Capítulo 1

– Tiene usted que pasar a su niño por aquí, por favor.

Lisa Loring apartó la vista de la mujer vestida con un brillante uniforme color rosa y contempló el grupo de bebés, cada uno en una cuna de plástico con largas asas, colocados en línea sobre la cinta movediza. Debía de haber unos cincuenta, todos sonriendo y haciendo ruiditos mientras se deslizaban por la banda transportadora.

– ¿A dónde van? -se oyó decir como una voz muy lejana.

– Le devolveremos a su bebé inmediatamente -le dijo la mujer de uniforme con amabilidad-. Pase a través del detector de metales, y su bebé estará dentro esperándola. ¿Dónde está su bebé? Tiene usted que pasarlo por aquí.

Lisa se volvió, jugueteando nerviosamente con el borde de su chaqueta. Llevaba algo en los brazos, pero no parecía ser un bebé, era un maletín.

– Yo… no sé dónde está mi bebé -contestó.

– Vaya -dijo la empleada del uniforme rosa-. Me parece que se ha equivocado usted de cola.

Hubo un murmullo detrás de ella. Las otras mujeres de la fila, cada una de las cuales llevaba una cuna de plástico con un bebé en el interior, comenzaron a repetir la frase una y otra vez.

– Se ha equivocado de fila. Vaya por Dios, se ha equivocado de fila.

De pronto comenzó a sonar un timbre. Cerró los ojos y se tapó los oídos, pero el timbre siguió sonando. Seguiría sonando, a no ser que…


La vacilante mano de Lisa encontró por fin el despertador y apretó el botón para apagarlo. Con un profundo bostezo, se incorporó sobre las almohadas y lentamente se obligó a abrir los ojos. Fuera, todavía era de noche, pero había una línea púrpura en el horizonte. El sol no tardaría en despuntar.

Sintió un escalofrío. De nuevo había soñado con bebés. Lo que le estaba pasando era ridículo.

¿Por qué le resultaba tan difícil decidir lo que quería realmente hacer? Al día siguiente cumpliría treinta y cinco años. Su cuerpo le estaba notificando que estaba llegando a una edad límite y que no podía ignorar el hecho por más tiempo. Durante los últimos quince años, mientras se ocupaba de labrarse una próspera carrera como gerente de grandes almacenes, se las había ingeniado para no contestar a la pregunta. Pero ya no podía posponerlo por más tiempo. ¿Iba a decidirse a tener un niño de una vez, sí o no?

Era una pregunta que la aterraba. Quizá esa era la causa de que le hubiera costado tanto decidirse. Si decía que no, entonces habría mil puertas que se cerrarían de golpe ante ella. La sola idea la hacía sentir ganas de llorar. Pero si decía que sí… En cierto sentido, esta posibilidad la aterraba más todavía.

Volviéndose, encendió la lámpara de la mesilla. La intensidad de la luz la hizo parpadear. De nuevo estaba en aquella habitación en la que había dormido cuando era una niña. La nueva decoración y el nuevo mobiliario habían servido para dejar atrás unos cuantos recuerdos. Pero a pesar de eso, seguía resultándole un lugar de lo más cálido y familiar. Le resultaba fácil abandonarse a la comodidad de su vida e ignorar la realidad. Pero no le quedaba mucho tiempo. Tenía que decidirse de unir vez. Era ahora o nunca.

Para hacer las cosas todavía más difíciles, esta necesidad de decidir le llegaba en un momento en que tenía la cabeza llena de cosas. Estaba de vuelta en la ciudad de la que había huido a los dieciocho años, un poco abrumada por la casa y el negocio que su abuelo, recientemente fallecido, le había dejado en herencia. Tenía que concentrar todas sus energías en salvar de la ruina el negocio de la familia, los Grandes Almacenes Loring's. El nuevo trabajo ocupaba todo su tiempo. Y a pesar de eso, allí estaba. No podía negarlo, no podía seguir ignorándolo. Contra toda lógica, lo que ella deseaba era tener un niño.

Contempló la enorme cama con cabecero de latón en la que estaba tendida. Las sábanas estaban limpias y sedosas. Era una cama fantástica, enorme y cómoda. Pero era una cama vacía. Había sido diseñada para que la ocuparan dos personas.

