La dirección mencionada por Brown correspondía a un lugar tan grandioso que Lisa pasó dos veces por delante sin considerar siquiera que pudiese ser el lugar apropiado. Era un sitio impresionante. Se elevaba en la cumbre de la colina, y dominaba el paisaje con una fachada blanca que recordaba a Lisa las mansiones de la preguerra. Al levantar los ojos hacia la mansión, Lisa tuvo la clara sensación de que Scarlett O'Hara aparecería por la puerta. Un sendero en forma de herradura se elevaba hacia el edificio, formaba una curva de abundante césped y rodeaba un imponente parterre que descubría el único indicio acerca de la identidad de la construcción, dos letras impresionantes, «C C», formadas por vibrantes geranios rojos y blancos.
Parecía tratarse de un club de campo, y estaba al lado de Ward Parkway, quizá la calle más prestigiosa de la ciudad, con sus innumerables fuentes y sus mansiones construidas por las familias de acaudalados próceres. A Lisa no le quedaba ninguna duda de que el lugar tendría un grupo de afiliados de la más elevada categoría.
¿Y Sam Brown era miembro de esa entidad?
Lisa descendió del automóvil, se pasó una mano por encima de la falda, ¡gracias a Dios no llevaba pantalones! Incluso el vestido no era muy apropiado, pues se trataba de un conjunto un tanto informal de dos piezas con rayas marrones y blancas; bajo la chaqueta llevaba una blusa de cintura estrecha, las mangas amplias y el cuello alto.
Los arbustos alrededor de la entrada parecían artificiales por estar recortados de modo perfecto. Las macetas con flores y los arbustos formaban una colorida profusión a cada lado de los peldaños. Deteniéndose a pocos pasos de las plantas, Lisa extrajo de su bolso un lápiz labial, inspeccionó su cara en un minúsculo espejo, y se aplicó una reluciente línea ámbar en los labios. Apretando bajo el brazo su bolso, ingresó en el C C, fuera lo que fuese.
Estaba en una amplia sala con ventanas anchas hacia la izquierda, a través de ellas entraba la luz del sol que iluminaba un elegante conjunto de muebles antiguos. A un lado de los sillones había un hogar, y varios enormes ramos de flores artificiales conseguían que los elegantes muebles antiguos parecieran incluso más valiosos.
Una voz discreta la sobresaltó.
– ¿Señora Walker?
Lisa se volvió y vio a una mujer impecablemente vestida que le sonreía, sus ojos inteligentes detrás de un par de gafas, con una cadena que colgaba de una de las patillas. Por su aspecto la mujer podía ser la propietaria de la casa.
– ¿Sí? -replicó la desconcertada Lisa.
– Ah, pensé que era usted, basándome en la descripción que me ofreció el señor Brown. Está en el salón. Siga por ese corredor y lo hallará fácilmente.
Con un elegante movimiento de la mano, la mujer se retiró.
Lisa descendió la escalera que la mujer le había indicado, y se encontró en un bar de techo bajo, no muy iluminado. Apenas tuvo tiempo de advertir que Sam Brown no estaba allí, cuando un negro sonriente, con el atuendo formal del camarero, se aproximó para preguntarle lo mismo que la mujer del piso alto:
– ¿Señora Walker?
– Sí.
– El señor Brown la espera en el salón; le ruego que me siga.
La llevó a otra habitación elegante, muy parecida a la del piso alto, solo que más pequeña y más íntima, iluminada por una suave luz difusa que provenía de varias lámparas de mesa. Aquí también había un hogar en la pared del fondo, y un juego de cómodos muebles agrupados en distintos conjuntos. Sam Brown, que ocupaba uno de los sillones antiguos al lado del fuego, se puso de pie.
– Señor Brown, aquí está su invitada -anunció el camarero.
– Gracias, Walter -dijo Sam y luego añadió dirigiéndose a Lisa-: Veo que no ha tenido inconvenientes para encontrar la casa.
– Hubo algunas dificultades -reconoció ella, mientras paseaba la mirada por los cabellos y la cara de Brown.
– ¿La señora desea un cóctel? -preguntó Walter.
– Sí, un Smith & Kurn -respondió Brown al camarero, que se retiró discretamente. Después se volvió hacia Lisa, y esbozó un gesto-. Siéntese, señora Walker.
A pesar de todo, ella se sintió complacida porque él había recordado la bebida que prefería, y moderó su voz al formular la observación:
– Sam Brown, no me venga con el tratamiento de «señora Walker». ¿Por qué no me advirtió qué clase de lugar era este?
Lisa se sentó en un diván Chippendale, y Brown eligió el sitio que quedaba libre al lado de ella, en lugar del sillón que había ocupado antes. Se volvió hacia un lado, alzó la rodilla sobre el asiento tapizado, y apoyó el brazo sobre: el respaldo. Examinó a Lisa con una media sonrisa.
