Capítulo 14

EL lunes, Jeanne volvió a llevarle el almuerzo. Después de una hora de risas y bromas, regresó al trabajo. Hannah había elegido un libro para leer, hasta que Eric volviera del trabajo, cuando llamaron a la puerta.

– ¿Hannah? Soy tu abuela. ¿Puedo entrar?

Hannah se quedó boquiabierta. Miró a su alrededor buscando un sitio donde esconderse.

– ¿Hannah? -volvió a llamar Myrtle.

– Aquí -contestó Hannah, preguntándose qué hacía su abuela allí y cómo iba a justificar estar en la cama a media tarde.

– ¿Cómo estás, querida? -preguntó su abuela, entrando en el dormitorio.

Como era habitual, Myrtle Bingham estaba perfectamente vestida para la ocasión. Llevaba un traje pantalón que dejaba entrever su esbelta silueta, discretas joyas de oro y un bolso a juego con los zapatos color crema.

Hannah se sintió como una vagabunda con sus pantalones cortos y camiseta. Tenía los pies descalzos y necesitaba urgentemente una pedicura. Al menos se había duchado esa mañana y tenía el pelo pasable.

– Estoy, eh, bien -contestó Hannah. Se mordió el labio inferior-. Es una sorpresa que hayas venido. No es que no seas bienvenida. Es sólo…

Myrtle señaló la silla que había junto a la cama y cuando Hannah asintió con la cabeza, se sentó.

– Esta mañana tuve una reunión con mi comité. Uno de nuestros objetivos es reunir fondos para la clínica y suelen asistir miembros del personal para hacernos llegar sus necesidades.

Hannah escuchó atentamente, pero adivinaba lo que iba a decir: alguien le había comentado que estaba embarazada. Lo comprobó unos segundos después.

– Una de las enfermeras vino a hablarme en privado -siguió Myrtle-. Dijo que me suponía muy preocupada por ti y por el bebé, pero que no debía estarlo. Que el reposo te estaba yendo bien y que mañana esperaban decirte que podías volver a la vida normal -Myrtle hizo una pausa expectante-. Estoy segura de que hay una explicación lógica.

– Así es -Hannah asintió lentamente-. Es lo que piensas. Estoy embarazada.

– Entiendo -su abuela no dejó de mirarla a los ojos-. Tengo tantas preguntas que no sé por dónde empezar.

– Quieres saber de cuántos meses estoy, quién es el padre y todas esas cosas -apuntó Hannah.

– Sí, supongo que eso también es importante -su abuela arrugó la frente-. Pero lo que más me preocupa es por qué no viniste a decírmelo -apretó los labios-. Creía que nos considerabas familia, Hannah. Soy tu abuela. Si tienes problemas…

– No los tengo -atajó Hannah rápidamente, después se rió-. Bueno, excepto lo obvio. Estar embarazada, quiero decir -miró a la mujer que estaba a su lado-. Pensé que te decepcionaría -musitó, luchando contra las lágrimas-. No te gustó que dejase Derecho y pensé que lo del embarazo sería demasiado para ti. Sabía que te enterarías antes o después, no es algo que pueda ocultar.

– Lamenté que dejaras Yale -admitió su abuela-, pero sólo porque no entendí el porqué. Enterarme del embarazo aclaró muchas cosas. Por qué lo dejaste, por qué regresaste, por qué compraste la casa. En cuanto a sentir decepción, nunca se me ha pasado por la cabeza.

– Es como la repetición de una historia -dijo Hannah, deseando poder creer a su abuela-. Primero mi madre, ahora yo.

– No culpo a tu madre de lo ocurrido -Myrtle negó con la cabeza-, sino a mi hijo. Billy era un alocado y un don Juan. Enamoraba a jovencitas inocentes y se aprovechaba de ellas.

– Entonces, sí es una historia que se repite -dijo Hannah, avergonzándose al comprender.

– No, querida. Acabo de explicar que no fue culpa de ella.

– Quizá tampoco la tuve yo -Hannah cruzó las piernas-. Pero tengo la sensación de que cometí el mismo error que ella -le explicó brevemente lo ocurrido con Matt.

– Entiendo -dijo su abuela cuando terminó-. ¿Estás segura de que quieres olvidar a ese joven? ¿No deberías obligarlo a asumir sus responsabilidades?

