Capítulo 5

El director de la escuela le ofreció su silla a Bron, pero ella quería sentarse entre los demás padres en el campo, cerca de Lucy. En semejante dilema, ¿qué haría su hermana?

Exactamente lo que llevaba haciendo desde que fue lo suficientemente mayor como para darse cuenta de que la vida estaba llena de opciones y que, si no dejaba claros sus deseos, alguien lo haría por ella. Y, dado que ella era para todos la famosa Brooke Lawrence y no su hermana desconocida, no había ninguna razón para que no hiciera lo mismo.

Le puso una mano en el brazo al hombre para indicarle que apreciaba su gesto y sonrió.

– Por favor, no se moleste. Voy a reunirme con el resto de los padres, donde pueda animar a Lucy y gritar con ganas sin parecer que me he vuelto loca. ¿Tal vez nos podamos ver durante la merienda?

Todos le sonrieron. Bron apenas se podía creer lo fácil que era hacer que todos la admiraran de esa manera. Debía haberse fijado mucho en Brooke. Esa clase de poder podía subírsele ala cabeza a cualquier chica y, si no tenía mucho cuidado, podía empezar a disfrutar de él. Pero no lo iba a tener ese día. Ahora era Brooke, no ella misma y podía ganarse a quien quisiera con toda naturalidad. Tan naturalmente que podía seguir haciéndolo e, incluso intentarlo con James Fitzpatrick si él no se comportaba. Eso la hizo sonreír mientras se dirigía a donde estaban los padres.

Entonces vio a Fitz al otro lado del campo de deportes con su cámara, apuntándola a ella. Entonces esos alegres pensamientos se detuvieron en seco. Él se movía con tanta gracia… En ese momento ella se sintió tremendamente confundida. A pesar de su deseo de permanecer tan lejos de él como le fuera posible, se encontró deseando estar suficientemente cerca de él como para tocarlo, para…

Paró en seco esos pensamientos. ¿Ganarse a James Fitzpatrick? ¿A quién estaba engañando? se recordó a sí misma que él era de la clase de hombre que representaba un problema para cualquier mujer que no tuviera los pies firmemente plantados en el suelo. Problema y con mayúsculas.

– ¿Está ocupado este asiento? -preguntó volviéndose rápidamente.

No quería que él la viera mirándolo embobada como una adolescente con las hormonas al galope.

La silla era para niños y, cuando se sentó, las rodillas le llegaron a la barbilla. Sus vecinas le pasaron un programa de las carreras y empezaron a charlar entre ellas.

Mientras recorría con la cámara los rostros de los padres, Fitz se encontró de repente con el de Brooke. Su cara risueña llenó toda la pantalla. Se estaba riendo de algo que le decía la mujer que tenía sentada al lado y toda la gente de alrededor lo estaba haciendo también. ¿Qué tenía ella que hacía que la gente creyera que era tan agradable?

¿Qué dirían si les contara cómo era en realidad, que había tenido que convencerla de que tener un hijo no era el fin del mundo?

Mientras la miraba, recordaba lo joven que era y lo asustada que estaba entonces.

Y lo muy vulnerable que parecía y lo mucho que había tenido que cuidarla durante el embarazo.

Para luego, una hora después de dar a luz y con su hija tumbada al lado, Brooke le dijo que la iba a dar en adopción.

El había estado seguro entonces de que se iba a arrepentir de ello. De que, al cabo de semanas, meses, ella querría volverse atrás. Incluso le había suplicado que se casara con él. Lo había hecho casi todo para conservar a su hija. Brooke lo vio y se aprovechó de ello. Bajo ese encantador exterior había la mujer más dura que él había conocido en su vida.

Y, cuando ella había tenido todo lo que había querido y había firmado los papeles que hacían que Lucy fuera de él, le dijo que estaba loco. Tal vez lo estuviera entonces, pero ocho años de amar a Lucy, de verla crecer, lo habían afianzado en sus creencias. Hacía ocho años él no había tenido ni idea de cómo iba a cambiar su vida, de la responsabilidad que estaba aceptando. Ahora lo sabía y no había nada que pudiera hacer para conservar a Lucy. Nada.