– ¿Por qué, cheroqui? Usted tiene un aspecto excelente.
– Y no me llame cheroqui. -Ella miró alrededor para comprobar si alguien los había escuchado; pero estaban solos en la habitación.
– Si no puedo llamarla señora Walker, y tampoco cheroqui, ¿cómo debo dirigirme a usted?
Al principio ella no supo qué contestar.
– Pruebe a llamarme Lisa -propuso.
– Muy bien, Lisa, ¿tropezó con alguna dificultad para llegar a este lugar?
– ¡Dificultad! Pasé frente a la casa dos veces, y ni siquiera la miré. y ya que estamos, ¿qué es esto?
– Es el Carriage Club.
– Y entiendo que usted es socio.
– En efecto. -Brown extendió la mano hacia el cóctel depositado sobre una mesa ovalada, delante del sofá. Todo el conjunto, incluso el par de sillones, estaba frente al hogar, de modo que formaba para ellos una especie de rincón privado.
Ella volvió los ojos hacia la mesita de centro. Además de un ramillete de claveles recién cortados, había allí un cuenco con nueces. La mirada de Lisa recorrió las paredes empapeladas y los guardafuegos del hogar, hasta retornar a Sam Brown, y descubrir que él estaba observándola.
– ¿Supuestamente esta experiencia debe modificar mi opinión de… los ricos decadentes? -preguntó Lisa.
Él se encogió de hombros, pero su sonrisa perduró.
En ese momento Walter regresó con su Smith & Kurn, lo depositó sobre la mesa y preguntó:
– ¿Algo más para usted, señor Brown?
– Otra vez lo mismo.
Apenas Walter se retiró, Lisa no pudo resistir la tentación de preguntar:
– ¿Qué? ¿No piensa pedir encurtidos?
– Los ricos decadentes no necesitan hacerlo. Walter sabe exactamente cómo quiero mis bebidas.
– Entonces… ¿usted es un socio conocido?
La única respuesta de Brown fue mantener la expresión cordial en la cara, y a pesar de todo Lisa Walker se sintió presionada.
– Señor Brown, vine aquí para hablar de negocios -dijo.
– Por supuesto. -Él se inclinó un poco hacia adelante-. A diferencia de la mayoría de las empresas contratistas de esta ciudad, la mía tuvo un buen año. El sector de lampistería de la firma mantuvo a la sección de aguas corrientes y residuales, hasta que pudo funcionar con autonomía. Ahora, lo único que necesito es un buen calculista para las licitaciones.
– ¿Y por qué cree que yo soy buena?
– Casi me derrotó en ese concurso de Denver, y, en todo caso, desplazó a una colección impresionante de competidores. Quiero que una persona que puede hacer esto trabaje para mí, no contra mí.
– También a usted lo derroté -dijo ella con voz suave.
– ¿Vamos a volver a castigar de nuevo a ese pobre caballo muerto?
– No pude resistir la tentación.
Él la examinó muy sereno. Distraída, ella extendió la mano hacia las nueces.
– ¿Le interesa la propuesta de trabajo?
Ella no deseaba confesarlo, pero sí, le interesaba. Walter se acercó un momento y, a pesar de la interposición del camarero, Lisa pudo sentir los ojos de Sam Brown que la miraba mientras ella se llevaba las nueces a la boca, y después se lamía la sal que se le había quedado pegada en los labios.
Lisa levantó la mirada para dirigirse a Brown.
– Quiero que lo sepa de entrada… no me encargo de tareas sucias para nadie. Cotizo franca y limpiamente en las licitaciones.
– Le pagaré cuarenta mil dólares anuales, más un coche de la empresa y los acostumbrados pluses: participación en los beneficios, seguro, tarjeta de crédito de la compañía.
Mientras Lisa trataba de asimilar estas palabras vio cómo Sam movía con pereza su bebida, y después acercaba la mano a un platito rojo con cuatro encurtidos. Los dientes brillantes de Sam sujetaron el primero y sus mandíbulas comenzaron a masticar mientras Lisa se tranquilizaba.
– ¿Cuarenta mil anuales? -Las palabras brotaron con dificultad de sus labios.
– Así es. -Los ojos de Sam se posaron indolentes en los de Lisa, al mismo tiempo que cerraba esa dentadura perfecta sobre el segundo encurtido.
Hipnotizada, y todavía incapaz de asimilar la oferta, observó como Sam devoraba los cuatro encurtidos.
«¡Cuarenta mil dólares!»
– Usted seguramente bromea.
– En absoluto. Tendrá que trabajar mucho para ganarlos. Si yo digo que viaje, usted viajará. En este momento estamos presentando ofertas en ocho estados. A veces tendrá que quedarse a trabajar durante la loche si tenemos que cumplir un plazo. En otras ocasiones volará de noche para conseguir la conexión y llegar a tiempo a determinada ciudad. Pago bien a mis especialistas en licitaciones, pero se ganan cada centavo del sueldo.
