El lunes por la mañana, temprano, trazaron planes para presentar una oferta en relación con la obra cercana al río Little Blue. De nuevo Lisa advirtió la diferencia entre el modo en que se hacían las cosas en Brown & Brown y en Construcciones Thorpe. En la empresa de Sam no solo existía un espíritu permanente de cooperación, sino también una elaboración minuciosa que la sorprendió.
Se obtenían registros exactos de las características del suelo en todos los trabajos principales. Lisa se reunió con la cuadrilla de prospecciones el lunes por la tarde, para tomar muestras del suelo después de realizar el sondeo. Estas muestras fueron pesadas, además las secaron y las pasaron por una serie de cedazos de cobre. Las proporciones de material de distinto calibre retenidas en cada uno de los cedazos se pesaron cuidadosamente y fueron anotadas en un diagrama. Lisa y Sam trabajaron unidos filtrando las muestras y tomando nota de los datos. Compararon sus hallazgos con los de otros trabajos realizados en condiciones análogas del suelo y utilizaron los resultados para estimar el costo de variables como: el secado y los refuerzos destinados a impedir derrumbes.
Se habían reunido a tomar café, Frank estaba encaramado sobre el borde de un mostrador y Sam estaba sentado con las piernas cruzadas y los talones apoyados en una silla vacía. La sensación de formar parte de la empresa inducía aLisa a participar de lleno en la adopción de decisiones. Con gran sorpresa de su parte, la relación personal con Sam apenas influía en decisiones de trabajo.
– ¿Tienes inconveniente en utilizar los servicios de la TriState Drilling para drenar el terreno? -preguntó Sam. Tenía los codos apuntando al techo, y sus manos estaban unidas tras el cuello, mientras se inclinaba cómodamente hacia atrás.
– Había pensado en pedir un presupuesto a Griffin Wellpoint -contestó Lisa-. En otras ocasiones han trabajado bien para mí.
Contuvo la respiración. Era la primera vez que se oponía a los deseos de Sam o de Frank.
Sam solo se encogió de hombros.
– Muy bien. Por nuestra parte hemos tenido buena suerte con la TriState, de modo que puede afirmarse que las dos son muy buenas.
Lisa pidió un presupuesto a Griffin para realizar obras de desagüe, y también consultó con otro subcontratista la instalación de pilotes sobre el área pantanosa, en gran parte formada por turba. Pidió presupuesto a otros contratistas acerca de los trabajos de arado y siembra del terreno, así como de la fertilización. A medida que pasaron los días, y ella recibía las cifras, la calculadora de su escritorio zumbaba sin parar.
Calculó los costos de la mano de obra para la instalación de la cañería, sobre la base de los precios por metro, de acuerdo con la profundidad de la instalación y las condiciones del suelo. Los costos de material fueron divididos para formar precios unitarios -y en el caso de los tubos, precios por metro-. Estas cifras se agruparon para formar sumas globales.
A medida que pasaba la semana y se acercaba el momento de la licitación, los proveedores enviaban precios de tuberías, válvulas, material de fundición y bombas de agua. Durante la semana la tensión aumentó a medida que se aproximaba el día de apertura de las propuestas: el viernes. Como de costumbre, los precios de los subcontratistas llegaban tarde, lo cual por un lado demoraba el trabajo en cierto grado, y originaba una sensación de incertidumbre por otro.
El jueves por la tarde, Sam se detuvo junto al escritorio de Lisa, y preguntó:
– ¿Ya han llegado todos los presupuestos de los subcontratistas?
– Todavía esperamos las cifras de Greenway. Ya sabes cómo es esa firma.
Él sonrió, pero de todos modos era evidente que se sentía tenso, cuando generalmente se mostraba tranquilo y descansado.
– Sí, sé cómo es.
– Estás muy interesado en esta obra, ¿verdad? La mirada de Sam encontró la de Lisa, y, por primera vez en esa semana, pareció expresar pensamientos que sobrepasaban el tema de las evaluaciones de los suelos y los precios por metro lineal.
– Tengo un interés casi personal en esta oferta. ¿Y tú?
El recuerdo del huerto con todo su atractivo y su esplendor retornó a la mente de Lisa.
– Sí, yo también.
Él la miró un momento más, y después pareció salirse de su ensueño para rascarse el cuello y mirar las hojas y los diagramas que estaban encima del escritorio de Lisa.
– De todos modos, nos vendría bien esta obra, porque la de Denver no comienza hasta la primavera. Hay tiempo suficiente para terminarla antes del invierno.
La mañana del viernes trajo el desorden habitual del último momento, una situación que Lisa solía prever en su especialidad. Podía decirse que el espíritu de la competencia nunca se manifestaba en los proveedores hasta un instante antes de la apertura de las ofertas. Faltaban menos de dos horas para que venciera el plazo, y Lisa recibió una llamada del proveedor de tubos, que había decidido rebajar su presupuesto hasta la cifra de doce mil dólares. Fue necesario modificar enseguida los subtotales y los totales en el formulario oficial. Como la llamada llegó alas 11.30 y el límite de presentación de las ofertas era a las 14.00 horas, Lisa suspendió el almuerzo para rectificar las cifras; y al final realizó otra revisión de los datos utilizando la calculadora.
Sam llegó a las 12.45 horas y la encontró sentada frente a su escritorio; sus dedos se desplazaban con agilidad sobre las teclas, los pies descalzos estaban apoyados en el travesaño de la silla.
– ¿Cómo están las cosas? -preguntó Sam.
Ella apenas lo miró.
– ¿Qué hora es?
– La una menos cuarto.
– ¿Quieres verificar las sumas que acompañan estos formularios?
– Por supuesto. -Ella le acercó las hojas sin mirarlo siquiera-. ¿No has almorzado? -preguntó Sam.
Ahora sí lo miró, durante medio segundo.
– No. American Pipe ha llamado para rebajar su oferta en doce mil dólares.
Sam se apresuró a ocupar un asiento en un escritorio próximo, y sus dedos también comenzaron a desplazarse a toda velocidad sobre una calculadora.
