CAPÍTULO 12


Nos juntamos TODOS en la puerta de la mansión como una marabunta de cuerpos. Perros, sabuesos-duende, nos saludaron con aullidos, ladridos, y con ruidos que sonaron como si estuvieran intentando hablar con nosotros. Teniendo en cuenta su origen sobrenatural yo no lo habría puesto en duda.

Había tantos perros, tratando de saludar a tantos amos diferentes en la puerta que no podíamos avanzar. Cuando los perros querían, actuaban como si nos hubiéramos ido días en vez de sólo unas horas. Mis perros se parecían más a unos galgos, pero no del todo. Había diferencias en la cabeza, las orejas, y el lomo, pero tenían su misma gracia muscular. Eran de color blanco, del más puro, un blanco tan brillante como mi propia piel, pero con marcas rojas, también igual como mi propio pelo. Minnie, diminutivo de Miniver, era blanca excepto por la mitad de su cara y una mancha grande de color rojo en su lomo. Su cara era asombrosa: roja por un lado, blanca en el otro, como si alguien se hubiera esmerado en dibujar una línea a lo largo de su cara. Mungo, mi pequeño, era un poco más alto, un poco más pesado, e incluso más blanco, con sólo una oreja roja para darle un toque de color.

Algunos de los sabuesos más grandes se parecían a los antiguos perros lobos irlandeses, antes de que se fueran mezclando con otras razas menos robustas. Había sólo algún sabueso entre los galgos, pero sobresalían por encima de todos los demás como montañas que se elevan encima de una llanura. Unos tenían el pelaje áspero, otros liso, pero en todos, su color era una variación de rojo y blanco. Luego estaban los terriers que se agolpaban alrededor de nuestros tobillos. Ellos, también, eran sobre todo blancos y rojos, excepto unos pocos que eran negros y marrones. Los negros y marrones, devueltos a la vida por la magia salvaje, eran la raza de la que la mayoría de los terriers modernos descendían.

Casi todos los terriers eran de Rhys, pero parecía lógico ya que él había sido el Dios de la Muerte. Nuestra gente ve la tierra de los muertos como un lugar subterráneo, la mayoría de las veces, por lo que era lógico que él poseyera los pequeños terriers [8]. No parecía hacer mucho caso a ninguno de los elegantes perros, o a los enormes perros de guerra. Se arrodilló entre la masa de perros que gruñían y ladraban, todos mucho más pequeños, y que brillaban por la alegría que les mostrábamos. Siempre habíamos sido un pueblo que honrábamos a nuestros animales. Los habíamos echado tanto de menos.

Había aún otra excepción en el color de los perros. Los sabuesos de Doyle. Estos no eran tan altos como los perros lobos, pero si más musculosos, más carne magra sobre hueso. Eran de la raza de perros que habían llegado con nosotros, los perros negros, los que los Cristianos habían apodado como Sabuesos del Infierno. Pero no tenían nada que ver con el diablo. Sólo eran unos perros negros, del mismo color negro que el vacío del cual ninguna vida procede. Antes de que hubiera luz, debió de haber oscuridad.

Doyle intentó andar sin ayuda, pero tropezó. Frost sujetó a su amigo por los brazos. Extrañamente, no había ningún perro para saludar a Frost. Él y algunos otros habían tocado a los perros negros, pero estos no se habían transformado en ninguna otra raza de perro para ellos.

Ninguno de nosotros sabía por qué, pero yo sabía que esto molestaba a Frost. Él temía, pensaba yo, que fuera un signo bastante claro de que él no era lo suficiente sidhe. En tiempos remotos él había sido la escarcha, Jack Frost, y ahora era mi Asesino Frost, pero siempre se sentía inseguro porque no había nacido sidhe, sino que fue creado.

Por encima de un mar de pequeños perros, se cernían unos seres alados y mágicos, los semi-duendes. Ser duendes sin alas entre ellos era una señal de gran vergüenza. Todos los que me habían seguido en el exilio no tenían alas, hasta que yo se las devolví con la nueva magia feérica. Penny y Royal, gemelos de cabello oscuro y brillantes alas me saludaron con la mano.

Les devolví el saludo. Ser saludada de esta manera por una nube de semi-duendes y nuestros perros era un honor que nunca pensé que tendría.

Me ofrecí para ayudar a Frost con Doyle, pero Doyle rehusó. Él no me miraba siquiera. Su supuesta debilidad le había herido profundamente. Uno de los perros negros más grandes me empujó, soltando un suave gruñido. Mungo y Minnie se alzaron, protestando y estirando sus cuellos. No era un forcejeo que deseara ver, así que me eché para atrás, llamándoles con mis manos.

