CAPITULO SIETE

Shanna galopaba a 1o largo de la playa hasta que Attila empezaba a resollar con dificultad, pero las agotadoras carreras no le producían ningún placer. Por las tardes iba a nadar, pero el agua estaba tibia y llena de algas; tampoco allí encontraba placer. En las semanas que pasaron puso especial cuidado en quedarse sola y hasta evitaba a su padre a menos que él estuviera solo. La expresión y las preguntas preocupadas de él empezaban a cansarla. Pero no podía arriesgarse a enfrentarse con ese hombre, John Ruark, de modo que evitaba las compañías.


Una tarde llena de sol Shanna buscó la intimidad de una pequeña caleta oculta debajo de los riscos en la costa occidental de la isla. Por precaución, dio con Attila un largo rodeo a fin de cabalgar por la playa

y evitar el camino que atravesaba la isla. Fustigó al semental hasta que olas le llegaron a la barriga, evitó unas rocas puntiagudas y llegó a su destino. Los acantilados se elevaban en tres de los lados. El único acceso era desde el mar. Sintiéndose segura, Shanna ató al animal Y lo dejó que ramoneara la hierba tierna que crecía al pie del acantilado.


En una estrecha franja de arena tendió una manta en la sombra y se quitó toda la ropa excepto la camisa corta. Aquí, por fin, había una privacidad que nadie podía profanar. Por un tiempo estuvo tendida, leyendo un libro de sonetos y pasándose distraídamente los dedos por el cabello mientras leía. Con el calor del día empezó a amodorrarse. Puso un brazo sobre los ojos y se durmió.


Cuando despertó 1o hizo con un sobresalto, sin poder determinar qué la había alarmado. Su mente estaba intranquila pero no parecía haber motivos para preocuparse. Los acantilados estaban desiertos y desnudos como antes. Allí no había nadie.


Más serena, Shanna trató de distraerse para ordenar sus pensamientos, se levantó y entró chapaleando en el agua. Se zambulló limpiamente y con largas y elásticas brazadas nadó una buena distancia internándose en el mar. Después empezó a jugar un juego de su infancia de buscar conchas y estrellas de mar y se zambulló para bucear contra el fondo. Por un tiempo flotó de espaldas, subiendo y bajando con las suaves olas, el cabello extendido como un abanico gigante, como alguna tímida criatura marina que desplegara su gloria solamente ante unos pocos. Un enorme petrel gris de alas inmóviles llegó sobre ella y allí quedó, acercándose para ver mejor esta extraña ninfa del mar.


Cansada del juego, Shanna regresó a la angosta playa oculta. Se secó vigorosamente con una toalla, envolvió la tela alrededor de su cabellera y se tendió de espaldas. Empezó a observar una nube algodonosa que pasaba por el cielo, la siguió hasta que tocó el borde superior de un acantilado y…

Ahogando un grito, Shanna se puso de pie. En el borde del acantilado había un hombre. Un ancho sombrero de paja le hacía sombra en la cata, tenía la camisa descuidadamente puesta sobre un hombro. Unos pantalones blancos cortos le cubrían los muslos y debajo se veían unas piernas rectas y musculosas. Shanna supo que unos ojos dorados la miraban sonrientes, burlones, desafiantes, consumiéndola.

El grito que ahora subió a su garganta esta vez no fue ahogado. Fue un grito de pura cólera. ¿No había ningún lugar donde estuviera libre de él? Furiosamente se quitó la toalla de la cabeza y la arrojó a sus pies.


– ¡Vete! -gritó y su voz resonó en la caleta- ¡Vete de aquí! ¡Déjame sola! ¡No te debo nada!


Las carcajadas de Ruark flotaron hasta ella mientras él caminaba siguiendo el borde del acantilado que rodeaba a la caleta. El empezó a cantar con rica voz de barítono y los versos, tontos y pueriles, seguían una melodía que ella había oído antes:


La altanera reina Shanna no encuentra el amor.

La altanera reina Shanna flirtea con un palomo.


El la observaba tan atentamente como ella a él. Shanna se dio cuenta con un sobresalto de que su camisa estaba empapada y se adhería a su piel como una sutil película de nieve, sin dejar ningún detalle librado a la imaginación..


Otro grito furioso ahogó la voz de él cuando ella se puso su vestido por la cabeza, sin detenerse a abrocharse la espalda. Arrojó sus otras prendas sobre la manta, a la que ató en un lío que arrojó sobre el lomo de Attila. Montó y obligó al animal a meterse en el agua.


– Buenas tardes, amor.


El grito de Ruark hizo que ella incitara al semental y una vez más las carcajadas de Ruark siguieron sonando en sus oídos hasta que, en casa por fin, ella escondió la cabeza debajo de la almohada, en su habitación.


El aire era pesado, la noche calurosa. La sábana estaba húmeda y Shanna la arrojó a un lado. No lograba conciliar el sueño y encendió una vela que dejó sobre la mesa de noche. Empezó a caminar por la habitación, buscando y verificando las sombras familiares, pero en cada una le parecía ver esa figura solitaria sobre el borde del acantilado.

Hacía mucho tiempo su madre le había enseñado que por más calor que hiciera no debía dormir desnuda. Era una orden que Shanna no se atrevía a violar, pero llegó a una solución tomando unos pocos de sus camisones más livianos y cortándolos de modo que le llegaran apenas debajo de los muslos. Una de estas prendas era la que llevaba ahora.

Aun este calor era mejor que la húmeda y brumosa Londres, musitó Shanna y tiró de la prenda que se adhería a su piel húmeda.

Salió a la galería y apoyó un muslo contra la madera fresca de la balaustrada.

La noche era serena pero ella extendió los brazos y giró lentamente con todo el cuerpo, tratando de aprovechar cualquier soplo de brisa que llegara. Levantó los brazos sobre su cabeza, se estiró, arqueó la espalda y sintió que el camisón se ponía tenso contra sus pechos.


Soltó un largo suspiro. Le gustaba nadar en las claras aguas azules, correr entre los árboles y montar en el lomo de un caballo brioso para correr con el viento por los prados. En Inglaterra no se consideraba apropiado que una dama hiciera tanto ejercicio y Shanna, aquí, disfrutaba de tener la libertad de hacerlo.

