Capitulo 8

LA MAÑANA siguiente, el ayudante de Kardal, Bilal, llamó a su puerta y entró para anunciarle que la princesa Cala quería verlo. Kardal dudó. Por primera vez en su vida, no quería ver a su madre. Se había pasado casi toda la noche intentando olvidar lo que esta le había dicho. Había invitado al rey Givon.

Asintió con la cabeza y le indicó al joven ayudante que la hiciera pasar.

Cala entró en el despacho. Llevaba unos vaqueros y una camiseta, de modo que parecía más una adolescente occidental que una madre de casi cincuenta años.

– Creía que te negarías a verme -dijo ella mientras se sentaba frente a Kardal-. Anoche estabas de muy disgustado

¿Disgustado?

Está claro que estabas disgustado conmigo y con la situación -Cala se encogió de hombros.

– ¿Con la situación?

– ¿Vas a repetir todo lo que diga?

– No – Kardal apoyó las manos sobre la mesa. ¿Cómo explicar lo que sentía? ¿Por qué tenía que hacerlo?, ¿Acaso no debía entenderlo su madre?

– Me cayó bien Sabrina -comentó Cala, cambiando de conversación-. Es muy agradable.

– Sí, a mí también me tiene sorprendido – respondió Kardal-. Aunque no sé sí la llamaría agradable.

– ¿Cómo la llamarías entonces?

– Valiente, inteligente.

Kardal pensó en el consejo que Sabrina le había dado la noche anterior. Que no podía negarse a ver a Givon porque sería una señal de que le importaba. Lo cual no era verdad. Porque hacía tiempo que su padre le daba igual.

– Sospechaba que tendríais bastantes cosas en común. Me alegra comprobar que es cierto -comentó Cala-. ¿Has decidido ya si casarte con ella?

– No -respondió Kardal. Aunque debía reconocer que la idea de tener a Sabrina por esposa le resultaba menos perturbadora que antes-. Es testaruda y todavía tiene mucho que aprender.

– Igual que tú -replicó Cala-. De verdad, a veces eres un estúpido. Mira que intenté inculcarte que las mujeres eran iguales a los hombres.

– No recuerdo esa lección -Kardal enarcó las cejas.

– Claro que no -Cala suspiró – Oye, siento que estés enfadado por la visita de Givon. Confiaba en que estarías dispuesto a hablar ahora que eres mayor.

– No tengo nada que decir sobre este tema.

– ¿Y si resulta que yo sí tengo algo que decir?

– No puede ser importante.

– Me sacas de quicio cuando te pones así – Cala se levantó-. Dices que Sabrina es testaruda, pero tú eres mucho peor. Ni siquiera me has preguntado por qué.

– ¿Por qué qué?

– Por qué nos visita después de tanto tiempo.

Kardal no quería saberlo, pero tampoco quería decirle tal cosa a su madre. Así que se limitó a quedarse callado.

– Se lo pedí yo -dijo Cala-. Se alejó de nosotros porque le dije que no era bienvenido en la ciudad. El mes pasado le envié un mensaje para que nos visitara

– ¿Para qué? -preguntó Kardal-. ¿Después de lo que te hizo?

– Te he dicho mil veces que hay cosas que desconoces. Lo he invitado porque ya es hora de que nos olvidemos de lo que ocurrió.

– Jamás. Jamás lo perdonaré -aseguró Kardal.

– Tienes que hacerlo. No fue todo por su culpa. Si hicieras el favor de escucharme…

– Lo siento, madre, tengo mucho trabajo – dijo él y encendió el ordenador.

Cala se quedó indecisa un minuto o dos antes de salir del despacho. Kardal siguió con la vista clavada en la pantalla del ordenador. Luego maldijo, se levantó y salió también.

Sabrina consultó el diccionario y devolvió la atención al texto que tenía sobre la mesita. El bahano antiguo era una lengua complicada de por sí. Si la caligrafía era enrevesada, la misión se hacía casi imposible.

Agarró una lupa, apartó un poco de polvo del papel y trató de distinguir si aquella letra era una t o una r. Tal vez…

La puerta se abrió de golpe y Kardal irrumpió en su habitación. Se quitó el manto, lo lanzó sobre la cama y se acercó a Sabrina.

¿Qué haces? -le preguntó en tono inquisitivo

Intentando leer este texto -contestó ella tras soltar la lupa y quitarse los guantes que se había puesto para proteger el papel-. Sin mucho éxito. Sé que va de camellos, pero no acierto a averiguar si es una factura o una lista de recomendaciones sobre cómo cuidarlos.