Mis perros eran capaces de protegerme si llegara el caso, pero contra los perros negros parecían frágiles. Acaricié sus cabezas. Mungo la apoyó contra mi pierna, y fue un peso consolador. Nada me apetecía más que echar una siesta con mis perros al lado de la cama, o ante la puerta. No a todos mis hombres les gustaba tener un auditorio peludo, y a veces a mí tampoco. No obstante, teníamos una tarea que hacer antes de que pudiéramos descansar.

Teníamos que llamar a mi tía Andais, Reina del Aire y la Oscuridad, tan pronto como entráramos. Yo habría acostado a Doyle y Abe inmediatamente, pero Doyle había indicado que si alguien antes que nosotros le contaba a la reina que me habían ofrecido el trono de su rival, podría verlo como traición. Podría verlo como si me hubiera pasado al otro bando. Andais no se tomaba muy bien el rechazo, ningún tipo de rechazo.

Ya estaba bastante enojada conmigo porque la mayoría de sus más devotos guardias la habían dejado por mí. No es que la hubieran dejado por mí, sino que ellos me eligieron más bien como una posibilidad de tener sexo después de tantos siglos de forzado celibato. Por esto, la mayoría de los hombres se habrían ido con cualquier mujer. También ayudaba que yo no fuera una sádica sexual y mi Tía Andais sí, pero eso, también, era un hecho que mejor no airear.

Doyle había insistido en estar presente cuando se hiciera la llamada. Él quería que ella viera lo que Taranis le había hecho. Creo que Doyle pensaba que esa ayuda visual podría ayudar a controlar sus habituales ataques de cólera. Ella era más estable que Taranis, pero había momentos en los que mi tía no parecía completamente cuerda. ¿Le gustarían estas noticias inesperadas o las odiaría? La verdad, no tenía ni idea.

Doyle se sentó en el borde de mi cama. Yo me senté a su lado. Rhys a mi otro lado. Buscando un punto de humor, él dijo…

– Me prometiste sexo, pero te conozco, te distraerás a menos que me siente a tu lado. -Éste era un chiste mordaz que teníamos Rhys y yo. Pero Doyle había accedido a sentarse con nosotros demasiado rápidamente. Lo que me dejó saber que el daño de mi Oscuridad era peor de lo que él dejaba ver.

Frost se colocó en la esquina de la cama. Es más fácil sacar un arma cuando uno estaba de pie.

Galen se puso a su lado. Había insistido en ser incluido en la llamada, y nada ni nadie podrían disuadirle. Al final había sido más fácil dejarle hacer. El argumento de Galen de que al menos necesitábamos otro guardia sano tenía algún mérito. Pero pienso que tanto él, como yo, no estábamos muy seguros de cómo se tomaría Andais las noticias de la Corte Luminosa. Él tenía miedo por mí, y yo tenía miedo por todos nosotros.

Abe estaba en el lado más lejano de la cama. No había querido ser incluido, pero no había discutido la orden de Doyle. Creo que Abe tenía verdadero terror a Andais. ¡¡Igual que yo, no te digo!!

Rhys se movió hacia el espejo. Su mano estaba cerca del cristal, pero sin llegar a tocarlo.

– ¿Preparados? -nos preguntó.

Yo asentí. Doyle dijo…

– Sí.

– No -contestó Abe-, pero mi voto no cuenta, al parecer.

Frost sólo indicó…

– Hazlo.

Galen miraba el espejo con ojos un poquito demasiado brillantes. No era magia, eran los nervios.

Rhys tocó el espejo, utilizando tan poca magia que ni la sentí. El espejo permaneció nublado durante un momento, luego apareció el dormitorio negro de la reina. Pero ella no estaba allí. Su enorme colcha negra de piel estaba vacío salvo por una pálida figura.

Él yacía sobre su estómago entre las pieles negras y las sábanas. Su piel no sólo era blanca, o como la luz de la luna igual que la mía, sino tan pálida que tenía una calidad translúcida. Era como si la piel se pudiera formar del cristal. Salvo que este cristal estaba cuarteado con largas cuchilladas carmesíes en los brazos y piernas. Ella había dejado su espalda y nalgas intactas, lo que probablemente significaba que los cortes eran para persuadir y no torturar. A Andais le gustaba ir a por el centro del cuerpo cuando quería causar dolor sólo por el placer de causarlo.

La sangre brillaba tenuemente bajo las luces, y ese brillo tenía la calidad de una joya que nunca había visto en la sangre con anterioridad. Todo el cabello del hombre se extendía a un lado de su cuerpo, combinando con la luz y creando pequeños prismas de colores. Él estaba tan silencioso, que por un momento pensé que las heridas eran más horribles de lo que podíamos ver. Entonces vi cómo subía y bajaba su pecho. Estaba vivo. Herido, pero vivo.