Pero últimamente algo parecía faltarle, como si hubiera otra actividad que pudiera satisfacerla más. Ella no sabía cuál era pero cuando tenía esa sensación, habitualmente le venía acompañada por el recuerdo de unos ojos cálidos y dorados que sonreían a los suyos.


Shanna apoyó las manos en la balaustrada, se inclinó hacia afuera y miró hacia la noche. Nubes aborregadas pasaban impulsadas por ráfagas de viento en las alturas. La luna, brillante, en cuarto menguante, asomaba de tanto en tanto para ocultarse en seguida tímidamente, y ponía halos de plata a las nubes.

Shanna trepó a la barandilla, apoyó en ella un pie descalzo y levantó la rodilla. Su mirada recorrió el parque. Grandes parches de oscuridad se juntaban debajo de los bananos, cuyas copas altas y extendidas daban densas sombras. Manchas de luz aparecían en el terreno pintadas por el rápida paso del pincel de la luna. Una de esas manchas de luz pasó debajo de un árbol. Shanna ahogó una exclamación, porque allí, junto a un viejo tronco, había una sombra más oscura y con más figura de hombre que el resto. Shanna se puso de pie, se inclinó contra la barandilla Y miró fijamente la figura agachada. La sombra se incorporó y el hombre se puso de pie, y ella vio que estaba desnudo excepto unos pantalones blancos, cortos.


– ¡Ruark! -El susurro salió entre sus labios entreabiertos.

El le volvió la espalda, pateó la hierba con un pie calzado con sandalia Y se alejó despreocupadamente, silbando una tonada que pareció quedar flotando detrás de él. Ahora Shanna estuvo segura. Conocía ese andar, esos pasos llenos de una gracia casi animal.


– ¡Maldito bribón! -susurró.

Shanna dio media vuelta y entró en el dormitorio con el orgullo súbitamente picado porque él no había venido a detenerse debajo de su balcón para rogarle ardientemente que le concediera sus favores. Sopló la vela, se tendió en la cama.


¿Cómo podría dormir sabiendo que él está siempre cerca, deslizándose bajo mi balcón, espiándome en todo momento?

Fastidiada, giró hasta quedar boca abajo Y apoyó el mentón en sus brazos cruzados.


¿Qué quería de ella el canalla? ¡Ja! Eso no era ningún misterio.

¡El pacto! ¡Ah maldito pacto! y él estaba empecinado en salirse con la suya. ¿El precio? Una noche con él, cuando él lo quisiera.


Shanna trató de sentirse ultrajada Y ofendida pero el pensamiento de una noche así le provocó algo similar a…

– Es solamente curiosidad -murmuró-. He probado apenas ese licor y ahora quiero probarlo más ampliamente. Es 1o que desearía cualquier mujer y yo soy una mujer Y me encuentro bien y en condiciones de poner seriamente a prueba el ardor de ese bribón. El dice que yo soy menos que una mujer que no quiero entregarse a ningún hombre. Es un tonto, porque ansío fervientemente encontrar un hombre noble que venga y me tome en sus brazos Y así doblegue toda mipasi6n a sus encantos.


Shanna cerró los ojos y trató de imaginar a ese hombre. La imagen acudió, con cabello renegrido y una mirada sonriente Y de color ámbar. Shanna abrió los ojos y frunció el ceño fastidiada.

“¡El hasta espía mis pensamientos!”


Furiosa, arrojó una almohada al suelo. ¿Qué clase de hombre era este Ruark Beauchamp que se introducía subrepticiamente en sus sueños?


Pasaron quince días y en la tarde del sábado Shanna montó a Attila sin silla ni brida y galopó siguiendo la playa hasta una distancia más allá de la aldea. Llevaba un vestido liviano y un sombrero de paja de anchas alas que protegía su piel de los ardientes rayos' del sol. Ningún calzado cubría sus delicados pies. Llevó al animal hasta el agua, subió el borde de sus faldas hasta arriba de sus rodillas y lo metió debajo de sus muslos. El viento jugó con su cabello hasta que quedó completamente libre en una masa de rizos dorados que volaban detrás de ella. Shanna se caló el sombrero y rió alegremente.


Súbitamente, un silbido atravesó el aire y el caballo redujo el paso. El agudo llamado llegó otra vez, y pese a sus esfuerzos por controlar a. Attila, Shanna debió dejar que el animal la llevara hacia un grupo de árboles que crecía al borde de la marisma. Sin brida no podía imponer su voluntad al semental.


Ruark salió a la luz del sol y silbó otra vez, ahora suavemente, y tendió una mano al caballo. Attila resopló y se acercó para tomar el azúcar que le ofrecían.


Shanna apretó la mandíbula y dirigió una mirada penetrante a los ojos divertidos y burlones de Ruark. El acarició afectuosamente la nariz de Attila mientras sus ojos se demoraban atrevidamente en los muslos de ella y en el vestido mojado que se le adhería a los pechos. -


¡Has arruinado a un buen semental! -gritó Shanna, enfurecida al ver que él se había ganado la confianza de Attila.


Ruark sonrió lentamente. -Es un caballo hermoso y listo. Con otro me hubiera llevado muchos meses. Yo solo le enseñé a venir cuando le silbo. Es más de lo que harías tú.


Shanna hervía de furia y su pecho subía y bajaba, trémulo de indignación.


– ¡Si crees que yo alguna vez acudiré a tu llamado, entonces eres un estúpido!


Fue como si él no hubiera oído esas palabras. Su lenta mirada se movía acariciadora sobre el cuerpo escasamente vestido de ella. Ruark sentía que su deseo se aceleraba. Recordaba muy bien la morbidez de la piel desnuda de ella.


– ¿Quieres dejar de mirarme así? -gritó Shanna, sintiéndose devorada por esos ojos quemantes.


Sin decir palabra, Ruark dio un salto y montó, sentándose detrás de ella. Shanna ahogó una exclamación de indignación, luchó brevemente, pero los brazos de él la rodearon y sus manos tomaron las crines del caballo.