Ella continuaba demasiado aturdida para aceptar la idea.
– Todavía no sé dónde están sus oficinas.
– Del otro lado del río, cerca de Rainbow y la Avenida Johnson. Si lo desea, la llevaré después para que vea las instalaciones.
De nuevo ella se asombró. El distrito que él había mencionado era muy conocido por tratarse de uno de los más prestigiosos de la ciudad. Generalmente se lo denominaba la Plaza, por su proximidad al lujoso centro Comercial del Plaza Country Club. Todavía estaba sumida en sus reflexiones cuando Sam Brown sacó una corbata del bolsillo de su chaqueta deportiva de hilo azul; ella estaba tan inmersa en sus pensamientos que apenas advirtió lo que él estaba haciendo. Sin la ayuda de un espejo, se abotonó el cuello de la camisa, puso debajo la corbata y comenzó a anudarla. Aunque los ojos de Lisa estaban fijos en las manos de Sam Brown en realidad en ese momento pensaba en el par de sillones tapizados con pana que tanto deseaba y en las cortinas que podría pagar pronto, puesto que al parecer no haría falta que renunciara a su propia casa.
El atento Walter apareció como surgiendo de la nada.
– ¿Algo más, señor Brown?
– Walter, ahora la señora Walker y yo iremos a comer. Muchas gracias.
– Muy bien, señor. Le llevaré las bebidas.
Lisa por fin emergió de su ensueño y advirtió entonces que Sam Brown le ponía una mano bajo el codo y la invitaba a ponerse de pie. Caminaron detrás de Walter.
– Las normas de la casa -murmuró Sam con acento conspirador-. Los hombres necesitan usar corbata en el comedor.
Lisa realizó un débil intento de desprenderse de la mano imperiosa de Brown. Esto es demasiado perfecto. ¡Y está desarrollándose con excesiva rapidez!, pensó.
– No estoy vestida…
– Está muy bien vestida. -Los ojos de Brown se deslizaron de los cabellos de Lisa a su cintura, y volvieron a ascender.
Ella se sintió obligada a ofrecer más resistencia.
– Pero…, pero aún no he dicho que trabajaría para usted, y mucho menos aún he ganado una licitación. Y usted me invitó a una copa, no a cenar.
Él se limitó a sonreír junto a la mejilla de Lisa, pellizcó la piel suave y desnuda del codo, y se burló:
– Usted debe permitir que un hombre trate de impresionar a una dama, cuando está haciendo todo lo que sabe, ¿no le parece, cheroqui?
Quizá, más que otra cosa cualquiera, la palabra la devolvió a la tierra. Cheroqui. Pero ya era demasiado tarde. Habían llegado a la puerta del comedor, que se abría sobre el vestíbulo. Ella se sintió impotente mientras caminaba junto a Brown. Su pulgar áspero rozó la piel desnuda de Lisa, mientras se detenían después de pasar la puerta, y lo saludaban nuevamente por su nombre:
– Buenas noches, señor Brown… señora. La mesa está preparada. -El hombre los acompañó a una mesa cubierta por un mantel de hilo, situada frente a una ancha ventana que formaba un semicírculo alrededor de la mitad del comedor. Lisa contempló la vista con la piscina, una pista de hielo, y las pistas de tenis más abajo. A lo lejos, una hilera de árboles altos indicaba el curso sinuoso del río Brush, que fluía hacia el este. El sol enviaba los últimos rayos sobre el prado verde, y Lisa se vio en dificultades para apartar la mirada del panorama.
La presión sobre la parte posterior de sus rodillas le recordó que Sam Brown esperaba solícito el momento de acercarle el asiento.
– Oh… gracias. -Se sentó, expuesta al perfume seductor que se desprendía de él, que entretanto ya estaba acomodándose frente a Lisa. Apenas Brown ocupó su asiento, otro solícito camarero del Carriage Club se acercó de inmediato.
– ¿Cómo esta señor Brown? El plato especial de esta noche consiste en camarones con salsa de vino, condimentados con estragón y servidos con verduras. -Colocó una carta delante de Lisa y después otra delante de Sam.
Él enarcó las cejas, y una sonrisa le curvó los labios.
– Hambriento como un oso, Edward, ¿y cómo está usted?
Edward se irguió y rió por lo bajo.
– Estoy muy bien, señor. Mañana comienzo mis vacaciones. Iré a la casa de mi hijo en Tucson. Acaba de nacerle una hija y nosotros todavía no la conocemos.
– En ese caso, supongo que es un poco difícil prestar atención a los camarones con verduras, ¿verdad?
– En absoluto, si se trata de usted. El servicio es el mismo de siempre.
