LECCIÓN X. LA DOCTRINA SECRETA

Creo en el Espíritu Santo (Credo de los Apóstoles).

Creo en el Espíritu Santo, el Señor y Dador de vida (Credo de Nicea).


Para la generalidad de los cristianos, la naturaleza del Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad es muy oscura y no la comprenden. El cuidadoso examen de los escritos cristianos ortodoxos demuestra que la Iglesia está muy ofuscada en este punto, que debiera ser importantísimo para los sacerdotes y congregaciones. Si le preguntamos a un clérigo de vulgar entendimiento cuál es la naturaleza del Espíritu Santo, veremos cuán vagos, contradictorios y deficientes son los conceptos que mantiene. Si consultamos las enciclopedias y libros de referencia, notaremos que muy poco saben y dicen sobre tan importante asunto.

Únicamente lo esclarecen las enseñanzas del cristianismo místico, pues son explícitas sobre este punto atestado de dificultades e incomprensión por parte de los teólogos ortodoxos.

Las enseñanzas del cristianismo místico acerca del Espíritu Santo pueden compendiarse en la siguiente declaración: El Espíritu Santo es lo Absoluto en su fase de manifestación, comparado con su fase de inmanifestación. Es el Ser manifiesto comparado con el inmanifiesto. El Dios creado en comparación del increado Dios. Es Dios operante como activo Principio, en comparación con Dios el absoluto Ser


Conviene la repetida y atenta lectura de esta declaración, antes de seguir adelante en el estudio de esta lección.

Para bien comprenderla es necesario tener en cuenta que pode_ mas considerar al Absoluto en dos fases; no como dos personas, entidades o seres sino como dos fases. No hay más que un Ser ni puede haber más que un Ser absoluto; pero podemos considerarlo en dos fases o dos aspectos: el inmanifestado y el manifestado.

El Inmanifestado es el Único en su fase de Absoluto Ser, indiferenciado, inmanifestado, increado sin atributos ni cualidades ni naturalezas.

La mente humana es incapaz de concebir el Ser Inmanifestado como una cosa, como algo, porque si así lo concibiéramos dejaría de ser el ser Absoluto e Inmanifestado. Siempre que pensáramos en «algo» sería este algo una manifestación en la objetiva existencia.

Pero la razón nos obliga a admitir la existencia del Absoluto e Inmanifestado Ser, porque el relativo y manifiesto universo así como la vida deben haber procedido y emanado de una Realidad fundamental, absoluta e inmanifestada. Y esta Realidad absoluta cuya existencia nos obliga la razón a admitir es Dios Padre, incognoscible, por medio de los sentidos, pero cuya existencia nos da a conocer la razón pura o la intuición de nuestro espíritu interno. Materialmente hablando «Dios es incognoscible» pero en alto sentido puede conocer y probar su existencia el espíritu humano por el ejercicio de las facultades superiores de la mente.

El Ser Inmanifestado es el Único en su propia existencia y esencia. Si todo el mundo de objetiva vida manifestada, aun en sus formas superiores, quedara substraído de la manifestación ¿qué restaría? Únicamente el Ser Inmanifestado. Únicamente Dios Padre, en cuyo ser quedaría absorbido el universo. Nada habría fuera de él. Sería Él por sí mismo, el Único en su fase de inmanifestación.

Desde luego que esta idea puede parecer demasiado abstrusa a primera lectura, como si fuese la afirmación de un Ser que es el No-Ser; pero conviene no apresurarse y esperar a que la mente asimile el concepto, pues entonces reconocerá cada cual que dicho concepto se armoniza con la correspondiente verdad oculta en lo íntimo de su conciencia, y comprenderá a Dios Padre comparado con Dios Espíritu Santo, quien, según dijimos es el Absoluto en su fase de Ser Manifestado. Es Dios manifiesto en toda vida objetiva y en todos los fenómenos del universo.

