CAPÍTULO 2

– ¿Qué ocurre si no es una invitación, sino una trampa? -Portia murmuró en el oído de Caroline mientras el desvencijado carruaje de su tía Marietta se desplazaba a través de las desiertas calles de Londres.

– Entonces supongo que pronto nos encontraremos maniatadas a la pared de una mazmorra, a merced de los deseos oscuros de algún demonio -Caroline murmuró de vuelta. Atrapadas fuera de guardia por el curioso calor que sus propias palabras avivaron en ella, abrió de golpe su abanico y lo usó para enfriar sus mejillas excitadas.

Portia se volvió hacia atrás para contemplar malhumoradamente el paisaje que veía por la ventana del carruaje. Su hermana menor era la única persona conocida por Caroline que podría irritarse tanto por el simple batear de una pestaña. Caroline sabía que Portia todavía albergaba un enfado, la había hecho jurar que callaría los rumores relacionados con el misterioso Vizconde Trevelyan. Si Vivienne no lo advertía, Caroline no veía el punto de dejar que esa tontería enturbiara la felicidad de su hermana o poner en peligro todos sus futuros.

Tía Marietta le disparó a Caroline y Portia una mirada reprobatoria.

– ¿No fue de una gran bondad por parte de Lord Trevelyan extender a tus hermanas su invitación, Vivienne? -Sacó un pañuelo de su corpiño y golpeteó con los dedos en sus cachetes. Que ya comenzaban a refulgir bajo su gruesa capa de polvo de arroz. Con su peluca rubia de rizos y su piel empolvada, la Tía Marietta siempre había recordado a Caroline, bastante poco amablemente, a una repostería cruda.- Es simplemente otro ejemplo brillante de generosidad del caballero. Si continúas engarzando su encaprichamiento, querida, espero que incluso podamos atrapar una invitación para el baile de disfraces que debe patrocinar en su hacienda ancestral.

La tía Marietta no tenía que señalar que el nosotros no incluía a Caroline o Portia. La caprichosa hermana de su madre siempre había considerado a Portia fastidiosa y a Caroline demasiado tonta y pedante para ser buena compañía. Nunca había respirado una palabra acerca de acogerlas después de la muerte de sus padres, y de no ser por la invitación del vizconde, nunca las habría invitado a compartir las residencias Shrewsbury que su difunto marido le había dejado en herencia, ni siquiera por una miserable semana.

Su tía siguió alabando al vizconde con una lista de virtudes al parecer infinita. Caroline ya estaba más que harta del hombre, y eso, que aún no le había conocido.

Echó una mirada al otro lado del carruaje a Vivienne. Una serena sonrisa rondaba los labios de su hermana mientras ella respetuosamente escuchaba la charla chillona de la Tía Marietta. Tomaría más que una escasa nube atenuar el brillo de Vivienne, Caroline pensó tristemente, su expresión mitigándose mientras estudiaba a su hermana.

Con su pelo dorado recogido en un moño alto y la bella y cremosa piel tan apreciada por Theton, Vivienne positivamente resplandecía. Incluso como una niña, había sido casi imposible desgreñar su compostura. Cuando tenía apenas cinco años, Vivienne había llegado tirando fuertemente de las faldas de su madre mientras cortaba rosas en el huerto en Edgeleaf.

– No ahora mismo, Vivi -Mamá la había regañado duramente sin apartarse de su tarea.-¿No puedes ver que estoy ocupada?

– Muy Bien, Mamá. Simplemente regresaré más tarde entonces.

Alertada por la nota desafinada en esa pequeña voz, obediente, su madre se había vuelto para encontrar a Vivienne cojeando, la flecha del arco de un cazador furtivo todavía alojada en su muslo. Acunada en los fuertes brazos de su papá, Vivienne había soportado en silencio con la cara blanca mientras el médico del pueblo extraía la flecha. Habían sido los chillidos histéricos de Portia los que habían amenazado con ensordecerlos a todos ellos.

