Capítulo 3

Frankie se soltó de Robert y se arrojó a los brazos de Grace cuando ésta abrió la puerta del coche. Las lágrimas le arrasaban las mejillas.

– No me dejaban ir. Diles que tengo que ir a ver a Charlie.

– No, cariño. -Grace la abrazó con más fuerza y enterró la cara en el pelo de su hija-. Ahora no puedes ver a Charlie. -Ni nunca jamás. Pero ¿cómo decir esas palabras?

– Estás llorando. -Frankie se apartó y la miró a la cara. Alargó, vacilante, la mano y tocó la mejilla de Grace-. ¿Por qué?

Respiró entrecortadamente.

– ¿Por qué estás llorando?

– Porque estoy asustada, y ellos no me dejarían bajar…

»Y estoy llorando porque ellos sí me dejaron acercarme a Charlie. -Ahuecó las manos en la cara de Frankie-. Y porque he de decirte algo terrible.

– Terrible -susurró la niña-. ¿Acerca de Charlie?

– Cariño, se ha ido. -Su voz se quebró y tuvo que interrumpirse. -Había que superarlo. Lo intentó de nuevo-. Charlie no volverá a estar con nosotras nunca más.

– Muerto. Quieres decir que ha muerto.

Grace asintió con la cabeza.

– Sí, eso es lo que quiero decir.

Frankie se la quedó mirando fijamente con incredulidad.

– Es verdad, cielo.

– No. -Frankie hundió la cara en el pecho de Grace, y su cuerpo pequeño se convulsionó con los sollozos-. No. No. No.

– Entra en el coche con ella -dijo Kilmer mientras abría la puerta del conductor-. Os llevaré a ese motel, y allí os tranquilizaréis.

– Tal vez debería habérselo dicho, Grace -dijo Robert mientras se corría en el asiento-. Pero pensé que querrías hacerlo tú.

– Hiciste bien. -Se sentó y abrazó con más fuerza a Frankie. La meció atrás y adelante sintiendo una compasión martirizante-. Era cosa mía. Tranquila, cariño. Sé que nada de esto tiene sentido y que duele. Duele… Pero estoy aquí y todo se arreglará. Te prometo que se arreglará.

– Charlie…

Dejó que llorara, confiando en que las lágrimas trajeran alguna especie de sensación de irrevocabilidad. No sabía qué otra cosa hacer. ¡Dios!, se sentía impotente.

Y apenada. El mundo parecía lleno de dolor.

Sufrimiento por Frankie, y sufrimiento por ella. Sufrimiento y pena porque la vida de Charlie hubiera acabado de forma tan brutal.

– Lo siento. -Frankie levantó la mirada hacia ella, con las lágrimas corriendo todavía por sus mejillas-. Tú también estás sufriendo. Y te lo estoy haciendo más difícil, ¿verdad?

¡Por Dios!, ¿quién podía haber sospechado que Frankie pensara en alguien más en un momento así? Grace negó con la cabeza.

– Me lo estás haciendo más fácil. Compartir las cosas siempre las hace más fáciles. -Volvió a apretar la cabeza de su hija contra su hombro-. Lo superaremos juntas. Como siempre hemos hecho.

– ¿El Holiday Inn está bien? -preguntó Kilmer mientras ponía en marcha el coche y volvía a meterse en la carretera.

– Sí, no importa.

– Podríais quedaros en mi casa -dijo Robert.

Grace negó con la cabeza.

– Gracias, quizá después. -Se recostó en el asiento-. Esta noche, no.

– Temes que mi apartamento no sea… -Miró a Frankie-. Quizá tengas razón. Me alojaré en la habitación de al lado.

– Yo me encargaré de todo, Blockman -dijo Kilmer.

Robert negó con la cabeza.

– Tú no permanecerás en ninguna parte cerca de ella. No, hasta que haga algunas comprobaciones con Washington.

Kilmer se encogió de hombros y no continuó con el tema.

Pero Grace sabía que no permitiría que Robert le impidiera hacer lo quisiera hacer. Se limitaría a rodear el obstáculo y se saldría con la suya de otra manera. Era implacable.

– Está bien, Grace. -Kilmer la estaba mirando fijamente por el retrovisor-. No voy a crearte problemas.

– Puedes apostar a que no. -Intensificó la presión de su abrazo sobre su hija-. Tengo que preguntarte una sola cosa ahora mismo. ¿Corre Frankie algún peligro inmediato?

Él negó con la cabeza.

– Tenemos algunos días.

Grace soltó un suspiro de alivio. Si Kilmer decía que no había peligro, no había peligro.

– Bueno. Pero no vas a ir a ninguna parte hasta que hable contigo.

Él asintió con la cabeza.

– De acuerdo. -Kilmer miró a Frankie-. Después de que superéis esto.

