Capítulo Siete

Al cuarto día de que Theresa se fue de Wilmington, Garrett soñó con Catherine. En el sueño se encontraban en un campo cubierto de césped, rodeado por un precipicio que daba al mar. Caminaban juntos, tomados de la mano y conversaban, cuando de pronto ella se soltaba. Lo miraba por encima del hombro, reía y lo invitaba a perseguirla. Él lo hacía, y sentía lo mismo que el día en que se casaron.

Se acercaba poco a poco a ella, cuando se daba cuenta de que Catherine se dirigía al precipicio. Garrett le gritaba que se detuviera, pero ella corría aún más de prisa.

Él le gritaba que diera vuelta, pero ella parecía no oírlo. Garrett sentía cómo la adrenalina le corría por el cuerpo alimentada por un temor que lo paralizaba.

– ¡Detente, Catherine! -gritaba.

El precipicio estaba a pocos metros de distancia. Él se acercaba, pero seguía demasiado lejos. “No voy a poder detenerla”, pensaba presa del pánico.

Entonces, de una manera tan repentina como había comenzado a correr, Catherine se detenía. Se volvía a mirarlo a sólo unos centímetros de la orilla.

– No te muevas -gritaba él. Garrett llegaba junto a ella y la tomaba de la mano mientras respiraba pesadamente.

Ella sonreía y miraba a sus espaldas.

– ¿Creíste que me perderías?

– Sí -respondía él en voz baja-. Y te prometo que nunca permitiré que vuelva a pasar.

Garrett despertó con sobresalto, se sentó en la cama y permaneció despabilado durante varias horas. Cuando por fin pudo volver a dormir, cayó en un sueño intranquilo y eran casi las diez de la mañana cuando logró levantarse. Todavía cansado y deprimido, llamó a su padre, con quien se reuniría para desayunar en el lugar acostumbrado.

– No sé si podré ver de nuevo a Theresa -le confesó después de un rato de intercambiar trivialidades.

Su padre enarcó una ceja pero no respondió. Garrett continuó.

– Tal vez no estamos destinados el uno para el otro. Me refiero a que ella vive a miles de kilómetros de distancia, tiene su propia vida, sus propios intereses. No quiero ir a vivir a Boston y estoy seguro de que ella no desea vivir aquí, así que ¿qué nos queda?

Garrett guardó silencio y esperó a que su padre respondiera.

– Me parece que estás inventando pretextos -comentó Jeb en voz muy baja.

– No, papá, no es así. Sólo trato de resolver esta situación.

– ¿Con quién crees que estás hablando, Garrett? -movió la cabeza-. Sé exactamente por lo que estás pasando. Cuando tu madre murió, yo también inventé pretextos. Durante años me dije a mí mismo todo tipo de cosas. Y, ¿quieres saber a dónde me llevaron? -miró a su hijo-. Estoy viejo y cansado, pero sobre todo estoy solo. Si pudiera retroceder en el tiempo, cambiaría muchas cosas -Jeb se detuvo y su tono se hizo más dulce-. Trataría de buscar a alguien. Porque ¿sabes algo, Garrett? Creo que a tu madre le hubiera gustado que yo encontrara a alguien. Ella habría deseado que yo fuera feliz. Y, ¿sabes por qué?

Garrett no respondió.

– Porque ella me amaba. Y si estás convencido de que estás demostrando tu amor por Catherine al sufrir como lo has venido haciendo, entonces, en alguna parte del camino, debo haberme equivocado al educarte.

– No te equivocaste.

– Creo que sí, porque cuando te miro me veo a mí mismo y, para serte franco, preferiría ver algo distinto. Me gustaría ver a alguien que sabe que está bien seguir adelante y que también está bien encontrar a una persona que pueda hacerlo a uno feliz. Sin embargo, en este momento me parece que me miro al espejo y veo como era yo hace veinte años.

Garrett pasó la tarde solo, caminando por la playa y meditando acerca de lo que le había dicho su padre.

Cuando se comunicó con Theresa más tarde, esa misma noche, el sentimiento de traición que le había provocado la pesadilla era menos intenso. Cuando ella respondió el teléfono, lo sintió menguar todavía más.

– Me da gusto que llamaras -le dijo ella con alegría-. Pensé mucho en ti hoy.

– Yo también estuve pensando en ti -aseguró él-. Desearía que estuvieras aquí.

– ¿Estás bien? Te oigo un poco triste.

– No te preocupes, estoy bien. Pero, me siento solo, eso es todo. ¿Cómo estuvo tu día hoy?

