Capítulo4

Teniendo en cuenta que Hunter no estaba en su propia casa y que había pasado la noche en un sofá cama bajo el mismo techo que Molly, tenía que admitir que había dormido bastante bien. Su primer objetivo de trabajo aquel día sería sacar a su nuevo cliente de la cárcel. No tenía ni idea de por qué estaba todavía entre rejas el padre de Molly, pero aquello era inaceptable. Se había levantado temprano y había hecho una lista de cuestiones sobre las que tenía que hablar con el general cuando se reunieran. Además, había dejado un mensaje en su oficina para que llamaran al abogado defensor de oficio que le habían asignado. Él debía enviarle a Daniel copia de toda la documentación, por fax, lo antes posible. Su primera parada de aquella mañana sería la cárcel del condado.

Oyó un ruido de alas moviéndose y se acercó a la jaula, que estaba cubierta con un paño. Edna le había dicho que no molestara al pájaro, porque los guacamayos necesitaban doce horas de sueño ininterrumpido. Sin embargo, como había salido el sol y Hunter tenía curiosidad por su compañero de cuarto, alzó el paño por una esquina, y el pájaro abrió un ojo. No dijo nada por el momento.

– Sigue así y nos llevaremos muy bien -le comentó Daniel al guacamayo.

De repente, el pájaro movió las alas azules y sobresaltó a Daniel con el ruido y la envergadura de su cuerpo.

– ¡Rock and roll! -graznó.

Hunter se echó a reír.

– No está mal para empezar el día -le dijo.

Después, se sacó el teléfono móvil del bolsillo. No le había contado sus planes a Ty y ya era hora de enfrentarse a la reacción de su amigo. Cuando Ty respondió a la llamada, Daniel habló rápidamente.

– Estoy en Connecticut. Voy a aceptar el caso, y no me digas que ya me lo dijiste.

La risa de su amigo retumbó en el teléfono.

– Está bien, no lo haré. ¿Cómo está Molly?

Hunter cerró los ojos.

– Es Molly.

– Y tú todavía estás enganchado.

– Estoy esforzándome por superarlo.

– ¿Puedo preguntarte por qué has cambiado de opinión?

– ¿Aparte de por todas las cosas que Lacey y tú me dijisteis la otra noche? Lacey tenía razón. Le debo una a Molly

– Vaya. Eso no me lo esperaba.

– Bueno, odio decir que me he equivocado y no me resulta fácil decir que Lacey tenía razón. Durante todo el tiempo, Molly decía que Dumont no era el responsable de los intentos de asesinar a Lacey, y yo me negué a reflexionar sobre ello. No confié en su buen juicio. Me puse de vuestro lado y en contra de ella.

– Entonces, ¿piensas que puedes compensarla aceptando el caso de su padre?

– En parte. Y ayudarla ahora me facilitará las cosas cuando me marche. Me marcharé cuando todo esto termine.

Ty se rió.

– Mira, eres muy contradictorio. Hace un minuto estabas maldiciéndola por haberte dejado, y al siguiente te estás culpando por no haberte puesto de su lado. ¿Crees que ése es el motivo por el que te dejó el año pasado?

– No me importa el motivo, sólo lo que hizo. Quiero que las cosas terminen limpiamente entre nosotros esta vez -dijo Daniel. De ese modo, él podría volver a su vida y dejar de maltratarse a sí mismo. Sería capaz de seguir adelante.

– Buena suerte, tío. Algo me dice que vas a necesitarla.

Ty colgó rápidamente antes de que Hunter pudiera decir la última palabra.

– Típico -murmuró Hunter, sacudiendo la cabeza.

Sin embargo, sabía que sí iba a necesitar tener suerte, porque se había dado cuenta de otra cosa durante los últimos días: no iba a permitir que ninguna mujer le estropeara la vida. Por desgracia, también había descubierto que no había superado lo de Molly.

Aquel año pasado había sido una regresión de la que no estaba orgulloso. De niño, había sido defensivo y protector consigo mismo. Necesitaba que alguien lo guiara, y no lo había conseguido.

