John y Nancy hicieron rápidos progresos hacia el oeste. Tan largo viaje no había resultado especialmente difícil, aunque la mayor parte lo habían hecho sobre una tierra no examinada anteriormente. Lucharon con flotadores y carnívoros un número razonable de veces, comiendo los frutos de sus victorias cuando tenían hambre y hablando más o menos incesantemente. La charla era sobre todo especulación; habían aprendido más sobre la naturaleza de su profesor en los últimos días que en los anteriores dieciséis años, pero lo que habían aprendido parecía plantearles más preguntas. Eran lo suficientemente jóvenes como para impresionarse por eso, de ahí la persistente conversación sólo interrumpida cuando alcanzaban una región que se parecía a la del mapa.
—Debemos haber seguido la dirección muy bien —dijo Nancy tras comparar las colinas que les rodeaban con las indicadas en el mapa—. Queríamos intentar cruzar la región del mapa por aquí —señaló— y sólo parecen quedar una docena de millas hacia el norte. Oliver hizo el mapa de esta zona; no ha cambiado demasiado y no hay dudas de que es la misma. Podemos ir hacia el sur y asegurarnos unas millas más.
—De acuerdo —contestó John—. Aunque nos separemos unas cuantas millas de nuestra zona de búsqueda, ello no impedirá que dejemos de ver la máquina.
Nancy hizo un movimiento que pareció un encogimiento bajo sus escamas.
—No merece la pena que nos esforcemos especialmente. Podremos verlo desde muchas millas si es tan brillante como dijo Fagin. Creo que será mejor que nos concentremos en el mapa ahora hasta que nos aseguremos de que estamos en donde creemos que estamos.
—Fagin habría replicado algo a esa frase —murmuró John—, pero supongo que tienes razón. Continuemos.
Dos millas, veinticinco minutos, una breve lucha y un prolongado estremecimiento en el que se pusieron en una posición en la que se sintieron seguros. A pesar de lo uniforme que era la superficie de Tenebra, moldeada por la solución, y de lo rápidos que eran los cambios, aquella región se parecía demasiado a la de los mapas para que fuese una mera coincidencia. Emplearon cinco minutos en decidir si sería mejor empezar a reunir leña para la noche, para la que no faltaban muchas horas, o acercarse a la primera área de búsqueda para perder menos tiempo a la mañana siguiente. Eligieron la segunda alternativa y continuaron.
La caída de la noche estaba cada vez más cercana cuando ambos se pararon a la vez. Ninguno necesitó hablar, pues les resultaba evidente que habían visto la misma cosa. Lejos, hacia el sur y algo desviado hacia el oeste, brillaba una luz.
Permanecieron varios segundos mirándola. Lo que veían no era especialmente brillante… sólo lo suficiente para poderlo notar; pero una luz distinta a la del día de Tenebra sólo podía explicarse de muy pocas formas. O eso supusieron, al menos, los pupilos de Fagin.
Tras mirar un momento, cogieron los mapas de nuevo y trataron de localizar en ellos la fuente de luz. Era difícil, pues resultaba casi imposible calcular la distancia. La fuente en sí no era visible, sólo el resplandor que producían en la superficie de Tenebra los fuegos, los focos y Altair. La dirección era la correcta, pero caía dentro de lo posible que la fuente real de luz estuviera, bien fuera del territorio incluido en el mapa o en la región poco señalizada por Nick durante el viaje en el que descubrió el poblado de las cuevas. Era igualmente probable que no pudieran alcanzar el lugar antes de la lluvia, pero tras una breve discusión estuvieron de acuerdo en continuar.
La marcha fue normal al principio, pero luego se hizo más difícil. Esto estaba de acuerdo con lo que recordaban del informe de Nick sobre el viaje. También recordaron su mención de unas formas de vida que habitaban en agujeros y eran peligrosas, pero no encontraron señales de ellas. La luz se hacía cada vez más brillante. Pero durante varias horas no se pudieron hacer una idea de lo que la producía.
