Capítulo 12

KARDAL llamó al rey de Bahania y enseguida le pusieron en contacto con él.

– La devuelves, ¿no? -dijo Hassan nada mas ponerse al aparato-. Supongo que es normal. Nunca ha sido muy…

Cuidado con lo que dices -atajó Kardal. Estás hablando de mi futura esposa. ¿Qué? -exclamó asombrado el padre de Sabrina-. ¡No irás a casarte con ella!

Eso pretendo. Todavía no se lo he comunicado, así que confío en que no le digas nada.

Pero…

Te equivocas con Sabrina -volvió a interrumpirlo Kardal -. De cabo a rabo. No sé cómo será su madre, pero te aseguro que tu hija es un tesoro. Es leal, valiente, decidida, cariñosa, y hasta inteligente.

Sí, bueno… Quizá -Hassan sonaba perplejo. Kardal, ¿eres consciente de que no puedo garantizar que sea virgen?

Fue el agravio definitivo. Kardal se levantó y estranguló el cuello del auricular

– Yo sí la garantizo. Sé que no la ha tocado ningún hombre -contestó. Y, para provocar a Hassan, añadió-: Hasta ahora.

– ¡Kardal! -exclamó indignado el padre de Sabrina-. Si has desflorado a mi hija, juro que te cortaré la cabeza.

– ¿No te parece que es un poco tarde para fingir que te interesas por Sabrina? -lo desafió Kardal-. Ya no es asunto tuyo. A pesar de tu irresponsabilidad en su formación, reúne todo lo que quiero en una esposa. Acepto el matrimonio. Ocúpate de preparar una boda acorde a tu hija y al príncipe de los ladrones.

Luego, sin despedirse, colgó el teléfono. Contento por haber captado la atención de Hassan, se concentró en el trabajo que tenía por delante.

El helicóptero apareció en el cielo, primero como un pájaro pequeño, después más y más grande contra el azul del cielo del desierto. Kardal estaba de pie, mirando a los hombres del equipo de seguridad que Rafe había reunido más que la llegada de su propio padre.

Sabrina estaba detrás de él, junto a Cala, que estaba casi sin aliento de puro nerviosismo.

– No puedo hacer esto -murmuró y se giró como si fuera a marcharse.

– Todo irá bien -Sabrina le puso una mano en un hombro para tranquilizarla-. Estás radiante. Givon se quedará sin palabras.

Era verdad, pensó Sabrina. Cala llevaba un elegante vestido morado. Se había recogido el pelo en un moño. En sus orejas relucían dos pendientes de diamante, un único adorno que no distraía la atención de sus bellas facciones.

Rafe estaba a la izquierda. Parecía calmado, claro que Sabrina tenía la impresión de que el encargado de la seguridad no perdería los nervios ni en un terremoto. En cuanto a ella, estaba para hacer lo que fuese necesario para que la visita fuese un éxito para Kardal. Era su principal inquietud. A pesar de las veces que habían hablado al respecto, sabía que no estaba preparado para el impacto de conocer a su padre. Decía que le daba igual, que Givon lo dejaba indiferente, pero no era cierto.

El viento soplaba. Sabrina trató de imaginar como sería encontrarse con un hombre que se había desentendido de su hijo toda la vida. ¿ Qué estaría sintiendo Kardal? Aunque ella era la primera que tenía problemas con su padre, o al menos sí la había reconocido como su hija desde el principio.

Pero cuando dos de los hombres de Rafe abrieron las puertas del helicóptero y Givon apareció, la sorprendió advertir que no parecía la encarnación del diablo. Llevaba un traje a medida que le daba un aire de empresario europeo. Era unos cinco centímetros más bajo que Kardal, de complexión fuerte, con unos ojos oscuros heredados por su hijo. Intuyó una mezcla de sabiduría y tristeza en su rostro. Algo en la curva de su boca la hizo preguntarse, por primera vez, si no habría sufrido él también todo aquel tiempo.

¿Lamentaba no haber podido conocer a su hijo? Kardal no creía que Givon se hubiera mantenido distante porque se lo había jurado a Cala, pero quizá fuese verdad.

