Capítulo 9

– ¿Salchichas con patatas y cebolla? ¿No crees que podrías haber elegido algo mejor para una cena romántica? -Katie arrugó la nariz al levantar la tapa y ver aquel guiso tradicional irlandés en su interior-. Podrías haber hecho solomillo, o cordero asado.

Will sacudió la cabeza.

– Las salchichas, las patatas y las cebollas pueden ser perfectamente románticas. Sobre todo cuando van acompañadas por cerveza.

– ¿Estás intentando echarla de la isla? -preguntó Katie-. Porque Claire nos encanta y como empieces a hacer tonterías, Will Donovan, no te van a quedar muchos amigos en Trall.

– Sé perfectamente lo que hago. Y también que deberíais dejar de preocuparos por mi vida sentimental.

– El problema es que Claire y tú parecíais estar muy unidos, pero desde que volviste a la isla, las cosas han cambiado. Tú no… bueno, ella no… El caso es que sólo tengo que hacer una parte de tu cama, no sé si me entiendes.

– Nos estamos dando tiempo. Y puedes decirle a todo el mundo que hago todo lo que puedo para convencer a Claire de que se quede en la isla.

– Estupendo. Pero aun así, yo no habría preparado ese guiso -se puso la chaqueta que había dejado en el respaldo de una de las sillas de la cocina-. Tienes una tarta de manzana en el congelador. Caliéntala antes de servir la cena. Por lo menos podrás ofrecerle un postre decente. Y enciende unas velas. Un poco de romanticismo no te hará ningún daño.

– Gracias -contestó Will, acompañándola a la puerta.

En cuanto la cerró tras ella, miró el reloj. Claire llegaría en solo diez minutos, tiempo suficiente para ponerse sus vaqueros más viejos y una camiseta.

Las dos semanas anteriores habían sido una auténtica tortura. Lo único que le había impedido conservar la cordura durante aquel período de celibato había sido el saber que, cuando al final hicieran el amor, el encuentro sería increíblemente intenso. Y estaba dispuesto a asumir aquel compromiso si el resultado era tener a Claire en su vida, y en su cama, para siempre.

Pero dos semanas ya eran tiempo más que suficiente. Aquella noche, volverían a dormir juntos. Y sería Claire la que lo propondría, no él. El plan era un poco taimado, pero estaba cansado de perder el tiempo. La mejor manera de hacer que Claire le deseara era fingir que su propio interés en el sexo estaba comenzando a disminuir.

Así que fue al dormitorio, se cambió de ropa y cuando terminó, se revolvió el pelo. Llevaba tres días sin afeitarse, de modo que no tendría que esforzarse mucho en mostrar un aspecto descuidado. Cuando se consideró suficientemente desaliñado, volvió a la cocina y abrió una botella de cerveza negra.

– ¿Hola?

– Estoy aquí -contestó Will al oír su voz-, en la cocina.

Segundos después, entraba Claire en la cocina con el pelo revuelto por el viento de la isla y las mejillas ligeramente sonrosadas. Will salió a su encuentro, la ayudó a quitarse la chaqueta y le dio un beso en la mejilla.

– ¿Qué tal ha ido el día? -le preguntó.

Claire se volvió lentamente hacia él. Y necesitó de toda su fuerza de voluntad para no atrapar sus labios y darle la clase de beso en la que había estado pensando durante todo el día.

– Muy bien -respondió Claire-. He empaquetado algunas cosas para enviárselas a Sorcha. Y he estado haciendo algunos colgantes para la tienda.

– Estás preciosa -dijo Will, fijándose en la blusa de algodón y la gargantilla.

La tela era casi transparente y reconoció el sujetador de encaje que llevaba debajo. Se lo había quitado en más de una ocasión, pero había pasado una eternidad desde la última vez que habla tenido acceso a su ropa interior.

Una ligera sonrisa curvó los labios de Claire ante su cumplido. Se alisó la blusa.

– Gracias. No es mía, la he encontrado en el armario de Sorcha.

– Si piensas quedarte en la isla, deberías pedir que le enviaran tus cosas -sugirió Will.

– Probablemente -Claire se acercó a la cocina y comenzó a mirar en las cazuelas-. ¿Qué vamos a cenar?

