Capítulo 7

Los días siguientes fueron incómodos para los dos. Susie y Hamish se evitaban todo lo que podían. Aunque no podían evitarse mucho.

Pasaban las mañanas en la playa. ¿Por qué no iban a hacerlo si la playa era preciosa? Taffy corría alegremente de un lado para otro, pero Susie permanecía en silencio.

– ¿Quieres nadar un rato? Yo me quedo con la niña.

– Bueno -contestó ella, como si le estuviera haciendo un favor.

– Oye, Susie, escúchame… no quise ofenderte…

– No me ofendiste. Sólo dejaste caer que te veía como un marido en potencia. Y nada podría estar más lejos de la verdad.

El lunes por la noche, cuando Marcia llegó al castillo, casi fue un alivio para Hamish. Jake había ido a buscarla al aeropuerto porque tenía que hacer algo en Sidney.

– Hola, cariño -lo saludó, bajando de la furgoneta.

Hamish la abrazó con todas sus fuerzas. Tanto que ella lo miró, sorprendida.

– Vaya. Si sólo han sido unos días.

– Te he echado de menos.

– ¿La viuda está mirando?

La viuda. Hamish tardó un momento en entender a quién se refería. Marcia parecía pensar que la había besado para que Susie los viera.

– ¿Le has hablado a Marcia de Susie? -preguntó Jake.

– Pues… no, no le he contado mucho.

– Sólo que todo el pueblo espera que se case con él -respondió Marcia-. Puedes decir la verdad, cariño. Para que no haya malentendidos.

– Ningún malentendido -dijo Jake-. Ya veo.

Hamish carraspeó.

– ¿Qué tal el viaje desde el aeropuerto? ¿Habéis venido charlando?

– No, yo he venido durmiendo -contestó Marcia-. Me temo que he sido muy aburrida.

– No, en absoluto -dijo Jake, con amabilidad-. Bueno, me voy, te dejo con tu Hamish.

– Eso sería estupendo.

Estaba despidiendo al campesino, claramente.

– Muy bien -sonrió Jake, subiendo a la furgoneta.

– Hasta pronto, Jake. Y gracias.

– De nada.

Hamish se quedó mirando la furgoneta hasta que desapareció por el camino.

– Has sido un poco antipática con él, ¿no te parece?

– ¿Por qué? -preguntó Marcia-. Es un médico de familia, cariño. Y yo no tengo juanetes de los que hablar.

– No, supongo que no.

Marcia estaba fuera de su territorio, pensó Hamish. Normalmente no era desagradable con nadie. Tampoco era excesivamente agradable, pero… se portaba mejor con la gente que era como ella.

Él era como ella, pensó entonces. Aquélla era la mujer con la que iba a casarse. Le gustaba su sentido del humor sofisticado. Era tan inteligente…

– ¿Dónde está la viuda?

– Dentro. Ven, voy a presentártela.

Marcia miró alrededor. El castillo a la luz de la luna era como un sueño.

– Esto se venderá por una millonada. Hamish, imagínate las fotografías en el Architectural Digest. Tu propio castillo escocés sin tener que soportar la niebla y el frío de Escocia.

– Escocia es un sitio estupendo -replicó él, sorprendiéndose a sí mismo.

– Pero si nunca has estado allí.

– No, pero soy descendiente directo de…

Marcia soltó una carcajada.

– Te has convertido en el barón de Loganaich, ya veo. Mi barón, defendiendo la tierra de sus antepasados. En cualquier momento subirás a la torre para tocar la gaita.

Hamish sonrió.

– Me he puesto una falda escocesa.

– Eso tengo que verlo.

– Pero antes tengo que presentarte a Susie.

– La viuda, sí. Bueno, vamos a quitarnos de en medio la parte horrible y luego nos divertiremos un rato. Este sitio sonaba bien sobre el papel, pero ahora que lo veo en persona… tenemos que pensar cuánto vamos a pedir por este maravillo castillo.


La reunión entre Susie y Marcia no fue un éxito precisamente. Susie estaba en la cocina, limpiando, y recibió a Marcia con cautelosa cortesía. Su prometida respondió de la misma manera… sin soltar el brazo de Hamish. Susie se excusó enseguida porque tenía que atender a su hija.

– Hay filetes en la nevera, Hamish. Los haría yo, pero…

– Yo los hago mejor que tú -sonrió él, deseando que no pareciera tan tensa. Deseando que Marcia no estuviera tan pegada a él.

– Bueno, me voy a dormir. Hasta mañana.

– Pero si sólo son las nueve -objetó Marcia.