Susurré su nombre…

– Crystall.

Él se dio la vuelta, despacio, obviamente dolorido. Apoyó su mejilla contra la piel que tenía debajo, y nos contempló con unos ojos que me parecieron vacíos, como si ya no hubiera ninguna esperanza. Lastimó mi corazón ver esa mirada en sus ojos.

Crystall no había sido mi amante, pero había luchado con nosotros en el sithen. Había ayudado a defender a Galen cuando podría haber muerto en cualquier lugar. La reina había decretado que todos los guardias que lo desearan podían seguirme en el exilio, pero como habían sido demasiados los que habían optado por venir, había tenido que retractarse de su tan generosa oferta. Los hombres que se habían marchado estaban seguros conmigo. Los hombres que no habían estado en los primeros grupos que Sholto, el Señor de Aquello que Transita por el Medio, había traído a Los Ángeles, quedaron atrapados en el sithen con ella. Atrapados con una mujer que no se tomaba muy bien el rechazo, cuando ellos habían elegido abiertamente a otra mujer. Estaba viendo que la otra mujer, mi tía, pensaba lo mismo.

Extendí la mano hacia el espejo como si yo pudiera tocarlo, pero no era uno de mis poderes. No podía hacer lo que Taranis había hecho tan fácilmente hoy mismo, más temprano.

– Princesa -susurró Crystall, y su voz sonó ronca, áspera. Sabía por qué su voz sonaba así. Los gritos eran la causa. Lo sabía porque yo había pedido piedad a la reina más de una vez. La misericordia de la reina había creado un refrán entre los sidhe Oscuros, que decía… “Si haces eso, obtendrás la piedad de la reina”.

Andais veía el exilio del mundo hada como algo peor que cualquier tortura que ella pudiera idear. No entendía por qué tantas hadas lo habían elegido. Como no había entendido por qué mi padre, Essus, nos llevo a mí y a nuestra casa al exilio en el mundo humano después de que Andais tratara de ahogarme cuando tenía seis años. Si yo era lo suficiente mortal para morir ahogada, entonces no era lo suficiente sidhe para vivir. Del mismo modo que uno ahogaría a un cachorro cuando tu perra de pura raza no se había apareado con quien tú soñabas, sino con algún chucho que hubiera saltado la valla.

Andais se había sobresaltado cuando mi padre dejó el mundo de las hadas para vivir entre los humanos, y había estado igualmente impresionada cuando, muchos años más tarde, casi toda su guardia me había seguido a las tierras Occidentales. Para ella, dejar el mundo hada era peor que la muerte, y no podía entender por qué eso mismo no era el peor de los destinos incluida la muerte para el resto. Lo que ella no entendía era que la piedad de la reina se había transformado en un destino aún peor que el exilio.

Miré fijamente al luminoso Crystall, a sus ojos desesperados, y mi garganta se cerró por las lágrimas que sabía que no podía permitirme derramar. Andais nos había dejado un presente para admirar, pero ella observaría, y vería las lágrimas como una debilidad. Crystall era su ayuda visual. Su ejemplo para nosotros, para mí. No estaba segura de cuál se suponía que tenía que ser el mensaje, pero en su mente había uno. Pero, que la Diosa me ayudara, además de sus celos y odio por el rechazo, yo no podía ver ningún otro mensaje.

– Oh, Crystall – dije-. Lo siento.

Tiempo atrás, su voz me hacía recordar el sonido de las campanillas en una suave brisa. Ahora su respuesta sonó como un dolorido carraspeo.

– Tú no me hiciste esto, Princesa.

Sus ojos parpadearon hacia donde yo sabía que estaba la puerta de la habitación, aunque yo no podía ver esa parte del cuarto. Su rostro se nubló, y durante un momento donde antes hubo desesperación ahora había rabia. Una rabia que le llenó, y que escondió tras sus párpados, para luego mostrar otra expresión tan neutra como pudo conseguir.

Recé para que Andais no hubiera visto ese momento de pura rabia. Trataría de golpearlo si ella lo supiera.

La reina barrió la habitación con su largo vestido negro. Éste tenía una abertura en el centro dejándonos vislumbrar un triángulo de su carne blanca, la perfección plana de su estómago y su ombligo. Había una cinta delgada atada por fuera a la altura de sus pechos, apretándolos para así evitar que se derramaran hacia fuera. Las mangas eran tan largas y amplias que nos dejaban ver casi la mayor parte de sus antebrazos desnudos. Debía de haberse retirado por alguna causa importante, porque llevaba puesta mucha ropa estando Crystall todavía en su cama. No estaba suficientemente herido para que ella hubiera acabado con él.