– Nada especial. ¿Quieres una cerveza?

– ¿No tienes vino? El otro día vi una botella de champán en la nevera, ¿la abrimos?

– Estaba reservándola para una ocasión especial -se sentía miserable, pero había cosas que un hombre no podía dejar de hacer. Abrió una botella de vino blanco y le sirvió un vaso-. Eh, he pensado que podríamos jugar a algo para pasar el rato.

– ¿Sí? -Claire tragó saliva-. Me acuerdo que eras muy bueno jugando a «yo nunca…».

– Tengo un Scrabble. He pensado que podríamos echar una partida antes de la cena.

– ¿Quieres jugar al Scrabble?

Will advirtió la decepción en su mirada.

– Has dicho que te apetecería jugar. O si prefieres, tengo un backgammon.

– No -respondió Claire, forzando una sonrisa-. El Scrabble será divertido.

Will se frotó las manos.

– Genial. Voy a buscarlo.

Fueron juntos hasta el salón. Will había dejado el tablero sobre una mesita de caoba, cerca de la chimenea. Acompañó a Claire hasta una butaca y se sentó frente a ella.

– ¿Sabes? Es una maravilla que podamos pasar una velada tranquila en casa, sin pensar en… ya sabes.

– ¿En qué?

– En el sexo -intentó mantenerse serio-. De hecho, durante la última semana apenas he pensado en el sexo. Tu plan me ha enseñado a reordenar mis prioridades en nuestra relación.

– ¿Ah, sí?

Will sabía que la estaba desconcertando, pero ya era hora de que se diera cuenta de que no podían planificar todos y cada uno de sus movimientos.

– Me encanta el Scrabble -dijo Will-. Deberíamos jugar por lo menos una vez a la semana. ¿Qué te parece los sábados por la noche? Sería un buen plan.

– Bueno, no para todos los sábados. Es posible que a veces queramos hacer otra cosa.

– Quizá, pero si no tenemos nada mejor que hacer, el Scrabble siempre puede ser divertido -sacó el saco con las fichas-. Vamos, el que tenga una letra más próxima a la «a» empieza.

Claire tuvo el honor de iniciar la partida.

– «Pena» -escribió Claire, colocando las fichas en el tablero-. Diez puntos.

– Y yo utilizo la «p» para escribir «pene» -dijo Will-. Ocho puntos, más el doble por la pe, dieciséis.

– No, no puedes multiplicarlo por dos porque ya lo he hecho yo.

– Son las normas irlandesas -se defendió Will.

Claire frunció el ceño.

– De acuerdo. «Sepia». Siete puntos.

Will se quedó mirando fijamente sus fichas y eligió tres.

– «Sexo» -dijo, y colocó las fichas utilizando la «e» de pene-. La «s» y la «x» tienen doble valor, así que diecinueve puntos.

Claire frunció el ceño.

– Está bastante claro en qué estás pensando esta noche.

– En absoluto -la contradijo Will-. Es curioso, pero no estoy pensando en el sexo en absoluto. Son las letras que me han tocado. Te toca.

– ¿Y por qué no estás pensando en el sexo? -preguntó Claire-. Que no estemos teniendo relaciones sexuales no significa que no puedas pensar en el sexo.

– Prefiero sacármelo completamente de la cabeza. De hecho, así es mucho más fácil. No lo echo de menos en absoluto.

Claire volvió a prestar atención a las fichas. Al cabo de unos segundos, colocó una palabra.

– «Agitación». Siete puntos.

– «Orgasmo» -dijo Will, colocando las letras sobre el tablero-. Veinte puntos. Es una pena que no tenga la «i», la «c» y la «o». Habría conseguido cincuenta puntos con «orgásmico».

– ¿Estás haciendo trampa? -preguntó Claire.

– ¿Cómo voy a hacer trampa en este juego? Ah, espera, no he terminado -añadió una «s»-. «Orgasmos», veinte puntos. ¿Cómo vamos? -tomó la libreta en la que Claire iba apuntando-. Tú tienes veinticuatro puntos y yo cincuenta y siete.

Claire le fulminó con la mirada.

– ¿Sabes? Creo que no estoy de humor para jugar al Scrabble.

– ¿Te apetece que juguemos al backgammon? ¿Al ajedrez?

