CAPITULO OCHO

La mañana nacía con vibrantes colores que se reflejaban y cambiaban el color de las aguas y daban a las olas los tonos rosados y dorados del amanecer. El aire mismo parecía cargado con una niebla rosada y los verdes de los prados y los árboles extendíanse interminablemente hasta que se unían al azul del mar suavemente ondulante.


Shanna estaba sola en su balcón, bañada en el oro pálido, suave del sol naciente. Su bata de tono pastel era como una nube que se agitaba alrededor de su cuerpo con las brisas caprichosas que traían la fragancia de la florecida planta trepadora que se enroscaba en la balaustrada. Su cara tenía una expresión pensativa, su mirada era anhelante y sus hermosos labios se entreabrían como anticipándose a. un beso. Rodeábase la cintura con los brazos como si tratara de reemplazar el abrazo de un amante que ahora era nada más que un recuerdo de ayer.


La gloria del amanecer se diluyó en hi brillante luz del día cuando el sol se separó del horizonte y comenzó su vuelo a través del cielo. Shanna regresó suspirando a su cama y trató una vez más de dormir antes de que el calor llegara a su habitación y ella se viera obligada a levantarse. Cerró los ojos y sintió otra vez el dulce dolor, como si sus pechos estuvieran aplastados contra el duro pecho de Ruark y sintiera en su mejilla el calor del aliento de él; una vez más vio la urgencia en esos ojos dorados cuando él bajó sus labios para besada.


Shanna abrió los ojos, porque el despertar del placer dentro de ella fue fuerte y turbador. Y así había sido toda la noche. Cuando se relajaba, el recuerdo de su propia reacción le quemaba el cerebro e inundaba su cuerpo con una excitación cálida y palpitante.


¿Cuál era la cura para esta enfermedad? ¿Por qué estaba ella tan afectada? ¿Sería ella una mujer que andaría siempre ansiosa de hombres pero que en ninguno encontraría satisfacción? Antes se había visto acosada por las atenciones de hombres mucho más encumbrados y su corazón no se había ablandado, pero ahora su mente veía constantemente la cara del que la obsesionaba, de este Ruark, este demonio, este dragón de sus sueños.


Sus párpados estaban pesados por la falta de sueño. Lentamente, ella sucumbió a ese peso y su mente voló inquieta sobre un agitado mar de sopor. El estaba allí, con su cuerpo reluciente, resplandeciente, de

Bronce aceitado, aguardándola antes de que ella pudiera alcanzar sus sueños, y ella supo que si lo tocaba, él sería sólido y real.


Sus ojos encontraron la cara de él y quedaron atrapados por una satánica seducción. Esos ojos la aferraron como garras doradas y los labios se abrieron y emitieron un Susurro grave, entrecortado:


"Ven a mí. Entrégate a mí. Ríndete. Ven a mí".


Ella se resistió con toda la fuerza de su miedo. Entonces la cara empezó a cambiar. La nariz creció hasta convertirse en una larga trompa de dragón por cuyas fosas nasales salían ondulantes nubecillas de humo.

La piel se volvió verde y escamosa y los ojos resplandecieron como dos linternas doradas que brillaban con hipnótica intensidad. Las orejas sobresalieron como pequeñas alas de murciélago. La blanca sonrisa se convirtió en una mueca estereotipada con amenazadores colmillos. Entonces, con un rugido aterrador, él despidió una bocanada de llamas que la envolvió completamente, privándola de sus fuerzas, debilitando su voluntad, hasta que ella empezó a retorcerse, indefensa y aterrorizada, y a rogar a la bestia que se apiadara de ella.


Shanna despertó temblorosa y con frío aunque el calor de la habitación la hacía transpirar. Su camisón y las sábanas estaban mojados. Ella luchaba por respirar, trataba de aspirar aire con dificultad, como si una presencia pesada, invisible, le tapara la cara. Presa de pánico, se arrojó de la cama y corrió hacia el balcón. Allí le volvió la cordura y se calmó. El mundo estaba en su lugar de siempre, el sol se encontraba un poco más alto y el día era apenas más caluroso.


Shanna empezó a caminar por su habitación, tratando de distraerse y no rendirse a las fantasías de su mente. Tendría que tomar medidas drásticas a fin de aliviar esta locura que la dominaba. No podía dormir. No podía comer. Su vida era un caos. El dormitorio cerrabas a su alrededor y en cada rincón oía la risa sardónica de Ruark y veía su rostro atezado y burlón.

Para escapar a esta tortura huyó a la planta baja, en busca de su padre. Orlan Trahern detuvo la cuchara con melón a mitad de camino a su boca. Era necesario un acontecimiento extraordinario para interrumpir su comida, pero la visita de su hija esta mañana lo hizo. Ella tenía el cabello enredado y en desorden, los ojos enrojecidos e hinchados, pálidas las mejillas y no estaba vestida y preparada para iniciar el día. Era inaudito que se presentara en ese estado. El hacendado dejó la cuchara en el plato y aguardó una explicación.


Bajo la mirada preocupada de su padre, Shanna se inquietó y comprendió que él estaba desazonado cuando lo vio dejar la cuchara. Se percató de que él esperaba que ella hablara pero no pudo encontrar palabras para responder a la muda pregunta de su progenitor. Endulzó demasiado la taza de té que le pusieron adelante y después dio un respingo cuando al probar la bebida se quemó la lengua.


– Lo siento, papá -empezó tímidamente-. Pasé una mala noche y todavía no me ciento bien. ¿Me disculpas si hoy no salgo contigo?


Orlan Trahern levantó su cuchara y masticó mientras consideraba el pedido de su hija.


– Últimamente me he acostumbrado a tu compañía, querida. Pero supongo que podré arreglármelas si no vienes conmigo un día o dos. Llevo aproximadamente una década en este negocio.


Se levantó, la tocó en la frente y encontró un poco de fiebre.


– Me apenaría muchísimo si te enfermaras -continuó él-. Sube a tu habitación y descansa por hoy. Enviaré a Berta para que te llévelo que desees. Ahora tengo que ocuparme de algunas cosas urgentes. Vamos, criatura, hazme caso y sube a tu cuarto.


– ¡Oh, papá, no! -Shanna no podía soportar la idea de volver a su dormitorio-. No tienes que preocuparte. Tomaré algún bocado y después subiré.