– Como siempre. Con mucho que hacer en el trabajo y mucho que hacer en casa. Pero me siento mejor después de oír tu voz. Y a ti, ¿qué tal te fue?

– Hoy te extrañé mucho.

– Sólo hemos dejado de vernos unos cuantos días -comentó ella con suavidad.

– Lo sé. Y hablando del tema ¿cuándo volveremos a vernos?

– Mmm, ¿qué te parece si en tres semanas? Estaba pensando que tal vez tú pudieras venir esta vez. Kevin estará en un campamento de fútbol soccer toda la semana y podremos pasar algún tiempo a solas.

Mientras ella hablaba, Garrett miraba la fotografía de Catherine que tenía sobre la mesa de noche. Necesitó de algunos segundos para responder.

– Bueno, supongo que podría ir.

– No pareces muy convencido.

– Pero lo estoy.

– Entonces, ¿te pasa algo?

– No.

Ella guardó silencio, insegura.

– ¿De verdad estás bien, Garrett?

Tuvieron que transcurrir varios días y varias llamadas telefónicas a Theresa para que Garrett comenzara a sentirse mejor. Poco a poco la imagen de la pesadilla comenzó a desvanecerse. El calor de finales de verano parecía hacer que el tiempo pasara con más lentitud de lo normal, pero Garrett se mantenía tan ocupado como podía, haciendo lo posible para no pensar en las complejidades de su nueva situación.

Dos semanas más tarde llegó a Boston.

Después de recogerlo en el aeropuerto, Theresa le mostró a Garrett la ciudad. Comieron en Faneuil Hall, vieron los botes de remos deslizarse por el río Charles y se deleitaron con su mutua compañía. Cuando el día comenzó a refrescar y el Sol se ocultó tras de los árboles se detuvieron en un restaurante de comida mexicana y compraron algo para llevar al departamento. Sentado en el piso de la sala, a la luz de las velas, Garrett miró a su alrededor.

– Tienes un lindo departamento -comentó-. No sé por qué pensé que sería más pequeño, sin embargo veo que es más grande que mi casa.

– Sólo un poco, pero gracias. Para nosotros está perfecto.

Afuera del departamento podía oírse con claridad el ruido del tránsito de la ciudad. Un auto frenó, se oyó el sonido de una bocina y de inmediato el aire se llenó con el ruido de otros autos que se unían al coro.

– ¿Es siempre tan tranquilo y silencioso? -preguntó él.

Ella hizo un gesto hacia la ventana.

– Las noches de viernes y sábado son las peores, pero si se vive aquí el tiempo suficiente, uno termina por acostumbrarse.

Los ruidos de la ciudad continuaron. Una sirena ululó a la distancia y el sonido se hacía cada vez más intenso conforme se aproximaba por las calles.

– ¿Podrías poner algo de música? -preguntó Garrett.

– Claro. ¿Qué te gustaría?

– Me gustan los dos tipos -respondió él haciendo una pausa dramática-. Country y country.

Ella rió.

– De esas no tengo. ¿Qué te parece un poco de jazz?

Se levantó, eligió un disco que pensó que podría gustarle a Garrett y lo puso en el aparato de sonido. Momentos más tarde la música comenzó a oírse, precisamente cuando el embotellamiento de tránsito en la calle pareció terminar.

– Así que… ¿qué opinas de Boston hasta ahora? -preguntó ella volviendo a sentarse.

– Me gusta. Para ser una gran ciudad no está tan mal. Siempre me la imaginaba muy distinta: con multitudes, asfalto, rascacielos, ni un solo árbol a la vista y asaltantes en cada esquina. Pero no es así en absoluto.

Ella sonrió.

– Es agradable, ¿verdad? Quiero decir, por supuesto que no es como la playa, pero tiene su encanto, sobre todo si consideras lo que la ciudad tiene que ofrecer. Puedes ir a conciertos, museos o simplemente pasear por una zona del centro a la que llamamos Common. Aquí hay algo para todos… incluso un club de yates.

Parecía como si le estuviera vendiendo el lugar, así que Garrett decidió cambiar de tema.

– ¿Dijiste que Kevin se fue a un campamento de fútbol?

A la mañana siguiente Garrett y Theresa pasearon por los vecindarios italianos del North End de Boston, caminaron a lo largo de las calles estrechas y serpenteantes y se detuvieron a comer cannoli y a tomar café. Garrett le preguntó sobre su trabajo mientras recorrían la ciudad.

– ¿Podrías escribir tu columna en casa?

– Con el paso del tiempo supongo que sí, pero por el momento no es posible.