Ella había atado su largo pelo negro atrás en una coleta suelta. La cinta que había elegido era roja. Nunca la había visto con algo rojo con anterioridad, ni un retazo de tela. El único rojo que a la reina le gustaba en su persona era la sangre de otra gente.

No podía explicarlo, pero esa cinta roja hizo que mi estómago se encogiera aún más, y mi pulso cobrara velocidad. Andais se deslizó por la cama, delante de Crystall, pero lo bastante cerca como para que ella pudiera acariciar la carne inmaculada de su espalda. Le acarició ociosamente como si fuera un perro. Él se estremeció ante el primer roce, luego se calmó e intentó imaginar que no estaba allí.

Ella nos miró con sus ojos tricolores: carbón, nubes de tormenta, y un pálido gris invernal que era casi blanco. Sus ojos combinaban perfectamente con el pelo negro y su piel pálida. Su imagen era tan gótica como la de Abe, excepto que ella era más espeluznante que cualquier gótico del planeta. Andais era una asesina en serie de la peor calaña, y era la hermana de mi padre, mi reina, y no había nada que yo pudiera hacer sobre esto tampoco.

– Tía Andais -le dije-, acabamos de llegar del hospital y tenemos que comunicarte bastantes noticias. -Habíamos acordado que teníamos que ser claros desde el principio y contarle todas las novedades en cuanto tuviéramos la primera oportunidad.

– Mi reina -dijo Doyle, haciendo una flexión torpe hasta donde las vendas se lo permitían.

– Han llegado a mis oídos muchos rumores este día -dijo, con voz que según algunos era un sonido ronco y seductor, pero que a mí siempre me llenaba del más puro temor.

– La Diosa sabe qué rumores son esos -dijo Rhys mientras se movía para atrás y así poder apoyarse en la cama, cerca de mí. -La verdad es extraña a veces. -Él lo dijo con una sonrisa y con su ligereza habitual.

Ella le dirigió una profunda mirada que era de todo menos amistosa. El que no hubiera ningún indicio de humor en aquella mirada, fue una clara indicación. Ella giró sus ojos enojados hacia Doyle…

– ¿Quién podría querer herir a la misma Oscuridad? -Su voz sonó enojada, y casi desinteresada. Ella lo sabía, de alguna manera ya lo sabía. ¿Quién demonios había hablado?

– Cuando la Luz aparece, la Oscuridad desaparece- dijo Doyle, en su mejor y más inexpresiva voz.

Ella marcó con sus brillantes uñas pintadas toda la longitud de la espalda de Crystall. Dejando marcas rojas, aunque sin llegar a romper completamente la piel. Crystall giró su cara lejos del espejo y de ella, con miedo, pienso, de no poder controlar su expresión.

– ¿Qué luz es tan brillante que puede conquistar a la Oscuridad? – preguntó.

– La de Taranis, Rey de la Luz y la Ilusión. Su mano de poder todavía es poderosa -respondió Doyle, su voz sonó incluso más vacía que antes.

Ella hincó y pasó sus uñas desde las nalgas de Crystall hasta llegar justo por debajo del omóplato, como si pensara en escarbar en la carne de su espalda. La sangre comenzó a mostrarse alrededor de su mano, como el agua cuando fluye de un agujero en la tierra, despacio, filtrándose hacia arriba.

– Pareces preocupada, Meredith. ¿Por qué podría ser? -Su voz era casi casual, excepto por aquel filo de crueldad.

Decidí concentrarme en buscar algo que pudiera distraerla de atormentar al hombre que permanecía en su cama.

– Taranis nos atacó desde el espejo en la oficina del abogado. Hirió a Doyle, y Abeloec. Iba a por mí cuando Galen me sacó de su punto de mira.

– Oh, Dudo que él pensara herirte, Meredith, incluso en su locura. Sospecho que él aspiraba más a darle a Galen.

Parpadeé. Por la manera en que lo dijo, significaba que ella sabía algo que a nosotros se nos había pasado por alto.

– ¿Por qué apuntaría a Galen?

– Pregúntate primero, sobrina, por qué acusó a Galen, Abeloec y Rhys de violar a Lady Caitrin. -Su mano se clavó más profundamente en la carne de Crystall, haciendo que diminutas líneas rojas comenzaran a gotear por su piel.