– ¿Tú eres la madre de Lucy?

Bronte sostuvo la taza y el plato con una mano mientras sacaba la cartera y, de ella, un billete de diez libras.

– Sí -dijo mientras pagaba el número de la rifa.

Era por eso por lo que Lucy había querido que fuera, para que todo el mundo supiera que no había mentido.

– Pero Fitz y tú no estáis…

– ¿Casados? -dijo Fitz desde detrás de ella, sorprendiéndola-. Brooke considera anticuado el matrimonio. Por lo menos, así era antes. ¿Has cambiado de opinión al respecto, querida?

Decidida a seguir en su papel de Brooke, ella pensó que, lo mejor era una respuesta a su estilo.

– ¿Es eso una propuesta de matrimonio, querido?

Fitz se quedó en silencio por un momento, luego él se encogió de hombros y le dijo:

– La oferta sigue en pie.

¿Le había pedido a Brooke que se casara con él? -¿Mamá?

Bronte se volvió al oír la voz de Lucy. Por supuesto que él se lo había pedido. Tenían una hija. Una a la que él había querido aunque su hermana tuviera otros planes.

– Mamá, ¿puedes venir a saludar a Josie? es mi mejor amiga y quiere conocerte.

Bronte miró hacia donde otra niña estaba esperando tímidamente.

– Por supuesto que voy, querida -dijo pasando entre los boquiabiertos adultos que la rodeaban-. Por favor, discúlpenme.

Tomó la mano de Lucy y la siguió.

Fitz la miró deseando ir con ellas, tirarse con ella en la hierba al lado de las dos niñas, unirse a sus risas. La madrastra embarazada de Josie, junto con su hijo pequeño, sí que se unió a ellas. Brooke tomó en brazos al niño y lo acunó con el rostro brillándole de alegría. Dejó la taza de Brooke y se alejó mientras metía una nueva cinta en la cámara. Los dedos le temblaban. Había tenido que pedirle que se casara con él delante de un montón de desconocidos… ¿Por qué había hecho semejante cosa? Era ridículo. Se estaba buscando problemas. Eso aún suponiendo que a ella le interesara.

¿Y por qué le iba a interesar? Pero por Lucy él no debería haberlo pensando ni por un momento, ni ahora ni entonces.

Pensó que esa mujer debería llevar un cartel de advertencia grabado en la frente, para que los incautos como él se mantuvieran alejados. Junto con esa cicatriz. Ella le había dado a entender que era de un accidente infantil, pero era curioso que él no la recordara. Y creía que lo recordaba todo de ella.

Tomó la cámara y fue filmando por todo el campo, tratando de acallar los sentimientos que lo embargaban, pero sin conseguirlo… La forma en que estaba evitando apuntar la cámara hacia Brooke lo demostraba.

– ¿Fitz?

Se volvió cuando Claire Graham se acercó a él.

– ¿Crees que la señorita Lawrence podría presentar los premios de esta tarde?

Él se encogió de hombros.

– ¿Por qué no se lo preguntas a ella?

– Bueno, tú dijiste que era una visita privada y no quisiera avergonzarla.

El se guardó la respuesta que le iba a salir, que a Brooke no había manera de avergonzarla. Por lo menos eso había pensado siempre, pero aún así, se había ruborizado cuando le recordó las semanas que habían pasado en la cama. Tal vez, sólo tal vez, se sentía un poco culpable después de todo.

– Estoy seguro de que Brooke estará encantada de presentar los premios, Claire, pero creo que deberías pedírselo tú.

Claire lo miró compasivamente.

– ¿Te resulta tan difícil?

– ¿Qué? Lo siento, Claire. ¿Se me nota tanto?

Ella le puso una mano en el brazo.

– Piensa en Lucy, Fitz, en lo feliz que es.

– Espero que esto no sea temporal.

– No tiene que serlo. Sois adultos y podéis hacer algo al respecto si queréis.

– Seguramente tengas razón, Claire.

¿Pero qué? Vio a Brooke ponerse en pie cuando se le acercó Claire.