– ¿Por qué no?

– Bueno, para comenzar no está establecido en mi contrato. A menudo tengo que entrevistar gente, y eso toma tiempo… en ocasiones hasta debo viajar un poco. Además, tengo que hacer investigaciones y cuando estoy en la oficina tengo acceso a muchas más fuentes. Y también habría que considerar el hecho de que necesito un lugar donde puedan ponerse en contacto conmigo. Gran parte del material que produzco es de interés humano por lo que recibo llamadas durante todo el día. Si trabajara en casa, sé que muchas personas llamarían por la noche y no estoy dispuesta a sacrificar el tiempo que le dedico a Kevin.

Garrett se detuvo en una tienda que se extendía sobre la acera y que vendía fruta fresca. Tomó un par de manzanas de una canasta y le entregó una a Theresa.

– ¿Qué es lo que más éxito ha tenido de lo que has escrito en tu Columna? -preguntó.

Theresa sintió que se quedaba sin aliento. ¿Lo que tuvo más éxito? Fácil. Una vez encontré un mensaje en una botella y recibí casi doscientas cartas.

Se obligó a pensar en algo más.

– Bueno, recibo mucha correspondencia cuando escribo sobre niños discapacitados -respondió por fin.

– Debe ser gratificante -dijo él mientras le pagaba al tendero.

– Lo es.

Antes de dar una mordida a su manzana, Garrett preguntó.

– ¿Podrías seguir escribiendo tu columna si cambiaras de diario?

Ella sopesó la pregunta.

– Sería difícil, en especial si quiero que mi columna se siga publicando en otros diarios. Apenas me estoy haciendo de un nombre como articulista y el tener el respaldo del Times de Boston me ayuda mucho en realidad. ¿Por qué?

– Simple curiosidad -respondió él en voz baja.

El resto de sus vacaciones, el tiempo pasó volando. Por las mañanas Theresa iba al trabajo algunas horas y luego regresaba a casa para pasar las tardes y noches con Garrett. A veces alquilaban una película para verla en casa después de cenar, pero por lo general preferían pasar el tiempo juntos sin otras distracciones.

Durante los siguientes dos meses su relación a larga distancia comenzó a evolucionar de un modo que ni Theresa ni Garrett anticiparon, aunque debieron haberlo hecho.

Ajustaron sus calendarios y lograron verse tres veces más, siempre en fines de semana. Una vez Theresa voló a Wilmington para que pudieran estar solos y pasaron el tiempo encerrados en la casa de Garrett. Él, a su vez, viajó a Boston dos veces y pasó la mayor parte del tiempo yendo y viniendo para asistir a los torneos de fútbol soccer de Kevin.

Cuando estaban juntos durante esos fines de semana parecía como si nada más importara en el mundo, pero ninguno de los dos hablaba de lo que ocurriría en el futuro.

Como no se veían muy a menudo, su relación tenía más altibajos de los que ninguno de los dos hubiera experimentado antes. Todo parecía bien cuando estaban juntos y todo iba mal cuando no lo estaban. Para Garrett, cada vez era más difícil tolerar la distancia entre ellos. Como él lo veía, alguno de los dos tendría que cambiar su estilo de vida de manera radical.

Pero, ¿quién?

Él tenía su propio negocio en Wilmington. Theresa tenía una floreciente carrera en Boston.

No quería pensar al respecto. En vez de ello se concentraba en el hecho de que amaba a Theresa y se aferraba a la idea de que si estaban destinados a estar juntos, encontrarían una manera de lograrlo.

Sin embargo, muy en su interior sabía que no iba a ser fácil y no sólo por la distancia entre ellos. Después de regresar de su segundo viaje a Boston, mandó ampliar y enmarcar una foto de Theresa. La colocó en la mesa de noche, frente a la fotografía de Catherine, pero a pesar de lo que sentía por Theresa le parecía que estaba fuera de lugar en su habitación. Unos días más tarde, cambió de sitio la fotografía al otro lado del cuarto, pero eso no sirvió de nada. Sin importar dónde la pusiera parecía como si los ojos de Catherine la siguieran. Por fin, guardó el retrato de Theresa en el fondo de un cajón y tomó el de Catherine. Suspiró, se sentó en la cama y lo sostuvo frente a él.

– Nosotros no teníamos estos problemas -susurró mientras pasaba el dedo sobre la fotografía-. Para nosotros todo fue siempre fácil, ¿verdad?

Al darse cuenta de que la fotografía no iba a responderle, maldijo su estupidez y volvió a sacar el retrato de Theresa.

