SEGUNDA PARTE

Capítulo 1

No recobré el conocimiento con facilidad. Era algo esquivo. Me sentía como en un sueño. En mi sueño, tenía unos espantosos calambres, que poco a poco se transformaban en dolores de parto, porque yo daba a luz un Twinkie, el delicioso pastelito relleno de nata, y eso consiguió que me sintiera mejor, por algún motivo. Lo sé. Soy el sueño de Freud.

Me dolía muchísimo la cabeza. Y mi cuerpo era como… no, no sentía en absoluto el cuerpo. No podía abrir los ojos. Oh, sí, estoy muerta. No es de extrañar lo que sentía…

La oscuridad me rodeó suavemente, como una amiga.

La siguiente vez que desperté, todavía me dolía mucho la cabeza. Y lamenté darme cuenta de que sentía el cuerpo. Me dolían todas las articulaciones, como si tuviera una gripe infernal. Oh, Dios, quizá aquello fuera el infierno. No oía nada, salvo un extraño pitido que debía de estar en el interior de mis oídos. Intenté abrir los ojos, pero no me obedecieron. Eso era, probablemente, porque los cadáveres no tenían párpados en funcionamiento. De no ser porque estaba muerta, creo que se me habría salido el corazón del pecho. ¿Pueden sentir pánico los cadáveres? Era evidente que sí… en aquella ocasión, la oscuridad no fue amistosa, era seductora, y yo me dejé caer en espiral entre sus brazos.

– Reposad tranquila, mi señora, y todo irá bien.

Aquella voz era dulce y familiar, pero tenía una cadencia musical que yo no reconocía. Tenía una gran pesadez en la cabeza, y el cuerpo como si me hubieran dado una paliza, dolorido y caliente. Tenía algo en la frente, algo húmedo y fresco. Toqué una compresa, pero alguien me apartó suavemente la mano.

– No pasa nada, mi señora. Estoy aquí.

De nuevo, aquella familiaridad.

– ¿Qué…?

Dios, tenía la garganta en carne viva, ardiendo. ¡Fuego! Recuperé la memoria y sentí pánico. En aquella ocasión, cuando ordené a mis ojos que se abrieran, obedecieron. Más o menos. Intenté ver algo, pero las imágenes y la luz eran como un borrón confuso. La mancha grande que había a mi lado se movió, y comenzó a enfocárseme la vista…

Gracias a Dios, era Suzanna. Si ella estaba allí, entonces yo no podía estar muerta, y quizá todo saliera bien. Intenté mantenerme concentrada en ella mientras la habitación daba vueltas, y luché por mantener la visión clara. Ella me había tomado una mano pero, cosa extraña, intentó soltarse al ver que yo abría los ojos. Yo me aferré a ella con más fuerza, y pareció que Suzanna palidecía, pero también me pareció que había cuatro Suzannas, y después dos, y después cuatro otra vez, mientras mi visión vacilaba.

– Mi señora, debéis permanecer quieta, tranquila. Habéis pasado por muchas cosas esta noche, y vuestro cuerpo y vuestra alma necesitan descansar. No os preocupéis, estáis segura y todo va bien.

Yo intenté preguntarle qué demonios le ocurría, pero el sonido que emitió mi garganta fue como el silbido de una serpiente. Supe que Suzanna no podía entenderme.

Apartó su mano de la mía y alguien a quien no distinguí le entregó una copa. ¿Una copa dorada? ¿En un hospital?

– Bebed, mi señora. Calmará vuestra garganta, y os ayudará a descansar.

Con suavidad, me levantó la cabeza y me puso la copa en los labios, y yo intenté tragar un líquido dulce, espeso.

El hecho de levantar la cabeza me provocó ondas de dolor en las sienes. Antes de que el mundo quedara a oscuras de nuevo, intenté concentrarme en mi amiga. Me estaba quitando la compresa de la frente para cambiarla por una nueva, refrescada, que le entregaba una enfermera increíblemente joven y que llevaba un uniforme raro, vaporoso. Parecía que aquella enfermera estaba a punto de irse a retozar por las praderas, y no que trabajara en la UVI de un hospital…

La oscuridad tenía el sabor de un jarabe para la tos, dulce, pegajoso.

En la siguiente ocasión, la oscuridad se abrió repentinamente. No fue un despertar suave. Oh, no, iba a…

– Oh, mi señora. Deje que la ayude.

Suzanna me incorporó y me sujetó el pelo mientras yo vomitaba por un lado de la cama. Realmente, es muy buena amiga, siento haberla llamado «estirada» antes. Cuando terminé de vomitar, ella me tumbó de nuevo y me limpió la cara. No podía dejar de temblar. Me sentía débil y desorientada, pero pensé que eso podía ser porque estaba muerta, no porque hubiera estado vomitando.

– A… agua…

Suzanna se acercó rápidamente a la enfermera, y apareció otra copa. Ella me la acercó a los labios y me ayudó a beber.

– ¡Puaaj! -escupí la mayoría del líquido. No era agua, sino una especie de vino muy suave. A mí me encanta el vino, pero no después de vomitar.

– ¡Suz! Agua…

– ¡Sí, mi señora! -ella palideció de nuevo, y se volvió hacia la enfermera para entregarle la copa. ¿Qué hospital era aquél, de todos modos?-. ¡Trae agua para lady Rhiannon inmediatamente!

La enfermera ninfa desapareció al instante. Suzanna se volvió hacia mí, pero no me miró a los ojos.

¿Qué estaba pasando? La tomé de la mano y tiré de ella para conseguir que me mirara. Y entonces, me di cuenta de que su pelo estaba raro. Seguía siendo de su color normal, rubio, con reflejos naturales muy bonitos, pero se me había enredado en la mano. Porque ella lo tenía muy largo, hasta la cintura, y le caía por los hombros y el pecho.

– No. ¿Cómo…?

No conseguí decir más. Suzanna siempre había tenido el pelo muy corto, con un estilo sexy. No era posible que de repente le hubiera crecido hasta la cintura. ¿Acaso yo había estado en coma? Quizá hubiera estado inconsciente durante años, y mientras, por tristeza, ella había entrado en una fase de lady Godiva y se había dejado crecer el pelo hasta el trasero.

No. No parecía más vieja.

Siguió evitando mis ojos mientras yo la observaba. Claramente, era Suzanna. Tenía el mismo cuerpo delgado, y la misma cara preciosa que irradiaba bondad. Tenía los mechones de pelo metidos detrás de sus perfectas orejitas, igual que cuando llevaba el pelo corto. Tenía las mismas pecas por la nariz y los pómulos altos. Si sonreía, lo cual no parecía muy probable en aquel momento, seguro que yo vería un par de hoyuelos en sus mejillas.

– Suz… -le tiré de la mano, intentando conseguir que me mirara. Cuando ella alzó la vista mis ojos encontraron los mismos ojos castaños que conocía desde hacía años-. Qué…

Quería establecer contacto de verdad con ella, e intenté hacerle una pregunta. Pareció que Suz se ablandaba, pero entonces la enfermera entró con una nueva copa.

– Aquí tenéis, mi señora.

Gracias a Dios, agua de verdad. Agua fresca. Intenté tragar todo lo que pude, pero mi garganta se rebeló.

– Gra-gracias -conseguí decir. Suzanna tuvo que inclinarse para poder oírme, pero yo me di cuenta de que se enteraba, porque se ruborizó y, rápidamente, tomó un paño y comenzó a secarme la cara.

Yo me había quedado exhausta, y lo único que había hecho era vomitar y beber un par de tragos de agua. Suzanna me apartó el pelo de la frente.

– Descansad, mi señora. Todo va bien.

¿Y qué demonios llevaba puesto?

Mi otra amiga, la oscuridad, me envolvió sigilosamente.

Capítulo 2

– Perdonadme, mi señora. Debéis despertar.

No, que me dejen dormir. Aquello debía de ser un sueño horrible. Quizá si apretara fuerte los párpados y me concentrara en una visión de Hugh Jackman convertido en mi esclavo sexual, volvería a mi Paraíso de los Sueños.

Entonces, cometí el error de tragar.

Dios mío… la garganta me mataba. Quizá estuviera muerta, y entonces… abrí los ojos de golpe.

Había dos enfermeras ninfa, una a cada lado de Suzanna. Una llevaba una cosa vaporosa en las manos, y la otra sujetaba peines, cepillos y una preciosa coronita dorada. Mmm… el infierno no podía estar tan mal si había joyas.

– Mi señora, acaba de llegar el mensajero de vuestro padre, y ha anunciado que se han enviado las amonestaciones y que vuestro prometido se reunirá aquí con vos, para celebrar el matrimonio temporal.

¿Qué?

– Hoy. Por favor, debemos prepararos.

Lo único que pude hacer fue parpadear. ¿De qué estaba hablando? ¿Mi prometido? ¡Si ni siquiera estaba saliendo con nadie!

Suzanna vaciló.

– Señora, ¿puede hablar?

– ¿Ssseñor…? Ay -¿qué eran todas aquellas tonterías de «señora» y «mi señora»?

Evidentemente, mi susurro de serpiente fue respuesta suficiente para Suzanna. Noté que, al oír mi voz, las ninfas entraron en un estado de pánico. Suz se comportó como si estuviera molesta. De repente, les quitó a las ninfas la tela vaporosa, los peines y las joyas.

– Podéis marcharos -dijo. Y vaya, sonaba severa, lo cual intensificó la extraña cadencia musical de su voz-. Yo me ocuparé de nuestra señora.

Las niñas se alejaron rápidamente, con aspecto de estar aliviadas. Supongo que ya no hay enfermeras como las de antes.

– Vamos, mi señora, apoyaos en mi hombro y os llevaré a los baños.

Uno podría pensar que levantarse y caminar para tomar un muy necesitado baño no era algo demasiado difícil, y quizá no lo hubiera sido si la maldita habitación hubiera dejado de moverse.

– Uuuuh… -me sentía como si renqueara, como una de las viejas brujas del primer acto de Macbeth. Y seguramente, con el pelo tan enredado que tenía, podría haber representado el papel.

– Lo estáis haciendo muy bien, mi señora. Vamos, sólo quedan unos pasos.

Caminábamos por un pasillo con iluminación tenue. Miré hacia arriba y me di cuenta de que la luz era tenue porque… bueno, porque había antorchas encendidas colocadas en apliques de hierro forjado. Eso hizo que me detuviera en seco. Tengo una licenciatura universitaria. No es fácil engañarme. ¡Las antorchas no son algo corriente en un hospital! ¡Y, demonios! ¡Yo no estoy comprometida!

– Mi señora, ¿necesitáis descansar?

¿Qué le pasaba a Suzanna? ¿Acaso estaba inmersa en una especie de histeria trágica medieval? Uno de mis brazos ya estaba entrelazado con el suyo, así que agarrarle la otra mano fue fácil. La obligué a que se girara hacia mí y a que me mirara directamente. Después tragué varias veces para intentar aclararme la garganta, la miré con fijeza y le pregunté:

– ¿Qué ha pasado?

Ella intentó apartar la mirada, pero yo le agité las manos, y volvió a mirarme.

– Mi señora… -miró a su alrededor, como si tuviera miedo de que la oyeran, y me preguntó-: ¿Cómo os llamáis?

– Shannon -respondí, con tanta claridad como pude. Ella ni siquiera pestañeó.

– ¿Y cómo me llamo yo?

– Tú te llamas Suzanna.

Entonces, se inclinó hacia mí y negó lentamente con la cabeza. Noté que el miedo que había tenido en los ojos se había transformado en pena.

– No, mi señora. No me llamo Suzanna, sino Alanna. Y vos no sois Shannon, vos sois mi ama, Rhiannon, la Suma Sacerdotisa de la diosa Epona, hija de El MacCallan, prometida y pronto desposada temporalmente con el Sumo Chamán, ClanFintan.

– Bobadas.

– Sé que debe de ser difícil para vos, mi señora, pero venid conmigo. Os ayudaré a prepararos e intentaré explicar cómo ha sucedido esto.

Hablaba con preocupación. Me ayudó a moverme hacia una puerta entreabierta que había delante de nosotras, y entramos en una habitación.

La habitación me recordó a uno de aquellos documentales de la PBS que primero mostraban ruinas actuales, que eran como un caos confuso de piedras antiguas y columnas deshechas, y que después se reconstruían con una imagen de ordenador para que los espectadores pudieran ver cómo era el original en toda su gloria. Aquella habitación era como una de las imágenes recompuestas por ordenador. El suelo y el techo eran de mármol suave. Era difícil distinguir si el color dorado era de la piedra o de las muchas antorchas que había en las paredes. La simetría de los muros estaba interrumpida, a menudo, por nichos, que estaban tallados en la piedra a varias alturas. En los nichos había velas encendidas, en unos candelabros raros y dorados, que le daban a los muros la apariencia de brillar como joyas. A lo largo de una de las paredes había colgado un enorme espejo, y ante él, un tocador muy elaborado. El espejo estaba un poco empañado a causa del vapor que surgía de una piscina profunda y clara que brotaba a borbotones del centro del suelo de la habitación, y que fluía, en forma de corriente rápida, y caía a otra piscina en la sala contigua. El aire estaba caliente y húmedo, (con sólo respirarlo me sentí más relajada), y el olor me recordó a algo…

– ¡Es una fuente termal!

Incluso mi voz respondió al aroma curativo de la habitación, y Suzanna-Alanna no tuvo que hacer un esfuerzo por oírme.

– Sí, mi señora – dijo.

Parecía agradada por el hecho de que yo pudiera identificar el olor metálico del agua y hablar con algo de claridad.

– Permitidme que os ayude a quitaros la túnica.

