Durante las dos semanas de ausencia de Bill, la vida de Maddy fue bastante pacífica. Ella y Jack se tomaron una semana libre para ir a Virginia, donde él siempre estaba de mejor humor. Disfrutó con los caballos y la granja, y voló a Washington varias veces para reunirse con el presidente. Cada vez que estaba fuera de Virginia o montando a caballo, Maddy llamaba a Bill a Martha's Vineyard. Antes, Bill había continuado llamándola a diario al despacho.
– ¿Se está portando bien? -preguntó Bill con tono de preocupación.
– Sí, todo marcha bien -lo tranquilizó ella.
No estaba pasándolo de maravilla, pero tampoco se sentía en peligro. Jack siempre se calmaba después de los períodos en que la trataba con particular crueldad. Era como si quisiese demostrar que todo era fruto de la imaginación de Maddy. Como había señalado la doctora Flowers, seguía el patrón clásico de Luz de gas para que, si Maddy se quejaba de su comportamiento, además de pasar por loca se sentiría como tal. Y eso era lo que Jack hacía en Virginia. Fingía que el asunto de Lizzie le traía sin cuidado, aunque había dejado muy claro que Maddy no podía ir a Memphis. Decía que corría el riesgo de que la reconocieran y que allí hacía demasiado calor. Además, la quería a su lado. Estaba inusualmente afectuoso, pero también tierno y civilizado, de modo que las quejas de Maddy por lo que le había hecho en París sonaban infundadas. Ella se guardaba de discutir con él, aunque la doctora Flowers le había advertido por teléfono que ese simple hecho podría despertar la desconfianza de Jack. Sin embargo, fue sincera con Bill cuando le dijo que se sentía segura.
– ¿Que tal va el libro? -preguntó. Él le informaba de sus progresos a diario.
– He terminado -respondió Bill con orgullo durante el último fin de semana que pasarían fuera. Los dos estaban impacientes por regresar a Washington, donde la comisión se reuniría el lunes-. No puedo creerlo.
– Me muero por leerlo.
– No es exactamente una lectura agradable.
– Lo sé, pero estoy segura de que será muy bueno. -Aunque sabía que no tenía derecho, se sentía orgullosa de él.
– Te daré una copia en cuanto lo pasen en limpio. Estoy deseando que lo leas. -Se hizo un silencio incómodo. Bill no sabía cómo decírselo, pero pensaba mucho en ella y estaba constantemente preocupado por su seguridad-. También estoy deseando verte, Maddy. He estado muy inquieto por ti.
– No te preocupes. Estoy bien. Y el fin de semana que viene veré a Lizzie, que irá a verme a Washington. Me muero por presentártela. Le he hablado mucho de ti.
– No puedo imaginar lo que le habrás dicho. -Parecía incómodo-. Para ella, yo seré como un monumento prehistórico. Y no soy un tipo muy divertido.
– Para mí sí. Eres mi mejor amigo, Bill.
Hacía años que no se sentía tan unida a alguien, con la sola excepción de Greg, que ahora tenía una novia en Nueva York y todavía hablaba con Maddy cuando conseguía comunicarse directamente con ella. Ambos sabían que si Jack atendía el teléfono, no le pasaba los mensajes. Bill y Maddy, por el contrario, tenían más cuidado con los horarios y circunstancias de sus llamadas.
– Tú también eres muy especial para mí -repuso Bill, sin saber qué decir. Estaba confundido por las emociones que le inspiraba Maddy: era alternativamente una hija, una amiga y una mujer. A ella le pasaba algo parecido. A veces veía a Bill como un hermano; otras, se asustaba de sus sentimientos hacia él. Pero ninguno de los dos había tratado de definir la relación-. Podríamos comer juntos el lunes antes de la reunión. ¿Te parece?
– Me encantaría.
Y Maddy estaba aún más desconcertada por la amorosa actitud de Jack durante el último fin de semana en Virginia. Le regalaba flores del jardín, le servía el desayuno en la cama, salía a caminar con ella y le decía lo importante que era para él. Y cuando le hacía el amor, era más dulce y tierno que nunca. Era como si los malos tratos del pasado fuesen fruto de la imaginación de Maddy. Otra vez se sentía culpable por las cosas que había contado de él a Bill, Greg y la doctora Flowers, y quería corregir la mala impresión que les había dejado sobre su afectuoso marido. Comenzaba a preguntarse si todo era culpa suya. Quizá hiciese aflorar lo peor que había en Jack. Cuando quería, y cuando ella era buena con él, Jack era una persona increíblemente encantadora.