– ¿Y qué importancia tiene?

– Importa porque es un documento antiguo que ayuda a explicarnos cómo era la vida en el pasado. Pero no creo que hayas venido a verme por eso. ¿Qué te pasa?

Kardal hizo un aspaviento y caminó hasta la ventana. Una vez allí, miró hacia el desierto.

– ¿En qué estaba pensando mi madre?, ¿Cómo se le ha ocurrido invitarlo?

Sabrina deseó poder hacer algo para aliviar la angustia de Kardal. Por los rumores que le habían llegado, era un gobernante sabio y respetado. Pero en lo concerniente a su padre, estaba tan confundido como cualquier persona.

– ¿Qué te molesta más? -preguntó Sabrina tras dejar el diccionario sobre la mesita-. ¿Que venga o que tu madre lo haya invitado?

– No lo sé. Hace treinta y un años. No lo he visto nunca. ¿Qué se supone que tengo que hacer?


– Fingir que se trata de una visita diplomática como otra cualquiera. Ofrecerle una cena fabulosa, charlar sobre la actualidad y no dejar le ver que te importa.

– No me importa -contestó de inmediato Kardal.

A ella le entraron ganas de abrazarlo, pero ignoraba cómo reaccionaría Kardal si intentaba consolarlo. Además, estar en contacto con él la ponía nerviosa. Así que fue hacia su pupitre y sacó un bolígrafo y un folio de un cajón.

– Necesitamos un plan -afirmó Sabrina-. Lo de la cena fantástica lo digo en serio. ¿Qué más podéis hacer mientras esté aquí?, ¿enseñarle el castillo? Hace treinta y un años, ¿no? Seguro que ha habido cambios.

– Lo hemos modernizado -reconoció Kardal mientras se acercaba al pupitre.

– Muy bien: punto uno de la agenda, cenar. Punto dos, visita guiada por el castillo. Rafe se encargará de la vigilancia.

Kardal se sentó frente a Sabrina.

– Las fuerzas aéreas -dijo de pronto.

– ¿Perdón? -preguntó desconcertada ella.

– Las fuerzas aéreas -repitió Kardal-. Esa es la misión principal de Rafe. Colabora con otro estadounidense residente en Bahania. En los últimos años se ha hecho patente la necesidad de una vigilancia mayor que la que pueden ofrecer los nómadas. Necesitarnos aviones que sobrevuelen la zona. Rafe y Jason Templeton tienen experiencia militar. Tu padre y yo los contratamos para crear una fuerza aéreo conjunta.

¿De veras? -preguntó anonadada Sabrina ¿Vais a introducir presencia militar en la Ciudad de los Ladrones? ¿Mi padre también?

Tenemos recursos muy valiosos que proteger. No solo petróleo. Se está haciendo una explotación indebida de los minerales. Mi abuelo era un hombre sabio en muchos sentidos pero no apostaba por la tecnología. Yo tengo otro punto de vista. -Ya veo. Pensándolo bien, la idea de proteger el país tenía su lógica, pensó Sabrina. Tanto Bahania como El Bahar habían permanecido neutrales en la medida de lo posible durante siglos, pero había situaciones conflictivas en las que hacía falta recurrir a la fuerza. O protegerse al menos.

– ¿Y El Bahar?, ¿Piensan participar en este plan de defensa?

– Hassan quiere invitar a Givon, pero yo me he opuesto -Kardal arrugó la nariz-. Ahora que mi padre va a venir, me temo que tendré que ceder.

– Mejor así. En caso de guerra, los tres reinos estarán más seguros si forman un frente unido.

– Quizá -rezongó Kardal-. Sí, claro que sí. Pero de momento preferiría seguir siendo terco.

– Al menos lo reconoces.

Estaban sentados más cerca de lo que Sabrina había pensado en un primer momento. Miró la boca de Kardal y recordó la presión de sus labios sobre los de ella. No había vuelto a intentar besarla. ¿Se habría quedado insatisfecho?, ¿Estaría enfadado por haber puesto fin al beso dándole un empujón?

Pero no iba a conseguir respuesta a sus dudas. No estaba dispuesta a formularlas y Kardal no parecía que fuese a aclarárselas por su cuenta. De modo que lo mejor sería volver a concentrarse en la cuestión que tenían entre manos.

– ¿Crees que Cala ha invitado a Givon por el tema de las fuerzas aéreas?, ¿Para obligarte a incluirlo en el plan de defensa?

– Puede. Mi madre no suele interferir en los asuntos de Estado, pero es una mujer de recursos. A menudo consulto su opinión.