– ¿Por qué no has pedido algo?
Ella se interrumpió, miró a Sam, y sonrió apenas.
– De todos modos, estoy demasiado nerviosa para comer. Sam oprimió la tecla destinada a indicar el total, y la máquina quedó en silencio, mientras él sonreía a Lisa.
– Calma, cheroqui, es solamente un trabajo más.
Pero no era eso, y los dos lo sabían. Era el trabajo que ambos deseaban llevar a cabo. El primer esfuerzo conjunto, y algo le decía a Lisa que era necesario conseguirlo. De todos modos, apreciaba el esfuerzo de Sam al apoyarla, y su sonrisa así lo expresó, antes de que los dos retomaran otra vez el trabajo.
Quince minutos después todos los cambios estaban anotados con tinta en la propuesta oficial, y Sam se inclinó sobre el escritorio de Lisa para poner sus iniciales en cada dato, y firmar al lado del sello de la compañía que figuraba en la última hoja. El hombro de Sam casi rozó la barbilla de Lisa cuando se inclinó para garabatear su nombre sobre el papel. Durante la semana ella no tenía dificultades para controlar los sentimientos personales que interferían en las horas de trabajo; pero ahora, con él de pie, allí cerca, con sus manos bronceadas desplazándose sobre el papel blanco, se sentía atraída hacia él por su firmeza de proposiciones. Sam soltó la pluma, se incorporó y sonrío.
– Ya puedes calzarte. Hemos terminado.
Lisa sonrió con timidez.
– De este modo me siento menos presionada.
– Quizá a ti te pasa eso, pero a mí no. -Dirigió una mirada apreciativa a los pies de Lisa en el momento mismo en que un grupo de dibujantes regresaba de almorzar-. Bien, estoy reteniéndote, ¿no es verdad? -Era la una, y ella aún tenía que atravesar toda la ciudad para llegar al edificio del Ayuntamiento.
Lisa respiró hondo, se pasó una mano por los cabellos y ofreció a Sam una sonrisa insegura.
– Bien, allá vamos. La nueva calculista de Brown & Brown recogió sus papeles, guardó la oferta en un gran sobre dorado, lo cerró, levantó los ojos y comprobó que su jefe había estado observando cada uno de los movimientos.
– Buena suerte, cheroqui -dijo en voz baja.
– Gracias, Su Señoría -replicó ella. Después se puso los zapatos, recogió el bolso y salió de la oficina.
Brown & Brown ganó el concurso por el proyecto a orillas del río Little Blue con una oferta de setecientos cincuenta mil dólares, apenas siete mil novecientos dólares menos que el licitante más próximo. Cuando se leyeron la última oferta y el anuncio, Lisa sintió que la adrenalina le corría por la sangre. Se puso de pie para aceptar las felicitaciones, y sintió las rodillas vacilantes y débiles. Las palmas de las manos le transpiraron mientras abrían los sobres, pero ahora ansiaba llegar a un teléfono y llamar a la oficina.
Soportó las felicitaciones, lo que le pareció una eternidad, antes de escapar al teléfono público que estaba en el vestíbulo.
La atendió la voz de Raquel:
– Brown & Brown.
– ¡Raquel, hemos ganado! -anunció Lisa sin el más mínimo preludio.
– ¡Lisa! ¡Es maravilloso!
– ¿No es cierto? -exclamó Lisa-. Me siento eufórica… y un poco débil.
Raquel se echó a reír.
– Querida, esto nunca cambia.
Una breve sonrisa expresó su nerviosismo. Después Lisa pidió:
– Comunícame con Sam, ¿quieres, Raquel? Durante un momento se hizo el silencio en la línea, y sintió que experimentaba un profundo sentimiento de satisfacción, mientras esperaba oír la voz de su jefe. Cuando la escuchó, le pareció que llegaba cargada de sonrisas.
– Magnífico, cheroqui.
– ¡Aleluya, Brown, hemos ganado!
Él se echó a reír.
– Te sientes bien, ¿verdad?
– Así es.
– ¿Muy bien?
Al comprender la misteriosa pregunta, ella contestó:
– Bien hasta el nivel de siete mil novecientos dólares… eso es todo.
– ¿Quiere decir que hasta allí ha llegado nuestra ventaja?
– En efecto.
Ante la risa satisfecha de Brown, Lisa imaginó cómo aparecían hoyuelos en sus mejillas, y las arrugas pálidas que le desaparecían alrededor de los ojos.
– ¿Quién fue el segundo?
– Un momento, te leeré la lista. Después de relatar el orden de las ofertas, Sam le preguntó:
– Vuelves a la oficina, ¿verdad? Tenemos que celebrar tu primera victoria.
– Estaré allí más o menos en una hora.
– Magnífico, te veré entonces.
En el trabajo de calcular las ofertas para las licitaciones, las derrotas al parecer superaban de lejos a las victorias. En las ocasiones favorecidas por el éxito, una alegría especial se manifestaba en todos, originando un espíritu de camaradería y buen humor. Cuando regresó a la oficina, Lisa descubrió que todos los miembros de la empresa ya estaban enterados de la buena noticia. Al pasar se detuvo para aceptar las felicitaciones y compartir las bromas con sus colegas. Pero un episodio ocupó el primer plano en su mente.
Sam sonreía cuando se acercó caminando sobre la alfombra azul, vestido con sus pantalones informales y una camisa celeste con las mangas subidas hasta el codo. En realidad, ella nunca se había sentido tan orgullosa como en ese momento, frente a Sam Brown. La sonrisa de Lisa era contagiosa cuando él le ofreció su mano grande y apretó la suya, sujetándola con fuerza, para sacudirla una sola vez y sostenerla apenas una fracción de segundo más de lo necesario.
– Enhorabuena, Lisa.
– Gracias, Sam. -Sintió deseos de poner la otra mano sobre la de Sam, para decirle cuánto apreciaba la confianza que le había demostrado durante la última semana, y también lo grato que había sido preparar la oferta en la atmósfera cargada de simpatía de la oficina, entre los empleados que siempre la ayudaban mucho y, por supuesto, con él. Pero Sam retiró la mano y continuó charlando con los hombres. Raquel, Nelda y Ron Chen se unieron al grupo, y Lisa tuvo la sensación de que estaban compartiendo una especie de Nochebuena.