– No lo sé, Tía Andais -le dije, y luché por mantenerme calmada y vacía. Trataba de no mostrar miedo o cólera, aunque ahora mismo, el miedo fuera con mucho la emoción más fuerte. Ella estaba enojada, y yo no sabía por qué. Si ella supiera algo sobre la oferta que me habían hecho del trono Luminoso, entonces podría estar enfadada por eso, pero si yo se lo dejaba caer de buenas a primeras, ella pensaría que me sentiría culpable y no lo hacía. Era siempre tan difícil de tratar, vaya era como estar en medio de un campo de minas. Uno sabe que tiene que ponerse a resguardo, pero ¿cómo hacerlo sin que explote? Ésa era siempre la pregunta.

– Oh, venga, Meredith, piensa. ¿O es que sois tan poco Oscuros y tan Luminosos que en todo en lo que puedes pensar es en la fertilidad?

– Pensaba que mi fertilidad era el tema más importante si se supone que debo ser tu heredera… ¿no es así, Tía Andais?

Ella unió sus dedos, forzando un gemido en Crystall. Ella había hecho arañazos sangrientos a lo largo de su espalda que destacaban como una flor maligna esculpida en su carne. Andais levantó su pálida mano, por lo que yo pude ver el goteo de la sangre bajar por sus dedos.

– ¿Vas a ser mi heredera, Meredith, o hay algún otro trono que te interese más?

Allí estaba, había dicho lo suficiente para que yo pudiera hablar.

– Es verdad que cuando Taranis fue sometido por su nobleza, ellos me ofrecieron una posibilidad para sentarme en su trono.

– Les dijiste que sí -siseó ella levantándose y caminando hacia mí, acortando la distancia en el espejo.

– No, no lo hice. Les dije que tendríamos que discutir todo lo acontecido con nuestra reina, contigo, Tía Andais, antes de que yo les pudiera decir que sí o que no.

Ella estaba ahora pegada al espejo, bloqueando nuestra visión de la cama y de Crystall. Su cólera había despertado su poder. Su piel comenzaba a brillar. Sus ojos se llenaban de luz, pero no brillaban igual que la mayoría de los ojos sidhe brillaban con el poder. Parecía haber luz detrás de sus ojos, como si alguien hubiera puesto una vela detrás de todo aquel gris y negro. Para el resto de nosotros, en su mayoría, los colores brillaban individualmente, pero no en ella. Era la reina, y tenía que ser diferente.

– Oí que te apresuraste a aceptar, pequeña puta desagradecida.

– Entonces te han mentido, Tía Andais -Luché por mantener mi voz neutra.

– Sí, recuérdame que eres de mi sangre, mi última posibilidad de tener a alguien de mi línea sanguínea gobernando después de mí. Si consigues quedarte embarazada, Meredith. La diosa sabe que jodes con todo lo que ves. ¿Por qué no estás embarazada?

– No lo sé, Tía, pero lo que si sé es que vinimos directamente aquí desde el hospital. Que cuando entramos en la casa, fuimos directos a este espejo. Vinimos para llamarte y decirte todo lo que nos había pasado. Te juro por la Oscuridad que Come todas las Cosas que no les dije a los Luminosos que yo me sentaría en su trono. Les dije que teníamos que hablar con nuestra reina antes de contestarles.

Sus ojos habían comenzado a atenuarse. Su poder comenzaba a replegarse. Lo que encogía mi estómago se alivió un poco. Había usado un juramento que ningún duende habría tomado a la ligera. Había poderes más antiguos incluso que las hadas, y esperaban en la oscuridad para castigar a los que habían roto tal juramento.

– ¿De verdad no acordaste sentarte en el trono dorado y abandonar nuestra corte?

– No lo hice.

– Debo creerte, sobrina, pero el grueso de la Corte de la Luz cree que tú serás la siguiente Reina de su Corte.

Doyle se alzó y me tocó con su brazo sano, al mismo tiempo que Rhys tocaba mi hombro. Toqué el muslo de Doyle ligeramente y puse mi mano en la mano de Rhys.

– Lo que digan, o piensen, no puedo controlarlo, pero no lo acepto.

– ¿Por qué no? -me pregunté ella.

– Tengo amigos y aliados en la Corte de la Oscuridad. A mi parecer no tengo tal cosa en la Corte de la Luz.

– Debes de tener allí aliados poderosos, Meredith. Mientras nosotros hablamos, ellos están votando que Taranis es incapaz de gobernar. Luego te votarán como su reina. No harían eso a menos que tú te hubieras acercado a la nobleza de esa Corte. Debes de haberte ganado su favor antes. Debes de haber celebrado bastantes reuniones clandestinas de las cuales yo no tenía constancia, y de las que ninguno de nuestros guardias me dio informe.

Yo comenzaba a ver de dónde prevenía su cólera, y no podía culparla completamente.