Con su propio temperamento tan rápido para brillar, Caroline siempre le había envidiado a Vivienne su serenidad. Y sus relucientes rizos dorados. Caroline tocó con una mano su propio pelo pálido, de trigo. Comparado al de Vivienne, parecía casi descolorido. Ya que las finas hebras no mantenían algo parecido al fantasma de un rizo, no había tenido más remedio que disimularlo hacia atrás en un apretado nudo en la corona de su cabeza. Para ella, no habría ninguna franja bonita de bucles para enmarcar los huesos angulares de su cara más bien simple.

– No creo que nunca te haya visto llevar tu pelo de ese modo -dijo a Vivienne-. Es realmente encantador.

Vivienne alzó la mano hasta la cascada trémula de rizos.

– Por raro que parezca, fue Lord Trevelyan quién sugirió el estilo. Dijo que complementaría mis ojos finos y el corte clásico de mis pómulos.

Caroline frunció el ceño, pensando lo extraño que era que un caballero tomara un interés tan agudo por el pelo de una dama. Quizá el pretendiente de su hermana era uno de esos petimetres fantasiosos como Brummel, más interesado en la calidad del encaje recortando la gola de una dama que en ocupaciones más viriles como la política o cazar.

– ¿Entonces cómo exactamente hiciste para conocer a Lord Trevelyan? -preguntó.- Explicaste en tu carta que os encontrasteis en el baile formal de Lady Norberry, pero pasaste por alto proporcionar cualquiera de los detalles más deliciosos.

La sonrisa de Vivienne se suavizó.

– El baile había acabado y todos nos disponíamos a entrar a cenar. -arrugó su delgada nariz-. Creo que el reloj justamente había dado la medianoche.

Caroline gruñó con dolor mientras Portia propulsaba un codo en sus costillas.

– Miré por encima de mi hombro para descubrir al hombre más extraordinario recostándose contra el marco de la puerta. Antes de que me percatase qué ocurría, él había codeado aparte a mi compañero de la cena y había insistido en escoltarme dentro del comedor. -Vivienne agachó su cabeza tímidamente-. No hubo nadie para presentarnos oficialmente, así es que supongo fue todo bastante inapropiado.

La tía Marietta se rió disimuladamente detrás de una mano enguantada.

– ¡Inapropiado ciertamente! no podía mantener sus ojos fuera de la chica. ¡Nunca he visto una mirada tan atontada! Cuando divisó por primera vez a Vivienne, se volvió tan blanco que tú habrías pensado que él había visto a un fantasma. Han sido casi inseparables desde entonces, conmigo haciendo la funciones de chaperona, claro está -agregó con un olfateo estirado.

– ¿Entonces habéis disfrutado los dos alguna vez de alguna excursión de día? -Portia se inclinó avanzado en el asiento, una sonrisa alegre se fijó en sus labios-. ¿De un paseo en calesa o de montar a caballo por Hyde Park? ¿Visitar el elefante en la Torre de Londres? ¿Tomado el té en algún jardín soleado?

Vivienne le dio a su hermana una mirada estupefacta.

– No, pero nos ha acompañado al Teatro Real de la Ópera, dos veladas musicales, y una cena de medianoche patrocinada por Lady Twickenham en su mansión de Park Lane. Temo que Lord Trevelyan sigue las horas de la aristocracia. La mayoría de los días incluso no se levanta hasta después de que sol se haya puesto.

Esta vez Caroline estaba preparada. Antes de que Portia la pudiera codear, Caroline atrapó su antebrazo y le dio un duro pellizco.

– ¡Ay!

Al involuntario agudo aullido de Portia, la Tía Marietta levantó su cristal curiosamente para mirar ceñudamente a la chica.

– ¡Por el amor de Dios!, niña, adquiere control de ti misma. Pensé que alguien había pisado a un perro de aguas.

– Lo siento -Portia refunfuñó, escabulléndose más bajo en su asiento y disparándole a Caroline una mirada furiosa-. Uno de los alfileres de mi vestido ha debido haberme pinchado.

