Historia del rey Schahriar LAS MIL Y UNA NOCHES

Y al morir, dejó dos hijos en la flor de la edad; de ellos uno el mayor y otro el menor, y ambos buenos caballeros y bravos y esforzados, salvo que el mayor lo era más que el menor.

Y reinó en el país y juzgó con equidad entre sus vasallos y lo amó la gente de su pueblo y de su reino.

Y era su nombre el de rey Schahriar y el de su hermano, el menor, el de rey Schahseman, y era rey de Samarkandu–I–Achm.

Y no cesaron las cosas de ir bien en los países de entrambos y cada uno de los dos en su reino fue juez equitativo para sus vasallos por espacio de veinte años.

Yambos rayaban en el ápice de la holgura y la alegría y en ese estado perseveraron hasta que el mayor sintió nostalgia de su hermano, el menor, y ordenó a su visir (Del árabe uacir, el que ayuda o suple. El primero que ostentó este título fue Alí, el discípulo predilecto de Mahoma) que fuese allá y se lo trajese a su presencia.

Le respondió aquél con el «Oigo y obedezco» y se puso en camino sin pérdida de tiempo y fue caminando hasta que llegó allá con integridad y entró en casa del hermano del rey y le transmitió la paz y le hizo saber cómo su hermano, el rey, sentía ausencia de él y le rogaba que lo fuese a ver. Respondió el rey con el «Oigo y obedezco» y mandó hacer los preparativos para el viaje y que aprestasen sus alfaneques (Tienda de campaña) y sus camellos y sus muías y sus criados y sus edecanes y esclavos y nombró a su visir juez en su país y partió en el acto rumbo al país de su hermano.

Y sucedió que, la noche mediada, acordóse el soberano de una cosa que dejara en su palacio olvidada, y tornóse allá, y al llegar, encontróse a su esposa tumbada en el lecho, abrazada al cuello de un esclavo negro de entre los esclavos, y al ver aquello ennegrecióse el mundo ante los ojos del soberano.

Y en su interior se dijo:

— Si ocurrió tal cuando apenas me alejaba yo de la ciudad, ¿qué no habría hecho esta desvergonzada si me hubiese estado ausente con mi hermano todo el tiempo que pensaba?

Desenvainó luego su espada y los hirió a ambos y los dejó muertos en el mismo lecho.

Ytornóse al instante y dio orden de seguir adelante y caminó de noche sin descanso, hasta llegar a la ciudad de su hermano.

Alborozóse éste con su arribo y salió a recibirlo hasta que lo encontró y la paz le deseó.

Es decir, le dijo el Selam aleik (La paz sobre ti). El selam–o zalema de nuestro romance— es la fórmula de la salutación habitual entre los musulmanes, como el jaire (alégrate) entre los griegos y el salutem (salud) entre los romanos.

Cabría inferir una psicología nacional de esas fórmulas de salutación, en las que los hombres de cada raza se desean lo que más estiman y menos poseen; las inquietas razas semíticas (hebreos y árabes) se desean mutuamente la paz (selam–schalom) y Mahoma les brinda a los buenos creyentes la realización de ese deseo en el Paraíso, lugar de absoluta quietud, donde «no oirán bullicio ni mentira» sino sólo la palabra selam. Sura LXXVIL An–Nabd (I–a nueva). «Y entrarán los que creyeron e hicieron las cosas puras en un jardín (el Paraíso); corren debajo de él las aguas, eternas en él, por permisión de su señor y su saludo en él.» Selam (La paz), sura XIV. Ibrahim (Abraham).

Alegróse hasta el limite de la alegría y sentóse a su lado y se puso a conversar con él, muy contento y animado.

Recordó entonces el rey Schahseman de lo que pasara del lance de su esposa y entróle gran tristeza y le amarilleó el color y el cuerpo se le quebrantó.

Y al verlo su hermano en ese estado, díjose para sus adentros: «Será debido a haberse separado de su país y de su reino». Así que lo dejó estar y no le preguntó nada sobre el particular. Pero después de eso Schahseman díjole un día entre los días: — En verdad, hermano mío, que en mi interior tengo una herida. Mas no le reveló tampoco entonces lo que viera de su consorte.