En Lecciones de filosofía yogui dijimos que hay un Espíritu de Vida inmanente y manifiesto en todas las formas de vida. También dijimos que en el universo todo está vivo, hasta los minerales y los átomos componentes de la materia. Expusimos que como el Espíritu de Vida es la fuente de toda manifestación en el universo y la causa eficiente de todos los fenómenos de la faena, la materia y la vida, se sigue lógicamente que no puede haber nada muerto en el mundo, que en todo objeto está manifiesta la VIDA y sólo varía en el grado de manifestación. En nuestro Curso avanzado de filosofía yogui y en el Gñani Yoga tratamos extensamente de este asunto.

Por lo tanto ¿qué es este Espíritu de Vida? Si Dios lo es Todo, no puede ser el Espíritu de Vida otra cosa que Dios. Absoluto, Increado e Inmanifiesto. Pues entonces ¿qué es? Forzosamente el Ser Manifestado, Dios Creador, el Espíritu Santo. Tal es la enseñanza oculta relativa a este gran misterio del cristianismo, y vemos cómo quienes formularon el Credo de Nicea tuvieron en cuenta las tradiciones de la Iglesia primitiva al decir: «Creo en el Espíritu Santo, el Señor y Dador de Vida».

La verdad referente a la inmanencia de Dios subyace en las místicas enseñanzas de todos los pueblos, razas y épocas. Sea cual sea el nombre que se les dé y la religión que las contenga, enseñan que Dios está inmanente en todas las formas de materia y en todas las modalidades de vida y energía. Esta verdad constituye la doctrina secreta de toda filosofía, credo y religión. Las enseñanzas externas y exotéricas se reducen por lo general a la instrucción de las ineducadas mentes del pueblo y encubren la genuina verdad con el concepto de un Dios personal, de dioses y semidioses que moran en un lejanísimo reino celeste, o de un Ser que creó el universo y después de crearlo dejó que marchara por sí solo, sin prestarle atención más que en ocasiones, y reservándolo para premiar a quienes le prestan homenaje, le adoran y ofrecen sacrificios, y castigar a quienes no cumplen con estas exigencias. Creen las gentes que cada deidad personal favorece al pueblo que levanta templos en su honor y en cambio odia a los enemigos de tal pueblo.

Pero la doctrina secreta o esotérica enseñanza de todas las religiones repudia tan primitivo concepto de incultas mentes y expone la verdad del Dios inmanente, de la Energía inherente en todas las manifestaciones de vida. El cristianismo no está exceptuado de esta regla, pues afirma un principio esotérico en la declaración de su creencia en el Espíritu Santo.

Aunque la actual tendencia de las iglesias ortodoxas es decir muy poca cosa del Espíritu Santo, porque no saben explicar su significado, el cristianismo místico declara abiertamente su conformidad con este principio de las primitivas enseñanzas y con toda reverencia repite las palabras del Credo de Nicea: Creo en el Espíritu Santo, el Señor y Dador de Vida.

La mayoría de los que se llaman cristianos ignoran que también en el cristianismo hay una doctrina secreta, conocida siempre de los místicos de dentro y de fuera de la Iglesia, cuya llama mantuvieron y mantienen viva unas cuantas devotas almas escogidas para esta sagrada labor.

La doctrina secreta del cristianismo no tuvo su origen en Jesús, quien por su parte también fue iniciado en los Misterios que se enseñaban desde muchos siglos antes de su nacimiento. Así dice san Agustín: «Lo que llamamos la religión cristiana existió entre los antiguos y nunca cesó de existir desde el principio de la raza humana hasta que Cristo tomó carne, cuando la verdadera religión ya existente se empezó a llamar cristianismo».