– ¡Tonterías! -dijo él-. Quiero verte acostada y atendida antes de marcharme. Sube ahora.


Shanna suspiró cansadamente, se apoyó en el brazo de él y supo que se había equivocado porque ahora estaba atrapada y tendría que pasar el día en sus habitaciones.


Trahern vio a su hija acostada y arropada antes de despedirse y marcharse. Shanna no tuvo tiempo de levantarse porque en seguida llegó Berta, sumamente preocupada por su estado. La frente de Shanna fue nuevamente tocada, le miraron la lengua y le tomaron el pulso.


– No estoy segura, pero podría ser la fiebre. Estás un poco caliente. Creo que un poco de caldo y un té de hojas de laurel te harán bien.


Antes de que Shanna pudiera negarse, la mujer se retiró y poco después regresó con una bandeja con la infusión. Shanna se estremeció de disgusto cuando probó el té pero el ama de llaves le ordenó que bebiera todo el pocillo. Cuando por fin quedó nuevamente sola, hundió la cabeza en la almohada y golpeó la cama con los puños, llena de frustración.


– ¡Maldito canalla! ¡Maldito canalla! ¡Maldito canalla! -gimió. Llegó la tarde, pero la batalla interior continuaba. La mente de Shanna estaba agotada por la lucha y parecía yacer, dentro de su cráneo, completamente inmóvil mientras todos los argumentos la atravesaban por senderos bien trillados. La razón y la innegable lógica de sus propios motivos desaparecían bajo la abrumadora fatiga, mientras que la multitud de amenazas derivadas del hecho de que Ruark no había sido colgado la golpeaban hasta el atontamiento. Cansadamente, se sentó en una mecedora y apoyó la cabeza en el alto respaldo. Sabía con seguridad que no se veda libre de Ruark Beauchamp. Con cada día que pasaba él se volvía más audaz y cada vez que se encontraban la encaraba más abiertamente. Pocos motivos le quedaban para enorgullecerse de la forma en que había burlado la voluntad de su padre. De todos sus más allegados, Pitney era el único a quien no había engañado y las mentiras no la hacían feliz. La habían criado dentro del culto a la verdad y le habían enseñado a hacerle frente, y cada vez que cerraba los ojos, una visión de un rostro en penumbras detrás de la ventanilla enrejada la atormentaba y en sus oídos resonaba el aullido en la noche. Ya no podía seguir luchando. Tenía que librarse de este conflicto interior.


Con un sollozo, Shanna se arrojó sobre la cama. Su gemido de desesperación fue ahogado por la almohada..


– Está decidido. Está decidido. Cumpliré con el pacto. Me rendiré. Shanna cerró los ojos casi con temor, pero allí había una oscuridad suave y cálida. Entonces el sueño la envolvió como una. ola silenciosa y la sumió en un refugio de paz.


Hergus, la escocesa, era leal y de confiar. La mujer guió a Ruark en la oscuridad, deteniéndose a menudo para asegurarse de que él la seguía pero manteniéndose varios pasos adelante de él. Rodearon la casa de la plantación y tomaron un estrecho sendero que corría entre los árboles de la parte posterior. Pasaron por una cabaña sin uso y después por otra. El sendero atravesó un denso seto de arbustos y los llevó a un pequeño claro. Allí, en profundas sombras, había otra cabaña más grande y espaciosa que las demás. Una luz brillaba débilmente en una de las ventanas.


Ruark sabía que estas eran las casas de huéspedes de la mansión. Sin embargo, se las usaba muy poco pues la mayoría de los invitados preferían el lujo de la casa grande. Pero Ruark nada sabía del motivo por el cual lo habían ido a buscar. La mujer había llegado a su humilde cabaña y sólo dijo que era Hergus y que él debía venir con ella. El sabía que ella era miembro de la servidumbre de la casa de Trahern pero no pudo imaginar que el hacendado lo hiciera venir en esta forma tan discreta.


Su curiosidad despertó y siguió a Hergus vistiendo solamente sus calzones cortos Y sus sandalias. Ella 1o llevó hasta el porche de la cabaña y abrió la puerta para que él entrara. Después cerró la puerta y Ruark oyó sus pisadas que se alejaban. Desconcertado, Ruark miró a su alrededor un pequeño salón iluminado solamente por una única vela que lanzaba una luz apenas más brillante que la luna llena. El cuarto estaba costosa y cómodamente alhajado. La alfombra hubiera bastado fácilmente para pagar varias veces su libertad de la servidumbre.


Un sonido leve interrumpió el silencio y se abrió una puerta. Ruark miró sorprendido. Era Shanna y el nombre escapó de sus labios en una susurrada pregunta. Como un pálido fantasma nocturno, ella se adelantó. Vestía tina larga bata blanca y llevaba el cabello sujeto con una cinta de modo que caía sobre su espalda. Cuando habló lo hizo con voz ronca.


– Ruark Beauchamp. Bribón. Descarado. Asesino. Condenado a la horca. Me has vejado mucho estos últimos meses. Hablas de un pacto que yo desconozco. Pero yo 1o cumpliré y pagaré mi deuda a fin de que no tengas nada más que reclamarme. En esta forma seré libre. De modo que, como tú dice, por esta noche y hasta las primeras luces del amanecer, seré tu esposa. Después no quiero saber nada más contigo.


Ruark la miró con total incredulidad. Recorrió la habitación y bajo la atenta mirada de Shanna revisó la antecámara, el comedor y hasta detrás de los cortinados de seda. Se detuvo junto a ella y Shanna le devolvió la mirada con el mismo atrevimiento.


– ¿Y tu amigo Pitney? -preguntó él-. ¿Dónde se oculta esta vez?


– No está aquí. Estamos solos. Te doy mi palabra.


– ¡Tu palabra! -Su risa sonó con un tono despectivo-. Eso, Shanna, casi me asusta.


Shanna ignoró el mordaz comentario y señaló con la mano la puerta del dormitorio.


– ¿No vas a buscar debajo de la cama? Quizá tu hombría necesita un poco de aliento.


Ruark la miró, pensando en huir de ese lugar antes que se confirmaran sus peores temores. Pero la idea de ella entregándosele voluntariamente empezaba a dominado.


– Temo que el juego empiece una vez más -dijo roncamente- y ya he sobrevivido a tantas cosas que me inquieta el destino que puedes tenerme reservado.