Lo cual hizo, rápidamente, con maestría. Después, me hizo una señal para que descendiera por unos escalones de roca hacia el agua humeante. Era profundo, pero había varias cornisas suavizadas y situadas convenientemente a lo largo de una de las paredes de la piscina, y yo me senté cuidadosamente en una, con un gran suspiro. Observé, a través de los párpados medio cerrados, cómo Suzanna-Alanna tomaba esponjas y pequeños frascos del tocador, y me servía un líquido rojo y oscuro en una copa dorada. Después, se arrodilló al borde de la pila, junto a mí.

Yo acepté la copa y suspiré de placer al probar un magnífico cabernet. Entonces, como si lo hiciera todos los días, Suzanna me levantó el brazo que no sujetaba la copa y comenzó a pasarme una esponja enjabonada por él.

– Mi señora, debéis prepararos para recibir a vuestro prometido.

– ¡Yo puedo lavarme sola! -susurró, y dejé la copa al borde de la piscina antes de continuar-. Y no creas que puedes distraerme para que se me olviden todas las tonterías que me has dicho en el pasillo. Quiero saber lo que está pasando ahora mismo, Suzanna Michelle.

– Perdonadme, mi señora. No quería ofenderos.

Inclinó la cabeza y se agarró las manos sobre el pecho, como si estuviera esperando un acto de disciplina.

Yo no sabía lo que estaba pasando. Era evidente que algo no iba bien. Pero, fuera lo que fuera, estaba segura de que aquel delicioso cabernet ayudaría. Di otro sorbito para que me calmara la garganta. Suzanna no se había movido.

– Suz -susurré-, no estoy enfadada, y lo sabes perfectamente.

Antes de que ella consiguiera controlar su expresión, vi que era de completo asombro.

– Sin embargo -continué-, sí estoy confusa. Empieza otra vez y explícame dónde estamos.

Me pareció una pregunta muy fácil.

– Estamos en vuestros baños, en el sagrado Templo de Epona.

Yo sacudí la cabeza suavemente. ¿Un hospital con el nombre de una diosa pagana en mitad del Cinturón de la Biblia de Estados Unidos? Quizá no hubiera sido lo suficientemente específica en mi pregunta.

– ¿En qué Estado?

– Parece que habéis sufrido heridas, mi señora, pero os estáis recuperando muy bien.

– No, Suz, no me refiero a mi estado físico, me refiero a en qué Estado nos encontramos. ¿Cuál de los cincuenta Estados de Estados Unidos?

– ¿Os referís a nuestra situación en el mundo?

– Sí, amiga mía.

– El Templo de Epona controla todo el territorio que lo rodea. Como Sacerdotisa de Epona, vos sois la regidora de sus tierras.

Bueno, eso era reconfortante.

– Suzanna, no quiero asustarte ni molestarte, pero no tengo ni idea de qué estás hablando.

– Mi señora -dijo ella con timidez-. Quizá sea porque ya no estáis en vuestro mundo.

Eso sí me llamó la atención.

– Suzanna, acabas de decir que yo soy la señora, y que mi prometido está a punto de llegar. ¿De qué demonios estás hablando? Oh, y por favor, ponme un poco más de vino, porque me da la sensación de que voy a necesitarlo.

Creo que se sintió aliviada al poder alejarse un poco de mí; quizá así podría ordenar sus pensamientos neuróticos y yo llegar al fondo de todo aquello. En realidad, todo podía ser un complicado plan para vengarse de mí por haberme olvidado de su cumpleaños, el mes anterior. Yo sabía que todavía estaba enfadada.

– Es complicado, mi señora.

– Suzanna, no me gusta que digas eso de «mi señora». Por favor, ve directamente al grano, y yo intentaré entender las cosas desde ahí.

Y te conseguiré ayuda profesional muy pronto.

– Mi señora, lady Rhiannon, ha intercambiado su sitio con vos. Dijo que en vuestro mundo había máquinas que fabricaban dinero, y ella quería el poder que confería ese dinero. Deseaba vivir allí. Así que envió su alma allí durante uno de sus Sueños Mágicos, y os encontró a vos. Dijo que sois su espejo, su sombra, y que podía cambiarse por vos para vivir en vuestro mundo. Creía que podía dejar algo de su conciencia aquí, como hace cuando entra en la Gruta Sagrada, para ayudaros y guiaros -dijo, mientras me observaba con suma atención. Después, su letanía se hizo más lenta-. Pero no creo que ella esté aquí con vos. Os parecéis a ella, pero no tenéis su… su actitud. Ahora mi señora se ha convertido en vos, y vos debéis convertiros en ella.

– Eso no puede ser. No lo creo.

– Lady Rhiannon me pidió que os hiciera una pregunta si no entendíais la situación, o no la creíais.

Yo arqueé la ceja y esperé.

– En vuestro mundo, ¿se conocen historias de dioses y diosas, de mitos y magia, de conjuros y hechicería? -preguntó, y después me miró con expectación.

– Sí, por supuesto, soy profesora, yo enseño esas historias a los niños.

– Lady Rhiannon me pidió que os dijera que este mundo es el lugar del que provienen esas historias -cerró los ojos y empezó a recitar el mensaje de su verdadera «señora»-. «Traspasaron la División como sombras y humo, buscando sus imágenes en vuestro mundo. Así he sabido yo de la existencia de ese mundo, en forma de humo y sombras, y así he encontrado mi imagen: Tú».

– Eso es todo ciencia-ficción, Suz. ¿Cómo esperas que me lo crea?

– Lady Rhiannon me dijo que usaría su imagen, que ya estaba en vuestro mundo, y un muro de fuego, para atravesar la División.

– Esa maldita ánfora.

No podía ser cierto.

– ¿Disculpad, mi señora?

– El fuego. ¿Cómo es que no sufrió daños si pasó a través de una pared de fuego? ¿Y por qué no me quemé yo también?

Suzanna palideció.

– Más vino, mi señora.

– Sí. Pero no has respondido mi pregunta.

Alguien llamó a la puerta, y la interrumpió. Suzanna me miró fijamente, y después dijo:

– Adelante.

Una nueva ninfa entró en mi habitación.

Suzanna seguía mirándome, con una expresión de disculpa. Oh, se me olvidaba que yo soy la señora, lo cual significa, supongo, que puedo darles órdenes a las ninfas.

– ¿Qué? -pregunté con mi voz susurrante, aunque intenté darle el tono de «no interrumpas la clase» que mis alumnos conocían tan bien.

La pequeña ninfa se volvió hacia mí y respondió con una cadencia encantadora.

– Señora, vuestro prometido ha llegado.

Yo miré rápidamente a Suzanna. Allí no iba a obtener ayuda; cerró los ojos con fuerza y comenzó a mover los labios en silencio, como si estuviera rezando. Demonios.

– Muy bien. Dile… dile que iré a saludarlo cuando termine de arreglarme.

– Sí, mi señora -dijo la muchacha. Hizo una reverencia y se marchó. Parecía que mi truco había surtido efecto. Me sentía casi como Penélope.

– ¿Qué te ha parecido eso, amiga? ¿He hecho bien el papel de ama de todo esto?

– Estamos jugando a un juego muy peligroso, mi señora.

– Oh, vamos, Suz. ¡Esto no es más que un sueño, o algo parecido!

– Por favor, mi señora -dijo. Me tomó ambas manos y me las apretó-. Si tenéis algún sentimiento de amor por vuestra Suzanna, por favor, escuchadme y haced caso de mis palabras. De vuestras acciones de hoy no sólo depende vuestra vida.

– De acuerdo, de acuerdo, Suz. Te escucho.

– Lo primero, no debéis llamarme por ese nombre. Debéis llamarme sólo Alanna. Debéis reuniros con ClanFintan. El periodo de vuestro compromiso ha terminado, y es hora de entrar en el matrimonio formal.

En su mirada había algo que hizo que me tragara mi negativa. Ella creía todo eso, de verdad. No estaba fingiendo ni bromeando. Estaba muy asustada.

– Sabes que siempre te ayudaré, amiga mía…

– ¡Alanna! Debéis usar ese nombre. ¿Lo entendéis?

– Sí, Alanna -no podía arreglar lo que fuera que estuviera mal sin tener más información, y claramente, Suz… oh, Alanna necesitaba que la ayudara-. Creo que mencionaste algo de un matrimonio temporal.

– Sí, mi señora. Este matrimonio está acordado para sólo un año.

– ¿Y por qué iba a casarse con él lady Rhiannon durante sólo un año?

– Así es el acuerdo.

– Entonces, ¿tú esperas que me case con un hombre a quien no conozco?

– Lady Rhiannon sí lo conoce. Yo os presentaré, y explicaré que tuvisteis un accidente durante el último Ritual de la Luna, y que habéis perdido la voz. Yo hablaré por vos.

Mientras hablaba, me ayudó a salir de la piscina con una actitud totalmente profesional, y yo me dije que debía ignorar el hecho de que ella me estuviera secando con total naturalidad.

– Muy bien, pero… ¿y qué pasa con los detalles íntimos de este matrimonio? Ni siquiera conozco a ese tipo. ¡No voy a permitir que me toque! -exclamé. Y, si resultaba ser parecido a mi ex marido, iba a salir de allí volando.

– Sólo debéis recordar que sois lady Rhiannon, la Suma Sacerdotisa y la Amada de Epona. A lady Rhiannon sólo se la puede tocar cuando ella lo permite.

– ¿Ni siquiera el hombre con quien está casada?

– Ni siquiera él.

Había respondido con mucha confianza. Yo debía de ser una bruja. Sonrisa.

La tela de gasa que había llevado en la habitación estaba en manos de Alanna. Era algo muy bonito, de mi color favorito, un rojo dorado que tenía vida propia.

– ¿Podríais separar los brazos de los costados, mi señora?

Hice lo que me pedía, y presencié embelesada cómo ella me envolvía en aquella prenda diáfana. Tomó dos preciosos círculos entrelazados del tocador, y con habilidad, me prendió uno a la cintura y el otro en el hombro, como si fuera un kilt escocés, salvo que los kilts no eran semitransparentes ni sedosos. Dio un paso atrás y supervisó su obra, dando unos últimos retoques aquí y allá. Siempre se le habían dado muy bien las manualidades.

– Dios, ¡es transparente!

Y lo era. No de un modo vulgar, sino como una sensual Elizabeth Taylor caracterizada de Cleopatra.

– Oh, perdonad que lo haya olvidado.

Sacó un pequeño triángulo de la misma tela, algo que yo creía que era un pañuelo, y lo sostuvo para que yo diera un paso hacia su interior. Era como un tanga diminuto. Vaya, ahora sí me sentía mucho mejor, más cubierta. Caramba.

– Por favor, sentaos, mi señora, y os arreglaré el cabello.

Frunció el ceño al tocar mis mechones mojados, y comenzó a peinarme.

– Tenéis el pelo más corto que ella. Es igual, pero más corto. Os lo recogeré hasta que haya crecido -dijo.

Parecía que le estaba hablando al pelo, no a mí. Me relajé mientras me peinaba. Al poco rato, tomó una joya que me sacó del trance. Era una delgada banda de oro que me colocó alrededor de la frente. Después arregló el pelo para conseguir el mejor aspecto posible. Yo volví la cabeza de un lado a otro para verme mejor en el espejo. La luz de las velas se reflejaba en el oro y arrancaba destellos de la piedra que había en el centro del círculo. Me incliné hacia delante.

– ¿Granate?

– Sí, mi señora. Vuestra piedra favorita.

– ¿Mi piedra favorita? -pregunté yo, con las cejas arqueadas.

Ella me sonrió, casi como Suzanna.

– Bueno, la piedra favorita de Rhiannon.

– La mía es el diamante, pero los granates son bonitos -dije, devolviéndole la sonrisa.

– Pero, mi señora, debéis recordar que sois Rhiannon.

Otra vez, la Alanna seria.

– Muy bien.

– Ahora, os maquillaré.

Entonces, me miró con atención y se puso a trabajar, aplicándome cremas y polvos que había en preciosos frasquitos de cristal sobre el tocador.

– Eh… no me importa lo que hagas, pero mi única petición es un color de labios marrón dorado.

– Exactamente el que habría elegido Rhiannon.

– Eso es extraño.

– Ella dijo que las dos seríais una única alma -respondió Suzanna nerviosamente, cruzándose con mis ojos durante sólo un breve momento.

– Pues mintió.

– ¿Disculpad, mi señora?

– He dicho que mintió, Alanna. Yo no soy ella. Soy Shannon Parker, una profesora de instituto de Broken Arrow, Oklahoma, que se ha visto atrapada en algo muy extraño. Te ayudaré. Pero sé quién soy, y no soy ella -le dije con firmeza-. ¿Entendido?

– Sí, mi señora. Pero es difícil.

– No fastidies.

Ella sonrió de nuevo.

– Tenéis un modo muy extraño de hablar.

– Y tú también. Es un acento escocés mezclado con el de Deanna Troi, de Stark Trek -le expliqué. Alanna se quedó muy confusa-. No te preocupes. No es importante.

Sonrió de nuevo y siguió maquillándome. Yo paseé la mirada por la habitación, por las paredes claras, suaves, iluminadas con un millón de velas.

– Esos apliques son muy poco corrientes. Me recuerdan a… ¡Vaya! ¿Son calaveras?

– Sí, por supuesto, mi señora -dijo ella, que se quedó sorprendida por mi grito de horror-. Las calaveras forman una parte intrincada de vuestra devoción a Epona. Seguramente, incluso en vuestro mundo entenderán que todas las cosas poderosas y místicas provienen del Fuego de la Cabeza, la Sede del Aprendizaje y el Conocimiento, ¿no es así?

Hubiera jurado que Alanna emitió un sonido de desaprobación cuando vio que yo no respondía.

– Siempre os habéis rodeado del poder de la mente.

– ¡Pero si son calaveras bañadas en oro!

– Por supuesto, mi señora, la Suma Sacerdotisa y Amada de Epona sólo tiene lo mejor.

