Capítulo 17

– Charlie está intentando echar abajo el corral -dijo Frankie cuando entró corriendo en la tienda-. Y el potro está asustado, mamá.

– Iré enseguida. -Grace tiró la manopla y salió a toda prisa de la tienda.

Frankie tenía razón. Charlie relinchaba con furia, y golpeaba las tablas de madera con los cascos. Ya había roto una, y la yegua estaba empezando a alterarse. En un instante se uniría a la destrucción.

– Detenlo -Marvot se dirigía a grandes zancadas hacia el corral-. Se hará daño. No he pasado por todo esto para que se rompa una pata.

– Tu consideración es reconfortante. -Grace ya estaba abriendo la valla-. Lo pararé. Mantén alejados de él a tus hombres. Probablemente, cree que ha sido traicionado. Reconoce este lugar. Me di cuenta cuando lo saqué del remolque.

Charlie rompió otro tablón con la pezuña.

Déjalo ya. No me estás ayudando, Charlie. Esto no es lo que crees. Nadie os va a hacer daño, ni a ti, ni a Hope, ni al potro. Tenemos que fingir que seguimos el juego algún tiempo. Será la última vez, te lo prometo.

Otra de las tablas saltó hecha pedazos.

Tranquilo, Charlie…

Grace entró en el corral y empezó a caminar hacia él. Los ojos del caballo relucieron salvajemente cuando piafó. De pronto, se dirigió corriendo hacia ella.

Ella se paró y esperó.

El caballo se desvió justo a tiempo.

Te lo prometo, Charlie. Dame sólo una oportunidad. Podemos superar esto juntos.

El caballo se dirigió corriendo a la valla donde estaba Marvot.

Él retrocedió un paso involuntariamente cuando Charlie se paró tras dar un patinazo.

Grace reprimió una sonrisa.

Bien. Al menos conoces el objetivo. Ahora tranquilízate y descansa un poco. Puede que lo necesitemos.

Charlie pateó un listón más, tras lo cual se fue trotando al otro extremo del corral.

Bien. Pero no mates a ninguno de los mozos de cuadra cuando intenten reparar el corral. No quiero que alguno de ellos os haga daño. Tú puede que seas fuerte, pero el potrillo es débil.

Grace se dio la vuelta y salió del corral.

– Tendrás que hacerlo mejor mañana -dijo Marvot-. No has hecho gala de un gran control.

– No estás muerto, ¿verdad? Sólo estaba jugando contigo. -Cerró la puerta del corral-. ¿Mañana? ¿Vamos a intentarlo por la mañana?

– No hay razón para esperar.

– Los caballos necesitan descansar. Están estresados.

– Sobrevivirán. -Marvot se apartó-. El jurado sigue deliberando acerca de ti y de tu hija.

Grace se lo quedó mirando de hito en hito mientras él se dirigía hacia su caravana. El jurado no estaba deliberando; Marvot ya había tomado su decisión cuando las había llevado a El Tariq.

– Mamá, ¿puedo entrar en el cobertizo y ver a Maestro? -preguntó Frankie.

Grace asintió con la cabeza distraídamente.

– Pero no te acerques a Charlie.

– No lo haré. No le gusto.

– Ya aprenderá. Pero éste no es el momento. Está nervioso.

Frankie dijo secamente:

– Sí, lo veo por la forma en que ha intentando derribar el corral. Yo también estaba algo nerviosa.

Grace la observó sortear cuidadosamente la zona en la que Charlie estaba piafando y echar a correr hacia el cobertizo, donde se habían acurrucado Hope y el potro. No había duda de que Frankie estaría bien con ellos. La yegua la había aceptado, y el potrillo la consideraba prácticamente como una segunda madre.

Se dio la vuelta y volvió a la tienda.

Campanas.

Gritos.

Repiqueteo de metales al entrechocar con otros metales.

¿Qué demonios sucedía?

Un centinela se plantó de repente delante de ella.

– Entre en la tienda y quédese allí.

– ¿Qué sucede?

– Una caravana de mercaderes. -El sujeto la empujó al interior de la tienda-. Tiene que permanecer en la tienda hasta que se hayan ido.