– Sé lo que quieres decir -admitió Hannah, intentando no sonreír al ver que Myrtle hablaba igual que Eric-, pero prefiero que desaparezca de mi vida. Creo que mi hijo será mucho más feliz con una vida estable, en vez de pasarla esperando que su padre aparezca y sufriendo constantes decepciones.

– Comprendo tu punto de vista. Cuando Billy descubrió que existías, había madurado lo suficiente para considerar la posibilidad de actuar como padre. Pero cuando naciste, hubiera sido un auténtico desastre -la anciana se inclinó hacia ella-. Hannah, desearía que te sintieras parte de la familia. Todos te queremos.

– Gracias -Hannah recordó el encuentro con su tío Ron, sabía que él estaba de su parte-. No te culpo a ti ni a la familia. Creo que me he resistido a involucrarme demasiado. No sé por qué. Quizá por miedo al rechazo.

– No temas eso, querida -Myrtle acercó la silla y agarró la mano de Hannah-. Quiero que estemos más unidas. Puede que sea difícil al principio, mientras llegamos a conocernos, pero creo que podremos capear el temporal. Además, vas a darme mi primer bisnieto.

– Eso es verdad.

Hannah no había pensado en la conexión de su bebé con los Bingham. De pronto, deseó que formase parte de esa familia, que conociera los orígenes de ambos.

– Perdona -se disculpó-. Lamento mi actitud distante y solitaria. También quiero que estemos más unidas.

– Me alegro -su abuela le apretó los dedos y la soltó-. ¿Cuánto tiempo más debes pasar en reposo?

– Mañana voy a la clínica. Creo que el virus ha desaparecido y hace varios días que mi tensión es normal, así que supongo que me darán el alta.

– ¡Buenas noticias! ¿Te gustaría trasladarte a mi casa?

– Si no te molesta, prefiero quedarme aquí -Hannah había esperado una invitación a comer, no una llave de la puerta-. Tengo que arreglar el jardín y preparar la habitación del bebé -alzó la mano antes de que su abuela pudiera decir nada-. Te prometo que antes de hacer nada hablaré con la doctora.

– Como quieras, pero serías bienvenida, Hannah. La casa es suficientemente grande para que tengas tu propio espacio, como decís los jóvenes.

Hannah estaba segura de que hacía por lo menos veinte años que los jóvenes no hablaban de «su propio espacio», pero entendió a su abuela. Aunque apreciaba la invitación, quería mantener su independencia. Además, tenía que pensar en Eric; su relación podría no florecer bajo la mirada escrutadora del clan Bingham.

– Si cambio de opinión, te lo haré saber. Entretanto, quiero que sepas que puedes venir aquí cuando quieras.

– Quiero que me prometas que vas a cuidarte -pidió su abuela-. Tienes que pensar en la generación futura. Además, tenemos que empezar a pensar en casarte.

– Tiempo al tiempo -rió Hannah-. De momento, me conformo con que me den permiso para levantarme y andar -pensó para sí que además, era posible que lo del matrimonio ya estuviera en vías de solución.


Hannah casi salió botando de la consulta.

– ¿No es una noticia fantástica? -le dijo a Eric mientras iban hacia el coche-. Puedo levantarme y andar. Incluso puedo trabajar en el jardín.

– Tienes que descansar una hora por la mañana y dos por la tarde -le recordó él-. Y tomarte la tensión un par de veces al día.

– Eso es fácil -dijo ella.

Después de pasar una semana en la cama, la idea de poder ir a la cocina a prepararse un té o sentarse en el jardín era emocionante. Le habían dado carta blanca para todo tipo de actividades físicas. Hannah le había preguntado a la doctora si podía practicar el sexo y había recibido un sí rotundo.

De hecho, tenía planes para esa misma tarde. Siguió a Eric al coche y se sentó en el asiento del pasajero.

– Pareces muy contenta -comentó él, arrancando.

– Lo estoy. Es como salir de la prisión. Estar confinada en la cama es una tortura.

– No creo que tengas que volver a pasar por eso. La doctora Severs opina que todo va bien.

– No hay duda de que cada vez estoy más enorme.