Sí, después de que superase aquella noche horrible, tendría que lidiar con él.


Kilmer cerró las manos con fuerza sobre el volante mientras observaba cómo Blockman conducía a Grace y a Frankie al vestíbulo del motel.

¡Joder!, quería ir con ellas.

Daba igual lo que quisiera. Lo peor que podía hacer era atosigar a Grace en ese momento, cuando se sentía acuciada por la pena y la angustia. Tenía que dejar que asimilara la muerte de Charlie antes de presionarla más.

Marcó el número de Donavan.

– ¿Alguna noticia?

– ¿Aparte de la gente de Marvot que andan zumbando por ahí como avispones listos para picar? No. ¿Cómo va la cosa ahí?

– Una cagada. Pero Grace y Frankie siguen bien. -Hizo una pausa-. Los chicos de Kersoff la encontraron. Trabajan estrictamente por la recompensa, así que calculo que tenemos un día o dos antes de que alguien más venga tras ella. Pero vendrán. Tiene que haber una filtración.

– Me dijiste que la Compañía había enterrado su historial.

– Si hay suficiente gente buscando, entonces las posibilidades de una compra de información aumentan astronómicamente. -Hizo una pausa-. Tengo que sacarla de aquí. Y no va a ser fácil.

– Pensé que ella querría salir de ahí.

– No, conmigo. Conmigo, jamás. Pero, si no ve ningún motivo, no puedo darle a elegir.

– Grace es lista. Y no va a poner en peligro a esa pequeña.

– Pero ¿cómo escogerá salvarla? -Kilmer clavó la mirada en la entrada por la que había desaparecido Grace-. A sus ojos, hay un tigre detrás de cada puerta. Y yo soy el tigre que se ensañó con ella antes. Mantenme al corriente. -Colgó el teléfono. Debería coger una habitación y dormir algunas horas. Blockman estaba con ella, y ambas estarían seguras. Blockman le había parecido eficaz, y era evidente que cuidaba de ellas.

¡A la mierda! Se quedaría ahí y seguiría vigilando. Se había acostumbrado a confiar sólo en su gente, y Blockman era un hombre de la Compañía. Podía tirar de Cam Dillon, el único de sus hombres que había llevado consigo, pero había planeado enviarlo a la granja para que vigilara las cosas allí. Probablemente, la Compañía enviaría a toda prisa a un equipo para limpiar las cosas, pero, si no lo hacía, Dillon se ocuparía de ello.

No, se quedaría allí, y se aseguraría de que Grace y Frankie seguían a salvo.

Ya era hora de que asumiera más responsabilidades, pensó con tristeza.


Grace entornó, casi hasta cerrarla, la puerta de la habitación contigua, pero dejó una ranura para poder oír a Frankie si se despertaba.

– ¿Se ha dormido? -preguntó Robert.

Ella asintió cansinamente con la cabeza.

– Pensé que tardaría más. Probablemente, se quedó dormida porque no podría soportar estar despierta. Una vía de escape. Estabas cojeando. ¿Está bien tu pierna?

Robert hizo un movimiento de asentimiento con la cabeza.

– Me la torcí cuando intentaba sacar a Charlie de la camioneta.

Grace se estremeció.

– ¿Qué hiciste al respecto? ¿Has llamado al jefe de policía del condado?

– No, hice que algunos de nuestros chicos de Birmingham vinieran a ocuparse de él, junto con los cuerpos que tú y Kilmer dejasteis en la granja. Puede que ya no haya absolutamente nada en el sitio. Washington pensó que era lo mejor.

– No me preocupa lo que les ocurra a los cuerpos de esos otros bastardos. Probablemente uno de ellos mató a Charlie. Pero me preocupan los restos de Charlie. ¿Por qué lo han incluido en la limpieza? ¿Porque no quieren que nadie sepa que fue asesinado? -Se agarró las manos-. Charlie no va a desaparecer sin más. Vivió toda su vida en esta comunidad. Tenía amigos aquí. Le habría gustado que les permitieran despedirlo.

– Espera, él no va a desaparecer. Figurará como ahogado en el río, y la CIA proporcionará los testigos convenientes que afirmen que vieron el cuerpo… sin la herida de bala. Después actuaremos con rapidez para cumplir con lo dispuesto en el testamento de Charlie. Quería ser incinerado y que sus cenizas fueran esparcidas sobre las colinas de su propiedad. Haremos exactamente lo que pidió, y luego se le hará un funeral.

– Qué conveniente para la CIA. ¿Cómo sabes que quería ser incinerado?

– Por Dios, Grace. Me gustaba ese viejo. No te mentiría.

– ¿Y cómo sabes lo que había en su testamento? -volvió a preguntar Grace.

– Porque hice de testigo cuando lo cambió hace tres años -respondió Robert con brusquedad-. Confiaba en mí, aunque tú no lo hagas. ¿Quieres llamar a su abogado?