Bueno, tal vez se estuviera preocupando por nada. Seguramente ella se marcharía pronto y seguiría con sus reportajes y libros sin pensar más en Lucy. Y, si no había pensado en ella en ocho años, ¿por qué iba a empezar a hacerlo ahora?

Porque ahora que había conocido a Lucy podría pensar en ella todo el tiempo. No iba a poder evitarlo.

Entonces empezó la segunda mitad del programa de la tarde y él estuvo demasiado ocupado filmando como para seguir pensando en esas cosas.

Luego, cuando vio en acción a su hija, decidió que, en vez de mantener a distancia a Brooke, debería estar empleando ese tiempo en hacer las paces con ella de alguna manera. Si podían ser amigos, cualquier cosa era posible.

– ¿Brooke?

Por un momento ella no pareció oírle. Repitió su nombre y ella se volvió repentinamente hacia él.

– Fitz, lo siento, estaba muy lejos de aquí -dijo ella sonriendo-. ¿No es maravillosa?

– ¿Lucy? Siempre lo he pensado -dijo él ofreciéndole la mano-. ¿Por qué no vamos los dos a decírselo? Ella dudó por un momento y luego, casi tímidamente, tomó esa mano y él la ayudó a levantarse. Luego no la soltó y siguieron andando de la mano.

– Has hecho un trabajo maravilloso, Fitz. ¿O es que has tenido una niñera fabulosa que haya hecho el trabajo duro?

– No me podía permitir tener una. Hasta que empecé a recibir dinero de las series de televisión tuve que vivir de todos los trabajos como freelance que pude conseguir. Más tarde, bueno, puede contratar a una mujer para que limpiara, para que estuviera en casa cuando yo no pudiera. Nada más.

– Gracias, Fitz.

Él se detuvo y la miró fijamente, entonces ella añadió:

– Gracias por hacerla feliz.

Ella parpadeó rápidamente, pero no lo suficiente como para detener una lágrima. Él la vio formarse en la esquina del ojo. Por un momento pensó que ella la iba a controlar, pero entonces le resbaló por la mejilla y, sin pensarlo, levantó una mano y se la enjugó. Una lágrima. La había visto enfadada, deprimida, dolorida, pero nunca la había visto llorar. Ni una sola vez. Tal vez fuera por eso por lo que la rodeó con un brazo, ofreciéndole un momento de consuelo por todos los años perdidos.

– Lo siento -murmuró ella-. Esto es tan tonto…

– No, no lo es.

Era comprensible. Pero para alguien que no fuera Brooke. La miró y frunció el ceño. -¿Sabes? Si no te conociera, juraría que has crecido.

Ella parpadeó y luego, sonriendo agitadamente, le dijo:

– Eso sí que es tonto. Las chicas suelen dejar de crecer con dieciocho años.

– ¿Es eso cierto?

– Año más o menos. Yo saqué un sobresaliente en biología, ¿sabes? -Lucy se les acercó entonces corriendo y él soltó a Brooke para levantarla en el aire y abrazarla mientras Brooke le daba un beso en la mejilla, dando los tres, por el momento, la imagen de la familia feliz.

– Bien hecho, Lucy. Eres brillante.

Lucy pareció encantada.

– ¿Te ha preguntado papá si te puedes quedar a merendar? -preguntó-. Anoche hice unos pasteles y la señora Lamb está haciendo sándwiches de pepino y salmón ahumado.

– ¿Puedes quedarte?

Bronte miró extrañada a Fitz al oír el inesperado calor de su voz. ¿Qué había pasado con eso de que ella iba a estar muy ocupada? Bueno, tal vez aquello fuera por Lucy.

– Sólo di que estás ocupada y te llevaré a la estación -añadió él cuando vio que dudaba.

Ese era un recordatorio de que se suponía que ella debía poner alguna excusa y marcharse.

– ¿Quién puede estar demasiado ocupada para comer salmón ahumado y bizcochos caseros? -dijo y se quedó desconcertada al ver que él no parecía nada irritado.