Luego comenzaron a tener la impresión de que provenía de un punto que se encontraba por encima de su propio nivel, y a la media hora ambos estaban seguros de ello. Aquello era difícil de comprender; Fagin había dicho que el batiscafo no podía volar porque estaba roto y no existía ninguna mención de alguna colina —al menos no de algo inusual en este aspecto— en la descripción de los alrededores de la máquina. De hecho recordaron que se había establecido que se encontraba en el pie de la colina.
Luego John recordó el relato de Nick acerca de una colina notablemente alta en la región y ambos cogieron los mapas de nuevo. Parecía posible, aunque no seguro, tras una cuidadosa comprobación, que la luz viniera de la colina; si ése era el caso podía quedar alguna posibilidad de que habían hallado el batiscafo. La otra posibilidad que encontraron era que la gente de Swift estuviera allí con algún fuego.
No tardaría mucho en llover y viajar sin antorchas no sería posible. Si el área que tenían enfrente era realmente un campamento de los cavernícolas de Swift, el acercarse a ella con antorchas sería como pedir que les capturasen. El jefe debía haber aceptado la propuesta de Fagin, por lo que técnicamente eran aliados; pero por lo que John y Nancy sabían de Swift, preferían no arriesgarse. Desde cierta perspectiva no había ninguna razón para que se acercasen, pues estaban buscando el batiscafo en lugar de inspeccionar a los cavernícolas; pero no se les ocurrió tal cosa a ninguno de los dos. Si se les hubiera preguntado, probablemente habrían insistido en que no estaban seguros de que la luz proviniera de la máquina estropeada. De todas formas, continuaron intentando trazar un plan para acercarse a la luz.
Fue Nancy la que finalmente lo esbozó. A John no le gustó y no confió en él. Nancy le recordó, con razón, que sabía más física que él y que si no comprendía lo que estaba diciendo era mejor que confiara en ella. El le replicó, igualmente con razón, que podía ser mejor matemático que químico, pero que conocía la lluvia lo suficiente como para no aceptar ideas como la suya acríticamente. Nancy ganó finalmente la disputa por el método más simple: comenzó a andar sola hacia la luz, dándole a John la oportunidad de seguirla o quedarse. La siguió.
A Raeker le hubiera gustado oír ese argumento. A las criaturas que habían salido de los huevos cascados les había puesto nombre de forma arbitraria y todavía no conocía el carácter real de ninguno de ellos. La exhibición de Nancy de tal característica humana femenina le hubiera resultado fascinante, si no concluyente.
John miraba al cielo con inquietud mientras avanzaban. En su interior sabía perfectamente que la lluvia no podía preverse durante un rato; pero el hecho del desafío de Nancy al fenómeno le hacía anormalmente consciente de él. Cuando aparecieron las primeras gotas estaban lo suficientemente cerca de la luz para ver que había algo entre ellos y la fuente real… brillaba detrás de alguna barrera, posiblemente una colina.
—¿Seguimos adelante o damos un rodeo? —preguntó John cuando esto se hizo evidente—. Si subimos nos encontraremos pronto con la lluvia.
—Esa es una buena razón para hacerlo —replicó Nancy—. Si es el poblado de las cuevas no nos esperarán en esta dirección y pronto verás que tengo razón. Por otra parte, nunca he subido una colina realmente alta y Nick dijo que ésta tenía doscientos o trescientos pies… ¿no recuerdas?
—Sí, pero no estoy tan seguro como tú de que ésta sea la colina de la que estaba hablando.
—¡Mira tu mapa!
—Ya sé que estamos cerca de ella, pero sus notas eran aproximadas, lo sabes tan bien como yo. Una vez que él regresó no hubo tiempo de hacer un mapa decente. Desde entonces nos hemos dedicado prácticamente a luchar o a viajar.
—No necesitas hacer una tesis con ello. Sigamos —ella inició la marcha sin esperar respuesta.