Estaba muy bien aquello de tenderse allí y lamentarse porque quería tener un niño. Pero había un pequeño detalle que al parecer había pasado por alto. Antes de tener un niño, necesitaba conseguir un marido.

Pero hacía un año que no salía con nadie. No salir con alguien significaba no encontrar marido, y no encontrar marido significaba no tener un niño.

En el piso de abajo, el gran reloj de pared de su abuelo comenzó a dar la hora, y sus campanadas resonaron por la gran casa vacía. Suspiró. No había tiempo para lamentaciones. Tenía que correr al trabajo. Los Grandes Almacenes Loring's estaban esperando para ser salvados de la ruina.

Bajó los pies al suelo y contempló el maletín que estaba en la silla al lado de la cama. ¿No acababa de soñar algo relacionado con maletines? No podía recordarlo con claridad. Sacudiendo la cabeza, salió de la cama y se dirigió a la ducha, pensando que la esperaba otro día lleno de actividad.

– Y, ¿quién sabe? -murmuró cuando abría el grifo de la ducha-. A lo mejor hoy conozco al hombre de mis sueños.


Carson James salió a la superficie y luego subió al borde de la piscina, sentándose allí para recuperar el aliento y dejar que el agua escurriera un poco. La mañana de primavera era fría, pero después del ejercicio, la temperatura de su cuerpo era alta. La noche anterior no había dormido mucho, y a pesar del saludable baño matinal que acababa de darse en la piscina del edificio donde vivía, sentía la cabeza como si la tuviera llena de corcho.

Flexionando sus anchos hombros, hizo una mueca de disgusto. Una cosa era terminar así después de una noche de fiesta y de diversión. Pero era muy diferente no haber pegado ojo por culpa del llanto ininterrumpido del niño de los vecinos. Se sentía lleno de deseos de venganza.

– Ten. Tómala.

Levantó los ojos justo a tiempo para ver una gruesa toalla azul que volaba hacia él. Levantando el brazo, la atrapó en el aire.

– Gracias -dijo, sonriendo a la atractiva joven que le había lanzado la toalla. Sally, creía recordar que era su nombre. Compartía un piso con otras dos mujeres. Carson se incorporó y comenzó a secarse.

– De nada.

Sally estaba vestida para irse a trabajar, mas se quedó inmóvil, como esperando una invitación para ponerse a charlar. Pero Carson no estaba de humor para conversaciones mañaneras, y no dijo palabra.

– Te veré más tarde -dijo.

– ¿Qué? -dijo Carson mirándola-. Ah, sí. Hasta luego.

Pero apenas se había dado cuenta de que ella estaba allí. Estaba todavía adormilado por la falta de sueño, y su mente estaba fija en una idea: había llegado el momento. Miró en dirección al horizonte, el punto donde el mar y el cielo se encontraban. El deseo de vagar por el mundo se estaba apoderando de él otra vez. Tenía que marcharse de aquel lugar.

– Oiga, señor. ¡Señor!

Sorprendido, se dio la vuelta y se encontró con una personita que le daba tirones de la toalla. Frunció el ceño. El edificio donde él vivía era sólo para adultos. Había habido muchos niños por allí últimamente.

La niña que tenía frente a sí tenía un aspecto muy serio. Sus ojos eran oscuros y con forma de almendra, y llevaba el pelo cortado como si le hubieran puesto un tazón sobre la cabeza.

– ¿Señor, puede ayudarme a atrapar mi gato?

¿También un gato? En aquel edificio tampoco estaban permitidos los animales domésticos. Carson hubiera deseado jurar en voz alta.

– ¿En dónde está tu gato? -preguntó, todavía con el ceño fruncido.

La niña lo miró con los ojos muy abiertos.

– Está subido en aquel árbol. ¿No lo oye?

Sí, por supuesto que oía los maullidos. Volviéndose, vio a un gato color jengibre subido en el olmo chino, agarrado a una rama y gimiendo desesperadamente.

Había visto antes a esta niña entrar y salir de la puerta al lado de la suya. Jan, su vecina, había dicho que su hermana iba a venir a pasar una temporada con ella, pero se le había olvidado mencionar que su hermana traía consigo un equipaje algo ruidoso.

– ¿Hay un bebé en tu familia? -le preguntó a la niña.

– Sí, Tammy.

– Se pasa todo el día llorando, ¿verdad?

