En la Introducción sugerimos que usted no practicara ninguno de los ejercicios durante la primera lectura. Lo siguiente es una excepción; póngalo en práctica en este momento. Utilice toda su imaginación en este ejercicio.
Vamos a analizar las implicaciones que tiene esto.
Imagine que está parado en su cocina, sosteniendo un limón que acaba de sacar del refrigerador. Se siente frío en su mano. Observe su aspecto exterior, su cáscara amarillenta. Tiene un color amarillo ceroso, y la cascara termina en dos pequeñas puntas verdes. Apriételo un poco y sienta su firmeza y su peso.
Ahora llévese el limón a la nariz y huélalo. Nada huele como un limón, ¿no es así? Ahora parta el limón a la mitad y huélalo. El olor es más intenso. Ahora muérdalo y deje que el jugo se arremoline en su boca. Tampoco hay nada que tenga el sabor de un limón, ¿no es cierto?
Al llegar a este punto, si ha usado bien su imaginación, se le habrá hecho agua la boca.
Vamos a analizar las aplicaciones que tiene todo esto.
Palabras, "simples palabras", afectaron sus glándulas salivales. Las palabras ni siquiera reflejaron una realidad, sino algo que usted imaginó. Cuando leyó aquellas palabras acerca del limón le estaba diciendo a su cerebro que tenía un limón, aunque en realidad no hablaba en serio. Su cerebro lo tomó seriamente y le dijo a sus glándulas salivales:
– Este tipo está mordiendo un limón. Apúrense, enjuaguen la boca.
Las glándulas obedecieron.
La mayor parte de nosotros pensamos que las palabras que usamos reflejan significados y que lo que significan puede ser bueno o malo, cierto o falso, poderoso o débil. Esto es verdad, pero no es todo. Las palabras no solamente reflejan la realidad, sino que crean una realidad como el flujo de la saliva.
El cerebro no es un intérprete perspicaz de nuestras intenciones; recibe información y la acumula, y como está a cargo de nuestro cuerpo, si le decimos algo como: "Ahora me estoy comiendo un limón", empieza a funcionar.
Ha llegado el momento para lo que en Control Mental llamamos "limpieza mental". No hay ejercicio alguno para esto, sino es simplemente la decisión de (tener cuidado con las palabras que usemos para activar nuestro cerebro,)
El ejercicio del limón que llevamos al cabo era neutral: físicamente no nos aportó beneficio ni perjuicio. Pero las palabras que empleamos a diario pueden provocar indistintamente beneficios o daños.
Un gran número de niños juegan un jueguito a la hora de comer. Describen la comida que están ingiriendo en los términos más nauseabundos posibles: la mantequilla está hecha de insectos apachurrados, para elegir como ejemplo uno de los menos pintorescos que recuerdo. El objeto del juego consiste en fingir que uno no siente náuseas ante estas perspectivas nuevas sobre los alimentos, y empujar a otra persona más allá de su capacidad para fingir. Con frecuencia da resultado, y lo que sucede es que de pronto alguien pierde el apetito.
Como adultos, con frecuencia caemos en este mismo juego. Apagamos nuestro apetito por la vida con palabras negativas y las palabras, al ir haciendo acopio de poder con la repetición, a su vez dan origen a vidas negativas.
– ¿Cómo estás?
– Mmm, no me puedo quejar, o
– No vale la pena quejarse, o
– Ahí, regular.
¿De qué manera responde el cerebro ante estas actitudes deprimentes?
Cuando "resulta un tormento lavar los trastes" o "Es un gran dolor de cabeza poner al corriente su talonario de cheques" o "Le enferma el clima que estamos padeciendo", esto me hace pensar que los proctólogos deben una gran parte de sus ingresos a las palabras que nosotros empleamos. Recuerde que el cerebro es un intérprete literal. Dice:
– Este tipo está pidiendo un dolor de cabeza. Muy bien, hay que darle un dolor de cabeza.