– ¡Perfecto! Así podré enseñarte mi habitación. Papá me la ha pintado y es muy bonita. Tal vez te puedas quedar y así te enseñaré lo bien que nado. Papá siempre me lleva a nadar los sábados. ¿Puedes quedarte? -le preguntó Lucy ingenuamente.

– No te pases, Lucy. Pediste una tarde y ya la has tenido. Tu madre es una persona muy ocupada…

– Y no me he traído el cepillo de dientes -dijo ella.

– ¿Pero volverás?

– ¡Lucy! -exclamó Fitz-. ¿No has sido la mejor en la carrera? La señorita Graham te quiere para darte el premio.

– Entonces también querrá a mamá, ¿no es así?

– Sí, así es -dijo ella empezando a seguir a la niña mientras Fitz parecía anonadado. Claramente no estaba acostumbrado a que lo trataran así.

Entonces tomó a Bron por el brazo y la hizo detenerse.

– ¿Te importa? me refiero a eso de venir a tomar el té a casa.

– Por supuesto que no. Sólo me ha sorprendido la calidez de la invitación. Tenía la impresión de que no me querías cerca más tiempo del necesario.

– ¿Y es ésa la única razón por la que has aceptado? ¿Sólo por irritarme?

– Puede ser.

– Entonces lamento decepcionarte, Brooke. Me temo que vas a tener que hacerlo mejor.

– Tal vez pudiéramos parar en algún sitio entonces para comprarme un cepillo de dientes -dijo ella.

– No es necesario, yo siempre tengo de repuesto.

– Eso seguro.

Ella ya se había fijado en la forma en que lo miraban las madres. Un hombre solo con una hija siempre ablandaba los corazones, sobre todo uno como él.

– No vas a volver a alejarte, ¿verdad, Brooke? Eso le rompería el corazón a Lucy.

– Tú lo dijiste, Fitz. Una tarde y no podré volver.

Entonces se libró del agarre de él cuando vio que Claire la llamaba.

– Perdona -le dijo y se apartó de él dirigiéndose a la mesa de Claire.

Parecía muy firme por fuera, pero por dentro era como gelatina. ¿Cómo podía hacerle eso él con sólo un toque?

Sonrió y empezó a dar los premios. Cuando le tocó a Lucy, sus amigas gritaron de alegría. Fue entonces cuando vio a Fitz con la cámara enfocándola directamente a ella. Era como si estuviera profundizando en su mente con ese objetivo, viendo sus secretos y entonces, la copa que le iba a dar a Lucy se le cayó de las manos.

– Sólo está un poco abollada, mamá -le dijo Lucy luego, ya en el coche-. Papá lo arreglará. Es muy bueno con estas cosas.

– Tengo mucho práctica -dijo él resignadamente.

Lucy se rió.

– Me gusta que a ti también se te caigan las cosas. Todo el mundo sabrá ahora que de verdad eres mi madre.

Bronte sonrió.

– Bueno, ésta es la primera vez que le gusta a alguien que sea torpe.

– El té va a ser interesante -dijo Fitz mirándola de reojo.

– Podríamos hacer un picnic en el jardín, con platos y vasos de papel -dijo Lucy-. Así no importará que se nos caigan.

– Y no habrá que fregar los platos.

– Realmente, sería más seguro. Ya es bastante con un par de cicatrices iguales -dijo él dirigiéndose luego a Lucy-. Brooke tiene una cicatriz como la tuya.

Así ella no tuvo más remedio que enseñársela y la niña le mostró una herida reciente que se había hecho, igual a la suya.

Se detuvieron delante de una casa estilo Victoriano, de ladrillos rojos y el porche pintado de blanco. La casa estaba rodeada por un jardín lleno de flores.

– Es preciosa -dijo Bron saliendo del coche antes de que Fitz pudiera abrirle la puerta.

Pero él la estaba mirando a ella en vez de a la casa y frunció el ceño. Entonces ella se dio cuenta de que Brooke debía haber estado allí con él. Habían hecho el amor, habían creado a Lucy… -Lo había olvidado -añadió rápidamente.

– Vamos, mamá -le dijo Lucy tomándola de la mano-. Primero te enseñaré mi habitación. Papá me la pintó con todos sus personajes.

