Capítulo 8

Claire revisó su billete y alzó la mirada hacia la pantalla que anunciaba las salidas, Eric estaba sentado a su lado, con los brazos cruzados y expresión sombría.

– Parece que acabo de atropellar a tu perro -dijo Claire.

– No tenías por qué haberme sacado de la isla como si fuera un niño mimado. Pensaba irme solo.

– No te creas, no sabes el poder que tiene Sorcha Mulroony sobre los hombres.

– Desde luego, es una mujer de lo más caliente en la cama.

– No sigas -dijo Claire, tapándose los oídos-. Sólo hace una semana que no estamos juntos. No creo que tengas derecho a decirme ese tipo de cosas.

– Lo siento -musitó Eric-, ¿pero qué me dices de ti? Tampoco tardaste mucho en correr a los brazos de Will.

– Sí, admito que quizá tú y yo no tuviéramos que estar juntos. Y que quizá hiciste bien al cortar conmigo. Seguramente nos has ahorrado mucho dolor.

– En ningún momento quise hacerte daño. Claire. Pero la situación se me estaba yendo de las manos. Cuanto más pensaba en nuestro futuro matrimonio, más sentía que estaba perdiendo el control sobre mi vida. Necesitaba tiempo para pensar. Pero no pude hacer las cosas peor. Lo siento.

– Me lo has dicho un montón de veces, así que supongo que tendré que creerte.

– ¿Y confías en mí lo suficiente como para aceptar ese trabajo de Nueva York? Sé que lo harías magníficamente. Y que formaríamos un buen equipo.

– Quiero pensar en ello. Me gustaría ver las oficinas, y quizá pasar algún tiempo en Nueva York, conocer a la gente que trabaja en la agencia.

Eric sonrió y Claire ya no pudo seguir enfadada con él. Quizá llegaran a ser buenos amigos.

– Voy a buscar algo de beber -Eric se levantó de su asiento-. No tenemos que embarcar hasta dentro de cincuenta minutos, ¿quieres algo?

– No. gracias.

Mientras veía marcharse a Eric. Claire no pudo evitar preguntarse cómo era posible que hubieran cambiado tan rápidamente sus sentimientos. Eric había dejado de ser su príncipe azul, pero seguía siendo un buen tipo.

Y, si no hubiera sido por él, nunca habría conocido a Will. Algo bueno había salido de aquellos tres años de relación. Se había descubierto a sí misma en Irlanda. Había dejado Iras ella a la persona comedida y ordenada que era en Chicago y habla descubierto a una mujer salvajemente apasionada.

– ¿Ya ha llegado la hora de embarque?

Claire alzó la mirada y descubrió estupefacta a Sorcha frente a ella. Sorcha les había dejado una hora antes en el aeropuerto, después de despedirse de Eric con un beso interminable.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– Eric me invitó a Nueva York y he decidido ir. Siempre he querido conocer esa ciudad.

– Pero, ¿y tu tienda? Yo pensaba que Trall era tu verdadero hogar.

– No se pueden tener aventuras si uno se queda siempre encerrado en su casa. Y la vida es una gran aventura, ¿no te parece?

– ¿Pero de verdad sabes lo que estás haciendo?

Sorcha vaciló un instante y frunció el ceño.

– Oh, no. No estaré entrometiéndome en una reconciliación, ¿verdad?

– No -respondió Claire-. Eric y yo no vamos a volver a estar juntos.

– Estupendo. En ese caso. Will y tú tenéis todavía posibilidades. Él te adora, ¿sabes? No sé muy bien cómo va a poder vivir sin ti.

Claire sonrió.

– No seas tonta, él nunca…

– Me lo ha dicho a mí. Por supuesto, no podía decírtelo a ti. Ya sabes lo tontos que pueden llegar a ser los hombres.

– ¿De verdad te ha dicho que me quería?

– El problema es que te dio a beber agua del manantial del Druida y ahora cree que ése es el motivo por el que las cosas fueron tan… intensas entre vosotros -frunció el ceño-. En realidad, nunca había creído en la magia.

– Yo también le di agua del manantial -dijo Claire-, así que estamos en paz.

Sorcha le agarró las manos a Claire y se sentó a su lado.

– Voy a serte sincera. ¿Sabes? Yo no sé de dónde viene toda esa leyenda del manantial del Druida. Personalmente, creo que es agua normal y corriente. Es probable que toda la leyenda sea una tontería. Pero incluso en el caso de que el agua te haya ayudado a dar un paso en la dirección correcta, entre vosotros hay mucho más de lo que haya podido hacer la magia.

