Capítulo 30

– Decidme otra vez, ¿cuál es el problema en Calon? -exigió Theron durante una pausa para abrevar a los caballos en un riachuelo.

Los animales necesitaban descansar, se habían empleado a fondo desde Wybren. Diez hombres de Wybren acompañaban a caballo a Theron, incluyendo a Benjamín y Liam, los mejores del pelotón, y Dwynn, el excéntrico. Los hombres habían desmontado y, o bien masticaban el fiambre de ternera que el cocinero de Wybren les había preparado, o aliviaban sus necesidades en un bosquecillo de robles.

Theron desconocía a lo que se enfrentaba en Calon. El tonto sólo abrió la boca para refunfuñar «problema», «hermano» y «Dios».

– ¿Viste a Carrick? -le pidió por enésima vez, pero Dwynn sólo sacudió la cabeza.

– Hermano.

Theron suspiró.

– Mi hermano. Lo sé.

¿O se refería a otra cosa?

– ¿Quieres decir el monje? -Recordó los disfraces que había encontrado en la habitación secreta, y uno de ellos era el hábito y la capucha de un monje-. El hermano del que hablas, ¿vive en Calon?

Una chispa se encendió en los ojos del tonto pero rápidamente se apagó.

Theron frunció el ceño. Tal vez entendía mal al hombre. Todo lo que sabía Theron de Carrick era que había muerto, aunque estuviera seguro de que había evitado el fuego. Theron recordó que el hombre que estaba con Alena en su cámara no era su hermano.

Así pues, ¿dónde estaba Carrick?

Los hombres volvían a sus puestos, los caballos estaban algo más descansados. Calon estaba todavía a dos horas de distancia, así que Theron montó sobre la grupa de su gran corcel alazán.

– Todos a montar -ordenó desde lo alto del caballo.

– A Calon -exclamó Liam con ojos brillantes.

– A Calon -concordó Theron, y deseó que, fuera cual fuese el problema, Morwenna estuviera a salvo-. Que Dios la guarde -susurró, clavando los talones en las ijadas del caballo. El corcel se lanzó a la carrera, el resto le siguieron atronadores.


El espía de lord Ryden se sentó en el borde opuesto a la hoguera del campamento y hurgaba entre los dientes con la punta del cuchillo. Estaban asando dos conejos y un faisán sobre el asador, la grasa chisporroteaba sobre los carbones, el humo se elevaba hacia el cielo. Otros hombres, siempre vigilantes por su condición de proscritos, cuidaban a los caballos o deambulaban por el perímetro del campamento.

Ryden estaba apoyado contra el tronco de un árbol, bebía a sorbos la cerveza de una jarra, descansaba las piernas doloridas después de montar durante horas sobre el caballo. Calculaba llegar a Calon al caer la noche.

– Os digo, milord, que es la cuadrilla de Carrick -insistió Quinn.

El espía era un hombrecito con cara de rata. Tenía los rasgos concentrados en el centro de la cara: nariz larga y frente rugosa desproporcionada con los ojillos y la boca, en la que se apiñaban los dientes amarillentos. Señaló las colinas occidentales con el cuchillo sucio.

– Están escondidos allá abajo, por la vieja cantera. -Movía el acero hacia el campamento y se hizo a sí mismo una reverencia, satisfecho por lo que había descubierto-. Y tienen prisioneros.

– ¿Morwenna? -Ryden escuchó su propia voz preguntar un poco demasiado deprisa.

Los ojos del espía se iluminaron mientras se quitaba un pedazo de carne vieja de los dientes.

– No lo creo.

– ¿Pero decís que Carrick de Wybren está vivo? Y que no se trata del hombre que arrastraron medio muerto a la torre de Calon.

– Así es.

Ryden trató de reprimir la furia que le hervía en la sangre al pensar en el amante de su prometida, el asesino de su hermana.

El espía hizo una mueca y luego cortó otro pedazo de conejo carbonizado del asador.

– Pensaba que a Carrick le quedaba sólo un hilo de vida, que yacía postrado en la torre.

Quinn royó la carne quemada y sacudió la cabeza.

– Parece que Carrick es el líder de esa cuadrilla. No ha sufrido ningún daño en los ataques. -La barbilla de Quinn se plegaba al masticar. Alzó la mirada desde lo alto de sus ojos-. No. Era su hermano.

– ¿Hermano? Todos murieron en el incendio.

– Eso es lo que piensan todos. Pero uno consiguió escapar.

– ¿Otro además de Carrick?

El hombre afirmó con la cabeza.

– Theron, ése es su nombre.