Cuando los miró, incluso él comprendió perfectamente la razón por la que tenía tantos conflictos con todo aquello. Sí, amaba a Theresa más de lo que pensó que fuera posible, pero todavía estaba enamorado de Catherine. ¿Sería posible amar a dos personas al mismo tiempo?

– Muero de deseos de volver a verte -confesó Garrett.

Era mediados de noviembre, un par de semanas antes del Día de Acción de Gracias. Theresa y Kevin planeaban viajar en avión para pasar ese día con los padres de ella y Theresa había acordado con Garrett que iría a visitarlo el fin de semana anterior para estar más tiempo con él.

– Yo también quiero verte -le aseguró-. Y me prometiste que por fin iba a conocer a tu padre, no lo olvides.

– Planea cocinar una comida anticipada de Acción de Gracias Para nosotros en su casa. No deja de preguntarme qué te gusta comer. Te aseguro que está nervioso.

– ¿Crees que yo le agrade?

– Estoy seguro de ello.

El día anterior a la llegada de Theresa, Garrett podó el césped de la casa de su padre mientras Jeb desempacaba la porcelana de fiesta que ya casi nunca usaba.

– ¿A qué hora crees que querrá comer?

– No lo sé.

– ¿No le preguntaste?

– No.

– Entonces, dime ¿cómo voy a saber en qué momento meter el pavo al horno?

– Prepáralo para que comamos a media tarde. Es más sencillo de lo que parece.

– Tal vez no sea importante para ti, pero es la primera vez y voy a verla y si terminan casados no quiero ser el protagonista de ninguna historia graciosa que puedan contar después.

Garrett enarcó las cejas.

– ¿Quién dijo que nos casaríamos?

Nadie.

– ¿Entonces por qué lo dijiste?

– Porque -respondió con rapidez- no estaba seguro de que tú fueras a mencionarlo alguna vez.

Garrett miró a su padre.

– ¿Crees que deba casarme con ella? Jeb hizo un guiño y respondió:

– No importa lo que yo crea. Lo que importa es lo que pienses tú, ¿verdad?

Esa misma noche, Garrett acababa de abrir la puerta del frente de su casa cuando el teléfono comenzó a sonar. Corrió a contestar y oyó la voz que esperaba.

– ¿Garrett? -preguntó Theresa-. Pareces estar sin aliento.

Él sonrió.

– ¡Ah, hola, Theresa! Acabo de llegar. Mi padre me tuvo en su ncasa todo el día, arreglando el lugar. Arde en deseos de conocerte.

Hubo un incómodo momento de silencio.

– Acerca de mañana… -dijo ella por fin.

Él sintió que se le cerraba la garganta.

– ¿Qué pasa?

Transcurrieron unos instantes antes de que respondiera.

– De verdad lo lamento mucho, pero no podré ir a Wilmington.

– ¿Pasa algo malo?

– No, todo está bien. Sólo que me surgió un compromiso de último minuto… hay una conferencia muy importante a la que tengo que asistir.

Él cerró los ojos.

– ¿De qué es?

– Es para editores importantes y gente de los medios de comunicación. Se reunirán en Dallas este fin de semana. Deanna piensa que es una buena idea que me reúna con algunos de ellos.

– ¿Acabas de enterarte?

– No… bueno, sí. Sabía que habría una conferencia, pero no se suponía que yo fuera a asistir. Deanna utilizó sus influencias -ella titubeó-. De verdad lo lamento mucho, Garrett, pero es la oportunidad de mi vida.

Él guardó silencio por un momento. Luego dijo simplemente:

– Lo entiendo.

– Estás enojado conmigo, ¿verdad?

– No.

Theresa se dio cuenta por el tono de voz que no decía la verdad, pero no creyó que hubiera algo que pudiera decir para que Garrett se sintiera mejor.

– ¿Le dirás a tu padre que lamento no poder ir?

– Sí, se lo diré.

– ¿Puedo llamarte el fin de semana?

– Si quieres.

Al día siguiente Garrett comió con su padre, quien hizo lo posible por restarle importancia al asunto.

– Si es como ella te dijo -razonó su padre-, tiene una buena razón. Tiene un hijo al que debe mantener y debe hacer lo mejor que pueda para darle todo lo necesario. Además es sólo un fin de semana no es nada en el gran esquema general de las cosas.

Garrett se retrepó en la silla y con un movimiento hizo a un lado su plato a medio comer.

– Yo entiendo todo eso, papá. Es sólo que hace un mes que no la veo y esperaba con ansia su visita.

– ¿No crees que ella también quería verte?

– Eso me dijo.