– Le están saliendo los dientes. Mamá intenta que se tranquilice, pero ella no para de llorar. Mamá dice que si no se está callada, alguna persona malvada puede denunciarnos al encargado y entonces nos echarán.

El la miró con dureza por espacio de un instante.

– Tu madre podría estar en lo cierto -dijo Carson, tomando el albornoz para ponérselo. Sin embargo, sabía que era una pantalla. Se había sentido tentado a las dos de la mañana, cuando el bebé lloraba sin parar al otro lado de la pared, pero era incapaz de algo así.

Otra buena razón para marcharse, pensó mientras miraba en dirección al árbol. Todos los signos estaban a favor. Era hora de cambiar de lugar.

Tomó su reloj y se lo puso en la muñeca. Todavía faltaba una hora para que tuviera que estar en el trabajo, pero antes quería darse una vuelta por los Grandes Almacenes Loring's y ver qué era lo que estaba pasando allí. Bueno, podría hacerlo más tarde. Se volvió para mirar a la niña. Le resultaba casi simpática, cosa rara en él.

– Muy bien -declaró por fin-. Bajaré a tu gato.

– Gracias -dijo ella, siguiendo a Carson en dirección al árbol.

Una vez al lado del tronco, Carson levantó la vista y suspiró. Subirse a un árbol en traje de baño no era lo que más le apetecía hacer en el mundo, pero parecía que no tenía alternativa.

– ¿Cómo te llamas? -le preguntó a la niña.

– Michi Ann Nakashima. Y mi gato se llama Jake.

– Muy bien, Michi Ann Nakashima. Voy a hacer un trato contigo. Subiré por tu gato y lo bajaré si le dices a tu madre que esta noche ponga al bebé en una habitación al otro extremo del apartamento. ¿De acuerdo?

Ella lo miró con solemnidad, sin decir una palabra.

– El bebé llora -explicó él-. Y yo no puedo dormir.

– Muy bien -dijo ella asintiendo-. Trato hecho.

Esta niña era una persona muy lista. Tal vez podría llegar a gustarle una niña así.


Lisa se sentó en su enorme oficina y miró a su alrededor con un sentimiento de extrañeza y también algo de miedo. Este había sido el despacho de su abuelo, el trono desde el cual él había dirigido su negocio cuando Lisa era una niña. Y ahora ella era la que estaba allí sentada.

El retrato de su abuelo la miraba desde la pared, con la misma expresión de altivez con que siempre la había mirado en vida. Apartó la vista, y se oyó murmurar:

– Lo siento.

Llevaba ya un mes al frente de la tienda, pero hasta aquella mañana había evitado sentarse en aquella silla, aquella misma antigua y enorme silla desde la cual su abuelo le había ordenado que abandonara sus ridículas clases de piano, que dejara a ese chico que no le convenía, Dougie Switzer, y que se quedara en la ciudad y estudiara allí en vez de seguir con aquel loco proyecto suyo de ir a estudiar a una universidad del este.

Había obedecido todas las órdenes con excepción de la última. A los dieciocho años, con una cabeza saturada de proyectos y un corazón lleno de resentimiento, había hecho las maletas y había escapado en medio de la noche.

Su abuelo había muerto hacía tres semanas, pero antes de morir tuvo tiempo de llamar y habían podido verse de nuevo, en un encuentro agridulce que cambió la vida de Lisa. El anciano daba por hecho que ella se encargaría ahora de la tienda. Y de pronto, una idea que ella se había pasado años y años rechazando, se convirtió en algo inevitable.

¿Estaba ella preparada para desempeñar aquel trabajo? Miró su propio reflejo en las ventanas que había al otro lado de la habitación, como en busca de una confirmación de su súbito cambio de estado. Y la encontró. Lo que veía allí era una mujer atractiva y equilibrada, vestida con un traje color beige y que llevaba una insignia de Loring's en la que ponía, simplemente, "Lisa". Esto último había sido idea suya, y obedecía al deseo de ponerse al nivel del resto de los empleados de la tienda.

Después de tomar aliento, se volvió a mirar el retrato de nuevo.

– Soy una persona mayor, abuelo -dijo con suavidad-. Y estoy preparada.

Para disgusto suyo, se dio cuenta de que de pronto tenía los ojos llenos de lágrimas.