Algunas personas estaban ordenando su escritorio, y otras continuaban de pie, formulando comentarios, cuando Raquel se separó de una mesa de dibujo y se giró hacia la entrada de la oficina.
– Hola, Mary, ¿cómo está? Una mujer morena de unos sesenta años acababa de entrar y se acercaba con desenvoltura al grupo de hombres y mujeres. La mayor parte de los presentes la saludó por su nombre e intercambiaron con ella algunos comentarios. Era evidente que todos la conocían. Vestía un elegante traje de verano, calzaba zapatos marrones y blancos de tacón alto, y llevaba un bolso haciendo juego. De su persona se desprendía un aire de serena confianza.
– Entiendo que hoy debo felicitarte -comentó al acercarse.
Con gran asombro de Lisa, Sam se apartó del grupo y saludó a la mujer con un ligero beso en la mejilla.
– Hola, mamá. ¿Estás de visita? -dijo medio en broma.
– Me acabo de enterar de las noticias. Pensé que era hora de conocer a tu nueva especialista en licitaciones.
– Está aquí. -Sam pasó un brazo sobre los hombros de su madre y la llevó junto a Lisa, que permanecía de pie, inmóvil y muda de asombro.
– Mamá, esta es Lisa Walker… Lisa, mi madre, Mary Brown. -Él había apoyado las manos sobre los hombros de su madre, y la mirada de sus ojos oscuros regocijados se posó ahora en Lisa, que se sonrojó. Como una autómata, la joven extendió la mano., que recibió un apretón de unos dedos de piel muy oscura, con los nudillos anchos y varios diamantes ostentosos.
– Encantada de conocerla, señora Brown -atinó a decir Lisa, que no lograba apartar los ojos de Sam. Este se encontraba como antes, con las manos sobre los hombros de su madre y una expresión evidente de regocijo en sus ojos.
– De modo que usted se ha impuesto en su primera presentación como calculista de Brown & Brown -observó la mujer en un tono cordial, mientras examinaba a Lisa; tenía la cara ancha, con los pómulos acentuados y una nariz bastante grande. Sus cabellos eran grises por la edad, pero, sin duda, habían sido muy negros.
– Yo… bien, no he trabajado sola. Frank y… y su hijo me han ayudado.
– Sam deseaba vivamente conseguir esta obra. Esta semana ha mencionado varias veces el asunto. Bien, felicidades. -Sonrió, y después agrego-: Bienvenida a la compañía.
Cuando Sam apartó las manos de los hombros de su madre, sonrió con inocencia a Lisa, y después se volvió para escuchar los diálogos de su madre con otros, antes de reunirse con ella. En ese momento sonó el teléfono. Uno de los dibujantes atendió.
– Lisa, es para usted. Era un proveedor, para preguntarle si saldría a tomar una copa o a cenar… un procedimiento habitual con quien ha ganado una licitación. Los proveedores siempre estaban ansiosos de recibir nuevos pedidos. Lisa estaba de pie, de espaldas al salón, cuando de pronto advirtió que Sam se le había acercado por detrás. Se volvió, y la miró por encima del hombro mientras hablaba por teléfono.
– ¿Esta tarde? -Hizo una pausa para escuchar la respuesta del proveedor, y después preguntó-: ¿A qué hora? -Con el teléfono junto al oído, Lisa vio que Sam Brown se apoderaba de un bloc y un lápiz y siguió los movimientos de su jefe mientras él escribía: «Me debes una cena…». Le dio la espalda y le clavó una mirada significativa, mientras intentaba con valor concentrar la atención en lo que le decían por teléfono. La mano de Sam se movió de nuevo, y escribió: «¡esta noche!». -Subrayó el mensaje con un signo de exclamación.
Lisa dio la espalda tanto a Sam Brown como al mensaje, y balbuceó:
– Ah… lo siento. Paul, ¿qué estaba diciendo? -Una rápida mirada por encima del hombro le indicó que Sam se había alejado otra vez-. Discúlpeme, Paul. Tal vez podamos almorzar el lunes. Esta noche estoy atareada.
Concertaron los arreglos correspondientes, y cuando Lisa cortó la comunicación, vio que la oficina comenzaba a vaciarse. Miró alrededor en busca de la madre de Sam, pero comprobó que se había retirado. El propio Sam se acercaba a Lisa. Ella cruzó los brazos sobre el pecho, y se apoyó en el borde del escritorio, mientras lo observaba aproximarse.
– Bien, Su Señoría, me has sorprendido de nuevo -dijo Lisa con una sonrisa.
– ¿De veras? -El gesto de Sam era muy seductor.
– Sabes perfectamente a qué me refiero. Tu madre es más india que yo.
– Ah, eres muy sagaz -se burló Sam.
– ¿Dónde está? -Lisa paseó de nuevo la mirada por la oficina.
Sam se encogió de hombros, y después sonrió.
– Probablemente fue a casa para limpiar la tienda.
En la visión de Lisa apareció la tienda, y no pudo evitar una sonrisa.
– Sam Brown, eres imposible. ¿Por qué no me lo dijiste antes?
– Porque de ese modo ya no hubieras creído que te contraté para convertirme en un contratista privilegiado en las obras destinadas a las minorías. Me he divertido mucho pensando en la situación que se había originado.
– ¿A mi costa?
– No te ha pasado nada, ¿verdad?
– Excepto esa tremenda sorpresa. Creo que hubieras podido meter un camión de varias toneladas en mi boca, cuando la he visto he comprendido que era tu madre.
Él sonrió y cambió pronto de tema.
– ¿Qué me dices de esa cena?
Ella lo miró con el ceño fruncido.
– Supongo que estás recordando mi promesa de que saldría a cenar contigo cuando ganara un concurso.
– Exactamente.
– ¿Y lo he ganado?
– Sí, lo ganaste.
