CAPÍTULO 12


—Se nos escapó. —El rey Ryen se quitó el abrigo, y el sirviente que había entrado en la habitación con él se apresuró a adelantarse para recoger la empapada prenda—. Sólo la Madre Tierra sabe cómo un hombre de su edad posee la rapidez y energía para esquivar a hombres a caballo, pero lo consiguió. —Mientras el sirviente se marchaba con el abrigo, el monarca flexionó los hombros, estiró los brazos y se acercó al fuego para calentarse.

—La camisa también está mojada, Ryen —dijo la reina viuda desde su asiento en el lado opuesto de la chimenea—. Deberías cambiártela, o te resfriarás.

—Ya lo haré, madre. —Le dedicó una sonrisa para demostrar que se sentía menos irritado de lo que su voz daba a entender, pero su expresión cambió enseguida al darse la vuelta para inspeccionar los rostros de las otras dos personas presentes en la habitación, que se habían puesto en pie al entrar él.

»¿Dónde están Brythere e Índigo? —preguntó Ryen.

—Secándose y cambiándose de ropas —respondió Moragh —. Se reunirán con nosotros enseguida. Pero, antes de que lo hagan, hay algo que deberías oír...

—Lo que quiero oír —interrumpió Ryen— es una explicación. —Su mirada se clavó en Vinar, no enteramente sin rencor—. Sin duda tu dama tendría algún motivo para salir corriendo de la ciudadela, robar un caballo que no le pertenece y...

—Ryen —dijo Moragh con voz aguda, y su tono lo hizo callar—, si me lo permites... —El se volvió con el entrecejo fruncido, y la reina viuda continuó—: Los motivos de Índigo pueden esperar hasta más tarde. Vinar ya la ha reprendido y yo también, y estoy segura de que también deseará disculparse ante ti por su insensatez. Pero esto es un poco más importante. Se refiere a Perd.

—¡Oh! —La frente de Ryen se arrugó aún más.

—Sí. Parece —Moragh dirigió una significativa mirada a Vinar— que Índigo ya había visto a Perd antes. —Hizo una pausa—. En un sueño.

Vinar miró al rey, incómodo y bastante confuso, ya que no comprendía la preocupación de la reina viuda por aquel asunto, que era totalmente nuevo para él. Índigo y Brythere habían recibido una turbulenta recepción a su regreso a Carn Caille. Al oír el resonar de cascos de caballos en el patio, Vinar había corrido al exterior con Niahrin pisándole los talones; mientras las dos mujeres desmontaban, había aparecido la reina viuda en escena y había habido un torrente de discusiones, reprimendas y expresiones de entremezclado alivio y enojo. En medio de todo el alboroto, Vinar había intentado preguntar a Índigo qué se había apoderado de ella para que huyera como lo había hecho, pero la muchacha había hecho caso omiso de sus preguntas. Con el rostro enrojecido y aspecto febril, había empezado a hablar de modo apremiante sobre una pesadilla y un anciano loco. Su alteza lo había oído y había intervenido de repente, y ante el desconcierto de Vinar se habían llevado de allí a la reina y a Índigo antes de que él pudiera decir nada más. En estos momentos, el scorvio se encontraba en una habitación con su alteza y Niahrin, y ahora el rey en persona había entrado, y todavía nadie le había explicado qué sucedía.

—Madre, no comprendo —dijo Ryen—. ¿Qué quieres decir con que Índigo conoció a

Perd en un sueño?

—Fue anoche —le explicó Moragh—. Al parecer sufrió una pesadilla en la que vio a dos figuras que se acercaban a su lecho. Una de ellas tenía un cuchillo, y ella vio su rostro con toda claridad. Era Perd.

—Diosa bendita... —El rostro del rey palideció bajo su bronceado—. ¿Estás segura?

—Por completo. Interrogué a Índigo yo misma. No hay duda de ello, Ryen; ha tenido el mismo sueño que ha estado atormentando a Brythere durante tanto tiempo... y sucedió la primera noche que pasaba bajo nuestro techo.