Y le dijo su hermano Schahriar:

— Yo querría que conmigo salieras de caza y montería, que acaso con ello se te ensanchara el pechó. Pero él rehusó; visto lo cual salió solo su hermano a cazar.

Y había en el alcázar del rey unas celosías que daban a un jardín.

Miró por ellas Schahseman y he aquí que se abrió la puerta del alcázar y por ella salieron veinte esclavas y veinte esclavos y entre ellos iba la esposa de su hermano, la cual era por cierto de una belleza y un encanto supremos.

Llegaron todos hasta el borde de una alberca* y de sus ropas se despojaron y en corro se sentaron. Y la esposa del rey dijo:

— ¡Hola, Mesáud!*

Y en el acto fuese a ella un esclavo negro y la abrazó y ella lo abrazó a él y él la tumbó en el suelo y lo mismo hicieron los demás esclavos con las otras esclavas, no cesando en sus besos y abrazos y demás cosas parecidas hasta que clareó el día.

Al ver aquello el hermano del rey Schahriar exclamó:

"¡Por Alá! Que con esto se alivia mi pena y se aminora lo que en mí hay de pesar y tristeza».

Y dijo:

«Esto resulta más gordo que lo que a mí me ha sucedido».

Y no dejó ya en adelante de comer y beber con apetito.

Tornó luego su hermano de su cacería y saludáronse uno y otro con gran alegría.

Y miró el rey Schahriar a su hermano, el rey Schahseman, y he aquí que le habían vuelto los colores y se le había sonrosado el rostro y comía otra vez con apetito, siendo así que antes comía poquísimo.

Admiróse el rey Schahriar al ver aquello y le dijo:

—En verdad, hermano mío, que antes tenías color amarillo y ahora te han vuelto los colores de otro tiempo y la cara se te puso encarnada; cuéntame, pues, hermano, qué es lo que te ha pasado.

Y le dijo su hermano:

— El eclipse de mis colores te lo explicaré, pero dispénsame ahora de decirte el porqué de que me hayan vuelto otra vez.

Díjole su hermano:

—Explícame, pues, la causa del desvaimiento de tus colores y de tu decaimiento, que soy ya todo oídos y te escucho atento.

A lo que el hermano le dijo:

— Has de saber, hermano mío, que cuando me enviaste a tu visir rogándome viniera a comparecer entre sus manos, luego mandé hacer los aprestos para mi viaje y me salí de mi ciudad sin demorarme.

«Pero hube de acordarme luego de la alhaja que pensaba regalarte y que dejara olvidada en el alcázar y tórneme allá a buscarla y me encontré a mi esposa durmiendo en compañía de un esclavo negro sobre los tapices de mi lecho.

Y Di muerte a ambos en el acto y me volví sobre mis pasos y no hacía más que pensar en el caso.

Y Esta era la razón del eclipse de mis colores y de mi postración; en cuanto a la de haberme ahora vuelto aquéllos, excúsame de explicártela en este momento.

Luego que hubo oído su hermano estas palabras, le dijo:

— ¡Por Alá, te lo ruego! ¡Cuéntame la causa de que los colores te hayan vuelto!

Refirióle entonces Schahseman a su hermano todo lo que había presenciado.

Y Schahriar le dijo a su hermano Schahseman:

— Quiero verlo todo por mis propios ojos. A lo que su hermano Schahseman le dijo:

— Finge que vas a salir de caza y montería y escóndete en mi aposento y lo verás todo y podrás convencerte por tus propios ojos.

Mandó el rey Schahriar en el acto que pregonasen por toda la ciudad que el rey salía a cazar y salieron las tropas con alfaneques a las afueras de la ciudad.

Y dijo a sus criados el rey Schahriar: — ¡Que no entre nadie en mi cámara real!

Después de lo cual se disfrazó y volvióse al alcázar, donde su hermano quedara.

Y se sentó junto a la celosía que daba al jardín y una hora de tiempo (Expresión convenida para indicar un espacio breve de tiempo que no ha de tomarse al pie de la letra. Es lo que en español decimos «un rato») permaneció allí al acecho.