Transcribimos unos cuantos párrafos de un conocido escritor sobre temas religiosos, con cuyos puntos de vista en este particular estamos conformes, aunque discrepemos en otros particulares. Dice así:

«Cabe afirmar sencillamente que ya no se enseñan estas doctrinas en las iglesias. ¿Cómo es esto? Porque el cristianismo ha olvidado gran parte de sus originarias enseñanzas y se satisface hoy con la parte restante, que es muy corta con relación a lo que primitivamente conoció. Se dirá que el cristianismo tiene todavía las mismas Escrituras. Es cierto; pero estas Escrituras enseñan algo que está hoy olvidado ¿Qué significan las constantes referencias a los Misterios del reino de Dios la frecuente declaración de Jesús a los discípulos de que sólo a ellos les era dado conocerlos y que a los demás les había de hablar en parábolas? ¿Por qué emplea siempre Jesús los términos técnicamente peculiares de las enseñanzas esotéricas de la antigüedad? ¿Qué significa san Pablo al decir: "hablamos sabiduría entre los perfectos", palabra esta ultima aplicada a los que habían alcanzado cierto grado de iniciación? Repetidamente emplea san Pablo términos igualmente técnicos, pues habla de la “sabiduría de Dios en misterio, la que Dios ordenó antes del principio del mundo y que no conocen los príncipes de este mundo". Desde luego que no hubiera sido verdadera esta afirmación de Pablo si únicamente se refiriese a las esotéricas enseñanzas del cristianismo que abiertamente predicaban a todas las gentes. Los inmediatos sucesores de san Pablo, los Padres de la Iglesia, sabían perfectamente bien lo que significaban las afirmaciones de su predecesor, pues todos ellos usan precisamente la misma fraseología. San Clemente de Alejandría, uno de los primeros y más insignes, nos dice que "no es lícito revelar a los profanos, los Misterios del Verbo".»

Otra consideración nos demuestra claramente lo mucho que se ha olvidado de las primitivas enseñanzas. La Iglesia sólo procura hoy que las gentes sean piadosas y señala la santidad como la meta y corona de su propósito. Pero en los primeros tiempos requería mucho más, pues cuando un hombre alcanzaba la santidad, es decir cuando ya era perfecto, entonces lo consideraba capaz de recibir las enseñanzas que hoy día no puede dar porque ha olvidado el antiguo conocimiento. La Iglesia primitiva señalaba tres etapas disciplinarias: purificación, perfección e iluminación. Hoy día se satisface con la purificación y a lo sumo con la perfección o santidad, porque no tiene iluminación que dar.

Dice Clemente de Alejandría:

«La pureza es tan sólo un estado negativo, principalmente valioso como requisito de la intuición. El purificado por el bautismo e iniciado después en los Misterios menores, en los que adquirió los hábitos de reflexión y dominio propio, está ya maduro para los Misterios mayores, para la Gnosis o científico conocimiento de Dios». En otro lugar añade: «El conocimiento es algo más que la fe. La fe es el sumario conocimiento de apremiantes verdades, a propósito para las gentes ocupadas en los negocios del mundo; pero el conocimiento es la fe científica».

Orígenes, discípulo de san Clemente de Alejandría, habla de la fe popular e irracional que conduce a lo que él llama cristianismo material, basado en el relato evangélico en oposición al cristianismo espiritual contenido por la Gnosis de Sabiduría. Al tratar de las enseñanzas fundadas en los relatos históricos exclama Orígenes: «¿Qué mejor método podía trazarse para auxiliar a las masas?» Mas para los prudentes y discretos señala siempre las enseñanzas superiores, que sólo se comunican a quienes han demostrado ser dignos de recibirlas. Estas enseñanzas no se han perdido. La Iglesia las desechó al expulsar a los insignes doctores gnósticos; pero se han conservado a pesar de todo, y precisamente estamos ahora estudiando esta Sabiduría que para nosotros soluciona todos los problemas de la vida, nos traza una racional norma de conducta y nos sirve de verdadero evangelio de buenas nuevas recibidas de lo alto.

San Pablo indica la existencia de la doctrina secreta, al decirles a los corintios: «De manera que yo, hermanos, no puedo hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños de Cristo. Os di a beber leche, y no vianda, porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales» (1 Corintios 3, 1-3).