Caroline se volvió hacia la ventana para observar las anchas carreteras de Mayfair, su sonrisa serena reflejando la de Vivienne. El transporte justo giraba en la Plaza Berkeley para exponer una terraza de hermosas casas urbanas de ladrillo gozando del calor en la incandescencia suave de los faroles.

Mientras el carruaje rodaba hasta una parada, Caroline estiró el cuello para mirar fijamente arriba a su destino. Allí había poco para distinguir de la casa de estilo georgiano de cuatro pisos de su vecindario… ninguna gárgola gruñidora estaba posada sobre el techo de pizarra, ninguna de las figuras de capa negra acechando en torno a sus balcones de hierros forjados, ningún grito amortiguado viniendo de la carbonera.

En vez de ser disimuladas con pesadas cortinas, las ventanas Palladian estaban encendidas con luz de las lámparas, derramando una alegre bienvenida sobre el camino pavimentado y el pórtico cubierto.

– ¡Ah, ya llegamos finalmente! -La tía Marietta anunció mientras recogía su ridículo abanico-. Deberíamos apresurarnos, Vivienne. Estoy segura que tu Lord Trevelyan está frenético de impaciencia.

– Es difícilmente mi Lord Trevelyan, tiíta -indicó Vivienne-. Después de todo, no es como si se me hubiera declarado o incluso insinuado sus intenciones.

Mirando un rubor encantador de rosa propagarse sobre las bellas mejillas de su hermana, Caroline suspiró. ¿Cómo podría cualquier hombre no caer locamente enamorado de ella?

Alargó la mano para darle a la mano enguantada de Vivienne un cariñoso apretón.

– Tía Marietta tiene razón, mi amor. Si has capturado el corazón de este caballero, entonces es sólo una cuestión de tiempo antes de que conquistes su nombre también.

Vivienne le devolvió el apretón, dándole una sonrisa agradecida.

Descendieron del carruaje una a una, apoyando sus manos en la del lacayo que esperaba. Cuando el turno de Portia llegó, vaciló. El lacayo despejó su garganta y extendió su mano más profundamente dentro del carruaje.

Caroline finalmente tuvo que estirar su mano más allá de él y tirar bruscamente de su hermana fuera del carruaje. Cuando Portia tropezó con sus brazos, Caroline murmuró por entre dientes empuñados.

– Oíste a Vivienne. Es apenas raro para un aristócrata patrocinar una cena de medianoche.

– Especialmente no si él es un…

– ¡No lo digas! -Caroline advirtió-. Si oigo esa palabra de tus labios una vez más esta noche, te morderé yo misma.

En vista de que su tía y su hermana ya habían desaparecido dentro de la casa, Caroline urgió a Portia, poniendo mala cara, a subir el camino. Estaban casi en las escaleras de la fachada cuando una forma oscura se separó de las sombras con un frágil aleteo de ramas.

Portia esquivó y soltó un chillido ensordecedor.

– ¿Viste eso? -jadeó, sus uñas hincándose en los guantes largos de Caroline- ¡Era un murciélago!

– No seas ridícula. Estoy segura que fue simplemente una chotacabras o algún otro pájaro nocturno. Incluso cuando Caroline trató de apaciguar los nervios de su hermana, ella lanzó a las cornisas de la casa una mirada furtiva y se remangó la capucha de su capa para cubrir su pelo.

Pronto se encontraron de pie en un recibidor brillantemente iluminado con el tintineo de cristal, risa callada, y las ricas, dulces notas de una sonata de Hayden flotando suavemente hasta sus oídos. El piso de parqué había sido encerado hasta tal brillo elevado que prácticamente podrían admirar sus reflejos en él. Intentando no mirar estúpidamente, Caroline le dio su capa a una joven criada con mejillas rojas como manzanas.

La chica se volvió impacientemente hacia Portia.