– Uno de los motivos por lo que les dije claramente que no, y también que debía comentarlo contigo primero, fue exactamente eso, Tía Andais. A mí no se me ha acercado en modo alguno su nobleza. Taranis era casi extrañamente persistente en su deseo de tenerme en una de sus celebraciones de Yule, pero aparte de esto, no he tenido ningún trato con la Corte de la Luz. Te lo juro. Por eso la oferta se me hace sospechosa en cuanto a lo que ellos realmente quieren de mí.

– Conozco a Hugh. Es un animal político. Él no te lo habría ofrecido a menos que tuviera una razón de peso para hacerlo. ¿Me juras que él nunca se te ha acercado antes por este tema?

– Lo juro -contesté.

– Oscuridad, dime exactamente qué pasó.

– Temo, mi reina, que poco te puedo ayudar en este caso. Para mi más profunda vergüenza, estuve inconsciente la mayor parte del tiempo.

– No pareces herido.

– Halfwen me curó en el hospital o si no todavía estaría allí.

– Abeloec -dijo ella.

Abe se movió detrás de nosotros en la cama. Él había tratado de pasar desapercibido.

– Sí, mi reina.

– ¿Sabes por qué Taranis te hizo su objetivo?

Él se sentó despacio, teniendo cuidado por su espalda, y terminando por quedar casi a gatas detrás de nosotros.

– En tiempos pasados mi poder era necesario para la elección de una reina, como necesario era el poder de Meabh para la elección de un rey. Creo que Taranis oyó los rumores de que mi poder me había sido devuelto en parte. Pienso que él temió que yo ayudaría a convertir a Meredith en una verdadera reina hada. Si hubiéramos sabido que cualquiera de su nobleza soñaba con ofrecerle el trono, entonces las acusaciones contra mí habrían tenido algún sentido. Ya que él me quería lejos de la princesa.

– Galen -dijo ella-, ¿Por qué te hizo su blanco?

Galen pareció nervioso durante un momento. Luego negó.

– Lo desconozco.

– Vamos, Galen, Caballero Verde, hombre verde, ¿por qué?

Tuve un presentimiento.

– Él conocía la misma profecía que Cel recibió de ese vidente humano -contesté.

– Sí, Meredith, esa según la cual tú y el hombre verde devolveríais la vida a las Cortes. Taranis ha cometido el mismo error que cometió mi hijo. Él pensó que Galen era el hombre verde que profetizaban. Ninguno de ellos recuerda nuestra historia.

– El hombre verde quiere decir Dios, el Consorte -dije.

Andais asistió. Ella giró sus ojos hacia Rhys.

– ¿Y tú, por qué? ¿Ya lo has deducido?

– Escucharía el rumor de que soy nuevamente Cromm Cruach. Si yo realmente tuviera de nuevo mi poder original, entonces sí tendría que temerme.

– El rumor de que puedes llevar a la muerte a un duende con sólo un roce otra vez. ¿Ése rumor es cierto?

– Lo he hecho una vez -dijo-, pero si puede ocurrir otra vez, no lo sé.

– El rumor podría ser suficiente para Taranis -dijo ella. Se veía más calmada. Casi bien. Ella miró a Doyle. -Entiendo por qué él te atacó. Si yo intentara matar a la princesa, te mataría a ti el primero, pero él se equivocó al no apuntar a nuestro Asesino Frost. -Andais giró aquellos tranquilos ojos hacia el hombre grande que permanecía silencioso al lado de la cama. -Matar a Meredith y sobrevivir requeriría de vuestras dos muertes, ¿no es así, Asesino Frost?

Frost se humedeció los labios. Tenía razón para estar nervioso. No era un tema de conversación que quisiéramos tener con nuestra reina.

– Así es, mi reina -concedió él.

– ¿Te pidió la Corte de la Luz la misma condición que yo he exigido? ¿Tienes que tener un niño antes de poder sentarte en su trono?

– No, ellos me ofrecieron el trono sin condiciones, salvo que la nobleza de la Corte de la Luz tenía que votar para echar a Taranis y colocarme a mí.

– ¿Qué piensas de esto, Meredith?

– Me siento adulada, pero no soy estúpida. Me pregunto si la nobleza tiene algún plan para hacer su propia elección, y la oferta que me hicieron a mí sólo es para comprar tiempo que les permita consolidar su propia oferta por el trono. Su voto para ponerme sobre el trono reduciría la marcha en el proceso de erigir un nuevo rey, o reina, ante toda la Corte de la Luz.

Andais sonrió.

– ¿Doyle te sugirió este razonamiento?