Shanna rió suavemente, extendió una mano y lo acarició en la espalda, siguiendo sus músculos largos y poderosos. Ruark sintió que las rodillas se le debilitaban mientras esa mano lo tocaba y avivaba sus emociones. Apretó los dientes y exclamó:

– ¡Al demonio con las espinas!


Ella le acarició el ligero vello del pecho. Ruark se decidió. Ya vería ella a lo que la llevaba esta maniobra.


Empezó a desprender la bata y ella lo miró a los ojos y sonrió débilmente, mientras él terminaba de desabrochada. Shanna se alzó de hombros y la prenda cayó a sus pies, revelando lo que parecía un vestido griego antiguo. Un hombro suave y hermoso quedaba tentadoramente expuesto mientras que el otro estaba cubierto por los mismos lazos de seda que adornaban el vestido. El vestido no ocultaba nada y Shanna vio las intensas chispas de la pasión que se encendían en esos ojos dorados. Sus pechos llenos, maduros, tensaban la delicada tela de gasa que dejaba ver perfectamente los pezones pálidos, delicados, que sobresalían impúdicamente. Ruark sintió un nudo en la garganta y no pudo controlar el temblor que se había apoderado de su cuerpo. El ya se había percatado de que, debajo de todas sus ropas, Shanna era lo que soñaba todo hombre, una visión de incomparable belleza. Su piel relucía con el suave resplandor del satén y a través de la gasa del vestido él vio la curva interna de su cintura, sorprendentemente delgada, la seductora redondez de las caderas y la gracia exquisita de sus miembros.


– Tengo la intención -murmuró suavemente Shanna- de ser tu esposa en todo sentido, en cualquier cosa que tú desees.


La largamente contenida pasión de Ruark se encendió y fundió la cólera y dejó sólo una pequeña sospecha que roía el borde de su conciencia. A esto, también, lo descartó. Esta noche valía la pena correr todos los riesgos.


Sin embargo, no alcanzaba a comprender los motivos de ella. Pero sus ojos siguieron regodeándose con su belleza, buscando hasta los encantos más ocultos. Shanna se sintió devorada y le costó un esfuerzo de voluntad permanecer impasible bajo esos ojos hambrientos.


– Vamos -dijo ella con una voz que sonó extraña en sus propios oídos, y lo tomó de un brazo-. Tu baño está preparado.


Ruark se dejó conducir como un animal atontado al dormitorio, donde una cama grande ocupaba la pared más alejada. Junto a ella, sobre una: mesa, había un candelabro las llamas de cuyas velas se agitaban suavemente con la brisa que inflaba las cortinas de las ventanas. Había también en la mesa copas y botellones de cristal con varias bebidas. Un tul blanco y sutil estaba asegurado a los postes de la cama. Ruark vio que el cobertor y las sábanas habían sido doblados de modo que quedaban invitadoramente abiertos.


Shanna se detuvo junto a la tina. Cuando él se le acercó desde atrás, los ojos azul verdoso de ella se clavaron en los suyos y casi quedó abrumado por la proximidad de Shanna y por la fragancia dulce, exótica, que emanaba de ella.


– Pensé que te gustaría tomar un baño -murmuró Shanna-. Si no…


Ruark recorrió la habitación con la mirada pero no vio ningún lugar donde pudiera ocultarse algún atacante y ciertamente ninguno que pudiera esconder al corpulento Pitney. Las cortinas y las ventanas estaban abiertas y del exterior solamente llegaban los sonidos habituales de la jungla y la noche.


Devolvió la mirada a Shanna, quien esperaba pacientemente una respuesta.


– Tanto lujo podría adormecer mis sentidos -dijo él, quitándose las sandalias-. Pero probaré esta riqueza antes que caiga sobre mí cualquier desastre que me tenga reservado el destino.


– Todavía, no confías en mí -dijo Shanna, sonriendo suavemente, y tiró con sus dedos delicados del cierre de los calzones de él.


– Recuerdo nuestro último encuentro en Inglaterra -respondió secamente Ruark- y temo que otra interrupción como aquella pueda dejarme inútil para cualquier mujer.

Shanna pasó sus manos por las costillas de él pero mantuvo sus ojos fijos en los de él mientras él dejaba sus calzones sobre una silla.


– A la tina, mi impúdico dragón. Estoy aquí para cumplir con lo pactado y no debes temer nada de mí.


Ruark se metió en el baño tibio y se relajó un momento. Shanna le acarició suavemente un hombro y le ofreció una gran copa de brandy. Ruark vació la copa de un golpe. Shanna tomó la copa vacía, sirvió más brandy y se la ofreció nuevamente. Lo besó rápida y suavemente en los labios, como una mariposa que toca una rosa.


– Es mejor que bebas lentamente, amor mío, y que 1o saborees con plenitud.


Ruark apoyó la espalda en el borde de la tina, _erró los ojos y disfrutó de la sensación del agua tibia. Sus baños en el arroyo habían sido suficientes para la limpieza pero les faltaba comodidad y relajación. Ruark abrió un ojo y 1o que Shanna dejaba la copa a un lado.


– ¿De veras serás mi esposa?


Ella asintió.


– Solo esta noche.


– Entonces, frótame la espalda, esposa.


Le tendió una esponja y se inclinó hacia adelante. Shanna se acercó y empezó a enjabonarlo suavemente. Nuevamente pensó en un gato, esbelto, poderoso, y no pudo dejar de maravillarse ante la fuerza que yacía bajo sus manos. Curiosamente contenta con la tarea, Shanna enjabonó el cabello oscuro, 1o enjuagó, secó y cepilló. Le masajeó el cuello y los hombros para disolver toda fatiga que pudiera haber allí. Ruark no podía recordar otro momento de su vida en que se hubiera sentido tan a gusto.


Después ella le hizo apoyar la espalda contra el borde de la tina. Tomó una navaja y jabón y lo rasuró cuidadosamente. Para terminar, le pasó por la cara una toalla caliente.


– ¿Así hace una esposa? -preguntó Shanna, casi con vacilación-. He tenido muy poca práctica.


Ruark la miró a los ojos, la tomó de una mano y quiso atraerla hacia él pero ella se apartó y fue hasta la ventana abierta donde empezó a jugar con los flecos de las cortinas. Ruark se relajó para terminar su baño. Había captado la fugaz expresión de desconcierto en el rostro de Shanna y se preguntó qué extrañas circunstancias habían impulsado a la renuente mujer a llegar a esta situación. Ciertamente no había sido un ataque de él, porque él no pensaba arriesgarse a que lo apalearan o algo peor.


