A los cuatro meses de haber descubierto a Alicia, Víctor se felicitaba por haberla contratado. El secreto acuerdo entre ambos, no sólo satisfizo con creces su lujuria inmediata: Alicia le sirvió también como descanso y distracción eficaz de las veinte horas diarias de trabajo que se impusiera en esos días, para tratar de consolidar su viejo proyecto del turismo arqueológico.
A principios de setiembre, el Ministerio del Turismo aceptó su plan de crear una firma mixta para la prospección de galeones hundidos en aguas cubanas; y unos días después, su jefe Rieks Groote venció en un primer y muy encarnizado enfrentamiento, a su hermano Vincent, gran enemigo del proyecto.
Vincent había hecho una tenaz labor de zapa entre el resto de la familia Groote, para rechazar el "proyectyo King". Por su falta de visión, por repulsa a toda fantasía, o quizá por frustrar un nuevo éxito de su hermano menor, Vincent Groote bombardeó desde el principio la "loca idea" de asociar el turismo de su empresa con los galeones del Caribe. Lo calificó de aventura trasnochada, delirios de un improvisado y le auguró un sonado fracaso.
Pero desde hacía cinco años, en el seno de la familia Groote, los vientos soplaban a favor de Rieks. Contra la opinión del difunto padre y de su hermano Vincent, Rieks había logrado un rotundo éxito con su ramal de la firma que abriera en el Caribe. Y al favor de esos vientos, Rieks volvió a derrotar a Vincent en el primer round del Proyecto King; pero a poco de ello, entre Rieks y Víctor, surgió una inesperada crisis.
El 15 de setiembre, Víctor hizo llegar a la presidencia de la GROOTE INTERNATIONAL INC., un memorándum donde solicitaba comisiones del 3% sobre las utilidades netas derivadas del Proyecto King.
Rieks puso el grito en el cielo, dijo que su familia jamás aceptaría eso, que a Víctor se le había ido la mano, que se le había subido la ambición a la cabeza, que aquellas eran ínfulas desmedidas…
– Lo toman o lo dejan -le había respondido Víctor, tajante.
– ¡No seas ridículo, Vic…!
Hubo unos días de tozudez y ánimos caldeados, en que la totalidad del proyecto estuvo a punto de naufragar. Finalmente, Jan van Dongen, eminencia gris de la empresa, pidó a su jefe que le dejara organizar el estudio económico del proyecto. A él le parecía que las "ínfulas" de Víctor, no eran tan desmedidas.
De mala gana, Rieks lo autorizó a investigar el asunto, y al cabo de un mes en que coordinaara el trabajo de un grupo internacional de asesores, Van Dongen le presentó un informe favorable a Víctor, con dos variantes: o se le reconocía un 2%, con un sueldo mensual de 15 000 dólares, deducible de sus futuras comisiones; o se le asignaba una retribución fija de un millón y medio de dólares por año, durante el término de 10 años.
Consultado por Van Dongen, Víctor se mostró dispuesto a aceptar la segunda variante.
– Pero cuando Vincent sepa que le vamos a pagar tres millones cada dos años, va a escandalizarse -había objetado Rieks.
– Tienes que convencerlo de que pagando el 2% le va a salir mucho más caro -insistió Van Dongen, y le extendió un file-. Mira: aquí está el cálculo de los especialistas.
– Pero si en los primeros dos años no encontramos nada en el mar…
– Eso puede ocurrir, Rieks, pero lo que Vincent tiene que entender es que de este análisis y de los antecedentes históricos de la actividad, más la participación anual de miles de turistas que van a trabajar gratis, y esa es la genialidad de Víctor, se deriva que la firma va a ganar como mínimo, unos trescientos millones en 20 años. Reconocerle un millón y medio anual a Víctor, durante sólo diez años, no es ninguna locura. Hay que tener una visión moderna de los negocios, y Víctor es el alma del proyecto, y el único de nosotros que puede echarlo a andar…
Y mientras Van Dongen y Rieks Groote decidían el destino de Víctor, él pidió una breves vacaciones. Necesitaba un poco de amnesia, y dedicar unos días a la meditación y a las putas, su gran sedante.
Desde que Alicia comenzara a trabajar para Víctor y señora, ha ganado tres mil trescientos dólares mensuales, incluidos los diez diarios que le dan para gasolina. Todo ha sucedido sin traspiés. Según su propia cuenta, desde el inicio del convenio hasta mediados de octubre, ha efectuado cincuenta y seis shows con once hombres diferentes; casi todos escogidos por ella. En sólo tres ocasiones, con señas y fotos que le pasara Víctor, Alicia tuvo que seducir por encargo. Fueron también tres hombres muy atractivos. Motorizada, Alicia no pasó ningún trabajo para pescarlos.
Desde que ya no tiene que cazar clientes a punta de nalga y desparpajo; desde que recibe una excelente retribución por acostarse con individuos que le gustan, Alicia vive los mejores días de su vida. Vislumbra un futuro sin nubarrones. Y según Víctor le comentara, Elizabeth elogia el buen gusto de sus elecciones, la frecuencia con que alterna a los tipos, y su renovada fantasía en la acción. Puede afirmarse que el acuerdo rueda a plena satisfacción de ambas partes; y todo parece indicar que se prolongará por mucho tiempo.
Alicia ha cumplido su palabra de guardar absoluta discreción. Los hombres que introduce a la alcoba del show, saben desde el primer momento, que con ella las cosas no pasarán de una descarnada aventurilla. Instruida por el propio Víctor, y a sabiendas de que él oye desde el otro lado del espejo todas sus conversaciones, Alicia declara de entrada ser la amante de un extranjero rico, que vive con ella allí; y queda bien claro que aquella escaramuza sólo es posible mientras él esté de viaje.
