Capítulo Cinco

– Hijo, me gustaría que me lo contaras todo de una vez, ¿qué fue exactamente lo que pasó después?

Jeb Blake se inclinó sobre su taza de café; tenía la voz áspera. A sus casi setenta años de edad, era delgado, alto y de rostro curtido. Con escasos cabellos blancos y la nuez de Adán sobresaliéndole en el cuello como si se tratara de una pequeña ciruela. En los brazos tenía tatuajes además de cicatrices y los nudillos siempre se le veían hinchados por tantos años de trabajo rudo en la pesca del camarón.

– Nada. Se subió a su auto y se marchó.

Jeb Blake miró a Garrett mientras enrollaba el primero de los doce cigarrillos que fumaría ese día.

– Bueno, eso suena como desperdiciar una oportunidad, ¿no te Parece, hijo?

Garrett se sorprendió ante su franqueza.

– No, papá. No fue un desperdicio. Pasó un buen rato anoche. Disfruté de su compañía.

– Pero no volverás a verla.

Garrett tomó un sorbo de café y negó con la cabeza.

– Lo dudo. Como ya te dije, está aquí de vacaciones.

– ¿Por cuánto tiempo?

– No sé. No le pregunté. Y de cualquier manera, ¿por qué estás tan interesado? Salí a navegar con alguien y pasé un buen rato. No hay mucho más que pueda decir al respecto.

Jeb se inclinó de nuevo sobre su taza de café.

– Te gustó, ¿no es cierto?

– Sí, papá, sí, pero como te dije, es probable que no vuelva a verla. No sé en qué hotel se hospeda y hasta es posible que se marche hoy mismo.

Su padre lo miró en silencio durante un momento antes de plantearle con cuidado la siguiente pregunta.

– Pero, si ella siguiera aquí, y tú supieras dónde se hospeda, ¿crees que te interesaría?

Garrett miró hacia otro lado sin responder y Jeb estiró la mano por encima de la mesa para tomar a su hijo por el brazo.

– Hijo, han pasado tres años. Sé que la amabas, pero la vida sigue adelante.

Unos cuantos minutos más tarde terminaron sus tazas de café. Garrett dejó caer un par de dólares sobre la mesa y siguió a su padre por la salida de la cafetería, hasta su camión en el estacionamiento.

Cuando por fin llegó a la tienda, en su mente se arremolinaban las ideas. Incapaz de concentrarse en el papeleo en el que tenía que trabajar, decidió volver a los muelles para terminar la reparación del motor que había comenzado un día antes. Ciertamente tenía que pasar algún tiempo en la tienda ese día, pero en ese momento necesitaba estar a solas.

Al quitar la cubierta del motor, pensó en la charla que había sostenido con su padre. Él tenía razón, pero Garrett no sabía cómo dejar de experimentar aquel sentimiento. Catherine lo había sido todo para él. Lo único que tenía que hacer era mirarlo y sólo con eso él sentía como si de pronto todo en el mundo estuviera bien. Perder algo así… simplemente le mostraba que algo andaba mal. ¿Por qué le sucedió a ella entre todos los mortales? Durante meses permaneció en vela por las noches preguntándose qué habría pasado si… si ella hubiera esperado un segundo más antes de cruzar la calle, ¿qué habría sucedido si se hubieran tardado unos cuantos minutos más en desayunar? Miles de preguntas, y sin embargo ahora no estaba más cerca de comprenderlo de lo que había estado cuando sucedió.

El Sol se elevó en el cielo mientras él trabajaba sin descanso y tuvo que secarse el sudor que le perlaba la frente. Recordó que el día anterior, casi a esa misma hora, había visto a Theresa caminar en el muelle hacia el Happenstance. Cuando se dio cuenta de que se detenía frente a su bote se sorprendió. Pensó que se detendría sólo por un instante, pero después notó que ella había ido a ver al Happenstance.

Hubo algo extraño en la manera en que ella lo miró por primera vez. Fue casi como si lo reconociera, como si supiera algo más sobre él de lo que admitía…

Le dijo que había leído los reportajes que estaban en la tienda… tal vez de ahí provenía aquella curiosa expresión que tenía en el rostro. Era la única explicación plausible, pero aun así algo no parecía encajar muy bien en todo ese asunto.

No es que fuera importante.

Poco antes de las once se encaminó a la tienda. Ian, uno de los empleados que contrataba durante el verano, estaba al teléfono, y cuando Garrett entró, le entregó tres mensajes. Los primeros dos eran de proveedores.

Leyó el tercero mientras se dirigía a su oficina y se detuvo al darse cuenta de quién se lo había dejado. Se aseguró de que no se tratara de un error, entró en su oficina y cerró la puerta a sus espaldas. Tomó el teléfono y marcó el número.

Theresa Osborne respondió al segundo timbrazo.