Shanna trató de dominar la vacilación que sentía y luchó contra las mareas de frialdad que surgían en su interior. Cuando su mirada se encontró con la de Ruark sintió un brusco choque, porque súbitamente comprendió que se acercaba rápidamente el momento para el cual había hecho todos estos preparativos. ¿Trataría él de vengarse cruelmente o se mostraría gentil? ¿Ella encontraría placer o dolor en brazos de él? Era demasiado tarde para volverse atrás. ¿Cómo pudo creer que un siervo, un colonial quien ya había demostrado que no era un caballero, respetaría su condición de mujer? ¿Cómo había podido ella entregarse tan temerariamente en manos de él?


Shanna se volvió al oír un sonido y vio que él salía de la tina.

¡Era demasiado tarde! ¡Demasiado tarde!


Ruark había tomado una toalla y alcanzó a ver en los ojos de Shanna un relámpago de temor, antes de que ella pudiera ocultarlo. Se preguntó si ahora sufriría otra traición. ¿Huiría ella? ¿O llamaría a su corpulento acompañante? Ruark aguardó. Se sentía absolutamente vulnerable.


Shanna, ahora nerviosa, apartó la vista del hombre desnudo y se acercó a la cama para esperar. Ruark la observó receloso, se secó con la toalla y se le acercó. Los ojos de Shanna vacilaron bajo la mirada directa

de él. Súbitamente se sintió como una niña en un cuerpo de mujer plenamente madura.


Shanna echó mano a toda su determinación para hablar, pero la voz le salió aguda y débil.

– Ruark, quiero terminar con esto, quiero cumplir el pacto, se que tienes motivos para odiarme, pero, Ruark -le tembló el labio superior y lo miró con ojos llenos de lágrimas -por favor, no me hagas daño.

Ruark levantó un dedo y enjugó una lágrima que caía lentamente por la mejilla de ella.


– Estás temblando -murmuró asombrado.


Se volvió y arrojó la toalla a un rincón. Shanna dio un respingo y se preparó para el ataque de él, pero en vez de sentirse atacada oyó que él reía por lo bajo.


– ¿De veras me consideras una bestia, Shanna, un dragón dispuesto a hacerte daño? Oh, pobre Shanna, pobre niña atemorizada por los sueños. Este momento de amor no es un momento de tomar sino un momento de dar y compartir. Tú me das esta noche como yo te he dado mi apellido, libremente. Pero debo advertirte que acá puedes encontrar algo que te atará más eternamente que cualquier otra cosa en tu vida.


¿Se refería él a un hijo? Shanna arrugó el entrecejo y le volvió la espalda. Era una posibilidad en la que apenas había pensado… Y si… Ruark la abrazó con infinita delicadeza y ella 1o olvidó todo. Sabía que tenía que mostrarse cuidadoso a fin de que el temor de ella no destruyera el momento, pero ello le exigía un enorme esfuerzo de voluntad. Shanna acalló sus dudas y superó la tensión y la resistencia de su cuerpo pensando que él era, por 1o menos por esa noche, su esposo y que todo habría terminado con el amanecer y ella quedaría libre de él.


Levantó hacia un lado su dorada cabellera y le ofreció a él un hombro. Los largos dedos de él desataron los lazos de seda hasta que el vestido cayó alrededor de los pies de ella. La piel de Shanna contrastaba contra la más oscura de él como una perla traslúcida sobre un lecho de tierra tibia. Una vez más él la rodeó con sus brazos desde atrás y la atrajo contra su pecho. Shanna sintió el contacto duro y viril de él y cerró los ojos, mientras él le pasaba los labios por el cuello y el hombro. Empezó a acariciarla lentamente, a masajearle los pechos y pasarle las manos por el vientre. Una cálida marea de cosquilleante excitación la inundó. Sentía frío y calor y temblaba. Su mente giraba enloquecida y olvidó de repetirse que él era su esposo por esa noche.


Se le escapó un suspiro y apoyó la cabeza hacia atrás, en el hombro de él. Su cabello cayó sobre el brazo de Ruark. Los labios de él se apoyaron en su boca, posesivos. La hizo volverse y se unieron como hierros al rojo, ahora con besos feroces, salvajes, devoradores mientras las lenguas entraban una en la boca del otro con hambrienta impaciencia. El le acarició la espalda y la atrajo con más fuerza. La pasión de Ruark rugía voraz y el fuego del deseo ardía descontrolado en su interior.


Ruark apoyó una rodilla en la cama, la empujó suavemente y quedaron tendidos sobre las sábanas. Su boca abierta, caliente y húmeda, quemó los pechos de Shanna y sus blancos dientes la mordieron suavemente en la cintura y en la sedosa piel del vientre. Shanna cerró los ojos, casi sin aliento, completamente dúctil bajo las caricias de él. Con los ojos ardientes y llenos de deseo, Ruark descendió sobre ella, le separó los muslos y entró profundamente en ella. Shanna movió se para recibir la firme penetración, su cuerpo de mujer reaccionó instintivamente a esta nueva, indescriptible, arrolladora sensación que palpitaba en su interior. El placer aumentó tan intensamente que ella se preguntó, enloquecida, si podría tolerarlo.

Fue, un mágico, apabullante, hermoso estallido de éxtasis que la hizo arquearse contra él con un ardor tan intenso como el de Ruark. El salvaje éxtasis creció entre ellos hasta fusionarlos en el caldero de la pasión. Apretada fuertemente contra él, como si los dos quisieran convertirse en uno solo, Shanna sintió los latidos del corazón de Ruark contra sus pechos desnudos y oyó en su oído la respiración anhelante y ronca de él.


El tiempo pareció convertirse en una eternidad antes de que Ruark levantara la cabeza. Shanna lo miró con ojos dilatados y con una expresión de asombro.


– ¿El dragón te ha hecho feliz, amor mío? -preguntó él.


La besó suavemente, tiernamente, y Shanna respondió con besos rápidos, fugaces.


– Sí, mi dragón, Ruark, mi hombre feroz y bestial, tú exigiste que se cumpliera el pacto pero el premio no fue solamente tuyo. Ruark le acarició el cabello en desorden y pasó su boca por la esbelta columna del cuello de Shanna, saboreando la exótica fragancia que parecía ser parte de ella, ese perfume que 1o había obsesionado cuando estaba en la cárcel, en todas sus horas de vigilia, en todos los minutos de sus sueños.