Después de pasar por hogares de acogida de personas peligrosas algunas veces, y en otras ocasiones negligentes, a los dieciséis había llegado a la casa de la madre de Ty, donde su vida había cambiado a mejor. Ty y Lacey se habían hecho amigos suyos, y le habían enseñado a respetarse a sí mismo durante el año que habían pasado juntos.

Entonces, el tío de Lacey, Marc Dumont, había decidido inesperadamente que quería que ella volviera a su casa, a sufrir sus malos tratos. Los tres amigos habían fingido la muerte de Lacey; la habían enviado a Nueva York para evitar que tuviera que volver a la pesadilla que había sido su vida.

Aquella supuesta muerte le había negado al tío de Lacey la oportunidad de reclamar su fondo fiduciario, y él se había puesto furioso. Dumont no podía demostrar que Ty y Hunter hubieran tenido nada que ver con la muerte de su sobrina, pero de todos modos había decidido castigarlos.

Con sólo mover unos hilos, había conseguido que mandaran a Hunter a un reformatorio juvenil, donde había causado tantos problemas que lo habían enviado a un programa especial en la cárcel. Él había entrado en la prisión con chulería, con fanfarronería de adolescente, pero en cuanto había oído cerrarse las puertas tras él, había estado a punto de orinarse en los pantalones.

Gracias a Dios, no había sido estúpido. Había escuchado todo lo que le habían contado los presidiarios, y había prestado mucha atención. En aquel momento había decidido que de ningún modo terminaría como aquellos hombres que le estaban contando la historia de sus vidas.

Se había concentrado en sus palabras y había recordado a Lacey y a Ty, las dos personas que creían en él. Había visto aquello en lo que se había convertido. Había imaginado su decepción y había oído la voz de preocupación de Lacey.

De alguna manera, ellos dos habían estado con él durante aquel programa, mientras él pagaba por sus actos, mientras se aseguraba de que sus antecedentes penales se borraban en su cumpleaños décimo octavo, tal y como le había prometido el juez que llevaba su expediente. Habían estado con él mientras se ganaba las becas de estudios que le habían permitido comenzar la universidad. Ellos eran su familia.

Así que el año anterior, cuando Molly, que no conocía su pasado, le había dicho que el tío de Lacey estaba a punto de conseguir que la declararan legalmente muerta y de exigir la entrega de su fondo fiduciario, Hunter había enviado a Ty a Nueva York a encontrarla.

Y cuando alguien había intentado matarla varias veces después de su sorprendente resurrección, ellos habían culpado al tío de Lacey, el que pronto iba a ser padrastro de Molly. Hunter estaba seguro de que Marc Dumont era culpable, pese al afecto que le tenía Molly.

Sin embargo, Daniel nunca le había vuelto la espalda a Molly, y siempre había estado allí para ella. Le había ofrecido su vida, su alma, su amor, todo lo que nunca le hubiera dado a ninguna otra mujer, y ella lo había rechazado. Todo lo que él había tratado de conseguir después de salir del sistema de acogida estatal, llegar a ser alguien, se había desmoronado cuando ella lo había dejado. Molly le había demostrado que el peor de sus miedos era cierto.

Con buena ropa, bebidas caras y cubertería de plata no cambiaría quien era por dentro. Ella había confirmado su creencia de que ninguna mujer podía querer al verdadero Daniel Hunter, y él se había pasado todo el año anterior emborrachándose y trabajando como un demonio para olvidar. Sin embargo, Hunter había trabajado demasiado duramente para llegar a ser algo en la vida como para permitir que su tendencia autodestructiva lo venciera.

Lo cual le llevaba de nuevo hacia su plan para olvidar a Molly. Necesitaban cerrar aquel círculo. Al menos, él lo necesitaba, aunque eso conllevara ablandarse con Molly mientras trabajaba en el caso de su padre.

Dejaría que la naturaleza siguiera su curso, pensó con ironía mientras miraba al pájaro. Había deseado a Molly durante demasiado tiempo como para negar aquel deseo, sobre todo, porque parecía que iba a pasar una buena temporada en aquella ciudad. Aquellos casos nunca terminaban con rapidez. El hecho de concederse permiso para intimar con Molly le producía una buena sensación.