Si Sorcha, que era druida, no creía en el poder del agua. Claire tendría que reconsiderar seriamente su opinión sobre ese asunto.

– No sé qué hacer.

Sorcha buscó en el bolso y sacó las llaves del coche.

– Yo me iré con Eric a Nueva York. Tú regresa a Trall y continúa lo que has empezado con Will. Puedes llevarle mi coche y quedarte en mi casa. Y, si no te importa, podrías abrir la tienda de vez en cuando. Si necesitas hacer alguna poción, todas las recetas están en una libreta, debajo de la caja registradora.

Claire intentó pensar en todas las razones por las que no debería regresar a la isla. Pero había dejado de ser una persona que lomaba racionalmente todas sus decisiones. En ese momento, era su corazón el que mandaba, y el corazón le decía que siguiera el consejo de Sorcha.

Así que tomó las llaves y se despidió de Sorcha con un abrazo.

– Gracias. Te prometo que cuidaré de la tienda. ¿Cuándo piensas volver?

– No lo sé. Ahora no quiero pensar en el futuro.

Claire tomó su bolsa de viaje y se la colgó al hombro.

– Despídeme de Eric.

Mientras caminaba por el aeropuerto, pensaba que Sorcha tenía razón. La vida era una aventura.

Para cuando abandonó el aeropuerto, eran casi las doce. El vuelo salía con retraso y había tenido oportunidad de recuperar su equipaje.

Localizó el coche de Sorcha en el aparcamiento, guardó el equipaje en el asiento de atrás, encendió el motor y emprendió camino hacia Trall, siguiendo las señales de la carretera.

Pero cuanto más se acercaba a la ciudad, más dudas tenía sobre la decisión que había tomado. Si regresaba a Trall, estaría comprometiéndose a un futuro con Will. Era una decisión muy importante, y a lo mejor debería darse algún tiempo hasta estar segura de que estaba preparada para tomarla.

De camino hacia Trall, Claire vio la señal de Castlemaine y recordó los días que había pasado con Will en su casa. Había pasado algo especial en aquel lugar. Habían jugado a imaginar que estaban enamorados, pero lo que había sucedido había terminado siendo mucho más real de lo que ninguno de los dos esperaba.

Para cuando Claire llegó a la zona de embarque del ferry era presa de sentimientos encontrados. Quería volver a ver a Will, pero tenía miedo. Quería decirle lo que sentía, pero no estaba segura de que los sentimientos fueran recíprocos. Y quería comenzar una nueva vida en Irlanda, pero sin Will, sería imposible.

En el momento que subió en el ferry, comprendió que aquél era un acto de fe. Y aunque nada de aquello estuviera planeado, sabía que estaba haciendo lo que debía.


Will fijó la mirada en la pantalla de su portátil y alargó la mano hacia la taza de café. Estaba fría. Se levantó, se acercó al mostrador y dejó allí su laza. El joven encargado de la máquina del café volvió a llenársela. Will había optado por Dublín a falta de otro lugar mejor al que ir. Había pensado en Suiza o en Italia, pero al final, había ido a Dublín a ver a su familia. El tiempo que pasaba con sus sobrinos le ayudaba a no pensar en Claire.

Llevaba una semana allí y revisaba constantemente los mensajes del móvil y el correo electrónico, esperando que Claire le hubiera escrito o llamado para decirle que había llegado bien a Nueva York. Pero no había recibido ninguna noticia de ella, nada que indicara que pensara si quiera en él.

Sabía que tendría que regresar a Trall. Pero continuaba albergando la esperanza de despertarse un día y conseguir pasar por lo menos una hora sin pensar en ella. A lo mejor había llegado el momento de iniciar una nueva vida. No pretendía dedicar el resto de sus días a llevar una posada. Lo de la hostelería era algo temporal a lo que dedicarse mientras intentaba averiguar lo que quería hacer durante el resto de su vida.

Y había llegado la hora de seguir adelante, pensó para sí. Su hermana y su marido habían estado hablando de regresar a la isla. En ese caso, también lo harían sus padres, y la posada quedaría en buenas manos.

Sonó su teléfono móvil. Will lo sacó rápidamente y buscó el identificador de llamadas. Cuando vio que se trataba de una llamada internacional el corazón le dio un vuelco. ¿Sería por fin una llamada de Claire?