Bueno, pues parecía que por fin había encontrado algo dorado que no me gustaba. Asombroso.

– Bueno, ahora cuéntame algo sobre mi prometido. ¿Cómo se llama?

– Se llama ClanFintan. Es un Chamán poderoso y muy respetado.

– Y… eh… ¿estoy enamorada de él?

– No, mi señora -respondió Suz, y parecía que estaba un poco nerviosa-. Fue un matrimonio arreglado por vuestro padre.

– ¡Eh! ¡Creía que era el ama y señora!

– Y lo sois, mi señora, pero algunas veces, la bondad de la gente debe superar los deseos de uno.

– De acuerdo, lo admito. Podré soportarlo. Es horrible, ¿verdad?

– No, mi señora -respondió ella, como si estuviera diciendo la verdad.

– Entonces, ¿qué tiene de malo?

– Nada, que yo sepa, mi señora.

Muy bien. Ella no iba a decírmelo. Supuse que tendría que averiguarlo por mí misma.

– He terminado de arreglaros -me dijo. Me puso dos pendientes de granate y oro y un brazalete de oro en el brazo mientras yo me ponía en pie-. Bella, como siempre.

¿Lo dijo con petulancia?

Sin embargo, tenía razón. Para ser una mujer que pensaba que estaba en el Infierno tan sólo horas antes, mi aspecto era muy bueno. Escasamente vestida, pero guapa.

– ¡Que empiece la función!

– Seguidme, mi señora.

Yo la seguí, y ella me habló como si fuera una conspiradora.

– Normalmente, vos caminaríais primero, por supuesto. Pero hoy yo os precederé -observó mi avance mientras salíamos de la habitación-. Bien, mi señora. Os estáis recuperando. Recordad, lady Rhiannon nunca se apresura, a menos que desee llegar rápidamente a algún sitio. Caminad lenta, lánguidamente, como si gobernarais todo lo que veis.

– ¿Y es así?

– Por supuesto.

¡Vaya! ¿De verdad? No era aquélla la respuesta que esperaba.

Gobierno todo lo que veo. Así pues, miré a mi alrededor con languidez, mientras me acercaba a un tipo a quien no conocía, pero con quien estaba comprometida. Recorrimos un pasillo en dirección contraria a la que habíamos recorrido antes, y al torcer una esquina, nos encontramos con un par de puertas enormes. Eran de madera y tenían tallas de intrincados dibujos que se entrelazaban como los diseños celtas. Parpadeé, porque podría haber jurado que los dibujos eran calaveras. Sin embargo, mi atención no se detuvo demasiado en aquellos diseños, porque a cada lado de la puerta había un hombre adorable, escasamente vestido.

Cuando me acerqué, ambos se cuadraron de un modo muy atractivo, sujetando unas espadas odiosas contra los pechos musculosos y firmes, que Dios los bendiga. Uno de ellos me abrió la puerta. Entonces, por desgracia, no pude seguir admirándolos, porque Alanna me empujó suavemente hacia una gran sala.

Los techos eran altísimos, y había pilares tallados con calaveras, y frescos exquisitos, con ninfas que retozaban y… ¡Oh, demonios, yo! También llevaba poca ropa, y montaba una maravillosa yegua blanca, y evidentemente, era la que dirigía el retozo.

En mitad de la sala había un estrado, y sobre él, un trono dorado. En los escalones que subían al estrado estaba el par de las ninfas de rigor, ambas tumbadas. Pero cuando entré, se incorporaron rápidamente, con los pies descalzos, e inclinaron sus monísimas cabecitas.

Yo subí al estrado voluptuosamente y me acerqué al trono. Dios, qué gusto poder sentarse.

Entonces, Alanna se dirigió a una de las ninfas y le dijo:

– Informa al Chamán ClanFintan de que lady Rhiannon lo recibirá ahora.

La muchacha salió por una enorme puerta arqueada, y yo me pregunté por un instante si los guardias serían proporcionales a la entrada.

Mis ojos se cruzaron brevemente con los de Alanna, y ella me lanzó una sonrisa tensa de ánimo. Yo le guiñé el ojo. En aquel momento, se abrieron las puertas, y la ninfa volvió en una nube de gasa transparente que hacía las veces de ropa.

– Aquí viene, mi señora -dijo.

Parecía que estaba aturullada y emocionada. Quizá él no fuera tan espantoso. La ninfa ocupó su lugar en los escalones del estrado.

Todo el mundo miró con expectación hacia el arco. Yo comencé a oír un ruido característico que se intensificó poco a poco. Me recordaba a… ¡Lo sé! ¡Caballos! ¿Acaso mi prometido estaba entrando a caballo en la sala del trono de mi palacio? Bueno, sé que Epona era una especie de diosa de los caballos, entre otras cosas, pero él y yo íbamos a tener una charla sobre los modales en palacio. Pronto.

El sonido de los cascos se acercaba. Debían de ser varios caballos. ¡Brutos!

Vi cómo mis guardias, que sí eran proporcionales a la puerta de la sala, hacían un enérgico saludo mientras los caballos llegaban hasta la entrada y…

Entonces, se me cortó la respiración. Pasaron bajo la puerta en formación de a dos, y rápidamente, conté diez.

– Centauros.

Mi voz, que ya estaba áspera de susurrar tanto, apenas pudo chirriar la palabra, pero por la expresión de Alanna supe que ella me había oído. Así que cerré la boca, que se me había quedado abierta, y me callé.

Los dos primeros centauros se acercaron al estrado y los ocho restantes flanquearon el camino. Mientras los líderes se aproximaban a los peldaños, uno se quedó un poco rezagado, y el otro se acercó e hizo una elegante reverencia.

– Bien hallada, lady Rhiannon -dijo.

Su voz era sorprendente, grave y profunda, suave como el chocolate oscuro, con el mismo acento musical que tenía Alanna.

Antes de que yo pudiera responder, Alanna hizo otra reverencia y comenzó a hablarle.

– Lord ClanFintan, lamentablemente, mi señora Rhiannon ha perdido temporalmente el uso de su voz -dijo. Él entornó los ojos al oírla, pero no la interrumpió-. Lady Rhiannon me ha pedido que os salude y os diga que está lista para finalizar el matrimonio.

– Qué momento más… -pausa- inoportuno para perder la voz, mi señora.

¿Era aquello sarcasmo? A mí me lo pareció. Supongo que no era el único que estaba desconcertado con todo aquello.

– Sí, mi señor, lady Rhiannon se siente consternada por ello -dijo Alanna, sin dejarse amedrentar.

– ¿Cómo ocurrió?

Él ni siquiera miraba a Alanna, sino que seguía mirándome a mí, como si las palabras estuvieran saliendo de mi boca. Pensé que sería mejor seguir mirándolo a los ojos. Si me permitía bajar la mirada, volvería a quedarme boquiabierta.

– Durante el Ritual de la Luna se puso enferma, pero la dedicación de mi señora a Epona es tan grande que no ha querido retirarse. Después de que la ceremonia terminara, se retiró a su habitación durante varios días, y únicamente hoy ha salido. Está recuperando la salud, pero todavía no ha recuperado la voz -explicó Alanna-. No os preocupéis, mi señor, sólo es algo temporal, y se curará en cuanto descanse y tenga tiempo para recuperarse.

– Entiendo vuestra situación, lady Rhiannon -dijo él. Sin embargo, su tono de voz no era comprensivo, sino de exasperación-. Pero espero que esta… -otra pausa- desafortunada enfermedad no retrase nuestro asunto de hoy.

¡Asunto! Qué manera más extraña de describir un matrimonio, aunque fuera un matrimonio temporal. Y no me gustaba su tono. No sé lo que hubiera hecho Rhiannon, pero sí sabía lo que iba a hacer Shannon Parker. Miré a los ojos al señor malhumorado y, lenta y claramente, negué con la cabeza, una sola vez.

– Muy bien. Me alegro. Vuestro padre envía sus bendiciones, y lamenta no haber podido acudir a la ceremonia.

Oh, bien.

– ¿Vendréis conmigo, o debo unirme a vos en vuestro… -otra pausa- pedestal, mi señora?

Apreté los dientes antes de contestar, y Alanna se me adelantó. Con gracilidad, se acercó a mí, me tomó de la mano y me ayudó a ponerme en pie.

– Lady Rhiannon os seguirá, como es costumbre.

Alanna y yo bajamos las escaleras del estrado, y ClanFintan se apartó un poco para cederme el paso. Sin embargo, quedó muy cerca de mí. Era muy alto, y parecía que llenaba todo el espacio. En aquel momento percibí su olor. Era un poco equino, pero no desagradable. Como una mezcla de hierba dulce y hombre cálido.

Él me tomó de la mano, y yo me sobresalté. Alanna cubrió mi gritito diciendo:

– Mi señora está lista para continuar.

Y un cuerno.

La mano de ClanFintan era caliente y dura. Casi ardía. Miré hacia abajo y comprobé que abarcaba por completo la mía. Tenía la piel bronceada. Al oír su voz, miré hacia arriba.

– Yo, El ClanFintan, os tomo a vos, Rhiannon MacCallan, en matrimonio en el día de hoy. Os protegeré del fuego aunque el Sol caiga a la Tierra, del agua aunque los mares bramen y de la tierra aunque tiemble. Y honraré vuestro nombre como si fuera el mío.

Su voz ya no tenía nada de sarcasmo. Era grave e hipnótica, como si sus palabras pintaran imágenes fantásticas de nuestra alianza en el aire, entre nosotros.

Entonces, Alanna intervino en mi lugar con su voz suave.

– Yo, Rhiannon MacCallan, Suma Sacerdotisa de Partholon y Amada de Epona, os tomo a vos, El ClanFintan, en matrimonio el día de hoy. Acepto que ninguna llama pueda alejarnos, ningún mar ni lago pueda ahogarnos, y ninguna montaña pueda separarnos. Y honraré vuestro nombre como si fuera el mío.

– ¿Aceptáis todo esto, lady Rhiannon?

Al hacerme la pregunta, me apretó la mano hasta que estuvo a punto de hacerme daño.

– Mi señor, ella no puede recitar el juramento -dijo Alanna con preocupación.

– No, el juramento no, pero puede decir una sola palabra que muestre si está de acuerdo o no -dijo él, y me apretó la mano un poco más-. ¿Estáis de acuerdo en respetar este juramento, lady Rhiannon?

– Sssíí -susurré yo.

Él no pestañeó. Aflojó la mano y le dio la vuelta para que la mía quedara sobre la suya, con la palma hacia arriba.

– Entonces, está sellado. Por espacio de un año, nos pertenecemos el uno al otro.

Sin apartar su mirada de la mía, levantó mi mano hasta su boca. Con cuidado, tomó entre los dientes la zona carnosa de músculo que había bajo mi dedo pulgar y me mordió. El mordisco fue rápido y, en realidad, más sorprendente que doloroso.

Yo debía de tener los ojos abiertos como platos cuando tiré de la mano para zafarme de su contacto.

Me he casado con un caballo.

Y muerde.

Es cierto que soy de Oklahoma y que me encantan los caballos, y soy admiradora de John Wayne, así que me gustan los hombres grandes, pero esto es más que un poco ridículo.

¡Además, muerde!

Capítulo 3

– Permitidme que os acompañe hasta el Gran Salón, para que vuestros guerreros y vos podáis disfrutar de la fiesta que hemos preparado en honor a vuestro matrimonio.

Alanna sonrió graciosamente, y nos precedió de camino hacia el salón.

ClanFintan inclinó ligeramente la cabeza y me ofreció el brazo. Yo posé la mano en la suya y comenzamos a andar. Sus hombres… (¿caballos?), nos siguieron.

– Sé que esto es muy desagradable para vos, pero me alegro de que finalmente hayáis podido dejar a un lado vuestros deseos y poner por delante vuestro deber.

No me miró y habló en voz baja, para que sólo pudiera oírlo yo. Yo alcé la vista y me di cuenta de que su rostro era una máscara impenetrable.

¿En qué demonios me había metido?

– Como hemos jurado que vamos a honrarnos durante el año próximo, os perdonaré el deshonor que me habéis hecho al negaros a verme durante nuestro compromiso, al devolverme los regalos y al obligarme a seguiros hasta aquí para finalizar nuestro acuerdo.

Su voz sonaba tensa.

Caballo o no caballo, no iba a permitir que me amedrentara.

– Y yo os perdonaré la falta de respeto que me estáis demostrando al criticarme en el templo de mi diosa el día de nuestro matrimonio.

¡Ja!

Él tuvo que inclinar la cabeza para poder oír mis susurros. Se quedó muy sorprendido, y se detuvo en seco.

– Tenéis razón, lady Rhiannon. Perdonad que me haya comportado groseramente.

Sus ojos se clavaron en los míos.

Yo tuve que carraspear para poder chirriar una respuesta.

– Os perdono.

Él todavía estaba molesto, pero en aquel momento parecía más enfadado consigo mismo que conmigo. Al menos, por el momento había quedado satisfecho con mi respuesta, porque comenzó a seguir de nuevo a Alanna, conmigo detrás.

Alanna acababa de llegar a otra puerta en forma de arco, flanqueada por otros dos guardias magníficos, y por ella entramos a un gran salón de banquetes. Era muy raro.

Bien. Aquello tenía que ser un sueño, pero incluso para mí era un sueño raro.

La habitación acogía unas dos docenas de divanes planos, grandes. Todos tenían un brazo a uno de los lados, y junto a cada una de ellos había un pilar de mármol que servía de mesilla, con una copa de oro encima. Había muchas ninfas bellas que iban de diván en diván, llenando las copas de un vino tinto que parecía muy apetecible.

Aquél sí que era un sueño estupendo.

Alanna nos señaló dos de los divanes, situados cabecera con cabecera en el centro de la sala. Compartían un solo pilar. El resto de los divanes estaban dispuestos en círculo, alrededor de aquellos dos.