Trató de explicárselo a la doctora Flowers la mañana en que regresaron a Washington, pero la psicóloga le advirtió con severidad:
– Tenga cuidado, Maddy. Fíjese en lo que hace. Ha vuelto a caer en su trampa. Él sabe lo que está pensando e intenta demostrarle que está equivocada y que todo es culpa suya.
Hizo que la actitud de Jack pareciese tan maquiavélica que Maddy sintió pena por él. Lo había calumniado, y ahora la doctora le creía. Durante la comida, no mencionó este tema con Bill por temor a que le respondiese lo mismo que la doctora Flowers. Hablaron del libro, que él había vendido a un editor varios meses antes por mediación de un agente.
– ¿Cuáles son tus planes para el otoño? -preguntó él, deseando oír que se proponía abandonar a Jack.
Ella no había dicho nada al respecto durante el almuerzo y se la veía más tranquila y contenta que nunca. Parecía que las cosas marchaban bien, pero Bill seguía preocupado por Maddy. Al igual que la doctora Flowers, temía que Jack le tendiese una nueva trampa y la mantuviese a su lado para siempre, maltratándola y confundiéndola alternativamente hasta que ella no pudiese soportarlo más. Maddy no dijo que fuese a abandonarlo.
– Me gustaría sacar a flote el programa. Los índices de audiencia han caído en picado. Pensé que era culpa de Brad, pero Jack dice que mi estilo está decayendo y que últimamente no me comunico tan bien como debería. En su opinión, mis últimos reportajes han sido muy aburridos. Quiero investigar para hacer algunas entrevistas especiales y tratar de ponerle un poco de chispa a los informativos.
Como de costumbre, Jack la culpaba de algo que no era culpa de Maddy. Bill lo sospechaba, pero ella estaba dispuesta a creerle. No es que fuese tonta; el problema era que estaba fascinada por Jack y que este era sorprendentemente persuasivo. A menos que uno conociese estas pautas de conducta, era difícil verlas. Y Maddy estaba demasiado involucrada para detectarlas.
Después de comer con Maddy, Bill sintió la tentación de llamar a la doctora Flowers. Sin embargo, sabía que la ética profesional le impediría hablar de una paciente. Y lo entendía. Solo podía observar lo que pasaba y prepararse para intervenir a la primera oportunidad de ayudarla, pero de momento no había ninguna. No quería cometer el mismo error que con su esposa y asustar al enemigo. Sabía mejor que nadie que Jack era un oponente temible, un hábil terrorista. Y lo que Bill deseaba por encima de todo era salvar a Maddy. Ojalá esta vez pudiese hacerlo.
La comisión funcionaba bien, y estaban hablando de reunirse con mayor frecuencia. La primera dama había reclutado a seis miembros nuevos, y entre todos estaban organizando una campaña de anuncios contra la violencia doméstica y los delitos contra las mujeres. Habían formado subgrupos para trabajar en seis anuncios diferentes. Bill y Maddy estaban en la subcomisión sobre violaciones, donde descubrieron auténticas atrocidades. Otro subgrupo se centraba en los asesinatos, pero ninguno de los dos había querido trabajar en él.
El fin de semana siguiente a que ambos regresaran a Washington, Lizzie regresó a la ciudad y Maddy la alojó en el Four Seasons. Invitó a Bill a tomar el té con ellas, y él se quedó impresionado con la joven. Era tan bonita como había dicho Maddy y tan brillante como su madre. Teniendo en cuenta las pocas ventajas que le había ofrecido la vida, parecía sorprendentemente culta. Le gustaba estudiar, disfrutaba de sus clases en la universidad de Memphis y era una lectora voraz.
– Me gustaría enviarla a Georgetown el trimestre que viene -dijo Maddy mientras tomaban el té en el comedor del hotel.
Lizzie parecía encantada con la idea.
– Tengo algunos contactos que podrían resultar útiles -ofreció Bill-. ¿Qué quieres estudiar?
