejar sola a mamá.

Casey se volvió y pescó al primer miembro de la familia al que encontró: Renee.

– Oye, Renee, ¿podría quedarse alguien esta tarde con tu mamá para que Tess vaya a montar conmigo?

– Por supuesto, yo puedo. ¿A qué hora se irán?

Sin que los demás oyeran, Tess le preguntó a Kenny:

– ¿Vendrás también?

Él se aclaró la garganta y respondió:

– Creo que es mejor que no lo haga.

Ella ocultó su decepción, preguntándole a Casey cuando se volvió hacia ella:

– ¿A qué hora quieres salir?

– A la una. Tengo que volver al pueblo alrededor de las cuatro.

El plan estaba hecho.


SE FUERON EN la vieja camioneta pick up de Casey, que era tan vieja que tenía de aquellos guardafangos traseros protuberantes y curvos, pero el radio funcionaba, y cantaron música country todo el camino al rancho de Dexter Hickey.

El lugar se veía muy distinto de día. La cerca necesitaba pintura, y el césped que lo podaran; sin embargo, el paisaje circundante era arrobador. El rancho estaba rodeado por una extensión de pastos ondulantes, con algunos manzanos salpicados aquí y allá, que daban paso a un bosque.

En el interior del establo, Dexter había dejado para Tess una yegua llamada Girasol. Había dado instrucciones de que la dejaran en el corral después de montarla.

Cuando Rowdy y Girasol estuvieron ensillados, las mujeres montaron. El pelo de los caballos brillaba al Sol, mientras Casey guiaba a Tess por la cerca, hacia los ondulantes bosques.

Casey se volvió sobre la silla y preguntó:

– ¿Cómo te sientes?

– Como si fuera a estar muy adolorida mañana. No estoy acostumbrada a esto.

– Lo tomaremos con calma al principio.

Cuando llegaron a una pradera con florecillas de botones de oro, Casey preguntó:

– ¿Quieres intentar el trote?

– ¿Por qué no?

Hizo que Rowdy trotara, y Girasol lo siguió. Después de poco más de cincuenta metros, iniciaron un tranquilo medio galope que las llevó hasta el borde del valle y a los bosques, donde Casey se detuvo y esperó a que Tess la alcanzara y también se detuviera.

– Los dejaremos descansar un rato -Casey dio unas palmaditas en la espaldilla de Rowdy y luego se quedó en silencio, mirando los árboles. De pronto, sin motivo alguno, preguntó-: ¿Qué pasa entre mí papá y tú?

Tess no logró ocultar su sorpresa.

– Nada.

– Creí percibir algo en la mesa la otra noche, y esta mañana te estaba abrazando en el atrio de la iglesia.

– Me estaba agradeciendo que hubiera ido a cantar.

– ¡Ah, eso era todo! -comentó Casey secamente. Luego añadió-: bueno, sólo en caso de que sí esté sucediendo algo, quiero que sepas que por mí está perfecto -comenzaba a adentrar a su caballo en el bosque cuando se volvió hacia la llanura y dijo-: ¡Vaya, vaya! Mira quién viene.

Tess estiró la cabeza sobre la silla y vio que Kenny se dirigía hacia ellas. Las divisó en la sombra y apresuró al bayo hasta alcanzar un medio galope. Montaba como si fuera algo natural en él, vestido con pantalones vaqueros, una camiseta blanca y sombrero de paja.

Cuando las alcanzó, se detuvo y dijo:

– Cambié de opinión. Me sentía solo en casa -casi no hizo caso a su hija, en cambio, examinó a Tess por debajo del ala de su sombrero de tal forma que reveló más de lo que él deseaba.

Casey sonrió.

– Acabo de decirle a Tess que…

– ¡Casey! -Tess le dirigió una mirada de advertencia.

– Nada -dijo, y volvió su caballo hacia el sendero-. Qué gusto que vinieras, papá. Vamos despacio porque Tess no está acostumbrada.