– Estás arrepentida, amor mío? -preguntó él roncamente.


Shanna negó con la cabeza y extrañamente no le mintió. Todos los remordimientos que había esperado, todos los sentimientos de culpa que había imaginado que la atormentarían, no estaban allí. Más la asustaba la extraña sensación que sentía en brazos de él, como si fuera allí donde tenía que estar, tal como el mar está sobre la arena o el árbol sobre la tierra. Sí, esa sensación de realización la turbaba más que lo que jamás hubiera podido hacerla la culpa. Shanna llevó su mente por un sendero diferente. Era el cumplimiento de su palabra lo que satisfacía a su conciencia, nada más. Le rodeó el cuello con los brazos y fue como seda deslizándose contra la piel de él. Shanna rió suavemente y mordió con suavidad el lóbulo de la oreja de Ruark.


– ¿Ahora estás conforme, Ruark? -preguntó.


Ruark entreabrió los labios contra los de ella, y respondió:

– Sí, amor mío. Por las noches que pasé despierto pensando en ti y torturándome, por los días en que no pude sacarte de mi mente, por las torturas que he sufrido sabiéndote cerca y siendo incapaz de verte, de tocarte. Sí, he saboreado la rosa. -Arrugó el entrecejo-. Pero como el loto, profundamente dentro de esta flor hay una semilla que se apodera de la mente. -La miró a los ojos-. La noche aún no ha terminado, Shanna.


Gentilmente, ella pasó los dedos por el ceño de él y las arrugas desaparecieron.


– Por esta noche -murmuró- yo soy tu esposa.


Shanna se llevó la mano de él a sus labios y besó lentamente los nudillos delgados y oscuros mientras los dos se miraban a los ojos. Ella mostró unos dientes pequeños y perfectos en una sonrisa traviesa antes de clavados suavemente en el dorso de la mano de él.


– Por todas las horas que me has atormentado, mi dragón Ruark, haré que venga a rescatarme algún gallardo caballero. Has abusado perversamente de esta doncella en desgracia.


Ruark la miró con expresión de duda.


– ¿Entonces me consideras el terrible dragón de tus pesadillas, querida mía? ¿Seré expulsado por tu caballero de plata? ¿Y en verdad, amada, he abusado perversamente de ti? ¿O me he atrevido a tratarte como a una mujer y no como a una altanera dama encaramada en un pedestal, una reina virgen a quien ningún mortal puede tocar?


Shanna lo miró con los ojos entrecerrados.


– ¿Entonces, Ruark Beauchamp, por fin admites que soy una mujer? -preguntó.


– Sí, eres una mujer, Shanna -replicó Ruark roncamente-. Una mujer hecha para el amor y para un hombre, no para sueños de caballeros y dragones y damiselas en desgracia. Si yo soy tu dragón, Shanna, que se sepa que tu caballero de brillante armadura no podrá someterme fácilmente.


¿Estás amenazándome, monstruoso dragón? -Los ojos azul verdoso lo miraron casi asustados.


– No, Shanna, amor mío -susurró él-. Pero es que yo tampoco creo en fábulas.


Se apretó contra ella y su cuerpo respondió al contacto de la piel de Shanna. Su boca entreabierta le buscó los labios. Sus respiraciones se fundieron en una. Shanna perdió su último contacto con la realidad. Su mundo se sacudió locamente ante la urgencia salvaje de los besos exigentes de él y sintió se arrastrada al centro de una violenta tormenta de pasión. El bajó, una mano y la cerró alrededor de la suave redondez de un pecho antes de que su boca la siguiera. Shanna contuvo el aliento mientras volvía a sentirse inundada por el placer. Los besos ardientes, hambrientos de él cubrieron su carne desnuda y a la luz vacilante de la vela el cabello de él brilló como una mancha de satén negro contra la piel clara de ella. El cabello de Shanna extendiese sobre la almohada en relucientes ondas y sus ojos adquirieron un extraño, profundo tono de azul humoso. Fue nuevamente de él y sintió se inundada de felicidad.


En un momento de más calma, Ruark se separó un poco y se recostó contra la cabecera de la cama.

Sirvió una copa de Madeira de la botella que estaba sobre la mesa de noche y se la ofreció a ella. -Compartiremos una copa -dijo, y la besó en el cuello.


Shanna apoyó una mano en el pecho de él para detener el vertiginoso torbellino que rugía en su interior, y le respondió cuando los labios de Ruark encontraron los de ella.


Probaron el vino como amantes, bebiendo del mismo punto de la copa y en seguida besándose mientras el sabor persistía en sus bocas. El la devoraba con los ojos, bebía su belleza, la tocaba en todas partes. Su mano se movía audazmente, le acariciaba los muslos, trazaba intrincados dibujos sobre la piel de su vientre. Sus pechos llenos, tentadores y terminados en puntas rosadas, temblaban bajo las suaves caricias.


Shanna lo acariciaba con igual delicadeza. Sus dedos siguieron la línea media del vientre de él recorriendo la línea de vello que descendía desde la suave pelambre del pecho y nuevamente las ascuas de la pasión se convirtieron en llamas devoradoras.


Durante un tiempo durmieron y fue para ambos un sueño natural, sin perturbaciones. Shanna no soñó con lo que hubiera podido perderse y Ruark no tuvo pesadillas con lo que estaba seguro que se había perdido. Sintiendo esa varonil tibieza junto a ella, Shanna despertó de las profundidades del sueño y levantó la cabeza para mirar a Ruark. El yacía de espaldas, con un brazo a través de su cintura y el otro bien separado del cuerpo y su pecho subía y bajaba con la respiración lenta y regular. Shanna no pudo resistir la tentación y pasó la mano por el suave vello del pecho de. él. Con algo parecido al asombro, acarició las costillas y quedó sorprendida por la dureza de los músculos de la cintura. Entonces un dedo le tocó el mentón y lo levantó hasta que ella quedó mirando directamente esos suaves ojos ambarinos. Ahora no sonreían; la miraban con tal intensidad que ella casi se sobresaltó. Quedó sorprendida por su propio abandono porque se apretó contra él y respondió con ardor a la renovada pasión de él. Suspiró cuando él le besó los pechos y con sus manos estrechó contra ella la cabeza de él. El le pasó las manos debajo de los muslos y la levantó hacia él, y nuevamente saborearon la plena felicidad de la unión.