– ¿Diga?

– Hola. Will Donovan. ¿Sabes quién soy?

Reconoció al instante la voz de Sorcha.

– Hola, Sorcha -no había hablado con ella desde que se habían marchado Eric y Claire-, ¿desde dónde me llamas?

– ¡Desde la Gran Manzana! Pero la verdad es que no entiendo por qué la llaman así.

– ¿Estás en Nueva York? ¿Qué estás haciendo allí?

– Vine con Eric la semana pasada, ¿no te lo ha dicho Claire?

– No he hablado con Claire desde que se marchó.

– ¿Pero dónde estás?

– Estoy en Dublín, vine justo después de que Claire se marchara.

Se produjo un completo silencio al otro lado de la línea.

– Will, creo que será mejor que vuelvas a Trall. Claire no vino con nosotros a Nueva York, volvió a la isla. Le dejé mi coche y las llaves de mi casa. Si no vuelves pronto, es posible que se marche.

– ¿Y por qué demonios no me has llamado? -preguntó Will mientras se levantaba y recogía sus cosas a toda velocidad.

– Creí que lo sabías. Pensé que habría ido directamente a hablar contigo.

– Dios mío, ¿estás segura de que sigue en Irlanda?

– Bueno, en Nueva York no está, aunque es posible que haya vuelto a Chicago.

– Tengo que irme.

– Por favor, dile que me llame y me diga cómo van las cosas en la tienda. He intentado ponerme en contacto con ella pero no responde a mis llamadas. ¿Se lo dirás?

– Sí, si está en Trall.

Will apagó el teléfono y cerró los ojos, intentando asimilar lo que Sorcha acababa de decirle. Claire no había vuelto a Nueva York y había muchas probabilidades de que estuviera esperándole en Trall.

Marcó el teléfono de la posada y miró el reloj. Pero si no había huéspedes, Katie no estaría allí. Dejó sonar el teléfono unos treinta segundos y colgó. Si Claire había vuelto a la isla, alguien lo sabría. ¿Annie Mulroony? ¿Dennis Fraser, quizá? Decidió llamar a Mary Kearney, porque era uno de los números que tenía en la agenda. Mary contestó a los dos timbrazos.

– Mary. Soy Will.

– Hola. Will, ¿qué tal por Dublín?

– Bien, muy bien. Mary ¿has visto a Claire O'Connor por allí?

– Claro, la he visto esta misma mañana. Ha venido a por bizcochos y café. Parece que le está costando dejar la isla.

– Mary, si la vuelves a ver, ¿podrías decirle que voy para allá?

– Por supuesto.

Will colgó el teléfono y salió de la cafetería. Podría ir a casa de sus padres a por el equipaje, pero eso le llevaría por lo menos una hora. Y tardaría otras cuatro en regresar a Fermony, más casi otra hora más en el ferry. Por supuesto, siempre podía alquilar un helicóptero, pero tenía que pensar antes de volver a verla y el viaje en coche le proporcionaría ese tiempo que necesitaba para ello.

Will se irguió y tomó aire. Sí, era una buena noticia. ¡Una noticia magnífica! Por alguna razón. Claire había decidido no marcharse. Había vuelto a Trall por algún motivo, y Will no podía evitar esperar que fuera por él, que fuera por ellos.

Para cuando llegó a Fermoy, ya era de noche. Llegó diez minutos antes de que saliera el ferry y subió inmediatamente. Reconoció a todo el mundo a bordo y le resultó extraño después del anonimato dublinés. Aun así, se alegraba de volver a su hogar y, más todavía, de regresar con Claire.

Se acercó a la cabina del ferry y saludó a Eddie Donahue.

– ¿Has llevado a Claire O'Connor a Trall esta semana?

Eddie pensó en ello un instante y asintió.

– Sí, una mujer muy guapa. Llevaba el coche de Sorcha.

– ¿Y sabes si se ha marchado de la isla?

– No, no recuerdo haber visto el coche de Sorcha en el ferry después de ese día.

Will se acercó a la proa del barco y permaneció en la barandilla, contemplando la isla que iba creciendo en el horizonte. A los pocos minutos, comenzaron a distinguirse los detalles. Pudo ver el muelle, las calles adoquinadas y las casitas del pueblo.