Montaron otra hora y media más, con poca charla, disfrutando mucho del hermoso día primaveral. Casi a las cuatro de la tarde, cuando ya se dirigían de vuelta al corral, comenzaron a formarse densos nubarrones al suroeste y el viento empezó a soplar.

Kenny ayudó a Tess a desensillar a Girasol. Ella lo miró cuando se llevaba la silla por la puerta del cobertizo y la colocó sobre un caballete de madera.

Él se volvió y la atrapó mirándolo. Cuando regresó a donde ella estaba, preguntó con indiferencia:

– ¿Quieres regresar al pueblo conmigo, Tess?

Ella miró primero a Casey y luego a Kenny.

– Bueno, no creo que…

– Está bien -intervino Casey-. Ve con él. Yo tengo prisa. Ni siquiera tendré tiempo para almohazar a Rowdy. Tengo que arreglarme para una cita -condujo a Rowdy hasta la puerta y lo dejó salir al corral. Luego regresó, saludando con la mano al pasar junto a ellos-. Te veré por la mañana, papá. Es probable que no vuelva hasta después de las once.

– Muy bien. Cuídate.

Un minuto más tarde, Tess y Kenny oyeron el ruido de la camioneta que se alejaba. Almohazaron sus caballos en silencio; luego, él dejó a un lado el cepillo y se acercó a ella.

– Así está bien. Ya me la voy a llevar -condujo a Girasol y a su caballo a la puerta y los dejó sueltos en el corral.

– Vámonos.

Kenny conducía sin prisa, con el viento entrando por las ventanillas abiertas. La miró.

– ¿Tienes hambre?

– Casi desfallezco.

– ¿Qué te parece si un muchacho sencillo de Wintergreen te invita a comer? Conozco el sitio ideal.

La llevó al Sonic Drive-in, un sitio para comer en el automóvil, y se estacionaron bajo un largo toldo de metal. El menú y el micrófono estaban del lado de Kenny. Él colocó el codo en el borde de la ventanilla y revisó el menú.

– ¿Qué quieres?

– Una hamburguesa en canasta.

– Muy bien -pulsó un botón para que los atendieran y pasó la orden. Cuando terminó, se acomodó en su asiento y la miró. Se oyeron truenos al suroeste, pero no les prestaron atención.

Por fin, Tess dijo:

– Casey me preguntó hoy qué sucedía entre tú y yo.

– ¿Y qué le dijiste?

– La verdad: nada -se quitó un pelo de caballo de los pantalones vaqueros-. Luego me dijo que por ella estaría muy bien si comenzáramos algo.

Ambos lo consideraron durante un rato antes de que Tess por fin añadiera:

– Por supuesto, ambos sabemos que no es una buena idea.

– Por supuesto.

– Después de todo, tenemos que pensar en Faith. Y yo regresaré a Nashville en un par de semanas.

– A donde perteneces -añadió él.

– A donde pertenezco.

No les quedaba más remedio que rendirse y darse un beso o morir deseándolo.

El camarero los salvó de cualquiera de esas catástrofes al presentarse para entregarles su bandeja.

– ¿Sabes algo? -dijo Tess mientras él tomaba la comida-. Ésta es la primera cita que tengo en dos años en la que salgo con un hombre y él paga por mi comida y me lleva a casa. He descubierto que ya no puedo hacerlo.

– ¿Por ser demasiado rica? Y, ¿demasiado famosa?

– Tal vez por ambas cosas. Uno nunca sabe con certeza qué es lo que la gente pretende obtener.

Una camioneta pick up azul con tres adolescentes se detuvo a la derecha del auto de Kenny.

– ¿Eso es lo que opinas de mí? -preguntó Kenny-. ¿Que trato de sacar provecho?

– No. Creo que sólo eres un accidente.

– ¡Oh! Eso es muy halagador.

– Sabes a lo que me refiero.

Las hamburguesas estaban jugosas, exquisitas; entonces, ellos dejaron de coquetear para hincarles el diente, comer sus papas fritas con salsa catsup y saborear los pepinillos. Cuando terminó de comer, Tess se limpió la boca con una servilleta de papel y echó un vistazo a la pick up azul.