– ¿Cenamos, mi señora?

Supongo que no me quedaba otro remedio. Además, estaba hambrienta. Así pues, asentí y me acerqué al diván, que me recordaba a la Antigua Roma. Todos aquellos romanos y su «aquél que controle Roma controlará el mundo», bla, bla, bla, túmbate a comer, come demasiado, vomita. Ni siquiera podían poner la mesa. Por favor.

Bien, al menos estar reclinada me haría más delgada…

En cuando me senté en el diván, todo el mundo se puso nervioso y murmuraban mirándome, así que me levanté rápidamente y agarré suavemente a Alanna por la manga para atraerla hacia mí y poder susurrarle al oído.

– ¿Qué es lo que no estoy haciendo?

Ella sonrió y me hizo una reverencia, como si hubiera dicho lo correcto, que yo sabía que no había dicho. Se dirigió a mi recién estrenado marido para decirle:

– Lady Rhiannon os pide perdón por su voz perdida. Está consternada por no poder bendecir la fiesta de su propio matrimonio, pero no puede hablar.

Sonriendo, comenzó a ayudarme a que me reclinara sobre el diván.

– ¿No puede susurrarte a ti su bendición? Tú podrías transmitirnos sus palabras, como hiciste antes.

Mi nuevo marido habló en un tono desafiante. Estaba resultando ser una pesadez. Quizá pensara que estaba frente a una sacerdotisa corta de entendederas.

Pero estaba muy equivocado. Comencé a sonreír.

De nuevo, busqué la intercesión de Alanna, y le susurré al oído:

– Repite lo que yo diga.

– ¡Mi señora!

Su respuesta fue de pánico. No sabía que, para una profesora de instituto que tenía que enfrentarse con adolescentes a diario, aquello era pan comido.

– Confía en mí -le dije, y le guiñé un ojo. Ella asintió, aunque con reticencia.

– Tenéis razón en recordarme cuál es mi lugar, lord ClanFintan. Perdonadme. Yo repetiré la bendición de mi señora para esta feliz ocasión.

Entonces, comencé a recitarle a Alanna versos de una antigua bendición irlandesa que había aprendido para una clase. Tenía que ser adecuada.

– Pido porque siempre tengamos…

– Pido porque siempre tengamos… -la voz dulce de Alanna se convirtió en mi eco mientras yo hablaba ante el público embelesado, disfrutando de su silencio respetuoso.

– Muros para el viento…

– Muros para el viento…

– Un tejado para la lluvia.

– Un tejado para la lluvia…

– Un té junto al fuego…

Sentí un momento de pánico y rogué que aquella gente bebiera té.

– Un té junto al fuego… -sonrisas en todos los rostros, así que supuse que sí lo tomaban.

– Risa para alegraros…

– Risa para alegraros…

Y ahora, el golpe definitivo. Me volví hacia mi nuevo marido y lo miré directamente mientras recitaba el verso final, y entonces me deleité al ver cuánto abría los ojos, sorprendido, mientras Alanna repetía el final de la bendición.

– ¡Y porque aquéllos a los que amamos estén cerca de nosotros, además de todo lo que nuestro corazón pueda desear!

Sus palabras fueron un eco de las mías, y los centauros gritaron «¡Salud!». Creí ver que ClanFintan formaba con los labios, cínicamente, las palabras «jaque mate».

La cara de alegría de Alanna fue otra prueba de mi victoria, y los olores que emanaban de las bandejas que trajeron los sirvientes comenzaron a subírseme a la cabeza. Me mareé. ¿Cuánto tiempo hacía que no comía nada?

– Mi señora, por favor, sentaos.

Alanna me salvó de nuevo con su oportuna intervención.

Todos los demás me imitaron, y después, comenzaron a salir platos deliciosos de la cocina. Sin embargo, el supuesto objeto de mis afectos hizo una elegante reverencia en mi dirección y se fue a un lado a hablar, en voz baja, con un tipo que debía de ser su amigo, o su ayudante, o cualquier cosa. Yo comencé a dar sorbitos a mi vino, un tinto excelente, y aproveché la oportunidad para mirarlo atentamente de soslayo.

ClanFintan era la encarnación del poder. Grande y musculoso, aunque no exageradamente. Estaba muy concentrado en su conversación, así que pude estudiarlo a gusto.

Tenía el pelo de la cabeza espeso y negro, con algunas ondulaciones. Lo llevaba largo y sujeto con una cinta de cuero, y su rostro era masculino, curtido, de pómulos altos, con una nariz bien formada y una hendidura marcada en la barbilla, un poco parecida a la de Cary Grant, que Dios lo bendiga. Tenía el cuello fuerte y los hombros anchos, y un pecho magnífico con un poco de vello oscuro. Su piel era del color del bronce, y todo él parecía una estatua dorada perfecta. Llevaba un chaleco de cuero oscuro, abierto, lo cual me permitía admirar sus maravillosos y bien definidos pectorales y sus abdominales de tableta de chocolate. Y su estómago suave, delicioso. En resumen, su parte humana, que terminaba donde terminaban sus abdominales, en el lugar donde empezarían las caderas de un hombre, era muy parecida a la de un tipo muy guapo en la flor de la vida, de unos treinta y tantos años. Fuera lo que fuera eso en la edad de los caballos, claro.

La parte equina de su cuerpo era de color castaño rojizo, y se oscurecía desde las rodillas hasta los cascos. Varió de postura mientras seguía inmerso en la conversación, y su pelaje brilló bajo la luz de los apliques. Su forma era más la de un caballo cuarto de milla que la de un purasangre, de complexión fuerte y con gran potencia de arranque para las carreras de velocidad.

Al estudiarlo, me di cuenta de que no sentía repugnancia ni espanto por aquella mezcla de hombre y caballo. Yo, como la mayoría de las chicas de Oklahoma, crecí enamorada de los caballos, y tuve uno propio hasta que dejé mi casa para ir a la universidad (en realidad, a mi padre le gustaba decir que yo sabía montar a caballo antes que andar). Sí, podía decirse que aquel centauro era atractivo.

Parecía que la conversación había acabado. Su amigo le hizo el saludo y se encaminó hacia la puerta, deteniéndose lo estrictamente necesario para hacerme una reverencia. ClanFintan se acomodó en el diván que había junto a mí. Se movía con mucha gracilidad, para ser un tipo tan grande, caballo o lo que fuera.

En tono formal, estirado, me dijo:

– Por favor, disculpad la interrupción, tenía que hablar de asuntos muy importantes con mi teniente.

– No os preocupéis. Tomad conmigo una copa de este delicioso vino -susurré, y le lancé una sonrisa de «soy una chica muy simpática».

– Gracias.

Quizá si bebiera un poco, se relajaría y comenzaría a portarse más humanamente, o lo que fuera.

Entonces, comenzaron a salir sirvientes por una puerta al otro extremo de la habitación, portando bandejas, y comenzaron a ofrecerme comida a mí y después a ClanFintan. Había pescado con una salsa cremosa, pollo tierno y exquisito, o al menos algo que sabía a pollo, sazonado con algo que parecía pimienta de limón, granos que tenían olor a limón y verduras, una rica mezcla de guisantes, champiñones y cebollitas. Comí un poco de todo y bebí vino; sí, quizá estuviera bebiendo un poquitín de más, pero era medicinal. Al fin y al cabo, recientemente había estado muerta.

La comida fue lo que me hizo decidir: no podía estar en el Infierno. Aquellos bocados eran demasiado maravillosos. Me di cuenta de que mi compañero también estaba comiendo con entusiasmo, y no sólo las verduras. Parecía que los centauros eran omnívoros. Nota: «Tener cuidado, le gusta la carne y muerde».

Supongo que él se percató de que lo estaba mirando, porque esbozó una sonrisa sardónica y me dijo:

– Un buen apetito es señal de que la salud ha regresado.

– Vaya, gracias, doctor ClanFintan.

Él abrió mucho los ojos al oírme.

– Sabéis que no soy un doctor físico. Soy un Sumo Chamán, un médico espiritual.

– Sólo estaba bromeando.

– Oh. Yo… Oh.

Me miró con los ojos entornados, y creo que oí un resoplido de caballo antes de que volviera a comer.

Yo estaba empezando a creer que Rhiannon no tenía ningún sentido del humor.

– Mi señora, mi señor y sus distinguidos invitados. Para demostrar la aprobación de las musas hacia vuestro enlace, Terpsícore, la Encarnación de la Musa de la Danza, bailará.

Los centauros prestaron toda su atención a Alanna mientras hablaba. Después, ella dio una palmada, y la música comenzó. Yo no me había fijado en tres mujeres que estaban sentadas en el otro extremo de la sala, pero los sonidos sedosos del arpa y la flauta, y de una especie de tambor suave, eran encantadores. Entonces, la bailarina salió de una puerta arqueada que había junto a las instrumentistas, y se trasladó como flotando hasta el centro de la sala, justo delante de mi diván. Ser la Suma Sacerdotisa significaba, obviamente, tener el mejor sitio. Después, la bailarina me hizo una reverencia con la cabeza durante una pausa de la música. Cuando la música comenzó de nuevo, ella elevó la cabeza para comenzar a bailar, y yo, que estaba tragando un bocado en aquel momento, expulsé, delicadamente, vino por los agujeros de la nariz. Afortunadamente, todo el mundo la estaba mirando a ella y no a mí, así que tuve tiempo de limpiarme y recuperar la compostura.

¡La bailarina era Michelle, una amiga mía, y compañera de trabajo durante diez años! Y allí estaba, encarnando a la musa de la Danza. Era de esperar. A Michelle y a mí nos encantaba reírnos sobre la paradoja de dos de las tres pasiones de su vida. La pasión número uno es la danza, y la números dos es la ciencia. Así que combinó sus dos pasiones asistiendo a la Universidad del Noreste de Oklahoma para estudiar Química con una beca para Danza. En nuestro instituto, da clases de química y prepara la coreografía de los musicales del colegio. Una chica extraña.

Mientras la veía moverse lánguidamente al ritmo de aquella música sensual, tomé otro trago de vino y sonreí con agradecimiento al sirviente que vino como un rayo a rellenarme la copa. No había duda, aquélla era Michelle o, más bien, como me habría aclarado Alanna, el reflejo de Michelle. El mismo pelo oscuro y espeso, largo y brillante. Y cubriendo su cuerpo esbelto de bailarina, pedazos de gasa transparente. Mientras danzaba, la tela flotaba a su alrededor y permitía atisbar su cuerpo prieto. Siempre había sido elegante y maravillosa, aunque comiera como un gorrión, diez veces su peso al día.

El ritmo de la música se aceleró, y Michelle-Terpsícore aumentó sus movimientos seductores mientras avanzaba entre los asientos. Los centauros habían dejado de masticar, porque estaban muy ocupados mirándola con la boca abierta. Era una bailarina excelente, y estaba interpretando una danza increíble, sexual y grácil, moviendo las caderas de un modo que atraía toda la energía erótica de la habitación. Establecía contacto visual con todos los miembros masculinos del público, ¡y la muy desvergonzada se tocó!

Lo cual me recordó la tercera de las pasiones de su vida: los hombres. Adora a los hombres. Altos, bajos, peludos, delgados, musculosos, etcétera, etcétera. Le gustan todos, siempre y cuando una parte específica de su anatomía sea grande.

Su baile estaba llegando al clímax, y se abrió paso hacia el centro de la sala. No había duda; era una mujer muy sexy. Al mirar a mi nuevo marido, supe por la atención que le estaba prestando que estaba de acuerdo conmigo. Ella lo miró a los ojos a medida que cada pulsión de la música atraía sus caderas más y más hacia su diván.

Como yo no sentía nada romántico por él, me resultó fácil ver el hechizo que ella estaba tejiendo alrededor de las hormonas de ClanFintan. Así debió Salomé de conseguir que Herodes le cortara la cabeza al Bautista. En el último acorde, ella se dejó caer en actitud saciada ante nosotros, mientras el público prorrumpía en vítores. Se levantó con agilidad y comenzó a hacer reverencias. Yo estaba sonriendo, esperando a que nuestras miradas se cruzaran para transmitirle mi admiración, pero la sonrisa se me borró de la cara cuando ella me miró por fin. La hostilidad que me demostró fue enorme, hasta que rápidamente, la reemplazó con una compostura fría.

– Bendiciones para vos en vuestro matrimonio, Amada de Epona -dijo, con la voz de Michelle-. Espero que este emparejamiento os depare toda la felicidad que bien os merecéis.

Bueno, creo que acababa de ser insultada. Y cada vez más, me preguntaba qué cosas había estado haciendo Rhiannon. Un pajarito me decía que no debía de ser una chica agradable. Miré de nuevo a ClanFintan, y me di cuenta de que seguía observando, o más bien devorando con la mirada, la forma de Michelle, mientras ella se alejaba.

– Baila bien, ¿no creéis?

Al notar su respingo de culpabilidad, le sonreí sabiamente.

– Sí, mi señora, evoca bien la presencia de Terpsícore.

Su voz tenía, claramente, un tono grave. Estaba prácticamente ronroneando. Sin embargo, en vez de apartar la mirada de aquellos ojos, que estaban brillantes de pasión, y en vez de sentirme molesta por aquella voz ronca y ronroneante, me sentí atraída. Con la excusa de que pudiera oír mis susurros, me incliné hacia él y entré en su espacio personal.

– Su danza ha sido una bendición para nuestro matrimonio -dije.

Vaya, él desprendía calor. Ni siquiera lo estaba tocando, y sentía cómo irradiaba de su cuerpo. Lo cual, por algún motivo, me dio ganas de reír.

Él me correspondió y se inclinó hacia mí, lo cual hizo que me riera tontamente.

– Esta danza es algo más que una bendición -dijo, e hizo una pausa. Yo arqueé las cejas, invitándolo a que continuara-. Tradicionalmente, se usa como… estimulante. Pero, como Encarnación de la Diosa, seguramente ya lo sabéis.