Desde luego, cada vez que decimos que algo nos provoca dolor, no surge un dolor de inmediato. El estado natural del cuerpo es la buena salud, y todos sus procesos están adaptados para la salud. No obstante, si se aporrean sus defensas lo suficiente en forma verbal, acaba por producir las mismas enfermedades que le ordenamos.
Dos cosas añaden poderla las palabras que utilizamos: nuestro nivel mental y el grado de participación emocional en lo que decimos.
Si decimos "¡Dios mío, eso duele!", con convicción, le ofrecemos una cálida hospitalidad al dolor. Si decimos "¡Aquí no consigo que se haga nada!", con vehemencia, la frase se convierte en una realidad que añade una validez efectiva al sentimiento.
Control Mental ofrece defensas eficaces contra nuestros propios hábitos nocivos. (En Alfa y Theta nuestras palabras tienen un poder incrementado en forma increíble. En los capítulos anteriores usted ya vio cómo, mediante palabras sencillas, puede programar por anticipado sus sueños y transferir de las palabras a sus tres dedos el poder para llevarlos a Alfa.
Yo jamás me reí de Emile Coué, aunque en estos tiempos sofisticados un gran número de personas lo hace. Él es famoso por una frase que hoy día hace reír con la misma certeza que la culminación ingeniosa de un chascarrillo: "Cada día, en todos sentidos, estoy mejor y mejor". ¡Estas palabras han curado a miles de personas de enfermedades verdaderamente graves! No constituyen un chascarrillo; yo las respeto y veo al doctor Coué con asombro y gratitud, porque he aprendido lecciones inapreciables de su libro Self-Mastery Through Auto-suggestion (Nueva York: Samuel Weiser, 1974).
El doctor Coué fue químico durante casi treinta años en Troyes, Francia, lugar donde nació. Después de estudiar y experimentar con la hipnosis, elaboró una psicoterapia propia, basada en la autosugestión. En 1910 abrió una clínica gratuita en Nancy, en donde trató con éxito a miles de pacientes, algunos con reumatismo, severos dolores de cabeza, asma, parálisis en una extremidad, otros con tartamudeos, llagas tuberculosas, tumores fibrosos y úlceras… una sorprendente variedad de padecimientos. Jamás curaba a nadie, decía que les enseñaba a curarse a sí mismos. No cabe la menor duda de que las curaciones ocurrieron (están perfectamente documentadas) pero el método Coué ha desaparecido casi por completo desde la muerte de él, en 1926. Si este método hubiera sido tan complejo que únicamente unos cuantos especialistas pudieran aprender a practicarlo, puede ser que estuviera ampliamente difundido hoy día. Es un método sencillo. Cualquier persona lo puede aprender. Su esencia está en Control Mental.
Existen dos principios fundamentales:
1. Únicamente podemos pensar en una cosa a la vez, y
2. Cuando nos concentramos en un pensamiento, el pensamiento "se convierte en realidad porque nuestro cuerpo lo transforma en acción.
Por lo tanto, si usted desea activar los procesos de curación de su cuerpo, mismos que quizá estén obstaculizados por pensamientos negativos (conscientes o inconscientes), simplemente repita veinte veces consecutivas: “Cada día, en todos sentidos, estoy mejor y mejor" Haga esto dos veces al día y estará usando el método Coue.
Como mis propias investigaciones han demostrado que el poder de las palabras se intensifica enormemente en los niveles meditativos, he hecho algunas adaptaciones de este método. A nivel Alfa y Theta nosotros decimos: "Cada día, en todos sentidos, estoy mejor, mejor y mejor". Lo decimos tan solo una vez durante la sesión de meditación. También decimos (y esto igualmente es influencia del doctor Coué): “Los pensamientos negativos y las sugestiones negativas no tienen influencia alguna sobre mí en ningún nivel mental”
"Estas dos oraciones solas han producido un número impresionante de resultados concretos. De particular interés es la experiencia de un soldado que de súbito fue enviado a Indochina, antes de que pudiera terminar más que el primer día del curso de Control Mental. Él recordaba la manera de meditar y recordaba estas dos oraciones.