Sabrina suspiró. No era una situación con una solución sencilla. Aunque tampoco había esperado que lo fuese.

Givon bajó del helicóptero. Un agente de seguridad lo siguió. El piloto apagó el motor. Cuando el ruido cesó, Sabrina esperó a que Kardal dijera algo. Como gobernante de la ciudad, era su deber ser el primero en saludar. Pero no dijo nada, ni se movió.

Cala solucionó el problema dando un paso al frente y situándose junto a su hijo. Luego avanzó despacio y con majestuosidad hacia un hombre al que no veía desde hacía más de treinta años. Sabrina observó las emociones que iba reflejando el rostro del rey: alegría, dolor, anhelo. En ese momento, tuvo la certeza de que Givon había querido a Cala con todo su corazón.

– Bienvenido a la Ciudad de los Ladrones – dijo en tono afectuoso-. Ha pasado mucho tiempo, Givon.

– Sí. Empezaba a preguntarme si volvería a esta ciudad.

No pronunció las palabras volvería a ver a ella., pero no hizo falta Sabrina las oyó y, a juzgar por la indecisión de Cala, esta también. El corazón se le encogió al ver a la pareja frente a frente. Hubo un monto incómodo cuando Cala estiró una mano para estrechar la suya y luego la retiró. Givon un paso adelante, Cala dio un grito suave y abrió los brazos. El rey la abrazó.

Fue un momento tan íntimo que Sabrina desvió la mirada. Se fijó en Kardal.¿Qué esta-pensando?, ¿Empezaba a entender que nadie tenía la culpa de la situación?

Es hora de que os conozcáis -dijo Cala.

El rey se acercó a su hijo y le ofreció la mano.

– Kardal.

– Majestad, bienvenido a la Ciudad de los Ladrones -dijo el príncipe mientras le estrechaba la mano.

Aunque Givon no dejó de sonreír, Sabrina advirtió el dolor que asomaba a su mirada. Había esperado un recibimiento más cordial.

Tenía que darle tiempo, pensó en silencio. Kardal necesitaba más tiempo.

– Te presento a Sabrina. Quizá la conozcas por su título oficial: la princesa Sabrá de Bahania.

– Sabrina, un placer. No sabía que estuvieras aquí -comentó sorprendido Givon tras hacer una reverencia-. Hablé ayer mismo con tu padre y no me comentó nada.

– Es mi invitada -dijo Kardal – Está… estudiando nuestros tesoros.

– Sí, claro, eso lo dices ahora -dijo Sabrina con alegría para distender la tensión. Luego levantó los brazos para que las mangas bajaran y pudieran verse los brazaletes que llevaba en las muñecas-. Cuando me capturaste en el desierto y me hiciste tu esclava no decías lo mismo.

– ¿Has tomado a una princesa de Bahania como esclava? -preguntó perplejo Givon.

Kardal le lanzó una mirada con la que le dijo que ya arreglaría cuentas con ella luego. Sabrina se limitó a sonreír. Le daba igual si se enfadaba o no. Lo único que importaba era que se acercara a su padre.

– La cosa no es tan fácil -contestó.

– Sí que lo es -insistió Sabrina-. Le daré lodos los detalles mientras lo acompaño a su habitación. Por aquí, Majestad.

Givon vaciló. Miró a su hijo, a Cala. Por fin intió con la cabeza y se dirigió a Sabrina.

– Llámame Givon, por favor -le dijo mientras se encaminaban hacia el palacio.

– Me siento honrada. Teniendo en cuenta soy una esclava.

– Veo que te has hecho un hueco en la vida de Kardal -dijo Givon sonriente-. Al margen de cómo llegaras a la ciudad.

Mi misión consiste en sacarlo de sus casillas-bromeó Sabrina al tiempo que tomaba brazo a Givon.

Kardal los miró alejarse. Le daba rabia que Sabrina se hubiera dejado engañar por el falso encanto de su padre. Había esperado más de ella.

– ¿Qué te parece? -preguntó Cala con voz temblorosa.