– Hola, Theresa. Habla Garrett. Tengo un mensaje que dice que me llamaste.

– ¡Ah! Hola, Garrett. Gracias por comunicarte conmigo. Olvidé mi chaqueta en el velero anoche y me preguntaba si no la habrías encontrado.

– No la vi, pero iré de una carrera a echar un vistazo.

– ¿No será mucha molestia?

– En absoluto. Te llamaré en cuanto la encuentre.

Garrett se despidió de ella, salió de la tienda y se encaminó a toda prisa hacia el Happenstance. En cuanto subió a bordo, vio la chaqueta cerca de popa, casi oculta bajo uno de los cojines de los asientos.

De vuelta en su oficina, marcó el número escrito en el papel. Esta vez, ella contestó de inmediato.

– Habla Garrett otra vez. Encontré tu chaqueta.

– Muchas gracias por ir a buscarla -parecía aliviada-. ¿Podrás guardármela? Puedo pasar por tu tienda en veinte minutos para recogerla.

– Con mucho gusto -respondió él. Después de colgar el teléfono, se retrepó en la silla y pensó en lo que acababa de ocurrir. “Aún no se marcha”, pensó, “y podré verla de nuevo”.

Y no es que fuera importante, por supuesto.

Theresa llegó veinte minutos más tarde, vestida con pantaloncillos cortos y una blusa escotada y sin mangas que la hacían lucir maravillosa. Le sonrió y lo saludó. Garrett se encaminó hacia ella con la chaqueta en la mano.

– Aquí tienes, como nueva -comentó mientras extendía el brazo para entregársela.

– Gracias por haberla encontrado -le dijo Theresa y algo en los ojos de ella hizo resurgir la atracción inicial que había experimentado el día anterior. Sin darse cuenta comenzó a rascarse un lado de la cara.

– No es nada. Creo que el viento la empujó hasta donde estaba.

– Sí, eso supongo -respondió ella con un leve encogimiento de hombros y Garrett observó cómo se ajustaba el tirante de la blusa con una mano. Dijo lo primero que se le ocurrió:

– La pasé muy bien anoche.

– También yo.

Al decirlo, Theresa lo miró a los ojos y Garrett sonrió con infinita dulzura.

– ¿Viniste hasta acá sólo para recoger tu chaqueta o también planeabas visitar algún lugar turístico?

– Sólo iba a comer -lo miró con expectación-. ¿Podrías sugerirme algo?

Él lo pensó un momento antes de responder.

– Me gusta comer en Hank’s, allá en el muelle. La vista es fantástica tienen excelentes camarones y ostras.

Ella esperó por si él añadía algo más y al ver que no lo hacía miró hacia otro lado, a las ventanas. Por fin, él se animó.

– Me encantaría llevarte si quieres ir acompañada.

Ella sonrió.

– Me daría mucho gusto, Garrett.

Con una expresión de alivio en el rostro la condujo a través de la tienda y salieron por la puerta posterior.

Hank’s se fundó casi al mismo tiempo que cuando construyeron el muelle y contaba por igual entre su clientela con turistas y lugareños. Un poco rústico, pero de mucha tradición, sus pisos de madera estaban ya raspados por los años del roce de zapatos llenos de arena, y sus enormes ventanales tenían vista al mar. Las mesas y las sillas eran de madera maciza y se veían desgastadas por el uso de los cientos de visitantes que habían acudido al lugar.

– Confía en mí -insistió él mientras se dirigían a una mesa-. La comida aquí es excelente a pesar del aspecto del restaurante.

Eligieron una mesa cerca de un rincón y Garrett hizo a un lado un par de botellas vacías de cerveza que aún no recogían. Los menús con cubiertas de plástico estaban colocados entre botellas de salsa Tabasco, salsa tártara y otra cuya etiqueta sólo decía HANK’S. Theresa miró a su alrededor y notó que casi todas las mesas estaban ocupadas.

– Está lleno -comentó mientras se ponía cómoda.

– Siempre está igual. Tuvimos suerte de conseguir mesa.

Ella miró el menú.

– ¿Qué me recomiendas?

– ¿Te gusta el pescado?

– Me encanta.

– Entonces prueba el atún o el delfín. Los dos son deliciosos.

– ¿Delfín?

El rió.

– No es como Flipper, el delfín del programa televisivo. Se trata de un pez delfín. Así lo llamamos por aquí.

– Creo que prefiero el atún -respondió ella con un guiño-, sólo para estar segura.

– ¿Crees que sería capaz de inventar algo así?

Ella le respondió en tono de broma.

– Recuerda que apenas nos conocimos ayer. Aún no sé de lo que eres capaz.

– Me ofendes -respondió él en el mismo tono y ella sonrió. Garrett también se rió y después de un momento ella lo sorprendió al inclinarse sobre la mesa y tocarlo fugazmente en el brazo. De pronto se dio cuenta de que Catherine solía hacer lo mismo para llamar su atención.