—Eh, esperad —intervino Vinar. Los dos lo miraron sorprendidos, y éste se apresuró a realizar una reverencia a modo de disculpa—. Señor..., señora..., con todo el debido respeto... Si hay alguien que ha estado amenazando a Índigo y del que yo no sé nada...

—No, no, Vinar. —Moragh le palmeó el brazo en un gesto tranquilizador—. Nadie la amenaza. Fue un sueño, como ella intentaba decirte en el patio. Anoche...

—Sí, sí, lo oí. —En circunstancias normales, Vinar no habría tenido la temeridad de interrumpirla, pero su preocupación por Índigo dejaba a un lado todo lo demás—. La escuché decir que había tenido una pesadilla. Pero ahora decís que vio a alguien en su sueño que intentaba matarla, ¡y que ese alguien es real!

—Bien, sí. Pero no es a Índigo a quien quiere matar, Vinar. Cómo consiguió ella, no sé, captar ese hilo, tal vez en su subconsciente, no puedo ni imaginarlo. Pero no existe duda de que soñó con ese hombre anoche, y que ella y Brythere se toparon hoy con él de regreso a Carn Caille. —En su rostro apareció una sonrisa glacial—. Como he dicho, no es a Índigo a quien Perd Nordenson quiere matar. Es a nosotros.

—Él debe de ser uno de los pocos hombres vivos que puede recordar la gran peste — dijo Ryen—. O, más bien, que podría recordarla, ya que parece que no tiene en absoluto un claro recuerdo del pasado. No existe duda, como Niahrin también parece creer — señaló con la cabeza a la bruja—, de que Perd está totalmente loco ahora.

Moragh lanzó un bufido ahogado.

—¿Ahora?

—Madre... —El monarca la miró con aire cansado, y ella se encogió de hombros.

»A lo mejor fui demasiado indulgente —continuó Ryen—, y habría sido mejor para todos nosotros si hubiera hecho eliminar a Perd como mi..., como algunas personas pensaban que debía hacer. Pero Perd sirvió a mi familia durante muchos años, y sirvió a la familia del rey Kalig antes de eso. Sólo la buena Madre Tierra sabe lo que debió de sufrir durante la plaga; qué familiares y amigos perdió, qué penas se ha visto obligado a sobrellevar. Debe de haber sido suficiente para sembrar las semillas de la locura en cualquier hombre, y no se lo puede culpar por aquello en lo que se ha convertido como resultado.

Moragh no se mostraba impresionada —se trataba de un viejo tema de disputa—, pero Vinar clavó los ojos en sus botas y frunció el entrecejo mientras intentaba reconciliar los razonamientos del rey con el odio ciego que experimentaba por principio contra Perd Nordenson. Fue Niahrin quien finalmente rompió el silencio. —Mi señor..., alteza..., si puedo atreverme a decirlo, creo que el rey tiene razón. —Se daba cuenta de que Vinar la observaba con indecisa hostilidad, pero siguió adelante—. No puedo afirmar conocer bien a Perd, pero durante los años que vivió en el bosque no fue jamás un peligro para nadie. Loco, desde luego, y sin que ninguno de nuestros conocimientos humanos pueda hacer nada por él; pero no es un hombre malvado. —Un recuerdo parpadeó en su mente; Grimya, con el lomo erizado y gruñendo con voz ronca: «¡Maligno..., maligno!», y se estremeció de improviso. Pero Perd siempre había odiado a los lobos...

»El cerebro de Perd Nordenson está muy enfermo —siguió, apartando la duda de su mente—. Y sospecho que su obsesión con la reina lo ha perjudicado aún más, hasta el punto de que cree que sois vos, mi señor, y su alteza quienes se interponen entre él y sus insatisfechas ansias. Los ojos de Moragh se iluminaron interesados. —¿Intentas decir que ése es el motivo por el que ha atentado contra nuestras vidas? ¿Porque somos obstáculos a su deseo por Brythere?

El ojo sano de Niahrin sostuvo la mirada de la reina viuda con candidez.

—La verdad es que no lo sé, señora. Pero dijisteis, creo, que Perd nunca intentó hacer realmente daño a la reina.

—Unicamente la seguía y asustaba; y el resto ha sido todo en sus sueños —murmuró Ryen, pensativo—. Sí..., sí, empieza a tener sentido...