Ryden casi se ahoga con un trago de cerveza.

– ¿El marido de Alena sobrevivió? -susurró incrédulo-. ¿Mientras la mataban? -En su imaginación aparecieron el fuego, las llamas, la cama ardiendo…-. Pero estaba en compañía de Theron.

El espía, con prudencia, no osó decir el pensamiento tácito que pendía entre ellos.

– ¡No, sólo puede ser un embuste! Encontraron dos cuerpos.

– ¿Y no echáis en falta a un hombre? ¿Alguien a quien enviarais a Wybren, que conociera a vuestra hermana?

A Ryden se le hizo un nudo en la garganta. Cerró los ojos. Alena, hermosa y testaruda Alena. ¿Tomó a otro amante que no fuera Carrick en su lecho? El hombre que envió, sí, había sido mozo de cuadra en Heath cuando era un chaval y enseñó a Alena a montar. Pensó que el espía que había mandado vigilar a Alena había desaparecido con unos cuantiosos honorarios. Al parecer no fue el caso.

Apretaba tan fuerte la mandíbula que empezó a dolerle. Si pudiera creer lo que le sugería Quinn, entonces el hombre que había mandado Wybren sedujo a la mujer a quien tenía que velar.

Ryden apretó la musculatura. Un mal gusto le subió a la boca. Se dio cuenta de que Quinn, al otro lado del fuego, estaba mirándole, tratando de interpretar su reacción.

Cuando Quinn vio que contaba de nuevo con la atención de Ryden, comentó con la boca llena de conejo:

– ¿Lo veis, milord? Los rumores de que Carrick está con vida son ciertos.

– ¿Quién os lo dijo? -preguntó Ryden.

– Uno de los matones de Carrick, un hombre que responde al nombre de Hack. Un tipo de aspecto singular. Tiene una marca en la mejilla y unos ojos que apenas parpadean. -Quinn masticó y se limpió los dientes con la lengua-. De todos modos, Hack bebió un poco más de la cuenta una noche en la cervecería, y se jactó ante mí de formar parte de la cuadrilla de Carrick.

– ¿Por qué a vos?

– Porque yo pagaba la cerveza -respondió Quinn con aire de suficiencia-. Me puse al corriente de muchas cosas esa noche.

Ryden quiso sonsacarle más información, pero se contentó con arrancar una rama mojada y musgosa de roble y echarla al fuego. Las llamas silbaban, el humo ascendía al cielo.

Temeroso de que el señor hubiera perdido el interés en su historia, añadió:

– Así que ese Hack y otros dos hombres golpearon al hermano hasta dejarlo sin sentido, casi le mataron, y Carrick les descubrió y amenazó con matarlos a todos. Pero no quería tener más problemas con el incendio de Wybren. Carrick se disgustó mucho. Se enfureció con sus hombres. Les dijo que no había que matarlo, sino advertirle. De todos modos, le dieron por muerto.

– Y los cazadores de Morwenna le encontraron.

Ryden, apoyando los talones, se inclinó hacia atrás y se sintió un poco mejor tras saber que el hombre a quien Morwenna había atendido las últimas semanas no era su antiguo amante después de todo. Tal vez sus preocupaciones sobre el cambio de parecer en contra del matrimonio eran en balde.

Consideró qué pasaría si tomaba las medidas adecuadas.

¿No aparecería él como un héroe, su paladín, si llevara ante los tribunales a Carrick y su banda? Se rió al pensarlo e hizo señas a uno de los hombres para que le llevara una segunda jarra después de acabar la primera. No sólo libraría a la baronía de una panda de ladrones y asesinos, sino que llevaría ante los tribunales a Carrick de Wybren por el asesinato de su familia y liberaría a los rehenes.

Le inundó la satisfacción de verse como futuro barón de Calon, así como de Heath, Wynndym y Bent-wood, dos fortificaciones que eran obsequio de sus anteriores mujeres. Ah, sí, su poder se extendería lejos, por todas partes… Sorbió de la copa y se congratuló por sus previsiones. Antes de salir de Heath, había enviado a tres espías que buscaran cuadrilla de los ladrones que habitaban en los bosques de Calon. Había decidido localizarles antes de que él y su grupo pudieran ser atados. Su plan parecía haber funcionado a la perfección.

– Tomad otro trago de cerveza -le ofreció al espía-. Cuando se haga de noche me llevaréis hasta el campamento de Carrick, y entonces sorprenderemos a ese bastardo y liberaremos a sus prisioneros, una sonrisa se hizo más profunda ante la posibilidad de volverle las cartas al traidor de una vez por todas.