El sonido agudo del teléfono interrumpió sus pensamientos. Lisa se secó los ojos rápidamente y tomó el auricular.

– ¿Señorita Loring? Soy Krissi, de Perfumes y Cosméticos -dijo la muchacha con tono de conspiración-. ¿Se acuerda de que ayer le hablé de un tipo que estaba curioseando por aquí? Pues ha vuelto.

Lisa se irguió en el asiento, alerta e interesada.

– Gracias, Krissi -dijo-. Bajo inmediatamente.

Salió disparada y corrió en dirección al ascensor, con un brillo de furia en los ojos. Por lo que Krissi le había contado el día anterior, tenía una vaga idea de cuáles eran las intenciones de aquel curioso. Loring's llevaba años y años en lucha declarada con los Grandes Almacenes Kramer, que estaban al otro lado de la calle. De modo que ahora Kramer estaba enviando espías para averiguar cómo se desarrollaban las cosas bajo la nueva administración. Bueno, pues ella se iba a encargar de solucionar el problema en seguida.

Encontró a Krissi apoyada en la pared, mirando al otro lado de la esquina.

– Aquí está, señorita Loring. Va en dirección a la sección de novias.

La empleada le hacía señas a Lisa para que la siguiera por detrás de una hilera de maniquíes vestidos con trajes de novia. De este modo se fue acercando hasta llegar a un buen punto de observación.

Lisa enarcó una ceja al observar la teatralidad de Krissi, pero la siguió de todas formas. Se inclinó también y fue caminando por detrás de la hilera de maniquíes, hasta quedar escondida detrás de un voluminoso traje nupcial de satén.

– ¡Ahí está!

Y allí estaba, con el ceño fruncido y el lápiz en la mano, exactamente tal como Krissi le había descrito, mirando con atención a todas partes y tomando notas en un cuadernillo.

– Es un espía de Kramer -murmuró Krissi, abriendo mucho los ojos por debajo de sus enormes gafas-. Apuesto a que lo es. ¿Qué piensa usted?

Lisa dudó antes de dar su opinión. No le gustaba hacer acusaciones sin fundamento. Pero aquel hombre que contemplaba con expresión de arrebato el satén blanco y los encajes parecía cualquier cosa antes que un cliente de la sección de novias. Llevaba un traje gris y una camisa blanca impecables, pero se movía como un atleta y tenía el rostro curtido de un luchador callejero. Era exactamente la clase de persona que Mike Kramer contrataría para espiar a la competencia.

– ¿Quiere que llame a Seguridad? -preguntó Krissi.

Lisa sacudió la cabeza, resignada.

– No, Krissi. Vuelve a tu trabajo. Yo me encargaré de esto personalmente.

La joven no pudo ocultar su desilusión.

– A lo mejor debería quedarme yo por aquí por si acaso -sugirió-. Por si acaso se pone en plan duro.

La sonrisa de Lisa fue inmediata y sincera.

– No va a ponerse en plan duro. Esto no es más que una tienda, Lisa, no es La Ley del Silencio.

– Bueno, de acuerdo -dijo Krissi lanzando una última mirada al hombre que tomaba notas en su cuadernillo-. Volveré al trabajo.

Lisa esperó a que Krissi desapareciera de su vista y luego suspiró profundamente. No tenía la menor idea de qué era lo que iba a decirle al espía. Nunca se había encontrado con nada parecido durante el tiempo que había estado trabajando en Bartholomew's en Nueva York. Sólo en las ciudades pequeñas la competitividad tomaba un cariz tan personal, casi como lucha entre familias.

Mientras seguía observándolo, vio cómo se sacaba un pequeño cassette del bolsillo y se ponía a grabar algo allí en voz baja. Sin duda, eran ideas para Mike.

Se sintió furiosa. Loring's estaba pasando por una mala época, y ya tenían suficientes problemas como para tener que enfrentarse ahora al espionaje de Kramer. ¿Cómo se atrevía aquel hombre a enviar espías a su tienda? De pronto, toda su indecisión desapareció de un golpe, y echó a caminar para enfrentarse con el intruso.


Carson tenía dolor de cabeza, poco tiempo y un estómago que se quejaba dolorosamente por la ausencia del almuerzo. De modo que ¿cuál era la razón, se estaba preguntando, de que hubiera decidido pasearse por Loring's?