Jesús dijo: «No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, porque sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen» (Mateo 7, 6).

Sobre estas palabras de Jesús, escribe san Clemente de Alejandría: «Aun ahora temo, según se dijo "echar perlas a los puercos, porque no las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen". Porque difícil es exponer las realmente puras y transparentes palabras relativas a la verdadera Luz, ante brutales e incultos oyentes».

En el siglo I de la era cristiana, los instructores cristianos empleaban frecuentemente la denominación de «Misterios de Jesús» y los círculos esotéricos de los cristianos se consideraban como una congregación de almas lo bastante adelantadas para entender dichos misterios.

Interesantes sobre el particular son los siguientes pasajes: «Cuando estuvo solo, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola. Y les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan» (Marcos 4,10-12).

«Con muchas tales parábolas como éstas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír. Y sin parábolas no les hablaba; aunque a sus discípulos en particular les declaraba todo» (Marcos 4,33-34).

«Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar» (Juan 16, 12).

Las enseñanzas ocultas afirman que, cuando después de la crucifixión volvió Jesús en cuerpo astral, instruyó a sus discípulos en muchas importantes verdades místicas, según se infiere del siguiente pasaje: «a quienes también (a los discípulos), después de haber padecido, se presento vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles por cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios» (Hechos 1,3).

Saben muy bien los versados en historia eclesiástica que los Padres de la Iglesia hablaron y escribieron explícitamente de los Misterios cristianos. Policarpo, obispo de Esmima, escribe a unos fieles diciéndoles que espera que «estén bien versados en las Sagradas Escrituras y que nada les quede oculto, pues por lo que a mí toca no se me ha concedido todavía este privilegio» (Epístola de Policarpo, capítulo VII).

Ignacio, obispo de Antioquía, dice: «No soy todavía perfecto en Cristo, porque ahora empiezo a ser discípulo y te hablo como condiscípulo».

También se dirige a ellos como «iniciado en los misterios del evangelio con san Pablo, el Santo, el martirizado». Y en otro pasaje: «¿No podría escribiros cosas más llenas de misterio? Pero temo hacerlo por no lastimaros, puesto que aún sois niños. Perdonad, me en este particular, pues os aplastaría el peso de lo que os dijera, por no ser capaces de soportarlo. Porque tampoco soy yo toda, vía perfecto ni un discípulo como lo fueron Pablo y Pedro, aunque soy capaz de comprender las cosas celestiales, los órdenes angélicos, las diferentes clases de ángeles y huestes, la distinción entre potestades y dominaciones, entre tronos y autoridades, el poderío de los eones, la preeminencia de los querubines y serafines, la sublimidad del Espíritu, el reino del Señor, y sobre todo la incomparable majestad de Dios omnipotente».

También habla Ignacio del sumo sacerdote o hierofante, de quien afirma que «era el encargado del santo de los santos y el único a quien se le habían confiado los secretos de Dios» (Epístola de San Ignacio).

San Clemente de Alejandría fue un místico de alto grado en los círculos esotéricos de la Iglesia. Sus escritos rebosan de alusiones a los Misterios cristianos. Dice, entre otras cosas, que sus escritos son una miscelánea de notas gnósticas de acuerdo con la filosofía de la época. Había recibido Clemente estas enseñanzas de Pontaemo, su instructor espiritual. Dice de estas enseñanzas:

«El Señor nos permitió comunicar aquellos divinos Misterios y aquella santa luz a los capaces de recibirlos. Ciertamente no descubrió a los muchos lo que no pertenecía a los muchos, sino que lo descubrió a los pocos, a quienes sabía que pertenecía por ser capaces de recibirlo y amoldar a ello su conducta. Pero las cosas secretas se han de confiar a la palabra hablada y no a la escrita, según hace Dios. Y si alguien adujera aquel pasaje que dice: "Nada hay secreto que no sea revelado ni oculto que no se descubra", le diremos que a quien secretamente oye se le manifestará lo secreto, según predijo dicho oráculo. Y a quien sea capaz de observar secretamente lo que se le confíe, se le descubrirá la velada verdad, y lo oculto a los muchos será manifiesto a los pocos. Los misterios se revelan místicamente, de modo que lo dicho por el revelador esté más bien que en su voz en su entendimiento. Los escritos de estas memorandas mías, bien sé que son flacos en comparación de aquel espíritu lleno de gracia a quien tuvo el privilegio de escuchar. Pero serán una imagen que le recuerde el arquetipo al que recibió el toque del tirso [4]. No intentamos explicar abiertamente las cosas, lejos de ello sino tan sólo refrescarles la memoria por si hemos olvidado algo o con el propósito de no olvidarlo, pues bien sé que con el correr del tiempo se me escaparon muchas cosas de la pluma. Algunas cosas hay que no recuerdo, porque muy grande era el poder de los benditos instructores.

»También hay cosas que olvidé por no anotarlas, y otras que se desvanecieron de la mente, pues el retenerlas no es fácil tarea para los no experimentados. Todas estas cosas redivivo en mis comentarios y otras omito de propósito después de prudente selección, temeroso de escribir lo que no confié a la palabra, no por aversión, pues fuera injusto, sino para que mis lectores no tropezaran al tomarlas en tergiversado sentido, y como dice el proverbio "pusiéramos una espada en manos de un niño". Porque si bien lo escrito permanece, no le dice a quien lo lee más allá de lo que está escrito, pues necesita el lector que otro le guíe en la interpretación de la escritura. Algo insinúa mi tratado; en algo se detendrá y algo se limitará a mencionar. Procurará hablar imperceptiblemente, exponer secretamente y demostrar calladamente» (Stromata) .

En la misma obra de que entresacamos los precedentes pasajes tiene san Clemente un capítulo titulado: «Los Misterios de la Fe no se han de divulgar a todo el mundo», en el que, como sus escritos han de darse a la publicidad, a los necios y a los discretos «se requiere encubrir en misterio la sabiduría hablada en la que enseñó el Hijo de Dios». Y añade: «Porque difícil es exponer las realmente puras y transparentes palabras a los brutales e incultos oyentes. Porque nada parecerá tan ridículo a las multitudes ni tan admirable a los de noble carácter. Pero los prudentes no divulgan con sus labios lo que razonan en sus consejos; y dice el Señor lo que oís proclamadlo por las casas, exhortándoles a que reciban las secretas tradiciones del verdadero conocimiento y exponerlas en voz alta y abiertamente a quien corresponda, pero no a todos sin distinción, lo que se les dice en parábolas. Pero en mis comentarios la verdad está sembrada a voleo, a fin de que no la perciban quienes picotean las semillas como los grajos; pero cuando encuentran un buen labrador, las semillas germinan y producen trigo.

»Los todavía ciegos y sordos que no han comprendido la verdad ni tuvieron la aguda visión de las almas contemplativas han de permanecer extraños al divino coro. Por lo tanto, de conformidad con el método de sigilo, a la verídica Palabra Sagrada, verdaderamente divina y de lo más necesaria para nosotros, depositada en el sagrario de verdad, la designaron los egipcios con el nombre de adyta y los hebreos con el de "velo", a donde sólo tenían acceso los consagrados. Porque Platón también opinaba que no tenía derecho "el impuro de tocar lo puro". De aquí que las profecías y oráculos se expusieran en enigmas a las gentes ineducadas e incultas. Por lo tanto, no conviene declarar indiscretamente todas las cosas a las gentes, ni se han de comunicar los beneficios de la sabiduría a quienes ni aun en sueños, tienen purificada el alma, pues no es lícito entregar a cualquier advenedizo lo que costó tanto trabajo de adquirir. Los Misterios de la Palabra no son para revelados a los profanos. Se instituyeron los Misterios para recibir el beneficio de la santa y bendita contemplación de la realidad. Por otra parte, hubo Misterios ocultos hasta el tiempo de los apóstoles, quienes los comunicaron tal como los recibieron del Señor, y encubiertos en el Antiguo Testamento fueron manifestados a los santos. Por otra parte, tenemos la abundosa gloria de los misterios de los gentiles, la cual es fe y esperanza en Cristo. A la instrucción que revela cosas ocultas se le llama iluminación, pues únicamente el instructor destapa el "arca"» (Stromata).