– Susie está recuperándose todavía de un accidente -le explico Hamish. Y enseguida deseó no haberlo dicho porque ella lo fulminó con la mirada.

– No estoy recuperándome, ya me he recuperado.

– Pero cojeas -señaló Marcia.

– Pues sí, es mi pequeña idiosincrasia. A mí me gusta -replicó Susie, intentando contener su indignación-. Me voy a la cama. Voy a leer una novela de amor y no pienso recuperarme en absoluto. Hamish, tienes que enseñarle el castillo a Marcia. Seguro que estará interesada en el inventario que has hecho. Y cuando termines… Marcia, tienes que decirme cuándo vendrán los de la agencia porque tengo que organizar todo antes de marcharme. Buenas noches -se despidió, tomando a Taffy en brazos.

– ¿La he ofendido? -preguntó Marcia en voz baja.

– Supongo… no creo que sea buena idea decirle a alguien que cojea.

– ¿Qué quieres decir? Es obvio que cojea, ¿no? No esperaría que no me diese cuenta.

– Marcia… bueno, da igual. ¿Tienes hambre?

– No, he comido en el avión y estoy agotada. Quizá la viuda ha tenido una buena idea con eso de irse a dormir tan temprano.

– No la llames así. Se llama Susie.

– Bueno, como se llame. ¿Dónde dormimos?

– He pensado que podrías dormir en la habitación que hay al lado de la mía. Ven, voy a enseñártela.

– ¿No dormimos juntos?

– No. Me parece…

– Cariño, si le gustas a esa mujer cuanto antes se dé cuenta de la realidad, mejor para todos.

– No es eso. Es que… ésta es su casa y quiero que siga siendo así hasta que nos vayamos. Creo que lo mejor es dormir en habitaciones separadas.

Ella levantó una ceja.

– Muy bien. Como quieras. En realidad, tengo una cita con mi ordenador. Esta noche yo no pienso leer novelas de amor.

Hamish durmió hasta muy tarde. Solía despertarse temprano en Nueva York para llegar a la oficina antes que nadie. No recordaba la última vez que había dormido ocho horas seguidas.

Pero allí, con aquel silencio… y le gustaba aquella habitación, además. Con sus edredones tan mullidos, la cama con dosel. Se estaba convirtiendo en lord Douglas, desde luego.

Necesitaba a Marcia, se dijo. Seguramente ella haría una broma que lo devolvería a la realidad.

Pero no dejaba de pensar en Jodie. ¿Dónde estaría en aquel momento? ¿Estaría haciendo bancos de madera con su Nick? Echaría de menos a su peculiar secretaria cuando volviese a Nueva York, pensó.

Cuando volviese a Nueva York. Cuando se fuera de allí.

Cuando dejase a Susie.

Pero Susie iba a marcharse primero.

Quizá podrían seguir en contacto. Al fin y al cabo, eran casi parientes. Además, ella tenía que cuidar de una niña y de un perro estando sola. Quizá podría echarle una mano. Decía que iba a trabajar diseñando jardines otra vez, pero cualquiera podía ver que tenía problemas físicos. Sus piernas no la sostendrían durante mucho tiempo.

Él podría… podría…

No podía hacer nada. No era asunto suyo. Pero él era el jefe del clan. El barón de Loganaich. Era su obligación cuidar de…

¿De la reliquia?

La idea de que Susie fuese una reliquia era completamente absurda. Tanto que le dio la risa mientras se metía en la ducha. Aquello era una locura. Iría a buscar a Marcia y le mostraría aquel loco castillo de arriba abajo. Se reirían de lo ridículo que era, hablarían de asuntos prácticos y le preguntaría cómo iban las cosas en la oficina. Marcia era justo lo que necesitaba.

Sí, eso era.


Marcia estaba en la cocina. Con Susie, Rose y Taffy. Una fiesta, desde luego. Cuando Hamish abrió la puerta, ellas se volvieron para mirar. Y ninguna de las dos parecía contenta.

Un hombre más cobarde habría dado marcha atrás. Evidentemente, había problemas. ¿Problemas de mujeres?

– No tenemos leche de soja -dijo Susie-. Tenemos plátanos, pero a Marcia no le gustan. Las naranjas aún no están maduras, así que no podemos hacer zumo. Y a Marcia no le gustan las fresas por la mañana.

– Tienen demasiadas calorías y yo llevo una dieta muy estricta -explicó su prometida.

– Puedes tomar un filete -sugirió Hamish.

– ¿Un filete para desayunar? Hamish, por favor, dame las llaves del coche e iré al supermercado a comprar algo.

– Está a diez kilómetros y no abren hasta las diez. ¿No puedes tomar una tostada?