– ¿Hay alguien que atienda aquí o tenemos que pescar y cocinar nuestro propio pescado?

– Malditos yanquis -masculló mientras movía la cabeza, y ella volvió a reír.

Unos minutos más tarde llegó la camarera y les tomó la orden. Los dos pidieron cerveza y, después de dejar la orden en la cocina, la camarera les llevó dos botellas a la mesa.

– ¿Sin vasos? -preguntó Theresa con una ceja arqueada después de que la camarera se retiró.

– Sí. Nada como la elegancia de este lugar.

– Ya veo por qué te gusta tanto.

– ¿Acaso es un comentario acerca de mi falta de buen gusto?

– Depende de cuán seguro te sientas de lo que recomiendas.

– Hablas como si fueras psiquiatra.

– No soy psiquiatra, pero sí soy madre y eso me convierte en algo así como una experta en la naturaleza humana.

– ¿Ah, sí?

– Eso es lo que le digo a Kevin.

Garrett tomó un sorbo de su cerveza.

– ¿Ya hablaste con él hoy?

Ella asintió y también tomó un trago de su bebida.

– Sólo tinos minutos. La está pasando muy bien con su padre. David siempre ha sido bueno con él. Cuando Kevin va para allá espera divertirse.

Garrett la miró con curiosidad.

– No pareces estar muy segura.

Ella titubeó antes de continuar.

Bueno, sólo espero que no se desilusione más tarde. David y su esposa comenzaron una familia y tan pronto como el bebé crezca será más difícil que David y Kevin estén juntos a solas.

Garrett se inclinó hacia el frente mientras hablaba.

– Es imposible proteger a nuestros hijos contra los desengaños de la vida.

– Lo sé, te lo aseguro. Es sólo que…

Guardó silencio y Garrett terminó la idea por ella.

– Es tu hijo y no quieres verlo lastimado.

– Precisamente -algunas gotas de agua se habían empezado a condensar en la botella de su bebida y Theresa comenzó a desprender la etiqueta. Otra vez hacía lo mismo que a Catherine le gustaba. Garrett tomó otro sorbo de cerveza y obligó a su mente a concentrarse en la conversación.

– No sé qué decir, salvo que si Kevin se parece en algo a ti, estoy seguro de que saldrá adelante.

– ¿A qué te refieres?

El se encogió de hombros.

– La vida no es sencilla para nadie… ni siquiera la tuya. Al verte superar las adversidades, él también aprenderá a hacerlo.

– Ahora eres tú el que parece psiquiatra.

– Sólo te digo lo que aprendí mientras crecía. Tenía casi la edad de Kevin cuando mi madre murió de cáncer. El hecho de ver a mi padre me enseñó que debía continuar con la vida, sin importar lo que ocurriera.

– ¿Tu padre vive aquí todavía? -preguntó ella.

– Sí. Lo he visitado mucho últimamente. Tratamos de reunirnos por lo menos una vez a la semana. Le gusta mantenerme por el buen camino.

Ella sonrió

– Igual que a la mayoría de los padres.

Llegó la comida y ellos continuaron la conversación mientras Comían. Garrett le contó algunas de las aventuras que había tenido mientras navegaba en bote de vela o buceaba. Ella lo escuchó, fascinada. Las historias que los hombres le contaban en Boston trataban, por lo general, de sus logros en el ámbito de los negocios. Garrett le hablaba de las criaturas del mar que había visto mientras buceaba y de lo que se sentía que lo persiguiera un tiburón martillo. En comparación con la noche anterior, estaba relajado. Había energía en la manera en que le hablaba, y a Theresa le pareció atractivo el cambio.

Cuando llegó la cuenta, Garrett dejó la propina en la mesa y se levantó para que se fueran.

– ¿Estás lista?

– Si tú lo estás, yo también. Y muchas gracias por la comida. Estuvo deliciosa.

Mientras se dirigían hacia la puerta del frente, ella esperaba que Garrett quisiera volver a la tienda de inmediato, pero él la sorprendió al sugerir algo diferente.

– ¿Te gustaría caminar por la playa?

Al ella contestar que sí, él la condujo a un costado del muelle y bajaron unos escalones. Cuando llegaron a la zona donde la arena está más dura, a la orilla del agua, los dos se detuvieron un momento para quitarse los zapatos.

Comenzaron a caminar en silencio, contemplando el paisaje

– ¿Esta playa es parecida a las que están en el norte? -preguntó Garrett.

– Sí, a algunas, pero el agua es mucho más cálida aquí. ¿Nunca has visitado las playas del norte?

– Nunca he salido de North Carolina.

Ella sonrió.

– Eres todo un viajero, ¿eh?

Él rió por lo bajo.

– No, pero no creo estarme perdiendo de mucho -después de algunos pasos, cambió de tema-. Así que… ¿cuánto ti quedarás en Wilmington?