– No, gracias -masculló Portia-. Creo que podría agarrar un enfriamiento. -Aferrando el cuello de la capa alrededor de su garganta, fabricó una tos lastimosa para prestar credibilidad a su afirmación.

Ofreciendo a la criada una sonrisa de disculpa, Caroline tendió una mano.

– No seas tonta, querida. Si te acaloras, tu enfriamiento muy bien podría resultar ser fatal.

Reconociendo el brillo acerado de advertencia en los ojos de Caroline, Portia a regañadientes se encogió fuera de la capa. Había hecho manojos de un chal de lana bajo ella, cuidadosamente solapada para encubrir la delgada columna de su garganta. Caroline terminó en un combate tirando fuertemente mientras trataba de desenvolver el chal con Portia tercamente aferrándose al otro extremo. Finalmente lo arrancó, sólo para descubrir una bufanda de seda bajo ello.

Estaba desatando la bufanda, oponiéndose al deseo de estrangular a su hermana con ella, cuando un aroma acre flotó suavemente hasta su nariz. Se inclinó hacia adelante, oliendo la piel de Portia.

– ¿Qué es ese hedor? ¿Eso es ajo?

Portia se puso rígida.

– Debería decir no. Es simplemente mi nuevo perfume. -Hincando su nariz en el aire, salió pasando rápidamente más allá de Caroline, arrastrando el terroso perfume por detrás de ella. Caroline lanzó la bufanda a la boquiabierta criada y siguió a su hermana dentro del salón.

Mientras examinaba la elegante asamblea, Caroline casi deseó haberse rehusado a entregar su propia capa. Vivienne era una visión de gracia en popelina azul celestial, y Portia lograba verse cautivadora como una niña en su más fino vestido dominical. Desde que las bastillas habían surgido y estaba de moda que un pecho se derramase de la parte superior del mismo corpiño, Caroline esperaba que nadie advirtiese que el traje de Portia tenía más de dos años.

Caroline se había visto obligada a tomar su armario entero de Londres de uno de los baúles viejos de su madre. Sólo podría estar agradecida que Louisa Cabot hubiera sido tan alta, delgada, y de pecho pequeño como ella lo era. El pálido traje de noche de muselina de la India que llevaba era casi griego en su simplicidad, con un corpiño cortado cuadrado, la cintura alta, y ninguno de los plisados y volantes que habían sido introducidos otra vez, a la moda, durante la década pasada.

Dolorosamente consciente de las miradas curiosas dirigidas en su dirección por las docenas, o así, de los ocupantes del salón, pegó una sonrisa forzada en sus labios. A juzgar por las expresiones presumidas y los diamantes centelleando tanto en las manos de las mujeres como en las de los hombres, parecía que Portia había tenido razón. La reputación de Adrian Kane no parecía haber dañado su posición social. Unas cuantas de las mujeres ya disparaban miradas resentidas a Vivienne.

Ella y la tía Marietta caminaban sin rumbo por el cuarto, intercambiando saludos murmurados y recibiéndolos, con la cabeza. Portia espiaba por detrás de ellas, sus manos sujetadas sobre su garganta.

El pianoforte en la esquina cayó silencioso. Una figura oscura se levantó del banco del instrumento, su apariencia enviando una onda de anticipación a través de los invitados congregados. Parecía que Caroline y su familia habían llegado justo a tiempo para alguna clase de recitación. Aliviada al descubrir que ya no era el centro de atención, Caroline se relajó en un rincón ovalado a lo largo de la pared trasera donde ella podría mirar las actuaciones sin ser mirada sin disimulo. Una puertaventana cercana miraba hacia el jardín del patio, ofreciendo una escapada apresurada si hacía falta.