Glup.

Mis ojos se apartaron de su mirada abrasadora y recorrieron la longitud de su cuerpo, mientras él hacía lo mismo con el mío.

¿Acaso se me había olvidado que él era… un caballo?

Como si tuviera voluntad propia, mi cuerpo se irguió y salió de su espacio personal. Aquel movimiento brusco me provocó una ráfaga de mareo, y se me nubló la vista. La alerta del vino.

– Eh… -intenté dejar la copa en la mesilla, pero no lo conseguí y el vino se derramó por todo el suelo, mientras la copa caía al suelo con estruendo. De repente, todos centraron su atención en mí.

– Mi señora, ¿estáis bien?

A Dios gracias, Alanna estaba pendiente de mí.

– Creo que he bebido demasiado…

Ojalá pudiera dejar de ver varias Alannas. Pestañeé y me froté la frente, y me arriesgué a mirar a ClanFintan. Él me estaba observando atentamente.

– Os habéis esforzado demasiado, lady Rhiannon -dijo-. Para alguien que ha estado enfermo tan recientemente, hoy ha sido demasiado. Quizá sea el momento idóneo para retirarnos.

¿Acababa de sonreír?

– ¡Eeh!

El sonido que emití fue algo entre un grito y un jadeo. ¿Retirarnos? ¿Irme a la cama con él? ¿En el sentido bíblico? ¿En qué había estado pensando yo? De repente, me di cuenta de todas las implicaciones de aquel matrimonio. Sí, yo había hablado con Alanna, más o menos, sobre la consumación, y ella me había tranquilizado, ¡pero yo no sabía que mi prometido era un caballo! Me refería al hecho de mantener relaciones sexuales con un desconocido, ¡no a la zoofilia! Se me encogió el estómago.

– ¡Eeh!

¿Por qué no me había preocupado por eso antes? Supongo que estar a punto de morir y cambiar de mundo podía interrumpir la capacidad de pensamiento de una persona. Por no mencionar la ingesta de vino. Medicinal o no.

Será mejor que lo piense ahora.

Consumación.

Con un caballo.

Que muerde.

Capítulo 4

– Creo que voy a vomitar.

– Mi señora, ¿os acompaño a vuestra habitación?

Al menos, la preocupación de Alanna era verdadera. Noté sus manos suaves y frescas cuando me apartó los mechones de pelo pegajosos de la frente húmeda.

– Sí, por favor.

Ponerse de pie fue como una experiencia náutica. Tambalearse, moverse de un lado a otro… oh, mareo… cerré los ojos con fuerza.

– Vaya…

Justo cuando mi trasero iba a dar con el suelo de mármol, noté que me levantaban y me apoyaban contra un calor firme.

– Permitidme, lady Rhiannon.

¡Dios santo, el caballo me había tomado en brazos! Abrí un ojo y vi su cara desde muy cerca. Él no me estaba prestando atención a mí, sino a Alanna, que le sonrió para darle las gracias y nos guió hacia el pasillo por el que habíamos llegado al comedor. En brazos de ClanFintan, me di cuenta de lo grande que era él, y de lo lejos que estaba el suelo.

– Ay…

Quizá debería haber mantenido los ojos cerrados…

– Os sentiréis mejor después de haber dormido un poco -dijo él, y su pecho vibró con sus palabras.

– No me había dado cuenta de que había bebido tanto vino.

Él emitió una especie de gruñido, que sólo sirvió para intensificar la vibración.

– Pues sí.

– Vibras al hablar.

– ¿Qué?

– No pasa nada. Me gustan los vibradores.

Me di cuenta de que hablaba como una borrachina, y no pasaba nada, porque realmente estaba borrachina. Tenía la cabeza muy pesada, y la dejé caer sobre el hombro de ClanFintan.

– Hueles bien -dije.

Sí, me daba cuenta de que estaba diciendo mis pensamientos en voz alta. Y tuteándolo. Y, sí, sabía que iba a tener una buena resaca al día siguiente. Pero no, ya no podía hacer nada para remediarlo.

Risita.

– Habéis bebido demasiado.

– ¡De ninguna manera!

Otro resoplido de ClanFintan, con el retumbar de su tórax, y otra risita mía. Entonces me di cuenta de que el resoplido había cesado, pero el retumbar no, y abrí los ojos.

Él se estaba riendo. De mí, pero se estaba riendo. Y era una risa agradable, que transformó de repente su cara de una cara bella a una cara bella y agradable.

Por supuesto, en aquel momento mis risitas se convirtieron en hipo, lo cual provocó carcajadas en él.

Alanna se detuvo frente a una puerta que yo recordaba vagamente, la de la habitación de Rhiannon, y parecía que le resultaba difícil contener su propia risa cuando nos miraba. Al darse cuenta de que yo la estaba mirando entre mis hipos, enrojeció y se volvió rápidamente a abrir la puerta y cedernos el paso. Claramente, Rhiannon no tenía ningún sentido del humor.

– Dang… ¡hip! Tengo una cama… ¡hip!… enorme ¡hip!

Cuando me dejó en la cama enorme, él me observó atentamente con una sonrisa.

– Gracias… ¡hip!… por el… ¡hip!… paseo.

Me caí sobre la almohada entre risas de vino. Gracias por el paseo. Eso sí que era gracioso.

– Sois diferente a cuando nos conocimos -dijo. Seguía sonriendo, pero su voz grave tenía una cualidad meditativa que hasta yo, embriagada, percibí. Miré a Alanna y me di cuenta de que había palidecido.

Noté que recuperaba la sobriedad.

Mi hipo desapareció.

– Yo… soy yo. La de siempre, normal y corriente.

– Nada es normal y corriente con vos, lady Rhiannon.

Entonces, su sonrisa desapareció, y yo lamenté haberla perdido de vista. Entonces recordé que él era un caballo, y que se suponía que aquélla era nuestra noche de bodas, y, por la cara de miedo de Alanna, había muchas cosas que estaban pasando allí y que yo desconocía por completo.

Cerré los ojos y respondí en un susurro:

– Lo que sea…

Y emití un ronquido. Alanna intervino en aquel momento.

– Mi señor, quizá queráis que os acompañe a vuestra habitación.

Como respuesta sólo hubo silencio, y yo tuve ganas de abrir los ojos, pero notaba la mirada de ClanFintan clavada en mí, así que solté otro ronquido poco femenino.

– Vuestro dormitorio es contiguo a éste, mi señor -insistió Alanna.

– Sí, estoy listo para retirarme -dijo él, de vuelta a una fría formalidad. Su marcha de mi dormitorio fue brusca y ruidosa.

Tanto, que casi ahogó la voz musical de Alanna.

– Mi señor, lady Rhiannon ha pasado por mucho últimamente -la suavidad de su voz me recordó tanto a la dulzura de Suzanna que sentí una punzada de añoranza.

– Como todos los demás -dijo él. Después, cerró la puerta de su habitación.

– Se ha marchado ya, mi señora.

Como había sucedido con mis ganas de reír por el alcohol. Nada como un poco de intriga personal en un mundo paralelo para recuperar la sobriedad.

Ella volvió a mi lado y me refrescó la frente pegajosa con un paño húmedo.

– Sabe que no soy Rhiannon.

A Alanna le temblaron las manos ligeramente.

– No, mi señora, sólo sabe que sois diferente a lo que él esperaba.

– Háblame de Rhiannon.

Sus manos quedaron inmóviles.

– Es mi ama, y la Suma Sacerdotisa, la encarnación de la diosa Epona.

– Todo eso ya lo sé. Dime qué tipo de persona es.

– Es una persona poderosa.

Suspiro.

– Alanna, no me refiero a eso. Me refiero a su personalidad. Dices que no es como yo, así que quiero saber cómo es.

Silencio.

– ¿Acaso no sabes ya lo suficiente como para darte cuenta de que no necesitas tener miedo a decirme la verdad?

– Es difícil, mi señora.

– Está bien, te ayudaré. Cuéntame por qué no le cae bien a ClanFintan.

– Ella no quería casarse con él, así que lo evitaba siempre que podía. Y cuando no podía evitarlo, lo trataba con frialdad.

Alanna apartó sus ojos de los míos.

– ¿Y por qué no se limitó a romper el compromiso?

– Por su deber. La Suma Sacerdotisa, o Encarnación de la Diosa, siempre se ha emparejado con el Sumo Chamán de los centauros. Si quería seguir siendo la Suma Sacerdotisa, tenía que estar casada con ClanFintan, al menos durante un año. Sin embargo, la mayoría de los matrimonios entre la Amada de Epona y el Sumo Chamán de los centauros duran toda la vida.

Verdaderamente, Alanna estaba incómoda mientras hablaba de ello.

¡Y era lógico!

– Sé que no soy de aquí, ¡pero no puedo culparla por no querer mantener relaciones sexuales con un caballo! -Alanna pestañeó con asombro y me miró-. Vamos, por favor… A mí también me asusta.

– Mi señora, no es lo que pensáis -dijo ella, con las mejillas muy coloradas-. Él es un Sumo Chamán.

Y dijo aquello como si con eso lo arreglara todo.

– ¡Sí, y también es un caballo! ¿Y yo estoy obligada a consumar el matrimonio con él? Eso no fue lo que me dijiste.

– Bueno, os dije no se puede tocar a lady Rhiannon sin que ella lo permita, pero… después de consumar el matrimonio.

– Pues explícame cómo voy a consumarlo. ¿No es un caballo de la cintura para abajo? -Dios, cómo me dolía la garganta.

– Bueno, sí, mi señora. En su forma presente.

En aquel momento, Alanna estaba muy ruborizada.

– Alanna, ¡no te entiendo! ¿Qué otras formas tiene?

– Es un Sumo Chamán, lo cual significa que puede adoptar muchas formas distintas. La humana es sólo una de ellas.

– Eso es imposible.

– Para ClanFintan no.

– Entonces, ¿no tengo que mantener relaciones sexuales con un caballo?

– No, mi señora.

– Vaya, eso es un alivio.

– Sí, mi señora. Dejad que os ponga más cómoda.

Entonces, comenzó a quitarme la corona, las joyas, el maquillaje…

– Pero todavía no me has hablado de Rhiannon.

Aquél fue su turno de suspirar.

– ¿Sabía ella que ClanFintan puede convertirse en humano?

– Por supuesto, mi señora.

– ¡Deja de moverte! Estoy bien. Siéntate aquí y habla conmigo.

De mala gana, ella se sentó a mi lado, con una expresión remilgada e incómoda.

– Ella no aborrecía a ClanFintan. Era la idea de estar atada a cualquier hombre.

– ¿Por qué?

– Lady Rhiannon le dejó bien claro que no estaría contenta limitada a un solo hombre. Ni siquiera durante un año.

– No me extraña que le caiga mal -dije. Acababa de entenderlo todo.

– Sí, mi señora.

– Tú no aprobabas su comportamiento, ¿verdad?

– Yo no soy quién para aprobar o desaprobar el comportamiento de lady Rhiannon -dijo ella, con la voz neutra e impersonal.

– ¿Por qué no? ¿No eres su ayudante, o algo así?

– ¿Ayudante?

– Sí, como una secretaria de dirección, o la persona que le lleva el horario. Ya sabes, su empleada.

– Mi señora, yo soy su sirvienta.

– No parece que te apreciara, ni que te diera un título de trabajo decente. Seguro que el salario también es malo. ¿No puedes dejarlo?

– No lo entendéis, mi señora. Ella es mi propietaria. Yo soy su propiedad.

Oh, Dios santo.

– ¿Eres su esclava?

– Sí. Y ahora soy vuestra esclava, mi señora.

– ¡No! ¡Yo no puedo tener una esclava! Te dejo en libertad. Dame los papeles, o lo que sea. Esto es una cosa absolutamente ridícula.

– No debéis hacerlo, mi señora -dijo Alanna, que había vuelto a palidecer-. Ser la esclava de lady Rhiannon es mi vida. El MacCallan me compró para su hija cuando yo era una niña. Las cosas son así en nuestro mundo.

– Pero no es mi mundo.

– Ahora sí, mi señora.

Sentí una oleada de agotamiento que me abrumó. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Cómo podía ser real aquello?

– Dormid, mi señora. Todo estará más claro por la mañana.

– Todo seguirá siendo extraño y difícil -dije yo.

Sin embargo, el sueño me venció. El vino y el estrés combinados fueron un excelente somnífero. Mis párpados eran como de plomo, y mis ganas de abrir los ojos desaparecieron. La oscuridad fue un gran alivio.


Mi Paraíso de los Sueños siempre está poblado de héroes que vuelan y que se enamoran de la heroína, que soy yo, y que sacan diamantes del carbón con sus manos fuertes y suaves, a la vez. Yo puedo descansar entre nubes blancas y esponjosas, y tomarme un whisky añejo entre pequeñas cositas blancas y voladoras que proceden de los dientes de león, y que finalmente se convierten en copos de nieve.

Así que es comprensible que estuviera deseando retirarme a mi Paraíso de los Sueños después de varios días de tensión y de cambio de mundos. Tendida de costado y acurrucada, respirando profundamente, caí en un profundo sueño y me dispuse a disfrutar de un nuevo sueño.

No me sentí alarmada al principio, cuando comencé a experimentar que flotaba y abrí los ojos, y vi mi alma separándose de mi cuerpo durmiente mientras yo ascendía hacia el techo de mi habitación.

Y, sí, tenía una cama enorme, incluso viéndola desde el aire.