No sé qué pensar. Siempre es agotador recibir visitas de Estado. La seguridad, romper con la rutina…

No me tomes por tonta, Kardal- atajó Cala- Soy tu madre. No estoy hablando de la visita oficial. Te estoy preguntando qué te parece tu padre. No lo habías visto nunca, ¿no?,

Sabía de sobra a qué se había referido su madre con la pregunta, pero no había querido contestar.

No, no lo había visto.

En las reuniones internacionales. Kardal siempre se las había arreglado para evitar al rey Givon y este nunca lo había buscado. Y en las conversaciones directas entre la ciudad y El Bahar, ambos habían enviados representantes.

– Bueno ¿ qué piensas?

– No lo sé – contestó él.

Y era verdad. Givon no era el demonio, ni siquiera un mal hombre. Kardal se sentía confundido, furioso y dolido. No podía explicar por qué se sentía así, ni sabía cómo librarse de tales emociones.

– Lo siento, no debería haberos mantenido apartado todos estos años- Cala acarició el brazo de su hijo.

– No fue culpa suya

– Sí lo fue. No quieres cargarme con ninguna responsabilidad en todo esto, pero tengo mucha. Era joven y tonta. Cuando Givon regresó junto a su familia, estaba destrozada. Lo expulsé de mi vida, a lo que tenía derecho, pero también lo expulsé de la tuya, y en eso me equivoqué.

– Ya tenía esposa y tres hijos- Kardal se encogió de hombros-. Tampoco tendría tanto interés en mí.

– Lo habría tenido. Aunque le habría costado reconocerte como hijo oficialmente, os habríais encontrado en secreto. Necesitabas un padre.

No le gustó que aquellas palabras hurgaran en la herida de la añoranza y le recordaran lo que nunca había tenido.

– No he conocido a ningún hombre como el abuelo. Con él tenía suficiente.

– Me alegra que pienses así y espero que sea verdad, porque no puedo cambiar el pasado. Solo puedo decirte que lo siento.

Kardal se giró hacia su madre y le dio un beso en la coronilla.

– No tienes por qué disculparte. Lo hecho hecho está. El pasado queda atrás.

– No lo creo.

Kardal la miró. Cala se puso colorada y bajó la vista, sin atreverse a levantarla por encima del pecho de su hijo.

– ¿ A qué te refieres?

Me temo que mi peor temor se ha hecho realidad -Cala tragó saliva-. A pesar del tiempo que ha pasado y de que somos personas distintas a las que éramos, sigo enamorada de él.

Sabrina abrió la puerta de los aposentos que había dispuesto para el rey. Mientras Givon la seguía, hizo un repaso general de un elegante salón con tres ventanas que miraban al desierto. Había varios sofás, algunas mesas, un par de pedestales pequeños decoraban la habitación, cada uno con algún tesoro pequeño encima. Los había elegido ella misma.

Givon llegó al centro de la habitación. Miró a su alrededor, vio una estatua de oro pequeña de un caballo y se acercó a estudiarla. La agarró y se dirigió a Sabrina:

– ¿Las has puesto en mi honor o para burlarte? -le preguntó Givon.

– Me preguntaba si reconocerías los tesoros de tu país.

– Tengo otro en bronce tamaño natural en mi jardín.

– Eso facilita las cosas -Sabrina se aclaró la garganta. Lo que en un principio le había parecido una buena idea, quizá no lo era tanto después de todo. ¿Se enojaría Givon con ella?-. No pretendía burlarme… exactamente.

– ¿Qué pretendías… exactamente? -preguntó el rey con una sonrisa en los labios.

– Quizá solo quería llamar tu atención.

– ¿Porque es lo que mi hijo ha querido hacer toda su vida? -contestó mientras devolvía la estatua al pedestal.

– Lo siento -se disculpó Sabrina-. No quería complicar esta situación más de lo que ya lo es.

Givon miró hacia la ventana y perdió la vista en el desierto.

– Esta ciudad siempre me ha parecido un lugar hermoso -comentó-. ¿Conoces la historia?