Will fue el primero en abandonar el ferry. Condujo directamente hasta la tienda de Sorcha y aparcó en la calle de enfrente. Tomó aire e intentó poner sus pensamientos en orden. Todo su futuro dependía de aquel momento.

Salió del coche y se acercó a la tienda. En cuanto entró, sonó la campanilla de la puerta. Un segundo después, apareció Claire con un pincel y un trapo en la mano. Al verle, se quedó completamente paralizada.

– Estás aquí -musitó Will.

– Sí, estoy aquí.

– No estoy seguro de que quiera saber lo que está pasando… -dijo Will, riendo.

– Y yo no estoy segura de que pueda explicártelo. Sólo sé que no podía montar en ese avión. Así que Sorcha se fue a Nueva York con Eric y yo vine a Trall.

– ¿Pero por qué aquí? ¿Por qué no fuiste a la posada?

– Porque necesitaba un lugar en el que quedarme, un lugar en el que averiguar algunas cosas antes de verle. Y Sorcha me lo ofreció.

– ¿Y ya has averiguado algo?

– No, pero lo estoy intentando.

– ¿Crees que podría ayudarte?

– No estoy segura.

Will cruzó la tienda a grandes zancadas, enmarcó el rostro de Claire con las manos y la besó, suavemente al principio y con un creciente deseo después. Había imaginado muchas veces aquel momento.

Cuando al final se separó de ella, clavó la mirada en su rostro. Una mancha azul estropeaba la perfección de su cutis.

– ¿Qué estás pintando?

Claire le lomó la mano y le llevó a la trastienda. Había lienzos por doquier y un caballete al lado de la ventana.

– Aquí la luz es especial.

– Has estado muy ocupada -dijo Will.

Claire asintió.

– Mientras esté aquí, tendré que encontrar algo que hacer. Y como en Trall no hay agencias publicitarias, he decidido utilizar mis otros talentos. Antes me encantaba pintar.

– ¿Y por qué lo dejaste?

– Porque no era práctico. No podía ganarme la vida pintando, así que decidí concentrarme en algo que podría ayudarme a pagar el alquiler. Pero creo que podría llegar a ser buena, y quizá haya llegado el momento de averiguarlo.

Will tomó uno de los lienzos y lo estudió con atención.

– Es muy bueno.

– ¿Estás siendo objetivo?¿O lo dices porque te gustaría besarme?

– ¿Quién ha dicho que quiero besarte? -preguntó Will con una sonrisa-. Creo que es bueno, Claire.

– Yo yo también -contestó ella-. Además, me siento bien pintando. Will rió suavemente.

– Ése ha sido siempre mi lema. Si te sientes bien, hazlo -dio un paso hacia ella-. Y ahora que te he presentado mis credenciales como crítico de arte, ¿puedo besarte otra vez?

Claire negó con la cabeza.

– He estado pensando…

– Oh, no. Esa frase combinada con una conversación sobre sexo nunca trae nada bueno. Nunca se debería hablar de sexo antes de hacerlo.

– No tengo intención de hacerlo. Eso es precisamente en lo que he estado pensando. Cuando te conocí, decidí que sería divertido tener una aventura contigo. Que sería fácil disfrutar y después marcharme. Pero no ha sido así y ahora necesito saber que estoy aquí por algo más que por el sexo -se interrumpió-. Y que no tiene nada que ver con el agua.

– ¿Qué tiene que ver el agua con todo esto?

– ¿Te acuerdas de la noche de la celebración de Samhain? Había una botella de agua en la camioneta. Era agua del manantial del Druida.

– Pero yo había utilizado esa agua la noche anterior para hacerte el remedio contra la resaca. Dejé la botella vacía. Y no porque crea en el manantial. De hecho, hay pruebas de que fue mi bisabuelo el que se inventó esa leyenda para ayudar a aumentar el turismo en la isla.

– ¿De verdad?

– De verdad. Así que, aunque los dos utilizamos el agua, no creo que eso tenga nada que ver con lo que sentimos.

– Mi lado más práctico me dice que tienes razón, pero desde que te conozco, ya no estoy segura de nada. Sólo de que no podía irme en ese avión.

Will le tomó la mano y entrelazó los dedos con los suyos.

– Eso ya es un principio. Y para mí, es más que suficiente -se inclinó hacia delante y le dio un beso en la mejilla-. Me alegro de que estés aquí.

Retrocedió. Y estuvieron mirándose a los ojos durante largo ralo, hasta que, de pronto, Claire le agarró con fuerza y le estrechó contra ella.