—No —intervino Moragh de repente—; te equivocas, Ryen. —Sus ojos seguían fijos en la bruja—. La teoría de Niahrin está muy bien, pero pasa por alto un punto vital, y no es mi intención menospreciarte, querida —agregó dirigiéndose a Niahrin—, ya que no tenías forma de saberlo. Pero nuestros problemas con Perd Nordenson retroceden más en el tiempo. Empezaron cuando mi hijo no era más que un niño de pecho. Se atentó contra la vida de mi esposo, de hecho, contra las vidas de todos nosotros, en aquellos tiempos, y estos atentados no podían tener la menor relación con Brythere, ¡pues ella ni siquiera había nacido! No; Brythere puede haber añadido una dimensión extra al odio que Perd siente por nosotros, puede haberle dado un nuevo acicate y un nuevo foco de atención, pero no es ella la causa. La causa, estoy segura, es más profunda y mucho más antigua. —Frunció el entrecejo—. Mucho, mucho más antigua.

—Entonces ¿cómo es que Índigo se ve involucrada? —medió Vinar—. Ella no tiene nada que ver con ese loco de Perd y tampoco tiene nada que ver con la reina. ¡Sin embargo ahora sufre el mismo sueño, y parece como si Perd quisiera hacerle daño a ella también! No comprendo nada.

—No eres el único, Vinar —dijo Ryen con ironía. Dirigió una mirada a Niahrin—. ¿Tienes alguna respuesta?

—Ninguna de la que pueda estar segura, señor —respondió ella, meneando la cabeza.

El rey lanzó un profundo suspiro.

—Y a todo esto aún falta responder a la pregunta de qué se hace con Perd ahora. Estábamos tan convencidos de que este problema había acabado y que jamás volveríamos a verlo... ¿Por qué se le metió en su anormal cerebro regresar aquí?

Niahrin se había estado haciendo la misma pregunta, pero no dijo nada. Por fin Moragh se puso en pie.

—Sean cuales sean sus razonamientos, tendremos que estar atentas a partir de ahora.

Y creo que nuestra primera prioridad debería ser asegurarnos de que Perd no pueda regresar a Carn Caille.

Ryen gruñó su asentimiento.

—Hace mucho tiempo que no se monta una auténtica guardia en las puertas, pero me ocuparé de que se haga. Aunque después del susto que le hemos dado hoy dudo que Perd tenga la audacia de volver a acercarse a la ciudadela.

—No podemos más que esperar que sea así —dijo la reina viuda—. Y, entretanto... —sonrió a Vinar y a Niahrin con repentina simpatía—, hemos de procurar que la estancia de nuestros invitados resulte más agradable de lo que ha sido hasta ahora. La misión de Vinar no está ni mucho menos resuelta, y Niahrin se ha tomado muchas molestias para traer a la loba domesticada aquí para que se reuniera con su dueña.

Niahrin le devolvió la sonrisa con una leve expresión sarcástica.

—Por desgracia, señora, hasta ahora no ha resultado una reunión feliz. —Hizo como si no viera la dura mirada lanzada por Vinar.

—No —asintió Moragh—. No, no lo ha sido. Tengo entendido que los lobos son tan leales como los perros; la pobre criatura debe de sentirse muy desdichada ante el rechazo de Índigo. Bien; yaceremos lo que un poco de tiempo puede hacer. Vinar e Índigo permanecerán en Carn Caille mientras realizamos investigaciones sobre la cuestión de localizar a la familia de la muchacha. También me gustaría que te quedaras tú, querida. Tengo la impresión de que la loba te ha tomado cariño, de modo que tu presencia será de gran ayuda. No, no —se apresuró a añadir al ver que Niahrin, asombrada, protestaba que no era digna de tal invitación—, eres una invitada realmente bienvenida, e insisto en que te quedes.

El significado de sus últimas palabras escapó a Vinar y a lo mejor también a Ryen, ya que éste miraba por la ventana, con los pensamientos en otra parte. Pero desde luego no escapó a Niahrin. La bruja inclinó la cabeza humildemente.