Era evidente que Robert se sentía dolido, y por primera vez Grace recordó que Charlie también había sido amigo de Robert. Negó con la cabeza.

– No, lo siento. Pero trabajas para la Compañía, y tiene fama por arreglar los problemas a su conveniencia.

– Esta vez, no. De todas formas, él me pidió que me encargara de su funeral y que os facilitara las cosas a ti y a Frankie.

– No puedes hacer eso. -Las lágrimas volvían a escocerle en los ojos-. Ellos lo mataron, Robert. Él no tenía nada que ver con todo esto. Estaba en medio, y lo mataron. Esa no es razón para que muera un hombre.

– No, no lo es. -Robert hizo una pausa-. ¿Qué vas a hacer ahora, Grace?

– No lo sé. Es demasiado pronto. Siempre hice planes para diferentes escenarios, pero nunca pensé que pudiera ocurrirle algo así a Charlie. Quizá no lo hice porque no podía soportar pensar que sería la responsable de su muerte.

– No eres la responsable.

– Y un cuerno que no.

– ¿Porque era el dueño de la granja en la que trabajabas? No podías vivir aislada. Tu vida tenía que tocar a alguien. Y en este caso tocó y enriqueció a Charlie más de lo que crees. Probablemente, estos últimos años hayan sido los mejores de su vida.

Ella negó con la cabeza.

– Grace, sé de lo que estoy hablando. -Robert hizo una pausa-. Dejó la granja a Frankie y te nombró su albacea.

Ella se puso tensa.

– ¿Qué?

– Quería a esa pequeña. Y te quería a ti. No tenía ningún familiar próximo, y a vosotras os consideraba su familia.

– ¡Oh, mierda! -Las lágrimas que habían llenado sus ojos le corrían ahora por las mejillas-. Nosotras también lo queríamos, Robert. ¿Qué diablos vamos a hacer sin él?

– Lo que siempre le dices a Frankie después de una caída. Levántate y vuelve a subirte al caballo. -Sonrió ligeramente-. Y cuando te hayas recuperado, voy a odiarme por decirte algo que ya sabes.

Grace sacudió la cabeza.

– Ahora mismo tengo la cabeza hecha un lío. Agradezco toda la ayuda que pueda recibir.

– ¿Puedo hacer algo más por ti?

Grace intentó pensar.

– Haz que un coche de alquiler me espere mañana por la mañana. Dejé el mío en la granja.

– Te llevaré a cualquier sitio que quieras ir.

– Consígueme el coche, nada más. -Sonrió sin alegría-. No te preocupes. No voy a salir corriendo ahora mismo. Kilmer dijo que tenía un poco de tiempo.

– Bien. -Robert guardó silencio durante un minuto-. Porque, cuando llamé a Washington, Les North me dijo que venía hacia aquí con su superior, Bill Crane, para hablar contigo. -Echó un vistazo a su reloj-. Son las cuatro menos veinte. Deberían llegar aquí a eso del mediodía.

– No.

– Eso cuéntaselo a él. Yo no tengo nada que decir al respecto. Estoy muy abajo en el escalafón.

– Déjale que hable con Kilmer.

– Estoy seguro de que están ansiosos por hacerlo. North se animó cuando mencioné el nombre de Kilmer. ¿Te importaría decirme cómo se ha involucrado en esto? Estoy realmente cansado de actuar de guardaespaldas sin saber contra quién te estoy protegiendo. Esto de la «información necesaria» es una gilipollez.

Grace se frotó la sien.

– Ahora no.

– Pero ¿no te sientes amenazada por Kilmer?

Sí que se sentía amenazada. En cuanto lo había visto de nuevo, todos sus instintos habían empezado a vibrar como una alarma de incendios.

– No, no me da miedo. -No era exactamente lo que Robert le había preguntado, pero era todo lo que se permitiría admitir-. ¿Dónde está?

Él se encogió de hombros.

– Supongo que se marchó después de dejarnos en el vestíbulo. -Se interrumpió-. Cuando le dije a North que Kilmer había eliminado a esos tres bastardos en la granja, me contestó que no le sorprendía. ¿Es realmente tan bueno, Grace?

– Sí. -Se volvió y abrió la puerta del dormitorio anejo suavemente-. Es muy bueno. Buenas noches, Robert.


Un instante después, Grace contemplaba a Frankie. Seguía dormida, a Dios gracias. Tenía la cara hinchada por el llanto, y sus rizos despeinados formaban una pelambrera de seda sobre la almohada. Se había sentido demasiado cansada y triste para hacer preguntas mientras su madre la acostaba, pero éstas llegarían cuando se despertara.

Y Grace tenía que estar preparada para ellas.