Simplemente pasando de una zancada para posar delante de la repisa de la chimenea de mármol, el desconocido de atuendo negro mágicamente transformó la chimenea en un escenario y los ocupantes del salón en una audiencia absorta. Su palidez de moda sólo hacía que sus sentimentales ojos oscuros y los negros rizos garbosos, volcándose sobre su frente, fueran más notables. Era ancho de hombros, pero de cadera estrecha, con una nariz firme, aguileña y labios llenos que traicionaban un indicio tentador de sensualidad. De la tierna sonrisa curvando los labios de Vivienne, Caroline dedujo que debía de ser su anfitrión.

Un reverente silencio cayó sobre el salón mientras él apoyaba un pie en la chimenea. Caroline se encontró sosteniendo su respiración mientras empezaba a hablar en un barítono tan melódico que podía haber hecho a los ángeles llorar con envidia.

«Pero primero, sobre la tierra, como vampiro enviado,

tu cadáver de la tumba será arrancado;

luego, lívido, vagarás por el que fuera tu hogar,

y la sangre de todos los tuyos has de chupar;

allí, de tu hija, hermana y esposa,

a media noche, la fuente de la vida secarás»

Los ojos de Caroline se ensancharon cuando ella reconoció las palabras del legendario cuento Turco de Byron, palabras que había oído a Portia recitar con una cantidad igual de drama sólo unos pocos días antes. Echó una mirada a su hermana pequeña. La mano de Portia se había caído de su garganta hasta su corazón mientras contemplaba de pie al joven Adonis, una luz adoradora emergiendo en sus ojos. Oh, querida, Caroline pensó. Eso apenas haría a Portia comenzar a albergar un enamoramiento no correspondido por el pretendiente de su hermana.

Con su boca resentida y su barbilla hendida, el orador joven podría haber sido confundido por Byron mismo. Pero todo el mundo en Londres sabía que el poeta elegante actualmente languidecía en Italia en los brazos de su amante nueva, la Countess Guiccioli.

Mientras se lanzaba a otro verso del poema, exhibiendo su perfil clásico a todo el mundo en el cuarto para admirar, Caroline tuvo que ahuecar una mano sobre su boca para contener un hipo de risa. ¡Así que éste era el notorio vizconde! Con razón ofrecía sugerencias a Vivienne de cómo dar estilo a su pelo. Y no es extraño que la sociedad creyera que era un vampiro. Era obviamente una reputación tan cuidadosamente cultivada como los pliegues en cascada de su corbata y el brillo deslumbrante en sus botas Wellingtones. Un petimetre tan afectado podría robar el corazón de su hermana, pero el alma de Vivienne no parecía estar en ningún peligro inmediato.

Mareada tanto con regocijo como alivio, Caroline todavía trataba de contener sus risas ahogadas cuando un reloj en alguna parte de la casa comenzó a repicar la medianoche.

– Permítame.

Caroline comenzó a reír violentamente mientras un pañuelo se mostraba justamente bajo su nariz.

– Trato de venir preparado. Esta es difícilmente la vez primera que su interpretación ha hecho llorar a una mujer. Se ha sabido que las damas más sentimentales incluso se desmayan en ocasiones.

Esa risible voz masculina, entonada apenas por encima de un gruñido, pareció resonar a través de sus huesos. ¿Cómo podía ella ser tan tonta en cuanto a preocuparse acerca de vampiros cuándo una voz tan llena de humo y azufre podría sólo pertenecer al mismo diablo?

Cautelosamente tomó el pañuelo antes de echar una mirada furtiva al hombre recostándose contra la pared junto a ella. Parecía haber aparecido de repente. Debía de haberse deslizado por la puertaventana cuando había estado distraída, no una pequeña proeza para un hombre tan grande.

Aunque habría jurado que había sentido su mirada fija sobre ella sólo un segundo antes, él estaba mirando fijamente la chimenea, donde su anfitrión se lanzaba dentro de otra estrofa de la obra maestra de Byron.

– Su caballerosidad es muy apreciada, señor -ella dijo suavemente, dando ligeros toques en sus ojos rebosantes con el caro lino-. Pero le puedo asegurar que no hay ningún peligro de mi ser desesperado con emoción y desmayándose en sus brazos.