Debía de estarse convirtiendo en un obseso del trabajo, esa era la razón. Y era ridículo. El siempre se había enorgullecido de ser un espíritu libre de cualquier atadura, listo siempre para seguir la dirección del viento. Y aquí estaba, tan absorbido por su trabajo en el Central Coast Bank, que se había pasado más de un año en aquella pequeña ciudad costera.

En realidad, su trabajo le resultaba fascinante. Visitaba compañías que tenían problemas con sus préstamos bancarios y les aconsejaba cómo hacer reestructuraciones y renovaciones, además de otras maneras de hacer más eficientes sus negocios. En un principio había tomado este trabajo sin pensarlo mucho, y luego se había quedado sorprendido de lo mucho que disfrutaba haciéndolo. Aunque lo cierto era que se estaba convirtiendo en una rutina. Había empezado a sentirse harto e incómodo, y estas sensaciones se hacían más intensas de día en día. Era el momento de cambiar.

Este asunto de los Almacenes Loring's iba a ser un trabajo difícil. Conocía bien el tipo de negocio, una vieja familia aferrada a las tradiciones y aterrada con los cambios. No querrían aceptar sus consejos, y acabarían por irse abajo. Estaba escrito. Lo sabía con sólo dar un vistazo a la tienda. Parecía que no merecía la pena esforzarse.

Grabó todas estas observaciones en su cassette con un par de frases breves, y luego deslizó el aparato de nuevo en su bolsillo y se volvió con el ceño fruncido para encontrarse con una empleada que se acercaba hacia él. Era lo suficiente atractiva como para atrapar su atención, incluso en el estado de malestar físico en que Carson se encontraba. Ella llevaba su pelo rubio recogido en un moño, pero había dejado suelto un generoso mechón que le caía provocativamente sobre la frente, y sus ojos oscuros estaban rodeados por unas espesas y negras pestañas que hacían destacar aún más el brillo cálido de los ojos. Estaba vestida con un traje que parecía salido de una lujosa revista de moda; se trataba de un vestido de un tipo de lana que parecía tan suave como un rizo de niebla de San Francisco, una blusa color bronce, y un pañuelo sujeto por un sencillo alfiler de oro. En una de las solapas llevaba una insignia de la tienda donde decía, simplemente, "Lisa".

Lo primero que pensó Carson fue que hacía mucho tiempo que no veía a una mujer tan hermosa. Lo segundo fue que las empleadas de Loring's debían de estar muy bien pagadas si eran capaces de permitirse un vestido como aquel.

Este segundo pensamiento era, sin duda, un producto de su mente obsesionada con el trabajo. Se detuvo a pensar cuál sería la reacción si él sugiriera que se redujeran todos los salarios en Loring's. Sin duda se convertiría en el hombre más impopular de la ciudad. Las comisuras de sus labios se plegaron en una sonrisa, mientras hacía un breve gesto de saludo a la mujer que se acercaba a él.

Lisa, sin embargo, no parecía estar muy divertida. Deteniéndose ante él, lo contempló fijamente con una mirada que dejó a Carson sin saber qué decir. Estaba acostumbrado a que le miraran las mujeres, pero no a que su juicio fuera tan severo. Esto resultaba interesante. Esperó, preguntándose qué sería lo que quería aquella mujer.

Lo que Lisa quería era que él se mostrara un poco culpable. Ella hubiera preferido que se diera la vuelta y saliera corriendo, pero ya que no lo hacía, se conformaba con que se mostrara al menos un poco incómodo. Pero en vez de sentirse avergonzado o violento, él se mostraba de excelente humor, y eso le irritaba. Parecía un tipo duro, pero podría hacerse cargo de él de todos modos. Estaba acostumbrada a tratar con hombres.

– ¿Qué es lo que está usted haciendo aquí? -preguntó Lisa, mirándole con ojos brillantes.

– Quién, ¿yo? -preguntó él, sorprendido por la forma en que se dirigía a él aquella vendedora. Miró a su alrededor, sin saber qué hacer, y luego volvió a mirarla a los ojos.

– Sí, usted.

Parecía estar tan furiosa que casi le hizo sonreír.

– Estoy mirando un poco. ¿Qué está haciendo usted?

– Yo trabajo aquí -respondió ella.

Carson asintió, conteniendo la sonrisa.