– ¿Y yo cumplo mis promesas?
La sonrisa de Sam se ensanchó.
– Iré a buscarte a tu casa a las siete. Ponte algo elegante. -Se volvió, pero cambió de idea y regresó un instante para agregar:-Y sensual. -Después, se alejó:
Lisa eligió de nuevo el blanco… esta vez un vestido ligero y elegante que se adaptaba perfectamente a su cuerpo; no muy ajustado, no muy suelto, pero amplio. Era un sencillo cilindro, ceñido mediante elásticos sobre el busto y en la cintura, que dejaba al descubierto los hombros y la parte superior del pecho, el marco perfecto para un grueso collar de turquesas y plata que tenía la forma de un ave. Tocó el adorno y miró su propia imagen reflejada en el espejo, y recordó a la madre de Sam Brown. Muy típico de Sam abstenerse de decirle la verdad, y después permitir que descubriera por su cuenta las cosas. Sonrió, y después se apresuró al ponerse un toque de perfume en las orejas. Calzó unas sandalias muy sencillas de cuero blanco, con tacones muy altos. Se peinó formando una serie de rizos, el desorden de los cabellos apenas atenuado por una fina diadema blanca que le llegaba hasta las sienes y desaparecía entre los mechones.
En ese momento oyó el timbre de la puerta de la calle. Sin pensarlo mucho, Lisa retiró de la cómoda la fotografía de sus hijos y la metió en un cajón. Cuando se dirigía a la puerta dedicó un instante a cerrar el segundo dormitorio. Una vez en la planta baja se detuvo y apretó una mano sobre su vientre; después, respiró hondo y fue a recibir a Sam Brown.
Él estaba apoyado otra vez sobre la barandilla, pero parecía que se desperezaba en un movimiento lento, retirando un músculo tras otro de la balaustrada de hierro forjado. Se incorporó y sacó la mano del bolsillo del pantalón. Su mirada recorrió todo el cuerpo de Lisa, y una sonrisa de evidente satisfacción se manifestó en sus labios bien formados. Sus ojos oscuros encontraron los ojos todavía más oscuros de Lisa, y dijo sin rodeos:
– Cheroqui, se te ve sensacional.
La aprobación de Sam provocó una sacudida de orgullo en Lisa, y apoyó la mano en las solapas de la chaqueta azul marino que él llevaba puesta.
– Gracias, Su Señoría, lo mismo digo de usted.
¡Como si alguna vez pudiera decirse lo contrario de Sam! Su camisa blanca destacaba el bronceado de la cara, y se preguntó cómo era posible que hubiera sido tan ingenua por no haber advertido mucho antes cuál era la verdadera herencia étnica de Sam Brown. Sin embargo, desde el principio había observado que Sam no tenía el aspecto de los escandinavos puros que ella había conocido a lo largo de su vida. Sam se había divertido a costa de ella… pero ahora, al mirarlo con atención, era natural que se alegrara con el resultado final. De todos modos, tenía un aspecto deslumbrante; y la corbata de seda estaba anudada de un modo tan impecable que no requería la más mínima observación y mucho menos una crítica.
Embargada por estos pensamientos Lisa entrecerró los ojos y se volvió para recoger un minúsculo bolso adornado con cuentas.
Después de que él la ayudara a ocupar su lugar en el coche, puso en marcha el motor y se volvió para examinarla de nuevo. Lisa soportó con serenidad el examen. No le preocupaba que adivinara la admiración con que ella lo observaba, del mismo modo que no le inquietaba la admiración en los ojos de Sam Brown.
– Esta noche iremos al Americano. Yo también cumplo mis promesas.
– Pero se supone que yo invito. -Aunque Lisa sabía que ella no podía darse el lujo de pagar una cena en aquel restaurante.
– Oh, en eso te equivocas.
– Pero…
– Es una cena de la compañía, y va a la cuenta de gastos del patrón. La descontaré de los gastos generales.
– En ese caso… que sea el Americano. -Pero en ese momento Lisa se sentía muy lejos de las preocupaciones empresariales. Y a medida que avanzó la velada, la distancia aumentó.
Se acercaron al Crown Center atravesando el cuadrado de cinco hectáreas formado por varios prados y algunas fuentes, pasando al lado de un enorme pabellón y de los parasoles de diez metros de altura bajo cuyas lonas amarillas se habían perdido y vuelto a encontrar el sábado anterior. Ante ellos se alzaba la Shiva de Alexander Caldero. Unos minutos después entraban en el lujoso Westin Crown Center Hotel.
El vestíbulo, dispuesto en varios niveles, estaba tallado sobre una ladera rocosa de piedra caliza natural, lo cual creaba un cromático jardín de follaje tropical y árboles bien desarrollados, a través de los cuales podía verse como una cascada de veinte metros de altura se desgranaba. El agua que caía creaba un fondo refrescante que agradaba a los huéspedes del hotel, a los compradores de las tiendas próximas y a los espectadores, que recorrían los puentes elevados a cierta altura sobre el vestíbulo.
Si Hans Christian Andersen hubiera vivido para construir el ambiente de un cuento de hadas, no podría haber inventado nada más estimulante y romántico que el entorno que habían dejado atrás. Por lo menos, eso creía Lisa. Se veía en dificultades para apartar los ojos de Sam, y cuando descubrieron que eran las dos únicas personas que ocupaban el ascensor para ir al restaurante, ella cedió a sus propios deseos.
Él estaba apoyado en la pared de la izquierda, ella en la de la derecha. Se miraron sin hablar, atrapados por un sentimiento de inminente intimidad. Frente a los dos se abrían horizontes -eso parecía sobrentendido- que modificarían para siempre la relación que los unía. La conciencia del hecho acentuó el momento, aunque, de acuerdo con las apariencias, los dos mostraban la misma actitud casual de siempre.