Sus bocas se fundieron y aunque Will tenía intención de respetar la decisión de Claire sobre el sexo, tampoco ella parecía especialmente comprometida con el celibato, pues fue ella la que deslizó la lengua en su boca, transformando el beso en una sensual invitación.

Will alargó la mano hacia los botones de la blusa de Claire y, un segundo después, estaban desnudándose los dos.

Will deslizó la mano hasta su vientre y descendió desde allí hasta su sexo. Claire ya estaba húmeda de deseo y Will hundió un dedo en su interior. De la garganta de Claire escapó un ligero gemido mientras se movía contra él.

¿Cómo podría haberse imaginado nunca viviendo sin ella?, se preguntó Will. Anhelaba su cuerpo, lo necesitaba para vivir de la misma forma que necesitaba el aire para respirar. Pero no era a la liberación del sexo a lo que se había hecho adicto, sino a la increíble sensación de estar rindiéndose cuando se hundía en ella. En ese momento, le otorgaba a ella todo el poder. Confiaba en Claire en cuerpo y alma.

Claire deslizó la pierna alrededor de su cadera, apartó la mano de Will y comenzó a moverse contra él, de manera que su vientre acariciara su miembro. Pero Will estaba desesperado por tenerla de nuevo entre sus brazos: de modo que la levantó, le hizo envolverle la cintura con las piernas y la apoyó contra la pared.

Claire se aferró a sus hombros y retrocedió ligeramente para poder mirarle a los ojos. Will la miraba también como si quisiera absorber toda la belleza de su pelo revuelto alrededor de aquel rostro sonrosado por el deseo. Una ligera sonrisa curvó la comisura de los labios de Claire mientras se movía entre sus brazos. Y entonces, se deslizó sobre su rígido sexo.

Will gritó de placer, sacudido por sentimientos salvajes. Intentar mantener alguna clase de control estando con Claire era imposible. Siempre se sentía al límite, al borde del clímax. Necesitó toda su fuerza de voluntad para contenerse mientras ella comenzaba a moverse otra vez.

Sus cuerpos encajaban perfectamente. Y él ya sabía cómo moverse para darle placer.

Claire clavaba en él su mirada, con el pelo cayendo sobre sus ojos y los labios henchidos por sus besos.

Will no podía desearla más, no podía sentir mayor placer. Siempre y cuando tuviera a Claire, jamás habría otra mujer para él. Ella era la única que podía satisfacerle completamente y para siempre.

En aquel momento Claire tenía los ojos cerrados, fruncía el ceño con expresión concentrada y se mordía el labio inferior. Will reconoció los signos, supo que estaba cerca del orgasmo y aceleró el ritmo. Claire gimió y aquel sonido bastó para espolearlo. Y entonces. Claire abrió los ojos y contuvo la respiración durante varios segundos.

Will la sintió tensarse a su alrededor y disolverse casi inmediatamente en espasmos de placer. Incapaz de seguir aguantándose, se sumó a ella y llegó al orgasmo sólo unos segundos después de Claire. Fue un clímax intenso, que sacudió su cuerpo entero. Todos los músculos que habían estado en tensión se relajaron mientras lo invadía una deliciosa sensación de plenitud.

La dejó lentamente en el suelo y enterró la cabeza en su cuello.

– ¿Tienes idea de lo que me has hecho?

– La culpa ha sido tuya -contestó Claire-. Se suponía que no teníamos que tener relaciones sexuales.

– Lo siento -musitó Will-. Y deberíamos haber usado preservativo.

– En eso no hemos corrido ningún riesgo. Lo que realmente hemos echado a perder ha sido lo de intentar conocernos el uno al otro.

– Muy bien -Will disimuló una sonrisa-. A partir de ahora, prometo no tocarte a menos que tú me toques a mí. ¿Trato hecho?

– Trato hecho. Pero la culpa no ha sido tuya. Lo que nos falta es tener más decisión.

Will se agachó para recuperar la blusa de Claire y se la tendió sujetándola con la yema de los dedos. Bajó después la mirada hacia su seno, el sujetador había quedado de tal manera que asomaba por fuera un rosado pezón.

– Deberías colocártelo tú. Si lo hago yo, tendría que tocarte.

Y por decididos que ambos estuvieran. Will sabía que sería imposible mantener reprimida la pasión.