Ambos se echaron a reír, como suelen hacer los hombres que repiten con frecuencia cierto rito. Lisa observó que existía la misma camaradería entre Brown y el otro camarero que les trajo jarras de agua helada.
Cuando al fin estuvieron solos, cada uno con su carta, Lisa reconoció:
– Estoy impresionada, Brown. ¿Acaso podría reaccionar de otro modo?
– Repítame eso cuando me vea actuando en la oficina y su comentario signifique algo.
Lisa buscó signos de burla, pero no vio nada por el estilo.
¿Qué sabía de ese hombre, qué sabía de Sam Brown? ¿Era un individuo honorable o un sinvergüenza? Las actitudes que adoptaba en ese ambiente elegante, ¿eran una cortina intencional destinada a ocultar su lado más sórdido? Brown podía seducir y atraer a cualquiera… de eso ella no tenía la más mínima duda. Pero ¿también podía mostrarse implacable? Su atracción física era suficiente para encantar a cualquier mujer, y ese hecho dificultaba la formulación de un juicio acerca de sus rasgos ocultos. Después de todo, ella estaba tratando de tomar una decisión en la esfera del trabajo, y la apariencia de ese hombre no tenía la menor relación con su carácter o sus motivaciones. Entonces, al observarlo, Lisa entrelazó los dedos, apoyó los brazos sobre el borde de la mesa, y se inclinó hasta que sus pechos le tocaron las muñecas.
– Hábleme claro, Brown. ¿Se propone emplearme con el propósito de aprovecharme, como hizo Thorpe?
Ella lo miró detenidamente a los ojos, que manifestaron cierta sorpresa ante la pregunta directa; después, brillaron un tanto divertidos, pero también esa expresión desapareció, y preguntó muy concretamente.
– ¿No es posible, señora Walker, que usted esté un poco obsesionada por su condición de india? -Ella se violentó inmediatamente, pero, antes de que pudiese contestar, Brown continuó diciendo-: Realicé algunas averiguaciones acerca de su persona. Es eficaz y honesta, es joven y ambiciosa. Un empresario no comete un error muy grave si la contrata como especialista en concursos, sobre todo cuando su empresa tiene por otra parte un plantel excelente. Fuera de eso, recuerde que usted no necesitaría gastar tiempo en desplazamientos para llegar a la oficina. Y eso siempre es ventajoso para una empresa.
La respuesta de Brown provocó la sorpresa de Lisa.
– ¿Cómo sabe dónde vivo?
De nuevo hubo una impresión de regocijo en los ojos de Brown.
– Usted olvida que su maleta tenía una etiqueta atada en el asa; allí estaba la dirección.
¡Por supuesto! ¿Cómo era posible que se hubiera olvidado de lo que en realidad había sido el origen de la relación entre los dos? Sin embargo, era desconcertante pensar que había estado preguntando a la gente acerca de ella.
– Dígame, señor Brown -comenzó-, ¿hay algo que usted no sepa de mi persona?
Él apartó los ojos de la carta y Lisa se sintió incómoda, al advertir que llevaba un collar que tenía la forma de una cabeza de flecha india, colgada del cuello por una tira de cuero. Pero los ojos de Brown regresaron a la carta y contestó:
– Sí, no sé por qué usted se molesta en pedir su comida sin patatas, cuando no necesita tomar esa medida. Aquí la comida es muy buena. Le aconsejo que no se modere, y por lo menos esta noche se dedique a saborearla.
La respuesta de Brown originó inmediatamente una reacción de vanidad femenina, pero ella se dijo que debía aceptar el cumplido con cierta cautela. En ese momento, llegó el camarero para tomar el pedido.
De acuerdo con lo prometido, la comida fue deliciosa. Mientras cenaban discutieron sobre algunos trabajos pendientes, licitaciones en las cuales Sam deseaba presentarse, o proyectos en los que ella había trabajado; no hubo más comentarios de índole personal, hasta que, después de tomar el café, él se recostó en el respaldo del asiento, un hombro más abajo que el otro, de una postura con la cual ella ya había comenzado a familiarizarse.
– En realidad, en usted hay un aspecto que me desconcierta -dijo Brown.
Ella lo miró expectante.
– ¿Por qué no hay indicaciones sobre otros trabajos antes del de Construcciones Thorpe?
– Existen. Están en St. Louis.
– ¿St. Louis? -Sam enarcó las cejas.
– Sí, antes vivía allí.
– ¿Antes de qué? -Aunque la mirada que él fijó en Lisa era amable, la joven pensó que estaba perforándole la cabeza.
– Antes de mudarme aquí hace tres años -contestó Lisa evitando una respuesta franca.
– Ah. -Él levantó la barbilla, y durante un instante ella pensó que insistiría en las preguntas, pero en ese momento llegó el camarero, dejó una bandejita al lado de Sam Brown y le entregó una pluma de plata.