Mucho más tarde, Shanna yacía sobre el pecho de él con su mejilla apoyada en el cuello de Ruark. Las ventanas de la habitación se abrían hacia el este y allí ambos pudieron ver los primeros resplandores rosados que precedían al amanecer. Con un suspiro, Shanna se levantó. Ruark la observó en silencio mientras ella metía los pies en un par de zapatillas, se ponía el vestido y se cubría con la bata. En la puerta, ella se apoyó en el marco y lo miró.


– El pacto ha sido cumplido. -Su voz fue tan baja que Ruark apenas pudo oírla.


Shanna se volvió rápidamente y se marchó. Ruark se sentó en el borde de la cama y escuchó el sonido de las pisadas de ella que se alejaban hacia el porche. Su voz, también, rompió suavemente el silencio.


– Sí Shanna, amor mío, el pacto ha sido cumplido. ¿Pero qué hay, entonces, de los votos que intercambiamos?


Shanna estaba nuevamente animada y alegre, aunque en la noche pasada había dormido muy poco. Era como si la hubieran aliviado de una pesada carga y admitió sinceramente que el cumplimiento del pacto y la restauración de su honor habían obrado maravillas. Ruark no podría exigirle más, no importaban los razonamientos que intentara. El asunto pertenecía al pasado. Ella estaba libre. Había sido un interludio delicioso pero ahora estaba terminado. Shanna podría dedicar su mente a cosas más importantes.


En la actividad del día, Ruark desapareció de su mente. Sentíase alegre, dichosa y eficiente. Por la tarde, su padre hizo de juez para algunas de las querellas que surgían entre su gente. Shanna estuvo a su lado, tomando nota y aconsejando. Después hubo una inspección de los depósitos y los informes de varios administradores fueron debidamente registrados. La cosecha había sido abundante y grandes barriles ron negro y de los más ligeros dorados y blancos estaban apilados en grandes montones, listos para ser embarcados. Balas de cáñamo en bruto traído de otras islas llenaban varios depósitos. Había barriles de añil, muy apreciado por el rico tinte azul que proporcionaba, y una amplia variedad de tabacos, algodón nativo, lino y otras materias primas que Inglaterra necesitaba para sus fábricas.

Shanna y su padre compartieron la cena y ella se retiró con la conciencia tranquila y rápidamente se durmió. El día siguiente pasó en forma muy similar y su noche de pasión quedó olvidada en medio de la actividad.

El quinto día amaneció como los otros pero pronto empezó a nublarse y a soplar brisas caprichosas. Shanna y su padre, en el birlocho, recorrieron las colinas. Trahern decidió abruptamente visitar el lugar donde se construía el nuevo trapiche para verificar el adelanto de los trabajos.


Un extraño sonido temblaba en el aire mientras se acercaban al lugar un golpe sordo, pesado, se producía con intervalos de un minuto y cuando dieron vuelta en un recodo del camino vieron el origen del ruido. Troncos alisados de árboles estaban siendo clavados en el suelo por una gran roca que era elevada por poleas tiradas por varias mulas y a la que después se dejaba caer sobre los troncos.


El carruaje se detuvo y Trahern observó, sorprendido. El mecanismo era bastante sencillo. Sólo había sido necesaria una inteligencia despierta para hacerlo funcionar. Shanna hubiera podido nombrar al inventor antes de que el capataz llegara a recibirlos acompañado por el hombre. Ruark se acercó al birlocho por el lado donde estaba el padre de ella y ante las preguntas del hacendado empezó a explicar cómo los troncos soportarían el peso de enormes rodillos cuando el trapiche estuviera terminado y cómo los rodillos se encargarían de extraer el jugo de la caña de azúcar.


– El único problema es que el herrero tiene bastante trabajo para hacer las partes de hierro cómo le ha indicado el señor Ruark, señor Trahern -dijo el capataz, señalando con su sombrero hacia donde se desarrollaba el trabajo-. Si el hombre termina a tiempo, tendremos todo listo para cuando llegue la siguiente partida..


Trahern estaba escuchando las explicaciones del capataz cuando Shanna levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Ruark. Una lenta sonrisa dibujóse en los labios de él, y la misma transmitió una extraña nota de confianza, sin amenazas, sin burlas, sin desprecio. Sólo una sonrisa que por alguna razón la turbó más de lo debido. Ella inclinó la cabeza en un fugaz saludo y volvió la cara hacia el otro lado, en 1o que esperó que fuera una clara demostración de rechazo. Su padre hizo una pregunta, pero la respuesta de Ruark no fue oída por Shanna, cuya mente se apartaba de este contacto.


Momentos más tarde reanudaron el paseo hacia la aldea y después hacia la casa. El incidente quedó olvidado y ella se sentía nuevamente libre de toda preocupación a la hora en que sirvieron la cena. Pitney se les unió y después él y el hacendado iniciaron una partida de ajedrez.


Shanna, sintiéndose satisfecha con 1o realizado durante el día, se retiró a sus habitaciones y rápidamente se durmió. Era aproximadamente una hora después de la medianoche cuando despertó de pronto y por completo y quedó mirando la oscuridad de su habitación. Una suave brisa agitaba las hojas de los árboles y las nubes, densas y bajas, daban a la noche una negrura extraña. Entonces comprendió qué la había despertado. Había conocido el calor de un cuerpo muy cerca de ella, labios ardientes que separaban los de ella y brazos que la estrechaban apasionadamente. Había sentido el contacto de una mano en sus pechos, suaves caricias en sus muslos y la virilidad dura y caliente de un hombre entre ellos.


Su confusión le venía de la intensa sensación de deseo que ahora le recorría el cuerpo. ¿Qué hechizo le había hecho Ruark que ella deseaba unirse nuevamente con él? Estaba sola en su cuarto pero tuvo la seguridad de que si él hubiera estado allí ella se le habría entregado, le habría exigido que le diera 1o que tanto ansiaba. Nunca se había sentido tan mujer como cuando jugó a ser su esposa. Aun ahora, mientras yacía en su cama en la habitación a oscuras, se sorprendía de que ningún sentimiento de culpa por esa noche, o por los deseos que ahora experimentaba, la atormentara. El recuerdo de aquella noche de amor, dejado añejarse y fermentar en su cuerpo de mujer, ahora resultaba más embriagador. No podía resistirse a las excitantes evocaciones y el recuerdo de los momentos que había compartido le causaba vértigos.