Se sentó en la silla que había junto a la cama. No estaba preparada. Pero nunca lo había estado, Tenía que decidir qué hechos contar, y cuáles dejar para otra ocasión, cuando Frankie estuviera más preparada para aceptarlos.

Iba a ser una noche larga.


– Tendremos que alquilar un coche desde aquí. Ya me he ocupado de ello -le dijo Les North a Crane mientras recorrían la terminal del aeropuerto de Birmingham a grandes Zancadas-. Tallanville no tiene servicio aéreo. No es más que una pequeña ciudad sureña, un puntito en el mapa. Ésa es la razón de que enviáramos allí a Grace Archer hace ocho años.

– Bueno, evidentemente alguien encontró ese puntito -dijo Crane con gravedad-. ¿Por qué no fui informado de esta situación?

– Después de que el Congreso le atara las manos, su predecesor, Jim Foster, confiaba en que esto se resolvería solo. Marvot tenía a unos cuantos senadores en el bolsillo, y había manipulado a varias personas de algunos grupos de presión para que convencieran a más miembros de la Cámara y cayeran sobre nosotros como una tonelada de ladrillos -dijo North mientras salían de la terminal y se dirigían al aparcamiento de los coches alquilados-. Foster no tenía mucha iniciativa. -Y añadió sin ninguna expresión en el rostro-: Estoy seguro de que usted nunca habría dejado que esto se viniera abajo.

– Ya lo puede jurar. Habría seguido adelante, y sacado todo a la luz. A los políticos les encanta culpar a la Agencia de sus titubeos. Y ésa es la única manera de evitar que esos políticos nos pateen el culo. -Entró en el asiento del acompañante del Buick que North le indicaba-. Soy un firme creyente de las leyes de Murphy. Si la situación no estaba resuelta, tarde o temprano tenía que ocurrir algo. -Abrió su maletín y sacó el informe que había hecho que su secretaría desenterrara de los archivos-. Archer debería haber sido obligada a trabajar con nosotros, y no permitirle que abandonara.

– Eso es fácil de decir. ¿Y cómo se supone que teníamos que hacerlo?

– Amenazando con retirarle la protección.

– Y perder toda esperanza de contar con su ayuda. Ya había perdido un montón de cosas, y estaba bastante resentida.

– Es asombroso cómo se puede desvanecer el resentimiento cuando pones la vida de alguien en peligro.

Menudo hijo de la gran puta, pensó North.

– ¿Tengo que recordarle que trabajaba con nosotros, Crane?

– Según su informe, había alguna duda a ese respecto. Su padre era un agente doble, y ella trabajaba de común acuerdo con él. -Estaba recorriendo el informe con la vista-. Nació en Los Ángeles, California. Es hija de Jean Daniel y Martin Stiller. La madre murió cuando ella tenía tres años, y el padre cortó amarras y se fue a Europa, llevándosela con él. Anduvo metido en varias actividades delictivas, y lo cierto es que acabó con las manos muy sucias. Viajó por Europa y África dedicándose al tráfico de armas y a cualquier otro chanchullo que fuera capaz de organizar. -Sacudió la cabeza-. Se llevaba a la niña con él allá donde iba; es un milagro que ella sobreviviera hasta la edad adulta. En cierta ocasión, estando en Ruanda, fue tiroteada por los rebeldes, y él la abandonó dándola por muerta. El voluntario de la Cruz Roja que la encontró intentó alejarla de su padre, pero Grace se negó y se escapó en cuanto le surgió la oportunidad.

North asintió con ¡a cabeza.

– Martin Stiller era una persona absolutamente encantadora, y no cabe duda de que la quería y se portaba bien con ella. -Y añadió con sarcasmo-: No tanto como para renunciar a ella y enviarla a vivir con su abuelo materno en Melbourne, Australia. Ella pasaba los veranos en la granja de caballos de éste, pero todos los otoños Stiller se presentaba allí, la recogía y la volvía a llevar al antro donde quisiera que viviera en ese momento.

– ¿Y cómo llamó él nuestra atención?

– Se puso en contacto con nosotros para vendernos cierta información sobre Hussein. Resultó ser auténtica, y empezamos a utilizar sus servicios durante los años siguientes. Sospechábamos de su doble juego, pero no podíamos probarlo. Así que nos limitamos a ser cuidadosos con la información que nos proporcionaba.

– ¿Y la mujer?

– En esa época era ya algo más que una niña. El agente Rader era el contacto con Martin Stiller y fue él quien informó de que la hija de éste era una chica bastante agradable. Estudiaba por correspondencia y lo hizo con la suficiente brillantez para ser aceptada en la Sorbona.

Crane seguía hojeando el informe.

– Carecía de antecedentes delictivos. La admitimos para ser entrenada como agente cuando tenía veintitrés años. -Levantó la vista-. ¿Por qué diablos fue contratada con unos antecedentes así?