En dos ocasiones, en que notara demasiado interés de los tipos por averiguar detalles, los cortó en seco:
– ¿Viniste a templar o a averiguarme la vida?
A un iluso (o bandido, quizá), que al tercer encuentro le declaró la profundidad de sus sentimientos hacia ella, lo enfrió sin piedad:
– ¡Ay, no comas mierda, chico! A mí me gustan los millonarios y tú no tienes donde caerte muerto.
Elizabeth (por una patológica timidez, según Víctor) nunca se ha dejado ver de Alicia; pero como testimonio de complacencia con su ars amandi, le regaló una vajilla de Sevres de noventa y seis piezas, con la que Margarita se arrebató de felicidad; y al volver de uno de sus viajes, le trajo una guitarra española de marca.
De hecho, Víctor vive en el apartamento que sirve de escenario a Alicia, y ella, en general, con su mamá. Y nadie en la compañía sabe que Alicia existe.
En los meses de julio y agosto, en que Elizabeth se marchara a Nueva York, Víctor requirió a Alicia varias veces para sí. Luego aquello se convirtió en norma, y cuando Elizabeth no estaba en Cuba, Alicia pasaba semanas enteras en la casa del estanque, con o sin Víctor.
Desde el inicio, la relación sexual había sido muy satisfactoria para ambos. La pasaban bien. Y aunque durante esos encuentros, no tenía que hacerle ningún show, Víctor le pagaba íntegramente sus mensualidades. Era derrochador, principesco. Así le gustaban a Alicia los hombres. Sin mezquindad, sin cálculo.
El descapotable que le asignaran para salir de cacería, puede utilizarlo a su arbitrio. Eso le ha permitido pasear un poco a su madre, frecuentar con ella Varadero, Viñales, la Marina Hemingway, cenar solas en algún restaurante bueno y alquilar una casa de playa en Guanabo, sin que el ir y venir se convierta en una tragedia.
Víctor se ha cuidado mucho de no mezclarla con el personal de la GROOTE INTERNATIONAL INC, y ha quedado clarísimo que a la casa del estanque, Alicia sólo puede llevar los hombres escogidos por sus empleadores, o efectuar sus propias elecciones, cuando ellos se lo pidan. De la casa del estanque, quedó terminantemente excluido cualquier otro amante o amistad personal de Alicia.
Recientemente, Alicia conoció a Fernando, otro argentino con el que se dio una encerrona de tres días en su casa de Miramar. En dos ocasiones, él llevó amigos e invitados que quedaron embelesados con la música y el charme de la hija, y con la culinaria de la madre.
Sí. Ya Alicia no necesita pedalear, ni romper el aire acondicionado, ni la nevera soviética, ni el reloj, ni hacer el show de los pintores gordos o flacos o enanos o viejos, ni fingirse estudiante; ni desnudarse en el sofá de su casa para apresurar, desde el primer encuentro, su amistad con el nuevo cliente. Ahora espera a que sus relaciones se den con un ritmo más calmo y decente. Y es verdad que ya no acepta invitaciones ni regalos. Ahora, es ella quien agasaja de su propio bolsillo. Sus hechiceros dardos, potenciados por el dinero y carro propios, hacen dianas fáciles, sin tanto esfuerzo. Y aquello de "nunca me ofendas con regalos", "la dignidad es lo único que nos queda", ha alcanzado una dramática eficacia. Al cabo de una semana con ella, los tipos dilapidan fortunas. El tal Fernando la colmó de regalos y prometió invitarla a conocer Buenos Aires.
Muy pocos días después, por razones casi idénticas, recibió una propuesta de matrimonio en firme y la oferta de irse a ocupar un lujoso piso madrileño en La Castellana.
Pero Alicia ya no tiene apuro. Puede darse el lujo de esperar. Con la estabilidad que le garantiza Víctor, y la nueva imagen de desinterés que emite, sabe que puede jugar la partida del corazón solitario y el amor sincero. Y ha decidido actuar con la máxima prudencia. De ningún modo se irá con el primer advenedizo, más o menos ricachón. Ahora, el que la saque de Cuba, será un auténtico millonario. Podrido en plata tiene que estar el gallo.
Al argentino y al español, les ha dado largas.
– Lo voy a pensar.
– Tu propuesta me honra y la agradezco en todo lo que vale; pero…
Tiene preparada una colección de peros, a cual más enardecedor para el cortejante. Cumplen la función de mantenerles viva la llama. Son su reserva estratégica, por si las moscas. Si regresan, ella los atender en su casa. Y lo hará con el esmero de una geisha. Pero está decidida, y su mamá la apoya, a esperar que pique un pez de los bien, bien gordos.
– Un señor Polanco pregunta por usted…
– -Gracias, Julia, dile que pase.
Van Dongen mira la hora. En efecto, lo había citado a la una, pero, inexplicablemente, se le había pasado el tiempo sin advertirlo.
El capitán Polanco, policía jubilado, era parte del equipo cubano que un una época coordinara la actividad de la POLICIA NACIONAL REVOLUCIONARIA con la central de INTERPOL en París. A su vez, autorizado por la policía cubana, realizaba algunas modestas investigaciones privadas, al servicio de empresas y ciudadanos extranjeros.
Dos meses antes, cuando Van Dongen iniciara la investigación sobre el Proyecto King, había decidido por su cuenta, sin informar a nadie, ni siquiera a su jefe Hendryck Groote, indagar a fondo el curriculum de Víctor King. No sospechaba nada malo de él. Admiraba su talento y, desde el inicio, le profesaba simpatía. Pero cuando el Proyecto King adquirió aquella relevancia polémica en la empresa, Jan se impuso efectuarle una elemental indagación. La verdad era que casi nada se sabía de su pasado. A la empresa, Víctor había entrado sin credenciales; por decisión unipersonal de Rieks, que se entusiasmara al oírle su proyecto de los galeones. Y ese desconocido, muy pronto dirigiría una operación multimillonaria. No era cuestión de desconfianza, ni de malevolencia. Era cuestión de método, de rutina profiláctica.