– Discúlpeme, señor Brown, su cuenta. -Sam garabateó rápidamente la firma y se puso de pie-. Vamos, le mostraré la oficina.
Lisa respiró aliviada ante la interrupción, pues el tema de St. Louis no era un asunto en el cual le interesara ahondar.
Cuando caminaban hacia la puerta, fueron interrumpidos por un hombre impecablemente vestido, que se giró desde su asiento y extendió la mano.
– ¿Cómo van esas cosas, Sam?
– Muy bien. Gané una licitación en Denver la semana pasada. -Brown soltó el codo de Lisa para estrechar la mano del hombre, y después realizó con cortesía las presentaciones.
– Cassie y Don Norris… Lisa Walker, mi nueva especialista en licitaciones.
Lisa contempló la posibilidad de desmentirlo enérgicamente, pero en cambio estrechó la mano de los Norris.
– Bien, enhorabuena, Lisa. Ha elegido una compañía excelente -dijo Don Norris.
Ella murmuró un comentario, sorprendida ante el elogio imprevisto, y formulando en silencio la esperanza de que se ajustase a la realidad. Un momento después, Sam la impulsó de nuevo hacia la puerta.
Mientras atravesaban el vestíbulo, no pudo evitar una mirada a Sam.
– ¿Su nueva especialista en licitaciones? ¿No está siendo un poco presuntuoso?
Sam sonrió y se encogió de hombros.
– Elimina una larga explicación. Podría haber dicho también que usted es la mujer que me robó la maleta en el aeropuerto de Denver. ¿Eso habría sido mejor?
Lisa se giró para ocultar una sonrisa, y en aquel momento llegaron al vestíbulo principal, se acercaron a la puerta y salieron.
– Puede viajar conmigo -propuso Brown-. No está lejos, y yo después la traeré de regreso para que recupere su coche.
La condujo a un Toronado de gran categoría. El interior del auto olía como Brown… el aroma agradablemente masculino del jabón y la loción del afeitado. El asiento delantero era lujoso; y estaba equipado con un estéreo que les permitió distraerse mientras viajaban en aquel anochecer de verano.
Hacía mucho tiempo que Lisa no estaba en un coche con un hombre atractivo… ¡y Sam Brown en verdad lo era! Observó el perfil de la muñeca de Brown sujetando el volante, el resplandor de un reloj de oro que asomaba bajo la manga, los dedos laxos de piel oscura Y uñas bien cuidadas. Recordó la agradable comida que acababan de compartir, su camaradería fácil con todas las personas del club, el elogio formulado por Norris al pasar, el ágil sentido del humor de Brown. Se atrevió a realizar un breve examen de los cabellos, la oreja y el lateral del cuello de Brown, pero entonces él volvió la cara hacia Lisa, y esta desvió rápidamente los ojos hacia la ventanilla.
No había la más mínima duda: Sam Brown empezaba a caerle simpático.
El complejo de oficinas era nuevo y moderno, y ofrecía un espectáculo grato a los ojos. El sol tardío, iluminando con sus últimos rayos las paredes de ladrillo color canela y las ventanas de vidrios ahumados, creaban profundos triángulos de sombra, acentuando la belleza del diseño arquitectónico de los edificios. De acuerdo con la pretensión de Kansas City, de que poseía más fuentes que cualquier otra ciudad del mundo excepto Roma, los edificios se habían levantado alrededor de una encantadora explanada, cuya atracción principal era una fuente, que desprendía una cascada creando un espectáculo que recordaba una flor abierta.
Sam guió a Lisa a lo largo de senderos curvos de concreto que pasaban al lado de cerezos, tejos y moras. Cada planta estaba tan bien cuidada que parecía atendida por un cosmetólogo y no por un jardinero. El sistema de regado funcionaba, y, mientras pasaban de un edificio a otro, Lisa respiró el aroma acre de los puntales de cedro agrupados en la base de las plantas decorativas. Los bancos de secoya habían sido distribuidos estratégicamente a lo largo de los senderos, e incluso las papeleras estaban construidas en madera de secoya, en combinación con el entorno. A los lados de cada edificio se habían plantado altos fresnos.
Sam abrió la puerta del vestíbulo y dio paso a Lisa, para ingresar en un lugar espacioso con el suelo protegido por una alfombra anaranjada. Los peldaños de la escalera estaban enmoquetados, y parecían descender desde algún lugar misterioso de las alturas, para llegar al centro del vestíbulo. Una hermosa barandilla de madera de avellano se deslizó muy suave bajo la palma de Lisa, mientras esta la acariciaba con detenimiento.
Si ella había supuesto en un principio que Brown era un patrón de escasa importancia, el ambiente sugería lo contrario.