– Hasta el domingo. Tengo que volver al trabajo el lunes.

“Cinco días más”, pensó él.

Pasaron algunos segundos antes de que Garrett volviera a hablar.

– ¿Puedo hacerte una pregunta personal?

– Depende de la pregunta.

Él se detuvo un momento, recogió un par de conchas y se las entregó.

– ¿Sales con alguien allá en Boston?

Ella tomó las conchas y respondió.

– No.

– ¿Por qué no? Una mujer como tú debe tener de dónde elegir.

Ella sonrió ante el comentario y lentamente comenzaron a caminar de nuevo.

– Gracias. Eres muy gentil al decir eso, pero no es tan sencillo, en especial cuando se tiene un hijo -se detuvo-. Y, ¿qué me dices de ti? ¿Sales con alguien?

Él negó con la cabeza.

– No. Supongo que no conozco a nadie en este momento con quien quiera salir.

– ¿Eso es todo?

Era el momento de la verdad y los dos lo sabían. Theresa sintió cómo se tensaba hasta la última fibra de su ser.

– Estuve casado -dijo Garrett-. Ella murió.

– Lo lamento -respondió Theresa en voz baja.

– Sucedió hace tres años. Desde entonces perdí el interés por salir con alguien o por buscar pareja -guardó silencio.

– Debes sentirte solo algunas veces -comentó Theresa.

– Así es, pero trato de no pensar mucho en eso. Me mantengo ocupado en la tienda y eso me ayuda a que pasen los días.

Al ver que Garrett se quedó en silencio, Theresa le preguntó:

– ¿Cómo era ella?

– ¿Catherine? -se le secó la garganta-. ¿De verdad te interesa saberlo?

Una parte de él quería que Theresa comprendiera. A pesar suyo se perdió en el pasado una vez más.

– Ho1a, corazón -saludó Catherine mientras levantaba la mirada desde el jardín-. No te esperaba en casa tan temprano.

– Tuvimos menos clientes en la tienda esta mañana y se me ocurrió que podría venir a casa para comer y ver cómo te sientes.

– Ya estoy mucho mejor.

– ¿Crees que haya sido gripe?

– No lo sé con exactitud. Tal vez fue algo que comí. Casi una hora después de que te marchaste me sentí mucho mejor y vine aquí a hacer un poco de jardinería -señaló hacia una pequeña parcela que acababa de sembrar.

– Es maravilloso, pero usaste toda la tierra posible en tu persona, ¿no crees que debiste dejar un poco de tierra para las flores?

Ella se limpió la frente con el dorso de la mano y se puso de pie, mirándolo con los ojos entrecerrados porque la brillante luz del Sol los lastimaba.

– ¿Me veo muy sucia?

Tenía las piernas negras por haber estado arrodillada en la tierra y un manchón de lodo le cubría la mejilla. Le salían algunas guedejas de la enmarañada cola de caballo y se le veía el rostro sudoroso y enrojecido por el esfuerzo.

– Te ves perfecta.

Catherine se quitó los guantes y los arrojó al porche.

– No soy perfecta, Garrett, pero gracias. Vamos, te daré algo de comer. Sé que tienes que regresar a la tienda.

Suspiré y se volvió hacia Theresa, que lo miraba expectante. Habló con suavidad.

– Catherine era todo lo que siempre quise: bonita, encantadora y con un gran sentido del humor. Me apoyaba en todo lo que hacía. Ella… -guardó silencio al no encontrar las palabras-. No sé si alguna vez me acostumbraré a estar sin ella.

Theresa se sintió mucho más triste de lo que hubiera imaginado. No era sólo el tono de la voz, sino la expresión del rostro mientras la describía… como si aquel hombre se desgarrara entre la belleza y el dolor del recuerdo.

– Lo lamento -dijo él-. No quería que sonara así.

Theresa reaccionó sin pensarlo. Dio un paso hacia él y lo tomó de la mano. La sujetó entre las de ella y la apretó con suavidad.

– Tus sentimientos dicen mucho de ti, Garrett. Eres el tipo de persona que ama para siempre. Y eso no es algo por lo que debas avergonzarte.

– Lo sé. Sólo que han pasado ya tres años.

– Algún día encontrarás a alguien especial otra vez. La gente que se ha enamorado una vez por lo general reincide. Está en su naturaleza.

Le apretó la mano nuevamente y Garrett sintió que la calidez penetraba en él.

– Espero que tengas razón -comentó por fin.

– La tengo. Yo sé de estas cosas. Soy madre, ¿lo recuerdas?

Él rió por lo bajo, tratando de relajar la tensión que sentía.

– Sí, lo recuerdo. Y probablemente eres buena en eso.