La captura de Carrick con sus propias manos sería una justicia dulce, muy dulce.

Al fin la muerte de Alena sería vengada. Y Morwenna se convertiría en su esposa.


Ella apretó el cuchillo contra el pecho.

Esperaba sola, en la oscuridad al asesino que había segado la vida de Isa.

Volvería, pensó Bryanna sentándose sobre un montón de ropa que había dejado el asesino. Los disfraces que ocultaban su identidad y le permitían pasar inadvertido.

Pasó horas explorando los pasadizos secretos, y su corazón había estado agitado con el miedo de toparse con el monstruo y de que la rajara como había hecho con los demás. Aun así no desfalleció en su misión, explorando tantos pasadizos y cámaras oscuras como le fue posible, con ayuda de la luz de una antorcha tras otra a medida que se apagaban. Había dispuestas diversas antorchas a lo largo de los pasos estrechos, se había arriesgado a coger otras en el vestíbulo de su cámara, en las cocinas, en cualquier parte donde encontrara una puerta y no escuchara ningún sonido al otro lado. Estuvo cerca de ser descubierta en dos ocasiones por la guardia que rastreaba la torre, pero consiguió deslizarse los pasadizos secretos sin ser vista.

Había aprendido mucho del laberinto desconocido.

Los pasadizos se ramificaban, unos acababan en cámaras cerradas sin salida, otros conducían fuera. En las horas que había estado en la penumbra, encontró espacios más amplios desde donde el monstruo podía mirar a través de las rendijas de la pared, vigilando impune las cámaras privadas, observando sin ser visto.

La posibilidad de que estuviera acechando en la oscuridad, a la espera, observando, tal vez con una sonrisa o lamiéndose los labios o tocándose, le ponía la carne de gallina.

Pero terminaría pronto. Él volvería, estaba segura. Y cuando lo hiciera, estaría lista.

Alcanzó la piedra que colgaba de su cuello de una correa de cuero. No sintió nada. Había ido a hurtadillas hasta la cabaña del médico a coger el collar de Isa. Se deslizó también sin remordimiento en la cámara de Isa y tomó sus tesoros: hierbas, velas, cuerda, piedras, dados, un libro de runas y su daga diminuta de filo curvo y malvado. Cargó con todo ello y lo metió en un delantal que colgaba en un muro de la habitación, luego volvió a la cámara adonde acudiría el asesino.

– No te preocupes, Isa -susurró-, acabaré con su miserable vida.

Ten cuidado, pequeña. Él es como el viento, invisible y presente. No bajes la guardia. Nunca.

– Así que hay una segunda trama de pasillos, y creéis que Theron los utilizó para escapar -se esforzaba por entender Carrick buscando por el solario y las cámaras que eran las dependencias de Morwenna.

– Sí. No se me ocurre otra manera con que pudiera despistar a la guardia.

Carrick le lanzó una mirada que ocultaba que sabía algo más, pero no expresó en voz alta lo que le pasaba por la cabeza.

– Vayamos a examinar palmo a palmo la habitación en que estaba.

– ¡Es la tercera vez que lo hago; no, la cuarta!

– Pero es el único lugar, eso lo sabemos con toda seguridad, del que alguien ha escapado. Ni siquiera podéis estar segura de que Bryanna estuviera en su habitación cuando desapareció.

¡Bryanna! Señor todopoderoso, ¿dónde estaba ella? ¿Por qué no había vuelto?

Para convenir un pacto con Carrick, Morwenna se había confiado a sir Lylle. El caballero se había quedado pasmado con su alianza, pero ella insistió en que aceptara la decisión. Sólo sir Cowan, sir James y el capitán provisional de la guardia sabían que Carrick estaba en la torre del homenaje, y mientras él y Morwenna buscaban en la planta superior, algunos soldados eran enviados a las plantas inferiores de la torre y a los edificios, talleres, y cabañas situadas dentro y fuera del patio de armas. Otro grupo más pequeño fue al pueblo, así que el castillo parecía vacío, sólo unos pocos sirvientes continuaban atendiendo las obligaciones.

Entraron otra vez en la cámara de Tadd y, por un momento, Morwenna lamentó que su hermano no estuviera a su lado. Tadd era insociable, sí, siempre levantando las faldas o bebiendo una pinta, pero de corazón noble… Ah, rayos y centellas, ¿en qué estaba pensando? Tadd sólo estorbaría. Siempre estaría recordándole sus defectos, así que mejor era que su hermano no le visitara en breve, antes de que restableciera el orden y encontrara a su hermana.