– Parte. Cala me contó lo que pasó, pero solo vosotros sabéis los detalles. No creo que nadie mas sepa la verdad.

– Supongo que tienes razón -Givon asintió con la cabeza.

Su cabello era gris y tenía algunas arrugas en los ojos, pero no parecía un hombre mayor. Seguía teniendo un aire vital. ¿Lo encontraría Cala atractivo? Sabrina sospechó que sí. Givon se alejó de la ventana y caminó hasta el extremo de la habitación en el que había un tapiz de varias mujeres entregadas en ofrenda al rey de El Bahar.

– Ha pasado mucho tiempo -dijo él.

Por un instante, Sabrina pensó que se refería al tapiz.

– Sí.

– Había que tomar decisiones -añadió Givon sin dejar de mirar el tapiz-. Decisiones difíciles. Que ningún hombre debería verse obligado a tomar. ¿Está muy enfadado conmigo?

– Tendrás que hablar con él -murmuró Sabrina, conmovida por el dolor evidente del padre de Kardal.

– Lo haré – Givon la miró a los ojos – Pero tu respuesta es significativa: Kardal está enfadado. No puedo culparlo. Desde su punto de vista, lo abandoné. Nunca lo reconocí como hijo mío. No me ocupé de él. Había razones, ¿pero importan realmente?

– No -contestó ella sin pensarlo dos veces-. A los niños les dan igual esas razones. Solo ven las consecuencias de los actos. Si un padre no está presente o no hace caso a su hijo, el chico se siente dolido y traicionado.

Givon se acercó a Sabrina, la cual alzó la barbilla en un gesto de orgullo que no podía borrar el hecho de que Givon estuviese al tanto de su propia historia. El rey sabía que no estaba hablando solo de Kardal.

– Fui tonto. En parte porque me dolió que Cala me hiciera jurar no volver a verla ni ponerme en contacto con el niño, en parte porque era más fácil. Podía sufrir en silencio cuando estaba solo sin que nadie lo supiera. Si hubiera reconocido a Kardal, me habrían hecho preguntas. Preguntas que no quería responder -Givon tomó una de las manos de Sabrina-. Pero no debería haberme desentendido. No debería haberle hecho esa promesa a Cala. O debería haber faltado a mi palabra. Kardal era más importante que cualquiera de los dos.

Sabrina lo siguió al sofá y se sentó a su lado.

– No es demasiado tarde. Ver la verdad es el primer paso para solucionar las cosas.

– Esto nunca se podrá solucionar.

– Quizá, pero la relación podría mejorar – contestó ella-. ¿Para qué has venido sino para reconciliarte con tu pasado?

– He venido porque no podía seguir más tiempo lejos -respondió tras permanecer unos segundos en silencio-. Me dolía demasiado. Quería saber si tendría una segunda oportunidad… Quizá con los dos.

– ¿Con Cala también?

¿Sería posible que, después de todos esos unos, se reavivaran las llamas de su romance? A Sabrina le gustó la idea.

– ¿Te parezco demasiado mayor? -Givon sonrió

– No. Lo que me parece es que va a ser una visita muy interesante.

– Kardal se opondrá.

– Puede que al principio -reconoció Sabrina-. Pero no será decisión de él. Su madre tiene tanto carácter como él.

– Háblame de Kardal. ¿Cómo es?

– Está claro que lo mejor sería que lo conocieses por tu cuenta -dijo ella tras suspirar-. Pero, entre tanto, te digo que es un hombre maravilloso. Estarás orgulloso de él.

– No tengo derecho a enorgullecerme -Givon negó con la cabeza-. No he contribuido a que se convierta en el hombre que es. ¿Es buen gobernante?, ¿El pueblo lo respeta?

– Sí, las dos cosas. No rehuye las decisiones difíciles. Es firme, pero justo. ¿Estás al corriente del proyecto de seguridad de formar una fuerza aérea conjunta con Bahania con el fin de proteger los campos petrolíferos?

– Sí. El Bañar participará en el proyecto. Contribuiremos económicamente y disponiendo pistas para los aviones en el desierto -Givon tocó los brazaletes de esclava de Sabrina-. Entiendo que os conocisteis en circunstancias extrañas.