Grace miró por encima del hombro y alcanzó a ver una caravana, varios jinetes a caballo y, ¡por el amor de Dios!, hasta camellos.

El centinela bajó la portezuela de la tienda y ella se quedó en una penumbra con olor a moho. ¿Una caravana? ¿No era demasiada coincidencia? Con toda seguridad, Marvot sospecharía de cualquier intrusión en…

Unas manos la agarraron por los hombros desde atrás.

– No grites, Grace.

¡Kilmer!

Ella se zafó y se giró para ponerse frente a él.

– ¡Idiota! Justo estaba pensando que esto resultaba sospechoso. Marvot te atrapará y te pondrá a secar al sol.

– Yo también te he echado de menos.

Ella se arrojó entre sus brazos.

– Sal de aquí. Ahora no nos puedes ayudar. Hay demasiados guardias y el…

– Me iré de aquí… -Sus brazos la rodearon con fuerza- si te callas y me dejas hablar.

Grace hundió la cara en su hombro. No estaba dispuesta ha dejarlo marchar todavía. ¡Por Dios!, lo que le había echado de menos. No se había dado cuenta de lo sola que se había sentido hasta que él la había tocado. Kilmer olía raro… como a protector solar y nuez y a algo dulce…

– Habla.

– ¿Cuándo se supone que tienes que empezar a buscar con la Pareja?

– Mañana. Si Charlie no se rompe una pata intentando echar abajo el corral.

– ¿Charlie?

– Así fue como Frankie quiso llamar al semental. La yegua es Hope.

– Tienes que retrasarlo. Necesitamos un día más.

– ¿Te olvidas de que no tengo muchas opciones? ¿Por qué quieres que retrase la salida?

– Pasado mañana soplará el siroco. Eso nos hará más fácil sacaros de aquí.

– Eso lo entiendo. Pero ¿cómo diablos sabes que va a haber una tormenta de arena? No hay nada más impredecible. El siroco no viene de ninguna parte.

– Eso es lo que yo dije. Pero Adam tiene su propio hombre del tiempo. Según él, si Hassan dice que va a ocurrir, es que ocurrirá.

– ¿Cuándo? ¿A qué hora?

– Ahí es donde hay una pequeña duda. Hassan cree que la tormenta de arena será por la tarde.

– Y si es por la mañana, ni siquiera podré salir.

– Entonces, pensaremos en otra cosa. -Kilmer hizo una pausa-. ¿Cómo está Frankie?

– Estupendamente. Te sentirías orgulloso de ella.

– Ya estoy orgulloso de ella. Y de ti. -La soltó y retrocedió-. Tengo que salir de aquí. Adam dijo que no dispondría de más de un par de minutos.

Grace no quería que se marchara. ¡Por Dios!, tenía miedo por él.

– ¿Alguna idea de cómo voy a retrasar la salida?

– Sí. -Se metió la mano en el bolsillo y le entregó un paquete-. Esto hará que te encuentres condenadamente mal durante doce horas. Vómitos, diarrea, retortijones… Marvot no tendrá ninguna duda acerca de tu incapacidad.

– Oye, gracias -dijo Grace sarcásticamente mientras cerraba la mano sobre el paquete-. Supongo que es mejor que una pastilla de cianuro.

– Puede que mañana no pienses lo mismo. -Kilmer apretó los labios-. No me hace ninguna gracia darte esto. Si puedes encontrar otra manera, utilízala.

– Lo haré. -Por primera vez, Grace reparó en el traje de nativo y en la piel tiznada de Kilmer-. Pareces sacado de Ali-Babá y los cuarenta ladrones. -Arrugó la nariz-. Y apestas.

– Pensé que un poco de pintura contribuiría a dar un toque de autenticidad al disfraz. Aunque a la gente de Adam no se le permite tocarla. -Empezó a dirigirse al otro extremo de la tienda, donde había soltado los vientos para arrastrarse bajo la lona. Se dio la vuelta para mirarla-. Todo va a salir bien, Grace. Intenta conseguir que deje ir a Frankie contigo. Así podremos sacaros a las dos en la misma operación.