– ¡Oh, oh! Creo que me reconocieron -dijo. Tres rostros le sonreían y la miraban con la boca abierta.

– ¿Ya terminaste? -Kenny se metió el resto de la deliciosa hamburguesa a la boca.

– Sí, vámonos -respondió ella.

La lluvia comenzó a caer cuando retrocedieron para salir del estacionamiento, por lo que subieron los cristales. Kenny encendió los limpiadores y dio vuelta hacia la calle principal. Rodearon la plaza del pueblo y se dirigieron al norte, por Sycamore Street. Cuando dieron vuelta en el callejón, los árboles se sacudían con el aire de la ruidosa tormenta. Kenny llegó hasta su cochera y hubiera entrado, pero ella le dijo:

– Déjalo aquí. Me gusta la tormenta.

Él la miró brevemente y obedeció. Apagó las luces, los limpiadores y elmotor.

– ¿Vas a correr bajo esta lluvia? -preguntó.

– No. Esperaré un momento.

Cayó más lluvia, hubo más rayos, más truenos, y los dos seguían en el auto sin saber qué más decir. Aunque eran apenas las seis de la tarde, el mundo se veía borroso y oscuro bajo las tormentosas nubes. De pronto, la frustración de Tess explotó.

– Mira, Kenny, esto es ridículo. Ya soy adulta y aquí estoy, jugando un juego estúpido como si fuera una niña. Sólo te pido que no le digas a Faith que lo hice, ¿de acuerdo?

Se apoyó en una rodilla, se dejó caer a un lado, colocó la mano sobre la puerta del conductor y lo besó. Lo tomó tan de sorpresa que él retrocedió. Cuando terminó, Kenny tenía las manos en las costillas de Tess, para evitar que cayera por completo sobre él.

Ella retrocedió unos centímetros. El respiraba con rapidez y tenía los labios entreabiertos por la sorpresa.

– Ése fue por todo el tiempo que te molesté en el autobús escolar -le dijo. Sentía las manos tibias a través de su camiseta-. Considéralo totalmente culpa mía -y añadió-: Te absuelvo de toda culpa, mi querido San Kenny. Gracias por un día maravilloso.

Rápidamente volvió a besarlo, bajó del auto y corrió bajo la lluvia helada hacia la casa.


ADENTRO, Mary y Renee estaban viendo Sesenta minutos. Tess entró por la puerta trasera, empapada.

– Ya era tiempo de que llegaras. Nos tenías preocupadas -dijo Renee con cierto enfado.

– Lo siento. Debí llamar -Tess arrojó su gorra-. Fui a comer al Sonie Drive-in con Kenny.

Se sentó en el escalón y se quitó las botas mientras Renee observaba la coronilla de su melena roja.

– Con Kenny. Vaya.

Tess se levantó y miró a Renee.

– Oye, ¿tienes prisa por volver a tu casa o podría hablar con tigo un momento?

– Puedo quedarme un rato más.

Se dirigieron a la planta alta, donde Tess pudo quitarse la ropa mojada mientras Renee se sentaba con la pierna cruzada en su antigua cama.

– Cuéntame. ¿Qué sucede?

Tess se puso una camisa de algodón, se quitó la liga del cabello y se sentó en el tocador para cepillarse los empapados rizos.

– Es extraño -le dijo a Renee-. No vas a creerlo. Hace cinco minutos besé a Kenny en su auto. Como él no se atrevía, terminé besándolo yo. Muy tonto, ¿verdad?

– ¿Eso es todo? ¿Sólo un beso?

– Sí, pero Renee, algo me ha sucedido en estas dos semanas que he estado en casa. Me encuentro con él todo el tiempo y ha resultado ser el hombre más agradable que he conocido en años; trata a mamá como si fuera su hijo; además, estoy loca por Casey y me doy cuenta de que Kenny es un excelente padre. Y lo siguiente que ocurre es que me encuentro actuando como una adolescente enamorada. Renee, ésa no soy yo.