Dieron vuelta y caminaron de regreso al muelle, conversando en voz baja y todavía con las manos entrelazadas. Llegaron adonde Garrett había dejado estacionado su vehículo y emprendieron la vuelta a la tienda, Garrett se sentía más confundido que nunca.

– ¿En qué piensas? -preguntó Theresa mientras Garrett cambiaba la velocidad del camión y atravesaban el puente con rumbo a Wilmington.

– Pensaba -respondió él-, en preguntarte si no tienes algo planeado porque me gustaría invitarte a cenar esta noche.

Ella sonrió.

– Esperaba que dijeras eso.

Él mismo seguía sorprendido por haberla invitado cuando dieron vuelta en el camino que conducía a la tienda.

– ¿Podrías estar en mi casa, digamos, a las ocho? Tengo algunas cosas que hacer en la tienda y es probable que no termine sino hasta alrededor de esa hora.

– Está bien.

Se detuvieron en el estacionamiento y Theresa siguió a Garrett hasta su oficina. Él garabateó la dirección de su casa en un papel, tratando de no mostrar lo confundido que se sentía.

– No tendrás problemas para encontrar el sitio -le explicó-. Sólo busca mi camión en el frente; pero si te pierdes, anoté mi número de teléfono en la parte de abajo.

Theresa pasó el resto de la tarde explorando el distrito histórico de Wilmington, mientras en la tienda, Garrett enfrentaba un problema tras otro.

Estaba cansado, y dio un largo suspiro de alivio cuando por fin cerró. Después del trabajo se dirigió primero a la tienda de abarrotes y recogió lo necesario para la cena. Se dio una ducha y se puso unos pantalones vaqueros limpios y una camisa delgada de algodón; luego salió al porche trasero y se sentó en una de las sillas de hierro forjado.

Por fin oyó el sonido de un motor que recorría con lentitud la cuadra. Se levantó de su asiento en el porche y rodeó la casa con el fin de ver a Theresa estacionarse en la calle.

Ella llevaba pantalones vaqueros y la misma blusa que tenía puesta esa mañana. Se veía tranquila al caminar hacia él, y cuando le sonrió con calidez, él se dio cuenta de que la atracción había aumentado desde que comieron juntos, y eso lo hizo sentir un poco incómodo. Cuando se acercó a ella, aspiró el aroma de su perfume.

– Traje una botella de vino -le dijo ella y se la entregó-. Pensé que podría ir bien con la cena -y después de una pequeña pausa añadió: – ¿Cómo pasaste la tarde?

– Estuve muy ocupado. De hecho, llegué a casa hace apenas un rato -se encaminó hacia la puerta del frente. Theresa caminaba a su lado-. Pensaba preparar carne a la parrilla, pero luego me pregunté si te gustaría cenar eso.

– ¿Estás bromeando? Crecí en Nebraska. Adoro un buen filete.

– Entonces recibirás una agradable sorpresa. Sucede que yo preparo los mejores filetes del mundo.

Al acercarse a los escalones del frente, Theresa miró la casa por primera vez. Era relativamente pequeña, de un solo piso, y los tablones de madera pintada de las paredes se estaban descascarando mucho en más de un sitio. Lo primero que notó al entrar fue la vista. En la habitación principal, las ventanas se extendían de piso a techo a lo largo de toda la parte posterior de la casa, que daba a todo lo ancho de la playa.

– La vista es increíble -comentó ella sorprendida.

– Sí, ¿verdad? Llevo varios años viviendo aquí, pero a mí también todavía me asombra.

A un lado estaba la chimenea, rodeada de una docena de fotografías de vida submarina. Theresa se acercó a ellas.

– ¿Te molesta si echo un vistazo?

– No, adelante. Tengo que preparar la parrilla que está atrás.

Después de que Garrett salió por las puertas corredizas de cristal al porche trasero, Theresa miró las fotografías durante un rato y luego recorrió el resto de la casa. En la parte del frente estaba la cocina una pequeña área para comer y el baño. Sólo tenía un dormitorio al que se llegaba por una puerta que daba a la sala.

Se detuvo y miró al interior. Cuando vio la mesita de noche notó la fotografía enmarcada de una mujer. Se aseguró de que Garrett estuviera todavía afuera, limpiando la parrilla, y entró para verla más de cerca.

Catherine debió haber tenido alrededor de treinta y cinco años cuando la tomaron. Era atractiva, más menuda que Theresa, con el cabello rubio cortado a la altura de los hombros y ojos verde oscuro que le daban un aspecto exótico. Parecían mirar a Theresa. Colocó la foto en su sitio con suavidad, asegurándose de dejarla en el mismo ángulo que tenía cuando la tomó. Se volvió, pero seguía sintiendo como si Catherine estuviera observando cada uno de sus movimientos.

Salió de la habitación, caminó hasta las puertas de cristal que daban de la sala al porche trasero y las abrió. Garrett sonrió al oírla salir. Ella caminó hasta la orilla del porche y apoyó los brazos en una de las barandillas.