Vía Amsterdam-París, Van Dongen había obtenido las señas del cubano Polanco, quien prometió ayudarlo; pero por las dudas, para no infamar a priori el nombre de Víctor King y poder indagarlo de manera discretísima, le había entregado a Polanco un vaso, con impresiones digitales de Víctor, pero sin darle su nombre. Tampoco le refirió que las impresiones pertenecían a un funcionario de su empresa. Dijo tratarse de un cliente del que quería simplemente asegurarse que no tuviera antecedentes penales. Había riesgos y mucho dinero en juego. Polanco recibió un primer cheque, entendió qué se quería de él, y no hizo preguntas.
Y esa mañana, por teléfono, Polanco le había dejado caer que las huellas del vaso, figuraban en el dossier de un delincuente registrado en los archivos centrales de INTERPOL.
Aquella noticia lo había puesto nerviosísimo. Si era en verdad un personaje peligroso, el Proyecto King no podría realizarse. Para Rieks, después de las grandes ilusiones que se había hecho, sería un golpe terrible.
– Del vaso que usted nos dio, -le dice Polanco, ya sentado frente a él-, tomé las impresiones y las envié a París… Y en efecto, el hombre tiene un dossier abierto. Mire: aquí está la síntesis.
Polanco saca de su maletín un sobre de Manila; y del sobre una hoja mecanografiada.
– -¿Usted lee francés?
Van Dongen asiente, coge el papel y lee:
"Las huellas digitales halladas en el paquete, N°
3324/Cu, corresponden a Henry A. Moore, ciudadano
canadiense, nacido en 1952. El 18 de diciembre de
1974, con 22 años, Henry Moore asaltó por sí solo
la sede del National City Bank of New York, en
Veracruz, y logró huir con el equivalente de unos
87 000 USD (en moneda mexicana de entonces), que invirtió en su totalidad en una fallida empresa de prospecciones submarinas.
"El 12 de agosto de 1976, asaltó el mismo banco
en la ciudad de Cancún, por casi 200 000 dólares,
pero fue capturado dos semanas después. Juzgado en
abril de 1977, fue condenado a 7 años, de los que
cumplió 62 meses en una cárcel local.
"Para más información, consultar la separata
microfilmada.
"Se adjuntan fotos."
Van Dongen extrae una foto. Es indudablemente Víctor King, con el pelo muy corto, y 25 años más joven.
Cuando Polanco se marchó, con su cheque al portador, Van Dongen se quedó absorto. Fijó la vista en un perfil de Carmen, dibujo suyo que recientemente colgara de una pared.
"De modo que se llama Henry Moore, es impostor y pistolero… ¡Quién lo hubiera dicho! "
– ¡Mierda! -se le escapó.
Sin embargo, Jan van Dongen no añadió a aquella palabrota, ningún gesto que expresara desagrado o temor. Al contrario: meneó la cabeza, arqueó el torso hacia adelante, se golpeó una rodilla y esbozó una sonrisa de franca satisfacción.
El descapotable blanco de Alicia entra al parqueo de un elegante local abierto. Víctor la observa sentado en la terraza. Fuma un habano y juguetea con el hielo de su Chivas Regal.
Alicia le ha encargado por el celular, un batido de mamey que ya le ha sido servido en una copa de alto fuste.
Alicia se apea del coche y se acerca a la mesa. Luce guapísima y lo sabe. Camina segura y complacida. Saluda a Víctor con un besito convencional, se instala a la mesa, coge su batido, sorbe y se relame.
– Mmm… Gracias… ¡Tengo una resaca…!
Víctor la disfruta; se deleita en mirarla.
– Me lo imaginaba. Lo de anoche fue muy fuerte…
Mientras Alicia se cruza de piernas en su asiento y revuelve un poco el batido, Víctor comienza a acariciarle una rodilla morena.
Alicia se reacomoda.
– ¡Deja eso, ahora! Vamos a lo nuestro.
Víctor sonríe y da una chupada al habano. Mete la mano en el bolsillo de su chaqueta y hurga un poco. Sin comentarios, deposita sobre la mesa la foto de un mulato muy apuesto, vestido con un atuendo ritual africano.
Ella coge la foto y hace un gesto de complacencia:
– ¡Vaya…! ¿Quién es?
– Se llama Cosme. Lo hemos visto bailar hace unos días. Elizabeth se ha encaprichado con él…
Alicia, sin levantar la vista de la foto, abre aprobatoriamente los ojos:
– Coño, tu Elizabeth tiene buen gusto… ¿Y dónde me empato con este bombón?
– En el Conjunto Folklórico Nacional.
– Me encantan los bailarines, son flexibles, se doblan en cualquier posición…
– Ten cuidado, que no todo se dobla…
Alicia se ríe, apura el mamey, guarda la foto en su carterita y se levanta.
– ¿Ya te vas?
– Sí, tengo cosas que hacer. ¿Y para cuándo quieren el número con el mulato?
– Si lograras llevarlo esta noche, sería perfecto.
– Esta misma tarde le caigo atrás. Si consigo levantarlo, te llamo enseguida por el celular.
– Te esperaríamos a las nueve.
Ella asiente, se inclina para el besito de despedida, se pone unos espejuelos oscuros y comienza a atravesar la terraza.
Al verla alejarse, un camarero se detiene con un vaso en la mano. El vaso también se detiene a mitad de camino entre su bandeja y la mesa de un parroquiano. Y allí sigue el vaso mientras Alicia monta en su descapotable; y allí persiste el vaso, inmóvil, hasta que el carro desaparece en una curva.
Cuando el muchacho se recobra, arquea las cejas, suspira y mira a Víctor con profundo desconsuelo.
