DOYLE Y FROST PREGUNTARON A USNA SI SU MADRE LE había contado algún nuevo cotilleo sobre la Corte Luminosa. Había bastantes. Por lo visto y desde hacía ya algún tiempo, Taranis actuaba de forma totalmente imprevisible. Cuando por fin llegábamos a las puertas de la mansión de Maeve Reed, Aisling preguntó:
– ¿Por qué me has llamado para participar en esta conversación? Taranis prohibió a todo el mundo bajo pena de tortura que me hablaran sobre la Corte Luminosa, por lo que no tengo nada nuevo que contar.
– El sithen luminoso te reconoció como su rey cuando llegamos a América -dijo Doyle -, y fuiste desterrado por eso.
– Soy consciente de lo que me costó mi lugar en la corte -admitió Aisling.
– En ese caso a la princesa le está siendo ofrecido tu legítimo trono -dijo Doyle.
Los ojos de Aisling se abrieron sorprendidos. Incluso a través del velo se percibió su asombro. Obviamente él no había sumado dos y dos, y ni se le había ocurrido la idea.
La puerta de la limusina se abrió, y Fred sostuvo la puerta. Nos quedamos sentados mientras esperábamos a que Aisling digiriera nuestro comentario.
– Cierre la puerta un momento, Fred -dije.
La puerta se cerró.
– Sólo porque el sithen me reconociera hace más de doscientos años, no significa que actualmente todavía sea su opción para ser rey -aclaró Aisling. -Y no es a mí a quien la nobleza ha hecho esa oferta.
– Quería que tú lo escucharas primero, Aisling -dijo Doyle-. No quería que pensaras que habíamos olvidado lo que el mundo feérico te había ofrecido una vez.
Aisling miró a Doyle durante un largo momento.
– Es lo más noble que has podido hacer, Doyle.
– Pareces sorprendido -le dije.
Él me miró.
– Doyle ha sido la Oscuridad de la reina durante mucho tiempo, Princesa. Estoy comenzando a comprender que algunos de sus buenos sentimientos pudieron quedar sepultados bajo el dominio de la reina.
– Esa es la manera más cortés que alguna vez he oído para decir que nosotros creíamos que eras un bastardo sin corazón, Doyle -dijo Abe.
Pequeñas arrugas se formaron a los lados de los ojos de Aisling. Creo que estaba sonriendo.
– No lo quería de decir de esa forma.
Doyle le sonrió.
– Creo que muchos de nosotros nos encontraremos con que bajo el cuidado de la princesa, somos mucho más nosotros mismos que desde hace mucho tiempo.
Todos me miraron, y el peso de esas miradas me avergonzó. Luché contra ese sentimiento y me senté erguida, intentando ser la princesa que ellos pensaban que era. Pero había momentos, como ahora, en que me sentía como si posiblemente no fuera lo que ellos necesitaban. Nadie podía satisfacer tantas necesidades.
Inhalé una brisa floral y primaveral. Una voz, que no era una voz y al mismo tiempo era más que eso, pulsó a través de mi cuerpo, canturreó a lo largo de mi piel y susurró. “-Seremos suficiente”.
Sabía que era una vieja idea aquella que decía que con el Consorte, o la Diosa a tu lado no podías perder. Pero había momentos en los que yo no estaba tan segura, de que ganar significara lo mismo para mí que para la Diosa.