– Lo justificamos como un caso especial. Hablaba ocho idiomas con fluidez, era brillante, psicológicamente fuerte y parecía ser una verdadera patriota. También cumplía un valioso requisito que en ese momento nos resultaba útil. Era asombrosamente diestra con los caballos gracias a los años pasados con su abuelo. La necesitábamos para que hiciera un trabajo concreto, y resolvimos que si no daba resultado, podríamos deshacernos de ella más adelante. -Hizo una pausa-. Dio resultado. Sus notas en el entrenamiento inicial fueron de las más altas jamás logradas. Pero necesitábamos hacerla madurar deprisa para aquel trabajo. Así que se la enviamos a Kilmer.

– Mi secretaria no fue capaz de encontrar ningún informe sobre Kilmer. -Crane arrugó el entrecejo-. Pero yo sí que encontré a uno de los carrozas de la oficina que había oído hablar de él. No fue muy preciso.

¿Carroza? ¡Por Dios!, North sólo tenía cincuenta años y unas cuantas canas. Pero, probablemente, él también fuera un carroza a los ojos de Crane, que andaba en la treintena y que, con su bronceado y su aspecto atildado, parecía un jugador profesional de tenis. Procuró que su voz no traicionara la irritación que sentía.

– Kilmer era un activo muy valiosa de la CIA, y todo lo que hacía era alto secreto. Algunas de sus misiones habrían sido consideradas discutibles por la Administración, y Foster decidió que, si no había documentación sobre él, no habría filtraciones. La gente que lo necesitaba sabía quién era y cómo contactar con él.

– Eso es absurdo. Foster debió de ser un idiota. No es de extrañar que la Agencia fuera un caos antes de la remodelación. Operar así podría ocasionar una confusión generalizada.

– Bueno, creo que conseguimos mantener la confusión al mínimo. -Y añadió-: Y Kilmer no acabó en punto muerto.

– ¿Quién es este Kilmer? El agente que lo conocía hablaba de él como si fuera una puta leyenda.

– ¿Una leyenda? -repitió North mientras salía del aparcamiento-. Sí, supongo que es una descripción tan buena como cualquier otra.

– Las leyendas son cuentos de hadas. Cuénteme lo que sepa.

North se encogió de hombros.

– Le diré lo que sé. Nació en Munich, Alemania. Su padre era coronel del Ejército de Estados Unidos; su madre era traductora. Sus padres se divorciaron cuando él tenía diez años, y su padre consiguió la custodia. Era un firme creyente de la mano de hierro, y educó a Kilmer en esa escuela. Luego ingresó en West Point, y le fue bien, pero lo dejó al tercer año. Era un estratega brillante, y sus profesores lamentaron su marcha. Durante un tiempo anduvo dando tumbos por el mundo, e invariablemente, dondequiera que estuviera, acababa en alguna unidad guerrillera del tipo que fuera. Al final, creó su propia unidad militar y alquilaba sus servicios para realizar trabajos especiales. Se labró una buena reputación. Años después de que creara su equipo, lo contratamos para realizar diversas misiones peligradas, y se reveló valiosísimo.

– Hasta el trabajo de Marvot.

North asintió con la cabeza.

– Hasta el trabajo de Marvot.


– Despierta, cariño. -Grace sacudió dulcemente a Frankie-. Es hora de ponerse en marcha.

– Es demasiado temprano -dijo la niña, amodorrada-. Diez minutos más, mamá. Haré mi… -Abrió los párpados de golpe-. ¡Charlie! -Sus ojos se llenaron de lágrimas-. Charlie…

Grace asintió con la cabeza.

– Es cierto. No hay nada que podamos hacer ninguna de las dos para cambiarlo. -Se secó los ojos-. Ojalá lo hubiera. Pero tenemos que continuar, Frankie. -Apartó las sábanas-. Ve a lavarte y a cepillarte los dientes. Tienes una muda de ropa en mi mochila. Tenemos que movernos.

Frankie la miro fijamente con desconcierto.

– ¿Adónde vamos?

– Volvemos a la granja. Ya casi son las diez. Tenemos animales a los que dar de comer y beber. Charlie no querría que sufrieran, ¿verdad que no?

La pequeña negó con la cabeza.

– Me había olvidado de ellos.

– Charlie no se olvidaría. Tenemos que hacer lo que él habría querido. -Acarició la nariz de Frankie con los labios-. Sé que quieres hacer preguntas, hablar, y lo haremos. Pero hay faena que hacer primero.

Su hija movió la cabeza en señal de asentimiento.

– Faena. Darling. -Se dirigió al baño, y sus movimientos traslucieron cierta decisión-. No tardaré, mamá.

– Sé que no. Cogeremos unos bollos abajo, en la cafetería, y nos pondremos en camino.