Muy buena.

Al pensarlo se puso de buen humor. Podría sonreír un poco más y disfrutar del tiempo que iba a pasar allí, trabajando en un caso que prometía ser un desafío, y de Molly. Siempre y cuando, en aquella ocasión, fuera él quien la dejara. El juego podía comenzar.


Molly volvió de su carrera matinal con su amiga Liza, una chica a la que había conocido casualmente en una cafetería, y gracias a la cual había comenzado a trabajar de voluntaria en un centro de mayores de la ciudad. En cuanto entró en casa, fue directamente a ducharse antes de que Jessie se despertara y ocupara el baño durante una hora.

Después de la ducha entró en su habitación, se secó el pelo, se vistió y se maquilló. Y, cuando salió al pasillo, se topó directamente con Hunter, que evidentemente también acababa de ducharse. Llevaba unos vaqueros y un polo de color verde, e iba silbando mientras se secaba el pelo con una toalla.

Se detuvo justo antes de chocarse con Molly.

– ¡Buenos días! -dijo, sorprendentemente contento de verla.

– Buenos días -respondió Molly con cautela-. ¿Has dormido bien en el sofá cama?

– Bastante bien -dijo Daniel, y apoyó un hombro contra la pared, dispuesto a charlar un rato-. He dormido lo suficientemente bien como para comenzar a trabajar en el caso de tu padre con la cabeza bien clara.

– Vaya, me alegro.

– ¿Y tú? ¿Qué tal has dormido?

«No tan mal, teniendo en cuenta que el hombre de mis sueños está bajo el mismo techo que yo», pensó Molly.

– He dormido muy bien -mintió.

Y, como si le hubiera leído el pensamiento, Hunter sonrió de una manera atractiva y sensual, y la miró fijamente.

Para evitar retorcerse, Molly se cruzó de brazos, irguió los hombros y le devolvió la mirada. Pasó los ojos por todo su cuerpo, lentamente, para evaluar aquello con lo que se estaba enfrentando.

Sin duda, se estaba enfrentando a un hombre guapísimo. El olor a jabón y a champú que él desprendía la envolvió como una niebla húmeda. Aquello la excitó, y notó que el cuerpo se le tensaba de deseo.

Carraspeó y se movió para disimular su nerviosismo.

– ¿Y cuál es el plan del día?

– Me gustaría ver a tu padre en la cárcel y conseguir una vista para solicitar la libertad bajo fianza en cuanto sea posible.

Molly abrió mucho los ojos debido a la sorpresa.

– Haces que todo suene muy fácil -le dijo.

– No debería ser difícil. He pedido a mi oficina que den aviso al tribunal de que yo seré su abogado de ahora en adelante, y que consigan una copia de todo el expediente y de la documentación que tiene entre manos el defensor de oficio. Me lo van a enviar. Gracias a Dios que existen el fax y el correo electrónico -dijo él con una carcajada.

¿Estaba riéndose? Ella lo miró con los ojos entrecerrados. ¿Dónde estaba el hombre que había llegado el día anterior con una actitud furiosa?

– ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer hoy? -le preguntó Daniel.

– Lo de costumbre.

– ¿Y qué es? -insistió Daniel, inclinándose hacia ella. En tono juguetón, añadió-: Vamos, comparte tus hábitos diarios conmigo.

– ¿Por qué?

– Porque soy curioso.

Ella sacudió la cabeza.

– ¿No fuiste tú el que dijo ayer que sólo habías venido por mi padre? No querías hablar de nada que fuera remotamente personal.

– He cambiado de opinión.

– Es evidente. La cuestión es por qué, y no me digas que una buena noche hace maravillas con tu estado de ánimo.

Aquel granuja sonrió. Fue una sonrisa sexy, despampanante.

Ella se pasó una mano temblorosa por el pelo y lo miró con toda la firmeza que pudo.