Los sentimientos de Lisa parecían especialmente despiertos. Se había adaptado al aroma conocido de Sam, a su expresión, que parecía más y más reflexiva, y con mayor conciencia sexual a medida que avanzaba la noche. Sentada frente a la mesa en el restaurante, junto a las sillas cromadas y los espejos, con la ciudad de Kansas extendida ante ella, Lisa observaba los automóviles que avanzaban por las calles orientadas hacia el noreste, en dirección al centro de la ciudad. Sin embargo, de tanto en tanto su mirada volvía a encontrarse con la de Sam. Como si su conciencia estuviera particularmente alerta, asimilaba todos los detalles de su entorno con aguda percepción… el zumbido suave de las burbujas en su copa; la flexible textura de las setas en vinagre clavadas en un palillo, que Sam le acercaba con un gesto de broma; el roce de la pierna del pantalón de Sam contra el tobillo desnudo de ella, bajo la mesa; la sensación de los tirantes sobre sus hombros desnudos cuando ella se acomodaba en su silla; el calor de la llama sobre la cual se asaba la carne, mientras el camarero ejecutaba su representación culinaria; el sabor áspero del brécol, que de pronto le parecía magnífico a pesar de que nunca le había agradado; el aroma del almidón en la servilleta mientras se limpiaba los labios; el lento paso del tiempo mientras Sam prolongaba la expectativa al pedir cócteles antes de la comida; el resplandor del fuego cuando se acercaba una cerilla encendida al licor; los labios de Sam, curvados apenas a un lado, mientras recogía una cucharada de jerez, y ofrecía a Lisa la imagen de su lengua sorbiendo el líquido concentrado; el calor que emanaba de su cuerpo ante su propia sugerencia sin palabras.
Lisa descansaba en su silla, pero advirtió con cuanta frecuencia la mirada de Sam retornaba a la línea en que el vestido le rozaba el pecho, y después descendía hasta las sombras perceptibles que sugerían los pezones oscuros y desnudos, encerrados por la tela sedosa. Cada vez que esto sucedía, sentía una suerte de relámpago en el vientre. Pero ella continuaba en su lugar, jugando el juego de la espera con una moderación que elevaba su sensualidad a una altura superior.
En el restaurante, al cruzar la plaza, al viajar en automóvil, y en todo el camino hacia la casa… él no la tocó ni una sola vez. No la tocó con las manos. Pero sus ojos tenían tanta capacidad táctil como una mano tibia acercándose a ella. La ciudad era un lugar oscuro, vivo y expectante… igual que Lisa.
En la curva, frente a la casa de Lisa, el motor se detuvo y él abrió la puerta, después se acercó por el lado de Lisa, y esperó a que ella bajara. De nuevo caminaron por el sendero, y ascendieron los escalones hasta la puerta sin decir palabra, sin tocarse.
Ella había dejado encendida la luz del porche. Los arbustos y el alero del tejado originaban profundas sombras. De todos modos, se volvió hacia Sam, pues conocía la expresión de esa cara sin necesidad de verla.
– ¿Quieres entrar a tomar una copa? -Recordó la preferencia de Sam por los martinis secos con encurtidos y agregó nerviosa:
– Yo… no tengo encurtidos, pero sí aceitunas. Hubo una pausa prolongada y vacía, antes de que él replicara:
– No, no me interesa la bebida, ni los encurtidos, ni las aceitunas.
A Lisa le tembló el vientre, y respiró hondo antes de preguntar en voz baja:
– Y entonces, ¿qué?
Sintió que Sam se inclinaba hacia ella, y casi la tocaba al contestar con voz ronca:
– A ti te quiero, cheroqui… Y lo sabes.
La respuesta aceleró los latidos de Lisa, y de pronto no supo qué decir. Permaneció de pie en la oscuridad, la nariz saturada por el perfume de Sam, consciente de la expresión inquisitiva en los ojos del hombre, a pesar de que no alcanzaba a verlo. Después oyó otra vez su voz suave pero tensa:
– No me invites si no es para eso.
Tampoco ahora la tocó, y, aunque ella lo deseaba, sabía que una vez que comenzara no habría regreso.
– Tienes que saber que todavía tengo ciertas reservas en ese asunto -admitió Lisa con voz temblorosa.
– Entonces, ¿por qué esta noche usaste ese vestido que debajo no tiene nada?
El la conocía mejor de lo que ella se conocía a sí misma; parecía absurdo negarlo. Inclinó la barbilla y reconoció con ingenuidad:
– Desvergonzado de mi parte, ¿verdad? -Percibió que él sonreía en la oscuridad.
– Cheroqui, ¿estás probándome, para ver hasta dónde puedes llegar antes de que yo haga algo?
– No… yo… -Sus manos se agitaron y su voz sonó insegura-. Sucede solo que me siento nerviosa.
Después de un silencio reflexivo, él murmuró:
– ¿Sabes que eres un enigma? Te he visto actuando en una licitación, donde hay buenos motivos para sentirse nervioso, y ejercías un perfecto dominio de tus nervios. En ese difícil mundo de los negocios, luchas y compites con los mejores. Pero ¿qué le sucede a esa mujer segura de sí misma cuando un hombre la encuentra atractiva? -La voz de Sam se suavizó-. ¿Por qué tienes que sentirte nerviosa?
Lisa pensó entonces que podía dar muchas respuestas para esa pregunta, y que cualquiera de ellas podía ser suficiente. Pero no formuló ninguna, pues comprendió que le correspondía parte de la responsabilidad de que ahora estuvieran allí, al borde de algo que sería espléndido… de eso estaba segura. Ella lo deseaba, y ese deseo siempre aparecía acompañado por complicaciones. Por lo tanto, rechazó sus propias dudas y preguntó de un modo insinuante pero inconfundible.
– ¿Querrías entrar para comer algo tan sencillo como unas aceitunas?
Como respuesta, él extendió la mano y oprimió despacio el hombro desnudo de Lisa.
– Dame tu llave -ordenó en voz baja.
La mano de Lisa tembló cuando le entregó la llave:
Él la recibió y un momento después se abrió la puerta, y se cerró detrás de ambos, envolviéndolos en un manto de oscuridad.