– ¿Y si nos sentamos a hablar? -se levantó, se sentó en el sofá y palmeó a su lado-. Podemos intentar relajarnos.

Will no aceptó la invitación. Se sentó en frente de ella, en una butaca, estirando las piernas.

– Hoy ha hecho un tiempo muy agradable, ¿verdad? No hacía mucho frío. Normalmente, siempre llueve en esta época del año -seguro que hablando del tiempo conseguía desquiciarla.

– Pues la verdad es que no lo sé, puesto que éste es mi primer noviembre en Trall.

– Exacto -dijo Will, asintiendo-. ¿Te has enterado de que Mary va a pintar la panadería? Me ha dicho que le apetece pintarla de azul claro.

Claire se levantó y se pasó las manos por las caderas.

– ¿Sabes? Me duele un poco la cabeza.

– ¿Quieres una aspirina?

– No, no. Probablemente haya sido el vino. Creo que estoy un poco cansada. A lo mejor… debería acostarme.

Aquélla era una evolución interesante de los acontecimientos, pensó Will. ¿Estaría esperando que la invitara a su cama?

– Si quieres, puedo llevarte a casa en coche.

– No -replicó Claire-, he traído el coche de Sorcha.

– Podrías llevarte algo de cena. A lo mejor te entra hambre más tarde.

Claire negó con la cabeza.

– No, ya hablaremos mañana, Will.

Will la observó dirigirse a la cocina para buscar su chaqueta. Unos segundos después, oyó que se cerraba la puerta de atrás y rió para sí.

Quizá no estuviera jugando limpio, pero si no forzaba la situación, podían continuar meses así. Y él no estaba dispuesto a ser solamente el amigo de Claire O’Connor.

Miró el reloj. Estaba seguro de que volvería. Regresaría a casa de Sorcha. empezaría a pensar en la noche que podrían haber pasado juntos y al cabo de un par de horas, decidiría que ya tenía más que suficiente. Y entonces, por fin podrían comenzar a disfrutar de su futura vida de pareja.


Claire puso el coche en marcha y salió a toda velocidad. No estaba segura de si reír o llorar. ¿No era de eso exactamente de lo que se estaba intentando proteger?

Cuando había vuelto a Trall, pretendía averiguar si su relación con Will tenía futuro. Ya se había engañado con Eric en una ocasión y no se le ocurría nada peor que dejarse engañar otra vez por una aventura. Pero, en aquel momento, estaban comenzado a cumplirse sus peores temores: Will estaba perdiendo su interés en ella.

– Deberías alegrarte -se dijo a sí misma-. Lo has averiguado antes de que haya podido romperte el corazón… por completo.

La verdad era que, al final, terminaría con el corazón roto, pero por lo menos se había salvado de una completa humillación.

¿Pero en dónde la dejaba aquella nueva situación? Había abandonado su vida en los Estados Unidos. Seguramente, Eric ya había contratado a otro director artístico. En Chicago sólo le quedaba su familia.

Claire aparcó el coche y subió corriendo al apartamento. Una vez allí, se quitó la chaqueta, se descalzó y se metió en la cama. Había trazado un cuidadoso plan en su relación con Eric y en tres años lo había echado a perder. Y el plan que con tanto cuidado había diseñado para aclarar su relación con Will se había convertido en un fracaso total en menos de un mes. A ese ritmo, su próxima relación duraría cerca de treinta segundos.

Claire se acurrucó bajo las sábanas y cerró los ojos. Las imágenes de Will, desnudo y excitado, se multiplicaban en su mente. Tenía la sensación de que hacía siglos que no hacían el amor, pero la verdad era que apenas habían pasado unas semanas. E, incluso en aquel momento, le bastaba pensar en lo que habían compartido para experimentar un intenso deseo.

A lo mejor debería haberse ido a Nueva York. Debería haber hecho caso de lo que le decía su intuición. En realidad aquello sólo había sido una aventura. Claire gimió para sí y enterró la cabeza en la almohada. A pesar de lo que le decía la lógica, en el fondo sabía que no podía ser cierto. Que lo que había compartido con Will había sido mucho más que sexo.