Jeb se inclinó sobre la mesa y volvió a colocar el plato de Garrett frente a él.

– Toma tu comida -le dijo-. Pasé todo el día cocinando y no vas a desperdiciarla.

Garrett miró su plato. Aunque ya no tenía apetito, tomó en tenedor y probó un pequeño bocado.

– ¿Sabes? -dijo su padre mientras seguía comiendo-. No será la última vez que esto suceda. Mientras sigan viviendo a miles de kilómetros de distancia, seguirá pasando, y no se verán tanto como quisieran.

– Lo sé -respondió Garrett sencillamente.

Su padre enarcó la ceja y esperó. Al ver que Garrett no decía nada más, Jeb continuó:

– ¿Lo sé? ¿Es lo único que tienes que decir?

Garrett se encogió de hombros.

– ¿Qué más puedo decir?

– Puedes decir que la próxima vez que la veas tratarán de resolver esto. Es lo que puedes decir.

– ¿Por qué eres tan drástico al respecto?

– Porque -dijo- si no lo resuelven, tú y yo vamos a seguir comiendo juntos y solos durante los próximos veinte años.

– ¿Estás cansada? -preguntó Garrett. Estaba tendido en su cama mientras hablaba con Theresa por teléfono.

– Sí. Acabo de llegar. Ha sido un fin de semana muy largo.

– ¿Salió todo como lo esperabas?

– Eso creo. No hay modo de saberlo todavía, pero conocí a mucha gente que con el tiempo podría ayudarme con mi columna.

– Entonces fue bueno que asistieras.

– Bueno y malo. La mayor parte del tiempo la pasé deseando estar contigo y no ahí.

Hubo una breve pausa.

– ¿Garrett?

– Sí.

– ¿Sigues enojado conmigo?

– No -respondió él con suavidad-. Tal vez me siento triste, pero no enojado.

– ¿Porque no fui este fin de semana?

– No. Porque no estás aquí todos los fines de semana.

Ella respondió con dulzura.

– Sólo quiero que sepas que lamento no haber estado contigo este fin de semana.

– Lo sé.

– ¿Puedo compensarte?

– ¿Qué tienes en mente?

Bueno, ¿crees que podrías venir a visitarme después del Día de Acción de Gracias?

Supongo que sí.

– Qué bien, porque voy a planear un fin de semana especial sólo para nosotros dos.

Cuando llegó a Boston dos semanas más tarde, Theresa lo recibió en el aeropuerto. Ella le había pedido que usara algo elegante y él bajó del avión vistiendo un saco.

– ¡Vaya! -exclamó ella-. ¡Te ves estupendo!

Del aeropuerto fueron directamente a cenar. Theresa había hecho reservaciones en el restaurante más elegante de la ciudad.

Disfrutaron tranquilos de una maravillosa comida y después llevó a Garrett a ver la obra musical Les Misérables, basada en la novela de Víctor Hugo que se estaba presentando en Boston.

Cuando llegaron al departamento de Theresa ya era tarde. Para Garrett el siguiente día fue igualmente apresurado. Theresa lo llevó a su oficina y lo presentó con todos sus compañeros; por la tarde Visitaron el museo de arte de Boston, y esa noche se reunieron con Deanna y Brian para cenar en Anthony’s, un restaurante en el piso más alto del Prudential Building que ofrecía una vista maravillosa de toda la ciudad.

Garrett nunca había visto nada parecido.

La mesa estaba muy cerca de una ventana. Deanna y Brian se levantaron de sus asientos para recibirlos y Theresa realizó las presentaciones pertinentes.

– Me da mucho gusto conocerte, Garrett -dijo Deanna-. Siento haber obligado a Theresa a ir conmigo a esa conferencia. Espero que no te hayas enfadado mucho con ella.

– No, no te preocupes -respondió él mientras asentía con cierta rigidez.

– Me alegra, porque al verlo en retrospectiva, estoy segura de que valió la pena.

Garrett la miró con curiosidad. Theresa se inclinó y preguntó:

– ¿A qué te refieres, Deanna?

Los ojos de Deanna brillaban.

– Recibí noticias ayer. Hablé con Dan Mandel, el director de Media Information Inc., y resulta que quedó muy impresionado contigo. Le gustó la manera en que te desenvolviste en el congreso. Y lo mejor de todo… -Deanna se detuvo para aumentar la tensión e hizo lo posible por contener una sonrisa.

– ¿Sí?

– Va a incluir tu columna en todos sus diarios a partir de enero.