– ¿Y si no la deja ir?

– Tendremos que enviar aquí a otro grupo. Y dado que Marvot no estará seguro de si te tenemos, será más fácil.

– Siempre que el milagroso siroco se ponga a soplar de repente.

– Lo hará. -Kilmer levantó la lona-. Creo que nos merecemos un milagro.

El miedo se apoderó de ella.

– ¿Tienes a alguien fuera de la tienda vigilando? ¿Vas a…? Por supuesto que sí.

Él sonrió.

– Por supuesto que sí.

Kilmer desapareció.

Grace se clavó las uñas en las palmas de las manos mientras escuchaba. Deseó salir corriendo de la tienda y ver lo que estaba ocurriendo. Pero lo único que podía hacer era quedarse allí y aguzar los oídos para saber así si Kilmer estaba en apuros.

¡Un disparo!

¡Dios mío!

Risas. Campanas. La voz de Marvot.

No estaba gritando. Sólo parecía enfadado.

Otro disparo.

Grace corrió a la abertura de la tienda y apartó la lona.

El centinela que la había metido en la tienda a empujones tiraba de Frankie, que forcejeaba para soltarse.

– Mamá, díselo. Tengo que volver junto al potro. Todos esos disparos lo han asustado.

Grace la ignoró para preguntarle al centinela:

– ¿Qué han sido todos esos disparos?

El sujeto se encogió de hombros.

– Están intentando vendernos sus armas. Son muy malas. Algunas son tan viejas que fueron usadas en la guerra irano-iraquí. Se irán pronto. Si se les ha permitido quedarse, ha sido sólo porque las armas nos interesaban. -Empujó a Frankie contra ella-. Esta niña no tiene ningún respeto. Si fuera mi hija, la sacudiría hasta que no pudiera sostenerse en pie.

– Estoy segura. -Grace tiró de la niña hacia el interior de la tienda-. Avísenos cuando se vayan y podamos volver junto a los caballos. -Dejó caer la portezuela de la tienda y levantó la mano cuando Frankie empezó a protestar-. Cállate. No tienes que estar mimando al potro a todas horas. Hemos de tratar de no llamar la atención durante algún tiempo.

– ¿Por qué? El potro está… -la pequeña se detuvo, olisqueando el interior de la tienda-. Huele… raro.

– Sí, sí huele raro. Y te toca a ti sacar este olor de aquí en cuanto nos permitan salir. Utiliza todo lo que puedas encontrar para aventar la tienda.

– Pero ¿qué es lo que…? -Abrió los ojos desmesuradamente-. ¿Jake?

Otro disparo.

¡Maldición!, ¿por qué los hombres se volvían tan infantiles cuando se trataba de armas?

– Jake. -Grace cruzó los brazos por delante del pecho para evitar que le temblaran-. Pero no nos puede ayudar todavía. Tenemos que esperar.

– ¿Cuánto?

– No te lo voy a decir. No es que no confíe en ti; sólo quiero que reacciones de forma natural, con independencia de lo que ocurra. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Frankie asintió con la cabeza lentamente.

– Supongo que sí. ¿Qué hago?

– Cuida del potro y de Hope. -Hizo una pausa-. Y puede que también tengas que cuidar de Charlie.

– ¿Por qué? Ya te dije que no le gusto.

– No quiero que le ocurra nada. Y no confío en los centinelas para que cuiden de él.

– Pero estarás aquí para… ¿No?

– Voy a estar bastante enferma durante algún tiempo. Es posible que no pueda ayudarte.

– Te refieres a que fingirás ponerte enferma, ¿no?

Grace negó con la cabeza.

– Nada de teatro. -Se arrodilló delante de Frankie y le cogió las manos-. Voy a tomar algo para ponerme enferma, cariño. Pero sólo durará un día, y luego estaré perfectamente.

– ¿Por qué? -Se aferró con más fuerza a las manos de Grace-. No quiero que estés enferma. ¿Y si no te recuperas?

– Lo haré.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque Jake me dio algo que hará que me encuentre mal, y confío en él. Y tú también tienes que confiar en él.