La puerta se cerró de un portazo detrás de Frankie, y Grace exhaló un suspiro de alivio. Hasta ese momento, todo iba bastante bien. Si podía mantener a su hija ocupada, la herida no cicatrizaría, pero evitaría que se pasara cada momento del día recordando. Era el mismo remedio que debería prescribirse a sí misma. Pero no había duda de que iba a estar muy ocupada. Estaba siendo arrastrada de nuevo a aquel horror del que creía haber escapado hacía nueve años. Aunque en realidad nunca había creído que se hubiera acabado. ¿Por qué, si no, había preparado y hecho la mochila y explorado aquel bosque? Había sabido que aquello había terminado.

Se sentó en la silla a esperar que Frankie saliera del baño.


– Está… diferente. -Frankie clavó la mirada en los establos-. Sigo esperando ver a Charlie saliendo del granero o del establo y tomándome el pelo porque me he levantado tarde.

– Yo también. -Grace salió del coche-. Pero él no va a hacer eso, cariño. Así que tenemos que acostumbrarnos a ello. ¿Por que no corres y empiezas tu faena? Tengo que entrar y hacer algunas cuantas cosas en la casa.

Frankie desvió la mirada hacia su cara.

– ¿Qué cosas? ¿Algo que tenga que ver con Charlie?

– Sólo en parte. Tengo que reunir algunos documentos importantes y enviárselos a su abogado.

– ¿Y qué más?

– Tengo que hacer el equipaje con nuestra ropa.

Frankie guardó silencio durante un instante.

– Está bien; no podremos vivir aquí nunca más. Ésta era la casa de Charlie. Voy a echarla de menos.

– Volveremos. Él querría que volviéramos.

La niña estaba sacudiendo la cabeza.

– Frankie, escúchame. Las cosas van a cambiar durante algún tiempo, pero te prometo que seguirás teniendo este lugar y los animales. ¿Me crees?

La pequeña asintió con la cabeza.

– Tú nunca me mientes. -Empezó a dirigirse al establo-. Tengo que ver a Darling. Es listo, pero tampoco lo entenderá.

Tampoco. Frankie no comprendía nada, pero confiaba en Grace para hacer las cosas correctamente. No podía decepcionarla.

– Estaré ahí dentro de una hora, y empezaremos a ejercitar a los caballos.

Su hija levantó la mano en señal de aprobación antes de desaparecer en el interior del establo.

Grace se la quedó mirando fijamente durante un instante antes de darse la vuelta y subir los escalones de la parte delantera de la casa. Le había prometido que estaría allí al cabo de una hora, y eso era muy poco tiempo. Pero no quería que Frankie estuviera sola más de lo necesario.

– Grace.

Se puso tensa y se volvió para mirar a Kilmer, que se acercaba por el camino en dirección a la casa.

– No quiero que estés aquí.

– Pero me necesitas.

– Y un cuerno.

– Entonces me necesita Frankie. -Kilmer llegó hasta el porche-. Puedes ser tan independiente como quieras, pero no arriesgarás la vida de la niña.

– No me digas cómo tengo que cuidar de mi hija. -Cerró los puños con las manos a los costados. ¡Joder!, Kilmer no había cambiado un ápice. Ni en carácter ni en aspecto. Ya debía de estar frisando los cuarenta, pero los años habían sido amables con él. Alto, delgado… aparentemente delgado, porque nadie era más consciente que ella de la fuerza y resistencia que se escondían detrás de aquella delgadez. Pero era su cara lo que había encontrado tan fascinante hacía nueve años. No era exactamente guapo. Unos ojos negros y hundidos, pómulos prominentes y labios finos y firmes. Lo que siempre había encontrado fascinante era su expresión; o la falta de ella. Había una tranquilidad, una desconfianza, una contención que la habían desafiado desde el mismo instante de conocerlo.

– Ni me atrevería, -Kilmer sonrió-. No, cuando has hecho un trabajo tan excelente. Es absolutamente maravillosa, Grace.

– Sí, sí que lo es.

– Sólo estoy sugiriendo que te aproveches de mi ayuda para sacaros de este apuro. Después de todo, tienes derecho a exigirme algunas cosas.

– Ella no está en ningún apuro del que no pueda sacarla yo. Y no tengo ninguna intención de exigir nada, No quiero que te metas en mi vida.

– Siendo así, tendré que insistir. -Su voz era suave, pero destilaba un atisbo de dureza-. Te he dejado en paz mientras he podido, porque era más seguro para las dos. Pero la situación ha cambiado. Tengo que intervenir.

– Insiste cuanto te plazca. No tienes derecho a…

– Soy el padre de Frankie. Esto me da un condenado montón de derechos.

Las palabras la golpearon como una bofetada en pleno rostro.

– Eso no lo sabes. Y juraré ante cualquier tribunal que no eres el padre.