Durante un tiempo no hubo una elevación apreciable en el nivel general del terreno, aunque el número de montículos era el habitual. La primera implicación que demostraba que Nancy podía tener razón sobre la naturaleza de la colina fue un cambio en la naturaleza de la tierra. En lugar de la usual roca granítica rica en feldespato, y muy agujereada por la solución, predominaba un material mucho más oscuro y bruñido. Ninguno de ellos había visto nunca lava fresca, pues Nick no había traído muestras, y les costó trabajo que sus pies se acostumbraran a ella.
La lluvia ya no estaba muy cercana a la superficie. No había dificultad en evitar las gotas, pues venía más luz de adelante que la que Altair daba a mediodía; el problema era que Nancy no se preocupaba de evitarlas. Teóricamente ella tenía razón; les cubrían burbujas de oxígeno, pero el calor de sus cuerpos las convertía en aire perfectamente respirable. John tardó tiempo en seguir su ejemplo. A los tenebritas les cuesta lo mismo que a los humanos romper con los hábitos.
Gradualmente, la inclinación de la oscura roca comenzó a crecer. Se hallaban en una colina y la luz estaba mucho más cerca. Las rocas marcaban agudamente sus siluetas contra ella mucho más de una milla. Nancy se detuvo, no a causa de la lluvia sino para echar una última ojeada, y entonces ambos notaron algo más.
En primer lugar, las gotas de lluvia no caían rectas; eran arrastradas horizontalmente mientras descendían en la misma dirección en que ellos viajaban. Era razonable si uno se paraba a pensarlo; conocían desde sus primeras clases la existencia de las corrientes de convección y advección. Lo notable era la velocidad; las gotas se dirigían hacia el fuego a unas dos millas por hora. La corriente de aire que las impelía podía realmente ser sentida… y eso era un gran huracán para Tenebra. Si lo que había delante era un fuego, era el mayor fuego que los pupilos de Fagin habían encendido o visto nunca.
—Si Swift encendió eso debe haber prendido toda una sección del mapa —comentó John.
Nancy se volvió hacia él abruptamente.
—¡Johnny! ¿Recuerdas lo que ocurrió la última noche, cuando Nick sacó al profesor del poblado de las cuevas? ¡Encendió una gran parte de la sección! ¿Crees que todavía puede estar ardiendo y haberse desparramado así?
—No sé —John permaneció inmóvil y pensativo durante unos momentos. Luego miró al mapa, fácilmente legible bajo la luz brillante—. No comprendo cómo pudo ocurrir —dijo al fin—. Estamos más cerca de las cuevas de lo que lo estuvimos esta mañana, pero no tan cerca. Además, la lluvia de la noche habría apagado cualquier fuego si nadie lo estuviera cuidando.
—Pero si fuera lo suficientemente grande agitaría el aire de forma que siempre tendría bastante oxígeno…; siente el viento a nuestras espaldas. ¿Has visto alguna vez algo así?
—No. Debes tener razón, pero podemos ir y verlo; todavía pienso que es más probable que sea Swift. ¿Sigues en tu idea?
—Desde luego, es lo mejor que podemos hacer con el viento llevando las gotas a esta velocidad.
—Espero que tengas tanta razón como lógica.
Continuaron, aunque más lentamente, porque era necesario seguir un camino más tortuoso para, entre las gotas de lluvia, mantener su objetivo a la vista. Las gotas alcanzaban ahora la superficie en gran número y permanecían líquidas, excepto en las partes más directamente expuestas al calor de los cuerpos de los dos viajeros. Les costó más de lo que esperaban cubrir las doscientas yardas de rocas que tenían delante, en las que la ausencia de otra cosa que no fuera la luz más allá de ellas parecía marcar la cima de la colina. En aquel momento Nancy decidió que había que actuar con cautela, pues entraba en acción la parte más peligrosa de su plan.