– Política exterior y comunicaciones -respondió Lizzie sin titubear.
– Me encantaría conseguirle un contrato de prácticas en la cadena, pero me temo que no será posible -dijo Maddy con tristeza. Ni siquiera le había dicho a Jack que Lizzie estaba en la ciudad, y no pensaba decírselo. Últimamente era tan encantador con ella que no quería disgustarlo. Hablaba de llevarla a Europa otra vez en octubre, aunque Maddy aún no se lo había contado a Bill-. Si Lizzie viene a estudiar aquí, le buscaremos un pequeño apartamento en Georgetown.
– Cerciórate de que sea un lugar seguro -dijo Bill con cara de preocupación, los dos estaban alarmados ante las estadísticas de violaciones que habían llegado a conocer durante la última semana de trabajo en la comisión.
– Descuida, lo haré -asintió Maddy, pensando en lo mismo-. Quizá debería tener una compañera de piso.
Cuando Lizzie fue a empolvarse la nariz, Bill le dijo a Maddy que tenía una hija encantadora.
– Es una chica estupenda. Debes de estar orgullosa de ella -añadió con una sonrisa.
– Lo estoy, aunque no tengo derecho.
Esa noche la llevaría al teatro. Le había dicho a Jack que iba a una cena de mujeres relacionada con la comisión, y aunque a él no pareció gustarle la idea, transigió porque la primera dama estaba por medio.
Cuando Lizzie regresó a la mesa, continuaron hablando de sus estudios y de sus planes de trasladarse a Washington para estar más cerca de Maddy. Para ambas, era como un cuento de hadas hecho realidad. Bill, sin embargo, estaba convencido de que las dos lo merecían.
Eran las cinco de la tarde cuando se marchó, y unos minutos después Maddy dejó a Lizzie en el hotel y regresó a casa para ver a Jack y cambiarse de ropa. Ella y Lizzie iban a ver una nueva producción de El rey y yo, y Maddy estaba entusiasmada con la idea de llevar a la joven a ver su primer musical. Eran muchos los placeres que les quedaban por compartir, y Maddy no veía la hora de empezar.
Cuando llegó a casa, Jack estaba viendo el informativo. Hacía poco tiempo que los presentadores del fin de semana tenían mejores índices de audiencia que Brad y ella, pero Jack aún se negaba a reconocer que era culpa de Brad. Sencillamente, no tenía condiciones para presentar las noticias ante las cámaras. Con su plan para librarse de Greg, a Jack le había salido el tiro por la culata. Sin embargo, seguía insistiendo en que la culpa era de Maddy. El productor estaba de acuerdo con ella, pero no tenía agallas para decírselo a Jack. Nadie quería hacerlo enfadar.
Aunque a Jack no le gustaba salir sin su esposa los fines de semana, había hecho planes para cenar con unos amigos, y ella lo dejó cambiándose. La despidió con un tierno beso, y Maddy se alegró de verlo tan afectuoso, todo era más fácil de esta manera. Maddy empezaba a preguntarse si los malos tiempos habrían quedado atrás.
Recogió a Lizzie en un taxi y fueron directamente al teatro, donde la joven vio la obra con asombro infantil y aplaudió entusiastamente cuando cayó el telón.
– ¡Es lo mas bonito que he visto en mi vida, mamá! -exclamó con vehemencia mientras salían del teatro.
En ese momento Maddy vio por el rabillo del ojo a un hombre con una cámara, observándolas. Hubo un pequeño fogonazo, y el hombre desapareció. No había motivos para preocuparse, pensó Maddy; seguramente sería un turista que la había reconocido y quería una foto suya. Se olvido por completo del asunto. Estaba demasiado ocupada charlando con Lizzie para pensar en nada más. Pasaron una velada maravillosa.
Tomaron un taxi y Maddy dejó a su hija en el hotel. La abrazó y le prometió que volvería a la mañana siguiente para desayunar con ella. Una vez más tendría que ocultarse de Jack. Detestaba mentirle, pero pensaba decirle que iba a la iglesia porque él nunca la acompañaba allí. Después, Lizzie volaría a Memphis y Maddy pasaría el día con su marido. Todo estaba perfectamente planeado, y Maddy regresó a la casa de Georgetown sintiéndose feliz y satisfecha de sí misma.