– ¿Tomaste todas las fotografías que están en las paredes? -le preguntó.

Él retiró con el dorso de la mano los mechones de cabello que se le venían a la cara.

– Sí. Durante un tiempo me acostumbré a llevar la cámara en la mayoría de mis excursiones de buceo -mientras hablaba puso el carbón en la parrilla. Luego añadió un poco de fluido para encendedor-. Voy a dejar que esto se impregne un par de minutos. ¿Quieres algo de beber?

– ¿Qué tienes? -preguntó Theresa.

– Cerveza, gaseosas, o el vino que trajiste.

– Una cerveza me parece bien.

Mientras él entraba a la casa, Theresa se volvió y miró de un extremo a otro de la playa. Como el Sol comenzaba a ponerse, la mayor parte de la gente se había marchado ya y los pocos que quedaban corrían o caminaban.

– ¿Nunca te cansas de tener a toda esa gente aquí? -le preguntó cuando regresó.

Él le dio la cerveza.

– En realidad no. Por lo general, cuando llego a casa, la playa está casi desierta. Y en invierno no viene nadie.

Por un instante Theresa lo imaginé sentado en el porche mirando el agua, solo, como siempre. Garrett metió la mano al bolsillo y sacó unos fósforos. Encendió el carbón y dio un paso atrás cuando se levantaron las flamas.

– Ahora voy a comenzar a preparar la cena. Y, si tienes suerte, tal vez comparta contigo mi receta secreta.

Ella inclinó la cabeza y lo miró furtivamente.

– Te das cuenta de que estás aumentando mis expectativa respecto a la carne, ¿verdad?

– Lo sé, pero tengo fe.

Él le guiñó un ojo y Theresa lo siguió a la cocina. Garrett abrió una alacena y sacó un par de papas. Las envolvió en papel de aluminio y las metió al horno.

– ¿Puedo ayudarte en algo?

– Creo que tengo todo bajo control. Compré una de esas, ensaladas que ya vienen preparadas.

Theresa se hizo a un lado cuando Garrett sacó del refrigerador el recipiente de la ensalada. Él la miró por el rabillo del ojo mientras vaciaba el contenido en una fuente. ¿Qué tenía aquella mujer que lo hacía sentir deseos de estar lo más cerca posible de ella? Con todos estos pensamientos en la cabeza, volvió a abrir el refrigerador y tomó la carne.

Ella le dirigió una sonrisa retadora.

– Y, ¿qué hay de especial en estos filetes?

Garrett puso un poco de whisky en un recipiente poco profundo.

– Uno que otro detalle. Primero se necesitan un par de filetes gruesos como éstos. Luego se sazonan con un poco de sal, pimienta y polvo de ajo y se dejan macerar en whisky mientras los carbones se ponen blancos -lo iba haciendo mientras lo explicaba.

– ¿Ese es tu secreto?

– Es sólo el principio -aseguró-. El resto tiene que ver con la manera en que se asan.

Theresa estaba tranquila, apoyada en el mostrador de la cocina y de pronto Garrett se dio cuenta de lo hermosa que se veía. Algo en la forma en que estaba de pie le pareció familiar… la sonrisa o tal vez el sesgo de su mirada al observarlo. De nuevo recordó una perezosa tarde de verano en que llegó a casa a comer para sorprender a Catherine. Estuvieron de pie en la cocina, tal como él y Theresa se encontraban ahora.

– Supongo que tú ya comiste -dijo Garrett al ver que Catherine se quedaba de pie frente al refrigerador abierto.

Catherine lo miró.

– No tengo hambre -respondió ella-, pero sí tengo sed. ¿Quieres un poco de té helado?

– Sí.

Abrió la alacena y sacó dos vasos. Después de poner el primer vaso sobre el mostrador de la cocina, el segundo se le escurrió repentinamente de entre las manos.

– ¿Estás bien? -preguntó Garrett.

Catherine se pasó la mano por el cabello, avergonzada, y luego se inclinó para recoger los trozos de vidrio.

– Me mareé por un segundo, pero ya se me pasó.

Garrett caminó hacia ella y comenzó a ayudarla a limpiar.

– ¿Otra vez te sientes mal?

– Un poco, pero quizá se deba a que estuve demasiado tiempo afuera esta mañana.

Garrett no dijo nada mientras recogía los vidrios.

Garrett tragó saliva y de pronto se hizo consciente del largo silencio que había caído en la cocina.

– Voy a revisar cómo va el carbón -dijo.

Mientras él estaba afuera, Theresa puso la mesa. Colocó una copa de vino al lado de cada plato y buscó en un cajón los cubiertos. Cerca de ellos encontró dos pequeños candeleros con velas. Después de preguntarse si eso no sería demasiado, decidió ponerlos también en la mesa. Garrett regresó cuando ella estaba a punto de terminar.