—Desde luego, señora. Lo que deseéis. Muchas gracias.

Por voluntad de la reina viuda todos los huéspedes fueron invitados a cenar en el gran salón esa noche. En un principio la perspectiva horrorizó a Niahrin, al imaginar un espléndido banquete ceremonioso en que ella, con su desfigurado rostro y sus burdas ropas, destacaría vergonzosamente entre tan eminente compañía. Pero Mitha, la alcaidesa de rostro siempre sonriente, aseguró a la bruja que no tenía nada que temer. Todo el mundo desde el más alto al más bajo asistía a la cena, dijo Mitha; era una actividad comunal de señores y sirvientes, y la mayoría de las veces la familia real no estaba presente. Si Niahrin lo deseaba, le prestaría un traje más elegante para la ocasión —las dos tenían aproximadamente la misma talla— pero era probable que la bruja se sintiera más fuera de lugar si se engalanaba que si se limitaba a llevar sus ropas acostumbradas. Niahrin se sintió tranquilizada y empezó a esperar el momento con ansia, pero, como se vio más adelante, iba a sufrir una decepción. Grimya, que por el momento compartía la habitación de Niahrin, seguía sumida en una profunda melancolía por lo ocurrido con Índigo y también la aterrorizaba que Vinar fuera a olvidar su promesa y revelara su secreto al rey. Se negó en redondo a dejarse ver en el salón, no obstante el hecho de que no habría habido inconveniente para llevarla, y Niahrin sintió que en conciencia no podía dejarla sola con su pena. Discutieron; hubo un momento en que se encontraron en un callejón sin salida pero al fin Niahrin se salió con la suya. O iban las dos o las dos se quedaban, dijo, y si Grimya no quería ir de ninguna manera, entonces la cuestión quedaba zanjada. De modo que se acordó con Mitha que Niahrin iría a la cocina y se traería una bandeja de comida para ella y otra para la loba, y la bruja ahogó su desilusión y se conformó con la perspectiva de una velada sin incidentes.

No había existido reconciliación —si era ésta la palabra correcta— entre Grimya e Índigo. Lo cierto es que ni se habían vuelto a ver desde aquel primer fugaz y desafortunado encuentro, y la desolación de la loba era tal que no estaba dispuesta a dar el primer paso. Si Índigo ya no la recordaba, dijo, y ya no deseaba su amistad, entonces ella ya no tenía valor para intentar hacerla cambiar de opinión.

Sin embargo, sí había cedido un poco en su actitud hacia Vinar. Un poco antes el scorvio había pedido a Niahrin si podía hablar unos minutos a solas con la loba, y, con el cauteloso consentimiento de Grimya, Niahrin los había dejado solos para que hablaran. Cuando regresó, Vinar aguardaba fuera de la habitación. No le contó lo que él y Grimya se habían dicho y Niahrin no preguntó, pero estaba claro que ambos habían llegado a una especie de tregua, y si el engaño de Vinar no quedaba totalmente perdonado al menos era comprendido y, en parte, disculpado.

—Pobre Grimya —dijo Vinar, volviendo la cabeza hacia la puerta cerrada y bajando la voz para que la loba no lo oyera—. Lo ha tomado muy mal. —Giró la cabeza, y sus preocupados ojos azules se clavaron en Niahrin—. No sé qué puedo hacer por ella, pero si hay algo me lo dirás, ¿verdad?

—Lo haré; lo prometo. —Niahrin sentía aprecio por Vinar, y empezaba a sentir lástima por él. En medio de toda aquella maraña de misterio que rodeaba a Índigo, daba la impresión de que era él la víctima más inocente.

Iba a levantar el pestillo de la puerta y a entrar, cuando él le tocó el brazo.

—Neenn... —La forma en que pronunció su nombre hizo aflorar una sonrisa a sus labios que reprimió—. Grimya me explicó por qué nunca me confesó que podía hablar. Dice que prometió a Índigo, hace mucho tiempo, no revelárselo a nadie a menos que Índigo se lo permitiera. Eso está muy bien; lo comprendo. Pero ¿por qué no confió en mí Índigo? Yo no haría daño a Grimya, y ella lo sabía desde hacía tiempo. Grimya y yo éramos muy buenos amigos. ¿Por qué no confió en mí?