– Esto podría llegar a ser muy… incómodo.

– No pienses en ello -le sugirió Claire.

– Para ti es fácil decirlo, pero yo me excito cada vez que te veo.

– Tendrás que intentar arreglártelas solo.

Y la ventad era que estando ella cerca, no tendría ningún problema para hacerlo. Le bastaba con cerrar los ojos e imaginarla desnuda para estimularse.

En cualquier caso, no creía que tuviera que aguantar mucho. Unos días, quizá, pero por Claire, merecería la pena esperar. Y si eso significaba que podría aclarar lo que sentía por él, ¿quién se iba a quejar?

Will no tenía ninguna duda en ese sentido. Sabía exactamente lo que sentía por Claire. Y cuando llegara el momento de hacerlo, se lo diría. A partir de entonces, tendrían el resto de sus vidas para explorar los deseos que apenas acababan de rozar unos minutos antes.


Sonó la campanilla de la puerta. Claire alzó la mirada de las cuentas que estaba ensartando y vio a Mary Kearney con una caja en la mano.

– Buenos días. Mary -la saludó.

– Buenos días. He oído decir que nuestro Will ha vuelto. Supongo que estarás contenta.

Claire sabía que Mary sólo estaba intentando ser amable, pero le iba a costar acostumbrarse a hablar de su vida personal con sus vecinos.

– Sí, ya ha vuelto. ¿Ya ha pasado esta mañana a por sus bizcochos?

– Sí, y me ha dicho que le trajera esto. Sabe que te gustan muchos mis bizcochos. Hay dos de mantequilla y dos de queso.

– Gracias -contestó Claire, sonriendo.

– Dale las gracias a Will. Ha sido él el que los ha pagado -dejó la caja en el mostrador-. Tu vuelta al pueblo se ha convertido en la comidilla de Trall. Todo el mundo está especulando. Aquí nos gusta mucho especular.

Claire abrió la caja, sacó un bizcocho de queso y le dio un mordisco.

– ¿Y qué dice la gente?

– Todos adoramos a Will y pensamos que nunca le habíamos visto tan contento. Pero estamos preocupados.

– ¿Porque pensáis que no pasamos suficiente tiempo juntos?

– ¡Exactamente!

– Mira, Mary, me gusta vivir aquí, y me encanta la gente de esta isla. Pero si estáis preocupándoos por nuestra relación, estáis perdiendo el tiempo.

Claire sabía exactamente lo que todos pensaban. Ella no dormía en la posada y Will tampoco lo hacía en el apartamento que Sorcha tenía encima de la tienda. Y todo el mundo lo sabía. Claire, que ni siquiera conocía a sus vecinos de Chicago, iba a tardar algún tiempo en acostumbrarse a que se entrometieran en su vida.

– ¿Te gustan mis bizcochos? -preguntó Mary.

– Sí.

– ¿Sabes? También hago tartas de boda. No lo olvides. La verdad es que no hay muchas bodas en Trall, la gente se va, se casa en cualquier otra parte y no vuelve nunca. Por eso estamos tan emocionados contigo y con Will.

– Gracias por el ofrecimiento -dijo Claire-. Todavía no hemos hablado de boda. Pero seguro que os enteraréis en cuanto lo hagamos.

– Sí, seguro -dijo Mary con una sonrisa-. Bueno, será mejor que me vaya. Cuídate. Claire. Y pásate a almorzar por la panadería algún día de esta semana.

Claire bajó la mirada hacia las cuentas y sacudió la cabeza. Por supuesto, había muchas probabilidades de que los habitantes de Trall oyeran hablar de su boda antes que ella. De momento. Will y ella habían evitado hablar de futuro. Y se daba por satisfecha con el hecho de no estar acostándose con él.

Sonrió para sí. Realmente, era un hombre maravilloso. Al principio temía que decayera la atracción entre ellos si no se acostaban. Pero la verdad era que se había intensificado. Le bastaba que Will la tocara para que evocara todo tipo de fantasías prohibidas.

La campana de la puerta volvió a sonar, y en aquella ocasión fue Annie Mulroony la que entró.

– ¡Hola, Claire!

– Hola, Annie.

– Pasaba por aquí y he querido parar para decirte que Sorcha me ha llamado está mañana. Se lo está pasando muy bien en Nueva York. Me ha pedido que te diera esta lista. Le gustaría que le enviaras algunas de sus cosas.