Sólo entonces llega el vaso a la mesa de su destinatario.
Domingo por la mañana. En el elegante Club de Golf del barrio de Capdevila, Víctor juega al tennis. Confiado, hace un último servicio, intercambia tres raquetazos y gana. Se acerca a la net, da la mano a su oponente y sale hacia los asientos que hay al borde de la cancha. Coge una toalla, se seca un poco y comienza a guardar sus raquetas y pelotas en un estuche. Cuando termina, sale de la cancha y enfila lentamente por un sendero de grava roja.
Al llegar a su coche, lo abre, deja sus raquetas en el interior, y aún con la toalla alrededor del cuello, abre una neverita portátil y saca una lata de refresco, de la que toma un sorbo. Cuando va a encender un cigarrillo, oye un chirrido de ruedas sobre la grava del parking; y al volverse reconoce, con gran sorpresa, a Van Dongen que se apea sonriente. El narizón viste buzo y pantalón blanco y calza unos mocasines oscuros. En la mano trae una carterita de cuero.
– ¿También juegas tennis? ¡Qué coincidencia!
– Ninguna coincidencia: vine a verte.
– ¿Algo urgente…?
– Urgente no, pero muy serio…
Víctor lo escruta, preocupado.
– Tiene que ser muy serio, para tratarlo un domingo…
Van Dongen mira en derredor y señala un camino.
– Te propongo caminar un poco.
Víctor asiente, se quita la toalla, cierra el carro y comienza a caminar junto a Van Dongen, muy intrigado.
Van Dongen abre su carterita, saca un papel, lo desdobla y se lo entrega.
– Esto lo recibí hace unos días de la INTERPOL.
La mención a INTERPOL lo sacude. Víctor frunce el ceño y mira de soslayo a Van Dongen. Ha palidecido terriblemente.
Por fin, baja la vista y lee muy rápido la primera hoja. Ojea un poco la segunda y se las devuelve.
– Sí. Todo es cierto -y lo mira con una altivez desafiante-: Supongo que estarás horrorizado.
Van Dongen se queda observándolo sonriente y cabecea enigmático.
– No, no estoy horrorizado. De joven fui un poco revoltoso, y todavía pienso que es más decente atracar un banco que ser su dueño.
Víctor, se detiene. Aquel inesperado comentario de Jan, lo toma por sorpresa. No sabe qué decir. Sólo atina a rascarse la cabeza y a sonreír.
Jan adelanta dos pasos y también se detiene para volverse a mirarlo. Víctor lo escruta de arriba a abajo, con los ojos muy abiertos. Ahora articula un fruncido de cejas que pretende expresar incredulidad, pero sólo expresa temor, incertidumbre.
Van Dongen permanece callado y lo mira serenamente a los ojos. No tiene prisa.
Por fin, a Víctor se le ocurre un comentario coherente con la situación:
– ¿Y cómo debo entender entonces tu antipatía por los bancos y tu relación con un millonario como Rieks?
– Rieks me salvó de la locura y el deshonor, y le estoy agradecido. Pero no vine a hablarte de eso, Víctor.
De sorpresa en sorpresa, Víctor intenta decir algo, pero se traba. Finalmente se encoge de hombros y suelta la pregunta que ya le quema en el pecho:
– Supongo que a estas alturas toda la empresa conoce mi historia…
Jan retoma la marcha y permanece pensativo unos instante. Luego endereza hacia un banquito que hay al borde del sendero, lo limpia de hojarasca con la mano y se sienta. Víctor se le para enfrente, apura su lata de refresco y la tira entre unos arbustos.
– En Cuba nadie lo sabe, Víctor. Por ahora, ni siquiera la INTERPOL sabe que Henry Moore y Víctor King son la misma persona. Sólo yo lo sé.
– ¿Tampoco lo sabe Rieks?
– No, no lo sabe…
Víctor alza los brazos, desconcertado.
– ¿Qué quieres de mí, Jan?
Van Dongen baja la cabeza como buscando la respuesta en el suelo. Luego sonríe y lo mira a los ojos.
– Quiero que comprendas mi posición como hombre de confianza de Rieks. En primer lugar, no me asusta tu pasado ni tu cambio de nombre. Estoy convencido de que los asaltos fueron un medio para financiar tus búsquedas submarinas. Yo admiro a los seres apasionados, y buscar galeones hundidos me parece una pasión muy noble.
Jan hace una pausa para sacar sus cigarros de la carterita y le ofrece uno. Enciende ambos y observa el intenso temblor en la mano de Víctor.
– Además, yo he estudiado a fondo tu proyecto y no sólo me parece factible, sino que también me apasiona como una gran aventura poética y altamente rentable. Es algo a lo que yo mismo le dedicaría la vida. Sería muy feliz si pudiera abandonar mi cargo actual y convertirme en tu ayudante.
Víctor sonríe, hinchado de vanidad y se ruboriza.
– ¡Qué más quisiera yo…!
– Pienso que con la enorme inversión en equipos, y los miles de turistas cuyos buceos en estas aguas, tú vas a programar, es muy posible que aparezcan grandes tesoros. Con tus planes, la compañía puede ganar en los próximos años, cientos de millones; pero tú eres quien va a coordinar el trabajo de los equipos y de los submarinistas, y vas a ser el primero en saber lo que hay en el fondo del mar. Sentado en tu computadora vas a tener toda la información que tú mismo has programado. Y ahí está el gran problema. Te vas a convertir en un poder omnisciente. Entonces, ¿qué garantía puede tener Rieks, de que si tú descubres un galeón hundido entre el coral, no decidas ocultarlo y negociar su valor con otra empresa que te pague de golpe 100 millones de dólares, en vez del modesto salario que recibes aquí?
Víctor intenta interrumpirlo, pero Van Dongen lo conmina:
– Déjame hablar. Siéntate y escucha.