– ¿Me enseñarás el resto de tu receta secreta?

– Claro, con mucho gusto -respondió él. Extrajo de la fuente con whisky dos de los filetes; luego abrió el refrigerador y sacó una bolsa chica de plástico-. Esto es sebo, la parte grasosa de la carne que por lo general se elimina. Hice que el carnicero me guardara un poco cuando compré los filetes.

– ¿Para qué sirve?

– Ya lo verás -respondió.

Regresó a la parrilla con los filetes y unas tenazas, que colocó sobre la barandilla del asador. Luego, con un pequeño fuelle de mano, comenzó a soplar las cenizas de las briquetas.

– Parte del secreto para cocinar un magnífico filete es asegurarse de que el carbón esté bien caliente. Se usa el fuelle para quitar las cenizas. Así no hay nada que bloquee el calor.

Puso la carne en la parrilla con las tenazas. Durante el breve tiempo que se necesitaba para que se asaran, Garrett se dedicó a observar a Theresa con el rabillo del ojo. El cielo comenzaba a tornarse anaranjado y la cálida luz le oscurecía los ojos marrón. La brisa le levantaba el cabello de manera seductora.

Por fin Garrett se volvió para tomar el sebo.

– Creo que ahora sí ya estamos listos para esto.

Colocó algunos trozos de sebo sobre las briquetas, directamente debajo de la carne. Luego se inclinó y sopló hasta que prendieron.

– ¿Qué haces?

– Las llamas van a soasar la carne con todo su jugo, lo que mantiene tierno al filete. Es la misma razón por la que se usan tenazas y no un tenedor. Arrojó otro par de trozos de sebo a las briquetas y repitió el proceso.

Theresa miró a su alrededor y comentó:

– Este es un sitio muy tranquilo. Ya veo por qué compraste el lugar -se volvió hacia él-. Dime, Garrett, ¿en qué piensas cuando estás aquí solo?

Hubiera querido contestarle: “Pienso en Catherine”, pero se contuvo y suspiró.

– A veces pienso en el trabajo; a veces sueño con navegar y dejar todo atrás.

Ella lo miró con mucha atención mientras pronunciaba esas últimas palabras.

– Garrett, tienes que dejar de huir de lo que te pasa -le dirigió una sonrisa llena de confianza-. Además tienes mucho que ofrecerle a alguien.

Garrett guardó silencio. Durante los siguientes minutos lo único que se oía era el sonido que hacía la carne al irse asando en la parrilla y las olas que rompían en la playa… un rumor continuo y tranquilizador. La tensión que Garrett experimentó antes se atenuó hasta casi desaparecer y mientras permanecían de pie, uno al lado del otro, en la cada vez más profunda penumbra, él percibió que había algo más en aquella velada de lo que cualquiera de los dos hubiera querido admitir.

Poco antes de que la carne estuviera lista, Theresa volvió a entrar en la casa para terminar de poner la mesa. Con esmero, encendió las velas y estaba colocando la botella de vino en la mesa cuando Garrett entró.

Después de cerrar las puertas de cristal vio lo que ella había hecho. La cocina estaba a oscuras, salvo por la luz que provenía de las pequeñas llamas de las velas y cuyo brillo daba a Theresa un aspecto hermoso. Los ojos de ella parecían atrapar las flamas danzarinas. Se miraron, cada uno desde su lado de la mesa, los dos inmovilizados un instante por la sombra de posibilidades distantes. Luego Theresa aparté la mirada.

– No pude encontrar un sacacorchos -comentó ella por no tener otra cosa que decir.

– Yo lo traeré -se apresuró él-. Es probable que esté en el fondo de alguno de los cajones.

Garrett llevó el platón con los filetes a la mesa y se dirigió a un cajón. Después de revolver entre diversos utensilios, encontró el sacacorchos. Con un par de movimientos rápidos abrió la botella y sirvió la cantidad precisa en cada copa. Luego se sentó y usó las tenazas para colocar los trozos de carne en los platos.

– Es el momento de la verdad -comentó ella precisamente antes de probar el primer bocado. Garrett sonrió mientras la observaba comerlo.

– Garrett, ¡está delicioso! -afirmó Theresa con énfasis.

– Gracias.

Las velas se fueron empequeñeciendo conforme avanzaba la velada y Garrett le dijo un par de veces lo feliz que se sentía de que estuviera ahí. Afuera, la marea subía lentamente, guiada por la Luna, en cuarto creciente, que parecía haber brotado de la nada.

Después de cenar Garrett sugirió otro paseo por la playa.

La noche era tibia. Bajaron del porche y se dirigieron hacia una pequeña duna y de ahí a la playa. Se quitaron los zapatos y caminaron con paso lento, muy cerca el uno del otro y Garrett buscó la mano de Theresa. Al sentir su calidez, ella se preguntó, sólo por un instante, qué se sentiría si él le tocara el cuerpo, si le recorriera con las manos toda la piel.