Frankie negó con la cabeza.

– No, si hace que te pongas enferma.

– Él no me haría daño, cariño. Ni a ti tampoco. -No estaba logrando hacérselo entender. Frankie estaba aterrorizada. ¿Y quién podía culparle por ello? El mayor temor que podía experimentar un niño era el de perder a un padre-. Se preocupa por nosotras. -¡Vaya, qué narices, tenía que decírselo!-. ¿Sabes por qué tenemos que confiar en él?

– ¿Porque es un buen tipo?

Grace respiró hondo.

– Porque es tu padre, Frankie.

– ¿Qué?

La expresión de susto que se dibujó en la cara de la niña hizo que la invadiera una oleada de temor. ¿Había sido un error? ¿Debería haber esperado? ¿No debería habérselo dicho?

– Es la verdad.

– ¿Él… no me quiso?

– No, eso no es cierto -se apresuró a decir Grace-. Te quiso. Pero deseaba mantenerte a salvo…, mantenernos a las dos a salvo.

Frankie le escudriñó el rostro.

– ¿De veras?

– De veras. -Hasta ese preciso instante Grace no se había percatado de que creía lo que Kilmer le había contado-. Así que tienes que confiar en Jake, porque el te quiere mucho, mucho. -La abrazó con fuerza y luego la apartó para mirarle a los ojos-. Y él nunca me daría nada que me enfermara si luego no pudiera ponerme bien.

– Igual que en aquella película que vimos. Aquella de la tumba.

Al principio Grace no le entendió.

– ¡Ah, Romeo y Julieta! -Se rió entre dientes-. Sí, volveré definitivamente a la vida al cabo de doce horas. Pero tendrás que defender el fuerte hasta que lo haga.

Frankie asintió con la cabeza.

– Y fingiré asustarme cuando estés enferma.

– No creo que tengas que fingir. -La besó en la frente-. Pero no te asustes demasiado; eso hará que me sienta peor. ¿De acuerdo?

– De acuerdo. -Frankie se humedeció los labios-. ¿Cuándo?

– Me tomaré lo que me ha dado Jake a mitad de la noche para que mañana sea cuando peor me encuentre. -Le retiró el pelo de la cara a Frankie con una caricia-. Y no puedes hacer nada por mí, excepto cuidar de los caballos. Te hará daño verme así, y tendrás que ser valiente.

– A lo mejor eso que te ha dado no funciona.

– Lo hará. Porque Jake dijo que lo haría. Ahora consigamos algo de comer y veamos si nos dejan volver junto a los caballos. No he oído más disparos, ¿y tú?

– No. -Frankie estaba temblando-. Lo he estado pensando, y esto no me gusta, mamá.

– Ni a mí tampoco. Y aún me gustará menos mañana. Pero es nuestra única oportunidad, cariño. Y tenemos que aprovechar cualquier oportunidad que se nos presente. -Se levantó-. Ahora, vayamos a tranquilizar a tu Maestro.


Grace remetió la manta cuidadosamente alrededor de Frankie, que ya dormía, y se dirigió en silencio a la puerta de la tienda. Un instante después estaba fuera y era interceptada por el centinela.

– No estoy intentando escapar -dijo cansinamente-. Es sólo que tengo que inspeccionar a los caballos una vez más. A Marvot no le importaría que lo hiciera, se lo aseguro.

– Son las tres de la mañana -dijo el hombre con suspicacia-. Vuelva a meterse en la tienda.

– Mire, no me siento muy bien, y no quiero discutir. ¿Quiere ir a despertar a Marvot y explicarle que me está impidiendo hacer mi trabajo? No le hará mucha gracia.

El centinela titubeó, y por fin se hizo a un lado.

– Puedo ver perfectamente el corral desde aquí. Manténgase visible. Le doy diez minutos.

– No necesitaré tanto tiempo.

Charlie estaba en el extremo opuesto del corral, pero levantó la cabeza cuando Grace se acercó.