El sonido del teléfono quebró el silencio de la noche y Claire se levantó rápidamente de la cama. Al principio, no quería contestar. Pero pensó entonces que su abuela solía llamarle a esa hora, así que corrió al teléfono.

– ¿Diga?

– Claire, soy Sorcha.

– Hola. Sorcha.

– Espero no haberte despertado.

– Sólo son las nueve de la noche, ¿qué tal por Nueva York?

– Oh, es todo maravilloso. Ayer nevó y esta semana se celebra el día de Acción de Gracias. Eric me ha dicho que tengo que cocinar un pavo. ¿De dónde viene esa obsesión de los estadounidenses con el pavo? ¿Es una especie de icono sagrado? Es posible que tenga que llamarte para que me digas la receta.

– Estoy a tu disposición. ¿Y qué tal está Eric?

– Estupendamente. Está siendo encantador conmigo. Claire. Me ha llevado a cenar a un restaurante precioso de Greenwich Village, y me está presentando a sus amigos. ¿Y a ti cómo te va con Will? ¿Todavía no os habéis casado? Me enfadaré como no me pidas que sea la madrina. O, mejor todavía, como no me encargue yo de organizar la ceremonia.

Claire se interrumpió. La emoción le impedía hablar.

– La verdad es que las cosas no van muy bien. Creo que Will está perdiendo el interés. Probablemente debería haberme ido con vosotros.

– ¿Will? -se echó a reír-. Oh, por favor, pero si está loco por ti.

– Hemos intentado ir un poco más despacio en nuestra relación, para así poder llegar a conocernos como amigos.

– Dios mío, ¿por qué habéis hecho una cosa así? -preguntó Sorcha.

– Pensé que podría ser… -Claire suspiró-. Es una tontería, lo sé. Pero, al principio fue todo tan rápido… Y ahora él ha perdido el interés en el sexo, y en mí.

– No puedes estar tan segura. A lo mejor sólo estaba de mal humor y lo que tienes que hacer es intentar animarle un poco.

– ¿Y cómo voy a hacer eso?

– Vete a la pensión, desnúdate y métete en su cama. Estoy segura de que os arreglaréis antes de que amanezca. Y si no, tengo varias botellas de agua del manantial del Druida encima del fregadero de la cocina. Prepárale un té y volverá a desearte.

– No pienso hacer eso.

– Eres tú la que tiene que decidir. Pero si vosotros dos no estáis hechos el uno para el otro, entonces no sé quién podría estarlo.

– A lo mejor debería hablar con él. Si lo nuestro ha terminado, quiero saberlo cuanto antes para poder continuar con mi vida.

– Vete a verle a la posada. Y cuando hayáis pasado una placentera noche de sexo, ¿podrías buscar mi abrigo azul y mis botas altas y enviármelas por correo? O mejor, dáselas a mi madre.

– Lo haré.

Estuvieron hablando durante unos minutos más hasta que Claire se despidió y colgó el teléfono. Miró después a su alrededor, el que hasta entonces le había parecido un lugar acogedor, le resultó de pronto frío y hostil. Agarró la chaqueta y se dirigió hacia la puerta. Había llegado la hora de aclarar algunas cosas. Si Will había perdido el interés en ella, no tenía ningún motivo para quedarse en Trall.

Tardó cinco minutos en regresar a la posada. Aparcó y corrió hacia la puerta, pero, para su sorpresa. Will había cerrado con llave.

– Maldita puerta -gritó.

Cerró el puño y llamó hasta hacerse darlo en la mano.

Unos segundos después, se encendió la luz de la ventana y Will abrió la puerta. Iba descalzo y sin camisa y era evidente que acababa de ponerse los pantalones.

– Has tardado mucho -musitó, pasándose la mano por el pelo y mirándola con los ojos entrecerrados.

La agarró del codo para hacerle pasar.

– Tenemos que hablar -dijo Claire, intentando controlar la emoción de su voz.

– No, no tenemos que hablar -Will enmarcó su rostro con las manos y la besó.

Deslizó la lengua entre sus labios y prolongó el beso hasta dejar a Claire sin respiración.

– Eso está mucho mejor -Will se volvió y se dirigió hacia el salón-. ¿Vienes?

– ¿Adónde? -preguntó Claire.

– A la cama, para eso has venido, ¿no?