Jack estaba en el salón, viendo el último informativo de la noche. Todavía recreándose en la dicha que había compartido con Lizzie durante la representación de El rey y yo, Maddy lo saludó con una gran sonrisa.
– ¿Lo has pasado bien? -preguntó él con inocencia cuando ella se sentó a su lado.
Maddy asintió, risueña.
– Fue interesante -mintió. Detestaba hacerlo, pero no podía contarle que había estado con Lizzie. Él le había prohibido expresamente que volviese a verla.
– ¿Quién estaba allí?
– Phyllis, desde luego, y la mayoría de las mujeres de la comisión. Es un buen grupo -respondió, deseando cambiar de tema.
– ¿Phyllis? Vaya, qué hábil es. Acaba de salir en las noticias, en un templo de Kioto. Llegaron allí esta mañana. -Maddy se limitó a mirarlo, sin saber qué responder-. Y ahora ¿por qué no me dices con quién estuviste? ¿Con un hombre? ¿Me estás poniendo los cuernos? -Le agarró el cuello con una mano y apretó con suavidad.
Ella trató de mantener la calma y lo miró a los ojos.
– Yo no te haría eso -dijo, sintiendo que sus vías respiratorias se cerraban lentamente.
– ¿Dónde estabas entonces? Y esta vez quiero la verdad.
– Con Lizzie -murmuró ella.
– ¿Quién coño es esa?
– Mi hija.
– ¡Joder! -exclamó Jack apartándola de un empujón. Maddy cayó de espaldas sobre el sofá, inspirando una reconfortante bocanada de aire-. ¿Por qué diablos has traído a esa puta a la ciudad?
– No es una puta -replicó Maddy en voz baja-. Y quería verla.
– La prensa sensacionalista te pondrá verde. Te dije que no te acercases a ella.
– Nos necesitamos mutuamente -dijo lacónicamente mientras él la miraba con furia.
Jack se ponía fuera de sí cuando ella no cumplía sus órdenes.
– Te dije que no puedes permitírtelo. Si crees que tus índices de audiencia son bajos, espera a ver lo que ocurrirá cuando alguien filtre la noticia a la prensa. Y seguramente lo hará ella misma.
– Lo único que quiere es verme. No busca publicidad -explicó Maddy en voz baja, lamentando haberle mentido. Sin embargo, la intransigencia de Jack no le había dejado alternativa.
– Eso es lo que tú crees. ¿Cómo puedes ser tan idiota? Espera a que empiece a pedirte dinero, si es que no lo ha hecho ya. ¿Lo ha hecho? -La miró con los ojos entornados-. ¿Sabes?, causas demasiados problemas para lo que vales. Si no es una cosa, es otra. ¿Dónde está ahora?
– En un hotel. El Four Seasons.
– ¡Qué afortunada! ¿Y dices que no le interesa el dinero?
– Digo que lo único que quiere es una madre.
Maddy intentó tranquilizarlo, pero él se paseó furiosamente por la habitación hasta que se detuvo para mirarla con irritación y desprecio.
– Siempre tienes que hacer algo para fastidiarme, ¿no? Primero el comentario sobre la loca de la mujer de Paul McCutchins, después la caída de los índices de audiencia y ahora esto… Conseguirás que el programa se vaya al garete, Maddy. Recuerda lo que te digo. Y cuando eso ocurra, lo lamentarás.
Sin más, subió por la escalera y se metió en su cuarto de baño, dando un portazo. Maddy permaneció en el salón durante un rato, buscando la manera de explicarle cuánto significaba Lizzie para ella y lo mucho que lamentaba haberlo disgustado. La culpa era suya, lo sabía, por no haberle confesado que había tenido una hija. Si se lo hubiera dicho al principio de la relación, seguramente él no se habría enfadado de esa manera. Pero lo único que podía hacer ahora era disculparse y tratar de ser discreta. Lo único que sabía con seguridad era que no estaba dispuesta a abandonar a su hija ahora que se habían reencontrado.