– ¿Estás bromeando? -preguntó incrédula Theresa. Se cubrió la boca con la mano para ahogar un grito, pero aun así fue lo suficientemente fuerte como para que la gente de las mesas cercanas se volviera a mirarlos.

Deanna movió la cabeza.

– No. Quiere volver a hablar contigo el martes. Arreglé una teleconferencia para las diez de la mañana.

– No puedo creerlo -Theresa se inclinó hacia ella y en un impulso abrazó a Deanna, con la emoción reflejada en el rostro.

Brian le dio un pequeño codazo a Garrett.

– Magníficas noticias ¿eh?

Garrett tardó un poco en responder.

– Sí… magníficas.

Deanna y Theresa charlaron sin parar el resto de la velada. Garrett guardó silencio, sin saber bien qué añadir. Como si percibiera su incomodidad, Brian se acercó a Garrett.

– ¿Cuánto tiempo te quedarás?

– Hasta mañana por la noche.

Brian asintió.

– Supongo que es difícil no poder verse a menudo, ¿verdad?

– A veces.

– Ya me lo imagino. Sé que Theresa se deprime por esa causa de vez en cuando.

Al otro lado de la mesa, ella le sonrió a Garrett.

– ¿De qué hablan ustedes dos? -preguntó muy animada.

– De esto y aquello -respondió Brian.

Garrett asintió sin responder y Theresa notó que cambiaba de postura a cada rato. Era evidente que se sentía incómodo, aunque ella no estaba segura de la razón, y eso la dejó perpleja.

– Estuviste muy callado esta noche -comentó Theresa.

Habían regresado al departamento y estaban sentados en el sofá mientras en el radio se oía música de fondo.

Supongo que no tenía mucho qué decir.

– ¿Disfrutaste de tu charla con Brian?

– Sí. Es una persona agradable -Garrett se detuvo-, pero no soy muy bueno cuando estoy en grupos, en especial cuando siento que no encajo muy bien. Es sólo que… -se detuvo.

– ¿Qué?

Él movió la cabeza.

– Nada.

– No, ¿qué ibas a decir?

Después de un momento, él respondió con palabras cuidadosamente elegidas.

– Sólo iba a decir que todo este fin de semana ha sido muy extraño para mí. El teatro, las comidas caras, salir con tus amigos… en fin -se encogió de hombros-. No es para mí. No es nada de lo que yo haría normalmente.

– Es por eso que planeé así este fin de semana. Quería que conocieras algo diferente.

– No vine aquí para hacer algo diferente. Vine para pasar algún tiempo en paz contigo. Ni siquiera hemos tenido oportunidad de conversar y me voy mañana.

– Eso no es cierto. Anoche estuvimos solos en la cena y hoy otra vez, en el museo. Ha habido tiempo suficiente para charlar.

– Tú sabes a lo que me refiero.

– No, no lo sé. ¿Qué quieres hacer? ¿Quedarte sentado en el departamento?

Él no le respondió. Luego se levantó del sofá, atravesé la habitación y apagó el radio.

– Hay algo extremadamente importante que quiero decirte desde que llegué -dijo él.

– ¿Qué es?

Se volvió, reunió todo su valor y aspiró profundo.

– Este mes sin verte ha sido muy duro para mí y en este momento no estoy seguro si quiero que sigamos así.

Theresa contuvo la respiración por un segundo.

Al ver su expresión, Garrett se acercó a ella.

– No es lo que crees -aclaró él a toda prisa-. No es que ya no quiera volver a verte. Quiero verte todo el tiempo -cuando llegó al sofá, se arrodilló frente a ella. Theresa lo miró, sorprendida. Él la tomó de las manos.

– Quiero que te mudes a Wilmington. Aunque ella sabía que iba a suceder tarde o temprano, no lo había esperado tan pronto ni de esa manera.

Garrett continuó:

– Sé que es un gran paso, pero si te mudaras no pasaríamos estos largos períodos separados. Podríamos vernos a diario -él se acercó y le acarició la mejilla-. Quiero caminar por la playa contigo. Quiero que naveguemos juntos. Quiero que estés ahí cuando vuelva a casa de la tienda. Quiero que nos sintamos como si nos hubiéramos conocido durante toda la vida.

Las palabras salían de la boca de Garrett con rapidez y entre más hablaba más sentía Theresa que la cabeza le daba vueltas. Le parecía como si Garrett estuviera tratando de recrear su relación con Catherine.

– Espera un minuto -lo interrumpió ella por fin-. No puedo sencillamente tomar mis cosas y marcharme. Me refiero a que Kevin está en la escuela. Es feliz aquí. Este es su hogar. Aquí tiene a sus amigos y el fútbol.