Hannah había llegado al punto en el que parecía embarazada. Por eso quería aprovechar para hacer el amor mientras aún pudiese maniobrar. En un par de meses más estaría muy poco atractiva. Puso la mano sobre el muslo de Eric.

– Sé que estás muy ocupado en el trabajo. Muchas gracias por llevarme al médico.

– No es problema. Jeanne retrasó mi reunión de esta mañana para dentro de un rato.

– ¿Vas a volver a la oficina? -preguntó ella.

– Después de dejarte en casa -la miró de reojo-. ¿Es un problema? Si puedes moverte, no creo que me necesites esta tarde.

– No. Claro que no -Hannah se tragó su desilusión.

Entendía que tenía muchas responsabilidades, además, no podía culparlo por no leerle el pensamiento. Si quería que se tomara la tarde libre, debería habérselo pedido, en vez de limitarse a esperarlo.


Hannah preparó una cena sencilla. No quería pasar demasiado tiempo de pie el primer día. Mientras la cena se hacía, se acurrucó en el sofá intentando no pensar en Eric. Eso implicaba no mirar el reloj ni contar las horas y minutos que faltaban para su llegada. Implicaba no pensar en lo que ocurriría esa noche… en su cama.

Lo deseaba. Todo su cuerpo ardía por él. Deseaba sentirlo en su interior. Quería dar y recibir placer.

Oyó el coche un poco después de las seis y sintió una oleada de excitación. Abrió la puerta e iba a lanzar un grito de saludo cuando vio la maleta que Eric estaba sacando del coche.

– ¿Para qué es? -le preguntó cuando entró en casa.

– Para mis cosas -le dio un beso en la mejilla-. He ido trayendo cosas cada día, pero pensé que necesitaría una maleta para llevármelo todo. No quieres que mis trajes llenen tu armario ¿verdad?

A Hannah no le importaba. De hecho, le gustaba ver la ropa de los dos, lado a lado. Como si debiera estar junta, igual que Eric y ella debían estar juntos.

No había tenido en cuenta que cuando estuviera bien, Eric no tenía por qué vivir con ella. Tenía sentido que deseara volver a su vida normal, pero no esperaba que lo hiciese esa misma noche.

– No hay prisa -le dijo-. Puedes quedarte el tiempo que quieras.

– Es muy tentador -replicó él, abrazándola-. Tú eres tentadora. Aprecio la oferta, pero tengo que ponerme al día. Aún tengo que trabajar en mi presentación para la entrevista y llevo retraso en el hospital. Supongo que lo solucionaré trabajando hasta tarde unos días.

– No entiendo -ella sintió un escalofrío, se liberó de sus brazos y se sentó en el sofá-. ¿Quieres marcharte?

– Hannah -él cambio de postura, inquieto-, no es que no quiera estar contigo. Pero tengo…

– Eso ya lo sé -interrumpió ella-. Responsabilidades. Tu trabajo actual. Tu posible trabajo como vicepresidente.

– ¿Por qué suenas enfadada? -preguntó él con el ceño fruncido.

– Quizá porque lo estoy. Por fin puedo moverme de la cama y pensé que te gustaría disfrutar de ello. Creí que desearías pasar tiempo conmigo -tragó aire, irritada-. Pensé que habías disfrutado a mi lado, pero quizá me equivoqué. Puede que sólo te sintieras obligado.

– No puedes creer eso -se agachó ante ella y tomó sus manos entre las suyas-. Sabes que me gusta estar contigo. Lo pasamos muy bien -acarició su mejilla-. Debes creerlo.

– ¿Por qué es tan importante el trabajo en Empresas Bingham? -preguntó ella, que ya no estaba segura de nada-. ¿No te basta con ser el director más joven del hospital? ¿Necesitas una promoción tan pronto?

– No lo entiendes -él se levantó y fue hacia la ventana-. Mi carrera es muy importante para mí.

– Sí lo entiendo. Sé que es importante y respeto tus objetivos. Lo que no entiendo es por qué no puedes mantener el equilibrio en tu vida. Sólo buscas el éxito profesional, ¿qué me dices del crecimiento personal, de amigos y amantes?

– Puede que mi ambición se deba a que no tengo otra opción -replicó él, mirándola-. No todos tenemos la suerte de disponer de un fondo de inversiones que nos mantenga mientras decidimos qué hacer con la vida. Quizá si no tuvieras el respaldo de la fortuna Bingham, no serías tan rápida al juzgarme.