Estimulada por los pensamientos de salvar a Bryanna, Morwenna caminó hasta el centro de la habitación y observó atentamente las cuatro paredes.

Carrick midió el suelo con pasos.

– Sabemos que, de haber un pasaje secreto, no iría a través del pasillo principal, porque no hay suficiente espacio. Los muros de las entradas no son suficientemente anchos.

– Sí.

– Y con el muro exterior de la torre sucede lo mismo, ved la anchura del alféizar, lo que nos deja el muro entre esta cámara y la siguiente, a izquierda de la chimenea, de lo contrario quienquiera que la construyera se dirigiría hacia el pasillo. Morwenna afirmó con la cabeza y Carrick prosiguió. -El único lugar para una puerta secreta en esta habitación es allí, cerca de la chimenea, que corre hacia aquel muro, o en aquel muro largo sin ventana, puerta o chimenea.

– O en el suelo -dijo Morwenna.

Él asintió, sonriendo.

– O en el techo, pero parece no haber manera de alcanzar el techo, escalera ni piedras que ayuden a trepar para alcanzarlo. Ella observaba el suelo mientras él estudiaba el techo.

– ¿Habéis notado que las paredes de la cámara, a esta altura, son diferentes? No están blanqueadas -preguntó Carrick-. Han dejado piedras con su color natural. El mortero también es gris.

Ella asintió.

– Pensé que era algo extraño cuando llegué por primera vez, pero supuse que era idea del lord que construyó la torre del homenaje.

– Quizá se hiciera así para ocultar las entradas secretas, para asegurarse de que nadie pudiera entrar, fijando el zarzo y el barro y encalando las paredes. -Entrecerró los ojos examinando la piedra y el mortero que llegaban hasta el techo.

Morwenna apartó de en medio los juncos con los pies, reparando en el mortero, incluso apartó la cama a un lado. Las sombras se hacían más profundas a medida que proseguían con la infructuosa búsqueda. Carrick encendió el fuego con un ascua de las velas de junco que había en el pasillo, y ella hizo lo propio con las velas de la habitación.

– Esto es imposible -refunfuñó ella.

– Sólo si lo pensáis así. Si creéis que existe una entrada en esta habitación, entonces la encontraremos.

Ella rezó en silencio para que fuera verdad pero estaba a punto de rendirse cuando vio las rayadas, las largas marcas en el suelo cerca de una de las esquinas. Eso acrecentó su interés.

– ¿Qué es esto?

Carrick corrió a su lado en un instante. Se inclinó sobre una rodilla y tocó las piedras. Palpó a lo largo de la grieta entre la pared y el suelo y sonrió abiertamente.

– ¡Lo encontrasteis, Morwenna! -le dijo-. Hay una abertura aquí -e introdujo los dedos por entre la rendija-. Ahora tenemos que encontrar una palanca, o un pestillo, o un ojo de cerradura, o algo…

Y luego ella lo vio… Un extraño hueco en la roca. Alargó la mano por dentro, sintió el contacto con un trozo de metal y sostuvo la respiración.

– Creo que lo encontré -susurró, empujando con fuerza el pestillo.

La entrada apareció lentamente.

Antes de que ella pudiera pasar a través, la voz de un soldado retumbó por todo el pasillo.

– ¡Lady Morwenna! -vociferó.

– ¡Caramba! -refunfuñó. A toda prisa le dio una de las velas de junco-. ¡Idos!

– No queréis que ellos… -Sacudió la barbilla en dirección a la puerta de donde venía el sonido de las botas que tronaban.

– Todavía no, aún. Ahora idos. ¡Deprisa!

Carrick se escabulló por la entrada recién descubierta y Morwenna corrió hacia la puerta.

Sir Lylle la alcanzó cuando cerraba la puerta de la habitación de Tadd.

– ¿Qué sucede?

– Lord Ryden ha llegado -dijo, acercándose jadeante-. Y no viene solo. Él y sus soldados han capturado a la cuadrilla de criminales de Carrick de Wybren. -La sonrisa le llegaba de oreja a oreja-. Ahora ya no tendréis que negociar con él, milady -le dijo con orgullo.

El corazón de Morwenna dio un vuelco. Carrick estaba ya en las profundidades de los pasadizos secretos de la torre.

– Bien. Montad guardia aquí y yo iré a saludar al barón. No dejéis entrar o salir a nadie.

Ante la perplejidad de sir Lylle ella le dijo:

– Esto es una prueba, sir Lylle.

No explicó nada más, dando a entender que sería una prueba de su lealtad y de que fuera realmente digno del puesto que había ocupado durante la ausencia de sir Alexander.