– ¡Baja! ¿Estás loco? -protestó ella, pero su mente se sintió invadida por la presión del pecho duro y desnudo de él contra su espalda y los muslos largos y atezados contra los suaves y blancos de ella La entrepierna de él presionaba íntimamente las nalgas de ella y Shanna sintió se sofocada al sentir el contacto de esa virilidad.


– ¿Qué te propones? -Shanna trató de liberarse-. Si esto es una violación, haré que te persigan hasta matarte. Juro que lo haré.


El le habló roncamente al oído.

– Quédate quieta, Shanna y déjame cabalgar un trecho contigo. Estás acostumbrada a una silla de mujer, Attila también. El necesita que le enseñen a obedecer a su jinete, quienquiera que sea. Entonces serás capaz de contenerlo cuando yo silbe. Ahora observa y a los dos les enseñaré cómo cabalga un hombre.


Shanna se puso rígida ante el humor del tono de él. Se quitó el sombrero Y preguntó:


– ¿Y si nos ven, Ruark?


– ¿Con la marisma de un lado Y el arrecife de coral del otro?

– Rió por 1o bajo-. Yo 1o dudo, Y tú también. Ahora tranquilízate, Shanna. Conmigo, tu virtud está a salvo. ¿Quién la cuidaría mejor que tu esposo?


Su risa baja tenía un tono agudo, cortante.


– ¡A salvo! -dijo ella en tono despectivo- Cuando tú estás cerca de mí, constantemente me siento amenazada y me parece que en tu mente hay un solo pensamiento.


– Porque hay un solo pensamiento en la tuya, mi amor. -El susurro le acarició el oído y ella se alisó el cabello para tratar de aflojar la tensión – y tú- sabes cuál será el resultado. Lograré mi parte del pacto a su debido tiempo, a mi modo y completamente.


– ¡Eres un bribón para obligar así a una dama!


– ¿Bribón? ¡No! -Ruark se alzó de hombros-. Sólo deseo que me paguen lo prometido por un servicio prestado. En cuanto a obligarte… ¡jamás! No deseo lastimarte, Shanna. Más bien, diría que deseo compartir un momento maravilloso e introducirte a las delicias de la pasión.


Shanna se volvió para mirarlo a la cara con una expresión de asombro y de cólera.


– ¡Basta! -Ruark la rodeó con sus brazos Y aferró con fuerza las crines-. Hoy estás a salvo. Esto es nada más que una lección de equitación que quiero enseñarte. Observa. Sube un poco tus rodillas Y deja que el caballo sienta tus talones contra sus flancos. Entonces…


Golpeó los flancos de Attila con sus talones Y el caballo se movió lentamente, al trote. Ruark se inclinó hacia adelante y el animal aceleró el paso. Ruark le hizo hacer una serie de maniobras y Shanna quedó fascinada. Ella podía sentir los movimientos del hombre y el caballo que le respondía como si los dos fueran uno solo. Entonces, las rodillas de él se apretaron debajo de las de ella, Attila salió disparado y empezaron a galopar con el viento.


Ruark le susurró algo al oído y Shanna se volvió y le dirigió una mirada de interrogación.


– Pregunté si tu padre te espera pronto.


Shanna negó con la cabeza y su cabello voló sobre el hombro de él. Ruark la estrechó contra él.


– Bien -dijo-. Te llevaré por un sendero que he descubierto en el pantano. No estás asustada ¿verdad?


Shanna 1o miró a los ojos y encontró allí una suave y sonriente calidez. Sintió que no tenía miedo. Su curiosidad estaba excitada por la evidente habilidad de él de cambiar las circunstancias en su beneficio. Aquí estaba el hombre que había tomado su virginidad, que había escapado al verdugo y aceptado esta servidumbre con una ligereza desusada.


– Estoy a tu merced. -Se resignó quizá un poco más alegremente de 1o que había querido-. Sólo espero que seas leal a tu palabra.


– No hay razón para traicionarte, Shanna. Yo tendré mi noche.


Ruark se inclinó levemente hacia atrás y dejó que su cuerpo se moviera fácilmente con el ritmo de la poderosa bestia que tenían debajo. Attila corrió más velozmente y sus cascos levantaron pequeños géiser de arena húmeda y agua.

Shanna nunca se había atrevido a dejar que el animal corriera tan libremente, pero con esos brazos fuertes a su alrededor se sentía extrañamente segura.


Con un chasquido de la lengua y una presión de las rodillas, Ruark hizo que el caballo redujera la velocidad y entrara en un estrecho sendero que no parecía llevar a parte alguna sino solamente internarse más profundamente en el pantano. Pero pronto salieron a un claro soleado donde una alfombra de suave hierba de color esmeralda estaba rodeada de fragantes capullos de fucsia, y altos árboles doblaban humildemente sus ramas ante la belleza del lugar.


Ruark se apeó y ayudó a Shanna a descender.


– Tenías razón -murmuró ella-. Sabes manejar a los caballos. Ruark frotó afectuosamente el cuello de Attila.


– Me gusta trabajar con ellos. Un buen semental siempre reconoce a su amo una vez que el hecho ha quedado bien establecido.


Shanna miró a Ruark hasta que él alzó la vista con una expresión interrogativa.


– ¿Tú conoces a tu amo? -preguntó ella bruscamente-. En realidad, ¿reconoces a algún hombre como?


– ¿Y qué hombre, amor mío, podría ser mi amo? -Se puso junto a ella y le sostuvo los ojos con una decidida mirada ambarina. Cuando continuó su voz sonó suavemente, pero con una nota de determinación que la asustó y la irritó al mismo tiempo-. Te digo, Shanna, mi amor, que ningún hombre será mi amo excepto aquel a quien yo se lo permita.


– Tampoco ninguna mujer -replicó Shanna.-. ¿Rechazarías mis órdenes Y negarás mi derecho a dadas?


– Ah, amor mío, eso nunca -sonrió Ruark-. Sólo soy tu humilde servidor como tú eres mi bellísima esposa.

Yo siempre trato de servirte y de obtener el favor de tus ojos.