Renee reflexionó por un momento.

– Debes tener mucho cuidado, Tess. No puedes jugar con los sentimientos de la gente.

– No estoy jugando.

– ¿En qué terminará todo? Tú regresarás a Nashville y, si arruinas lo que hay entre él y Faith, Kenny terminará siendo el perdedor. Tal vez no te das cuenta de la gran estrella que eres y de cómo puedes impresionar a un hombre con tus atenciones.

– Ya lo he considerado -suspiró Tess-. ¿Sabes algo, Renee? A veces es terriblemente solitario ser Tess McPhail.

Renee se levantó de la cama, se acercó a su hermana y le puso las manos sobre los hombros.

– Querías que te diera un consejo sensato, bueno, pues aquí lo tienes: aléjate de Kenny durante el resto del tiempo que estés en casa. ¿De acuerdo?

Tess asintió con tristeza.

Renee continuó:

– ¿Sabes, Tess? Hay algo que no hemos tomado en cuenta.

– ¿Qué?

– A Kenny. Si él es el tipo de hombre que creo, nunca engañaría a Faith. Tú misma dijiste que no quiso besarte.

Tess lo pensó un momento.

– Tienes razón -dijo después-. ¿Y sabes algo más? Ese es uno de los motivos por los que lo respeto tanto.

Tess aceptó el consejo de Renee y lo siguió al pie de la letra. Decidió que haría todo lo posible por evitar a Kenny de ahí en adelante.


CASI HABÍAN transcurrido tres semanas desde la operación de Mary, y ella estaba cada vez mejor. Como se sentía bien, parecía discutir menos. Mary y Tess por fin habían logrado tener una cena sin problemas. Tess había encontrado algo que las complacía a las dos: tacos con ensalada mientras veían las noticias de la tarde. Estaban terminando de cenar cuando Tess le dijo:

– Mamá, tengo una sorpresa para ti.

– ¿Para mí? -preguntó Mary sorprendida.

– El sábado, a las ocho de la mañana, vendrá una peluquera que se llama Niki para arreglarte el cabello para la boda, y hará todo lo que le pidas. Te aplicará un tinte, una permanente, o te hará un corte, lo que quieras.

Mary estaba maravillada.

– ¿Aquí? ¿En mi propia casa?

– Así es.

– Esta Niki… ¿no es de la peluquería de Judy?

– No. Judy y sus chicas atenderán a toda la comitiva de la boda esa mañana, así que estarán muy ocupadas; pero Judy dijo que Niki haría un buen trabajo. Entonces, ¿estás de acuerdo?

– Bueno, pues sí -Mary seguía sorprendida.

– Y mamá, hay una cosa más que quería pedirte. ¿Recuerdas ese lindo traje de saco y pantalón de seda verde que te envié desde Seattle el año pasado? ¿Ya lo estrenaste?

– Me lo probé.

– ¿Por qué no lo usas para el día de la boda? Sería perfecto, porque debes tener las piernas siempre envueltas en esas medias. ¿Te gusta la idea, mamá?

– Iba a ponerme el otro conjunto de pantalón, el que compré la primavera pasada. Está en perfectas condiciones y sólo me lo he puesto unas cuantas veces.

La primera reacción de Tess fue furia, así que se levantó para comenzar a reunir los platos sucios, tratando de tragarse el nudo que lastimaba su garganta. Luego cambió de opinión, dejó los platos y se arrodilló al lado de la silla de Mary. Tomó la mano de su madre entre las suyas y la miro directo a los ojos castaños.

– Escucha, mamá, no sé cómo decir esto. Soy rica. Es un hecho de la vida ahora. Soy muy, muy rica, y me proporciona un enorme placer poder enviarte regalos. Pero hieres mis sentimientos cuando ni siquiera quieres usarlos.

– ¡Ay, querida…! Bueno… nunca lo pensé así -Mary parecía triste y un poco conmovida. Por fin, alejó la mirada y luego volvió a dirigirla hacia su hija.