Al encontrar una gota de lluvia excepcionalmente grande y todavía nubosa que caía a no mucha distancia, se colocó de forma que ésta la envolviese al caer a tierra. Como era natural, el fondo de esa porción esférica de cincuenta pies desapareció en seguida por el calor de su cuerpo; pero al descender más la gota acabó por cubrirla y esconderla. La gran burbuja líquida comenzó a seguir el mismo camino de las otras, moviéndose lentamente hacia la luz, y Nancy hizo todo lo que pudo por seguirla. No resultó tan sencillo como había previsto, a pesar de que el gas que la rodeaba era perfectamente respirable, pues como no se veía nada de los alrededores, era imposible calcular la velocidad de la gota. El viento servía de alguna ayuda, aunque no suficiente, y varias veces John pudo ver su contorno cuando ella se acercaba al borde del volumen de niebla. El permaneció allí, sin considerarse cobarde por ver cómo funcionaba el experimento antes de intentarlo él mismo.
En un sentido, el intento fue un rotundo éxito; es decir, Nancy permaneció consciente en tanto duró la gota. En otro, sin embargo, había un fallo: la gota no duró lo suficiente. Al sufrir el asalto de la radiación de calor de Nancy, y del fuego simultáneamente, desapareció abruptamente en una turbulenta ola final, dejándola a la vista.
Aquello fue menos catastrófico de lo que podía haber sido. Los tres o cuatro segundos posteriores a la desaparición de lo que la ocultaba, Nancy permaneció en perfecta inmovilidad; luego, sin hacer esfuerzo alguno por desviar la voz de la luz que tenía delante, gritó:
—¡Johnny! ¡Ven rápido!
Se había detenido al borde de un hoyo de lados casi verticales y de dos millas de anchura. Los primeros segundos de silencio los pasó felicitándose por haber tenido la suerte de que su gota no hubiera durado unos segundos más; luego, la corriente de calor que provenía del suelo del cráter, de apenas cien pies de profundidad, la forzó a admitir que no se trataba de suerte. Desde este lugar estratégico podía verse que ninguna gota de lluvia se aproximaba al área, a excepción de las que ascendían la pendiente desde el exterior. Todo el suelo resplandecía y había numerosos trozos con un brillo casi sorprendente. Estos últimos parecían líquidos, aunque el líquido poseía una superficie notablemente aguda y bien definida.
Raeker, e incluso Easy, habrían reconocido en seguida que se trataba de un volcán; pero el fenómeno era completamente extraño a la experiencia y educación de los pupilos de Fagin. Raeker había notado, de pasada, la primera referencia de Nick a la forma cónica de la alta colina de su informe; los geólogos también le prestaron alguna atención e incluso habían situado el fenómeno en la lista de cosas que tenían que ser investigadas concienzudamente; pero las cosas no habían pasado de ahí, Nick no había dicho nada que sugiriera que aquello estaba activo… o al menos nada que los hombres hubieran reconocido como una evidencia de tal cosa; él había mencionado viento. En realidad no fue tan violento cuando él había pasado por allí tres meses terrestres antes. Sólo su talla y forma habían sido dignos de notificar.
—Esto sería un lugar maravilloso para un poblado —comentó John tras unos minutos de silencio—. No necesitaríamos mantener fuegos encendidos.
—¿Te olvidas de la comida? —contestó Nancy—. Las plantas que crecen en esta roca oscura son diferentes de las que conocemos; podría ser que el ganado no las comiera.
—Eso sería fácil saberlo…
—De todas formas no nos interesa eso ahora. La luz no es lo que estábamos buscando, aunque admito que es interesante. Será mejor que prosigamos con nuestro trabajo.
—Está lloviendo —señaló John—, y no creo que podamos proseguir la investigación por la noche con la misma facilidad que por el día. Por lo menos sí parece un lugar perfecto para dormir.
—Eso es cierto… —el acuerdo de Nancy fue interrumpido de pronto.