Incapaz de soportar el peso de la ardiente mirada de él, Shanna se inclinó, cortó un frágil capullo y se lo prendió en el cabello, sujetando la larga cascada de rizos en la base de su cuello.


Ruark completamente fascinado, se apoyó en un grueso tronco y cruzó los brazos para entregarse en lo que últimamente se había convertido en su pasatiempo favorito: contemplar a Shanna. Ella no podía

Imaginar la intensidad de la tortura que le causaba, porque debajo de ese exterior a veces burlón, a veces gentil, él se consumía de deseo. De noche se revolcaba, insomne, en su estrecha cama mientras visiones de ella flotaban a su alrededor: Shanna, blanda Y entregándosele en el carruaje; Shanna, bella Y altanera del otro lado de una mesa; Shanna, hermosa Y tentadora en una prenda mojada y delgada que era más tentadora que la carne desnuda. El era siempre consciente de ella Y cada vez que el birlocho de Trahern pasaba por los campos o las calles de la aldea, Ruark se volvía con la esperanza de verla sentada aliado del hacendado. Comparada con la corpulencia del padre, ella parecía menuda y frágil como una rosa en capullo; pero cuando estaba cerca de ella, Ruark era dolorosamente consciente de que aunque Shanna no era muy alta ni con curvas demasiado pronunciadas, era toda una mujer y él la deseaba.


Quedaba en su mente el aroma de ella, la fragancia de flores exóticas aplastadas contra una piel satinada, y debajo el dulce olor a mujer mezclado con un leve dejo de jabón que era un fuego que ardía en su sangre y él no encontraba forma de apagarlo porque el pensar en otras mujeres le amargaba la mente cuando las comparaba con Shanna. Era como ver el cielo Y en seguida considerar al infierno como un substituto cuando uno consideraba a alguien como Milly Hawkins, la hija del vendedor de pescado, para desahogar sus ardores. La muchacha se mostraba dispuesta Y no era fea, pero olía un poquito a pescado.

Súbitamente Ruark estalló en carcajadas y Shanna se volvió para mirarlo intrigada. Ruark señaló las flores que ella había cogido. -Una india lleva una flor así cuando quiere indicar su deseo a su marido.


Shanna enrojeció y se arrancó la flor para ponérsela sobre la otra oreja. Ruark sonrió.


– Yeso significa que una doncella soltera está disponible.

Shanna quitó el adorno de su cabello y empezó a entretejer sus rizos con otras flores. Después de un momento se dio cuenta de que Ruark la miraba con una extraña y tierna sonrisa en los labios.

– Mi lady Shanna, tu belleza hace empalidecer a este cielo radiante -declaró él.


– ¿Por qué me cortejas, Ruark? -preguntó Shanna, ligeramente desconcertada. Su boca se curvó en una sonrisa atormentadora y ella se le acercó con una gracia casi sensual y se detuvo tan cerca de él que le bastó extender un dedo para tocarle el pecho velludo-. Nunca había sido cortejada por un siervo. Esta es la primera vez. No hace mucho fue uno que estaba destinado al cadalso. Ese fue el primero, también. Pero en su mayoría fueron loores y nobles caballeros de las cortes.


– Me parece que estás tentándome, mi hermosa Shanna -repuso él inmediatamente-. Ah, amor, ¿tratas de acabar con mi paciencia a fin de tener motivos para odiarme?¿Quedaría entonces librada tu conciencia de la palabra que no has cumplido? -Sonrió perversamente-. Si ese es tu juego, sigámoslo. Acepto tu atención y tu desafío.


Chispas de ira brillaron en los ojos azul verdosos. Shanna retiró su mano.

– Eres muy arrogante -dijo.


Con lo que quiso ser una demostración de desdén, los ojos de ella recorrieron el cuerpo esbelto de él, apenas cubierto por los cortos pantalones, pero su mirada vaciló cuando ella comprendió que en toda esa desnudez nada había de lo que pudiera burlarse. ¡Nada! El era musculoso y esbelto, no flaco, pero con músculos largos y firmes debajo de la piel tostada por el sol. Súbitamente ella se preguntó cómo sería yacer contra ese cuerpo fuerte durante una larga noche.


– Me marcho -anunció Shanna abruptamente, avergonzada por sus pensamientos-. Ayúdame a montar.


Le dirigió una sonrisa radiante y Shanna se irguió, altanera. Ruark la siguió, contemplando apreciativamente las caderas que se movían graciosamente provocativas. Junto a Attila, se inclinó, cruzó las manos para que ella apoyara su pie desnudo y la izó sobre el lomo del semental. Shanna incitó al animal con sus talones y partió a toda velocidad. Ruark quedó mirándola alejarse, con los brazos en jarras.


Shanna había llegado al borde del pantano cuando le vino el recuerdo de un aullido desesperado en una noche de tormenta. Soltó un gemido y jurando entre dientes hizo dar la vuelta al caballo y tomó nuevamente el sendero que la llevaba hacia donde había quedado Ruark. El venía caminando lentamente, pero cuando apareció el caballo galopando hacia él, alzó la vista sorprendido. Tendió el brazo y lo apoyó en el cuello de la bestia cuando Attila se detuvo junto a él.


– Tranquilo, tranquilo -dijo Ruark para calmado y le acarició la nariz aterciopelada, y miró a Shanna en silenciosa interrogación.


– Necesitaremos tus habilidades en los cultivos por la mañana -dijo ella a manera de excusa-. Si caminas casi toda la noche para regresar a la aldea nos serás de poca utilidad.


– Acepta mi eterna gratitud, Shanna -dijo él y a ella no se le escapó la inflexión de la voz de él.


– Bribón. -Sonrió de mala gana-. Yo estaba segura de que el señor Hicks te colgaría. Parecía bastante ansioso de hacerlo.


– No tan ansioso de eso como de dinero, Shanna -dijo Ruark, y saltó Y montó detrás de ella-. y por eso estoy muy agradecido.


Sus brazos vigorosos la rodearon otra vez. Ruark golpeó ligeramente los flancos de Attila con los talones Y el animal partió al trote.