En la oficina 204, él introdujo una llave en la cerradura, empujó hacia adentro la puerta de madera de avellano y la sostuvo para dar paso a Lisa. Se encendieron las luces fluorescentes que iluminaron toda el área de recepción.
Lisa miró inquieta a su alrededor. Había algo sombrío y como abandonado en esa oficina silenciosa y vacía. El vestíbulo estaba decorado en tonos azules, y de las paredes colgaban carteles que reflejaban distintos momentos de la historia de la empresa. Tenían marcos de aluminio y cubierta de vidrio, y colgaban del lujoso revestimiento de vinilo que cubría las paredes y que hacía juego con las sillas tapizadas y las mesas con tablero de cristal, donde descansaban diferentes revistas de la construcción y folletos de las empresas proveedoras.
El repiqueteo de las llaves indujo a Lisa a mirar de nuevo a Sam.
– Esta es obviamente el área de la recepción -dijo Sam, indicando con un movimiento de la cabeza una pared que se levantaba aun lado, y que era el trasfondo del escritorio de la recepcionista.
La oficina de contabilidad era el primer cubículo que estaba detrás de la pared. Dentro, un ordenador zumbaba muy despacio, y las fotografías de dos niños pequeños aparecían sobre un escritorio.
– El ordenador funciona día y noche -informó Sam a Lisa-. Allí está archivado todo sobre los miembros del personal, así como el inventario de las piezas.
Había otra oficina para el contable y su ayudante, y a continuación una amplia área abierta, también alfombrada en azul oscuro; allí estaban alineadas varias mesas de dibujo. La distribución daba un sentimiento general de paz, pues las ventanas se extendían casi del techo al suelo, y la visión de los fresnos afuera ayudaba a incorporar el ambiente externo al interior del edificio. La estancia estaba en el rincón sureste del edificio; por lo tanto, la puesta del sol dejaba esa zona mal iluminada, ya que Sam no había encendido las luces del techo.
– Aquí trabajan nuestros dibujantes-explicó sin necesidad. Lisa advirtió que Sam Brown siempre caminaba un paso detrás de ella. A veces, el suave repiqueteo de las llaves le indicaba cuál era la distancia que él mantenía. Lisa contempló el espacio agradable y ordenado. Había grandes pilas de planos, colgados pulcramente, como sábanas puestas a secar en el tendedero. No alcanzó a ver planos enrollados, arrugados o rotos. No había pedazos de arcilla seca sobre la alfombra, ni tazas de café convertidas en basureros. -Esta es la sala de copias -dijo Sam, y Lisa volvió la cabeza a tiempo para percibir un movimiento indefinido del brazo antes de que él pasara del sector de dibujo a otra oficina separada del resto. En el umbral se volvió de nuevo hacia ella, y con su actitud pareció invitarla a avanzar.
– ¿Su despacho? -preguntó ella.
Sam asintió.
Al llegar a la puerta ella se detuvo con una actitud apreciativa. La estancia era un lugar limpio y ordenado, y Lisa no pudo dejar de compararlo con la pocilga de Floyd Thorpe. A un lado había un escritorio ejecutivo de proporciones modestas, y un armario bajo la ventana. También una mesa de reuniones, rodeada de sillones de cuero; era obvio que se utilizaba para celebrar conferencias. El suelo estaba alfombrado, las ventanas tenían persianas verticales y sus colores eran claros. También aquí los planos y los diagramas colgaban de bastidores limpios y pulcros. En el rincón había una planta alta; allí confluían las ventanas que miraban al este y las que daban al sur.
Lisa cruzó hasta la ventana que daba al sur y miró hacia fuera. Un momento después percibió de nuevo el aroma de Sam, que se acercaba por detrás y señalaba más allá de las copas de los árboles.
– Hemos estado allí. -Desde ese lugar ella pudo ver solo la parte superior del edificio principal del Carriage Club-. Casi siempre yo me muevo por un área bastante limitada.
– Pero muy agradable -observó ella, volviéndose y apoyando las yemas de los dedos sobre la superficie lustrada del escritorio. Los ojos de Lisa encontraron la mirada de Sam, pero esta vez no vio el más mínimo atisbo de burla-. Todo esto me gusta mucho.
La expresión en la cara de Sam indicó a Lisa que eso era lo que había deseado escuchar. Sus dedos se aflojaron y las llaves tintinearon suavemente.
– ¿Desearía ver el sector donde preparamos las propuestas?
– Creí que no lo preguntaría.
Una sonrisa se dibujó en la cara de Sam, y entonces la llevó a otro sector bastante amplio, parecido a aquel en que estaban las mesas de dibujo. Aquí, las mesas eran lisas y tenían la altura de los escritorios. Como miraba hacia el sur, el área de cálculos de las licitaciones tenía el mismo panorama que podía verse desde la oficina de Sam. Lisa miró hacia fuera, y recordó de nuevo los años que había trabajado en la oficina de Floyd Thorpe, al mismo tiempo que se preguntaba si quizá estaba equivocada en relación con el carácter de Sam Brown; pero sabía que eso tenía cada vez menos importancia en vista de su notable ofrecimiento y la belleza y comodidad de la oficina.