– Ya lo veo.

Tenía un rostro precioso, una piel suave, una nariz fina, enormes ojos color café. Mirarla le traía a la memoria un día de primavera en el sur, cuando los árboles estaban en flor. Pero se percibía en ella una fuerza y una energía que estaban en contradicción con su aparente imagen de suavidad.

– Bueno, pues ya lo ve -dijo él con paciencia-. Usted trabaja aquí, y yo compro aquí. Así es como funciona el sistema. Esa es la razón de que a esto le llamen tienda.

Por muy atractiva que fuera, no manifestó el menor aprecio por su rasgo de humor.

– No, usted no está comprando aquí nada -dijo ella-. ¿Se cree que no me doy cuenta? Vamos a dejarnos de juegos. Sé muy bien qué es lo que está usted haciendo.

– Entonces ya somos dos -dijo él, mirándola intrigado. Por muy atractiva que fuera, la cualidad de ella que más le impresionaba en aquellos momentos era su testarudez. Su instinto le decía que lo mejor era desaparecer de allí-. Y ahora, si me disculpa…

Se volvió para marcharse, pero ella le interrumpió el paso, con la mandíbula apretada y ojos desafiantes.

– ¿Piensa de verdad que voy a permitir que me saboteen sin mover ni un dedo para impedirlo? Si me veo obligada, llamaré a la policía.

– La policía -dijo él, mirándola asombrado-. Escuche, señora no sé qué es lo que piensa que estoy haciendo, pero…

Estaba empezando a tener serias dudas sobre la estabilidad mental de la empleada en cuestión. Era una pena, pero parecía que siempre había algo que fallaba en las mujeres más hermosas. Era como si algún ser superior pensara que hasta en la joya más perfecta debería haber siempre alguna imperfección.

– ¿Qué pasa? -preguntó-. ¿Me está acusando de intentar robar, o algo así?

Ella seguía mirándolo con gesto de desaprobación.

– No se haga el tonto.

El parpadeó, sin saber qué decir.

– ¿Es usted así de amable con todos los clientes? -preguntó-. Si es así, ya comprendo por qué esta tienda tiene problemas.

– Escuche -comenzó ella, pero en ese momento dos mujeres que estaban comprando se acercaron hacia ellos, y Lisa les sonrió amablemente y esperó a que se alejaran un poco.

– Sé qué es lo que está haciendo aquí -le dijo en un murmullo, agarrándole el borde de la chaqueta con sus uñas rosadas-. Usted es un espía, ¿verdad?

– ¿Un… un espía? -dijo él sin poder salir de su asombro. No había ni rastro de humor en los ojos de aquella mujer, de modo que estaba claro que no hablaba en broma-. Exacto -dijo él con un ligero desdén-. Lo ha averiguado usted. Y eso que no llevo la gabardina ni las gafas oscuras.

– Está muy claro -dijo ella-. He estado observándolo. He visto lo que estaba haciendo.

El asintió lentamente, buscando en sus ojos alguna pista. Todo esto era una locura.

– Muy bien. Lo acepto. Soy un espía -dijo él intentando sonreír. Pero ella no sonrió-. La cuestión es, ¿qué hacen con los espías por aquí? ¿Los cuelgan de los pulgares? ¿O tengo que quedarme por aquí esperando a que reúna usted un pelotón de ejecución?

Había algo en su forma de reaccionar que parecía estar minando la confianza de Lisa. ¿Estaría cometiendo un error?

– Mire -dijo ella a toda velocidad-, ya sé que no es más que un empleado de Mike y no hace más que ganarse la vida. Y realmente, no debería descargar mi mal humor sobre usted, pero…

– Eh, un momento -dijo él, capturando la muñeca de ella. Luego la miró con calma-. Yo no estoy trabajando para nadie llamado Mike. Yo no soy su espía. De verdad.

– Oh -dijo ella. Pero no estaba reaccionando a sus palabras. Estaba mirando la mano que tenía sujeta su muñeca, y las marcas rojas de arañazos que había sobre ella.

Levantó la vista sorprendida.

– Un encuentro con un felino -explicó él-. Cuando intentas hacer una buena acción siempre acabas pagando por ello.