Víctor se sienta en el banco y cruza los brazos, ladeado hacia Jan, para mirarlo de frente.
– A mí, la empresa y la familia Groote me importan un bledo. Detesto a Vicent, igual que tú. Pero tengo una deuda de gratitud con Rieks y jamás voy a traicionar su confianza.
Jan se queda unos instantes mirándolo de cerca a los ojos, como para sondear hasta que punto Víctor ha seguido sus palabras.
– Yo no creo que tú juegues sucio con Rieks. De verdad, no lo creo, Vic; pero no puedo estar seguro. Y he venido simplemente a advertirte que si estafas o robas Rieks, yo me sentiré culpable; y esta vez no irás preso. Te haré matar.
Víctor suspira aliviado. Tras la inmediata sensación de fatalidad y ruina que le provocara minutos antes la mención a Interpol, aquella amenaza de Jan le sabe ahora a bendición.
Durante el silencio que se produjo, de varios segundos, Jan evita mirarlo y, como hace siempre que ofrece su perfil grotesco, se acaricia el entrecejo con el dedo mayor. Es su pretexto para cubrirse la narizota con la mano.
– Me desconciertas, Jan -comenta por fin Víctor, sin mirarlo-. Por un lado, te agradezco que no divulgues mis trapos sucios; pero por otro me amenazas. Y no entiendo por qué no le has mostrado esos papeles a Rieks…
– De ningún modo. El tiene sus limitaciones y es pusilánime en algunas cosas. Tu pasado lo induciría a eliminarte del proyecto, y yo quiero que siga adelante. Además, estoy convencido de que sin ti, todo sería distinto.
Víctor le dirige otra mirada de extrañeza.
Una crema espesa, marrón oscuro, le cubre el rostro desde hace media hora. Sobre las ojeras, pómulos y sienes, se ha puesto una especie de laca verdosa que le estira la piel. Tiene la cabeza cubierta con una toalla grande a modo de turbante. Frente al espejo hace un par de muecas y luego comienza a pintarse las uñas postizas de un lila muy tenue.
Cuando termina con las uñas estira los brazos hacia arriba y abre mucho los dedos. Mientras se seca el esmalte, se inspecciona desde distintos ángulos.
Tararea algo por la nariz.
Enciende un cigarro y lo deja en un cenicero. Cuando se dispone a desamarrarse la toalla, suena el teléfono.
– ¿Hola? -habla en inglés con una voz muy ronca -¿Viene Alicia, por fin? ¿Y con quién? Estupendo, Víctor, eres un genio. Sí, sí, ya verás, te tengo una sorpresa. No, ven rápido, te espero. I love you.
Cuelga y sonríe al pensar en el new look con que piensa sorprender a Víctor. Estrenará una peluca africana, de trencitas, y se va a dar un maquillaque oscuro para parecer una mulata. Sabe que a Víctor le gustan.
Alicia entra a la sala del estanque, seguida por Cosme.
– Acomódate, ahora vuelvo.
El muchacho permanece de pie, deslumbrado ante el lujo que lo rodea. A través del ventanal inspecciona los jardines y la piscina. Hace un gesto admirativo y prosigue la visita. Contempla un espléndido jarrón, luego admira un televisor gigantesco. Por fin se detiene al borde del estanque, en el centro de la sala. Se agacha y palpa la temperatura del agua.
En ese momento nota, como abandonada al borde, una talla de madera que no llega a un metro de altura. Es un fauno barbudo, con patas de macho cabrío y orejas puntiagudas, prominentes nalgas, y armado de un falo erecto, negro, lustroso y muy puntiagudo. Cosme lo observa confundido. Sonríe.
Alicia lo sorprende desde atrás:
– ¿Verdad que es precioso?
Cosme se da vuelta algo turbado y la examina como si la viera por primera vez.
Alicia está descalza y se ha recogido el pelo en un moño. Se ha quitado el ajustador y viste sólo una diminuta enagua y una capita de malla transparente, que apenas le cubre los senos. En realidad la función de la capita no es cubrir, sino poner en mayor evidencia.
Cosme se relame al ver, a través de la tela, sus pezones rosados
Alicia se agacha junto al fauno y le acaricia con fruición un muslo.
– Me lo regaló ayer un amigo escultor -dice, mientras le palpa ahora las nalgas enormes-. ¡Vaya! ¡Qué calor! ¿No quieres bañarte y refrescarte un poco?
Cosme asiente vagamente:
– Sí, claro…, si se puede…
Alicia se aleja burlona:
– ¡Claro que se puede! ¡Quítate la ropa y métete! ¿Quieres un trago? -le ofrece, masajeándose distraídamente un seno.
Cosme comienza a desabotonarse la camisa.
– Buena idea. Tú ¿qué vas a tomar?
– Un ron doble a la roca.
– Okey, voy en esa -dice Cosme con el pulgar en alto.
Con las trencitas puestas, se aprueba sonriente desde varios ángulos. Una belleza, la peluca. No en vano ha costado dos mil marcos alemanes.
Se ha puesto un suéter ligero, blanco, que le cubre integramente el cuello, y encima, un vestido con vuelos en el pecho, que le disimula su falta de senos. Ha puesto el aire acondicionado al máximo desde temprano. No sentirá calor.
Bajo las medias muy oscuras y sobre aquellos tacones altos, sus piernas algo gruesas se ven esbeltas, estupendas.
Camina unos pasos por la alcoba y se mira de espaldas en el espejo del ropero. Se ha marcado el talle con un ceñidor ancho, de cuero rojo. Vuelve a hacer un par de giros ante el espejo.
Sí, una bella Elizabeth mulata. ¡Qué divertido! Ojalá le guste.
De espaldas, se alza la falda y vuelve a examinarse las nalgas. No serán las de Alicia, pero con la cintura ceñida, muchas mujeres la envidiarían.