– Usted es la primera calculista a tiempo completo que contratamos para el nuevo sector de la empresa, de modo que no se le ha asignado un área propia -explicó Sam-. Trabajará aquí, con los calculistas de fontanería, si no tiene inconveniente.
– Oh… -Ella se apartó de la ventana-. Esto es más que suficiente, como seguramente usted sabe. Nunca vi una oficina tan lujosa como esta. Pero estoy segura de que usted también tiene perfecta conciencia del hecho.
– Que uno tenga que andar por el barro para ganarse la vida no significa que necesite vivir del mismo modo.
– No, por supuesto. Pero alguien debería decírselo a Floyd Thorpe.
Sam Brownse volvió e indicó un escritorio que estaba allí cerca.
– Éste sería el suyo.
Los escritorios estaban dispuestos en ángulo lo que hacía que la habitación pareciese aún más espaciosa. Al lado del escritorio señalado por Sam había un naranjo en su maceta; parecía que la planta estaba prosperando.
Lisa caminó en dirección a su escritorio, retiró la silla, y tocó el naranjo. La silla se desplazó en silencio sobre la amplia lámina de vinilo claro que protegía la alfombra azul. La joven se sentó y apoyó las palmas sobre la superficie del escritorio, como si deseara probar su temperatura. Un sentimiento de exaltación se adueñó de su pecho. Dios mío, era como un sueño convertido en realidad. Miró a Sam, que se encontraba de pie acierta distancia, observando cada uno de los movimientos que ella realizaba.
– Creo que todo está bien. -Al aceptar la oferta de Sam, ella sintió colmadas sus expectativas.
– De acuerdo. -Él levantó una mano y con un gesto la invitó a acercarse-. Vamos, la llevaré de regreso a su automóvil. Ya pasará bastante tiempo en esa silla; no hace falta que empiece hoy.
Ella devolvió la silla a su lugar bajo el escritorio, y se acercó a Sam. Esta vez él no la tocó, pero, antes de alejarse definitivamente, ella se volvió y miró por última vez su escritorio.
En el coche de Sam Brown ella no oyó la música, ni sintió el contacto con el asiento de felpa, ni miró su reloj. Estaba demasiado excitada.
– Dios mío, Brown, ¿usted hizo todo esto o lo hizo su padre?
– Él facilitó que yo lo hiciera. Nos mudamos a esta oficina solo después de su fallecimiento.
Lisa hizo una pausa.
– Imagino que a él le habría agradado tanto como me complace a mí.
– Él estaba satisfecho con el antiguo lugar -dijo Sam-. Mi padre fue la persona que me indujo a pasar al nuevo edificio, y a dotar de categoría todo el ambiente. Sucedió que cierto año ganamos demasiado. Los gastos generales permitieron una agradable deducción de impuestos después de que alquiláramos este nuevo lugar. Y entre tanto, disfrutamos de las comodidades.
– ¿Sabe lo que haré el primer día de trabajo? -Lisa apoyó la cabeza en el respaldo del lujoso asiento y cerró los ojos.
– ¿Qué?
Ella movió la cabeza en dirección a Sam y, al abrir los ojos, comprobó que él estaba examinando la curva del cuello de su nueva empleada.
– Traeré mi almuerzo y me sentaré junto a esa fuente a comer al mediodía
Él se echó a reír, y Lisa observó cómo cambiaba el semblante de Sam Brown.
– Como usted quiera. En el complejo hay varios restaurantes buenos.
– ¡Restaurantes! ¿Dónde está su sentido de la naturaleza?
– Absorbo toda la naturaleza que necesito durante el día. Paso más de la mitad de mi tiempo en las obras en construcción. Mi padre me enseñó que es el único modo de dirigir una empresa como esta… vigilando todo lo que se hace en lugar de dejarlo en manos de terceros. Al mediodía prefiero ir a un sitio que sea fresco y no esté lleno de polvo, y donde alguien me sirva una comida decente en un plato.
Lisa no pudo dejar de preguntarse si él iba a las obras vestido como ahora. Los zapatos marrones ciertamente no parecían manchados por el polvo.
En ese momento el Toronado entró por el sendero en herradura del Carriage Club, y Lisa se incorporó en su asiento. Brown llevó el coche al estacionamiento, y antes de que Lisa pudiera protestar, había descendido a abrirle la puerta. Ella se le adelantó por una fracción de segundo y los dos se reunieron al lado del vehículo.
Juntos atravesaron el estacionamiento.
– ¿Cuándo desea comenzar? -preguntó Sam Brown.
Ella lo interrumpió apoyando una mano en la manga de su interlocutor.