Ella apenas oía sus palabras. Todavía seguía mirando a Carson a los ojos. Eran azules como un día de verano, y la estaban contemplando de una manera tan sensual que casi le hacía sentirse violenta. También se sentía atraída por sus labios, que de pronto le parecieron los de un amante. Tenía el aspecto de un playboy . Era un tipo de hombre que ella despreciaba, de modo que, ¿por qué estaba sintiendo aquel nudo en la garganta?

El no era exactamente guapo a la manera tradicional, pero la fuerza de su masculinidad resultaba fascinante, y se sentía extrañamente atraída hacia él. Esto en sí era ya desconcertante. Ella no solía reaccionar ante los hombres de aquella manera. De hecho, después de muchos años saliendo con hombres, Lisa había acabado por sentirse un poco cínica en relación con el sexo opuesto. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había encontrado con un hombre que la dejara sin aliento.

Lo cual no quería decir que fuera eso lo que estuviera pasando en aquellos momentos, se dijo rápidamente. Lo que estaba sintiendo no era otra cosa que indignación. Nada más. Después de respirar profundo, apartó de él sus ojos e intentó una última maniobra.

– Muy bien. Si no es usted un espía de Mike, demuéstrelo. Déjeme ver qué es lo que estaba escribiendo en ese cuaderno que lleva en el bolsillo. Vamos a echarle un vistazo.

El soltó su muñeca y emitió un gruñido de impaciencia.

– No, de eso nada.

– Ah -dijo ella con tono acusatorio-. Entonces, ¿qué me dice de ese cassette que lleva usted en el bolsillo de su chaqueta? Apuesto a que tampoco me permitirá que escuche lo que hay ahí grabado.

A Carson ya no le quedaba la menor duda de que aquella mujer estaba loca de remate. Eso era lo que pasaba. Pero ya podía irle con sus locuras a otro. El tenía cosas que hacer.

– Mire, Lisa -dijo con suavidad-. Es usted una mujer muy atractiva, pero me temo que está jugando con un mazo al que le faltan unas cuantas cartas. Creo que alguien debería de avisar a su jefe. No debería permitirse que acosara usted a los clientes de esa forma. Pero -añadió mirando su reloj de pulsera- se me está haciendo tarde. Me parece que tendré que dejar eso para otra vez.

– Bueno, aquí va una nueva sorpresa para usted, caballero -dijo ella entonces con firmeza, intentando ocultar el nerviosismo que sentía y preguntándose sorprendida cómo era posible que hubiera perdido de aquel modo su legendaria frialdad y compostura-. Yo soy la encargada. De hecho, soy la propietaria de los almacenes. De modo que tendrá usted que llevarme sus quejas directamente a mí.

– ¿Usted es la encargada? -inquirió Carson con una ligera sonrisa-. Claro. Y yo soy el espía -añadió con un suspiro-. La he pasado muy bien hablando con usted, Lisa. Le aseguro que ha sido una experiencia única. Pero el hecho es que tengo que ir a un par de sitios sin falta. Me temo que tendrá usted que perdonarme.

Después de mirarla con gesto de exasperación, echó a andar en dirección a la escalera mecánica. Lisa se quedó inmóvil, viéndole marcharse. Debería llamar a Seguridad. Pero ¿de qué serviría eso ahora? Aquel hombre ya no volvería. Le habían pillado con las manos en la masa.

De todos modos, las cosas no habían ido exactamente como ella hubiera deseado que fueran. Pensó en sus ojos azules y sintió un estremecimiento. Era bastante preocupante descubrir que un hombre como aquel pudiera afectarla de tal modo. Nunca le había gustado ese tipo de hombres. Ella estaba buscando un tipo de hombre completamente distinto.

Cuando abandonaba la sección de trajes de novia se puso a pensar en su ideal, en aquel hombre que ella siempre estaba buscando, el que sería padre de su hijo. Tendría que ser tranquilo y amable por supuesto. Vestiría chaquetas de tweed con parches de cuero en los codos y pasaría mucho tiempo sentado al lado del fuego leyendo un libro de poesía, sobre todo de poesía de Browning.

Suspiró, sabiendo que estaba viviendo en el país de los sueños. Si existiera un hombre así, lo más probable es que estuviera escondido en alguna universidad de quién sabe dónde. Y allí estaba ella, perdida en una pequeña ciudad playera de California, discutiendo con playboys de ojos azules que se dedicaban a espiar en su tienda.

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