Cuando entró en la casa, ella sonrió al ver que su propia casa había estado organizada de la misma manera, con todo lo que se podía romper lejos de donde ella lo pudiera tirar.

– ¿Dónde vives, mamá? ¿Cómo es tu habitación?

Lucy no paraba de utilizar la palabra mamá como un mantra, como un talismán mágico, como para convencerse a sí misma de que esa nueva persona que había entrado en su vida no iba a desaparecer entre una nube de humo y ella se dio cuenta de que eso de ser su tía iba a ser un pobre consuelo. Tomó aire y se concentró en describirle la habitación de Brooke.

– De todas formas, Lucy, recuerda que yo casi nunca estoy ahí, casi siempre estoy fuera.

– Ya me dijo papá -dijo la niña delante de la puerta de su cuarto-. Me contó también que fue por eso por lo que me dejaste con él. Porque no tienes tiempo para ser una mamá.

– Papá tiene razón.

Lucy le abrió entonces la puerta.

– Ésta es mi habitación.

Pero eso lo dijo como si toda la energía hubiera escapado de ella de repente. Ahora era el momento de contarle que Brooke tenía una hermana que tendría todo el tiempo del mundo para amarla. -Lucy, tengo que decirte algo…

Pero entonces vio la habitación y se interrumpió.

– ¡Lucy! Esto es increíble. ¿De verdad que lo ha hecho todo Fitz?

Lucy se alegró un poco y asintió.

Luego le señaló todos los personajes de las series de Fitz y añadió:

– Tengo un regalo para ti.

Se acercó a un cajón y sacó un regalo muy cuidadosamente envuelto.

– ¿Qué es? ¿Lo puedo abrir ahora?

Lucy asintió y ella sacó de la caja un muñeco que reconoció enseguida como un Moggle.

– Es Proto Moggle. Una especie de prototipo -le explicó-. Es el primer Moggle que se ha hecho. Papá me lo dio para que lo probara.

Luego hizo un gesto para indicar que ya sabía la razón.

– Es precioso, Lucy. Lo guardaré para siempre. La verdad es que yo también tengo un regalo para ti.

Sacó una pequeña caja del bolso y la abrió. Dentro había un delicado colgante de plata. Brooke lo había traído desde el Lejano Oriente como regalo para su madre hacía varios años y ahora le parecía bien que lo tuviera Lucy. La niña lo tocó con mucho cuidado, sólo con un dedo, pero no intentó sacarlo de la caja.

– ¿Quieres ponértelo?

– Podría romperlo.

Bron agitó la cabeza. -No, es más duro de lo que parece. Confía en mí.

Se lo puso en el cuello y añadió:

– Ya está. ¿Tienes un espejo?

Lucy la miró como si pensara que estaba de broma.

– Aquí no -dijo tomándola de la mano-. Ven. Hay uno en la siguiente habitación.

Cuando Bron entró por la puerta, vio la gran cama doble antigua con una colcha verde oscuro. Se detuvo en seco cuando se imaginó allí a Brooke y Fitz juntos.

Pero no, no debió ser allí. Entonces se dio cuenta de la presencia de Fitz y trató de darse la vuelta.

– ¡Hey, tranquila!

Pero ya era demasiado tarde, el bolso salió volando sujeto por el asa y le dio de lleno a una de las lámparas, tirándola al suelo.

– Cielos, Brooke, eres un saco de nervios -dijo él sujetándola.

– Lo siento. Lo siento mucho.

– No importa. Sólo es una lámpara -respondió él al tiempo que se inclinaba para recogerla-. No está rota, ¿ves?

Ella agitó la cabeza. No era eso lo que lamentaba. Todo aquello estaba mal. No debería haber ido. Fitz la tomó por los hombros y la miró preocupado.

– Estás temblando -le dijo.

– Ha pensado que la ibas a gritar -dijo Lucy tomándole la mano-. Está bien, mamá. El no grita nunca.

– ¿Nunca?

– Nunca. Sólo cuenta hasta diez y recoge los trozos.

Ella levantó la mirada y se encontró con la de Fitz. Esos ojos estaban llenos de preguntas.

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