– ¿Eso es lo que piensas de mí? -ella dio un respingo, como si la hubiera abofeteado-. ¿Me consideras una mujer rica y superficial, sin ningún objetivo?

– ¿No me estás llamando superficial tú a mí? ¿No dices que sólo me preocupa mi ambición?

– ¿Acaso te importa alguna otra cosa?

– Yo diría que mi presencia aquí durante la última semana debería ser respuesta suficiente -estrechó los ojos.

– Muy bien. Así que tú eres perfecto y eres el único con derecho a juzgar a la gente, ¿no? -aunque Eric tenía razón, Hannah se sentía dolida y airada-. ¿Te interesa mi fondo de inversión? Pues te diré la verdad. He pasado los últimos diez años de mi vida haciendo lo que todos esperaban de mí. Ahora por fin tengo la posibilidad de pensar en qué quiero de verdad. Y no pienso pedir disculpas por eso.

– Nadie espera que lo hagas -dijo él-. ¿Pero qué ocurrirá cuando nazca el bebé? ¿Qué vas a hacer con tu vida? Eres inteligente, Hannah. Tienes talento y puedes conseguir cosas en la vida. ¿Es verdad que tienes un plan o simplemente estás huyendo porque te resulta más fácil que enfrentarte a la verdad?

– ¡Ah, muy bien! Hablemos de lo que va mal conmigo e ignoremos los problemas de tu vida -se puso en pie-. Creí que eras distinto. Que podías preocuparte de alguien que no fueras tú mismo, pero me equivocaba.

– Siento decepcionarte -dijo él con expresión tensa-. Ésta es la persona que soy. Si no puedes aceptarlo…

Hannah apretó las manos. ¿Acaso había acabado todo? Una parte de ella deseaba gritarle que se fuera. Quería chillar y dar rienda suelta a su ira. Pero otra parte se preguntaba si era la actitud correcta. Si quería a Eric tenía que hacer concesiones. Abrió la boca para decirle que ambos debían calmarse, pero él fue hacia la puerta.

– Olvídalo -dijo Eric-. Esto fue mala idea desde el principio -señaló la maleta con la cabeza-. Vendré en un par de días a recoger mis cosas.

Salió por la puerta y se marchó.


Eric llegó a casa en veinte minutos; tenía toda la tarde para trabajar en su presentación. Pero en vez de sentarse ante el ordenador, se encontró paseando de arriba abajo por el salón.

Nada le parecía bien. Odiaba las paredes blancas y la alfombra clara de su piso. Se paró ante el ventanal para admirar la vista de la ciudad y se descubrió pensando en la casa de Hannah. Ella había añadido toques de color en todos sitios, mediante tejidos, texturas y cuadros.

– Idiota -masculló, consciente de que era más seguro pensar en la casa de Hannah que en su persona. Porque pensar en ella le dolía.

Fue hacia el bar y se sirvió una copa. Intentó recordar a qué se había debido la pelea. No estaba seguro. Había sido muy rápido…

Se habían dicho barbaridades. Él no había pretendido insinuar que era superficial, no lo pensaba en absoluto. Pero tenía tanto talento… debía hacer algo con su vida, no quedarse en casa con un bebé.

Recordó las palabras de ella, acusándolo de no preocuparse más que de su carrera. No era verdad, también le importaban otras cosas. Pero últimamente… Últimamente no había tenido razones para concentrarse en nada que no fuera su trabajo. Se preguntó si Hannah tenía razón, su hermana se quejaba de lo mismo.

Él no quería renunciar a sus objetivos, a sus sueños, pero tampoco quería perder a Hannah. La verdad lo golpeó como un mazazo.

Ésa era la razón por la que había seguido con ella, incluso después de darse cuenta de que no era una mujer que fuera a conformarse con una relación sin compromisos. Aún sabiendo que ella creía en los finales felices, había seguido involucrándose. ¿Por qué?

Porque había visto en ella algo que nunca había visto en nadie. Había percibido que era la única persona que podía convencerle de que el amor duraba y el matrimonio tenía sentido.

La quería.

Era un mal momento para darse cuenta. Justo después de gritarle y salir de su vida. No sabía qué iba a hacer para arreglarlo.

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