Y hete aquí que vio entrar a las esclavas y los esclavos y a su esposa entre ellos y todos se desnudaron e hicieron según dijera su hermano, y así se entretuvieron y solazaron sin parar hasta la hora del azr (La hora de prima tarde marca una de las oraciones cotidianas de los musulmanes. Éstas son cinco y se llaman, respectivamente: de la mañana, Al–Fachr o Az–Zebah; del mediodía, Az–Zuhur, de primera tarde, Ai–Azr, de la puesta del sol, Al–Magrih, y de la noche Al–Ascha).

Visto que hubo el rey Schahriar aquel paso, voló su razón de su cabeza y díjole a su hermano Schahseman:

—Anda y vente conmigo a correr los caminos, que no hemos de curarnos para nada del reino hasta ver si somos los únicos a quienes tal percance les ocurrió en el mundo. Pues si así fuere, preferible a la vida sería nuestra muerte.

Y el rey Schahseman asintió a las palabras del rey Schahriar.

Salieron, pues, ambos hermanos por una puerta secreta del alcázar y echaron a andar y no pararon de caminar día y noche hasta que, al cabo, llegaron junto a un árbol, en mitad de un prado, y a cuyo pie corría un venero de agua dulce, a orillas del mar, el salado.

Bebieron de aquel agua y luego se sentaron a descansar los dos hermanos.

Y no habría pasado una hora del día cuando advirtieron que el mar se alborotaba y de él salía una negra columna que se elevaba al cielo y hacia aquel prado se dirigía.

Asustáronse los dos al ver aquello y treparon a lo más alto del árbol, que era alto, y, desde allí, pusiéronse a atalayar (especular) lo que fuera a pasar, y hete aquí que llega un genio de estatura gigantesca y ancho de cabeza y dilatado de pecho.

Y aquel genio subió a la ribera y se dirigió al árbol en que ambos reyes estaban encaramados. Y se sentó a su pie y abrió la arqueta y sacó de ella una caja más pequeña y la abrió también y salió de ella una mocita de deslumbrante belleza que al sol fulgente semejaba como dijera el poeta:

Despunta la alborada y se esclarece el día y con su luz alumbra las auroras dormidas. Aquellas a las cuales los soles iluminan resplandecen también y cual lunas rebrillan. Póstranse las criaturas ante Alá de rodillas y al suelo caen los velos, no valen celosías; en cambio, si se extingue de su fuego la llama, surge el lagrimal de las lluvias.

Ahora bien: luego de que el genio la miró, la interpeló diciendo:

— Oh señora de las sedas, a la que yo rapté la noche misma de sus esponsales. Voy a dormir un poco.

Y el genio posó su cabeza sobre el regazo de la joven hermosa y se quedó dormido.

Ella entonces alzó su frente hacia la cima del árbol y vio a los dos reyes, que allí se habían encaramado.

Levantó luego de sobre sus rodillas la cabeza del genio y la dejó en el suelo y ella se quedó parada debajo del árbol y por señas díjoles a los dos hermanos:

— Bajad de ahí y no tengáis miedo del efrit. A lo que ambos contestaron:

— ¡Por Alá sobre ti! ¡Dispénsanos de hacerlo así! Pero ella exclamó con enojo:

— ¡Por Alá sobre vosotros! Bajad, pues, si no, despierto al efrit y os matará a los dos de la muerte peor.

Aterráronse entonces ambos y bajaron del árbol. Y ella fue entonces y les dijo:

— Dadme fuerte; si no, despierto al efrit y tendréis que sentir.

Echáronse ambos hermanos a temblar y el rey Schahriar díjole al rey Schahseman:

— Haz, hermano mío, lo que te ordena y no te detengas.

Pero el otro le dijo a su vez:

— No haré yo eso hasta que no lo hagas tú primero. Y ambos empezaron a hacerse guiños alusivos al coito. Al ver lo cual la joven dijo:

— ¿A qué vienen esos guiños? Si no os acercáis y hacéis lo que os mandé, despertaré al efrit y contra vosotros lo azuzaré.