Asimismo cita y aprueba san Clemente este pasaje de Platón: «Debemos hablar enigmáticamente, de modo que si la tableta se pierde no la entienda quien la encuentre y lea». Acerca de algunos escritos gnósticos dice: «Basta con que lo dicho satisfaga a quien tiene oídos, porque no es necesario explicar el misterio, sino indicar tan sólo lo necesario para que sepan de qué se trata los partícipes del conocimiento».

Hemos citado copiosamente a san Clemente de Alejandría para demostrar qué varón tan conspicuo de la primitiva Iglesia reconoció y efectivamente enseñó la doctrina secreta del cristianismo místico, y que la primitiva Iglesia cristiana era un organismo con un centro místico para unos pocos y la externa comunidad para la multitud. ¿Puede caber duda alguna sobre ello después de leído lo escrito por su pluma?

Pero no sólo escribió y enseñó así san Clemente, sino que otras autoridades de la primitiva Iglesia cristiana manifestaron igualmente su conocimiento y aprobación de las enseñanzas esotéricas. Por ejemplo, Orígenes, discípulo de san Clemente y hombre de multilateral influencia en los primeros tiempos de la Iglesia, defendió al cristianismo de los ataques de Celso, quien inculpaba a la Iglesia de ser una sociedad secreta que enseñaba su doctrina tan sólo a unos cuantos mientras que alucinaba a las gentes con patrañas. Replicó Orígenes diciendo que si bien era cierto que la Iglesia tenía enseñanzas esotéricas no reveladas a la generalidad de las gentes, seguía con ello el ejemplo de todos los instructores de la Verdad, quienes siempre reservaban el aspecto esotérico de sus enseñanzas y daban a la masa popular el aspecto exotérico.

Escribe Orígenes sobre este asunto:

«El Misterio de la Resurrección es objeto de ridículo entre los incrédulos porque no lo comprenden. En estas circunstancias es completamente absurdo decir que la doctrina cristiana es un sistema secreto. Pero que haya ciertas doctrinas desconocidas de la multitud, que se enseñen después de las exotéricas, no es cosa peculiar del cristianismo, sino común a los sistemas filosóficos en que unas verdades son esotéricas. Algunos discípulos de Pitágoras se contentaban con lo que dijera el maestro, mientras que a otros se les instruía secretamente en las doctrinas inadecuadas a oídos incultos y profanos. Además, todos los Misterios celebrados en Grecia y países extranjeros, aunque eran secretos, nadie echó sobre ellos el descrédito, y así en vano que calumnie la doctrina secreta del cristianismo quien no comprende exactamente su índole.

»No he hablado todavía de la observancia de todo cuanto está escrito en los evangelios, cada uno de los cuales contiene mucha doctrina difícil de comprender no sólo por el vulgo sino aun por algunos de los más inteligentes, incluyendo en la dificultad la profunda explicación de las parábolas con que Jesús hablaba a "los de fuera", mientras que reservaba la explicación de su completo significado a quienes ya habían trascendido las enseñanzas exotéricas y entraban con Jesús en la casa. Cuando Celso llegue a comprender esto, verá la razón de que de unos se diga que están "fuera" y de otros que "en la casa"» (Contra Celso).

En la misma obra considera Orígenes el relato evangélico de la mujer cananea (Mateo 15, 22) y dice sobre el particular:

«De las palabras de Jesús se infiere también que hay verdades que sólo se han de dar razonablemente a los hijos; pero otras son como migajas de la mesa de los selectos, que aprovechan algunas almas como los perros.»