Sabrina rió. Luego le contó cómo se había perdido en el desierto.

– Me trajo aquí, así que al final descubrí la Ciudad de los Ladrones.

– Lo conoces hace poco, pero pareces comprenderlo bien.

– Lo intento. En algunas cosas nos sacamos de quicio, pero en otras encajamos a la perfección -dijo y se incomodó por la mirada del rey Givon-. No es lo que crees. Somos amigos. No hay tantos miembros de la realeza por aquí, así que nos entendemos.

– ¿Él es consciente de lo que ha encontrado en ti?, ¿Sabe lo que sientes?

– No hay nada que saber -respondió ella con las mejillas encendidas.

– Ah, o sea que ni siquiera te has permitido todavía reconocerte la verdad a ti misma.

– No hay nada que reconocer.

Y aunque lo hubiese, pensó Sabrina, que no lo había, daría lo mismo. Por mucho que soñara, la realidad se impondría. Su destino estaba en otra parte, no junto al príncipe de los ladrones.

Sabrina no regresó a sus aposentos tras dejar al rey Givon en los suyos. Tenía demasiadas cosas en las que pensar. Demasiadas cosas que considerar.

El rey se equivocaba, se repitió por enésima vez. No era verdad lo que decía sobre sus sentimientos hacia Kardal. Solo podía pensar en él como en un amigo, porque eso era todo lo que era. Un buen amigo. Alguien con quien tenía mucho en común. Alguien…

No se dio cuenta de hacia dónde había estado andando hasta llegar a la antesala que daba al jardín. El verano se acercaba y los jardineros ya habían empezado a poner telones para proteger las delicadas plantas del riguroso sol del desierto.

Sabrina se acercó a la ventana y puso los dedos sobre el cristal. Debía de tener más de tres siglos. No era tan suave como los modernos, pero tenía una belleza irreproducible. Pensó en los tesoros y la grandiosidad del castillo. Había tantas cosas bellas en la ciudad. Podría pasarse el resto de la vida trabajando en el inventario.

Y en el plazo de unas semanas se marcharía para no volver. Sabía que su estancia allí no duraría ilimitadamente. El tiempo se le acababa. ¿Cuánto tardaría su padre en obligarla a volver para que se casara con su prometido?, ¿Cuántos días más podría disfrutar en la Ciudad de los Ladrones?

Recorrió el marco con los dedos hasta que una pequeña astilla se le clavó en el pulgar.

Puso una mueca de dolor y retiró la mano. Un segundo después, vio una gota de sangre en la yema del dedo. Como una lágrima. Como si su cuerpo estuviese llorando.

Pero no por la ciudad, pensó cuando por fin aceptó la verdad. Por mucho que le gustara y estimulara su interés, no serían las calles, los tesoros ni el castillo lo que echaría de menos cuando se marchara. Echaría de menos al hombre que dirigía la ciudad. Al hombre que le había robado el corazón.

Se había enamorado del príncipe de los ladrones.

Sabrina se frotó la gota de sangre, como si borrándola del dedo pudiese borrar también la verdad. Pero la verdad era innegable. Estaba enamorada de un hombre al que no volvería a ver. Aunque le confesara a su padre lo que sentía, sabía que a este no le importaría. Hassan se había casado dos veces por su país y no esperaría menos de ella. Tal vez, si la quisiese, tendría alguna posibilidad, pero no la quería. Eso lo había dejado claro.

Kardal, pensó de pronto. Podía ir a verlo y decírselo. Quizá él también había llegado a apreciarla. Podrían huir juntos y…

¿Y qué?, ¿Adónde irían? Incluso en el hipotético caso de que estuviera dispuesto a abandonar la ciudad por ella… no podía pedirle que hiciera algo así.. Formaba parte de ese lugar tanto como el castillo o la arena del desierto. De modo que se quedaría allí y ella volvería a Bahania para casarse con otro hombre…, alguien que jamás podría conquistar su corazón porque ya se lo había robado otro.

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