– Pero no así esta vez.

– Exacto. En cualquier caso, tienes razón en lo de ofrecerle una buena cena al rey Givon -

Kardal tamborileó los dedos sobre la mesa-.Tengo que actuar como si se tratara de una visita diplomática más. ¿Te encargas de organizar la cena?

La sorprendió que delegara en ella. Su padre no solía encargarle que le organizara nada.

Sí, claro.

Le ordenaré al servicio que consulte contigo cualquier detalle.

– Prepararé un menú y te pediré que le des tu aprobación -dijo Sabrina. De pronto, se le ocurrió una idea-. Si te parece, podíamos rescatar algún tesoro de El Bahar para decorar el comedor y las dependencias del rey.

– ¿Para ponerle los dientes largos a Givon? -Kardal sonrió.

– Solo un poco.

– Empiezo a pensar que es agradable tenerte en mi bando, pero que no lo sería tanto tenerte como enemiga.

Sabrina hizo un par de comentarios más, anotó las conclusiones en el papel y dejó el bolígrafo.

– Kardal, tienes que estar preparado para este encuentro. Ver a tu padre va a ser mas dura que lo puedas imaginarte. Si no estás listo, solo podrás reaccionar a lo que sientas cuando lo veas.

– Lo sé. ¿Pero cómo se prepara uno para algo así? Me he imaginado este encuentro miles de veces, aunque en realidad no tenemos nada que decimos después de tanto tiempo.

– ¿Estás seguro? -lo presionó Sabrina-. ¿Seguro que no te gustaría decirle algo en concreto

– No sé – Kardal se recostó contra la silla-. Me rondan muchas preguntas, pero no sé si me importan las respuestas.

– ¿El rey Givon vendrá solo o con sus hijos? -preguntó entonces Sabrina.

– Mi madre no ha dicho nada de sus hijos -respondió inquieto-. Pero hablaré con ella para asegurarme y te haré saber la respuesta para lo que sea necesario.

– Gracias. Me aseguraré de habilitar tantas habitaciones como haga falta.

– Sus hijos -repitió Kardal-. Mis hermanastros. No los he visto nunca. Sé que están casados, tienen hijos. Mis sobrinos…

– Es una sensación extraña. Yo tengo cuatro hermanastros. Claro que los cuatro son hermanastros entre sí -comentó ella antes de echar un último vistazo a lo que había apuntado en el papel-. ¿Estás seguro de esto?, ¿No hay nadie mejor calificado que yo para encargarse de los preparativos?

– ¿No quieres ocuparte tú?

– Sí, claro que quiero. Pero no deseo cometer ningún error.

Kardal le rozó un brazo y fue como si una llamarada recorriese todo su cuerpo hasta el interior de sus muslos.

– Te quiero a ti.

Sabía a qué se refería. Quería que fuese ella la que se encargara de organizar la visita del rey Givon. Pero, por un instante, había interpretado su afirmación con un cariz distinto. Como si fuese algo personal. Sabrina se preguntó qué sentiría si Kardal le dijera algo así con intención romántica.

Pero no lo sabría nunca. Estaba prometida a un anciano de mal aliento. Tenía que preservar su virginidad como regalo para su futuro marido en la noche de bodas. Lo raro era no haber pensando nunca al respecto. No haber sentido la tentación de estar con un hombre. ¿Qué tenía Kardal de especial?

Llamaron a la puerta.

– Adelante -dijo Kardal.

Rafe entró en la habitación. Saludó a Sabrina con la cabeza y luego se dirigió hacia su superior:

– Ya casi es la hora de la conferencia.

– Organizar una flota de aviones no es cosa fácil -le dijo a Sabrina mientras se ponía de pie

– . Gracias por tu ayuda.

Entonces, en un gesto inesperado, se agachó y le rozó los labios con la boca. Desapareció antes de que Sabrina tuviera tiempo de abrir los ojos y preguntarse si la había besado de verdad. ¿Por qué lo había hecho?, se preguntó cuando consiguió levantarse de la silla. ¿Significaba algo? Sabía que podía tratarse de un movimiento reflejo, pero, por alguna razón, deseaba que el beso tuviese algún significado personal.

Con una mezcla de felicidad y confusión inexplicables, guardó el texto que había estado leyendo antes de que Kardal llegara. Pasaría la tarde preparando la visita del rey. Necesitaría recorrer las habitaciones de invitados y elegir una para el rey Givon. Para lo cual tendría que hablar con la princesa Cala.