– El ADN, Grace. La magia del ADN. -La miró con los ojos entrecerrados-. Y el cálculo del tiempo es correcto. No creo que fueras capaz de tener otro amante y concebir en el breve lapso de tiempo transcurrido entre que me dejaste y su nacimiento.

– No me la vas a quitar.

– No es ésa mi intención. -Kilmer hizo una pausa-. Mira, te prometo que no intentaré quitártela. Ni siquiera le diré que soy su padre. Sólo deseo asegurarme de que las dos estéis a salvo.

– Vete a la mierda. -Grace giró sobre sus talones y abrió la puerta delantera-. No te necesitamos. Tenemos a Robert, y la CIA nos protege.

– Os protegerán mientras les seas útil. Pero no tardaréis en revelaros como un estorbo.

– ¿Por qué?

– Porque he roto mi acuerdo con ellos. -Kilmer hizo un gesto de impaciencia-. Mira, lo importante es que Marvot ha soltado a sus perros. Ha ofrecido una recompensa de cinco millones de dólares por tu cabeza. Y otra de tres millones por la de Frankie.

– ¿Qué?

– Viva o muerta en el caso de Frankie. A ti, te prefiere viva, porque podrías resultar valiosa, pero la niña le trae sin cuidado.

Grace sacudió la cabeza en señal de incredulidad.

– No.

– Sí. Sé que te ha estado buscando desde aquella incursión. Pero cuando volví a la escena y me convertí en una amenaza, decidió echar mano de todos sus recursos. Hizo correr la voz hace un mes, y todos los cazadores de recompensas y matones baratos de Europa y Estados Unidos se han puesto a buscarte como locos. Kersoff debió de haber sobornado a alguien de la CIA y le tocó la lotería. Donavan se enteró a través de uno de sus contactos de que Kersoff había tenido suerte y se dirigía en tu busca. -Apretó los labios-. Entonces decidí que era hora de comprobar qué tal era Tallanville.

– Tres millones de dólares por Frankie. -La monstruosidad que ello entrañaba la intimidó-. Una niña pequeña…

– Sabes que eso no supondría ninguna diferencia para Marvot. No llevas tanto tiempo apartada de la acción.

– Lo suficiente. -Grace tuvo un estremecimiento-. ¿Por qué?

– Le robé algo que apreciaba. Él sabía que sólo era la primera incursión y quiso castigarme. Ya conoces a Marvot. Es un firme partidario de la eliminación a gran escala. No tiene nada que envidiar a la Mafia.

– Frankie…

– Sé que es una mierda. No imaginé que te encontraría o encontraría a Frankie -dijo con aspereza-. Se suponía que la Compañía os protegería. Pero la jodieron.

– Y, claro, no es culpa tuya -dijo Grace con sarcasmo.

– No he dicho eso. Asumo toda la responsabilidad. Sólo te estoy explicando mis motivos porque pensé que te afectarían. Me equivoqué, y tengo que arreglarlo.

– Dile eso a Charlie. Arregla eso, Kilmer.

– No puedo. -Hizo una pausa-. Pero puedo manteneros vivas a las dos, si me dejas. -Le sostuvo la mirada-. Y sabes que soy tu mejor apuesta, Grace. Quizá creas que soy un hijo de puta, pero nadie es mejor que yo en lo que hago.

Ella negó con la cabeza y abrió la puerta.

– No te asustes, si te das de bruces con Dillon dentro -dijo Kilmer.

Ella se quedó inmóvil.

– ¿Dillon?

– Nunca conociste a Cam Dillon, pero es muy eficiente. Hice que pusiera una foto de «la Pareja» en la camioneta de Blockman mientras yo venía corriendo hacia aquí.

– ¿Por qué? Qué melodramático. ¿No habría sido más sencillo hacer que Dillon hablara con él?

– No, no había tiempo, y sabía que Blockman se podría en contacto con North en cuanto su furgoneta fuera forzada. Las órdenes del cuartel general son más rápidas que las explicaciones interminables. De todas maneras, Dillon ha estado vigilando este lugar desde anoche, y cuando vi que te dirigías en esta dirección, le dije que empezara a hacerte el equipaje.

– ¿Qué?

– Tenéis que daros prisa, y tú no querrás agotar el tiempo de Frankie. Le dije que recogiera tus cosas y las de la niña. Haré que coja los documentos de Charlie y cualquier otro recuerdo. Dillon no podría decidir qué es lo que aprecias. Casi debe de haber terminado ya. Si quieres que haga alguna otra cosa, díselo. -Hizo una pausa-. Sólo obedece órdenes, Grace; pónselo fácil. -Se apartó-. Esta mañana llamé a vuestro vecino, Rusty Baker, y acordé con él que enviaría a dos de los peones de su granja de caballos para que se ocupen de los vuestros y mantengan limpio el lugar. Empezarán mañana.