Ruark conducía como un jinete consumado y Shanna lo dejó hacer y se apoyó contra él, pero con el estrecho contacto tuvo conciencia de la sensación dura, masculina que él le causaba y del cosquillearte

calor que se difundía por todo su cuerpo..


Cuando casi llegaron al lugar de donde él había silbado, él preguntó:


– ¿Volveremos a encontrarnos aquí?


– ¡Claro que no! -Nuevamente era la orgullosa Shanna que ignoraba la excitación que había empezado a crecer dentro de ella. Se sentó erguida y apartó la mano de él que se apoyaba en su muslo-. ¿De veras

me crees capaz de ir, a espaldas de mi padre, a encontrarme con uno de sus siervos para retozar en el bosque? Eres odioso al hacer esa sugerencia.


– Ajá, te ocultarás a la sombra de tu padre -replicó Ruark secamente-. Como una criatura, temerosa de ser una mujer.


Shanna puso rígida la espalda y se volvió encolerizada.

– ¡Baja, descarado! -exigió-. ¡Apéate Y déjame en paz! No sé por qué accedí a cabalgar contigo. ¡Tú… asesino despiadado de una criada fregona!


La risa baja de él la irritó más pero Ruark detuvo a Attila; se apeó y miró a Shanna con esa expresión deliberada que medio se burlaba de ella y medio la devoraba. Esta vez Shanna incitó al caballo con los talones y partió por la playa, sin volverse.


Habiendo fallado su falsa solicitud, Shanna se entregó a una intensa actividad. Sin haberlo planeado, se convirtió en escribiente de su padre. Lo acompañaba en sus viajes por la isla, tomaba notas importantes cuando pasaban por los cultivos y las zonas desmontadas. Escuchaba cuando los supervisores Y capataces hacían sus informes y convertía sus comentarios en cifras llevaba registros de las horas de los hombres necesarios para completar una tarea y de las cosechas producto de su labor.


Era evidente que dondequiera que se presentaran dificultades ella vería a una mula con su jinete con pantalones cortos en el lomo, observando el trabajo de los hombres, explicando alguna innovación con gestos de las manos y dibujando con la pluma y el papel que siempre llevaba consigo.

Shanna debió admitir, con la prueba de una cantidad de cifras y de la frecuente mención del nombre de él, que donde estaba Ruark los hombres eran más felices y el trabajo se hacía más rápidamente.

Aunque Shanna estaba muy ocupada con sus nuevas tareas era imposible, pese a un esfuerzo considerable, ignorar al hombre. Como comentara su padre una tarde, riendo, John Ruark era tan conocido como él mismo en la isla y aparentemente más estimado. Pero Shanna debía luchar y se las arregló para sumergirse en el trabajo. Cuando el hacendado estaba ocupado en otra parte y ella no tenía trabajo en la mansión, repasaba sus diversos intereses, comprobaba los libros de contabilidad, la calidad de las mercaderías, o se limitaba a escuchar a la gente y prestar atención a sus problemas.


Sumergida en esta actividad una tarde del viernes estaba en la tienda de la aldea revisando las cuentas de los siervos. Cuando pasaba la hoja del libro de contabilidad sus ojos cayeron sobre el nombre de John Ruark y la curiosidad impulso a mirar las columnas de su cuenta. Las cifras la sorprendieron


La columna de compras era muy breve. Aparte de útiles de escritura, una pipa y un jabón, había solamente una rara botella de vino y un ocasional paquete de tabaco. La columna más larga era la que contenía los cambios en su paga y aquí -la siguió hacia abajo con la punta del dedo- vaya, la misma había sido incrementada una y otra vez, triplicada, no, más de diez veces los seis peniques de un siervo nuevo. Continuó con la cuenta de créditos y con un rápido cálculo mental comprobó que para fines de mes él habría casi llegado a las cien libras de crédito. Entonces otro detalle llamó la atención de Shanna. Había dineros que no provenían de su paga. Al ritmo en que él estaba sumando créditos, probablemente sería libre en un año o dos.


La puerta trasera, por donde el tendero, señor MacLaird, saliera momentos antes, cerróse con fuerza y Shanna oyó ruido de pasos que se acercaban.


– Señor MacLaird -dijo ella por encima del hombro- aquí hay una cuenta que quisiera discutir con usted. ¿Quiere venir…?,


– El señor MacLaird está ocupado afuera, Shanna. ¿Hay algo en que pueda ayudarte?


Shanna giró en el alto banquillo porque esa voz era inconfundible. Ruark la miraba con su sonrisa resplandeciente.


– ¿Estás fastidiada, amor mío? -dijo él-. ¿Tanto tiempo he estado lejos que ya no me reconoces? Tal vez pueda brindarte algún servicio, o quizá -levantó una sarta de conchas- ¿una chulería para mi dama?

Bajó las cuentas y Sonrió tristemente. -Perdóname, Shanna. Lo había olvidado. Tú eres la dueña de la

Tienda. Una lástima… Y otro de mis talentos desperdiciados.


Shanna no pudo contener una sonrisa ante los modales alegres de el.


– De eso estoy segura que tienes muchos; Ruark. Mi padre me dice que has empezado a construir un nuevo trapiche. Parece que lo has convencido de que es necesario y de que será más eficiente del que ya tenemos.


Ruark asintió.


– Ajá, Shanna. Eso he dicho.


– ¿Entonces por qué estás aquí? Yo creía que estarías muy ocupado para andar de un lado a otro. ¿Acaso últimamente eres tu propio capataz y vigilas tus propios horarios de trabajo?


Ruark enarcó las cejas y la miró.

– Yo no estoy estafando a tu padre, Shanna. No temas. -Señaló con el pulgar hacia la trastienda-. He comprado un cargamento de ron tuve que venir a terminar unos dibujos para tu padre. El señor MacLaird está ahora revisando los barriles. Si lo que deseas es una compañía que nos vigile, él vendrá en seguida.


Shanna señaló el libro con la pluma.

– Para ser un conductor de carros pareces muy bien pagado. y aquí hay otras- sumas que me intrigan..