Fue asignado a la unidad de un sargento alcohólico de carácter irritable, que escogió al recién llegado para hacerlo víctima especial de su abuso. Al cabo de unas cuantas semanas el soldado empezó a despertarse por la noche con accesos de tos, después con ataques de asma, que nunca antes había tenido. Un examen médico exhaustivo demostró que su salud era perfecta. Entre tanto él se fatigaba cada día más; empezó a tener un desempeño deficiente en su trabajo y atrajo la atención todavía más desagradable por parte de su sargento.
Otros integrantes de su unidad empezaron a recurrir a las drogas; él recurrió a Control Mental y a las oraciones mencionadas. Por fortuna tenía la oportunidad de meditar tres veces al día.
– En tres días estaba completamente inmune al sargento. Hacía lo que me decía que hiciera, pero nada de lo que dijera podía afectarme. Al cabo de una semana dejé de toser y el asma desapareció.
Si esto me lo hubiera dicho un graduado de Control Mental, me habría sentido complacido, como me siento siempre con las narraciones de éxitos, pero no muy impresionado. Contamos con algunas técnicas más poderosas para la autocuración, mismas que le ayudaré a aprender en capítulos posteriores. Lo que convierte la experiencia de este hombre en un caso particularmente interesante es que él no conocía ninguna de estas técnicas, sino que usó solamente las dos afirmaciones que aprendió aquel primer día.
Las palabras son sorprendentemente poderosas incluso a niveles mentales mucho más profundos que los que usamos en Control Mental. Una enfermera anestesista (y conferencista de Control Mental) de Oklahoma, la señora Jean Mabrey, aplica este conocimiento para ayudar a sus pacientes. Tan pronto que se encuentran bajo los efectos de una anestesia profunda, ella murmura en sus oídos instrucciones que pueden acelerar su recuperación, y en algunos casos salvar su vida.
Durante una operación, cuando normalmente se esperaría una hemorragia abundante, el cirujano se mostró asombrado: apenas si había un hilillo de sangre. La señora Mabrey había murmurado:
– Diga a su cuerpo que no sangre.
Hizo esto antes de la primera incisión, y después aproximadamente cada diez minutos a lo largo de la operación. En el curso de otra intervención ella murmuró:
– Cuando despierte, sentirá que todo el mundo en su vida la ama, y se amará a sí misma-. Esta paciente preocupaba en forma especial a su cirujano. Era una mujer tensa, que continuamente se quejaba y para ella cualquier dolor resultaba nefasto, actitud que podía entorpecer su recuperación. Más tarde, cuando despertó de los efectos de la anestesia, había una nueva expresión en su rostro, y tres meses después el cirujano le dijo a la señora Mabrey que esta paciente, que otrora fuera por demás nerviosa, estaba "trasformada". Se había convertido en una persona relajada y optimista, y se recuperó rápidamente de su operación.
El trabajo de la señora Mabrey ilustra tres cosas que nosotros enseñamos en Control Mental: Primero: las palabras tienen un poder especial en los niveles mentales profundos; segundo, la mente ejerce una autoridad mucho más firme sobre el cuerpo de la que se le atribuye; y tercero, como observé en el capítulo 5, siempre estamos conscientes.
¿Cuántos padres de familia entran bruscamente en la habitación de un niño dormido, acomodan con rapidez las cobijas y se salen, cuando una pausa para decir unas cuantas palabras positivas y amorosas ayudarían a que el niño se sintiera más seguro y más tranquilo a lo largo del día?
Son tantos los graduados de Control Mental que informan acerca de mejorías en su salud, en ocasiones antes de haber terminado siquiera el curso, que en una ocasión descubrí que me encontraba a punto de tener una dificultad con la profesión médica de mi ciudad natal. Algunos pacientes decían a sus médicos que nosotros habíamos curado sus problemas de salud, y los médicos se quejaron ante el fiscal de distrito. Él realizó una investigación y averiguó que no estábamos practicando medicina, como temían los doctores. Por fortuna no es ilegal que Control Mental resulte benéfico para la salud, o de lo contrario la organización de Control Mental no existiría hoy día.