– Puede tener todo eso en Wilmington. ¿Acaso no viste ya lo bien que nos llevamos?

Ella le soltó la mano, cada vez más frustrada.

– Y, ¿qué hay de mi columna? ¿Quieres que renuncie a ella?

– Lo que no quiero es que renunciemos a nuestra relación. Hay una gran diferencia.

– Entonces, ¿por qué no puedes tú mudarte a Boston?

– Y, ¿qué haría aquí?

– Lo mismo que haces en Wilmington. Dar clases de buceo, salir a navegar, lo que sea. Es mucho más fácil para ti que para mí.

– No podría. Como ya te dije, esto… -hizo un gesto para señalar el cuarto y las ventanas- no es para mí. Me sentiría perdido en esta ciudad.

Theresa se levantó y atravesó la habitación, muy agitada. Se pasó la mano por el cabello.

– No es justo. Es como si nos pusieras una condición: “Podemos estar juntos pero tendrá que ser a mi manera”. Quieres que renuncie a todo por lo que he luchado, pero no estás dispuesto a dar nada a cambio -ella no le quitó los ojos de encima.

Garrett se puso de pie y caminó hacia Theresa. Al acercarse, ella retrocedió y levantó los brazos poniendo así una barrera.

– Escucha, Garrett, no quiero que me toques en este momento, ¿de acuerdo?

Él dejó caer los brazos a los costados. Durante un largo rato ninguno de los dos dijo nada.

Theresa cruzó los brazos y desvió la mirada.

– Entonces supongo que tu respuesta es no -dijo él por fin.

Ella respondió con cuidado.

– No. Mi respuesta es que vamos a tener que hablar más de esto.

– ¿Para que trates de convencerme de que estoy equivocado?

Aquel comentario no merecía una respuesta. Theresa movió la cabeza y caminó hasta la mesa del comedor, tomó su bolso y se dirigió a la puerta del frente.

– ¿Estás escapando?

Abrió la puerta y la mantuvo así mientras respondía.

– No, Garrett. No estoy escapando. Sólo necesito algunos minutos a solas para pensar. No me gusta que me hables así. Acabas de pedirme que cambie toda mi vida y voy a necesitar tiempo para tomar una decisión.

Se marchó del departamento. Garrett miró la puerta durante un par de segundos, para ver si regresaba. Al ver que no lo hacía, caminó por todo el lugar. Entró en la cocina, después en la habitación de Kevin y salió. Cuando llegó al dormitorio de Theresa se detuvo un momento antes de entrar. Se acercó a la cama, se sentó, colocó la cabeza entre las manos y se preguntó qué podría hacer. De alguna manera sentía que no había nada que pudiera decir cuando ella volviera que no los llevara a una nueva discusión.

Lo pensó por un momento antes de decidir por fin que le escribiría una carta para expresarle lo que sentía. Escribir siempre le ayudaba a pensar con más claridad.

Miró hacia la mesita de noche. Vio el teléfono, pero no encontró papel ni pluma. Abrió el cajón, lo revisé y halló casi al frente una pluma. Siguió buscando el papel y encontró un par de libros de bolsillo, algunas revistas y unos joyeros vacíos; de pronto vio algo que le era familiar.

Un velero.

Estaba en una hoja de papel metida en una delgada agenda. Lo tomó, pensando que se trataba de alguna de las cartas que le había escrito a Theresa durante los últimos dos meses, pero de pronto se quedó inmóvil.

¿Cómo era posible? Aquel papel para correspondencia había sido un regalo de Catherine y él sólo lo usaba cuando le escribía a ella. Las cartas para Theresa las había escrito en un papel distinto.

Contuvo el aliento. Con una rapidez sorprendente revisó el cajón, sacó la agenda y con suavidad retiró no una sino tres hojas. Todavía confundido, parpadeó con fuerza antes de mirar la primera página y ahí, escritas de su puño y letra, estaban las palabras: “Mi querida Catherine”.

“¡Oh, Dios mío!”, pensó. Miró la segunda hoja. Era una fotocopia. “Mi querida Catherine…”

La siguiente carta. “Querida Catherine…”

– ¿Qué es esto? -murmuró, incapaz de creer lo que estaba viendo-. ¡No puede ser! -volvió a leer las cartas sólo para poder confirmarlo.

Era verdad. Eran sus cartas, las cartas para Catherine que había arrojado por la borda del Happenstance y que no había esperado volver a ver jamás.

Apenas oyó el ruido de la puerta del frente al abrirse y volver a cerrarse.