– Hace muchísimo tiempo que no pasaba una velada como ésta -confesó Garrett por fin.

– Tampoco yo -aseguró ella.

La arena estaba fresca bajo sus pies.

– Garrett, ¿recuerdas cuando me invitaste a navegar contigo?

– Sí.

– ¿Por qué me pediste que te acompañara?

Él la miró con curiosidad.

– ¿A qué te refieres?

– Me refiero a que me pareció que tan pronto lo dijiste comenzaste a lamentarlo.

El se encogió de hombros.

– No estoy seguro de que “lamentarlo” sea la palabra Creo que me sentí sorprendido de haberte invitado, pero no lo lamenté en ningún momento.

Ella sonrió.

– ¿Estás seguro?

– Sí, estoy seguro. Además, estos últimos dos días han sido los mejores que he tenido en mucho, mucho tiempo.

Caminaron juntos en silencio. Había unas cuantas personas en la playa, aunque estaban tan lejos que Theresa no podía distinguir nada más que sombras.

– ¿Crees que alguna vez puedas regresar? Quiero decir, cuando tengas vacaciones.

– Si lo hiciera, ¿volverías a prepararme la cena?

– Cocinaría lo que tú quisieras. Siempre y cuando sea filete.

Ella rió por lo bajo.

– Entonces lo pensaré.

– Y, ¿qué me dices si añado unas cuantas clases de buceo?

– Creo que Kevin las disfrutaría más que yo.

– Entonces tráelo.

Lo miró.

– ¿No te molestaría?

– En absoluto. Me encantaría conocerlo.

Se detuvieron un momento y contemplaron el agua. Él estaba muy cerca de ella; los hombros casi se tocaban.

– ¿En qué piensas? -preguntó Garrett.

– Solamente pensaba en lo agradable que son los silencios cuando estoy contigo.

Él sonrió.

– Y yo estaba pensando que te he dicho mucho más de lo que le he dicho a nadie.

– ¿Será porque estás seguro de que regresaré a Boston y no se lo contaré a nadie?

Él rió.

– No. Supongo que es porque quiero que sepas quién soy, porque si aún sabiéndolo de todas maneras sigues queriendo pasar el tiempo conmigo…

Theresa no comentó nada, pero entendía exactamente lo que él trataba de decir.

Garrett desvió la mirada.

– Lo lamento. No quise hacerte sentir incómoda.

– No me hiciste sentir incómoda -aseguró Theresa-. Me alegra que me lo dijeras.

Se detuvo. Después de un momento comenzaron a caminar de nuevo por la solitaria playa.

– Pero no sientes lo mismo que yo -insistió él. Theresa lo miró.

– Garrett, yo… -dejó que se perdieran las palabras.

– No, no tienes que decir nada…

Ella no lo dejé terminar.

– Sí, debo hacerlo. Tú buscas una respuesta y yo quiero dártela -se detuvo. Luego aspiró profundo-. Me asusta un poco, Garrett, porque si te digo lo mucho que me interesas, siento que me arriesgo a que vuelvan a herirme.

– Yo nunca te lastimaría -aseguró él con suavidad. Ella se detuvo y lo hizo mirarla.

– Sé que eso crees, Garrett, pero has estado luchado con tus propios demonios durante los últimos tres años. No sé si estás listo para seguir adelante, y si no es así, con toda seguridad seré yo quien salga lastimada.

Esas palabras le llegaron muy hondo y él esperó un momento antes de responder.

– Theresa, desde que nos conocimos… no sé…

Levantó la mano y tocó con suavidad la mejilla de Theresa con el dedo, siguiendo el contorno con tanta ligereza que ella sentía casi como una pluma contra la piel. En cuanto la tocó, Theresa cerró los ojos y, a pesar de sus dudas, dejó que aquella estremecedora sensación le recorriera el cuerpo.

Después Theresa sintió que todo comenzaba a borrarse y repentinamente sintió que estar ahí era lo correcto. La cálida brisa de verano que le soplaba en el cabello aumentaba la sensación que le producía aquel roce. La luz de la Luna daba al agua un brillo etéreo, mientras las nubes proyectaban su sombra sobre la playa.

Entonces cedieron a todo lo que había estado acumulándose desde el instante en que se conocieron. Ella se hundió en él y sintió la calidez de su cuerpo; él le soltó la mano. Luego la rodeó poco a poco con los dos brazos, la atrajo hacia sí y la besó en los labios con ternura.

Permanecieron así, abrazados, besándose a la luz de la Luna durante largo rato, sin que a ninguno le importara mucho que cualquiera pudiera verlos. Los dos habían esperado demasiado aquel momento. Después, Theresa lo tomó de la mano y lo condujo de vuelta a la casa.

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