– He venido aquí para hablar contigo.

– No, no vamos a hablar. Vamos a meternos en la cama. Ya hablaremos mañana por la mañana.

– ¡No puedes obligarme a acostarme contigo! -gritó Claire.

– No te estoy obligando a nada -repuso Will-. Te estoy invitando. Claire.

– ¿Pero qué va a pasar con nuestro plan?

– ¿Te refieres a tu plan? Quiero dejarlo ya. Odio tu plan. Tengo montones de amigos. Claire, y de vez en cuando me tomo una pinta con ellos en el pub. Pero cuando pienso en ti, no pienso sólo en una amiga. Tú eres la mujer a la que quiero.

– ¿Me quieres?

– Claro que te quiero. Si no, no habría soportado este estúpido plan durante dos semanas. Quiero que estés conmigo cada día y cada noche. No quiero jugar al Scrabble y no quiero hablar del maldito tiempo. Quiero estar contigo desnudo en la cama y ser completamente feliz. ¿Te parece que eso tiene algo de malo?

– Nada.

– Estupendo. Y en ese caso, creo que ya va siendo hora de que hagamos un nuevo plan; creo que deberíamos planear no tener ningún plan.

Claire consideró su sugerencia. La verdad era que las cosas habían ido mucho mejor entre ellos cuando lo habían dejado todo en manos de la espontaneidad.

– Sí, supongo que podríamos intentarlo -contestó.

Will se la quedó mirando fijamente y sonrió.

– Ven a la cama conmigo. Claire -le tendió la mano y ella se acercó lentamente a él.

La condujo a su habitación y, una vez allí, se sentó en el borde de la cama y la desnudó lentamente. Se levantó después frente a ella, se desabrochó los pantalones y los dejó caer hasta sus pies.

– Así es como deberían ser siempre las cosas entre nosotros -susurró.

Posó la mano sobre su seno y se inclinó para tomar el pezón con la lengua.

– Lo siento -susurró Claire, hundiendo las manos en su pelo-, estaba asustada. Y cuando tengo miedo, hago muchas tonterías.

Will le rodeó la cintura con los brazos y la miró a los ojos.

– Afortunadamente para todos. Porque venir a Trall era una gran estupidez y, sin embargo, es lo mejor que me ha pasado en mi vida.

– ¿De verdad?

– No tienes por qué tener miedo. Nunca te haré daño, te lo juro. Nunca.

– No he parado de pensar en todas las razones por las que esto no podía funcionar, en los motivos por los que tenía que protegerme. Pero aun así, continúo queriendo que estemos juntos -confesó Claire.

Will presionó la frente contra la curva de su cuello.

– No deberías pensar tanto.

– ¿Tú no piensas en nosotros?

– Pienso en la suavidad de tu piel, en cómo me gusta oírte reír y en lo agradable que es poder besarte cuando quiero. En lo maravillosa que estás desnuda, y vestida también. Pienso en lo inteligente que eres y en que tienes una manera muy original de verlo todo, una forma que me demuestra que eres única -se interrumpió-. Pero, cuando estoy contigo, no pienso, siento.

– Al final lo he estropeado todo, ¿verdad?

– No has hecho nada que no pueda arreglarse. Mis sentimientos no han cambiado en estas dos semanas, ¿y los tuyos?

Claire negó con la cabeza.

– Tampoco.

Will la abrazó con fuerza.

– ¿Y qué es lo que le ha hecho reaccionar, lo del Scrabble o la conversación sobre el tiempo?

Claire echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

– En realidad, fue el comentario sobre que Mary Kearney iba a pintar de azul la panadería.

– Interesante -dijo Will.

– Sabías que iba a venir esta noche, ¿verdad? Me estabas esperando.

– Esperaba que volvieras. Y si no, estaba dispuesto a presentarme en el apartamento de Sorcha y meterme en tu cama.

– Estamos mejor aquí. La cama es mucho más cómoda. Y más grande -frunció el ceño-. ¿No le habías prometido esta cama a Sorcha?

– Sí, pero prefirió a Eric.

Will la tumbó en la cama y se tumbó a su lado, enredando las piernas con las suyas. Comenzaron a acariciarse lentamente, buscando sus rincones favoritos, aquellos en los que sabían que podían darse mayor placer.