– No, mi reina -dijo Doyle. -La princesa es consciente de que la Corte Luminosa tiene potencial para la traición.

– ¿Es verdad que Taranis casi te mató a palos cuando eras una niña?

– Sí – contesté. En mi cabeza añadí… “exactamente como tú trataste de ahogarme”. Pero mantuve la boca cerrada.

Andais sonrió como si hubiera recordado lo mismo y éste fuera un momento de felicidad para ella.

– Meredith, Meredith, deberías de aprender a controlar tu cara. Tus ojos traicionan cuánto me odias.

Bajé la mirada, no segura de qué decir, ya que eso no era mentira.

Ella se rió, y ese sonido al mismo tiempo que era tan encantador, me hizo estremecer como si mi propio cuerpo fuera el que descansara en su cama incapaz de protegerse de lo que vendría después. Quise salvar Crystall de ella, pero no podía hallar un modo de hacerlo. Si lo intentaba y fallaba sólo haría que su daño fuera peor. Andais pensaría que él era especial para mí, y eso la divertiría tanto que lo rebanaría aún más.

– Ahora que sé que tú no has estado encontrándote con Hugh y la nobleza Luminosa en secreto, estoy de acuerdo en que lo que quieren es traición. Quizás tú sólo serás el pretexto para atraer a cualquier aspirante a asesino. O quizás es lo que dices, que ellos simplemente quieren lanzar tu nombre de momento mientras buscan a alguien más de su propio poder. Pienso que este caso es el más probable, pero la oferta es tan completamente inesperada que no he tenido tiempo para pensar en ella con claridad.

Lo que ella quería decir era que la habíamos convencido de que yo no la engañaba con la Corte de la Luz, y que antes había estado demasiado enojada para pensar claramente. Me guardé mi deducción para mí misma. Tenía mi expresión lo bastante controlada como para mirar a través de ella. O eso esperaba. ¿Cómo puedes saber si la expresión de tu cara es neutra?

– El hecho de que Taranis sepa de la profecía de Cel, conseguida por el vidente humano significa que alguien de confianza de Cel le está espiando para el rey de la Corte Luminosa. -Ella se dio un golpecito en la barbilla con una uña ensangrentada. – ¿Pero quién?

Hubo un sonido en el espejo, casi el resonar de unas espadas. Eché un vistazo al reloj.

– Esperamos una llamada de Kurag, el Rey Trasgo -dije.

– ¿Tienes una llamada en espera en tu espejo? -preguntó ella.

Asentí.

– Nunca he oído tal cosa. ¿Quién hizo ese hechizo?

– Yo -dijo Rhys. Su cara todavía parecía ligeramente divertida, pero había cautela en sus ojos.

– Tendrás que hechizar mi espejo también.

– Como deseéis, mi reina -concedió él, con voz agradablemente neutral.

El metálico sonido de espadas sonó otra vez.

– Quizás deberías regresar a la corte y hacer esto hoy.

– Disculpa, tía Andais, Rhys tiene turno en mi cama si es que podemos conseguir algo más de tiempo entre llamadas y emergencias.

– ¿Te trastornaría mucho si vieras su pálida carne sangrar en mi cama como a Crystall?

No había ninguna respuesta segura a aquella pregunta.

– No sé qué quieres que diga, tía Andais.

– La verdad sería agradable.

Suspiré. Doyle apretó mi mano. Rhys se tensó a mí lado. Precisamente entonces Galen explotó…

– ¿Qué importa eso? Taranis no atacó. Estaba tan loco que su propia nobleza tuvo que echársele encima y llevárselo. ¡Él está a punto de no ser elegido como el rey de la Corte de la Luz, y tú quieres pasar el tiempo atormentando a Merry con nosotros! -Caminó hasta quedar cerca del espejo y siguió gritándola. -Hoy, Doyle casi pierde la vida. Merry podría haber muerto también, y de esa manera tú nunca tendrías a un niño que llevara tu sangre en ningún trono. La nobleza Luminosa está tramando algo bastante peligroso que implica a nuestra corte, y tú quieres jugar a estos juegos estúpidos y dolorosos. Te necesitamos para que seas nuestra reina, no nuestra atormentadora. Necesitamos ayuda aquí. Que la diosa nos salve, pero así son las cosas.

Podríamos haber saltado sobre él para que permaneciera callado, pero pienso que estábamos demasiado atontados para hacer algo. El silencio fue pesado, sólo roto por la trabajosa respiración de Galen.

Andais le contempló como si acabara de aparecer. No era una mirada amistosa, pero tampoco era una mirada hostil.

– ¿Qué ayuda esperas obtener de mí, Caballero Verde?