Crecióse entonces el temor de ambos hermanos e hicieron lo que ella les había ordenado. Luego que hubieron despachado, díjoles ella a los dos hermanos: — Estaos quietos sin moveros.

Sacó luego de su manga una bolsa y sacó de la bolsa un collar en el que había ensartados quinientos setenta anillos de sello* y les preguntó diciendo:

— ¿Sabéis por ventura qué es esto? A lo que ambos contestaron:

— No sabemos.

Y ella se lo explicó diciendo:

— Los dueños de estos anillos folgaron todos ellos conmigo a hurtadillas de los cuernos de este tirano inicuo, así que ahora vosotros me habéis de dar también vuestros anillos.

Diéronle entonces los hermanos los sendos anillos de sus manos y ella les dijo, después de tomarlos:

— Este efritme raptó la noche misma de mi boda y me metió en una caja y metió la caja en un arcén y le puso al arcón siete candados y lo arrojó al fondo del mar, el encrespado, el por las olas azotado.

«Y ha de aprender que a las hembras de mi laya, cuando quieren una cosa, no las detiene nada.

«Como dijo uno:

De la mujer no te fies, ni creas en juramentos, pues sonríen o se enfadan, según les dicta el deseo. Muestran amor de boquilla, llena el engaño sus faldas;

de Yúsufi recuerda el lance y medita en su enseñanza:

de sus astucias aléjate y no olvides que fue causa de que Ib lis del Paraíso arrojar a Adán lograra.

Luego que ambos hermanos hubieron oído esas palabras maravilláronse hasta el colmo de la maravilla y el uno al otro se dijeron:

— En verdad que a este efrit le ha ocurrido algo más gordo que lo que nos pasara a nosotros. Alejáronse luego de la jovencita y regresaron a la ciudad del rey Schahriar y entraron en el alcázar.

Y el rey Schahriar mandó en seguida cortarles el cuello a su mujer y a los esclavos de uno y otro sexo.

Y desde entonces solía Schahriar, cuando tomaba esposa virgen y le arrebataba su virginidad, matarla aquella misma noche sin aguardar a la mañana.

Y no dejó de hacerlo así por el espacio de tres años seguidos; hasta que al fin empezó a clamar la gente y a huir de la ciudad llevándose a sus hijas, hasta no quedar allí mocita alguna que aguantase la cabalgadura.

Visto lo cual, ordenó el rey Schahriar a su visir que le buscase una muchacha que fuese doncella y se la llevase para hacer según su costumbre con ella.

Salió, pues, el visir y buscó, pero ninguna mocita encontró, y se volvió a su casa, airado y temeroso por su alma, a causa de su soberano.

Pero tenía el visir dos hijas dotadas de belleza y hermosura y gentileza y garbo y de cuerpos bien formados.

La mayor, su nombre Schahrasad, y la menor, su nombre Dunyasad.

Y había la mayor leído libros e historias y vidas de reyes y antiguos y noticias de pueblos pretéritos.

Mil libros dicen que reuniera de los libros de historias, de los libros relacionados con los pueblos antiguos y los reyes pasados y los poetas afamados.

Y fue Schahrasad y le dijo a su padre:

— ¿Por qué te veo cambiado y de pena y pesadumbre cargado? He aquí que dijo un poeta nombrado:

Dile a aquel que sufre pena, que la pena no es eterna; que cual se fue la alegría, se irá el pesar cualquier día.

Oído que hubo el visir esas palabras de labios de su hija, le refirió cuanto con el rey le pasara, desde el principio hasta el fin, sin nada callar ni omitir.

Y ella después de oírle, le dijo:

— ¿Ual–lah, padre mío! Cásame con el rey y a fe que moriré o serviré de rescate a las hijas de los mahometanos y las libraré de entre sus manos. Díjole su padre:

— ¡Por Alá sobre ti, te lo ruego! No corras jamás ese riesgo. Díjole ella:

— No hay mas remedio sino que he de hacerlo. Y su padre replicó, diciendo:

— Temo por ti, hija mía, no sea que te pase lo que le pasó al burro y al toro con el labrador. A lo que dijo ella:

— ¿Y qué fue, padre mío, lo que les pasó?

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