– Bien, como has sido franca conmigo, yo también lo seré. A veces, cuando me envías cosas, creo que es porque sabes que deberías venir a verme, pero estás demasiado ocupada para hacerlo. Tal vez por eso algunas veces no las uso. Porque, a decir verdad, prefiero que vengas tú a tener todos los regalos caros del mundo.

Las palabras de Mary le llegaron muy hondo, porque eran ciertas, y Tess por fin lo admitió. No sólo veía a Mary menos de lo que debía, sino que se quejaba de pequeños agravios que el amor debería hacerla olvidar. ¿Quién podía decirle con exactitud cuántos años más le quedaban a Mary?

– Lo siento, mamá -dijo Tess con suavidad-. Trataré de venir más a menudo.

Mary extendió la mano y la colocó en el cabello de Tess.

– Sabes lo orgullosa que estoy de ti, ¿no es cierto? -Tess asintió con lágrimas en los ojos-. Y sé todo lo que te ha costado llegar hasta donde estás; sin embargo, Tess, somos tu familia, y familia sólo se tiene una.

– Lo sé -susurró Tess con la voz entrecortado por la emoción.

Se quedaron así, cada una aceptando lo que la otra había dicho. No se habían sentido tan cerca desde que Tess se graduó del bachillerato y empacó sus maletas para marcharse a Nashville a emprender su larga y exitosa carrera.

– Ahora te diré lo que vas a hacer -comenzó Mary-. Irás a mi clóset, encontrarás ese lindo traje que me enviaste y lo plancharás para que esté listo para el sábado, cuando esa chica, Niki, termine con mi cabello, me lo pondré y haré que mis hijas se sientan orgullosas de mí en la boda. ¿Qué te parece?

Tess besó la mejilla de su madre.

– Gracias, mamá -dijo.


EL CLIMA del sábado no pudo haber sido mejor, con un Sol resplandeciente y veintiocho grados de temperatura cuando Tess comenzó a arreglarse. Había comprado un traje nuevo: un hermoso vestido recto, azul oscuro, y zapatillas de talón descubierto que le hacían juego, con un delicado rocío de estrellas azules en miniatura sobre los dedos. Se colocó al cuello una cadena de platino con una esfera del tamaño de una canica, cubierta de diamantes. En las orejas se puso pequeñas medias lunas también cubiertas de diamantes verdaderos.

En el momento en que entró en la habitación de Mary, ésta se le quedó mirando.

– ¿Algo está mal? -preguntó viendo hacia abajo.

– Has andado por aquí tanto tiempo con tus pantalones vaqueros y tus camisetas que en realidad olvidé que eres una verdadera estrella. ¡Dios del cielo, qué bella eres, mi niña!

– Bueno, ¿y qué me dices de ti? Espera a que te pongas ese traje.

El atuendo era del color que toma la luz cuando pasa por un vaso de crema de menta. Fue un poco difícil ponérselo a Mary, pero juntas, lo lograron. Una vez que los pantalones estuvieron en su sitio y la chaqueta quedó abotonada, Tess dijo:

– Quiero ponerte un poco de maquillaje, ¿de acuerdo? Ven aquí y siéntate.

Mary se sentó frente al espejo, y Tess le polveó las mejillas y las pintó con una brocha en un tenue color coral; le puso un poco de maquillaje en los ojos y lápiz labial. Niki había hecho un buen trabajo con el atractivo corte de pelo que le quitaba a Mary cinco años de encima. El suave cabello gris le caía en delicadas ondas curvadas hacia arriba en las puntas.

– Ahora los aretes. Tengo unos que serán perfectos -Tess sacó una pequeña caja color aguamarina claro, que había comprado en Nueva York, y se la entregó a su madre. Cuando Mary leyó la única palabra grabada en la tapa de la caja, miró a Tess con incredulidad a través del espejo.

– ¿Tiffany? ¡Oh, Tess! ¿Qué hiciste?

– Abrelo. Feliz día de las madres, un poco adelantado.