Lisa fue a detenerse en el centro del vestíbulo, de espaldas a Sam, mientras agarraba con las dos manos el minúsculo bolso. Oh, todo había sido muy diferente con aquel otro hombre, la persona que ella apenas recordaba y que había aparecido poco tiempo después de Joel. Pero ella no había olvidado el súbito escalofrío que le recorrió el cuerpo y la dejó inerte en el último momento. ¿Y qué haría si ahora sucedía lo mismo? ¿Y qué si… qué si…?
Realizó una rápida visión mental de su cuerpo y recordó solo sus defectos… no solo la huella dejada por los partos sino la pérdida de firmeza, el perfil inequívoco de las caderas que ahora eran más anchas, los pocos kilos de más que quizá ella habría debido perder… y el dibujo de una vena en…
Las manos de Sam buscaron la cintura de Lisa en la oscuridad, y sus dedos le aferraron el tórax, atrayéndola mientras apretaba los labios sobre la curva del cuello femenino, y recorría la piel tibia siguiendo el curso de la cadena de plata, separándole los cabellos para besar la nuca.
– Cheroqui -murmuró-, estás muy tensa. Eso no es necesario.
En la oscuridad, él encontró el bolso que ella continuaba cogiendo y se lo quitó de los dedos. Lisa oyó el golpe suave cuando aterrizó sobre un peldaño alfombrado, antes de que él volviera a concentrar la atención en el cuello que Lisa le ofrecía.
Ella soltó el aire que había mantenido en sus pulmones demasiado tiempo, y obligó a los músculos de su cuello a relajarse uno tras otro, mientras Sam exploraba el hueco tibio detrás de su oreja, hasta que ella inclinó la cabeza hacia delante, y después a un lado.
– ¿Cuánto tiempo pasó? -preguntó él con hosca ternura.
Ella tuvo un momento de vacilación, antes de responder sinceramente:
– Tres años.
Tres años prolongados y vacíos.
Al oír la respuesta, él la rodeó con los brazos, apoyó las manos bajo los senos, y Lisa cubrió las mangas de la chaqueta de Sam con sus propios brazos y el dorso de las manos masculinas con sus propias manos.
– ¿Quieres decir que soy el primero después de tu esposo? -preguntó él en voz baja junto a la sien de Lisa.
Ella tragó con dificultad, y después reconoció:
– Sí… no… bien, casi.
Lisa sintió que cambiaba de posición, como si deseara mirarla dubitativo, pero los brazos de Sam no se movieron, cálidos y seguros, de alrededor de la cintura de Lisa.
– ¿Casi?
– Hubo otro hombre. Me sentía sola y… -De nuevo tragó saliva, temiendo que él se apartara si ella confesaba lo que había sucedido-. Bien, pensé que yo podría, pero… cuando cambié de idea, se mostró muy antipático.
Los brazos de Sam la sostuvieron con más fuerza, y él se balanceó a un lado y al otro.
– Oh, cheroqui. ¿Sabes que no será lo mismo entre nosotros?
Y de pronto, ella pudo. Aflojó los músculos, mientras él humedecía la piel suave del cuello con la punta de su lengua, y deslizaba una mano sobre el seno suave, tibio y al mismo tiempo resistente, protegido por la fina tela del vestido. Un estremecimiento de placer provocó que a Lisa se le erizara la piel. Entonces ya no recordó que la piel que él tocaba ahora no era tan firme como antes. Solo disfrutó con la idea de que era muy grato sentirse acariciada otra vez. Cerró los ojos, y se atrevió a formular la pregunta cuya respuesta también ella necesitaba.
– ¿Y tú?
La mano de Sam continuó la suave exploración, pero él siguió deteniendo a Lisa.
– Tres meses. Sam mantuvo la mano sobre el seno de Lisa. -¿Eso importa?
– Si ella todavía significa algo para ti, importa.
– No significa nada.
Ella se aflojó todavía más, muy aliviada por la respuesta que había escuchado. Pareció que el vestido de crepé que llevaba puesto no tenía más solidez que una telaraña, cuando Sam puso sus anchas manos sobre la curva inferior de los dos pechos, y alisó incitante la tela sobre los pezones, tentándolos, consiguiendo de ese modo que el sentimiento de inseguridad de Lisa se atenuara cada vez más, y fuera reemplazado por la enorme necesidad de que él la tocara de nuevo, la acariciara y la amara.
– Cheroqui, qué bueno es estar contigo -murmuró Sam sobre el hombro desnudo de Lisa, inclinando la cabeza hacia delante y oprimiendo la espalda de la mujer.
– Lo mismo digo de ti. -Ella cubrió las manos de Sam y las apretó con firmeza contra sus senos, como si deseara absorber todos los matices de su ternura. Las manos anchas del hombre se movieron bajo las manos de Lisa, calmando y excitando al mismo tiempo lo que ella sentía, apaciguando la necesidad de una exploración silenciosa.
– Brown -reconoció ella, jadeante-, hacía tanto tiempo que necesitaba esto.
– Lo sé -dijo la voz ronca al oído de Lisa-. Todos lo necesitamos. Después, las yemas de los dedos de Sam se familiarizaron con las formas hinchadas de los pezones. Los apretó entre los dedos y los bordes de sus manos levantaron al mismo tiempo la curva de los senos, enviando minúsculos impulsos eléctricos al cuerpo de Lisa.
Ella apenas advirtió que había suspirado hasta que la voz de Sam murmuró, junto a su oído:
– Así está mejor, cheroqui… relájate.
Y fue lo que ella hizo, pues las manos de Sam parecieron eliminar sus últimas aprensiones, y el ritmo tranquilo que él había impuesto ganó su confianza. Él tenía las manos muy duras, pero el contacto revelaba su sensibilidad, y ella no intentó evitar sus movimientos. La mano de Sam se deslizó sobre el vientre de Lisa y abrió los dedos un momento, y después los cerró de nuevo antes de presionar la cadera. Su contacto tenía la ligereza de la pluma, mientras, con un solo dedo, él trazaba una línea sinuosa sobre el montículo de la femineidad, bajo la falda sedosa. Sam provocó en Lisa un estremecimiento perceptible, pues el efecto del movimiento de la mano sobre la tela alcanzó las prendas interiores de seda, de modo que el roce mismo enviaba ondas de sensualidad a la columna vertebral de Lisa. El gesto hizo que ella se sintiera muy consciente de su propia sexualidad, porque ese contacto era medio caricia, medio pellizco, y todo la excitaba. Sintió que él tenía conciencia de la reacción que había provocado, pues podía escuchar el latido acelerado de su corazón, y lo sentía bajo la mano que todavía se cerraba sobre el seno. Al fin, él deslizó la mano sobre la curva de la femineidad, y consiguió que ella experimentara un éxtasis salvaje, un despertar sensual.