Apagó las luces y subió a la planta alta con sigilo. Cuando terminó de ponerse el camisón, vio que Jack estaba acostado, con los ojos cerrados y la luz apagada. Pero Maddy sabia que no dormía, y al meterse en la cama él le habló sin abrir los ojos:
– Detesto que me mientas. Tengo la sensación de que ya no puedo confiar en ti. No dejas de hacer cosas para lastimarme.
– Lo siento, Jack -respondió ella, acariciándole la cara y olvidando por completo que media hora antes él la había acusado de engañarlo y había estado a punto de estrangularla-. No quiero disgustarte. Pero necesito ver a mi hija.
– Ya te he dicho que no quiero que lo hagas. ¿No puedes metértelo en la cabeza? Para empezar, nunca quise hijos. Y tú tampoco -dijo, abriendo los ojos y mirándola-. Así que no pienso cargar con una puta de Memphis que ya tiene diecinueve años.
– Por favor, no hables así de ella -suplicó Maddy.
Pero lo que más deseaba era que él la perdonase por haberle mentido y traicionado, por permitir que su hija ilegitima apareciera en su vida al cabo de siete años de matrimonio, teniendo en cuenta que ella ni siquiera le había hablado de su existencia. Sabia que era mucho pedir. Sin embargo, no podía evitar desear que la reacción de Jack se pareciese a la de Bill. A este le caía muy bien Lizzie.
– Quiero que dejes de verla -dijo Jack con firmeza-. Me lo debes, Mad. Nunca me hablaste de ella, así que ahora quiero que vuelva a desaparecer de nuestra vida. No la necesitas; ni siquiera la conoces.
– No puedo hacer eso. Nunca tendré otros hijos. Y no debería haberla entregado en adopción.
– ¿No lo harás aunque te cueste tu matrimonio? -Era una clara amenaza.
– ¿Qué insinúas? ¿Que ese seria el precio? -preguntó, horrorizada.
Jack la estaba amenazando, presionándola para que diese un paso que le destrozaría el corazón. Pero Maddy tampoco quería perderlo a él. Había sido tan bueno con ella durante las últimas semanas, que había empezado a pensar que su relación podía funcionar, y ahora esto. Deseó no haberle mentido para llevar a Lizzie al teatro.
Estaba desesperada por ver a su hija y no sabía cómo hacerlo sin disgustar a su marido.
– Es una posibilidad -respondió Jack-. Esto no formaba parte del trato. De hecho, estaba categóricamente fuera del trato. Nuestro matrimonio se ha basado en un engaño, pues me dijiste que nunca habías tenido hijos. Me mentiste. Podría hacer que anulasen la boda.
– ¿Después de siete años? -preguntó, perpleja
– Si puedo demostrar que me engañaste, cosa que hiciste, el matrimonio quedará anulado. Tenlo en cuenta antes de meter a tu hija en nuestra vida. Piénsalo bien. Mad. Lo digo en seno.
Se volvió, cerró los ojos y cinco minutos después comenzó a roncar. Maddy no sabía que hacer. No quería volver a separarse de Lizzie. Era incapaz de hacerle algo asía la joven, o de hacérselo a sí misma. Pero tampoco quería perder a Jack. Él le había dado muchas cosas, y los malos tratos de los que lo había acusado comenzaban a antojársele imaginarios. Maddy pensó que era ella quien se había portado mal con Jack y que él tenía motivos para sentirse víctima. Permaneció en vela horas, pensando y sintiéndose culpable.
Pero a la mañana siguiente aún no tenía respuestas. Le dijo que iba a despedirse de Lizzie y a desayunar con ella en el hotel y que luego volvería para pasar el día con él.
– Será mejor que le digas que no volverás a vería, Maddy. Estás jugando con fuego. Conmigo y con la prensa. Es un alto precio para pagar por una chica que ni siquiera conoces y a quien no echarás de menos si no vuelves a verla.
– Ya te he dicho que no puedo hacer eso, Jack. -dijo ella con franqueza. No quería volver a mentirle y añadir un pecado más a los muchos que había cometido.
– No tienes opción.
– No le jugaré esa mala pasada.
– Prefieres jugármela a mí, ¿no? Eso dice mucho de lo que piensas de nuestro matrimonio. -Parecía ofendido. La perfecta victima.
– No estás siendo sensato. -Quería hacerlo entrar en razón, pero él la miró con furia.