– Eso es muy simple -explicó él- En mis horas libres trabajo para otras personas de la isla. En retribución ellos me hacen algún servicio, o me pagan con dinero. En la aldea hay una mujer que lava mi ropa por…


– ¿Una mujer? -interrumpió Shanna, picada su curiosidad. Ruark la miró con una sonrisa torcida..


– Vaya, Shanna, amor mío, ¿estás celosa?


– ¡Claro que no! -estalló ella, pero su rostro se ruborizó intensamente-. Simple curiosidad. ¿Decías…?


– Sólo es una pescadera, Shanna. -Ruark no cedió-. Nada tienes que temer.


Los ojos azul verdosos se entre cerraron furiosos.


– ¡Eres intolerablemente presumido, Ruark Beauchamp!


– Sshh, amor -la amonestó gentilmente él y sus ojos brillaron intensamente-. Alguien podría oírte.


– ¿Y qué haces para el señor Hawkins? -preguntó Shanna, irritada con su sola presencia. ¡Hubiera querido gritarle, golpeado en el pecho con los puños! Cualquier cosa para borrar la sonrisa de esa cara.


Ruark se tomó tiempo para responder; dejó el sombrero sobre una pila de mercaderías, se quitó la camisa y la puso sobre el sombrero.


– En su mayor parte lo que podría hacer el mismo señor Hawkins si se lo propusiera… reparar los botes y esa clase de cosas.


– Al ritmo que se está acumulando tu dinero, no estarás mucho con nosotros -comentó Shanna.


– El dinero nunca ha sido problema para mí, Shanna. Considerando los últimos acontecimientos, yo diría que mi problema es uno: las mujeres, o mejor dicho la mujer.


La mirada de Ruark ahora era directa, desafiante, casi insultante, y la recorrió desde los finos tobillos adornados con medias de seda blanca. que asomaban debajo de la falda, pasó por la delgada cintura ceñida por el vestido a listas blancas y rosadas y se detuvo perezosamente en los senos redondeados. El escote del vestido estaba bordeado por un encaje delicado y espumoso que llegaba hasta la garganta. Sin embargo, Shanna sintió se desnuda bajo la mirada de él.

– ¿Entonces me consideras tu problema?


– Ocasionalmente, Shanna. -Su rostro se puso serio cuando sus ojos se encontraron con los de ella-. La mayoría de las veces, a ti te considero la más hermosa mujer que vi jamás.


– Por mi vida no puedo creer que yo sea tu problema, Ruark -dijo Shanna: Apenas te he visto en estas últimas semanas. Yo diría que estás exagerando..


Los labios de él no dejaron escapar una sola palabra pero sus ojos expresaron claramente sus deseos. La atrevida mirada hacía que ella sintiera como si tuviera fuego por dentro. Le encendía las mejillas y le hacía temblar los dedos. El estaba bañado en la luz del sol poniente y quedaba envuelto en un resplandor de profundos colores dorados. Era Apolo fundido en oro y ella no se sintió menos conmovida por la visión de él que por esa lenta y hambrienta mirada.


– Debes haberte criado entre salvajes -dijo ella, a la defensiva-. Pareces enemigo de usar ropas.


Ruark rió suavemente.


– A veces, mi amada Shanna, la ropa puede ser una molestia. Por ejemplo… -Sus ojos la acariciaron nuevamente de pies a cabeza-…A un hombre le resultan muy fastidiosas cuando su esposa las lleva en la cama. -Su sonrisa se hizo perversa-. Ahora, eso que tú te pones para dormir es casi nada. No sería muy difícil quitárselo a una mujer.


El color de las mejillas de ella se acentuó.

– ¡Has tenido el atrevimiento de espiarme desde abajo de mi balcón!

Shanna se volvió abruptamente hacia el escritorio, como despidiendo a Ruark, y se puso a mirar una página que bien hubiera podido estar en blanco por lo que ella vio de la misma.


Una luz suave entraba por una ventana pequeña y alta abierta en la pared sobre el escritorio Y envolvía el perfil de ella en una aureola que la hacía parecer casi angelical. Los ojos de Ruark tocaron el cabello

que caía en cascadas veteadas de oro sobre la espalda. El solo estar tan cerca de ella le resultaba embriagador. La sangre de Ruark le palpitaba en los oídos y sus pies parecieron moverse por voluntad propia hasta que estuvo inmediatamente detrás de ella.


Shanna podía sentir su proximidad con cada una de las fibras de su cuerpo. Los olores masculinos de sudor, cuero Y caballos invadieron sus sentidos. Su pulso se aceleró y su corazón empezó a volar. Ella quería decir algo, hacer algo para distraer la atención de él. Pero era como si estuviera paralizada y sólo pudiera esperar a que él la tocara. La mano de él se adelantó, le tocó el cabello…


Se oyeron pasos apresurados en la tablazón del porche delantero y la silueta de una mujer pequeña pasó frente a la ventana, Ruark se irguió y se apartó rápidamente y cuando Milly Hawkins cruzó la puerta él fingió estar acomodando una pila de sombreros. El escritorio quedaba oculto a la vista detrás de una pila de barriles pequeños y cuando entró por la puerta delantera la muchacha, en su prisa por mirar en el interior de la tienda, no advirtió la presencia de Shanna. Vio la espalda bronceada de Ruark Y corrió hacia él, llevando apretado contra el pecho un lío de ropas del siervo. El no tuvo más alternativa que mirada de frente cuando ella empezó una precipitada explicación..


– Lo vi venir a la aldea, señor Ruark, Y pensé que me ahorraría tener que llevarle la ropa suya que he lavado.


– Yo paso cerca de su casa cuando voy a la mía, Milly podría haberlas recogido entonces. -Sonrió tímidamente cuando por encima del hombro de la muchacha vio que Shanna los miraba severamente.


– Oh, señor Ruark, no es nada. No tenía nada que hacer y pensé que así le ahorraría trabajo a usted.


Milly sacudió coquetamente sus rizos negros Y sus ojos grandes y oscuros tocaron el cuerpo de él en todas partes. Estiró atrevidamente una mano Y la deslizó por las costillas de él.

La mirada de Shanna se hizo más que penetrante cuando vio que la joven acariciaba con sus dedos la piel bronceada de él. Con expresión distraída, Ruark apartó la mano de la joven.