No he venido a molestarte. Tenía que decirte que mañana no te veré. Frankie vendrá en mi lugar, y estará asustada y preocupada, y me gustaría que fueras un poco amable con ella. Procuraré venir a verte mañana por la noche, y pasado iremos al desierto. No va a ser como las otras veces. Me trae sin cuidado que encuentres algo. Si quieres deambular durante todo el día, por mí fantástico. Pero ayúdame, y te prometo que tú y Hope os veréis libres del enemigo. ¿De acuerdo?

El caballo la miró fijamente, y luego apartó la mirada.

Eso es reconfortante.

Grace se dio la vuelta y se dispuso a salir.

Charlie relinchó.

Se volvió para mirarlo; el caballo seguía mirándola.

¿Qué demonios? ¿Es que esperaba que el caballo se pusiera a hablar, como el mister Ed de aquella antigua serie de televisión? Si ni siquiera sabía hasta qué punto la entendía. Si es que comprendía algo. Desde niña, había creído que a veces había sido capaz de explotar aquella comprensión. Si uno se preocupaba lo suficiente, podían crearse aquellos lazos entre los caballos y las personas. Pero en aquel momento se sintió lo bastante desanimada como para preguntarse si no se estaría engañando.

Bueno, había que olvidarlo. Sólo podía hacer lo que buenamente pudiera. No era como si…

Charlie relinchó una vez más. Y cuando Grace volvió a mirarlo de nuevo, vio que el caballo se había dirigido al lugar donde ella había estado parada junto a la valla y la miraba de hito en hito.

Si me entiendes, se bueno con Frankie. Ayúdala.

Volvió a toda prisa a la tienda y pasó junto al centinela sin mirarlo siquiera.

Frankie seguía durmiendo.

Era tan bonita. No debía despertarla hasta que fuera necesario. No iba a tardar en llevarse un buen susto.

Grace miró su reloj: las 3:45. Era el momento.

Sacó el paquete y llenó un vaso de agua del cubo que tenía al lado de la cama.

No debía pensar en ello. Sólo tenía que hacerlo.

Ingirió el polvo, y luego se bebió el agua como si fuera la bebida de menos graduación que se bebe después de otra más fuerte. Rompió el diminuto paquete rápidamente y lo metió en el fondo de la mochila. Tenía que actuar deprisa; no sabía con qué rapidez actuarían aquellos polvos. Volvió a poner el cacillo metálico en el cubo del agua, se tumbó y se echó la manta por encima. Había hecho todo lo que podía. Se las había arreglado para decirle al centinela que no se sentía bien. Y se había tomado los polvos en el momento lógico. Si la hacían ponerse enferma las doce horas completas que Kilmer le había dicho, entonces no podría trabajar hasta la última hora de la mañana siguiente.

No se sentía enferma. Quizá Kilmer le había dado unos polvos equivocados y…

«Confía en él», le había dicho a Frankie. Sonrió con arrepentimiento. Qué extravagancia tener que confiar en él para que le diera una dosis que…

Jadeó de dolor.

Su estómago se contrajo y sintió unos retortijones terribles.

Apenas tuvo tiempo de alcanzar el cubo de agua antes de vomitar.


– Tienes un aspecto horrible. -Marvot la miraba con el entrecejo arrugado-. El centinela dice que has estado vomitando durante una hora. ¿Qué es lo que te pasa?

– ¿Cómo lo voy a saber? -Grace cerró los ojos cuando las náuseas volvieron a invadirla-. ¿Me has envenenado?

– No seas idiota -replicó él secamente-. Te necesito.

– Eso cambia las cosas. Entonces, quizá haya sido algún alimento en mal estado, o la gripe, o… quizá me ha picado una chinche. No lo sé. Decide tú. -Volvió a acercarse al cubo tambaleándose-. Yo estoy ocupada.

Volvieron a sacudirla las arcadas, pero en su estómago ya no había nada que arrojar. ¡Dios bendito, que mal se sentía!

– Me siento algo mejor que hace una hora. Quizá lo peor ya ha pasado.

– Tienes muy mala cara. -Su boca se curvó en una mueca de asco-. Y esta tienda huele a vómito. -Se dirigió a la puerta-. Estas cosas me desagradan.