– ¿Sensato? ¿Bromeas? ¿Qué droga has tomado? ¿Te parece sensato tratar de endosarme una hija bastarda sin haberme dicho antes que la tenías?
– Cometí un error, es cierto. Pero no te pido que la veas, Jack. Solo quiero verla yo.
– Entonces estás más loca de lo que creía. ¿Qué te parecería una foto familiar en la portada de People? ¿Sería suficiente para ti? Porque aparecerá tarde o temprano. Y entonces tendrás que despedirte para siempre de tu público.
– Puede que no -dijo ella en voz baja-, puede que sean más comprensivos que tú.
– Mierda. ¿Quieres recuperar la cordura de una vez?
Discutieron durante media hora, al cabo de la cual Jack se marchó a jugar al golf con dos asesores del presidente, no sin antes advertirle a Maddy que no volviese a ver a Lizzie. Sin embargo, ella fue a desayunar con su hija y pasaron un rato agradable. Lizzie notó que le pasaba algo, pero Maddy lo negó porque no quería preocuparla. Tampoco le dijo que no volverían a verse. En cambio, le prometió que pronto pasarían otro fin de semana juntas y que le comunicaría lo que averiguase sobre la universidad de Georgetown. Tras despedirse con un abrazo y un beso, Maddy le dio dinero para el taxi, pero Lizzie no quiso aceptar nada más. Se había negado a que le pagase nada, aparte del billete de avión, el hotel y el taxi. Maddy se había ofrecido a abrirle una cuenta bancaria, pero Lizzie había respondido con un rotundo no. No quería aprovecharse de su madre. Sin embargo, Maddy sabía que Jack no le creería si se lo contaba.
Cuando regresó a su casa, a mediodía, Jack aún no estaba allí. Maddy llamó a Bill y le contó lo ocurrido.
– Fue culpa mía -dijo, compungida-. No debí mentirle.
Pero Bill no estaba de acuerdo.
– Se comporta como un cabrón y encima se hace la víctima. No lo es, Maddy. Tú eres la víctima. ¿Cómo es posible que no te des cuenta?
Se sentía más frustrado que nunca. Conversaron durante casi una hora, al final de la cual Maddy parecía aún más deprimida. Por lo visto, era incapaz de entender lo que le decía Bill. Este se preguntó si alguna vez se liberaría de las cadenas que la ataban a Jack. Daba la impresión de que, en lugar de avanzar, estaba retrocediendo.
Cuando Jack volvió a casa, por la noche, no dijo una sola palabra acerca de Lizzie. Maddy no sabía si era una buena señal, o si estaba reservándose para darle otro ultimatum. Le preparó una buena cena y charlaron amigablemente. Después hicieron el amor, y él se mostró más tierno que nunca, de manera que Maddy se sintió aún más culpable por hacerlo desdichado.
Al día siguiente, cuando llegaron al trabajo, estalló la bomba, tal como Jack había previsto. La fotografía de Maddy y Lizzie en el teatro estaba en primera página de todos los diarios sensacionalistas. Y alguien había descubierto o adivinado la verdad. Los titulares rezaban: «Maddy Hunter y su hija perdida». Decían que había tenido una hija a los quince años y la había entregado en adopción. Había varias entrevistas con Bobby Joe y con una antigua profesora de Maddy. La prensa sensacionalista había hecho un buen trabajo de investigación.
Jack estaba en el despacho de Maddy, con ejemplares de todos los periódicos.
– Bonita foto, ¿no? Espero que estés orgullosa. ¿Qué diablos vamos a hacer ahora? Te hemos estado vendiendo como la Virgen María durante nueve años, y ahora apareces como lo que realmente eres, Mad. Una puta asquerosa. Mierda. ¿Por qué no me hiciste caso?
En la fotografía, Maddy y Lizzie se semejaban tanto que parecían gemelas. Jack se paseaba por el despacho, furioso como un toro con una banderilla en la cerviz. Pero era imposible negar la verdad.
Maddy telefoneó primero a Lizzie para ponerla sobre aviso y luego, cuando Jack se hubo marchado por fin a su propio despacho, a la doctora Flowers y a Bill. Los dos le dijeron lo mismo. Lo sucedido no era culpa de ella y tampoco era tan terrible como creía. El público la adoraba. Era una buena persona que había cometido un error de juventud, y la gente la querría aún más cuando se enterase. La fotografía, en la que ella y Lizzie aparecían con los brazos enlazados, era encantadora.