Mientras me movía, como empujada por el viento, y salía de los confines del Templo de Epona, tuve un raro momento de vértigo. En mis sueños, volar siempre es una experiencia muy agradable, así que aquel sentimiento de mareo y de angustia me sorprendió, pero el vértigo fue efímero, y pronto olvidé aquella rareza. Me relajé flotando en el aire, inhalando profundamente y disfrutando de la belleza de las nubes altas y esponjosas que pasaban por delante de la luna, que estaba casi llena. Me di cuenta de que no eran las nubes de caramelo doradas que normalmente había en mis sueños, lo que me pareció también un poco raro. Y sí, también me di cuenta de que en el sueño de aquella noche podía oler el aire, pero mis sueños normalmente eran gráficos y realistas, así que sentí curiosidad, pero no me preocupé demasiado por aquellas vagas fluctuaciones de las normas. Después de todo, estaba en otro mundo. Quizá mi Paraíso de los Sueños también se hubiera visto afectado.

Mirando debajo de mí, vi que mi sueño se había inventado un complejo de edificios preciosos que se erigían alrededor del majestuoso templo. Vi movimiento en un corral junto a un precioso edificio que debía de ser un establo. El establo estaba adosado a uno de los muros del templo, y era lógico, porque era el templo de la diosa de los caballos y, por supuesto, el esquema de mi sueño debía concederles a los caballos privilegios extra. Además, a mí me encantan los caballos. He soñado muchas veces con montar y volar sobre Pegaso. De nuevo, el movimiento captó mi atención, y mi cuerpo flotó hacia abajo, hacia el corral, hasta que quedé suspendida sobre el cercado de piedra. Una suave ráfaga de viento apartó las nubes y le abrió paso a la luz de la luna, y de repente, la repentina brillantez iluminó el interior del corral. Sonreí y me puse a arrullar, con reverencia, a una yegua blanca, plateada, perfecta. Al oír el sonido, la yegua dejó de pastar y elevó la cabeza delicada hacia mí, relinchando con suavidad.

– Hola, preciosa -dije.

La yegua arqueó el cuello al oír mi voz. Encantada, vi que en vez de asustarse de mi cuerpo flotante, el animal me reconoció y trotó hacia mí. Yo alcé las manos hacia ella, y ella estiró el hocico en mi dirección.

Era una yegua maravillosa. Desde lejos, parecía que su pelaje era todo del mismo color plateado y brillante, pero a medida que se acercó, comprobé que tenía el hocico y la piel que rodeaba sus ojos de color negro, como de terciopelo. Nunca había visto un caballo como ella, y sonreí ante la imaginación de mi sueño. La yegua continuó pastando con satisfacción, y yo la miré por última vez mientras ascendía por el aire para seguir flotando. Quizá volviera antes de que terminara mi sueño, y pudiéramos ir a dar un paseo por el cielo.

Parecía que el cielo se había despejado por completo, y desde mi situación aérea, podía girar lentamente mi cuerpo y ver kilómetros y kilómetros hacia todas las direcciones. Los edificios del templo estaban rodeados por una muralla de mármol blanco. En las tierras circundantes había colinas suaves, verdes, que me recordaban a la región italiana de Umbría, porque parecía que estaban cubiertas de viñas. También aquello era lógico, porque mi sueño debía de tocar, de un modo u otro, el vino.

Seguir explorando mi nuevo Paraíso de los Sueños me parecía una idea divertida, así que continué flotando y mirando. A distancia, seguramente al norte del templo, distinguí una cadena montañosa. Mientras comenzaba a flotar hacia allí, percibí de nuevo el olor de la brisa, y me pareció que tenía sal… ¿un mar? Mi cambio de atención también cambió la dirección de mi cuerpo, y me dejé llevar por el viento. Entornando los ojos divisé unas luces parpadeantes y quizá, el reflejo de la luna en el agua. Sonriendo con impaciencia por las posibilidades de aquel sueño, decidí dirigirme hacia allí, y me quedé asombrada ante la rapidez con la que respondió mi sueño.

La tierra pasaba velozmente por debajo de mí. Durante el trayecto vi pequeños pueblos dormidos, situados entre colinas de viñedos. Había un río que los conectaba y vi varios barcos pequeños y planos amarrados junto a los pueblos. El olor a sal era cada vez más intenso, y a lo lejos distinguí una gran masa de agua, a medida que me acercaba rápidamente a un acantilado parecido a los de las costas de Irlanda. La costa se extendía en la distancia tanto como alcanzaba mi vista a la luz de la luna, y el líquido oscuro se encontraba con el cielo de la noche en el horizonte. Entonces, vi al oeste la silueta escarpada de la cadena montañosa que había divisado antes.

Mi cuerpo avanzaba a toda velocidad hacia delante, y vi que me dirigía a un gran edificio que se alzaba al borde del acantilado. Era un castillo magnífico, enorme, antiguo, y yo estaba flotando justo por encima de la entrada contraria al mar. Al contrario de la mayoría de los castillos que había visitado en mis viajes por Europa, aquél estaba en perfectas condiciones. Tenía cuatro torres muy grandes, sobre las que ondeaban banderas con una yegua plateada, alzada sobre los cuartos traseros. Mm. Parecía la preciosa yegua del templo.

La parte trasera del castillo estaba situada muy cerca del acantilado; los habitantes de aquella zona debían de tener unas vistas increíbles. La fachada delantera del castillo, sobre la cual estaba flotando, daba a una llanura arbolada, que podo a poco descendía hacia un valle. En aquel valle había un pueblecito, comunicado con el castillo por una carretera a través de la llanura, y eso daba idea de las buenas relaciones existentes entre el castillo y el pueblo. Las típicas murallas que rodeaban al castillo se unían en una enorme entrada, pero en vez de tener un aspecto amenazante y frío, el castillo estaba bien iluminado y su entrada estaba abierta de par en par. Un castillo solía ser una fortaleza militar que estaba cerrada y bien protegida. Aquel castillo no era un castillo de guerra, claramente.

Seguí flotando sobre él, con un sentimiento de frustración. Aquél no era un mal sueño, sino sólo un sueño desconcertante. Quería que se detuviera ya y…

Entonces hubo un cambio brusco. El miedo se apoderó de mí. Era un miedo como no había conocido nunca, era terror. El miedo puro que se siente cuando uno tiene conciencia de estar en presencia del mal.

Intenté no ceder ante el pánico y respiré varias veces, profundamente, y me recordé que aquello sólo era un sueño… sólo un sueño… Sin embargo, el sentimiento persistió. Observé atentamente el castillo, intentando encontrar alguna pista que pudiera explicarme aquel terror. El castillo tenía un aspecto somnoliento, inocente. En una habitación de la muralla, cerca de las puertas abiertas, vi a dos hombres uniformados, que podían ser guardias o vigilantes nocturnos. Estaban sentados a una mesa de madera, jugando a los dados. Allí no había maldad; quizá fueran unos empleados vagos, pero no unos villanos. Había otras estancias todavía iluminadas, y de vez en cuando, veía figuras que se movían por delante de las ventanas. No parecía que nadie estuviera cometiendo un asesinato, ni nada parecido. En el ala del castillo que daba al mar, vi a un hombre en una cornisa, observando. Sólo estaba mirando; no tenía nada de malo.

Sin embargo, estaba allí. Yo lo sentía. Casi podía tocarlo, y olerlo. Giré suavemente el cuerpo para continuar la búsqueda y vi el bosque…

Allí estaba. No había duda, el mal estaba allí, acercándose desde el bosque. Emanaba del límite norte, de la parte que, al final, se encontraba con las montañas distantes. Era tan fuerte que me resultaba difícil mantener la vista fija en aquella zona. Y mientras intentaba concentrarme, enfocar la mirada, lo vi. Era una ondulación de los árboles en la oscuridad, como si estuviera brotando tinta de una página desnuda, sombras que se arrastraban, espesas y aceitosas. Una masa de algo se movía entre los árboles, extraña en su intención y comportamiento. La línea delantera era rápida y silenciosa.

Jadeé al darme cuenta de todo. Su destino era evidente: se dirigía al castillo durmiente.

Capítulo 5

No podía hacer nada por ayudar. Intenté avisar a gritos a los guardias, que seguían jugando a los dados, pero el viento se llevó mi voz fantasmal. Mi cuerpo no podía descender, y tampoco podía despertarme. Miré hacia el bosque y me quedé espantada al comprobar lo rápidamente que había avanzado la masa oscura. A medida que se acercaba, la maldad que irradiaba de ella se hacía más gruesa, más espesa. ¿Cómo era posible que nadie lo sintiera, en el castillo?

De repente, aquello ya no era un sueño para mí. En aquel momento, el horror se había convertido en mi realidad.

Como si fuera una respuesta a mis sentimientos, mi cuerpo flotante se acercó a aquella línea oscura. Tenía miedo, pero también sentía curiosidad y ganas de saber qué estaba ocurriendo. Me acerqué flotando.

Al principio pensé que eran hombres altos protegidos por capas oscuras que aleteaban. Parecía que corrían a zancadas asombrosamente largas, y que saltaban y volvían a caer sobre unos pies que seguían corriendo. Aquella forma extraña de movimiento comía la tierra que había bajo ellos, y transmitía la idea de que estaban deslizándose más que corriendo.

A medida que se acercaban, me fijé en sus capas, largas y sueltas. Observé cómo se movían al viento, hasta que con horror, me di cuenta de que el movimiento era voluntario. Del bosque salían más y más de aquellos seres, y yo entendí lo que eran sus capas en realidad: alas, unas alas enormes y negras que extendían y atrapaban el viento para ayudar su carrera de saltos y posibilitar el deslizamiento.

Sentí un estremecimiento de repulsión. Debían de ser cientos. Eran como murciélagos depredadores, o como cucarachas humanoides gigantes. Empecé a distinguir a los individuos y sus rasgos. Lo único oscuro que tenían eran las alas, porque bajo ellas, su cuerpo era tan blanco que casi parecía traslúcido. Iban desnudos, salvo por unos taparrabos, y su torso era esquelético. Tenían el pelo muy claro, desde rubio a plateado y blanco. Las piernas y los brazos eran anormalmente largos, como si fueran resultado del emparejamiento de una araña y un humano. Tenían caras de hombre, de hombre cruel y decidido.

Me vino a la cabeza un poema de Bobby Burns:

Muchas y agudas son las enfermedades

que se entretejen en nuestro armazón.

Y hay algo incluso más hiriente:

nosotros mismos lo causamos,

tristeza, arrepentimiento y vergüenza.

Y el hombre, cuya cara fue modelada en el Cielo

y se adorna con las sonrisas del amor.

La falta de humanidad del hombre con el hombre

sólo consigue que miles de ellos lloren.

Fui incapaz de apartar la vista de ellos mientras conquistaban terreno hacia las puertas de la muralla, como una corriente violenta. En pocos segundos estaban allí, y entraron al castillo silenciosamente, letalmente. Los guardias, que seguían jugando a los dados, no se dieron cuenta. No se cerró ninguna puerta, ni se abrió ninguna ventana. Silencio. Silencio. Silencio.

Sin embargo, yo los sentía. Percibía lo que llevaban. No veía lo que estaba sucediendo en muchas habitaciones, por debajo de mí, pero sentía el terror y el dolor extendiéndose por el castillo como un cáncer sigiloso que devoraba un cuerpo enfermo.

Frenéticamente, intenté avisarlos, dar con un modo de ayudarlos. Mi cuerpo errante comenzó a flotar en otra dirección. En aquella ocasión me llevaba hacia el hombre solitario que seguía observando el océano. Al acercarme, su forma adoptó líneas familiares.

Oh, Dios mío. Todo mi aliento salió de mí en una sola palabra.

– ¡Papá!

Él se volvió al oír el sonido de mi voz, y miró a su alrededor, seguramente, buscándome, y yo lo vi claramente a la luz de la luna. Era mi padre. Al demonio las imágenes de espejo; al demonio todas aquellas estupideces de un mundo alternativo. Aquel hombre era mi padre.

Estaba en la mitad de la cincuentena, y su cuerpo de jugador de fútbol americano todavía conservaba la fuerza. No es que sea un hombre grande; no lo es. Seguramente sólo mide un metro setenta y cinco centímetros. Se graduó en un pequeño instituto de pueblo, y le dijeron que no era lo suficientemente alto como para jugar al fútbol en una universidad importante, como la Universidad de Illinois. Sin embargo, nadie conocía su tenacidad. Era demasiado duro como para que lo dejaran en el banquillo. Después de una exitosa carrera deportiva y universitaria, comenzó a transmitirles su fuerza a los jugadores a los que entrenaba, y llevaba trabajando tres décadas como entrenador y profesor en el mismo instituto en el que yo era profesora. Él llevó al equipo a ganar la copa del campeonato del Estado durante siete años consecutivos.

Siempre he adorado a mi padre. Crecí confiando en su fuerza. De niña, no había ningún dragón que él no matara, ni ningún demonio que no pudiera ahuyentar.

Vi todo eso reflejado en aquel hombre.

– ¡Papá!

Elevó la cabeza al sentir mi voz, pero frunció el ceño con confusión. ¿Hasta qué punto podía oírme?

– ¿Rhiannon? ¿Estás aquí, hija?

Quizá sólo percibiera el eco de mi voz. Me concentré en una sola palabra, y grité:

– ¡Peligro! -dije, y mi voz se quebró en un susurro.

– ¡Sí, hija, he notado el peligro en la oscuridad de la noche!

De repente, comenzó a caminar decididamente hacia una pasarela de madera que recorría el muro interior del castillo, y echó a correr. Mi cuerpo flotante estaba justo detrás de él, mientras se dirigía hacia la atalaya, bramando con una voz igual a la de mi padre, sólo que teñida de un fuerte acento escocés.

– ¡Armaos y despertad al castillo! ¡Epona me ha advertido de un peligro! ¡Deprisa, muchachos, tengo un escalofrío en la piel, que me dice que no nos queda mucho tiempo!

A través de la ventana, observé el asombro y el horror de las caras de los guardias, mientras seguían a aquel hombre que tanto se parecía a mi padre. Se armaron, y corrieron hacia el interior de la torre, y oí que despertaban a los demás hombres. La noche se llenó de gritos y del tintineo de las armas. Y de chillidos de pánico, que provenían de las habitaciones interiores del castillo.