– Aquí la gente suele desayunar gachas -dijo Susie.

– ¿Gachas? -repitió Marcia, poniendo cara de asco-. Además, eso debe de tener muchísimas calorías.

– Oye, Marcia, que esto no es un hotel -le advirtió Hamish.

– Bueno, no pasa nada. En realidad, no tengo hambre.

– Pero estás muy delgada -dijo Susie.

– Una mujer nunca está demasiado delgada.

– Pues yo estuve demasiado delgada durante un tiempo y era horrible.

– Yo no tengo intención de sufrir anorexia si es a eso a lo que te refieres. Controlo mi dieta perfectamente.

– Yo no tenía anorexia…

Hamish carraspeó.

– Yo voy a tomar un café.

– Y yo voy a desayunar en el jardín -anunció Susie, tomando a Rose en brazos.

– Deja que te ayude -se ofreció él.

– Gracias, pero puedo hacerla yo sola.

– Susie, he hablado con los de la agencia -dijo Marcia entonces-. Llegarán mañana. ¿Estarás aquí?

– Claro que estaré aquí. Se lo prometí a Hamish. Y después me iré a casa.


Marcia se llevó el ordenador y el móvil a la playa.

– Ah, menos mal que hay cobertura. Esto es el fin del mundo, cariño.

– Sí -murmuró Hamish, distraído mirando a Susie, que estaba bañando a Rose en la orilla mientras Taffy ladraba como un histérico.

Hamish descubrió que estaba sonriendo. Pero Susie y Rose y Taffy no eran perfectos. Marcia era perfecta.

¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estaba comparándolas?

– Voy a quedarme con la niña para que Susie pueda nadar un rato -dijo entonces.

– ¿Tú vas a quedarte con la niña? -exclamó Marcia, atónita.

– Sé cambiar pañales y todo.

– Yo que tú no pondría eso en mi curriculum. No es la clase de habilidad que te consigue un buen trabajo en nuestro mundo.

«Nuestro mundo». Hamish miró el ordenador.

– ¿Quieres echarme una mano?

– Lo dirás de broma.

– Sí, claro que lo decía de broma -suspiró él-. Sigue con lo tuyo. Cuidar niños no es una tarea en la que piense ocuparme después de esto.

– Ve, niñera Douglas -rió Marcia-. Y ten cuidado, me estás manchando el ordenador de arena.

Hamish se quedó jugando con Rose en la orilla mientras Susie nadaba un rato. No tenía que hacer nada para divertirla porque la cría era feliz dando patadas a las olas.

¿Habría olas donde vivirían a partir de entonces?

No lo sabía.

Y no debería importarle.


Susie desapareció en cuanto volvieron al castillo. Subió a su habitación con dos enormes maletas que sacó de un armario y no volvieron a verla durante el resto del día.

– Me alegra mucho que esté siendo sensata -dijo Marcia-. No hacía falta que yo viniera, Hamish. Yo no creo que esté interesada en ti.

– No.

Marcia miró alrededor.

– Este sitio es precioso. Es una pena venderlo de inmediato.

– ¿Y qué sugieres que haga? ¿No estarás diciendo que te gustaría vivir aquí?

– No, pero he pensado que podríamos hacer algunas mejoras antes de venderlo… para conseguir un precio mejor. Ven, voy enseñarte a lo que me refiero.

– ¿Qué?

– Ven -insistió ella-. No entiendo cómo no se le ha ocurrido a nadie antes que a mí.

Marcia lo llevó al jardín.

– Hay que tirar ese muro para que puedan entrar las máquinas.

– ¿Qué máquinas?

– Para que los turistas puedan ver la playa desde aquí, hombre. Y aquí construiríamos una piscina. La mayoría de los turistas prefieren bañarse en una piscina olímpica que hacerlo en la playa.

– Pero…

– Hamish, el año pasado, cuando estuvimos en Bermudas, ¿pasamos algún tiempo en la playa?

– Estábamos en una conferencia.

– Claro, teníamos cosas, que hacer. Había una playa, pero no la usamos. Ese es el tipo de cliente al que queremos atraer. Hombres de negocios gente que aprecie el verdadero lujo. ¿Crees que podríamos convencer a la viuda para que se quedase aquí durante unos meses, mientras duren las obras?

– Sospecho que no hay ninguna esperanza.

Marcia se encogió de hombros.

– Bueno, encontraremos a otra persona -dijo, colocándose el móvil en la oreja-. Charles, soy Marcia. Quería pedirte un presupuesto…

Su prometida se alejó por el jardín para hablar con el constructor, dejando a Hamish pensativo. Una piscina olímpica. Destruir el jardín de Susie.