Media hora después, oye llegar a Víctor. Se perfuma los lóbulos con Joy, de Jean Patou, enciende un Cohíba sin filtro, y baja la escalinata hacia la sala, envuelta en humos de Cuba y rosas de Francia.
– Beautiful! -le dice Víctor que la espera al pie.
– ¿Te gusta mi peluca?
Marvellous! -reitera Víctor y le palpa suavemente las trenzas.
Elizabeth remeda unos pasitos estilo pimp roll, made in USA. Él la celebra con auténtica complacencia. Comienza a sentir una prematura erección.
La toma de una mano, se la sube por encima de la cabeza y la hace girar como si estuvieran bailando.
Se oye un fondo musical de Michel Legrand.
Se dan un primer besito superficial.
Después de hacerla girar varias veces, él la coge por la cintura y se aprieta contra sus labios para un beso más intenso.
Elizabeth siente la dureza contra su vientre y lo aprisiona con ambas manos.
– How powerful!
En eso se oye tres veces una especie de chicharra.
– ¡Uy!, ya está Alicia al lado…
Víctor mira la hora.
– Son sólo las nueve menos cuarto… Ha llegado antes de lo previsto.
– Con ese negro entre mis brazos yo también tendría prisa…
Él alza una mano en remedo de darle un bofetón de revés.
Elizabeth se escabulle con una risotada y comienza a correr los faldones de una lujosa cortina de terciopelo rojo. A ambos extremos, los abrocha mediante unos alzapaños amarillos, fijos a cada lado de un armario que cubre toda la pared.
Mientras tanto, con cierta premura, Víctor hace girar un sofá, de modo que quede de frente al armario. Luego arrima el carrito del bar y lo coloca a un lado del sof.
Cuando Elizabeth descorre las puertas del falso armario, aparece Cosme al borde del estanque.
El dorso del espejo sin azogue, no es totalmente transparente. Tiene una ligera blancura, y un cierto brillo, pero la visión hacia la casa contigua, es muy nítida.
Una sensación de frescura y amplitud se establece en el espacio que suman los dos grandes salones, ahora comunicados por la clandestina pantalla.
Cosme, ya sin camisa, comienza a descalzarse.
En efecto, es un bello ejemplar: dentadura perfecta, ojos tiernos, espaldas anchas, longilíneo, manos afiladas. Elegantísimo.
Elizabeth disfruta la visión del mulato, que se ha quedado en slips blancos, con una cadenita de oro y otra de cuentas rojas alrededor del cuello. Lo observa meterse en el agua, con cautela. Cuando está adentro, se acuclilla, y el agua le llega hasta el mentón.
Víctor observa con curiosidad la talla en madera. Se acerca a la pantalla para verla más de cerca. Tiene un miembro muy grueso, de unos 15 cm. En proporción con sus 80 cm de estatura, resulta enorme. El fauno sonríe, orgulloso de sus medidas.
Elizabeth, cuando lo advierte, estalla en una risotada hombruna y se deja caer sobre el sof, lista para ver el show.
– ¿De dónde habrá sacado eso la chiquilla loca? -comenta Víctor, mientras echa hielo en un vaso de whisky.
– Tráeme un Martini -le pide Elizabeth-. Mariana preparó un litro y lo dejó en el refrigerador. Y quiero aceitunas griegas…
Cuando Víctor desaparece en la cocina, ella aprovecha para reacomodarse el suspensor. Tendrá que buscar otro modelo. Ese le queda demasiado ajustado. Con prisa, se manipula la bragadura.
– Shit!
Cada vez que Elizabeth cruza las piernas, siente un tirón en los testículos.
Alicia entra en ese momento en el campo visual. Ve a Cosme, que acaba de sentarse al borde del estanque, en calzoncillos.
– Ay, chico, no seas ridículo, encuérate completo…
Cosme la mira de reojo, turbado:
– ¿Y si viene alguien…?
Ella se divierte con su timidez. Erguida al borde del estanque, segura de sus encantos, se contonea un poco con una mano en la cintura y lo observa burlona, perdonavidas:
– Si viene alguien nos encontrar templando… ¿O es que no te gusta…?
Ante tanto desparpajo, Cosme sólo atina a reír:
– ¿Quieres ahora mismo, en el agua? Está tibia, riquísima…
– No, eso después. Para empezar, prefiero aquí… Ven,
acércate.
Alicia se sienta con las piernas abiertas, y entre ellas coloca
un banquito de madera que tiene a mano.
Mientras Cosme sale del estanque, ella se quita la innecesaria capita. Cuando Cosme se le aproxima, ella le señala el asiento, que ha quedado entre sus piernas, a la altura del cuello.
Cuando Cosme se desnuda, Alicia, divertida y muy puta, admira sus armas con un pronunciado arqueo de cejas:
– Ay, madre mía,… Ven, nene, siéntate…
Lo que Víctor y Elizabeth comienzan a ver, los susurros y gemidos que oyen, se reflejan en sus rostros excitados: ríen, se muerden los labios, jadean, por momentos la expresión del placer y del dolor se confunden…
– Oh, Vic, look at that…
La voz de Elizabeth ha descendido a un tono de urgida
lascivia.
En eso suena el teléfono, varias veces.
– Ese debe ser el escultor, que quedó en llamarme…
– Por lo que más quieras, no atiendas ahora y sigue…
Alicia, de bruces junto al fauno, coge el teléfono, sin soltar a Cosme.
– ¡Ay, qué desesperado eres, chico, déjame atender!
– ¿Jorge? Eres un encanto… Sí, mucho, es una belleza. ¿Qué le pusiste para que reluzca tanto?… ¿Vaselina? ¿Para mí? Ay, qué cochino… Sí, estoy sola.