Él murmuró su nombre -Lisa, y a veces cheroqui- besándole la oreja, la barbilla, el hombro, mientras sus manos recorrían el cuerpo femenino, delineaban el perfil, y después pasaban de nuevo al vientre y a los costados, hasta que sus manos engancharon el elástico del borde superior del vestido, bajándolo hasta la cintura y liberando los pechos para acariciarlos. Ahora sus manos se detuvieron un momento antes de que una de ellas descendiera bajo la ropa para tocarla íntimamente por primera vez. El tenía la voz quebrada cuando murmuró:
– Oh, cheroqui, deseé esto desde la primera noche que te vi en esa habitación del hotel.
Ella sonrió en la oscuridad, al evocar aquella noche, y al comprender que desde entonces había estado librando una batalla perdida.
– Yo… traté de rechazar el recuerdo de tu persona, pero… después de aquello fue imposible.
El contacto con la mano de Sam la dejó sin aliento, y logró que le tamborileara el pulso, mientras, detrás, el cuerpo de Sam la provocaba con su presión, y después con un suave movimiento lateral. Pero era más fácil aceptar el primer contacto que originarlo. Como si hubiera percibido la vacilación de Lisa, él apoyó la barbilla sobre la sien de la mujer y la alentó:
– Sabes, no tienes necesidad de pedir permiso si deseas hacer algo.
¿Quizá él estaba bromeando? Solo un poco, y lo hacía de un modo seductor, que abría una nueva conciencia en el cuerpo de Lisa. Sin embargo, la incertidumbre de la joven se mezclaba con el ansia de la mujer. El vientre de Sam presionó con firmeza su cuerpo, como ratificando el mensaje que le había formulado en palabras, mientras ella vacilaba un momento más.
Después, él rogó con ternura:
– Por favor, cheroqui…
Por fin, ella retiró el brazo, y la mano de Sam se apoyó de nuevo sobre su cuerpo, y la respiración del hombre sonó jadeante junto al oído de su compañera, mientras él esperaba… y esperaba.
Había pasado tanto tiempo… tanto tiempo. Pero, durante esos momentos de tierna expectativa, Lisa comprendió que estaban casi predestinados a esa intimidad, pues ella y Sam habían sentido esa chispa desde el principio, y después, cada uno había mostrado al otro nada más que algunos aspectos, con la esperanza de que apareciera algo que los llevara a la consumación. Y ahora estaban en eso, le había llegado su turno.
Su mano se desplazó insegura entre los dos, y Sam retrocedió, de modo que ella tuviera espacio para conocerlo. El corazón de Lisa era como un animal salvaje en su pecho cuando lo tocó por primera vez, una caricia insegura que arrancó de la garganta de Sam un sonido extraño y espeso. Ella lo exploró a través de la tela de la chaqueta, hasta que él ya no pudo permanecer inmóvil bajo los dedos de Lisa.
– Vuélvete, cheroqui -ordenó con voz hosca. De pronto, la tomó por los hombros, y los brazos de Lisa se elevaron mientras las bocas de los dos se unían en un beso apasionado. Ella apretó su cuerpo dispuesto contra el de Sam, rodeándole el cuello, hundiendo los dedos en los cabellos abundantes, y explorando el perfil del cráneo masculino, mientras ella misma se sentía elevada en el aire.
– Tus zapatos… -ordenó él junto a los labios de Lisa. Los dedos de los pies de Lisa separaron las tiras de cuero, y enseguida un zapato golpeó el suelo, y después sucedió lo mismo con el otro. Poco más tarde, los pies descalzos descansaron de nuevo sobre el frío suelo de mosaico, y las palmas de Sam se deslizaron bajo el elástico de la cintura y descendieron hacia las caderas. Él le quitó la falda, y con ella las medias y las bragas de seda, y las echó a los pies de Lisa. La rodeó con sus brazos musculosos, la levantó del suelo por segunda vez, y, de un puntapié, arrojó aun lado las prendas. Otro beso lánguido se prolongó en una tranquila celebración del descubrimiento, mientras las manos, las bocas y las caderas rendían su propio homenaje.
Un momento después, cuando él alzó la cabeza, preguntó con voz apagada:
– ¿Te atreverías a desvestir aun hombre?
Quizá fue entonces cuando ella comprendió que podía enamorarse fácilmente de Sam Brown, de ese individuo sensible que facilitaba todas las cosas y con sus besos disipaba las últimas dudas.
– Suéltame, y te lo demostraré -replicó con voz ronca.
La presión disminuyó, y ella deslizó las manos bajo la chaqueta de Sam. Antes de que la prenda tocara el suelo ella ya estaba deshaciéndole el nudo de la corbata. Esta fue a unirse con la chaqueta. Mientras él se desabrochaba los puños, sus antebrazos rozaron con suavidad los senos de Lisa, y su voz llegó suave, ronca y firme:
– Cheroqui, juntos lo pasaremos bien. Estoy seguro de eso.
En ese momento ella también lo supo. Extendió la mano hacia los faldones de la camisa de Sam y los separó de los pantalones.
Lisa lo hizo todo, todo lo que él le pedía, retirando cada prenda con un renovado sentimiento de libertad. Cuando él también estuvo desnudo Lisa extendió las manos y sintió que le sujetaba de nuevo las caderas y las acercaba otra vez a su propio cuerpo. Los dedos de Lisa encontraron el pecho desnudo de Sam, y se puso de puntillas para afirmar su cuerpo sobre el cuerpo masculino, y él le pasó las palmas de las manos por la espalda.