Conducidos por mi padre, los hombres se dirigieron hacia el corazón de aquella morada, y se encontraron al enemigo allí. Sin poder hacer nada, yo observé a las criaturas mientras se enfrentaban a los hombres. La sangre de sus víctimas anteriores había manchado la blancura de su piel. No eran criaturas de pesadilla; ellas eran la pesadilla. No tenían armas, y sin embargo, cuando los hombres empezaron a luchar, sus espadas y sus escudos no sirvieron de nada contra los dientes y las garras de aquellos seres. Su gran número y su ferocidad abrumaron a los guardias del castillo. Muchas de las criaturas habían tenido tiempo de detenerse y de alimentarse de los cuellos y de las entrañas de algunos hombres que todavía vivían, mientras otras continuaban la matanza. La rotura y la rasgadura de la piel y la carne eran sonidos como ningún otro, y mientras los observaba, noté que mi alma comenzaba a temblar.

Había perdido a mi padre, e intenté que mi cuerpo se acercara a la batalla. No me obedeció. Y después, ya no hubo necesidad; de repente, lo vi. Estaba rodeado por aquellas criaturas, sangrando por heridas abiertas que tenía en el pecho y en los brazos. Sin embargo, todavía blandía su enorme espada. A sus pies había dos criaturas sin cabeza, víctimas de su fuerza. Los demás seres formaban un círculo a su alrededor, manteniéndose fuera del alcance de su espada.

– ¡Venid a mí, cobardes!

Entonces me llegó su voz y el eco de su desafío. Con él, llamó la atención de muchos más de aquellos seres. Unos veinte se unieron al círculo que lo rodeaba, con las bocas ensangrentadas y torcidas en un gesto de desprecio y expectación.

Nunca olvidaré su forma de mantenerse en pie. No sucumbió al pánico. Permaneció seguro, calmado. Como un solo ser, los seres comenzaron a acercársele. Vi cómo él atravesaba al primero, el segundo y el tercero, hasta que no pudo más. Entonces, sus colmillos y sus dientes lo alcanzaron. Él luchó con los puños, que estaban resbaladizos por su propia sangre. Ni siquiera gritó al caer de rodillas.

Y no se rindió.

Pero no pudo más. Mi alma se hizo añicos con su cuerpo, y yo grité de agonía…


Me desperté bruscamente.

– ¡No! ¡Papá, no!

Estaba temblando, y tenía las mejillas húmedas de lágrimas.

Alanna y ClanFintan entraron por diferentes puertas a la habitación, casi al mismo tiempo.

– ¡Mi señora! Oh, mi señora, ¿qué ha ocurrido?

Alanna se acercó corriendo a mí. No me importó que no fuera Suzanna, en realidad. Me abracé a ella entre sollozos.

– Ha sido horrible -conseguí decir-. Han matado a mi padre. No he podido hacer nada.

Alanna emitía sonidos tranquilizadores mientras me acariciaba la espalda.

– ¿Hay algún peligro? ¿Debo llamar a los guardias? -preguntó ClanFintan, con voz de guerrero, y de repente supe que él sería valiente en una batalla, y que la pesadilla había sido una especia de sueño premonitorio.

– No -dije, con el rostro cubierto de lágrimas-. Ocurrió en mi sueño, no aquí.

De repente, Alanna se quedó inmóvil. Suavemente se apartó de mí para poder mirarme a los ojos.

– Debéis decirnos lo que visteis, mi señora -dijo en tono calmado. Sin embargo, yo percibí su miedo.

– Ha sido un sueño.

Por encima de su hombro, vi que ClanFintan se movía con inquietud, con los ojos oscurecidos por alguna emoción que no podía identificar.

– ¿Qué os ha revelado Epona, lady Rhiannon? -me preguntó, y yo cerré los ojos, desconcertada.

– No ha sido un sueño -me susurró Alanna al oído, y yo me estremecí.

Oh, Dios santo, ¿qué había ocurrido?

Me forcé a erguir los hombros, y aunque seguía temblando, miré a ClanFintan a los ojos.

– Necesito unos momentos para calmarme, por favor. Después os contaré todo lo que he visto en mi sueño.

La compasión que se reflejó en sus ojos me dio la medida de su bondad. No era de extrañar que aquél fuera el líder espiritual de su gente.

– Por supuesto. Que vuestra sirvienta me avise cuando estéis lista.

Sin preocuparme de las consecuencias, dije:

– No es mi sirvienta. Es mi mejor amiga.

Noté que Alanna inhalaba bruscamente.

– Perdón, lady Rhiannon. Que vuestra amiga me mande llamar.

Su sonrisa parecía sincera, e inesperadamente, me reconfortó.

Cuando la puerta se cerró suavemente, mi temblor cesó.

– Mi señora, yo no soy vuestra amiga. No puedo serlo -me dijo Alanna, asustada.

– No, Alanna. Tú no eres amiga de Rhiannon. Eras su esclava, su sirvienta. Pero yo no soy ella.

Me enjugué los ojos y le di las gracias cuando me tendió un paño para que pudiera sonarme la nariz.

– Sé que no eres Suzanna, pero no puedo evitar verla en ti, y ella es mi mejor amiga. Espero que me sigas la corriente, y quizá, finalmente, puedas sentir esa amistad por mí. En este momento necesito de verdad una amiga.

De repente, empecé a llorar otra vez.

– Lo que decís es cierto, mi señora, y verdaderamente, no sois Rhiannon.

Se le llenaron los ojos de lágrimas y me dio un abrazo dulce, inesperado.

– Además, parece que os habéis recuperado.

– Sí, ¿verdad?

– ¿Queréis que os traiga una bebida calmante para que no recaigáis?

– Quizá un poco de té caliente. No quisiera beber vino por ahora.

Alanna dio dos palmadas, y al instante, apareció una ninfa somnolienta para servirme. Oh, Dios, ¿era aquélla otra de mis esclavas? Sentí desesperación, y comenzaron a caérseme las lágrimas de nuevo.

– Alanna, ayúdame a entender lo que ha pasado -dije yo, enjugándome de nuevo los ojos, intentando controlarme-. ¿Has dicho que lo que he visto era real? ¿Cómo es posible?

– Habéis experimentado el Sueño Mágico. Es uno de los dones que os convierten en Suma Sacerdotisa y Amada de Epona. Incluso cuando erais niña, podíais enviar el alma durmiente lejos de vuestro cuerpo, y observar sucesos, y algunas veces, incluso comunicaros con gente. ¿No podíais hacer eso en vuestro viejo mundo?

– No, no exactamente, aunque siempre pude controlar mis sueños, lo cual sí es extraño en mi mundo. Visitaba lugares inventados, y me ocurrían cosas divertidas.

– Entonces, así debía de manifestarse vuestro don en un mundo en el que no existe Epona.

– Pero ¿por qué esta noche? Yo no he enviado mi alma a ningún sitio. Recuerda, Alanna, que no soy Rhiannon. ¿Por qué iba a ocurrirme sin saber, siquiera, lo que estaba ocurriendo? -pregunté, y las lágrimas se me derramaron de nuevo-. Fue horrible. ¿Por qué me he visto obligada a presenciarlo?

– Quizá Epona os haya llamado esta noche porque os necesitaba como testigo.

– ¿Es vuestra diosa tan cruel?

– No, mi señora. Una gran maldad sólo puede combatirse con un gran bien.

La ninfa volvió con un exquisito juego de té. Yo sonreí para agradecérselo, y ella me devolvió tímidamente la sonrisa. Sin embargo, cuando se dio la vuelta para marcharse, me percaté de que sólo había llevado una taza.

– Discúlpame -dije, y la ninfa se quedó paralizada-. Por favor, trae otra taza para Alanna.

– Sí, sí, mi señora.

– Gracias.

Aunque parecía confusa, se apresuró a obedecerme. Alanna me estaba observando con aquella cara de desaprobación que ya me resultaba familiar.

– No empieces. Tengo demasiado estrés como para acordarme de eso de la esclavitud. Tendrás que acostumbrarte a que te trate como a una amiga.

En aquel preciso instante, la ninfa volvió con otra taza, que le entregó a Alanna. Todavía estaba confusa, pero me devolvió la sonrisa con entusiasmo mientras se retiraba hacia la puerta. Tímidamente, Alanna se sirvió un poco de té. Entonces, yo la miré a los ojos.

– Quiero que me expliques lo que me has dicho antes… ¿Lo que observé no era una visión, ni un sueño? ¿Era algo real, que ocurrió mientras mi alma lo presenciaba?

– Sí, mi señora -dijo ella con tristeza.

– Entonces… -pregunté, después de tomar aire-, ¿mi padre está muerto?

– Lo lamento muchísimo, mi señora.

Mi taza de té chocó contra la porcelana cuando la dejé, con la mano temblorosa, en su platillo.

De repente, pensé en algo que me cortó la respiración.

– Mi madre. ¿Qué pasa con mi madre? No la vi, pero ella debía de estar allí, con él…

– Mi señora, vuestra madre murió poco después de vuestro nacimiento -respondió ella con suavidad.

– Oh… Oh, me alegro.

Alanna abrió mucho los ojos.

– ¿Mi señora?

– No, no quiero decir que me alegre de que muriera. Me alegro de que no la hayan matado esas criaturas. En mi mundo, mis padres se divorciaron cuando yo era pequeña.

Alanna se quedó horrorizada, y yo la tranquilicé.

– Fue algo positivo, de verdad. Volvieron a casarse, y ahora son muy felices.

– Si vos lo decís, mi señora… -dijo ella, dubitativamente.

– ¿Aquí no tenéis divorcio?

– Sí, pero no se considera honorable.

– Bueno, sean cuales sean vuestras costumbres, me alegro de que mi madre no haya tenido que soportar lo que ha ocurrido esta noche.

Sin dejar de temblar, hice una pregunta que, de repente, era muy importante para mí.

– ¿Rhiannon tenía buena relación con su padre?

– Creo que él era el único hombre al que quería mi señora. Él no volvió a casarse, y crió a la niña solo. No la alejó de sí, como habrían hecho otros muchos caudillos. El MacCallan estaba muy orgulloso de ella. La adoraba. Creo que veía una faceta de lady Rhiannon que ella no le permitía ver a nadie más. Lady Rhiannon siempre se portaba muy bien cuando él estaba presente.

A mí se me encogió el corazón.

– Entonces, tenemos un parecido: el amor que sentimos por nuestros padres.

– Debéis explicarle a ClanFintan lo que ha ocurrido hoy, mi señora. Él podrá ayudaros. Confiad en él. Puede ser un aliado muy poderoso -me dijo Alanna, y me tomó de las manos-. A mi señora no le importaba nada que no le proporcionara placer, ni nadie que no pudiera manipular ni usar para su provecho -ella buscó mis ojos con los suyos, de un castaño claro-. Os parecéis a ella. Tenéis su fuego, su humor y su pasión, pero a causa de vuestro extraño mundo, y a causa de las elecciones diferentes que hicisteis a medida que crecíais, vos os habéis convertido en una mujer muy distinta a ella. No creo que vos seáis como ella. Tenéis un buen corazón. Por favor, mi señora, tened también más sabiduría. Recordad que vuestro padre aprobó el matrimonio con el Sumo Chamán. ClanFintan es fuerte y sabio, y sabrá cómo enmendar este horrible mal.

– Pide que lo llamen -le dije, y le apreté las manos. Ella sonrió y me acarició la mejilla antes de dar una palmada e indicarle a la ninfa que respondió que yo quería ver a ClanFintan.

– Gracias, amiga.

Su sonrisa cálida fue suficiente respuesta.

ClanFintan entró en la habitación y cerró la puerta, suavemente. Se acercó a mi cama y me tomó de la mano.

– Quiero ofreceros mi pésame. El MacCallan era un gran jefe, y un gran amigo. Todo Partholon conoce vuestro amor por él -dijo, y me apretó la mano antes de soltarme.

– Gracias -susurré yo. De repente, sentí frío en la mano, al perder su contacto.

– ¿Estáis lista para contarme lo que habéis presenciado?

– Sí -respondí, y erguí los hombros-. Mi sueño comenzó aquí. Subí hasta el techo, salí del edificio y visité a la preciosa yegua -dije. Alanna y ClanFintan sonrieron y asintieron, así que supuse que la yegua era real-. Después salí volando, disfrutando del brillo de la luna en el cielo nocturno.

– Sí, la luna llama -dijo él, en tono de nostalgia.

– Sí, bueno… -yo titubeé. ClanFintan me miraba con calidez, con bondad. Demonios, aquél no era momento para dejarse confundir por una cara bonita, o lo que fuera-. Bueno, me vi atraída hacia el mar. Y allí estaba el castillo, sobre el acantilado, irguiéndose ante el océano -él asintió-. Casi desde el principio, supe que ocurría algo malo, que la maldad estaba presente. No veía nada, pero lo sentía.

Él asintió de nuevo, para animarme a que continuara.

– Mientras intentaba encontrar el origen de mi premonición, miré hacia el bosque. De ahí provenía. Eran horribles -dije, con un estremecimiento-. Al principio pensé que el bosque estaba vivo, como si fuera una criatura de pesadilla. Se ondulaba, se elevaba. Entonces me di cuenta de que no era el bosque, sino esas cosas horribles que lo estaban atravesando. Tenían alas, pero parecían humanos.

– Fomorians -dijo ClanFintan, con incredulidad.

Antes de que pudiera preguntarle a qué se refería, Alanna me apretó el hombro a modo de advertencia. Yo la miré y vi que asentía para mostrar que estaba de acuerdo con la denominación que ClanFintan le había dado a aquellos seres abominables.