– A mí también. -Grace tenía frío y estaba temblando. ¡Por Dios, Kilmer!, ¿tenías que hacer tan bien este trabajo? Sí, había tenido que hacerlo, o no habría resultado convincente-. ¿Me puede ver un médico?

– ¡Y qué más! No permitiré que haya ninguna interferencia del exterior. Aquí no se celebra una conferencia, ni esto es Ginebra. -Marvot miró a Frankie, que estaba acurrucada en un rincón-. Puede que te anime a recuperarte el recordarte que, sin ti, ella no me resulta de ninguna utilidad.

– Dame un poco de tiempo. -Grace se inclinó de nuevo sobre el cubo cuando las náuseas volvieron-. Sólo unas horas.

Cuando volvió a levantar la cabeza, Marvot se había ido.

– No pensé que fuera a ser así, mamá -dijo Frankie en un susurro. Sus ojos eran enormes en la palidez de su rostro-. ¿Te vas a morir?

– No, ya te dije… -Tuvo que volver a cerrar los ojos-. Esto habrá acabado después de hoy. Me pondré bien.

– Jake no debía haberte dado algo tan fuerte.

– Sí, sí que debía. -Era difícil discutir con ella cuando todo su cuerpo estaba totalmente de acuerdo con Frankie-. Y tú no deberías estar aquí. No me puedes ayudar. Sal y ve a cuidar de los caballos.

– No quiero dejarte.

– Sal de aquí, Frankie. Esto me resulta más difícil si te tengo ahí sentada, preocupándote.

La niña se levantó lentamente.

– ¿Puedo volver pronto?

– Cuatro horas. Lo único que puedes hacer es venir y comprobar que estoy bien. Luego vuelve junto a los caballos.

– No quiero… -Se interrumpió y se dio la vuelta-. No me gusta que estés enferma. Debería haber… Esto no me gusta.

Pero salió de la tienda, y Grace se sintió agradecida por ello. Se sentía demasiado mal para tener además que consolar a Frankie. Aunque la había advertido, sabía que su hija no sería capaz de enfrentarse a su enfermedad con entereza. Era demasiado cariñosa, y la relación entre ambas muy intensa.

¡Ah, Dios!, iba a volver a vomitar.

Lo superaría. Las horas pasarían, y el dolor y las náuseas pararían.

«Pero si esa tormenta de arena no se forma mañana según lo previsto, te voy a matar, Kilmer.»


Para el mediodía, la diarrea y los vómitos de Grace habían remitido, aunque los escalofríos persistían. Hacia las tres, los escalofríos habían ido desapareciendo gradualmente, y se sentía débil y agotada. A las cinco, pudo beber algo de agua.

A las cinco y media, Marvot le hizo otra visita.

– ¿Ya estás bien?

– No diría tanto. Me vendría bien otro día de descanso.

– No lo vas a tener -dijo él en tono cortante-. Me has hecho perder demasiado tiempo. Empiezas a las ocho de la mañana.

– Pero eres tú el que afirma tener mucha paciencia.

– Se me está agotando. Estoy demasiado cerca.

– Muy bien, a las ocho. -Grace hizo una pausa-. Quiero que Frankie me acompañe.

– No.

– Se lleva bien con la yegua. Necesito ayuda.

– Ella nunca la ha montado. Tienes el semental, y puedes guiar a la yegua.

– Tendría más posibilidades si…

– No. -Marvot sonrió forzadamente-. Estoy convencido de que te concentrarás sin reservas en la búsqueda si la niña está bajo mi cariñosa tutela. Porque si no obtengo un hallazgo concreto o una pista al menos de dónde está situado el motor, entonces le pegaré un tiro a ese potro delante de la pequeña. No creo que te gustase eso.

Grace vio en el rostro de Frankie el terror que le había infundido la amenaza.

Bastardo.

– Haré todo lo que esté en mis manos para darte lo que quieres -dijo entre dientes.

– Sé que lo harás -dijo Marvot mientras salía de la tienda-. Sólo tengo que pulsar las teclas adecuadas.

La muerte del potro. Quizá hasta la muerte de Frankie.