– No me gustan estos jueguecitos. Quizá se te haya olvidado ese detalle sobre mí, pero es cierto. Ayer me disculpé y tú rechazaste mis disculpas, y esta mañana estás tan contento, flirteando…

– ¿Es eso lo que estoy haciendo?

– Sabes muy bien que sí.

Entonces, él le acarició la mejilla. Su caricia fue un roce cálido y suave contra la piel.

– Ahora sí estoy flirteando -dijo, con una sonrisa mucho mayor.

Ella elevó la mano para apartarle, pero en vez de eso, le agarró la muñeca.

– No juegues conmigo.

Intentó que su voz sonara severa, pero emitió un susurro tembloroso que la traicionó.

Hunter dio un paso hacia ella. Sus caras estaban a centímetros de distancia.

– Pese a lo que dije cuando llegué ayer, me he dado cuenta de que tenías razón. Tenemos un asunto sin terminar, comenzando por que yo acepte tus disculpas.

A ella se le aceleró el pulso.

– Bueno, me alegro de que pienses así -dijo.

Se humedeció los labios secos y se recordó que no debía leer en sus palabras más de lo que significaban. Sin embargo, no podía negar que se sentía muy contenta de aquel cambio de actitud, aunque sólo fuera por el hecho de que trabajar para liberar a su padre le resultaría más fácil así.

¿O no? Mientras él la miraba, tenía un brillo intenso en los ojos castaños, y los destellos dorados de su iris bailaban con un deseo que ella reconocía, no sólo porque Daniel la hubiera mirado así muchas más veces, sino porque sentía el mismo anhelo creciendo dentro de sí misma.

Molly adivinó sus intenciones antes de que él se moviera, y advirtió que debía apartarse de Daniel rápidamente. Aún no sabía cuál era el motivo de su repentino cambio de actitud hacia ella, ni si podía confiar en aquel buen humor. Así que, si fuera cautelosa, se retiraría antes de que la dinámica entre ellos cambiara nuevamente.

Pero no lo hizo.

Lenta, deliberadamente, sin romper el contacto visual, Hunter bajó la cabeza hasta que sus bocas se unieron. Los labios de Daniel tenían la suavidad del terciopelo, pero su roce era hambriento. Hundió la lengua en la boca de Molly con movimientos giratorios, posesivos, con seguridad sobre lo que deseaba. Y de alguna forma, sabía que ella lo deseaba también. Molly sintió un delicioso cosquilleo en el vientre, una sensación que la instaba a que aceptara su empuje, a que le devolviera el beso.

Devorándolo.

Disculpándose.

Compensándolo por el tiempo perdido.

No había ninguna otra cosa que tuviera importancia. Él la agarró por los hombros y la atrajo hacia sí mientras sus labios se volvían más duros y más exigentes. Los pechos de Molly se rozaron contra su torso, y ella sintió que se le endurecían los pezones, que su sensibilidad era cada vez mayor. Entre sus muslos se creó una humedad caliente y una presión vibrante, deliciosa, que la obligaron a cuestionarse lo que había hecho un año antes, y también el estado de su cordura en aquel preciso instante.

Se aferró a la camisa de Hunter y enroscó los dedos en la tela de algodón mientras el deseo y la necesidad tomaban control de su cuerpo. Prosiguieron los movimientos de la lengua de Daniel en su boca y él frotó la parte inferior de su cuerpo contra ella. Molly se deleitó con su sabor… Notó que el deseo de Hunter era muy intenso, tanto que consiguió que Molly emitiera un gemido involuntario.

Tuvo la sensación de que no podía obtener lo suficiente y que necesitaba mucho más de él, pero de repente, sin previo aviso, Daniel se apartó y la dejó temblando, con el único apoyo de la pared que había tras ella.

– ¿Lo ves? -le preguntó, mirándola con los ojos entornados-. Tenemos un asunto pendiente.

Molly tragó saliva sin poder dejar de temblar.

– ¿Acaso esto es un juego para ti? -le preguntó-. ¿Soy un juego?

Él negó con la cabeza y le pasó el dedo pulgar por los labios húmedos, mientras la observaba con sus magníficos ojos castaños.