– ¿De verdad cortaríais los naranjos de Angus?

Hamish se volvió al oír la voz de Susie.

– No sabía que estuvieras aquí.

– Pues estaba -suspiró ella.

– Podrías habernos avisado de que estabas oyendo la conversación.

– La viuda es una chica muy discreta -replicó Susie, irónica-. Angus estaba muy orgulloso de sus naranjas, Hamish.

– Alguien podría estar orgulloso de una piscina olímpica -dijo él.

– Sí, Marcia seguramente.

– A mí me parece buena idea. Eso aumentaría el precio del castillo.

– Pero… si vendes el castillo, ¿el dinero no tenía que ir a un fideicomiso?

– Sí, así es. Yo sólo me quedaré con los intereses.

– ¿Marcia y tú pensáis tener hijos? ¿Alguien que lo herede?

– Pues… -Hamish no sabía cómo contestar a eso-. No tengo ni idea.

– ¿Tu hijo preferiría heredar un castillo o un montón de dinero?

– Susie…

– Ésa es la decisión que debes tomar. Y debes hacerlo rápido.

– ¿Qué haría si conservara este sitio?

– En lugar de pensar cuál es la mejor manera de ganar dinero con este castillo, podrías quedarte. Tú eres rico, ¿no?

– Sí, pero…

– Pero vas a cortar estos preciosos naranjos -suspiró Susie-. ¿Sabes que éste es el único sitio en mil kilómetros en el que crecen naranjos? La gente de Dolphin Bay come las naranjas de Angus durante todo el año. Tenemos más vitamina C que en toda Australia.

– Vaya -sonrió Hamish.

– Te da igual.

– Susie, tenemos que seguir adelante.

– Yo sigo adelante -replicó ella, irritada-. Eres tú el que no se mueve. Vas a llevarte el dinero para volver a Manhattan a hacer lo que has hecho siempre. ¿Qué pasa con el dinero? ¿Por qué es tan importante para ti?

– El dinero es importante para todo el mundo.

– Para comprar lo que uno necesita, sí. Incluso para darse un lujo de vez en cuando. Pero Marcia quiere ganar más, mucho más. Y tú también.

Hamish dejó escapar un suspiro.

– ¿Qué estás haciendo?

– Recoger fresas.

– ¿Para qué?

– Para hacer mermelada.

– Pero si no sabes cocinar.

– Pienso aprender -dijo ella, muy digna-. Me iré de aquí pasado mañana y pienso llevarme mermelada de fresas conmigo.

– Así que aprenderás a hacerla hoy mismo.

– ¿Por qué no?

No tenía miedo de nada, pensó Hamish. Entonces la recordó en la playa. Una mujer con cicatrices, que cojeaba ligeramente, lanzándose de cabeza hacia las olas.

– Seguro que encontramos una receta en Internet.

– Muy bien, gracias. Si la encuentras, dímelo.

– Pero mañana llega el representante de la agencia…

– Hablaré con él mientras hago la mermelada.

– Pero tienes que hacer el equipaje.

– Ya casi he terminado de hacerlo.

– Tenemos que ir a la playa…

– Sí, bueno…

– ¿No quieres ir a nadar el último día?

– Sí, pero…

– Pero también quieres hacer mermelada -sonrió Hamish-. ¿Por qué no la hacemos ahora mismo? Supongo que sólo nos hace falta un montón de azúcar y tarros de cristal.

– ¿Cómo sabes?

– Porque la mermelada siempre va en tarros de cristal. Además, mi tía Molly solía hacerla…

– ¿Tienes una tía que se llama Molly? -sonrió Susie.

– Sí, y es una cocinera estupenda.

– ¿Y tú solías mirarla mientras cocinaba?

– Sí, algunas veces -le confesó Hamish, tragando saliva. Aquella conversación era demasiado profunda para él. O quizá los ojos de Susie eran demasiado profundos. O quizá la idea de que a partir del día siguiente no volvería a verla.

– Si queremos terminar antes de medianoche, deberíamos empezar ahora mismo -sugirió.

– Rose está durmiendo y Taffy también -murmuró Susie entonces, como para sí misma-. Y si me voy a la cama, soñaré con naranjos arrancados de raíz, así que será mejor hacer mermelada.

– Susie…

– Lo sé, lo sé, no es asunto mío -dijo ella, encogiéndose de hombro-. Estoy siendo injusta. Además, es muy amable por tu parte enseñarme a hacer mermelada. Acepto encantada. ¿Crees que Marcia querría ayudarnos?

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