Grace empezó a abrir los labios para hablar, pero él ya se estaba alejando.

Kilmer miró hacia atrás.

– Admítelo, es lo que tú harías. Eso es lo que más feliz haría a Frankie, cuando sepa que tiene que irse de aquí.

Era lo que Grace habría hecho, lo que había estado considerando hacer desde que fue consciente de que no podrían quedarse. Él acababa de ganarle la mano.

– Tal vez.

Kilmer sonrió ligeramente.

– Sabes que sí. Me quedaré por aquí y hablaré contigo más tarde. Piensa en lo que más le conviene a Frankie. Tres millones de dólares es mucho dinero, y hay mucho bastardo hambriento de dinero por el mundo. Me necesitas, Grace. -Se dirigió al cercado a grandes zancadas.

No lo necesitaba, pensó ella mientras entraba en la casa. No lo quería en su vida. No le había traído más que problemas en el pasado, y en ese momento le había traído otra tragedia. La CIA la trasladaría y protegería. Le debían su estrellato y no permitirían que Marvot la matara.

«Tres millones de dólares.»

Pero si había una filtración en Langley que había conducido a aquellos cazadores de recompensas hasta allí, entonces, ¿quién podría decir que no volvería a ocurrir?

Si North sabía que había una filtración, la taponaría. Ella tenía que…

– ¿Es usted la señora Archer? -Un hombre alto de pelo rubio rojizo estaba bajando las escaleras-. Soy Cam Dillon. Encantado de conocerla. He hecho el equipaje de usted y de su hija con una amplia selección de ropa. Las maletas están en su dormitorio. -Sonrió-. Pero no sé si he de meter el osito de peluche de su hija y la colección de La guerra de las galaxias. O ambas cosas. Los juguetes favoritos de los niños cambian de un año para otro. No consigo ver a mi hijo muy a menudo, y siempre estoy en apuros.

– ¿Tiene un hijo?

El hombre asintió con la cabeza.

– Estoy divorciado. Mi esposa tiene la custodia de Bobby. -Dillon echó un vistazo por el salón-. Este es un bonito lugar. Acogedor. Apuesto que a su hija le encanta andar con los caballos.

– Sí, así es. -Grace empezó a subir la escalera-. Terminaré de meter sus cosas. Le gusta el oso de peluche, pero no lo necesita. Mientras tenga su teclado y sus libros, estará bien.

– Le puedo hacer un hueco en las maletas. Su teclado ya está en su estuche, junto con las maletas. ¿He de coger algo más de las demás habitaciones de la casa?

– No, ésa es labor mía. Kilmer no debería haberlo involucrado en esto.

– Estoy encantado de ayudar. -La sonrisa del hombre se desvaneció-. Vi la foto del anciano sobre el piano. Lamento que no llegáramos a tiempo. Kilmer estaba furioso. El anciano parecía un buen tipo.

– Era algo más que bueno. -Grace tuvo que esforzarse para que no se le quebrara la voz-. Bueno, si no le importa, tengo cosas que hacer. He de volver con mi hija.

– Pues claro. Estaré fuera, en el porche, sí me necesita. No tiene más que llamarme.

– No es necesario que se quede.

– Sí, señora, lo haré. Son órdenes de Kilmer. -Se dirigió hacia la puerta-. Y eso significa que me quedaré.

Grace torció la boca.

– Parece que la disciplina sigue al mismo nivel que cuando trabajaba con él.

Dillon hizo una mueca.

– Hace restallar el látigo que es una maravilla. Pero vale la pena; saber que eres el mejor te hace sentir bien. -Se dirigió hacia la puerta principal-. Pondré las maletas en el coche cuando haya terminado.

«Saber que eres el mejor te hace sentir bien.»

Así es como ella se había sentido cuando trabajaba con Kilmer. El hombre era duro, y de una minuciosidad exacerbada, y sacaba todo el talento y habilidad de cuantos trabajaban para él. Su equipo había brillado como los diamantes cuando había terminado de entrenarlos. Uno podía contar con el hombre o la mujer que tenía a su lado. Y siempre podías contar con Kilmer para hacerlos superar todo. Jamás les había fallado.

Excepto en la última misión en El Tariq.

No pienses en ello. Aquella noche había aprendido cosas, y había seguido adelante. No había sido fácil. Durante los años siguientes había pasado por momentos de inmensa furia, y sentido el deseo de matar a aquel hijo de puta de Marvot. Sin embargo, se había obligado a olvidarlo cuando descubrió que estaba embarazada. Al principio, no podía poner en peligro a su hija no nacida, y después de que ésta llegara al mundo, la cosa se hizo aún más difícil. Había confiado en que, con el tiempo, sería capaz de olvidar y tener una vida normal. No había sucedido así. Kilmer estaba allí, trayendo de vuelta el pasado.

Y todo el infierno que iba a seguir.

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