Sam hizo una sola pregunta:
– ¿Dónde?
– En la sala -murmuró Lisa junto a la boca de Sam, antes de que ella se volviera y se apoyara en los muslos desnudos del hombre, mientras las piernas masculinas la presionaban y ambos se inclinaban hacia la alfombra suave y espesa. Ella sintió la presión de los labios de Sam sobre su hombro y respondió a la orden tácita inclinándose al mismo tiempo que él. Cuando se arrodillaron, y una de las rodillas de Sam separó las piernas de Lisa, él la conmovió con un toque mágico hasta que ella perdió por completo el sentido del tiempo y se sumergió en un paraíso sensual, donde una ausencia de tres años quedó anulada por las manos expertas del hombre. El calor llegó poco a poco, partiendo de los dedos de los pies, ascendió por las piernas, siguió por los flancos hasta que ella apretó la cabeza contra el hombro de Sam, y las olas de placer recorrieron su piel.
Lisa gimió con un sonido estrangulado de entrega, y él afirmó un brazo musculoso bajo los pechos femeninos, sosteniéndola con fuerza contra su propio cuerpo, mientras le devolvía ese sentido de su propia persona que ella había perdido en el curso de aquellos años.
Detrás de Lisa, él se mostraba tenso y rígido, mientras sus dedos se cerraban sobre los hombros de la mujer; y un momento después, ella se volvió y se acomodó sobre la espalda, los brazos y las piernas abiertos sobre la blanda alfombra de la sala.
Esa primera vez fue el acto desordenado y primitivo, como si ninguno de los dos pudiera controlar el ritmo o la presión. La abstinencia había originado en Lisa la necesidad de mantenerse a la altura de Sam, y por lo tanto ninguno de los dos se preocupó mucho por el modo de manifestar su deseo. Sucedió lo que debía de suceder, de un modo elemental y satisfactorio que ninguno había planeado. Y cuando todo terminó y él cayó pesadamente sobre Lisa, comprendieron que habían compartido algo excepcional, incluso extraño.
– Cheroqui… -fue todo lo que él pudo decir, pero la palabra en sí misma fue como un espaldarazo.
– Su Señoría… -En otras ocasiones, en otros contextos, el título tenía un acento de burla, pero ahora era un suspiro.
– Eres maravillosa -dijo Sam.
– Tú también… y… distinto de lo que yo esperaba.
Él se movió, aunque su peso todavía sujetaba la mitad inferior del cuerpo de Lisa.
– ¿Y qué esperabas?
– Yo… no lo sé. -Con las dos manos ella apartó de las sienes los cabellos húmedos de Sam. Aunque todavía reinaba la oscuridad, los ojos de Lisa se habían adaptado a la penumbra, y ya alcanzaba a distinguir el perfil de los rasgos de Sam-. Todo lo que sé es que me sentía muy insegura, y… un tanto inepta, y que tú has conseguido que olvidara todo eso.
Él pasó un dedo sobre la nariz de Lisa.
– ¿Inepta? ¿Por qué?
Qué absurdo parecía ahora, y sin embargo unos minutos antes ella no se había sentido segura.
– La segunda vez una mujer pierde la confianza que sintió con facilidad en la primera ocasión. Él le besó con ternura la punta de la nariz.
– Cheroqui, eres cualquier cosa menos inepta. Pero en el caso de que todavía no estés segura, me ofrezco voluntario para hacer todo lo que esté a mi alcance con el fin de disipar esas dudas… todo el tiempo que tú quieras.
Ella trató de sonreír, pero era difícil con el peso de Sam que le presionaba los pulmones. Luego, Lisa se instaló cómodamente al lado de Sam y apoyó la cabeza en su brazo, mientras la mano de él se apoyaba en su cadera.
Lisa había olvidado el profundo letargo y la satisfacción que se siente después de hacer el amor. Disfrutó ahora de esos sentimientos, descansando sobre la curva del brazo de Sam, apreciando ese momento perezoso que era la antítesis de lo que acababa de suceder, pero que resultaba igual de necesario.
Se acurrucó con más firmeza aún contra el costado de Sam, escuchando el latido de su corazón, y pasando un dedo desde la comisura de sus labios hasta su centro. Él le besó el dedo, que se deslizó por el interior húmedo y cálido de la boca, donde él lo mordió apenas, aunque después continuó sosteniéndolo entre los dientes.
Al reflexionar acerca de los minutos que acababan de compartir, ella murmuró:
– Fue terrible, ¿verdad?
– ¿Qué tuvo de terrible?
– La falta de inhibiciones -murmuro ella, un tanto desconcertada ante el recuerdo.
– ¿Quiere decir que deseas que todo sea más pausado la próxima vez?
– ¿La próxima vez? -Ella levantó una mano y tironeó juguetona un mechón de cabellos de Sam-. Das por descontado muchas cosas.
– ¿De veras? -Él la acercó a su cuerpo, y después pasó las manos por la columna vertebral de Lisa, hasta que sus dedos tocaron un rincón del cuerpo femenino que desmintió lo que ella había dicho. Y, cuando ambos compartieron otro momento de alegría, él la rodeó Con los brazos y le besó la mejilla.
– Cheroqui, eres una gran mujer, y tú eres más que suficiente para mí. ¿Tienes inconveniente en que continúe un tiempo contigo?
– Hum… ¿cuánto tiempo sería?
– Oh… por lo menos hasta mañana.
– Ella adivinó la sonrisa que se dibujaba en loS labios de Sam, y eso la hizo reaccionar de una manera parecida.
Pero aunque ella sonrió y se burló, luego preguntó:
– ¿Tanto tiempo? -lo cierto era que había que tener en cuenta lo que sucedería al día siguiente. La mañana, con el sol que se derramaba sobre la tierra, iluminaba todos los rincones. Lisa rechazó la idea, acurrucada contra el cuerpo de Sam; al menos esa noche deseaba tenerlo cerca.
La mañana siguiente ya cuidaría de sí misma.