– Intenta averiguar por qué Hugh ofreció el trono a Merry, realmente el por qué.

– ¿Qué razón dio él? -preguntó ella con una voz extraordinariamente tranquila.

– La presencia allí de los cisnes con cadenas doradas, y que un Cu Sith impidió al rey golpear a una criada. Los Luminosos piensan que Merry es la responsable o le han dado el crédito del regreso de la magia.

– ¿Y fue ella? -preguntó Andais con un filo de crueldad que comenzaba a insinuarse de nuevo.

– Sabes que ella lo hizo -respondió Galen, y ya no había cólera, sólo una especie de honradez, como si esto sólo fuera la verdad.

– Quizás -dijo Andais. Me recorrió con la mirada. -Intentaré averiguar si Hugh es honesto, o tan traidor como pensamos. Debes de tener alguna magia sobre los hombres que no veo, Meredith. Incluso sin follarte a Crystall, él parece extrañamente leal a ti. Le quebrantaré a mi manera otra vez, luego elegiré a otro de los hombres que me habrían abandonado por ti. A todo Sidhe que prefirió haberte seguido en el exilio a permanecer conmigo en el sithen. -Dijo lo último casi con voz pensativa, como si realmente no lo entendiera.

La verdad era que no era del sithen de donde ellos quisieron marcharse, sino de su sádico cuidado, pero esa era una verdad que era mejor callarse.

– Si la oferta Luminosa es genuina, Meredith, podrías pensar en considerarlo.

Una sensación de miedo me traspasó.

– Tía Andais, no lo entiendo.

– Cada hombre que te prefiere me hace odiarte un poco más. Pronto, mi odio incluso pueda pesar más que mi deseo de que te sientes en mi trono. En el trono dorado de la Corte de la Luz estarías más segura de mi cólera.

Humedecí mis labios que de repente estaban secos.

– No hago nada para enfadarte a propósito, mi reina.

– Y eso es lo que me enfurece más de ti, Meredith. Sé que no lo haces a propósito. Simplemente, es que de alguna manera me estás separando de mi nobleza y mis amantes. Tu magia Luminosa los aleja.

– Tengo las manos de poder de la carne y la sangre, esas no son manos de poder Luminosas, Tía.

– Sí, y el vidente de Cel dijo que si alguien de carne y sangre se sentaba en el trono Oscuro él moriría. Cel pensó que eso significaba su propia mortalidad, pero no es así. -Ella me miró, y en ella había otra clase de crueldad, aunque no estuviera segura de qué exactamente. -Cel grita tu nombre por las noches, Meredith.

– Él quiere mi muerte si pudiera conseguirla.

Ella sacudió la cabeza.

– Él se ha convencido de que si está contigo, los dos tendréis un hijo, y él sería el rey de su reina.

Mi boca no pudo quedarse más seca, ni mi corazón podía ir más rápido.

– No se como iba funcionar eso, Tía Andais.

– Pues como iba a funcionar… pues follando, Meredith. La mecánica de esa función sería muy simple.

Lo intenté otra vez, mientras Doyle y Rhys se agarraban a mí con más fuerza. Incluso Abe se movió en mi espalda para poner su cara contra mi pelo. Tocándome para consolarme.

– Supongo que lo que quise decir era que no creo que Cel y yo fuéramos una buena pareja dirigente.

– No parezcas tan asustada, Meredith. Sé que Cel no te dejaría embarazada, pero él se ha convencido de ello. Sólo te lo estoy advirtiendo. Él ya no quiere matarte, pero sí mataría a cada amante que tengas, si pudiera.

– Él está… -traté de pensar en un modo de decirlo-…libre.

– No está encarcelado, pero siempre está bajo custodia. No quiero que mis propios guardias maten a mi único hijo para proteger a mi otro heredero. -Ella sacudió la cabeza. -Ve, llama al rey trasgo. Trataré de averiguar si la oferta de Hugh al trono dorado es real o falsa. -Ella caminó hacia la cama cuando dijo estas últimas palabras. -Pero primero sacaré mi cólera y frustración hacia ti con tu Crystall. Que sepas que cada corte es una herida que yo haría en tu nívea piel si yo ya no necesitara tu cuerpo. -Andais avanzó lentamente hacia la cama y alcanzó a Crystall. Un cuchillo había aparecido en su mano a través de la magia o bien estaba escondido entre las sábanas.

Frost llegó el primero al espejo y lo limpió con un toque. Nos quedamos mirando nuestras propias imágenes, pensando en lo que estaría ocurriendo. Mis ojos permanecieron muy abiertos, y mi piel aún más pálida.

– Mierda -dijo Rhys.

Eso lo resumía todo.

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