Alicia guiña un ojo a Cosme y alterna sus besos con el diálogo al teléfono.
– Bueno, no exactamente comiendo, pero algo parecido… A que no adivinas…
Del otro lado del espejo, Elizabeth imita a Alicia. Víctor, lascivamente repantigado, la deja actuar y observa el quehacer de Alicia y su diálogo por teléfono.
– No, no es un caramelo, es más bien saladito…
Cosme en éxtasis, no ha captado el chiste…
– Sí, muy nutritivo… Sin esto, yo no podría vivir…
– Tibio, tibio… ¿La forma? Es como un chorizo… Pero más grande y más… gordo…
– Sí, eso mismo. Adivinaste… Uyy, delicioso… No, eso a ti no te importa… Chau -y corta sacudiendo los hombros de risa.
El fauno la acompaña en su risa.
Cuando cuelga, y retoma a Cosme, advierte que ya está retorciendo los ojos…
– No, ahora no, espera… -y se aparta un poco de él.
Alicia comienza ahora a acariciar el falo macrocéfalo del fauno.
Hipnotizados, los tres espectadores siguen el vaivén de la mano mano blanca y fina, con su anillo de esmeralda. Sobre sí mismos, los tres sienten el jugueteo de los dedos inquietos.
Cosme, con su brazo largo, le acaricia los senos. La mano de Alicia en acción, se refleja sobre el espejo, frente a él. Sin dejar de manipular el miembro ungido, ella hace señas a Cosme de que se ubique sobre el brazo del sofá. El se le sienta abierto, al alcance de los labios, y ella adopta ahora una posición cuadrúpeda.
Sin dejar de estimular al fauno, recomienza su jugueteo de labios sobre el glande de Cosme.
Cosme la ayuda a quitarse el mínimo blúmer.
Desnuda, sus nalgas soberbias contrastan con los muslos morenos del bicharraco.
Entre beso y beso, se muerde los labios y entrecierra los ojos. Y no hay falsedad. Se ve que disfruta intensamente su putería. No es sólo pericia sino vocación.
Ahora se pasea el glande por las mejillas y el cuello. Lo huele con suspiros, como a una fruta.
Sin perder el ritmo de su mano sobre el fauno, Alicia añade ahora un suave vaivén con todo su cuerpo. Mientras sus labios se deslizan en el largo y grueso viaje de ida y vuelta sobre Cosme, ella flexiona el talle y alza las nalgas, para ponerlas en contacto con el fauno erecto; y sin dejar de besar a Cosme, comienza a dilatarse con un leve giro contra la punta del falo aceitado; y cinco minutos después, completamente penetrada por
el divertidísimo fauno, cuando sus ancas están ya en plena y vigorosa rotación, Víctor, demasiado excitado, cree que quizá no pueda esperar a Elizabeth. ¡Por Dios! Aquella locura de Alicia le iba a hacer soltar hasta la médula, y Elizabeth diciendo que también quiere un fauno como aquel, y cuando Víctor ve a Alicia volver las ancas hacia Cosme, y recibirlo completo, e invertir los papeles con el falo del fauno, ya no puede aplazar el orgasmo, que Elizabeth recibe extasiada,…yes! yees!! yeees!!! yeeeeeeees!!!! yeeeeeeeeeees!!!!! Oh, come on Vic, come on my darling, now Vic, noooow, yeeeeeeeeeahhh, ohhhhhhhhhhhhh, ohhhhh, ohhh, ohh, oh…
En sus bruscos movimientos finales, Víctor le arranca la peluca de las trencitas. Sobre la calva muy púlida de Elizabeth, destaca ahora el maquillaje mulato de su cuello y brazos.
Pese al tono muy oscuro que se ha dado, Hendryck Groote no ha logrado ocultar el manchón oscuro que tiene debajo de la oreja.
Terminado el show de Alicia, Rieks tomó un baño, recompuso su maquillaje, su peluca y se puso otro vestido.
Convertido en Elizabeth, bajó de nuevo al salón, en su actitud de dama enamorada y con su dulce sonrisa habitual; en realidad, con una sonrisa más tonta que dulce, al cabo de ocho martinis. Los últimos cuatro se los había echado a pechos con desenfrenada aceleración.
Groote y Elizabeth eran dos personas tan distintas, con dos mundos tan ajenos… En su relación con Víctor, jamás interferían. Cada uno tenía su estilo. Con él, conversaban de cosas muy diferentes. Cuando Rieks estaba con Víctor, no mencionaba a Elizabeth, y Elizabeth ignoraba a Rieks. A veces, Víctor y Rieks reñían por cuestiones de trabajo. Víctor y Elizabeth también reñían, pero nunca por negocios, sino porque Elizabeth padecía esporádicos accesos de desconfianza. Cuando se olía una mentira o dudaba de su sinceridad en el amor, lo agredía por cualquier minucia.
Víctor admiraba aquella capacidad para desdoblarse de modo tan convincente. Sin embargo, cuando en el mes de setiembre estallara entre Víctor y Rieks la gran disputa por las comisiones, que los llevara al borde de la ruptura laboral, también se afectó la relación entre Víctor y Elizabeth.
Habían estado casi un mes sin verse. Pero veinte días antes de aquel encuentro en que disfrutaran de Alicia y Cosme, Rieks había citado a Víctor en su despacho, para anunciarle que gracias a Van Dongen, se había convencido de la justeza de su petición. Y quería hacerle saber que esa misma tarde partiría para Holanda, a dar la batalla final con su hermano. Iba a fundamentar y reclamar sus comisiones.
Y pocos días después, cuando Rieks regresara con su petición aprobada, y la noticia de que el contrato se firmaría a finales de enero, Víctor le agradeció mucho su gestión, y sintió el inmediato deseo de verse con Elizabeth y hacerla muy feliz. Esa misma tarde le dejó una nota en su casa.