– Brown, deseo preguntarle una cosa antes de decirle que acepto el empleo.
– ¿De qué se trata?
Ella tragó saliva, sabiendo que lo que debía preguntar era osado.
– Yo… necesito disponer de la última semana de agosto. -Ahora corría la última semana de julio… ella sabía que era mucho pedir. En la industria de la construcción nadie se tomaba días libres durante la activa temporada de verano. Mientras esperaba de pie la respuesta de Sam, Lisa también temió que pudiera preguntar la razón de su petición, de modo que buscó frenética una mentira inocente. Pero en definitiva no necesitó decirle nada.
– No será ningún problema -dijo Sam-, pero, por lo general, tomamos nuestras vacaciones durante los meses invernales, cuando no hay tanto trabajo. -Comenzó a alejarse, pero Lisa lo aferró del brazo.
– ¡Oh, no pretendo que sea una semana con sueldo! Solo… -De pronto advirtió que estaba aferrando el brazo de Brown y retiró la mano.
– Está bien. Hasta donde recuerdo, por esa época no habrá ofertas importantes, de modo que puede atender a sus necesidades.
– Gracias. En ese caso, volviendo a su pregunta original. -Trató de insinuar una sonrisa-. ¿El lunes le parece demasiado temprano?
Él sonrió, regresó a ella y apoyó con suavidad la palma de la mano sobre la cintura de la joven.
– ¿Está tan ansiosa de trabajar para este… pervertido? -se burló.
Mientras caminaba hacia su coche, Lisa admitió sin rodeos:
– Necesito pagar el alquiler la semana próxima, exactamente como usted. -Ella tenía perfecta conciencia de la tibieza de la mano masculina a través del tejido delgado, pero en ese momento cesó la presión.
– No pago mi casa. Vivo en el antiguo tugurio de la familia, con mi madre.
Era la segunda vez que mencionaba a su madre, y Lisa no tuvo más remedio que sentirse extrañada. ¿Otro caso de un hombre sometido a los dictados de su progenitora? Aunque nunca lo hubiera pensado de Sam Brown, ya una vez había aprendido la lección con Joel. Aunque Sam no era el único que había sacado algunas conjeturas después de leer una dirección en la etiqueta de una maleta. El «tugurio» de la familia a que él se refería se encontraba en el exclusivo Ward Parkway. Lisa no necesitaba ver la casa para imaginar cómo era.
– Hablando de tugurios -habían llegado al Pinto de Lisa-, este es el mío.
Él dirigió una mirada superficial al vehículo, y después volvió a concentrar su atención en la joven.
– ¿Necesita saber algo más acerca de su función?
– No, que yo sepa. Oh, ¿cuál es el horario de trabajo?
– En un día normal llego alrededor de las siete y me voy a las cinco.
Al parecer había poco más que decir, y, mientras ella observaba la expresión de Sam Brown, le pareció que aquella cara ya no expresaba asuntos de trabajo, y que adoptaba un gesto muy alarmante que se relacionaba con el placer.
Con un ademán lento de la mano, Sam se apoderó del collar con la cabeza de flecha que descansaba sobre su pecho, todavía tibio a causa del contacto con la piel; los ojos del hombre siguieron el movimiento. Sus dedos se cerraron alrededor del adorno, y ella sintió que se le erizaba el vello de la nuca.
El pánico le cerró la garganta. Deseaba decir: «Brown, ¡no!», cuando temió que fuera a besarla, y, como estaba a un paso de convertirse en su jefe, Lisa no podía permitir un precedente tan peligroso. Deseaba el empleo, pero no otras complicaciones. Además, él vivía en Ward Parkway, en el «tugurio» de la familia con la madre… y… y… oh, Dios mío, Brown, hueles tan bien… déjame…
Pero nunca llegó a conocer las intenciones de Sam Brown, porque, un momento después, él dejó caer la cabeza de flecha sobre el pecho de Lisa y se volvió antes de que un enorme estornudo brotara de su nariz.
Lisa estaba riendo antes de que un segundo estornudo afectara a Brown. Se sacó un pañuelo del bolsillo del pantalón, se frotó la nariz y retrocedió un metro.
– ¡Usted y su condenado Renaldo la Pizzio!
A pesar de que Sam tenía los brazos en jarras, Lisa continuaba regocijada mientras lo reprendía.
– Ah, de modo que se divirtió bastante con mis pertenencias privadas, ¿verdad?
– Podría ordenarle que se deshaga de ese perfume antes de aparecer por la oficina.
– Podría, pero no lo hará. Después de todo, en Washington escriben artículos acerca de ese género de órdenes.
Pero incluso mientras sonreía, Lisa sentía que el cuerpo se le aflojaba a causa del alivio. Si él hubiera intentado besarla, ella no sabía muy bien cuánto tiempo habría resistido.