23 de mayo de 1987

Vino del pasillo llevando una bata sobre el pijama. Lo ceñido de la prenda destacaba una figura ágil, el color azul el tono de sus ojos. La luz del sol que entraba por la ventana occidental convertía en dorado su pelo.

Parpadeó.

—Oh, Dios. Ya es por la tarde —murmuró—. ¿Cuánto he dormido? Everard se levantó del sofá donde había estado sentado con un libro.

—Calculo que unas catorce horas —dijo—. Lo necesitaba. Bienvenida.

Ella miró a su alrededor. No había cronociclo ni manchas de sangre.

—Después de que mi compañera la metiera en cama, ella y yo buscamos material y lo arreglamos lo mejor que pudimos —le explicó Everard—. Se fue. No hay necesidad de abarrotar el apartamento. Era necesario un guardia, claro, como precaución. Mejor será que lo examine todo y se asegure de que está en orden. No estaría bien que su yo anterior regresase y encontrase rastros del desastre. Después de todo, no fue así.

Wanda suspiró.

—No, ni rastro.

—Tenemos que evitar las paradojas de ese tipo. La cosa ya está muy confusa. —Y es peligrosa, pensó Everard. Más que mortalmente peligrosa. Debería animarla—. Eh, apuesto a que está hambrienta.

A él le gustó la forma en que rió.

—Me comería el proverbial caballo acompañado de patatas fritas y pastel de manzana de postre.

—Bien, me tomé la libertad de buscar comida, y a mí también me vendría bien el almuerzo, si no le importa que la acompañe.

—¿Importarme? ¡Intente no hacerlo!

En la cocina él la animó a sentarse mientras preparaba la comida.

—Soy un hombre bastante competente con un filete y ensalada. Ha pasado por una dura experiencia. La mayoría de la gente estaría confusa.

—Gracias —dijo. Durante un minuto sólo rompía el silencio el ruido de la preparación. Luego, mirándolo fijamente, dijo—: Pertenece a la Guardia del Tiempo, ¿no?

—¿Eh? —Se dio la vuelta—. Sí. En inglés normalmente es la Patrulla del Tiempo. —Hizo una pausa—. La gente de fuera no debería saber que el viaje en el tiempo existe. No podemos decírselo a menos que nos autoricen, y eso sólo cuando lo requieren las circunstancias. Así es en este caso; ha chocado contra ese hecho. Y tengo autoridad para tomar la decisión. Seré sincero con usted, señorita Tamberly.

—Genial. ¿Cómo me encontró? Cuando me salió el contestador me quedé desesperada.

—El concepto le es nuevo. Piense. Después de oír el mensaje, ¿qué esperaba que hiciese excepto organizar una expedición? Flotamos en el exterior de la ventana vimos al hombre amenazándola, y saltamos al interior. Por desgracia, no tuve espacio para dispararlo antes de que escapase.

—¿Por qué no retrocedieron en el tiempo?

—¿Y evitarle algunas horas desagradables? Lo siento. Más tarde le contaré los peligros de cambiar el pasado.

Frunció el ceño.

—Ya los conozco un poco.

—Humm, supongo que sí. Mire, no tenemos por qué hablar de esto hasta que esté recuperada. Tómese un par de días.

Ella levantó la cabeza con orgullo.

—Gracias, pero no hay necesidad. No estoy herida, tengo hambre y la curiosidad me devora viva. Y también la preocupación. Mi tío… No, en serio, por favor, preferiría no tener que esperar.

—Caray, es dura. Vale. Empiece contándome sus experiencias. Despacio. La interrumpiré con muchas preguntas. La Patrulla tiene que saberlo todo. Lo necesita más de lo que cree.

—¿Y lo sabe el mundo? —Se estremeció, tragó, apretó los dedos en el borde de la mesa, y se lanzó a contar la historia. Estaban a mitad de la comida antes de que él hubiese agotado todos los detalles.

Sombrío, dijo:

—Sí, es grave. Sería todavía peor si no hubiese sido tan valiente e ingeniosa, señorita Tamberly.

Ella enrojeció.

—Por favor, soy Wanda.

Él forzó una sonrisa.

—Vale, yo soy Manse. Pasé mi infancia en el Medio Oeste americano de los años veinte y treinta. Mis modales han permanecido. Pero si prefiere el tuteo, por mí vale.

Ella lo miró durante un rato.

—Sí, seguirías siendo un chico educado de granja, ¿no? Recorriendo la historia, te perderías todos los cambios sociales de tu tierra natal.

Inteligente —pensó él—. Y hermosa, de rasgos marcados.

Ella mostró ansiedad.

—¿Qué hay de mi tío?

Manse hizo una mueca.