A unas trescientas yardas a su izquierda, un segmento del borde del hoyo, de unas cincuenta yardas de largo y diez o quince de ancho, se desprendió y cayó con un ensordecedor estruendo. Con esa gravedad, hasta la atmósfera de Tenebra era un freno inefectivo, y diez o quince mil toneladas de detritus volcánico bien cementado siguieron sin esfuerzo su camino por la corteza roja y caliente, casi de lava, que se encontraba al pie de la plataforma saliente. Los resultados no dejaron dudas sobre el estado líquido del caliente material… o no habría dejado ninguna si los dos exploradores todavía estuvieran mirando. Pero no lo hacían; bajaban la colina en la misma dirección por la que habían venido antes de que la masa de roca se hubiera soltado completamente. Incluso corriendo, John tuvo tiempo para agradecer que el incidente hubiera ocurrido justo en el momento en que Nancy se mostró de acuerdo con él en que el lugar era excelente para acampar. No es necesario decir que no lo mencionó en voz alta. Ni siquiera John se preocupaba de evitar las gotas de lluvia en ese momento, mucho menos de hablar sobre materias irrelevantes.
Descendieron una milla corriendo antes de detenerse. Todavía quedaba suficiente luz para leer los mapas, y a los pocos minutos ya se habían convencido de que se trataba de la alta y cónica colina del informe de Nick. Sin embargo, una vez decidido aquello, ninguno de los dos sabía qué hacer. El impulso natural era regresar al campamento para informar a Fagin de aquello; contra ello se oponía el que tenían que completar otra tarea que era un caso de vida o muerte.
—Esto puede esperar un día —señaló John—. Podemos acampar aquí, investigar mañana nuestras áreas y regresar según lo planeado. No podemos dejarlo todo de lado por un nuevo descubrimiento.
—Imagino que no —concedió Nancy, aunque no muy segura de lo que decía—; pero no podemos acampar aquí. No hay combustible suficiente para doce horas en esta roca negra, ni que decir tiene que no hay para el resto de la noche, y las gotas empiezan a hacerse más claras.
—Ya lo había notado —contestó John—. Entonces será mejor que nos vayamos. Espera un momento, aquí hay suficiente para hacer una antorcha. Vamos a encender una, pues puede que después tengamos poco tiempo.
Nancy se mostró de acuerdo y a los diez minutos estaban de nuevo caminando. John tenía una antorcha y Nancy material para otras dos, todo lo que la vegetación permitía. Se dirigieron a una región en la que, según los mapas, había colinas ligeramente más altas de lo usual, con lo que evitarían encontrarse en un lago por la mañana. Ambos estaban un poco inquietos a pesar del éxito de Nick en su primer viaje durante toda la noche; pero algo les distrajo una vez más antes de llegar a estar realmente preocupados.
De nuevo divisaron una luz frente a ellos. No era fácil percibirla, pues el resplandor de sus espaldas todavía era muy grande, pero no cabía duda de que existía algún tipo de fuego en alguna de las colinas que tenían frente a ellos.
—¿Vas a actuar con ésta de la misma forma que lo hiciste con la otra? —preguntó John.
Nancy miró a las gotas de lluvia, ahora claramente peligrosas, y no se molestó en contestar. Su compañero tampoco esperaba respuesta y al cabo de un momento hizo otra pregunta más sensata.
—¿Qué haremos con esta antorcha? Si nosotros podemos ver el fuego, cualquiera que esté cerca de él podrá vernos a nosotros. ¿Quieres apagarla?
Nancy miró hacia arriba… o, mejor dicho, dirigió su atención en esa dirección mediante una sutil alteración en las posiciones de sus espinas visuales, que actuaban más como un sistema interferómetro de radio, salvo porque eran sensitivos a longitudes de ondas mucho más cortas.
—Será mejor —contestó—. Hay luz suficiente para evitar las gotas.
John se encogió de hombros y lanzó el pedazo de madera encendida a una gota de lluvia. Los dos se deslizaron hacia la distante luz.