Niahrin sacudió la cabeza sin saber qué responder.

—Tú conoces a Índigo mejor que yo, Vinar. ¿Cómo decirte cuáles pueden haber sido sus motivos?

—Ya, ya. —No estaba satisfecho pero comprendía lo lógico de su respuesta—. Pensé que..., bueno, como tú eres una bruja... a lo mejor sabes cosas que yo no sé; ves cosas que yo no veo. Pero, en fin, no tiene remedio.

—Lo siento —repuso Niahrin. Luego, tras una pausa, añadió—: Cuando Grimya y tú hablasteis, ¿comentó algo más sobre vuestro compromiso? —Vio cómo la expresión de Vinar se endurecía y siguió con rapidez—: No es cosa mía, lo sé, pero...

—No —interrumpió él—. Está bien, no me importa. —Suspiró, y la momentánea desconfianza desapareció—. No dijo nada. Sé que está enojada por lo que hice; cree que hice trampa, y por eso todavía no le gusta la idea, pero tal vez con el tiempo cederá.

—¿Y tú qué piensas? —inquirió Niahrin con suavidad.

—¿Yo? —El rostro de Vinar enrojeció ligeramente—. Bueno... ¡oh dulce Madre del Mar, yo le habría confesado a Índigo la verdad! No habría seguido adelante, ni me habría casado con ella, sin que supiera que no había dicho sí antes. Ella no quería, ¿sabes? No estaba de acuerdo. Pero estoy seguro de que, si no hubiéramos naufragado, habría acabado por aceptar; todo lo que necesitaba era un poco más de tiempo. Creía eso, lo sentía en mis huesos, ¿comprendes? De modo que me dije: de este modo..., de este modo, al menos tendré tiempo. Y cuando le diga la verdad, me perdonará y se casará conmigo igualmente. —Dejó caer la cabeza sobre el pecho—. Eso es lo que pensé, Niharin. No la habría engañado. No soy esa clase de hombre.

—No —dijo Niahrin—, no creo ni por un momento que lo seas.

El hombre enrojeció aún más y removió los pies nervioso.

—Bien... me alegro de haber hablado con Grimya, de todos modos. Será mejor que me vaya, o llegaré tarde al salón. —Entonces su expresión se animó un poco—. Habrá música. A lo mejor permiten que Índigo toque.

—¿Toque? —repitió Niahrin, asombrada; luego recordó algo que Grimya le había contado—. Oh... sí, ella sabe tocar, ¿no es cierto? Toca el arpa.

—Más que eso —dijo Vinar con peculiar énfasis—. Más que eso. O así era... Te deseo buenas noches. Y te doy las gracias.

Hizo una reverencia en el curioso y pomposo estilo de los scorvios, y dejó a Niahrin preguntándose por qué, de repente, sentía un hormigueo en las puntas de los dedos.

Así pues tenían ante ellas toda la tarde y la larga noche. Grimya parecía dormir; Niahrin pensó que fingía porque no deseaba hablar, pero la bruja no encontró motivo para obligarla en contra de su voluntad. Había descargado la carretilla, aunque la guardaba en la habitación por si Grimya la necesitaba, y las pocas pertenencias que había llevado estaban ahora distribuidas por la habitación; una muda cuidadosamente doblada sobre el arcón de roble, el garrote de Cadic apoyado incongruentemente junto a la chimenea, y el tapiz... Bueno, esa era otra cuestión. El tapiz se encontraba en el interior del arcón ahora, donde una mirada casual no podía descubrirlo. Niahrin había resistido la tentación de volver a mirarlo, consciente de que sus enigmáticos secretos no empezarían a darse a conocer hasta que llegara el momento justo y consciente también de que ese momento no había llegado. Había llevado consigo su flauta, y, con la idea de hacer pasar una hora o dos, se llevó el instrumento a los labios y empezó a tocar tranquilamente. La iluminación de la habitación era suave, el fuego acogedor y relajante, y los últimos días habían hecho mella en sus fuerzas, de modo que cuando empezó a sentirse adormilada no se rebeló contra la sensación. Resultaría agradable dormitar en este cómodo sillón con los pies tostándose ante el fuego. A lo mejor, medio dormida, conseguiría recordar la canción que Grimya le había enseñado; la canción de cuna...