– No dejaré que lo haga -dijo la niña con fiereza-. No permitiré que haga daño a Maestro.

– Fue sólo una amenaza, cariño.

– Es capaz de hacerlo. Lo sé. Y no se lo permitiré.

Frankie estaba furiosa y asustada, aunque no más aterrorizada que Grace. Había deseado fervientemente que Marvot permitiera que su hija la acompañara.

Tranquilidad. Kilmer sabría que Frankie se iba a quedar en el campamento, y que ellos tendrían que adaptar cualquier plan a la circunstancia.

Pero habría sido más sencillo si la niña hubiera estado con ella, de manera que Grace pudiera asegurarse de que estaba a salvo.

– Escucha, Frankie. Jake vendrá a por ti, y tú no debes permitir que el potro te impida irte con él. Marvot no le disparará, a menos que tenga algo que ganar con ello. Si no estás aquí, no podrá lastimarnos haciendo eso.

– Podría. -Los ojos de Frankie relucieron a causa de las lágrimas-. Y sería culpa mía. No me iré sin Maestro.

Miró a su hija de hito en hito con impotencia.

– Cariño, no sería… De acuerdo, encontraremos la manera de sacar a Maestro de aquí. Estate preparada.

Frankie asintió con la cabeza.

– También le tendré listo a él.

¿Y cómo diablos iban a quitarle a Marvot el desgarbado potrillo?

Ya se vería sobre la marcha. Era todo lo que podían hacer, ya que no podían planear nada con certeza de un minuto para otro.

– Hazlo. -Grace se sentó, cerró los ojos durante un instante e intentó combatir el mareo-. Pero ahora mismo necesito que hagas algo mucho más sencillo. ¿Puedes pedirle al centinela que me traiga un tazón de caldo de carne? Tengo que recuperar las fuerzas antes de mañana por la mañana.

– Por supuesto. -Frankie se levantó de un salto-. ¿Algo más?

Grace negó con la cabeza.

– Intentaré comer algo sólido más tarde. -Arrugó la nariz-. Y luego me asearé y limpiaré esta tienda. Este olor es horrible. Hace que me entren ganas de vomitar.

– ¡Vale! -Frankie salió corriendo de la tienda.

Grace se levantó como pudo, la siguió hasta la puerta de la tienda y, una vez allí, miró al cielo.

Nubes blancas, cielo azul. Ni la más ligera brisa.

Estaban depositando todas sus esperanzas en el siroco que se suponía soplaría al día siguiente, y no había el menor indicio de que fuera a ocurrir tal cosa. Bueno, si no era así, entonces tendría que actuar de forma distinta. Kilmer tendría un plan alternativo. Tenía que tener fe.

Marvot se estaba impacientando. Su amenaza contra Frankie era efectiva de verdad.

Así que tendría que lidiar con él. Encontraría la manera de detenerlo hasta que hubiera otro plan en marcha.

Pero, ¡maldición!, deseaba que hubiera una pequeña ráfaga de viento, un remolino de arena en las dunas que indicara una alteración de la naturaleza.

Nada.


Los remolques de los caballos y dos caravanas salieron del oasis a las ocho y media de la mañana del día siguiente. Llegaron al pueblo de Kartal, en pleno desierto, una hora después.

Cinco minutos más tarde, Blockman se deslizó por la pendiente de la duna hasta donde Kilmer y Adam esperaban.

– Acaban de descargar los remolques. Frankie no está con ella.

– ¡Maldita sea! -Kilmer se volvió a Adam-. Tendremos que dividir al equipo. Sacaremos a Grace, y enviaremos a Donavan a por Frankie.

Adam asintió con la cabeza.

– Tendréis que moveros deprisa. -Se dio la vuelta-. Iré ahora a ver dónde ha establecido Marvot el puesto de vigilancia de tu Grace. Debemos saberlo antes de que se desencadene la tormenta si no queremos darnos de bruces contra él.

– Si es que la tormenta se desencadena.

– Lo hará hoy. Hassan dice que le duelen los dientes. Ese es un signo seguro.