Cuando se aproximaron pudieron ver que se trataba de un fuego ordinario esta vez. Desgraciadamente, no había nada visible a su alrededor y la vegetación no era lo suficientemente densa como para ocultar a cualquiera de talla ordinaria a menos que la estuviera usando deliberadamente para ese propósito. Ello sugería la posibilidad de un problema, y los dos exploradores rodearon la colina en donde se encontraba la hoguera con extrema precaución buscando el rastro de cualquier cosa que hubiera estado por allí en las últimas horas. Como carecían de la habilidad de rastreo de los cavernícolas, no encontraron signos de gente. Tras dos vueltas completas y alguna discusión en voz baja, acabaron por concluir que lo que había hecho el fuego estaba todavía en la colina, pero notablemente bien escondido, o, de no ser ése el caso, el fuego se había iniciado de alguna manera poco usual. La última hipótesis no se les hubiera ocurrido de no ser por su reciente experiencia con el volcán. No había forma de decidirse por una de las posibilidades con el uso exclusivo de la razón. Se imponía una investigación más cercana, y esperando oír en cualquier momento la aguda voz de Swift, la emprendieron. Con sumo cuidado, examinando cada arbusto, ascendieron por la colina.
La subida guardaba más parecido con un experimento científico, su realización eliminó ambas hipótesis y les dejó sin ideas durante un rato. Pero sólo por poco tiempo: cuando los dos llegaron junto al pequeño fuego, que obviamente había sido hecho por manos inteligentes, oyeron un grito desde la colina siguiente.
—¡John, Nancy! ¿De dónde venís?
Los sorprendidos exploradores reconocieron en seguida la voz de Oliver y, simultáneamente, el hecho de que habían sido un poco apresurados al eliminar posibilidades; era obvio que habían perdido el rastro, pues ni Oliver ni Dorothy podían volar. Ninguno habló de ello en voz alta; todos decidieron para sí mismos que la diferente vegetación del área era la responsable.
Cuando Oliver y su compañera regresaron junto al fuego desde la colina en la que se habían escondido al ver la antorcha de John, al momento quedó claro que también ellos vieron la luz del volcán y se acercaron a investigar. Sus aventuras habían sido muy similares a las de John y Nancy, salvo por el hecho de que no trataron de esconderse en las gotas de lluvia. Oliver y Dorothy habían llegado una hora antes que los otros y encontraron un buen abastecimiento de combustible, por lo que estaban bien provistos para la noche.
—Apuesto a que Jim y Jane están con nosotros antes de que pase la noche —dijo Jane, cuando. ambos grupos habían completado su intercambio de informaciones—. Sus áreas de investigación eran más cercanas a este lugar que las tuyas, Oliver, y a menos que se hayan desviado al venir también deben haber visto la gran luz.
—Puede ser que pensaran que era mejor ceñirse a la tarea asignada —señaló John.
—¿No formaba parte del trabajo investigar las luces brillantes? —replicó su compañera—. En cuanto a mí, si no están aquí en una o dos horas voy a comenzar a preocuparme por ellos. No es posible perder o ignorar esa colina de fuego.
Nadie tuvo una respuesta apropiada para ello, pero nadie quedó realmente impresionado por el razonamiento, pues todos habían pasado cierto tiempo discutiendo la conveniencia de ir a investigar la montaña. En cualquier caso, pasaron las horas sin que apareciesen. Si Nancy estaba preocupada, no lo demostró, ni ninguno de los otros tampoco. Era una noche muy tranquila y no se produjo nada que les preocupara. Las horas pasaban, pero eso era normal; la luz se hizo más brillante, pero se le achacó a la peculiar colina; la lluvia estaba disminuyendo, pero de eso también podía echársele la culpa a la colina de fuego. El fuego consumía el combustible a una velocidad inusual, pero había mucho. Sin duda el viento era el responsable…; ninguno de ellos había experimentado nunca tal viento y una corriente de aire que se pudiera sentir; en realidad podía producir sin duda muchas cosas extrañas. Los cuatro exploradores permanecieron junto al fuego y se adormilaron mientras el viento se hacía más fuerte.