En general, Víctor no deseaba a Elizabeth. Ella, con sus atuendos, perfumes, y algunas habilidades suyas, sabía estimularlo. Lo iniciaba con gran pericia, y a la hora de la verdad, en lo oscuro, Víctor actuaba con vigor y se satisfacía aceptablemente.
Luego, desde que contaban con Alicia, la relación se había convertido en algo más grato, que ambos esperaban con anticipada excitación. Aquella muchacha no tenía precio. Era imaginativa, ocurrente, loca, improvisaba con originalidad; a veces, se burlaba de sus amantes. Y del otro lado, aparte de estimularse con su creatividad erótica, ellos disfrutaban las situaciones que generaba, y el humor que introducía en sus shows.
Desde que ella apareciera en escena, ya en los primeros días, Elizabeth no tenía que iniciar los preludios desde cero. Cuando Alicia se anunciaba, y Elizabeth aparecía en la sala con su atuendo de mujer, ya Víctor la esperaba erecto. Desde entonces, Elizabeth había sentido renovarse su atracción por Víctor y crecer su confianza en él. Por fin, había logrado sentirse una hembra estimulante. La hembra que de adolescente se soñara entre los brazos de Alain Delon.
Y la verdad era que Groote, aunque no lo hubiera convencido Van Dongen, tarde o temprano habría cedido a las demandas de Víctor. Su intransigencia la pagaba luego la pobre Elizabeth, que languidecía de amor por Víctor.
Desde la sala que oficia de observatorio, se ve todavía la escena de las proezas de Alicia. Pero ya ella se ha marchado con Cosme. Ha quedado el fauno solo, con su infatigable risa.
Elizabeth cierra el armario y corre las cortinas, mientras canturrea algo. Se sirve otro martini, escancia un whisky a la roca para Víctor y lo incita a un nuevo brindis.
– ¡Por nosotros!
Chocan copas y beben de pie.
Víctor hace girar el sofá, lo empuja hacia su lugar habitual en medio de la sala y se desploma en él. Lleva pantalones cortos y está desnudo hasta la cintura.
Media hora y dos martinis después, a Elizabeth vuelve a enredársele la lengua, y camina sobre sus tacones, con inquietantes temblequeos de tobillos. No cesa de morderse la punta de una trencita y hace todavía más difícil entender lo que dice.
Victor está entonado, alegre, pero no tan borracho. Y al verla empinarse media copa de martini, se la quita con suavidad de la mano.
– Ya está bueno, Elizabeth, has bebido demasiado…
Ella, evidentemente borracha, se pone de pie y lo mira desafiante:
– ¿Tú crees que si estuviera borracha podría hacer esto?
Comienza a girar sobre sí misma con los brazos abiertos, pero de pronto tropieza, se tambalea, y se va de lado sobre Víctor, que la sostiene por la cintura.
– Vamos a acostarnos, Elizabeth. Estás muy borracha.
– Túuuu, eres el borracho, my dear… Mira, a ver si puedes hacer esto…
Elizabeth intenta ahora hacer el cuatro, es decir, quedar en equilibrio en una sola pierna, con la otra cruzada sobre la rodilla y los brazos abiertos, pero se va de lado…
Víctor lanza una carcajada y se para de un salto para hacerlo él, pero Elizabeth lo empuja sobre el sofá y se le echa encima. Se finge furiosa y simula pegarle, pero termina también, riéndose a carcajadas, mordiéndolo, besándolo hasta que caen enredados sobre el piso. Allí se demoran unos instantes hasta que cesan las risas.
Elizabeth se sienta en el piso, en postura de loto, coge una aceituna del estante inferior del carrito y dice a Víctor.
– Ahora tú, mírame a mí…, a ver quién es el borracho.
Con una aceituna entre dos dedos, cierra un ojo, toma puntería e intenta acertar en un jarrón vacío, de boca estrecha, que dista unos cinco metros. Para su propia sorpresa, emboca de lleno.
Se para de un brinco y comienza a aplaudirse y a correr tambaleante entre gritos y silbidos. Luego coge el platillo con aceitunas y se lo ofrece a Víctor:
– Dale tú, borrachito, a ver si eres capaz…
Víctor coge una aceituna y falla el intento. La aceituna rueda por el suelo.
Elizabeth rompe a reír.
Víctor prueba una segunda y una tercera vez sin acertar.
Elizabeth se desternilla y exagera sus burlas. Le silba, le hace cuernos con diez dedos y le tira trompetillas.
Para lanzar su cuarta aceituna Víctor reproduce, con grotesca precisión, los movimientos de un jugador de baloncesto. Coge la aceituna con ambas manos, la apoya contra el pecho y levanta la cabeza. Respira, busca concentración y, apoyando el codo en la palma de la mano, catapulta la aceituna con un elegante quiebre de muñeca.
Falla otra vez y Elizabeth vuelve a formar escándalo. Silba, brinca, saca la lengua y corre desde una pared a la opuesta, alzando las rodillas para burlarse, como los fans, cuando el adversario falla un tiro libre.
En uno de estos brincos, con los tacones, Elizabeth resbala sobre una aceituna y se va hacia atr ás. Al caer de espaldas sobre un rincón de la sala, se incrusta en la nuca una de las puntas lanceoladas de hierro, que forman el cerco de un cantero sembrado de malangas. La punta le penetra hasta el bulbo raquídeo.
Muerte instantánea.
Elizabeth queda tendida boca arriba. La cabeza le forma un ángulo casi recto sobre el pecho. Con la peluca de trencitas algo ladeada y el intenso maquillaje, parece un manequí olvidado. Pero su piel muy morena, a la sombra de la gorda planta que le cae sobre la frente, va cobrando ya el dramático verdor de un cadáver.
El hueso de la aceituna fatal, ha trazado una recta impecable sobre el parquet lustroso.