—Lo siento. El don no te dijo nada más que había dejado a Steve Tarnberly en el mismo continente pero en el lejano pasado. Sin posición ni fecha.

—Tenéis… tiempo para buscarlo.

Él negó con la cabeza.

—Así me gustaría que fuese, pero no. Podríamos usar miles de años hombre. Y no disponemos de ellos. La Patrulla está muy dispersa. Apenas somos los suficientes para realizar las misiones normales e intentar ocuparnos de emergencias como ésta. Sólo disponemos de ciertos años hombre, porque tarde o temprano todo agente muere o queda inhabilitado. Aquí los acontecimientos se han salido de control. Necesitaremos todos los recursos que podamos dedicar para arreglarlo… si podemos.

—¿Volverá Luis por él?

—Quizá. Sospecho que no. Tendrá cosas más importantes en la cabeza. Esconderse hasta curar sus heridas, y luego… —Everard miró al vacío—. Un hombre duro, inteligente, despiadado y decidido, suelto con una máquina del tiempo. Podría aparecer en cualquier lugar, en cualquier tiempo. El daño que puede producir es ¡limitado.

—Tío Steve …

—Podría buscar ayuda. No estoy seguro de cómo, pero podría ocurrírsele un plan, si sobrevive. Es brillante y fuerte. Ahora comprendo por qué has sido su pariente favorito.

Ella contuvo una lágrima.

—¡Maldición, no voy a llorar como una Magdalena! Quizá más tarde… quizá más tarde encontremos una pista. Mientras tanto, el filete se enfría. —Lo atacó como si fuese un enemigo.

Él volvió a comer. De forma extraña, el silencio entre ellos pasó de incómodo a amistoso. Al cabo de un rato, ella le preguntó:

—¿Qué hay de contarme toda la verdad?

—Un resumen —aceptó él—. Eso por sí solo ya llevará un par de horas.

Al final ella permaneció sentada con los ojos abiertos como platos en el sofá mientras él caminaba frente a ella, de un lado a otro. Se golpeó la palma con el puño.

—Una situación Ragnarok —dijo—. Pero no desesperada. Wanda, pasase o lo que le pasase o vaya a pasarle a Stephen Tamberly, no vivió en vano. Por medio de Castelar te envió dos nombres, «exaltacionistas» y «Machu Picchu». No es que imagine que Castelar lo hubiese hecho si no hubiese tenido el ingenio, en esas circunstancias, de sacarlo de allí, llevárselo para que le contase todo lo que sabía.

—Fue muy poco —objetó ella.

—Una bomba también puede ser muy pequeña, hasta que explota. Mira, los exaltacionistas… te contaré más luego, pero en resumen, son una banda de bandidos del muy lejano futuro. Criminales en su entorno; robaron varios vehículos y escaparon al espacio-tiempo sin dejar rastro. Ya antes de ahora hemos tenido que tratar con los resultados de sus acciones, «antes de ahora» en términos de mi vida, claro, pero siempre han evitado ser capturados. Bien, me has dicho que estaban en Machu Picchu. Sabemos que los nativos no abandonaron del todo la ciudad hasta que fue destruida la última resistencia contra los españoles. Por la descripción que te dio Castelar, la fecha en que los exaltacionistas se encontraban allí debió de ser poco después. Eso es suficiente para que nuestros exploradores localicen la escena con exactitud.

»Uno de nuestros agentes "ya" ha informado de actividad externa en la corte del inca, algunos años antes de la llegada de Pizarro. Parece que intentaron, fracasando, evitar la división de poder que llevó a la guerra civil y dejó el camino libre para esa banda de invasores. A la luz de lo que me has dicho, estoy seguro de que eran los exaltacionistas, intentando cambiar la historia. Cuando no funcionó, decidieron al menos robar el rescate de Atahualpa. Eso afectaría mucho y podría permitirles cometer más fechorías.

—¿Porqué? —susurró ella.

—Para abortar todo el futuro. Para convertirse en amos y señores, primero de América, y luego del resto del mundo. Nunca hubiésemos existido ni tú ni yo, Estados Unidos de América, ni un destino daneliano, ni la Patrulla del Tiempo… A menos que ellos mismos organizasen una para proteger la historia alterada que habían causado. No es que crea que pudiesen conservar el mando durante mucho tiempo. El egoísmo extremo acaba atacándose a sí mismo. Batallas en el tiempo, un caos de cambios… me pregunto cuánto flujo podría soportar la estructura del espacio-tiempo.

Ella se puso pálida, y luego dijo:

—Dioses, Manse.

Él dejó de andar, se inclinó, le agarró la barbilla para levantarle la cara y preguntó con una sonrisa torcida:

—¿Cómo te sientes al saber que puede que hayas salvado el universo?

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