En el interior de la caja color aguamarina había otra, de terciopelo negro. Mary levantó la tapa para dejar ver un par de aretes de esmeraldas con forma de lágrimas, rodeadas de diamantes.

– ¡Ay, Tess!

Ella le sonrió en el espejo.

– Adelante, póntelos.

Las manos de Mary temblaban cuando se llevó las gemas a las orejas. En el momento en que los aretes estuvieron en su sitio, miró su reflejo. Se puso una mano en el agitado corazón y susurró:

– ¡Dios mío!

Tess se inclinó, puso la cabeza al lado de la de su madre, y ambas observaron su imagen en el espejo.

– Tú también eres hermosa, mamá.

– Gracias, Tess -Mary tocó amorosa la mejilla de Tess.

– De nada. Ahora vamos a arrasar con ellos, ¿eh, mamá? Voy a poner tu silla de ruedas en el maletero. Espera a que regrese antes de que intentes bajar esos escalones con las muletas, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

Tess arrastró por los escalones la silla de ruedas plegada, y la empujó por la ruinosa vereda del jardín de atrás. Sacó el automóvil de Mary, hizo a un lado el suyo, abrió el maletero y estaba a punto de levantar la silla de ruedas cuando Kenny abrió la puerta de su porche y le gritó:

– ¡Oye, Tess, espera! Te daré una mano con eso.

Kenny recorrió a zancadas la distancia desde su jardín, en un traje azul marino con rayas muy delgadas, mientras ella esperaba al lado del auto. Guardó la silla de ruedas y cerró el maletero.

– Ya está -se volvió, frotándose las palmas-. No podía permitir que tú… -la recorrió con los ojos hasta las brillantes puntas de los pies y volvió a subir la mirada. Nunca terminó lo que estaba diciendo.

– Lindo vestido -dijo en voz baja.

– Gracias. Hermoso traje.

Lo más seguro era que él no hubiera comprado su ropa en Wintergreen, y que no tuviera idea de cómo su apariencia aceleraba el corazón de ella; pero sí que sabía elegir un traje para su tipo de cuerpo, y también cómo fijar la mirada en una mujer para hacerla tomar conciencia de todo eso muy profundamente.

– Bueno -dijo Tess-, será mejor que regrese a la casa. Mamá está esperándome.

– ¿Necesita que la ayuden?

– No. No lo creo.

A pesar de sus palabras, él la siguió cuando se dirigió a la casa.

Al llegar, Tess entró y él se quedó en el escalón. Ella reapareció un momento, al salir primero para abrirle la puerta a Mary, que salió con pesado andar por el umbral, apoyada en sus muletas, y se detuvo, sonriendo complacida.

Desde abajo de los tres escalones, Kenny la miró y exclamó:

– ¡Por todos los cielos, Mary! ¡Mírate nada más! -su admiración era tan genuina que su rostro quedó inexpresivo.

– ¡Hola, Kenny! -dijo la anciana como si fuera una niña. Si hubiera podido girar para mostrarle su atuendo, lo hubiera hecho-. Tess se encargó de mí, ¿Qué opinas?

– Creo que si tuviera veinte años más, me enamoraría perdidamente de ti. Ahora que lo pienso, tal vez lo haga de todas maneras.

Mary parecía haber vuelto a nacer cuando bajó los escalones. Tess y Kenny la escoltaron al auto. Él le abrió la puerta y esperó con paciencia a que ella se acomodara en el interior. Puso las muletas sobre el piso y cerró la puerta; luego caminó con Tess hasta la puerta del conductor y la abrió para que subiera.

– ¿Llegarás bien a la iglesia? -le preguntó.

– Estaré bien, gracias.

– Bueno, es mejor que vea si puedo apresurar a Casey. Las veré más tarde.

Cerró la puerta y ella admitió para sí que, sin importar lo que le había prometido a Renee, ella y Kenny danzaban sobre un hilo muy fino entre el sentido común y un movimiento que provocaría un inminente desorden en sus vidas. Parecía muy probable que antes de que aquella noche terminara, iniciarían ese desorden.

Загрузка...