– Lastima -murmuró todavía mirando hacia el frente.

– ¿Perdón? -murmuró Caroline, desconcertada,

– Bonito sombrero -dijo, inclinando la cabeza hacia el brebaje de perla y pluma en lo alto, encima de los rizos plateado de una matrona.

Entrecerrando los ojos, Caroline se aprovechó de su pretendida indiferencia para estudiarle. Su grueso pelo era una miel caliente trenzado con hebras más brillantes de oro y lo suficiente largo como para rozar los impresionantes hombros de su frac bermejo. Si se enderezase en lugar de recostarse contra la pared con ambos tobillos y brazos cruzados, se habría elevado sobre ella por casi treinta centímetros. Pero parecía completamente en casa con su tamaño, no encontrando necesidad de usar su poder para intimidar o adular.

– Lo que quise decir, señor -susurró, insegura por qué era tan importante que este forastero no la confundiera con alguna boba sensiblera,- fue que no estaba vencida por el sentimiento, sino por la diversión.

Él le lanzó una mirada sesgada ilegible bajo sus abundantes pestañas. Sus interminables, cristalinos ojos no eran ni azul ni verde, sino algún matiz fascinante entremedias.

– ¿Deduzco que no es admiradora de Byron?

– Oh, no es el poeta quién me divierte, sino su intérprete. ¿Ha visto alguna vez tal adaptación de una postura desvergonzada?

Una de las mujeres delante de ellos giró para mirar furiosamente a Caroline. Tocando con un dedo enguantado sus labios y siseó.

– ¡Shhhhh!

Mientras Caroline luchaba por armar una expresión conveniente, su compañero murmuró.

– Usted parece la única mujer en el cuarto inmune a sus encantos.

No había argumentación para eso. Portia todavía contemplaba la chimenea como si hubiera caído en un trance. Varias de las damas habían sacado sus pañuelos para dar ligeros toques a sus ojos. Incluso los caballeros miraban la interpretación con bocas flojas y expresiones vidriadas.

Caroline se tragó una sonrisa.

– Quizá él los ha hechizado con sus poderes sobrenaturales. ¿No es ese uno de los rasgos de su clase… la habilidad para hipnotizar a los débiles de carácter y hacerlos realizar su orden?

Esta vez su acompañante empezó a mirarla completamente a la cara. Su semblante podría haber sido denominado juvenil de no ser por la frente surcada de arrugas, una nariz que había sido rota, y el indicio burlón de una hendidura en su ancha barbilla. Tenía una boca raramente tierna, expresiva para una cara tan fuerte.

– ¿Y precisamente que clase sería esa?

Estaba difícilmente dentro de su carácter permitirse un bocado sabroso de chismorreo con un total desconocido, pero había algo en torno a su mirada directa que invitaba a las confidencias.

Ahuecando una mano alrededor de su boca, se apoyó más cerca de él y murmuró.

– ¿No lo sabe? Se rumorea que nuestro anfitrión es un vampiro. Seguramente ha debido haber oído el chisme acerca del misterioso y peligroso Adrian Kane. Cómo se levanta de su cama sólo después de que el sol se haya puesto. Cómo ronda las calles y los callejones de la ciudad por la noche buscando la presa. Cómo tienta a las mujeres inocentes en su guarida y las esclaviza con sus poderes oscuros de seducción.

Ella había logrado traer un destello de diversión a sus ojos.

– Suena realmente como un tipo vil. ¿Entonces qué la alertó para desafiar su guarida esta oscura noche? ¿No le importa su propia inocencia?

Caroline levantó sus hombros en un liviano encogimiento.

– Como puede ver, no es una amenaza para mí. Soy completamente insensible a los meditabundos señoritos, que eyectan Byron y pasan una cantidad desmesurada de tiempo delante del espejo practicando sus posturas y rizando sus mechones.

Su mirada fija se estrechó sobre su cara.