– Es nada más que un hombre -susurró en la oscuridad-. No tiene nada especial que no tengan otros. Encontraré un marido y con él compartiré las mismas sensaciones.


Cantidades de pretendientes sin rostro que Shanna había rechazado disgustada aparecieron ante su mente. Ninguno pudo despertar una sola chispa de fuego en su sangre, pero cuando en medio de esos rostros olvidados apareció la cara atezada de Ruark, el corazón de Shanna empezó a latir con una dulce violencia que la conmovió hasta el fondo del alma.


– ¿Por qué tiene que ser ese colonial el único capaz de excitarme? -siseó en medio de las sombras. Estaba furiosa consigo misma por haber permitido que él entrara nuevamente en sus pensamientos-. ¡No, 1º rechazaré! ¡El pacto está cumplido! ¡Nada más habrá entre nosotros dos!

Por más que se esforzó para poner toda su determinación en esta promesa, la misma le sonó hueca y cuando volvió a dormirse no tuvo el sueño tranquilo que había disfrutado antes.


A la mañana siguiente Shanna se reunió con su padre en el comedor y vio, por los platos usados, que otras dos personas habían desayunado con él. Trahern la saludó y pareció apresurado por terminar su comida.


– Hoy no es necesario que vengas conmigo, Shanna -informó él, mientras bebía una taza de fuerte café negro.


Shanna nada dijo sino que miró a su alrededor. Sentía una extraña presencia en la habitación y entonces vio un pequeño plato de porcelana junto a uno de los platos grandes, donde había un montoncito de cenizas negras de una pipa.


– El señor Ruark estuvo nuevamente aquí -dijo ella bruscamente, segura del hecho.


– Ajá -respondió su padre-. Pero no tienes que preocuparte, hija. Se ha marchado. En realidad -Orlan se limpió los labios con una gran servilleta, se levantó y tomó su bastón y su sombrero que le ofrecía Milán acabo de aumentarle nuevamente la paga, y como estimo que necesito tenerlo más cerca, le he dicho que escogiera una de las cabañas.


– Trahern soltó una risita-. El escogió la mejor, la que está más lejos, bajo los árboles. Trahern la miró un momento y su voz fue apenas un poco más firme cuando agregó: -Como señora – de mi casa, por supuesto, tú te ocuparás de que la cabaña esté presentable.


Shanna lo miró fijamente, temerosa, tratando de encontrar algún significado oculto en las palabras de su padre. No captó ninguno, asintió con la cabeza y dijo:


– Enviare a los sirvientes allí.

Su padre se puso el sombrero con algo de irritación.


– Espero que no hagas más desprecios a ese hombre. Tu disgusto hacia él es evidente, pero él me es extremadamente valioso y espero persuadirlo a que se quede con nosotros después de que haya pagado su deuda. Esta noche vendré a comer temprano.

Trahern se detuvo en el vano de la puerta y miró a su hija con una sonrisa, como si quisiera suavizar sus últimas palabras.


– Buenos días, hija -dijo.


Shanna quedó largo? rato mirando a su padre que se alejaba pero en su mente sólo veía la silueta esbelta y atezada de Ruark tendido sobre la cama.


"¡El estará aquí, en el lecho que compartimos! ¡Nuevamente usará el baño! “Una multitud de visiones le llenaron la mente, con una más brillante que las demás: la del alto dosel de la cama sobre ellos, mientras en su interior estallaba el intenso placer.

Si Milán hubiera regresado en ese momento la habría visto con el rostro encendido y los ojos distantes y soñadores.


La cabaña fue alistada y Ruark trasladó sus espartanas pertenencias a su nueva morada esa misma noche. Hizo uso de la tina de bronce y disfrutó de un baño caliente, mientras se entretenía con visiones de Shanna, envuelta en gasas blancas, que se inclinaba para susurrarle al oído, que se detenía, tímida como una criatura, junto a la cama, y que después se le entregaba desnuda y trémula en esplendoroso éxtasis.


Ruark se puso después sus cortos calzones y recorrió las habitaciones, abrió armarios y arcones vacíos, hojeó libros, siempre tratando de encontrar algo para distraer su mente. No lo logró porque nada podía hacerle olvidar a Shanna.


El día amaneció claro y radiante. Shanna despertó temprano de su inquieto sueño, cuando la luz invadió su dormitorio. Como acostumbraba levantarse tarde, no estaba Hergus para atenderla y ella misma arregló su cabello como pudo, mirándose al espejo pero sin pensar en lo que hacía. Después se puso una bata que ató flojamente alrededor de su cintura. Cuando dejó sus habitaciones no sabía adónde iría.

Empezó a bajar lentamente la escalera y había llegado a la mitad cuando oyó voces masculinas en el hall de entrada y reconoció la risa grave, profunda de Ruark en respuesta al jovial saludo del criado. Shanna se detuvo. Sus ojos perdieron la expresión distraída y ella, ahora muy atenta a lo que la rodeaba, escuchó el tono rico y confiado de la voz de Ruark y las sílabas entrecortadas de Jasón.


– El señor bajará en seguida, señor Ruark. ¿Quiere tomar asiento en el comedor y descansar mientras lo espera?


– Gracias, Jasón, pero aguardaré aquí en el hall. De todos modos, he llegado temprano.


– El señor Trahern querrá verlo cómodo, señor Ruark. Bajará de un momento a otro. Nadie se levanta más temprano que él. El señor Trahern ha trabajado duramente toda su vida y no parece dispuesto a cambiar. Yo estaré en la cocina, señor Ruark. Llámeme si me necesita.


Shanna escuchó el sonido de las pisadas de Jasón que se alejaba y después se inclinó contra la balaustrada y miró hacia el hall. Con su atuendo habitual de camisa blanca y pantalones cortos, Ruark estaba de pie frente al retrato de Georgiana y Shanna tuvo curiosidad por saber cuáles serían sus pensamientos. Había habido mucho parecido entre la madre e hija, aunque el cabello de Georgiana había sido más claro y los ojos habían sido de un color gris suave y sonrientes. Shanna se preguntó si Ruark la veía a ella en la imagen pintada al óleo de su madre, o si solamente estaba admirando el retrato.