– ¿Está desocupado esta noche, señor Ruark?


Ruark rió de la indiscreta propuesta de la muchacha.


– Sucede que tengo tareas que me ocuparán la mayor parte de la noche -dijo.


– ¡Oh, ese viejo, Trahern! -gritó Milly, exasperada, y apoyó las manos en las caderas-. i Siempre está dándole trabajo!


– Vamos, Milly -dijo Ruark, a quien no se le escapó el alzarse de las cejas de Shanna. Ya tenía dificultades para contener su propia risa y ello interfería en su tono de voz-. El patrón no me ha exigido nada más de lo que yo le he ofrecido. -Tomó el lío de ropa-. Pero déle las gracias a su madre por esto.


En la aldea era bien sabido que Milly era una de las mozas más perezosas. Ella y su padre eran inclinados a mentir durante la mayor parte del día y a quejarse de su pobre estado económico mientras que la señora Hawkins trabajaba duramente como único sostén de su familia. Pero el dinero que ganaba lo malgastaba el padre a quien le gustaba mucho el ron. Ruark sabía que no era la muchacha quien lavaba sus ropas y no era hombre de expresar gratitud donde no era merecida, porque entonces la moza probablemente se presentaría muy pronto en su cabaña con la débil excusa de encargarse de la limpieza.


– Mi madre dice que usted debe ser el hombre más limpio de todo Los Camellos -dijo Milly gravemente-. Ella lo ve cuando todas las noches usted va hacia el arroyo y después regresa y le trae sus ropas sucias. Mi padre dice que no es bueno tanto bañarse, señor Ruark. Vaya, aquí no hay nadie que pierda tanto tiempo lavándose, exceptuando a esa altanera y poderosa perra Trahern y los que viven en la casa grande.


La carcajada de Ruark hizo que la muchacha se volviera abruptamente. Shanna permanecía tiesamente sentada en el banquillo y miraba a Milly con una expresión que nada tenía de afectuosa. La jovencita se encontró de pronto bajo la mirada de Shanna, la cual era suficiente para paralizar a cualquiera. Milly dejó caer la mandíbula como un peso muerto y ahogó una exclamación.


– Ahora soy la señora Beauchamp, Milly -dijo Shanna en tono glacial-. La señora de Ruark Beauchamp, si lo prefieres, o si eso no te gusta, la perra Beauchamp.


Milly gimió angustiada y volvió los ojos hacia Ruark, quien estaba un poco más calmado. Shanna cerró violentamente el libro de contabilidad, arrojó la pluma a un lado y bajó del banquillo.


– ¿Hay aquí algo más que desees, Milly, además de este buen hombre, el señor Ruark? -preguntó Shanna en tono desafiante-. El no está en venta, pero todo lo demás que ves aquí tiene un precio.

Ruark, quien estaba disfrutando intensamente del espectáculo, fue hasta el banquillo que había desocupado Shanna, apoyó una cadera en él y se dedicó a observar a las dos mujeres. Shanna permanecía majestuosamente erguida y altanera, encendida de cólera. Brillaban relámpagos en los lagos azul verdoso de sus ojos. Milly, por su parte, fue hasta el otro extremo de la habitación contoneando las caderas y golpeando el suelo de madera con sus pies descalzos. Era más baja que Shanna, de cuerpo esbelto y con una piel olivácea oscurecida por el sol. Era bastante bonita pero no resultaba difícil imaginaria dentro de pocos años con una bandada de chiquillos de caras sucias prendidos de sus faldas mientras

que uno mamaba perezosamente de su pecho.


– Según la ley de su padre, un siervo es libre de casarse con cualquier esposa que esté dispuesta a entregársele -afirmo Milly, aunque en un tono bastante suave. Los Camellos pertenecía a los Trahern. Irritar a uno de ellos podía ser tentar al destino-. Vaya, el señor Ruark hasta podría escogerme a mí. No hay muchas otras en esta isla.


La sorpresa de Shanna se notó durante un momento fugaz.


– ¿Sí? -Arqueó las cejas Y miró interrogativamente a Ruark -. ¿El ya te lo ha pedido?


Ruark ni asintió ni hizo un gesto de negación, sino que sonrió perezosamente bajo la mirada de Shanna.


– Vaya, él no ha tenido mucho tiempo con todo el trabajo que hace..

– Para eso mi padre lo compró -dijo Shanna suavemente, fastidiada con la muchacha- y no para semental, como tú pareces creer, y ciertamente no para que engendre una sarta de chiquillos malcriados.


Antes que Shanna pudiera continuar con su tirada el anciano señor MacLaird entró por la puerta trasera Y le dijo a Ruark:


– Ajá, el ron es bueno llévalo abajo por mí, ¿quieres, muchacho?


Se detuvo abruptamente al ver a Milly.

– Oh, no sabía que había un cliente. Shanna, sé buena y ve lo que desea esta muchacha. El tabernero está muy ocupado y yo tengo que sumar sus cuentas.


Shanna asintió graciosamente al hombre, pero por alguna razón que se le escapaba sintió un creciente resentimiento contra la muchacha.


– ¿Hay alguna mercadería que desees, Milly?


– Ajá. -La muchacha podría jactarse más tarde ante sus amigas de que por lo menos por un momento la altanera Shanna la había servido-. El señor MacLaird tiene unos perfumes que dice que vienen de lejos. Me gustaría olerlos un poco para ver cómo son.


Como Milly evidentemente no traía bolso ni monedas, no fue difícil adivinar el pretexto. Pero Shanna fue de todos modos hasta donde estaban guardados los perfumes. Milly jugueteó con los frascos de perfume hasta que Ruark volvió a entrar por la puerta trasera, trayendo un barrilito sobre un hombro Y otro debajo de un brazo. Con el esfuerzo, sus músculos y tendones sobresalían como cuerdas tensas Y sus brazos

y su cuerpo relucían con una película de sudor, como si los hubieran untado con fino aceite. Milly ahogó una exclamación y el deseo brilló en sus ojos oscuros mientras ella murmuraba una observación:


– ¡Vaya! ¡Igual que una estatua griega, eso es él!