Pero Jack se había empeñado en hacerla sentir mortificada y culpable, y lo había conseguido. Hasta Lizzie había llorado al oír a su madre.
– Lo siento, mamá. Yo no quería crearte problemas. ¿Jack está muy enfadado?
Estaba preocupada por Maddy. Jack no le había caído bien y le inspiraba miedo. Tenía un aire siniestro.
– No está precisamente contento, pero le pasará. -Era una forma diplomática de poner las cosas, aunque totalmente falsa.
– ¿Te despedirá?
– No lo creo. Además, el sindicato no se lo permitiría. Sería un despido discriminatorio. -A menos que Jack pudiera pillarla basándose en la cláusula ética de su contrato. En cualquier caso, estaba furioso, y Maddy sufría por el dolor que le había causado-. Tendremos que capear la tormenta. Pero prométeme que no hablarás con ningún periodista.
– Lo prometo. Nunca lo he hecho ni lo haré. No quiero perjudicarte. Te quiero. -Estaba llorando, y Maddy hizo lo que pudo para tranquilizarla.
– Yo también te quiero, cariño. Y te creo. Tarde o temprano se aburrirán del tema. No te preocupes.
Pero antes del mediodía los reporteros de los programas de televisión habían empezado a acosarla, y la cadena era un caos. Todas las revistas del país habían llamado para hacerle una entrevista.
– Quizá deberíamos darles lo que quieren -sugirió por fin el director de relaciones públicas-. ¿En qué nos perjudicaría? Tuvo una hija a los quince años, ¿y qué? Le pasa a muchas mujeres. Por Dios, no la mató, y la historia puede resultar conmovedora si sabemos sacarle partido. ¿Qué te parece, Jack? -Miró a su jefe con esperanza.
– Me parece que me gustaría mandarla a Cleveland de una patada en el culo -respondió Jack. Nunca había estado tan furioso con Maddy-. Fue una idiota al admitir que era la madre de esa puta. La «madre». ¿Qué coño significa esa palabra en una situación como esta? Folló con un imbécil del instituto, quedó embarazada y se deshizo de la niña en cuanto nació. Y ahora va por ahí con cara de santa, hablando de su hijita. Mierda, cualquier gata tiene una relación más estrecha con sus crías que Maddy con esa pequeña zorra de Memphis. Lo único que quiere la chica es aprovecharse de la fama de Maddy, pero ella no se da cuenta.
– Es posible que haya algo más -dijo con tacto el director de relaciones públicas.
Le sorprendía la vehemente reacción de Jack. Últimamente había estado bajo una gran presión. Los índices de audiencia del programa de Maddy descendían prácticamente a diario, lo cual podía explicar en parte la furia de su marido. Pero todos sabían que no era culpa de Maddy y habían intentado explicárselo a Jack, que se negaba a escucharlos.
Seguía fuera de sí cuando volvieron a casa, por la noche, y trató de arrancarle a Maddy la promesa de que no volvería a ver a Lizzie. Pero ella se negó. A medianoche, estaba tan enfadado que salió de la casa dando un portazo y no regresó hasta la mañana siguiente. Maddy no sabía adónde había ido, y al ver cámaras de televisión alrededor de la casa, no se atrevió a salir a buscarlo. Lo único que podía hacer era lo que le había sugerido a Lizzie. Esperar. Lizzie se había marchado a casa de unas amigas para que los periodistas no la encontrasen en la pensión y el propietario del restaurante le había dado el resto de la semana libre al enterarse de que, en efecto, era hija de Maddy Hunter. Estaba impresionado.
El único que no estaba impresionado era Jack. Ni mucho menos. La suspendió durante dos semanas por los problemas que les estaba causando a todos y le prohibió que volviera a trabajar hasta que limpiase su nombre y se deshiciera de Lizzie. Furioso, con las venas de las sienes hinchadas, le advirtió que si volvía a mentirle sobre cualquier cosa la mataría. Lo único que sintió Maddy mientras lo escuchaba fue culpa. Pasara lo que pasase, siempre era responsabilidad suya.