Claire tomó la lista y la leyó. Algunas de las cosas que le pedía eran productos de la tienda.

– Prepararé todo lo que pueda, pero con las hierbas tendrás que ayudarme.

Annie se sentó en un taburete frente al mostrador y tomó una de las cuentas que Claire estaba insertando.

– Entonces, ¿van bien las cosas entre tú y Will?

– Sí.

– Me he fijado en que no pasas las noches en la posada. Quiero que sepas que soy una profesional de la medicina, de modo que si tienes alguna pregunta que hacer o si algo te preocupa, estaría encantada de darte consejo, sobre todo en asuntos relacionados con la planificación familiar.

– En ese sentido, no tengo problemas -dijo Claire.

– Estupendo. Aunque todo el mundo en la isla está emocionado ante la posibilidad de tener un pequeño Donovan. Y déjame decirle que, si prefieres no dar a luz en la isla, el hospital de Limerick está muy bien. Y no nos sentiríamos en absoluto ofendidos.

– Lo tendré en cuenta -contestó Claire.

Las cosas estaban yendo demasiado lejos. A ese paso, la próxima persona que apareciera por la puerta iba a ofrecerse a organizar la fiesta de cumpleaños de su hijo.

– Pero me gustaría que Sorcha estuviera aquí. Habríais sido muy buenas amigas. Aunque es curioso que cada una de vosotras haya terminado con el hombre de la otra, ¿verdad? Mmm, será mejor que me vaya. Tengo pacientes a los que atender.

Cuando volvió a sonar la campanilla de la puerta. Claire ya estaba dispuesta a decirle a quienquiera que entrara que se ocupara de sus propios asuntos y le dejara en paz. Pero fue Will el que asomó la cabeza por la puerta y sonrió.

– Voy a la panadería, ¿quieres que le traiga un café o una taza de té?

– No. Mary Kearney se ha pasado por la tienda a traerme esto -le mostró la caja de bizcochos-, y a ofrecerse a hacer nuestra tarta de boda. Y Annie Mulroony pretendía darme algún consejo sobre planificación familiar.

– Lo siento, pero así funcionan las cosas en Trall. Todo el mundo dice que no le gusta cotillear, pero consideran como una especie de deber ciudadano el meterse en la vida de los demás. Y piensan que estamos teniendo problemas en la cama. Claire se echó a reír.

– Sí, por lo visto les preocupa que no estemos pasando las noches juntos.

Will rodeó el mostrador y la agarró por la cintura. La abrazó de una forma que Claire encontró sumamente provocativa. Ella se restregó contra él y él gimió.

– Si esperas que me ciña a tus normas, no es justo que me provoques.

– Lo siento -dijo Claire-, pero decidimos seguir un plan y creo que tenemos que llevarlo a cabo.

– ¿No vas a dejarme llegar a la segunda base? -preguntó Will, acariciándole la espalda-. Podría saltarme la tercera y llegar directamente la cuarta.

– No hay cuarta base.

– Yo creía que la cuarta base era el sexo.

– No, eso es un home run.

– ¿De verdad?

– Si, un home run.

Will acercó la boca a la suya y la silenció con un beso. Le acarició la cara, le apartó la melena y trazó un camino de besos desde su mejilla hasta su oído. Claire contuvo la respiración y forzó una sonrisa.

– Creo que deberías marcharte.

– ¿Cuánto tiempo va a durar esto? A mí me parece que no tiene sentido.

– Porque sólo piensas en el sexo. Tenemos que aprender a conocernos antes de volver a acostarnos.

– Esta noche te invito a cenar en la posada. Entonces hablaremos con más detalle sobre la segunda base. De hecho, podrás contarme todo lo que quieras sobre béisbol.

– En realidad, el béisbol es un deporte difícil de explicar. Sería más fácil si viéramos un partido.

Will le dio un beso en la nariz y se dirigió a la puerta.

– Hasta esta noche. A las siete. Y no llegues tarde -le dijo desde allí.

En cuanto cerró la puerta. Claire corrió a echar el cerrojo. Había llegado el momento. De hecho, el momento había llegado desde el instante en el que Will había regresado a Trall, pero ella se había convencido a sí misma de que la abstinencia era la única manera de estar segura.

Estaba enamorada de Will Donovan y eso no iba a cambiar. Pero entonces, ¿por qué se empeñaba en dormir sola todas las noches? A partir de esa misma noche, dormiría siempre en brazos de Will.

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