– Debo confesar que me tiene intrigado. ¿Verdaderamente qué tipo de caballero podría presentar una amenaza para usted? ¿Qué poderes oscuros debe poseer un hombre para seducir una criatura tan juiciosa como usted? ¿Si una cara bella y una lengua ágil no la hacen desmayarse en los brazos de un hombre, entonces qué lo hará?

Caroline alzó la mirada y le contempló, un calidoscopio de imágenes imposibles formando remolinos a través de su cabeza. ¿Y si ésta fuera su Temporada en lugar de la de Vivienne? ¿Y si ella fuese una inocente de diecinueve años en lugar de una sensata de veinticuatro? ¿Y si no era demasiado tarde para creer que un hombre como este la podría tentar en un jardín iluminado por la luna para robar un momento privado… o quizá incluso un beso? Destruida por un escalofrío de anhelo, Caroline arrastró su mirada lejos de esa tentadora boca suya. Era una mujer adulta. Difícilmente podría permitirse sucumbir a los tontos antojos de una muchacha.

Ladeó su cabeza con una sonrisa con hoyuelos en la cara, decidiendo que era más sabio tratar sus palabras como la broma que indudablemente eran.

– Debería avergonzarse usted, señor. ¿Si confesase tal cosa, entonces usted me tendría a su merced, verdad?

– Quizá fuera usted -se inclinó para murmurar, su voz tan profunda y humeante como un trago prohibido de whisky escocés-, quién me tendría a su merced.

Caroline sacudió su cabeza, hipnotizada por el destello inesperado de anhelo en sus ojos. Pareció una eternidad sin aliento, antes de que ella se diese cuenta de que la recitación había acabado y los otros ocupantes del salón habían estallado en un aplauso entusiasta.

Su compañero se apartó de la pared, enderezándose a su altura completa.

– Si me perdona, señorita… temo que el deber es una amante brutal e implacable.

Ya le había presentado su ancha espalda cuando le llamó.

– ¡Señor! ¡Olvidó su pañuelo!

No se percató que batía el retal de lino como una bandera de rendición hasta que él giró y una esquina de su boca se curvo en una sonrisa perezosa.

– Consérvelo, ¿lo hará?. Quizá encontrará alguna otra cosa para divertirse antes de que la noche haya terminado.

Mientras ella le observaba abrirse paso por los invitados, Caroline alisó el pañuelo sobre sus dedos enguantados. Tenía un deseo absurdo de llevarlo a su mejilla, para ver si cargaba los perfumes masculinos de sándalo y ron de la bahía que todavía pendía en el aire alrededor de ella.

Las puntas de sus dedos ciegamente trazaron las siglas cosidas en la tela mientras su voz profunda, dominante se transmitía sobre el gentío.

– ¡Bravo! ¡Bravo, Julian! Esa fue realmente una interpretación. ¿Te atreves a que esperemos una repetición después de la cena?

El parco, elegante sátiro todavía posando con gracia negligente delante de la chimenea sonrió abiertamente.

– Sólo si mi hermano y mi anfitrión lo ordena.

Los dedos de Caroline se congelaron.

Lentamente levantó el pañuelo, pero incluso antes de que viese al sátiro golpear ruidosamente una mano cordial en su hombro, incluso antes de que observase a los invitados saludarle como uno de los suyos, incluso antes de que viese a una Vivienne radiante tomar su lugar a su lado como si siempre hubiera tenido un sitio allí, Caroline supo lo que encontraría cosido en el caro lino.

Una A elaborada vinculada con una K remolineante.

– ¡Caroline! -Vivienne la llamó. Una sonrisa radiante iluminaba su cara mientras entremetía una mano delgada en el recodo del brazo de su compañero-.¿Qué estás haciendo acobardándote allí en la esquina? Debes venir y conocer a nuestro anfitrión.

Caroline sintió toda la sangre drenarse de su cara mientras ella levantaba sus ojos para encontrar la mirada fija igualmente sorprendida de Adrian Kane, el Vizconde Trevelyan.

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