– No es ningún juego.

– Entonces por qué…

– He parado porque no quiero que tu familia nos encuentre así en el vestíbulo, como si fuéramos adolescentes de instituto -respondió Daniel con la voz ronca.

Ella respiró profundamente.

– Y me has besado porque…

Él sonrió.

– Como los dos hemos dicho, hay un asunto sin resolver.

Molly no sabía si se refería a un asunto físico o emocional, pero sí estaba segura de que iba a averiguarlo durante las próximas semanas.

Se pasó la lengua por los labios y saboreó su esencia masculina, salada e irresistible.

– Cuando dije que teníamos un asunto pendiente, me refería a que teníamos que hablar, no que tuviéramos que… ya sabes.

Él se rió.

– ¿Quieres decir que este beso no entraba en tus planes?

Molly sonrió sin querer.

– No tengo ningún plan salvo el de exculpar a mi padre, y para eso, tenemos que trabajar.

– Está bien, pero primero quiero decir algo sobre lo que ocurrió el año pasado.

– Está bien. ¿De qué se trata?

– De Dumont.

Molly parpadeó de la sorpresa.

– ¿Qué pasa con él?

– Siento haberte hecho daño cuando Lacey decidió volver de entre los muertos. Sé lo mucho que significaba que Dumont se convirtiera en tu padrastro. Y, al final, tú tenías razón en confiar en él. Había cambiado.

Molly lo miró de hito en hito.

– Gracias -le dijo suavemente; se daba cuenta de lo difícil que era para él decir algo agradable sobre aquel hombre, teniendo en cuenta su pasado en común.

Él asintió secamente. Controlar sus emociones en aquel momento no le resultaba fácil. Se había prometido que investigaría hasta dónde podían llegar las cosas entre Molly y él. Gracias a aquel beso, lo sabía, y se había asustado mucho al comprobar que aquella mujer aún tenía el poder de encogerle el corazón.

Pero sólo si se lo permitía, pensó. En aquella ocasión, era él quien tenía el control, y de ningún modo iba a permitir que se le acercara tanto emocionalmente como para hacerle daño.

Sin embargo, tampoco se trataba de que quisiera vengarse. Hunter se dio cuenta de que quería la paz, y eso significaba que tenía que ser honesto con ella.

– ¿Molly?

– ¿Sí?

– No soy el mismo hombre que el año pasado -le advirtió.

– No. Vi tu apartamento. Percibí algunos de los cambios -respondió ella-. Ése no eres tú.

– Tú no me conoces, en realidad. No te digo esto para hacerte daño. Es sólo un hecho. Esa parte de mí estaba viva antes de que te conociera, y desde entonces, ha salido a la superficie.

– Está bien, pero, ¿por qué…?

– Olvídalo -dijo Hunter. No quería explicarle sus motivaciones. Eso le proporcionaría a Molly poder sobre él, y Daniel no quería darle ningún arma-. No quería sacar este tema.

Se sintió estúpido por haber estado a punto de advertirle que no se enamorara de él. Como si existiera la más mínima oportunidad.

– ¿Quieres que te lleve a alguna parte?

– De hecho, sí. Voy a Starbucks a tomar café, y después hago trabajo voluntario en un centro de mayores.

Él asintió.

– Me vendrá bien una dosis de cafeína. No quiero ir a la cárcel hasta que haya tenido noticias de mi oficina, y es demasiado pronto como para que hayan podido ponerse en contacto con los juzgados.

– Me parece bien. Lleva el ordenador portátil. Te contaré algunos detalles sobre mi padre y el caso, y podemos pergeñar cuál será nuestro próximo paso.

– ¿Nuestro próximo paso? No sabía que ibas a ser mi ayudante.

A Hunter le gustaba trabajar solo.

– No voy a ser tu ayudante -respondió ella. De nuevo, era la Molly segura de sí misma que él conocía-. Voy a ser tu socia -añadió con una sonrisa inesperada.

Daniel se dio cuenta de que estaba atrapado con aquella mujer. Y era demasiado tarde para pedir la libertad bajo fianza.

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