– Garrett, ya regresé -dijo Theresa. Se detuvo y él pudo oírla recorrer el departamento. Luego preguntó: – ¿Dónde estás?

Él no respondió.

Theresa entró en la habitación y lo miró. Estaba pálido y tenía blancos los nudillos por sujetar con fuerza las hojas.

– ¿Estás bien? -preguntó ella.

Él levantó la cabeza lentamente y la miró.

Como una ola, todo la golpeó de pronto: el cajón abierto, los papeles que tenía él en las manos, la expresión del rostro… y supo de inmediato lo que había ocurrido.

– Garrett, yo… verás, puedo explicarte todo -dijo ella en voz baja y rápida.

– Mis cartas -susurró él. La miró con una mezcla de confusión y rabia-. ¿Cómo obtuviste mis cartas?

– Encontré una en la playa, y…

Él la interrumpió.

– ¿La encontraste?

Ella asintió y trató de explicarle.

– Cuando estuve en Cape Cod. Un día salí a correr y encontré la botella.

Garrett miró la primera página, la única carta original. Era la que había escrito ese mismo año. Pero las otras…

– ¿Y éstas? -preguntó sosteniendo en alto las copias. Theresa respondió con suavidad.

– Me las enviaron.

– ¿Quién? -confundido, se levantó de la cama. Ella dio un paso hacia él con la mano en alto.

– Otras personas que también las encontraron. Una de ellas leía mi columna

– ¿Publicaste mi carta? -lo dijo como si acabara de recibir un golpe en el abdomen.

– No sabía… -comenzó ella.

– ¿No sabías qué? -dijo él en voz alta, con el dolor reflejándose en su voz-. ¿Que esto no era algo que yo quisiera que todo el mundo viera?

– Estaba en la playa. Tenías que saber que alguien la encontraría -explicó ella rápidamente-. No puse sus nombres.

– Pero la publicaste en el diario -miró de nuevo las cartas y luego a Theresa, como si la viera por primera vez-. Me mentiste.

– No lo hice.

Él no la oía.

– Me mentiste -repitió como si hablara consigo mismo-. Y fuiste a buscarme. ¿Para qué? Para poder escribir otra columna. ¿De eso se trata todo esto?

– No. Estás equivocado.

Entonces, ¿de qué se trató?

– Después de leer tus cartas yo… quise conocerte.

No comprendía lo que ella estaba diciendo. Vino a su mente la imagen de Catherine y sostuvo las cartas frente a sí.

– Eran mis cartas… mis sentimientos, mi manera de hacer frente a la pérdida de mi esposa. Mías, no tuyas.

– No quise lastimarte.

Los músculos de la mandíbula se le tensaron.

Usaste mis sentimientos por Catherine y trataste de manipularlos para convertirlos en lo que querías. Creíste que porque amaba a Catherine también te amaría a ti, ¿no es cierto?

De pronto Theresa se sintió incapaz de hablar.

– Lo planeaste desde el principio, ¿verdad? Todo el asunto estaba arreglado.

Él pareció aturdido un momento y ella se le acercó.

– Sí, Garrett, admito que quería conocerte. Las cartas eran tan hermosas… pero no sabía lo que iba a ocurrir. No planeé nada después de eso -lo tomó de la mano-. Te amo, Garrett. Esto tienes que creerlo.

Cuando terminó de hablar, él se soltó y se alejó.

– ¿Qué clase de persona eres? Estás atrapada en alguna de extraña fantasía…

– ¡Cállate, Garrett! -le gritó furiosa mientras las lágrimas se le agolpaban en los ojos.

Sostuvo en alto las cartas otra vez y con voz quebrada dijo:

– Crees que comprendes lo que tuvimos Catherine y yo, pero no es así. No importa cuántas cartas leas, no importa lo bien que me conozcas, nunca comprenderás. Lo que hubo entre ella y yo era real y verdadero. Fue real y ella también era real.

Luego, molesto, agregó algo que la lastimo mas que cualquier cosa de lo que había dicho hasta ese momento.

– Nuestra relación ni por mucho se acerca a lo que hubo entre Catherine y yo.

No esperó una respuesta. En vez de ello pasó a su lado y tomó su maleta. Con enorme furia arrojó todo en el interior y la cerró a toda prisa. Por un momento ella pensó en detenerlo, pero el comentario la había dejado aturdida.

Él cogió su maleta.

– Estas -dijo mostrándole las cartas- son mías, así que me las llevo-. Sin otra palabra que agregar se dio vuelta, atravesó la sala y se marchó.

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