En otro pasaje:

»Aquel cuya alma ha estado largo tiempo limpia de pecado, especialmente desde que se entregó a la salutífera Palabra, puede escuchar las doctrinas que Jesús enseñó en privado a sus genuinos discípulos.»

Y también:

«Pero sobre estos asuntos cabe decir mucho de índole mística en concordancia con lo de que conviene mantenerse junto al secreto de un rey, a fin de que la doctrina de la entrada de las almas en los cuerpos no se divulgue entre los indoctos ni se dé lo santo a los perros ni se echen perlas a los cerdos. Porque semejante procedimiento fuera impío y equivalente a traicionar la misteriosa declaración de la sabiduría de Dios. Sin embargo, basta representar en estilo de narración histórica lo que conviene encubrir para que los capaces de ello infieran todo lo referente a tales asuntos.»

Añade Orígenes en la misma obra:

«Si leemos los libros escritos después del tiempo de Jesús veremos que aquellas multitudes de creyentes que oían las parábolas eran por decirlo así «los de fuera» merecedores tan sólo de la doctrina esotérica, mientras que los discípulos aprendían en privado la explicación de las parábolas. Porque Jesús privadamente explicó a sus discípulos todas las cosas, y estimaba mucho más que a las multitudes a quienes deseaban conocer su sabiduría.

»Y a los que en él creían prometió enviarles sabios y escribas.»

En su obra De los principios, dice Orígenes:

«Las Escrituras no sólo tienen el significado que aparece a primera vista, sino otro que no echan de ver la generalidad de las gentes, porque está encubierto en forma de misterios y de imágenes de las cosas divinas, respecto de lo que es común opinión de la Iglesia que la leyes verdaderamente espiritual, pero que no todos comprenden el significado espiritual que la ley entraña sino tan sólo lo comprenden quienes reciban la gracia del Espíritu Santo en palabras de conocimiento y sabiduría.»

Pudiéramos llenar página tras página con vívidas transcripciones de los escritos de los primeros Padres de la Iglesia y sus sucesores en demostración de las enseñanzas esotéricas; pero bastan las citadas para esclarecer este punto, porque proceden de indubitable autoridad.

Deplorable calamidad cures efectos todavía sufre la Iglesia fue que se apartara de estas esotéricas enseñanzas.

Dice Eliphas Lévi en su obra Historia de la Magia :

«Gran desgracia cayó sobre el cristianismo. Los falsos gnósticos traicionaron los Misterios (pues los verdaderos gnósticos, los que conocían fueron los iniciados del primitivo cristianismo) y motivaron que la Iglesia repudiase la gnosis y desdeñara las supremas verdades de la cábala que contiene todos los secretos de la teología trascendental…

»Si el silencio absoluto, si la pura razón volviera a ser patrimonio de los caudillos del pueblo; si el arte sacerdotal y el regio arte empuñaran de nuevo el doble cetro de las antiguas iniciaciones, saldría una vez más el mundo de su caos. No queméis las imágenes ni derroquéis los templos, porque imágenes y templos necesitan las gentes; pero arrojad a los simoniacos de la casa de oración; que los ciegos no guían por más tiempo a los ciegos; restaurad las jerarquías de talento y santidad, y reconoced por instructores tan sólo a quienes sepan y crean.»

Ahora bien: ¿Qué se enseñaba en los Misterios cristianos? ¿Qué son las enseñanzas esotéricas? ¿Cuál es la doctrina secreta? Sencillamente la filosofía oculta y el místico saber comunicados a los elegidos en toda época según expusimos en nuestra obra Lecciones de filosofía yogui; y además, la especial enseñanza referente a la naturaleza, misión y sacrificio de Jesús el Cristo, según hemos procurado explicar en estas lecciones. La Verdad es la misma en cualquiera forma en que se enseñe. Si la despojamos del especial color con que el instructor la tiñe, quedará siempre la misma VERDAD.

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