Will estaba ya excitado y cuando Claire rodeó su miembro con los dedos, escapó de sus labios un largo suspiro. Claire comenzó a acariciarle y Will, a cambio, buscó el centro de su deseo y lo rozó delicadamente con el pulgar.

Pero a Claire no le bastaba con tocarle. Dio media vuelta en la cama y se sentó a horcajadas sobre él. Will la miró con los ojos resplandecientes de deseo mientras ella le invitaba a acercarse a la entrada húmeda de su cuerpo y descendía después lentamente sobre él.

– Oh -suspiró Will-. Así es como tenemos que estar. Juntos.

Claire comenzó a moverse. Se inclinaba hasta dejarle prácticamente fuera de ella y volvía después a caer. Controlaba el ritmo y la profundidad de la penetración y podía darse cuenta de que Will estaba intentando controlarse. Se inclinó hacia delante y deslizó la lengua por su labio inferior.

Will hundió la mano en su pelo y la retuvo contra él, atrapando sus labios en un beso. Pero aquello sólo sirvió para acercarlo más al límite. La sujetó, intentando que dejara de moverse, pero Claire quería que se entregara por completo.

– No -le pidió Will-. Claire, por favor, más despacio.

– No -gimió ella-. No puedo. Te deseo demasiado.

Volvió a besarle y sintió entonces todos los músculos de su cuerpo en tensión. Un instante después. Will estallaba en un orgasmo explosivo; su cuerpo entero temblaba con cada una de sus sacudidas.

Claire se derrumbó sobre él. Escondió el rostro en la curva de su cuello y tomó aire, inhalando su esencia. Hasta ese momento, nunca había creído de verdad que fueran a pasar el resto de su vida juntos. Pero de pronto, era capaz de imaginarlo.

Will le acarició el pelo lentamente.

– ¿Ya estamos bien? -le preguntó.

– Si -contestó Claire, sonriendo. Se incorporó sobre el codo y le miró a los ojos-, estamos bien.


Will llenó un vaso de zumo de naranja, tomó las tostadas y extendió sobre ellas una cucharada de mermelada. Aunque había intentado convencer a Claire de las ventajas del desayuno irlandés consistente en huevos, salchichas, beicon y, por supuesto, patatas, ella prefería algo más sencillo.

Sonrió para si. Era agradable saber aquellas pequeñas cosas sobre ella, como que solía ahuecar la almohada antes de dormir o se retorcía un mechón de pelo cuando leía. No eran cosas importantes, pero eran detalles en los que Will se había fijado.

Y le gustaba dormir hasta tarde. Eran casi las diez y Will normalmente empezaba el día al amanecer. Aquella noche apenas había dormido un par de horas, pero se sentía vivo, lleno de energía.

Habían pasado la noche haciendo el amor, como si no hubiera límite para su deseo. Cada vez que se acariciaban, Will quería más. Quería disfrutar de un futuro con Claire y haría todo lo que estuviera en su mano para hacerlo posible. Su viaje a Dublín había sido una manera de escapar, pero también había estado considerando algunas oportunidades de trabajo. Aunque tenía dinero suficiente como para vivir sin trabajar, necesitaba una profesión, algo en lo que ocupar su mente para no estar pensando en Claire veinticuatro horas al día.

En cuanto a Claire, también ella necesitaba algo con lo que satisfacer sus propias ambiciones. Se había entregado a la pintura y estaba emocionada con su evolución, pero él sabía que para tener éxito en cualquier empresa, debería abandonar Trall.

Había estado pensando en todas las opciones. Estaba Dublín, si querían quedarse en Irlanda. Pero también podían trasladarse a Londres si Claire quería algo un poco más sofisticado, o a París, el centro del mundo del arte. Podían incluso volver a Estados Unidos. Will estaría encantado de vivir en Chicago siempre y cuando estuviera con Claire, o en Nueva York.

Acababa de preparar la tetera y de colocarla en la bandeja para subírsela a Claire cuando oyó el timbre de la puerta principal. Eran poco más de las diez de un lunes por la mañana. No tenía ninguna reserva, así que pensó que O'Malley pasaba por allí para darse un baño.