Sus dedos se movieron despacio, de modo experimental, sobre los agujeros, y brotó una nueva serie de notas que no formaban parte de la canción que intentaba recordar pero que le gustaron. Volvió a interpretarlas, y luego una tercera vez, modulando un poco la melodía.

Entonces vio que las llamas del hogar empezaban a balancearse al ritmo de su música.

El ojo sano de Niahrin se abrió de par en par, y la mujer clavó la mirada en el fuego. Su interpretación vaciló, y las llamas parecieron hacer otro tanto, como esperando a que ella continuase. Con gran suavidad, con sumo cuidado, emitió un gorjeo con la flauta, y las llamas volvieron a estremecerse. Y Niahrin comprendió lo que había hecho.

Jamás había poseído el talento, aunque sabía que aquello existía y había visto cómo otros realizaban aquella magia. La palabra con que los isleños la definían era aisling: una creación bárdica, hecha de palabras o simplemente de música, que, por breves instantes, podía apartar la cortina que separaba el mundo consciente de los mundos elementales del sueño y las visiones. Imágenes en el fuego... Veía cómo se formaban, percibía cómo intentaban llegar a ella. Rostros entrevistos como a través de una neblina, rostros desconocidos; y ecos de voces que sus sentidos le dijeron que pertenecían a otras épocas y otros planos de existencia. Y en alguna parte una mujer lloraba y se lamentaba...

Le temblaron los dedos, pero la música se mantuvo firme. Las temblorosas notas ascendían y descendían, componiendo una triste melodía que no conocía, que nunca antes había oído, pero que sin embargo interpretaba como si fuera suya. Entonces, débiles y lejanos como una brisa de verano en el bosque, Niahrin escuchó las notas de un arpa que empezaban a mezclarse y combinarse con su música. Contuvo la respiración sorprendida, interrumpiendo casi la melodía; la fantasmal arpa pareció vacilar y ella reanudó la interpretación a toda prisa, la misma frase una y otra vez, ascendiendo y descendiendo, ascendiendo y descendiendo...

En el fuego, la imagen de unas manos tomó forma. Manos ancianas, sarmentosas y artríticas, pero a la vez airosas, veloces y seguras. Se movían entre las llamas, eran llamas, y entre los dedos encallecidos las cuerdas del arpa resplandecían como chispas. Sin rostro, sin identidad; simplemente las manos. Y la música.

Mientras Niahrin contemplaba, transfigurada, la visión aparecida entre las llamas, una voz que carecía de sustancia, una voz inmensa pero silenciosa, abrumadora pero a la vez asombrosamente dulce, la embargó, atravesó sus huesos, atravesó la habitación... Tuvo la impresión de que atravesaba el mundo entero.

La voz musitó: «CRIATURA, CRIATURA MÍA. NO FUE OBRA MÍA».

La flauta resbaló de las manos de Niahrin y se estrelló ruidosamente contra el suelo, y el hechizo se rompió.

—¡Por la gran Diosa! —La exclamación escapó sin querer de los labios de la bruja, y en el otro extremo de la habitación Grimya se agitó con un ladrido de sorpresa.

—¿Qu... é? ¿Qué sucede?

Niahrin tanteó el suelo en busca de la flauta. Temblaba como una hoja.

—Todo va bien —respondió con voz que sonó curiosamente aguda a sus oídos—. No

sucede nada. De... debo de haberme dormido, y la flauta cayó. Me ha sobresaltado; eso fue todo.

No volvió la cabeza pero percibió cómo la mirada de la loba le taladraba la espalda.

—No te creo —dijo Grimya—. Ha sssu... cedido algo.

Niahrin dirigió una inquieta mirada al fuego. No se apreciaba nada extraño allí; tan sólo llamas, chispas, las siluetas de los troncos que ardían. La visión había desaparecido.

—Grimya —murmuró—, ¿escuchaste..., escuchaste algo hace un momento?