– ¿Hay alguien más con ellos?

– Sólo los asesinos, el alguacil y el capitán de la guardia -le contestó.

Ella se preguntó por el paradero de los demás. Y Theron, por el amor de Dios, ¿estaría aún en los pasadizos oscuros que estaba a punto de explorar? ¿Y Bryanna? ¿Le habría seguido? ¿Dónde demonios estaban Nygyll, Dwynn y el padre Daniel?

A medida que pasaba más tiempo desde su desaparición, crecía la quietud.

– Por favor, llevadme ante lord Ryden y enviad un mensajero a la mujer del alguacil para informarle que ha vuelto. Llevadla a la entrada. Después volved aquí, a vuestro puesto.

– Pero Carrick podría escaparse.

– Situad centinelas al final del vestíbulo, en lo alto de cada escalera ordenó.

Se puso en marcha rauda hacia la escalera principal, preparándose para enfrentarse con el hombre con quien había jurado casarse.

– Maldito aliento de perro -renegó, recogiéndose el cabello por encima de los hombros.

Había alcanzado el último peldaño, cuando escuchó el sonido de voces masculinas procedentes del gran salón y reconoció la risa de lord Ryden. De repente sonó otro cuerno desde el exterior y sir Hywell abrió puerta.

¿Y ahora, qué?, fue el pensamiento de frustración de Morwenna.

Sopló una ráfaga de aire que reavivó las llamas de las velas de junco y ardieron más brillantes.

– Ha llegado un grupo de hombres de Wybren -anunció.

Graydynn. ¡No!

Morwenna rechinó los dientes. Contrajo los hombros y entró en el vestíbulo cuando Theron, que vestía un uniforme andrajoso y embarrado, entraba por el otro lado. El corazón de ella dio un brinco y sintió que le robaban el aire de los pulmones. Clavó su mirada en los ojos azules, tan azules, sobresaltados por la incontenible alegría que mostraba ella.

– Morwenna -le dijo, mientras otros hombres se unían a él-. No soy…

– ¡Lo sé! -Sin pensarlo dos veces se lanzó contra sus brazos-. Agradezco a Dios que estéis vivo…, Theron.

Él la se agarró bien a él, sintió la comodidad de sus brazos que la rodeaban, y sólo cuando oyó una tos, se dio cuenta de que sir Ryden de Heath, el hombre con el que había convenido en casarse, estaba únicamente a unos pasos, con una mirada abrasadora y la cara encendida por la rabia contenida. Le temblaban las fosas nasales y rebajó la mirada, como si la escena le hubiera indignado.

– Ryden -dijo.

Morwenna abandonó sus brazos.

– Theron. -Ryden miró fijamente al joven con una mirada que podía perforar el granito-. Tal vez podríais explicarme cómo escapasteis a la tragedia de Wybren -inquirió moviéndose lentamente adelante, midiendo tanto las palabras como los pasos- mientras que el resto, incluida vuestra mujer, mi hermana, perecieron.

– Abandoné Wybren antes de que se iniciara el fuego.

– ¿Permitisteis que vuestra esposa tuviera que defenderse sola?

– Ella estaba con alguien.

– ¿Y no pudisteis luchar por vuestro honor?

Los labios de Theron no se movieron.

– Veo que no cuestionáis su fidelidad. Alena tenía poco honor, Ryden, y los dos lo sabemos. Se abandonó al hombre que enviasteis para que la espiara -dirigió su mirada hacia Morwenna-. No podemos discutir eso ahora. De camino hacia aquí encontramos al padre Daniel.

– ¡Por fin! ¿Dónde estaba? -preguntó Morwenna, irritada porque el sacerdote había abandonado la torre.

Su cólera se disolvió al instante cuando apreció la mueca en la mandíbula de Theron y la tristeza que desprendía su mirada.

– Él, también, ha sido asesinado, Morwenna, tenía la garganta rajada de la misma manera que los demás.

– Oh, Dios -susurró. La sangre le corría rauda desde la cabeza-. No.

Recordó el día que le vio a través de la puerta que daba a su cámara privada, con la fusta cruel en la mano, las cicatrices y la sangre en la espalda. Era un alma atormentada.

– Llevadme hasta él -ordenó ella.

– Aún no -ordenó Ryden imperiosamente-, acabamos de llegar.

– Ahora mismo.

Morwenna encontró su mirada retadora. Ryden parecía estruendoso pero ella no se amilanó. El castillo de Calon no era suyo, y él no podía impedir que ella hiciera lo que deseara.

Theron se avino a mostrar el camino y abandonaron la habitación.

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