Will corrió al salón para abrir la puerta. Pero en vez de encontrarse al bañista más famoso de Trall, descubrió a una anciana con una maleta a los pies.

– Buenos días -la saludó.

La anciana estudio el rostro de Will con expresión inescrutable.

– Entonces es usted, ¿verdad?

– Eso depende de a lo que se refiera.

– ¿Es usted el hombre que me ha robado a mi nieta?

Will contuvo la respiración.

– Ah, se refiere a Claire. ¿Es usted Orla O'Connor?

– Sí, soy yo.

Era una mujer pequeña, con el pelo blanco y delgada. Pero tenía una mirada de acero que le hizo temblar. Era lo más parecido a un padre que Claire tenía en Irlanda y la desaprobación que reflejaba su rostro era obvia. Will no estaba muy seguro de lo que le parecería encontrar a Claire desnuda en su cama, pero sospechaba que no le haría mucha gracia.

– Ha hecho un viaje muy largo, señora O'Connor -tomó su maleta y la invitó a entrar.

– He pasado por la tienda y Claire no estaba. Debo suponer que está aquí, ¿verdad?

– Sí, está aquí, ¿quiere que vaya a llamarla?

– No, antes me gustaría hablar con usted.

– Acabo de preparar un té. ¿Por qué no viene al comedor y desayunamos? Después le enseñaré su habitación. Porque se quedará aquí algún tiempo, ¿verdad?

Orla frunció el ceño.

– Es usted encantador, eso tengo que reconocerlo.

Parecía más un insulto que un cumplido, pensó Will.

– Claire me ha hablado mucho de usted. Tenía ganas de conocerla -le señaló la mesa, le sacó una silla y corrió después a la cocina.

Una vez allí, tomó la bandeja con el desayuno de Claire y se la sirvió a su abuela.

– Hay té y tostadas. La mermelada es de frambuesas de la isla.

– ¿Se le da bien la cocina?

– Hago lo que puedo. En la posada ofrecemos desayunos y yo suelo ayudar a la cocinera.

Orla bebió un sorbo de té y miró a su alrededor.

– ¿Dónde está Claire?

– Eh, todavía está durmiendo. Ayer nos acostamos tarde. Pero si quiere, puedo despertarla.

– Supongo que estará durmiendo en su cama.

Will se aclaró la garganta.

– Sí, supone usted correctamente.

– No puedo asegurar que yo fuera capaz de resistirme a los encantos de un hombre como usted si tuviera menos años.

– Pocos menos -bromeó Will.

Aquello le valió una sonrisa. Will disfrutó de su pequeña victoria. Y era un placer ver de dónde había sacado Claire su belleza y su franqueza. Su abuela y ella estaban cortadas por el mismo patrón.

– Además, conozco los efectos del agua de esta isla. Así fue como conseguí que mi marido se casara conmigo.

– Interesante.

– Déjeme aclarar una cosa -continuó Orla-. ¿Cuáles son sus intenciones, señor Donovan?

Will pensó un momento en la pregunta y después decidió contestar sinceramente.

– Pretendo casarme con su nieta en cuanto ella esté dispuesta. Pero después de lo que pasó con Eric, creo que necesitará algún tiempo y quiero darle todo el tiempo que necesite. Y cuando nos casemos, espero formar una familia y hacer feliz a su nieta durante el resto de su vida.

– ¿Y dónde vivirán?

– Donde Claire quiera.

Orla asintió en silencio.

– Parece que tiene todas las respuestas a mis preguntas.

– Eso es bueno, ¿verdad?

La anciana sonrió, en aquella ocasión con más cariño.

– Eso es muy bueno. Ahora, me gustaría refrescarme un poco antes de ver a mi nieta. Quiero que me dé la mejor habitación y después despierte a Claire para decirle que tiene una visita.

– Estará encantada de verla.

– Por supuesto, soy su abuela favorita.

Will instaló a Orla en la primera habitación que había ocupado Claire. Antes de marcharse, encendió la chimenea.

– Espero que esté cómoda.

– Esta habitación me trae viejos recuerdos -dijo Orla con una sonrisa melancólica-. Me parece que fue ayer cuando me trajo el barco. Yo era muy joven entonces. Tenía toda la vida por delante -se sentó en el borde de la cama-. Y pensaba que íbamos a pasar toda la vida juntos.