– Fantástico. -Kilmer empezó a subir por la duna arrastrándose por la arena-. Confiemos en que no sea ninguna caries.


– Idos. Todos. -Grace dio un paso hacia Charlie-. Lo estáis poniendo nervioso, Marvot.

– Ya nos vamos. -Marvot volvió a meterse en la caravana-. La verdad es que está sorprendentemente tranquilo. Por lo general, a estas alturas, estaría intentando arrollar a cualquier mozo de cuadra que estuviera a menos de diez metros de distancia. Estoy impresionado.

– Eso no significa que vaya a dirigirse trotando al alijo de Burton -puso la mano en la crin de Charlie. El semental estaba tenso, pero no la rehuyó-, que quizá no exista. Lo más probable es que Burton lo destruyera para que no pudieras ponerle las manos encima.

– Existe. Burton tenía un ego enorme. No renunciaría a la posibilidad de convertirse en un nombre mundialmente famoso. Y el artilugio está en alguna parte de esta zona. Si no nos hubiéramos visto obligados a matar a ese bastardo, nos habría dicho la localización exacta. -La miró fijamente a los ojos-. Sal de inmediato, y nosotros volveremos y estableceremos una base aquí. Vuelve al final del día y te recogeremos. He hecho que mis hombres exploren toda la zona, y Kilmer no está por ninguna parte. Pero habrá alguien observándote todo el tiempo; no intentes huir, o volveré de inmediato al oasis a ver a tu hija.

– ¿Cómo escaparía con dos caballos indisciplinados y un desierto que cruzar? -Se dio la vuelta y se acercó a Hope. La yegua parecía mucho más tranquila que Charlie. Desde el nacimiento del potro, había estado mucho más apacible-. Tendría que tener un genio en una botella.

Él asintió con la cabeza.

– Y Kilmer no es un mago. -Marvot se alejó del lugar con el séquito de vehículos tras él.

Grace le dio una palmadita a Hope y volvió junto a Charlie.

– Bueno, ya estamos solos, muchacho. -Miró hacia el desierto y sacudió la cabeza. Las dunas eran enormes, y el sol que caía sobre ellos sería achicharrante en unas pocas horas. Pudo ver en la distancia las colinas de la cordillera del Atlas, que parecían frescas y sugerentes en comparación con la aridez inhóspita que la rodeaba. Había leído en alguna parte que en el Sahara había una duna gigantesca del tamaño de Rhode Island. Mirando aquellas dunas, se lo podía creer.

«Kilmer no es un mago.»

«Kilmer no está por ninguna parte.»

Pero Marvot se equivocaba. Ella había trabajado con Kilmer, y sabía que en ocasiones podía ser un mago. Si no quería que lo encontraran, no lo encontrarían. Estaría allí, junto a ella, cuando lo necesitara.

– Ea, vamos. -Se impulsó para subirse a lomos de Charlie y empezó a recoger la cuerda de Hope. Entonces, cuando miró a la yegua, se paró. Aquella cuerda era una absoluta idiotez. Como sí fuera a poder controlar al animal con ella. Hope seguiría a Charlie sin ninguna cuerda, que podría ser un estorbo. Soltó a la yegua-. Vamos, Hope. Acabemos con esto para que puedas volver junto a tu potrillo.

La yegua relinchó y se unió a ellos.

– ¿Charlie?

¿Se movería? ¿Se negaría a moverse, como había hecho siempre con anterioridad cuando lo habían llevado allí?

Charlie, ¡maldita sea! Vamos. Da igual adonde. Sólo muévete.

El semental avanzó un paso, y luego otro.

Si no te das prisa, seguiremos aquí cuando Marvot regrese, y no quiero volver a verlo tan pronto.

Charlie empezó a caminar, y luego se puso al trote.

¡Aleluya! Grace apretó las piernas contra el caballo.

Bueno, ambla un poco por ahí, y divirtámonos hasta que Kilmer venga a buscarnos.

Pero el cielo seguía estando cristalino, de un azul tan intenso que le hería los ojos cuando lo miraba.

Y Kilmer no aparecería hasta que la tormenta hiciera acto de presencia.

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