Sabrina se preguntó por qué habría invitado al rey Givon a la Ciudad de los Ladrones después de tanto tiempo. ¿Qué pensaría del hombre que la había seducido cuando apenas tenía dieciocho años? El rey habría actuado de acuerdo con la tradición, pero Cala se había quedado embarazada muy joven y no creía que, en su momento, le hubiese hecho mucha ilusión acostarse con un desconocido.

¿Y el rey Givon? Había cumplido con su deber cuando ya estaba casado y tenía dos hijos. Frunció el ceño mientras intentaba recordar la edad del hijo más pequeño. ¿Podía ser que su esposa estuviera embarazada justo mientras él estaba en la Ciudad de los Ladrones?, ¿Cómo podía haber accedido a algo así?

Sin dejar de dar vueltas a todas esas dudas, recogió de la cama el manto de Kardal y se acercó al armario. Lo guardaría allí hasta la siguiente vez que se vieran y pudiese devolvérselo.

Mientras andaba, notó que algo le golpeaba la pierna. Algo pequeño y rectangular. Llevada por la curiosidad, introdujo la mano en el bolsillo y sacó un teléfono móvil. ¿Qué demonios…?, ¿Qué haría Kardal con un aparato de esos en medio del desierto? No debía de tener ni cobertura, ¿no?

Colgó el manto y devolvió la atención al teléfono. Con mano temblorosa, apretó el botón de encendido. La pantalla se iluminó y mostró varios mensajes. En la esquina superior vio una pila con tres barritas que indicaban que el teléfono estaba cargado. ¿Cómo era posible?

Entonces recordó lo que Kardal había dicho de utilizar la tecnología. Tal vez su dormitorio fuera del siglo XIV, pero era evidente que el resto del palacio disponía de los servicios y comodidades de la era moderna.

Sin pensarlo dos veces, pulsó el número de teléfono de la oficina de su padre. Segundos después, el ayudante del rey Hassan respondió:

– Soy la princesa Sabrá -se presentó insegura- ¿Puedo hablar con mi padre?

– Sí, Su Alteza. Un momento, por favor.

Después sobrevino un silencio. Sabrina se mordió el labio inferior. ¿Hacía bien en llamarlo?, ¿Qué le diría? ¿Estaba lista para volver a Bahania?, ¿Metería a Kardal en líos por haberla secuestrado?

¡Pues claro!, ¡Vaya una pregunta estúpida! Tal vez su padre no creyese que el sol se alzaba y se ponía por ella, pero nunca perdonaría a quien la hubiese capturado

En cualquier caso, ¿qué quería?, ¿Y qué pasaría con la flota de aviones? ¿Arruinaría el proyecto de las fuerzas aéreas…?

– ¿Sabrina?

– Sí, padre -contestó sobresaltada-. Soy yo. Estoy…

– Sé dónde estás -atajó su padre- desde el principio. No me sorprende que Kardal quiera librarse de ti tan rápido. Esperaba que las cosas salieran de otra forma, pero contigo no hay forma. No voy a ir a buscarte. Te quedarás en la Ciudad de los Ladrones hasta que aprendas la lección -añadió, y colgó el teléfono.

Sabrina se quedó petrificada. Tuvo que dejar pulsar más de un minuto para poder caminar hasta la cama y dejarse caer sobre el colchón. Dejó el teléfono sobre la mesilla de noche y apretó los puños. Sintió un dolor en el pecho. Un dolor rabioso y humillante que no la dejaba ni sollozar.

Su padre no quería saber nada de ella. Kardal se había portado bien, pero podría haber sido cruel. ¿Y si la hubiese agredido? Era obvio que a su padre le daba igual. Siempre le había dado igual.

Lo había sabido desde el principio, pensó mientras se tumbaba boca abajo y se acurrucaba. Hundió la cara contra la almohada y no se molestó en contener las lágrimas que asomaron a sus ojos. Sollozó. Su madre había dejado claro que ya no la quería a su lado. Sabrina ya no era una niña y estar juntas le impedía mentir sobre la edad que tenía. Y su padre también la rechazaba.

Se sintió vacía. Cerró los ojos y se preguntó qué podía hacer.

De pronto sintió que algo cálido le rozaba la mejilla y que el colchón se hundía. Abrió los ojos y vio a Kardal sentado en el borde de la cama.

– ¿Qué te pasa? -preguntó con dulzura.

Intentó contestar, pero lloró con más fuerza todavía. El no la criticó. La estrechó entre los brazos y la apretó contra el pecho.

– Tranquila, ya verás cómo todo se arregla -le prometió él.

Sabrina deseó con todo su corazón que sus palabras se hicieran realidad.

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