—Tocabas la flauta. Me gusta la flauta. Me gusta la música.

La bruja tenía los labios resecos; se pasó la lengua por ellos.

—¿No escuchaste... un arpa?

—¿ Un aaa... arpa? —El tono de voz de Grimya cambió. Niahrin se volvió para mirarla y la encontró de pie, la pata herida sin apoyar en el suelo y la actitud tensa.

—Sí —respondió—. Yo la oí, Grimya. Tocó conmigo, en armonía con mi música. Y cuando miré el fuego... —Se interrumpió bruscamente. Alguien había llamado a la puerta.

La loba volvió la cabeza al instante y mostró los colmillos.

—Espera —instó Niahrin, y levantó una mano, indicándole que permaneciera quieta.

De forma intuitiva sabía que, quienquiera que estuviese afuera, su visita no era una coincidencia. El corazón le latía con fuerza cuando fue a girar el picaporte; los dedos se mostraron reacios a obedecerla. Por fin la puerta se abrió. La reina viuda Moragh se encontraba al otro lado, y la acompañaba el bardo Jes Ragnarson.

—Niahrin... —bajo la pobre luz del pasillo, el rostro de Moragh era una sombra—, ¿podemos pasar?

—Alteza... —Niahrin estaba aturdida. No eran éstas las personas que había esperado ver. Y no obstante...

Moragh penetró en la habitación, y Jes la siguió. El bardo dirigió una mirada veloz pero cándida al rostro de Niahrin, y ésta percibió que el hombre veía más allá de lo que a ella le hubiera gustado. En cuanto la puerta se cerró, Moragh se detuvo y alzó la cabeza, como un animal que capta un olor desconocido y posiblemente peligroso.

—Algo no va bien —dijo. Era una afirmación, no una pregunta.

«Vaya —pensó Niahrin—, de modo que era esto.» Lo supiera ella o no, la reina viuda poseía algún don psíquico, y era eso lo que la había atraído aquí en este momento. Sí, esto era más que una coincidencia. Tendría que confiar en Moragh. Niahrin suspiró profundamente.

—No estoy segura de que «no va bien» sea la frase apropiada para ello, señora. Pero desde luego algo ha sucedido. —Dirigió una rápida mirada a Jes—. Tú eres un bardo, Jes Ragnarson, tú lo sabrás mejor que nadie. ¿Quién en Carn Caille sabe tocar bien el arpa?

—¿El arpa?

Jes pareció sobresaltado, y Moragh se apresuró a intervenir.

—¿Por qué? ¿Por qué lo preguntas?

—Porque, señora —le informó Niahrin—, escuché a alguien que tocaba el arpa no hará ni cinco minutos. En un aisling.

—Por la Diosa —murmuró Jes.

—¿Sabes crear aislings? —exigió Moragh. Su rostro estaba blanco. Niahrin negó con la cabeza.

—No, señora, no puedo. Jamás he poseído ese don. Pero esta noche, justo hace un momento, parece que yo... y un arpa... lo conseguimos.

—Ah. —Era más una suave exhalación que una palabra, y los ojos de la reina viuda parecieron nublarse. Por unos instantes permaneció en silencio, como si meditara para sí. Luego, de improviso, tomó una decisión.

»Ryen y Brythere se encuentran en el gran salón, e Índigo y Vinar están con ellos. Es por eso que Jes y yo estamos aquí. Decidimos hablar en privado contigo, Niahrin, sin correr el riesgo de ser escuchados. —Se mordió el labio inferior—. Sencillamente parecía conveniente, pero empiezo a pensar que está en juego algo más que una simple coincidencia.

—Os hacéis eco de mis propios pensamientos, señora —repuso Niahrin, mirándola con sorpresa.

—Sí. Sí, ya pensé que podría ser así... Muy bien. Hay algo que me gustaría mostrarte. —Sus ojos y los de la bruja se encontraron, y Niahrin vio que, bajo su apariencia de serenidad, la reina viuda se sentía terriblemente inquieta—. Por favor —dijo Moragh—, necesitamos tu ayuda. Y también, creo, la necesita Índigo.

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