Una línea de piel blanca, no tocada por el sol, se veía sobre el borde superior de los calzones cortos de él y el vientre duro y plano exhibía una fina línea de vello oscuro que descendía desde el pecho velludo. La mirada de Milly estaba tan atrapada por esa exhibición de desnudez que Shanna hubiera querido pellizcar a la muchacha hasta causarle dolor.


Shanna tomó las llaves y corrió a abrir la puerta de la bodega para que Ruark pudiera bajar. Encendió un cabo de vela y precedió al joven para alumbrarle el camino. Usó las llaves para abrir la puerta inferior. La bodega era fresca y seca, y una vez adentro Ruark dejó los barriles en el suelo y se detuvo a descansar un momento. Después levantó uno de los barriles y miró interrogativamente a Shanna, quien señaló un espacio en el extremo de una estantería.


– Allí se añejará mientras se usan los otros.


Ruark regresó para levantar el otro barril y Shanna, con una mueca, enganchó un dedo en el borde superior de los calzones y atrajo una mirada asombrada e intrigada de él. Con tono sarcástico, ella 1o amonestó:


– Milly es una muchacha simple y muy excitable -dijo ella-. Si tú le muestras un poco más, ella podría ser incapaz de controlarse y tú te encontrarías en la posición del violado.


– Pondré cuidado, Shanna -gruñó Ruark, mientras ponía el otro barril en el lugar correspondiente-. Por 1o menos, es bueno saber que contigo estoy a salvo -agregó con una sonrisa relampagueante.


Meses de agravios y tensiones se habían venido acumulando debajo del exterior supuestamente sereno de Shanna. La joven, muy cerca de Ruark, habló con voz grave, casi en un susurro, aunque cada sílaba salió cargada de cólera.


– He llegado al final de mi resistencia -dijo ella-. Me insultas cada vez que nos encontramos y dices que soy menos que una mujer. Me echas en cara mi falta de honor, pese a que yo me he negado a tus groseras propuestas.

– Tú accediste -replicó él-. Tú diste tu palabra y yo exijo que la cumplas.


– El pacto ya no existe -siseó ella llena de ira-. Tú ibas a morir y yo no me siento obligada por el hecho de que no hayas muerto..


– ¿Qué artimañas de mujer te servirán, Shanna? Yo cumplí plenamente con mi parte. Seguí tu juego y confié en ti. Cuando pude haber huido, o por 10 menos haberlo intentado, fue tu parte en el pacto 1o que me retuvo. -Mantuvo su voz en un ronco susurro-. He probado ese bocado delicioso, Shanna, tu dulce; calidez, y desde entonces siento hambre de lo que es mío por derecho de matrimonio. Y 1o tendré.


Shanna apretó los puños y los golpeó lentamente contra el pecho duro Y desnudo de él.


– ¡Vete! -sollozó- ¡Déjame en paz! ¿Qué puedo decir para convencerte de que no quiero saber nada contigo? ¡Te odio! ¡Te desprecio! ¡No puedo tolerar tu presencia!


Shanna luchó contra sus lágrimas y apoyó sus brazos en él. Ruark le habló al oído, lentamente y en tono duro.


– ¿Y yo qué soy? ¿Menos que humano? ¿Inferior a cualquiera porque me encontraste en una mazmorra Y yo elegí pagar a tu padre una deuda que no contraje? Pero te digo esto… -Bajó su cara hasta muy cerca de la de ella y la miró fijamente a los ojos-. Tú eres mi esposa.


Shanna dilató los ojos Y empezó a sentir miedo.


– No -dijo en un susurro.


– ¡Eres mi esposa! -repitió él lentamente y la tomó de los hombros para impedir que ella se volviera.


– ¡No! ¡Jamás! -exclamó Shanna, levantando la voz.


– ¡Eres mi esposa!


Shanna empezó a luchar. El cerró sus brazos alrededor de ella y le impidió los movimientos. Sollozando, Shanna lo empujó en vano en el pecho. Con el esfuerzo, inclinó la cabeza hacia atrás y él la besó en la boca. En forma de amor, la cólera se convirtió en pasión. Los brazos de Shanna subieron Y se cerraron alrededor del cuello de él en frenético abrazo. Sus labios se retorcieron contra los de él y todo el calor de su pasión tanto tiempo contenida inundó a Ruark hasta que su mente empezó a girar enloquecida ante la respuesta de Shanna. El había esperado lucha Y en cambio encontraba la furia de una pasión devoradora en los labios de ella.


Se separaron jadeantes, ambos atónitos por el fuerte golpe de su ardor. Trémula, Shanna se apoyó contra la pila de barriles, sin fuerzas.


Cerró los ojos. Su pecho subía y bajaba agitadamente.


Ruark, controlándose apenas, la tomó nuevamente en brazos pero un pensamiento se le impuso. ¡No en una sucia bodega! Ella era digna de mucho más que eso para él. y si llegaba a venir alguien, él sería encerrado nuevamente. ¡Paciencia, hombre, paciencia!


Ruark reprimió su sensualidad con una voluntad de hierro. Lentamente se volvió y empezó a subir la escalera, con la esperanza de que se enfriaran su sangre Y su mente. Cuando abrió la puerta se encontró con la mirada del señor MacLaird, se alzó de hombros Y se adelantó a su pregunta.


– Ella está contando los barriles -dijo.


Cuando Ruark entró nuevamente en la bodega, Shanna también había recobrado su compostura pero sus ojos lo siguieron hasta que él regresó a su lado. Entonces, ella susurró:


– Gracias.


– No me agradezcas todavía -murmuró él y le limpió gentilmente una marca de polvo del brazo-. Habrá una ocasión mejor y un lugar mejor que éste.


Ruark fue por más barriles y cuando traía los últimos a la tienda Shanna salía por la puerta delantera acompañada del señor MacLaird.


Milly todavía estaba allí curioseando y con los ojos llenos de hambre. Para no enfrentarse con su provocativa atención, Ruark cerró violentamente la puerta de la bodega, tomó su camisa y sombrero y se marchó con lo que hubiera podido describirse como una prisa indebida.

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