Shanna no se dio cuenta de haber hecho ningún ruido, pero en ese breve espacio de tiempo algo sucedió entre ellos y Ruark se volvió y levantó la vista hacia la escalera, como si supiera que ella estaba allí. Shanna fue sorprendida y no pudo huir sin menoscabo de su dignidad. Aguardó mientras él, con paso mesurado, llegaba hasta el primer escalón y apoyaba allí su pie calzado con una sandalia. La miró y pareció tocarla con sus ojos en todo el cuerpo.


– Buenos días -murmuró él y su voz fue como una suave caricia.


– Buenos días, señor. -El tono de ella fue animoso y jovial, casi jocoso-. ¿Se quedará usted a desayunar?


– ¿Tú bajarás? -dijo él con expresión de interrogación, pero más pareció un ruego que una pregunta.


Shanna bajó la vista hacia su atuendo, lo señaló y repuso: -Papá no lo aprobaría estando tú aquí.


– Cámbiate de ropa, entonces -dijo Ruark-. Pero baja. ¿Vendrás?


Shanna asintió silenciosamente y en la cara de Ruark se dibujó una sonrisa radiante. Miró impúdicamente la bata entreabierta y la recorrió atrevidamente con la mirada.


– Pese a la opinión de tu padre, Shanna, yo apruebo ardientemente tu atuendo. Esperaré.


Abruptamente, sin dejarle tiempo para replicar, él se volvió y regresó donde había estado antes. Un momento más tarde la voz de Trahern llegó desde parte de la mansión -y Shanna subió apresuradamente la escalera.


De regreso en su dormitorio, Shanna revisó su guardarropa en busca de un vestido adecuado. Poco después llegó Hergus y la encontró entre una pila de vestidos descartados. Finalmente se decidió por uno de mangas abollonadas y amplia falda de delicado linón amarillo. El largo cabello veteado de dorado fue arreglado de modo que caía hacia atrás entre lazos de cinta amarilla.


Shanna entró en el comedor como una fresca brisa de primavera. Ruark rápidamente se puso de pie y le sonrió. El saludo de Trahern fue más abrupto. Había pasado su vida trabajando para hacerse de una fortuna, sin conocer las despreocupadas alegrías de la juventud. No había tenido un solo momento de frivolidad y en todo trataba de ver un propósito o una ventaja. Esto le ocasionaba cierta dificultad para comprender a su hija. Para él, ella carecía de objetivos aparentes en su vida y se contentaba con vivir sin marido y, por lo tanto, sin hijos. Ciertamente, ella parecía encontrar más placer en cabalgar sobre el lomo. de Attila o en dejarse mecer por las olas.


– Tengo que hablar de negocios, hija. No vengas a darte aires y siéntate.

Ruark se apresuró a apartar una silla para ella. Shanna sonrió agradecida y cuando Ruark volvió a sentarse, Trahern gruñó, ceñudo: – ¡Bah! ¡Jóvenes! ¡Pierden la cabeza ante cualquier cara bonita! Ruark enarcó las cejas y comentó:


– Señor, si ella no fuera su propia hija, no dudo que también usted perdería la cabeza..


Shanna replicó suavemente: -Sus lisonjas me halagan mucho, señor Ruark. -Dirigió la vista hacia su padre y levantó su hermosa nariz, como si estuviera profundamente ofendida-. Ciertamente, es raro que aquí se me dirijan palabras de elogio.


– ¡Ja! -ladró Trahern-. Si yo añadiera leña a ese fuego, ardería toda la isla. Ahora, con tu permiso, hija mía, ¿podemos hablar de nuestros asuntos?


– Pero por supuesto, papá. -Shanna levantó los ángulos de su boca y los ojos se le llenaron de picardía-. Dios no permita que yo interfiera con los negocios.


– ¡Maldición, si eso es precisamente lo que acabas de hacer! Ruark sonrió detrás de su taza de té y después de un momento logró ponerse serio.


– ¿Me repite su pregunta, señor? Temo que he perdido el hilo de nuestra conversación.


– ¡Hum! – Trahern se volvió hacia su invitado-. La repetiré una vez más. Acerca del trapiche. ¿Será 1o bastante grande para recibir la producción de todas las otras islas de los alrededores?


Ruark asintió y la conversación derivó hacia detalles del mismo tema. Shanna empezó a comer lentamente su desayuno mientras observaba disimuladamente a Ruark por el rabillo del ojo. La forma en que él hablaba de temas que a ella le eran completamente ajenos la fascinaba y le permitía apreciar la inteligencia que tanto intrigaba a su padre.


Esa tarde, en el salón, Trahern expresó sus esperanzas acerca del hombre, John Ruark.


– Como en mi vida he sido más un comerciante que un plantador, Shanna, no es necesario decirte que necesito una persona con conocimientos para que me aconseje acerca de cosechas y trapiches. Desde que el señor Ruark ha venido aquí, mucho ha hecho para incrementar nuestra fortuna. Cuando yo ya no esté, necesitarás alguien de confianza para que te guíe en esas cuestiones. Tú has estado mucho tiempo ausente y como yo soy un viejo no viviré lo suficiente para enseñarte todo lo que deberías saber. El señor Ruark puede aconsejarte muy bien y yo espero que tú se lo permitas.


Shanna se retrajo interiormente. Eso era lo que necesitaba, que Ruark se convirtiera en su consejero y hasta que tuviera derecho a aprobar a sus pretendientes. Seguramente, tendría que terminar sus días como viuda. Mentalmente suspiró, pero el sonido se le escapó.


– Pareces disgustada por mi sugerencia, hija. ¿Por qué te desagrada tanto el hombre?


– Papá -Shanna le tomó una mano y le dirigió una sonrisa fugaz y melancólica-, yo sólo quiero ser dueña de mi propio destino. No tengo intención de someterme a ese individuo.


Trahern abrió la boca para imponer su voluntad, pero ella se inclinó y le puso gentilmente un dedo sobre los labios. Le sonrió con los ojos y bajo esa mirada el viejo Trahern se ablandó. Shanna habló, casi en un susurro:


– Papá, no discutiré contigo y nunca volveré a hablar de eso. Lo besó rápidamente en la frente y se retiró entre un ondular de sedas. Trahern permaneció en su silla, preguntándose sorprendido cómo era posible que hubiera perdido una discusión y disfrutara de ello.

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