Will vio las lágrimas que asomaban a sus ojos, se sentó a su lado y le tomó la mano.

– Perdí a mi marido hace cinco años. E, incluso después de haber pasado cuarenta y cinco años con él, siento que no fue suficiente -se volvió hacia Will-. No pierda ni un solo día. Porque el tiempo nunca se recupera.

– Así que el agua funcionó.

– A veces las relaciones necesitan un poco de magia, señor Donovan. Real o imaginada, eso no importa. Cuando estamos enamorados somos capaces de aferramos a cualquier cosa para creer que es para siempre.

Will se inclinó hacia delante y le dio un beso en la mejilla. Sospechaba que el abuelo de Claire no había tenido elección en cuanto Orla había puesto los ojos en él. Y deseó que Claire estuviera tan segura de sus sentimientos como su abuela.

Dejó a Orla deshaciendo el equipaje y corrió a buscar a Claire. Cuando llegó al dormitorio, la encontró dormida. Se tumbó a su lado y la besó, pero no se despertaba, así que terminó sacudiéndola ligeramente.

Claire gimió.

– Vete, todavía es muy pronto.

– Dijiste que querías hablar. Ya es por la mañana, así que he pensado que podríamos hacerlo ahora.

Claire abrió los ojos y le miró con recelo.

– ¿Quieres que hablemos?

– Sé lo mucho que te gusta tu trabajo y en realidad, no hay nada que me ate a esta isla. Mi hermana y su marido quieren hacerse cargo de la posada, así que he estado pensando que quizá queramos cambiar de residencia. En el caso de que yo quiera trabajar, puedo hacerlo en cualquier parte, así que…

– Espera -dijo Claire, apartándose el pelo de los ojos-. ¿A qué huele?

Will parpadeó.

– Yo no huelo a nada.

– Pues yo sí -olfateó-. ¿De verdad no lo hueles? Porque a mí esto me huele… a un plan.

Will soltó una carcajada.

– Sí, supongo que tienes razón. Lo siento, no sé qué me ha pasado. Supongo que habrá sido la falta de sueño.

Claire alargó la mano y le acarició la mejilla.

– Ya veremos a dónde nos lleva la vida -le dijo-. Ahora mismo estoy feliz aquí, contigo. Si surge algo más interesante, ya hablaremos entonces. No quiero que ningún plan arruine nuestra vida en común.

– Muy bien, entonces, no haremos planes. ¿Pero hay algo que podría apetecerte hacer durante el próximo par de meses?

– Me gustaría ir a Chicago. Necesito sacar todas las cosas de mi apartamento. Y me gustaría presentarte a mi familia.

– No es mala idea. Aunque a tu abuela ya la conozco.

– ¿Te ha llamado? -Claire se sentó en la cama-. Hablé con ella hace unos días, y no se puso muy contenta.

– Ahora parece que está bien -dijo Will-. Le he dado la mejor habitación y está descansando un poco. Le he dicho que irías a verla en cuanto te vistieras.

– ¿Mi abuela está aquí? -preguntó estupefacta.

– Ha llegado en el primer ferry. Me ha dicho que había venido para llevarte, pero le he explicado que no va a poder hacerlo tan fácilmente. Así que hemos llegado a un acuerdo y, siempre y cuando mis intenciones sean honradas, no intentará convencerte de que te vayas.

– ¿Y lo son?

– Algunas. Las demás son completamente indecorosas -la agarró de la mano-. Vamos, vístete. Tu abuela ha hecho un largo viaje para convencerle de que soy una especie de sinvergüenza sin escrúpulos. Y creo que tú deberías convencerla de todo lo contrario.

– Siempre se ha preocupado mucho por mí. Siempre he sido su favorita.

La vio levantarse de la cama y recoger su ropa. Mientras se duchaba. Will estuvo hablando con ella. Y cuando salió de la ducha, la envolvió en una toalla y la ayudó a secarse.

En eso consistía la vida, reflexionó Will. En disfrutar de las pequeñas cosas, sabiendo que estaba con la única persona que lo significaba todo para él. Fueran cuales fueran las circunstancias que les habían unidos, se habían encontrado el uno al otro. Y tenía que comenzar a construir una vida en común.

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