– Cuando entendí lo que estaba sucediendo, ellos invadieron el castillo. Mataron a todos los guardias y a todos sus habitantes -dije, y me tapé la cara con las manos-. Vi cómo mataban a mi padre.

– Lady Rhiannon -dijo ClanFintan, y su voz me devolvió al pasado-. ¿Podríais decirme cuántos eran?

– Muchísimos. Eran como una marea de insectos hambrientos. Devoraron a todo el mundo.

– Siento pediros esto, lady Rhiannon, pero necesito que me los describáis con detalle.

Yo carraspeé y tomé un sorbo de té antes de comenzar.

– Eran más altos que los hombres del castillo. Todos tenían alas muy grandes, negras, que les crecían de la espalda. No volaban, sino que usaban las alas para ayudarse a correr y a deslizarse. Se movían con mucha rapidez, mucho más rápidamente de lo que corre un hombre. Tenían los brazos y las piernas muy largos, y la piel de un color blanco como la leche. El pelo largo, y descolorido. Lo más horrible de todo era que parecían hombres. Si les quitas las alas y los vistes con ropa normal, podrían pasar por humanos.

– ¿Llevaban armas?

– Sólo los dientes y las garras. Antes de tomar el castillo por completo, se detuvieron a devorar vivos a los guardias -dije. Mi voz hueca no conseguía reflejar el horror que sentía por toda aquella crueldad.

– No lo creía hasta ahora -dijo ClanFintan, que comenzó a pasearse de un lado a otro pasándose los dedos entre el pelo-. Pensaba que las historias del pasado sobre los Fomorians eran sólo mitos, cuentos para asustar a los niños y que se portaran bien.

– No lo entiendo.

– Ya sabes esas historias -continuó explicando él, demasiado concentrado en sus pensamientos como para notar mi falta de conocimiento-. Las madres de Partholon siempre han contado a sus hijos cuentos sobre los demonios con alas que podían devorarlos, para que no se alejaran demasiado de casa.

– Ah, sí -fingí saber-. Pero no recuerdo toda la historia. ¿De dónde se supone que vienen?

– Vienen del otro lado de las Montañas Tier. Me parece que ninguna de las leyendas especificaba su origen.

– ¿Y qué les ocurrió?

– Los bardos cuentan que, hace mucho tiempo, las gentes de Partholon se alzaron contra ellos. Aunque ya por aquel entonces poseían una gran perversidad, eran pocos. Fueron vencidos, y los pocos que sobrevivieron fueron expulsados a las montañas de nuevo. Los habitantes de la zona construyeron entonces el Castillo de la Guardia, en un desfiladero, para protegerse de ellos -me contó, y después me miró con intensidad-. Sin embargo, siendo la Amada de Epona, pensaba que ya sabrías todo esto.

– Epona no trata con el mal -dije yo, y en cuanto las palabras salieron de mi boca, tuve la sensación intuitiva de que era cierto-. ¿Y por qué iba yo a preocuparme con leyendas que se usan para asustar a los niños? -pregunté, y miré a Alanna para pedirle ayuda-. Epona está demasiado ocupada para preocuparse de esas cosas.

Estaba completamente perdida. ¿Fomorians? ¿Partholon? ¿Las Montañas Tier?

– Quizá sea ése el motivo por el que la diosa os envió a presenciar el horror esta noche, mi señora -dijo Alanna con amabilidad, y me tomó de la mano-. ¿No es posible que Epona os estuviera previniendo de un mal para el que vos no estabais preparada? -preguntó, y miró a ClanFintan-. Quizá por eso la diosa decidiera esta unión. Epona sabía que su Amada no estaba preparada para enfrentarse a un mal así, y sabía que el Sumo Chamán estaría mejor informado sobre la leyenda, y más preparado para combatirla.

– Por supuesto. Gracias, Alanna -dije. Me había salvado el pellejo. Otra vez.

– Sí, eso tiene sentido -dijo ClanFintan. Gracias a Dios, estaba muy preocupado como para pensar demasiado. Y después de todo, caballo o no caballo, era un hombre. Y bueno, los hombres no pueden realizar muy bien varias tareas a la vez.

– Lo cual significa que Epona me estaba advirtiendo que este mal iba a llegar hasta aquí. Esas malditas cosas no se van a conformar con atacar el castillo de mi padre. Epona nos estaba diciendo que no estamos seguros.

– Sí, lady Rhiannon, esto es una advertencia muy poderosa sobre un peligro inminente. Con vuestro permiso, enviaré un aviso a los guerreros Fintan para que ayuden a la guardia a evacuar a la gente que vive entre el Castillo de MacCallan y este templo. Pueden venir aquí. Como sabéis, Epona quería que el templo fuera muy fácil de defender, y ellos estarán más seguros aquí. Supongo que habrá provisiones suficientes para atender un caso de emergencia.

Alanna asintió, y yo respiré con más facilidad.

– Bien. El Castillo de MacCallan está a dos días de distancia de aquí, a buena velocidad -dijo ClanFintan. Estaba paseándose de nuevo, completamente concentrado en sus cavilaciones-. Esperemos que los Fomorians se hayan detenido a disfrutar de su victoria y no comiencen inmediatamente su siguiente ataque. Eso nos daría tiempo para enviar refuerzos, reunir a los aldeanos y advertir a Partholon.

– Un momento…

– Perdonadme, lady Rhiannon. No quería hacerme cargo de vuestros deberes. Como vuestro marido, sólo deseo ayudaros a prepararlo todo para hacer frente a lo que os ha advertido Epona.

– Pero… ¿y mi padre?

– Lo siento, lady Rhiannon, pero ha muerto -dijo él, en tono suave.

– Ya lo sé. Recuerdo lo que he visto -respondí yo, y tuve que tomar otro sorbo de té-. Pero no lo vi morir de verdad -dije. ClanFintan y Alanna se miraron con preocupación-. ¿Y si todavía está vivo… y sufriendo? -tomé otro sorbo de té. No iba a volver a llorar.

– Lady Rhiannon… -la voz grave de ClanFintan era reconfortante-. Debéis entender que no ha podido sobrevivir.

– Sí… lo entiendo. Sé que debe de estar muerto. Pero… bueno, no puedo dejarlo a él, ni a los otros hombres, allí abandonados. Vosotros no visteis lo valientes que fueron.

– Por supuesto, lady Rhiannon. Eran guerreros muy valientes.

– Sí, y tenemos que enterrarlos.

Alanna me apretó el hombro de nuevo.

– Mi señora, no podéis ir al Castillo de MacCallan.

– Claro que puedo. Él ha dicho que sólo está a dos días de marcha, y… -en aquel momento, titubeé. Alanna sabía que yo sólo había estado allí en espíritu-. Bueno, he estado allí más veces.

Alanna y ClanFintan volvieron a mirarse con preocupación.

– Lady Rhiannon, no podéis correr semejante peligro -dijo él, y alzó una mano para detener mi protesta-. La gente buscará vuestra guía. Sois la Amada de Epona. Ahora, en especial, no debe ocurriros nada malo. En este momento, el mal se ha liberado sobre el mundo, y la gente buscará a Epona para conseguir estabilidad y guía.

– Y los guerreros, mi señora, tanto humanos como centauros, os mirarán a vos -dijo Alanna-. También sois la Encarnación de la Diosa de los guerreros. Para ellos, conocer la muerte de El MacCallan será un golpe muy duro. Si además saben que la Amada de Epona corre peligro, su espíritu guerrero sufrirá un gran desánimo.

– Pensad en lo mucho que sufriría vuestra gente si os hirieran, u os capturaran -añadió ClanFintan, tomándome de la mano.

– Pero… no puedo dejarlo allí abandonado -murmuré yo, entre lágrimas.

– Lady Rhiannon… -dijo ClanFintan-, pensad en lo que El MacCallan hubiera querido que hicierais.

Yo cerré los ojos. Por supuesto, mi padre no hubiera querido que yo me arriesgara. Sin embargo, aquello no era tan sencillo. Yo sentía la responsabilidad de una hija que quería a su padre. No podía escapar de ella, y tampoco quería hacerlo.

Sin embargo, Alanna y ClanFintan no iban a entenderlo.

Abrí los ojos.

– Lo que me decís tiene sentido -dije, con una sonrisa de aceptación.

Ellos se relajaron.

Entonces, yo fingí que estaba agotada.

– Oh, estoy muy cansada. ¿Ha amanecido ya?

– Mi señora, todavía no ha salido el sol -respondió Alanna.

– Descansad, lady Rhiannon. Yo enviaré a los guerreros para que comiencen a traer a las gentes al templo.

Entonces, me acarició brevemente la mejilla. Era muy mono.

– Estoy muy cansada -insistí, como si fuera Lana Turner, dejándome caer sobre las almohadas, tocándome la frente con la mano.

– Descansad, mi señora -dijo Alanna, mientras me arreglaba la ropa de la cama.

– Yo me ocuparé de los guerreros -dijo ClanFintan.

Hizo una reverencia sobre mi mano y después le dio la vuelta, dejando la palma hacia arriba. Yo abrí los ojos, y por un segundo temí que me mordiera de nuevo. Sin embargo, me miró a los ojos y me besó la palma de la mano. Dios, tenía los labios cálidos.

Y era muy, muy agradable. A mi padre le caería bien aquel tipo. A mi padre siempre le caían bien los tipos que eran capaces de mantenerme alerta.

Después, ClanFintan me soltó la mano y se marchó. Cuando estuvimos solas, Alanna me miró.

– ¿Os encontráis bien, mi señora?

– Sí, Alanna, muchas gracias. Creo que sólo tengo que descansar un rato. Han pasado muchas cosas -dije, mientras me acurrucaba en la cama-. Tú también tienes que dormir un poco. Vamos, yo estaré bien. Ve a descansar.

– ¿No queréis que pida un poco de vino caliente, o quizá que os cepille el pelo hasta que os durmáis?

– No, cariño, pero gracias. Sólo quiero dormir.

– Entonces, os dejo. Buenas noches, Shannon -por fin me tuteaba.

Cuando se dio la vuelta para alejarse, no pude evitar hacerle una pregunta que se me pasaba por la mente a menudo.

– Alanna, ¿alguna vez mencionó Rhiannon cómo iba a volver aquí, y cómo iba a volver yo allí?

– Dijo que eso no era posible. Sólo se puede sobrevivir una vez pasando la División. Lo siento, Shannon. Esto debe de ser muy difícil para ti.

– No te preocupes por eso. No es culpa tuya.

Me pregunté si ella podía oír desde su sitio los latidos de mi corazón. ¿No volver nunca a casa? Cerré los ojos con fuerza.

Oí que los pasos de Alanna se alejaban, y que la puerta de su habitación se cerraba suavemente. Entonces, me senté y me bebí el resto del té. Tenía que ir a un sitio a… bueno, a inhumar a unas personas. Y todo aquello de que me mantuviera a salvo podía valer para la señorita Rhiannon, pero yo era una chica diferente.

Y no iba a abandonar a mi padre.

Capítulo 6

Demonios, ojalá tuviera mi Mustang. La movilidad es uno de los puntales de la emancipación de la mujer. ¿Quién es capaz de someter a una mujer cuando ella puede meterse en un coche e irse a otra ciudad, Estado, hombre, trabajo?

Intenté pensar cómo iba a llegar a un castillo que estaba en algún lugar al noroeste de donde me encontraba, en mitad de la noche, con unos monstruos vampíricos sueltos por ahí. Sin coche.

En fin, lo primero que tenía que hacer era mirar el armario. No podía viajar vestida con pedazos de seda vaporosa. Como no tenía mi Mustang, lo mejor que tenía en realidad era un verdadero mustang. Alanna había dicho que mi sueño era realidad, así que aquella maravillosa yegua plateada debía de ser mía. Seguro que a ella no le importaba dar una vuelta a medianoche.

Me acerqué a unos armarios gigantescos que había en una de las paredes de la habitación, y di con la sección de deportes. Estaba llena de pantalones y de petos de cuero amarillo, con decoraciones celtas intrincadas. Al ponerme uno de los pantalones, se me escapó un jadeo. La prenda era suave y flexible, y se ajustaba perfectamente a mi cuerpo. Sí, Rhiannon debía de ser muy exigente. Iba a llevarse una sorpresa al mirar el precio de la ropa que había en mi armario, y el estado de mi guardarropa.

Después me puse uno de los petos, que se ataba con unas cintas de cuero por la espalda. Al mirarme al espejo, me di cuenta de que además de favorecer mucho, aquellas prendas estaban especialmente diseñadas para montar a caballo. Se movían con mi cuerpo, y proporcionaban un buen apoyo, del que Victoria’s Secret estaría orgullosa.

Revolviendo al fondo del armario, encontré un par de botas muy, muy buenas. Eran del mismo cuero que el traje, y tenían unas suelas gruesas, como las de un mocasín. Al ponérmelas, me di cuenta de que tenían una estrella de cinco puntas en cada una de las suelas. Cuando caminara, dejaría huellas de estrellas por todas partes. Vaya, ni siquiera Barbie tenía unas botas como aquéllas.

Una vez vestida, comencé a pensar en mi visión para ver el templo desde arriba. Si mi horrible sentido de la orientación no erraba, el templo daba al este. La cadena montañosa estaba al norte, y el mar estaba al oeste. El castillo de mi padre estaba en la costa, y había un río que rodeaba el templo y se dirigía hacia el oeste. Así pues, sólo tenía que seguir el curso de aquel río desde el templo al mar, y finalmente, llegaría al castillo.

Al menos, ésa era la teoría.

Sabía que las caballerizas estaban al norte del templo, y que allí era donde encontraría a la yegua.

Tomé aire y me dirigí hacia la puerta, a la que estaba segura de que conducía al pasillo, la opuesta a las habitaciones de Alanna y de ClanFintan. La abrí rápidamente y sorprendí a los chicos.

Sí, Dios mío, eran muy guapos.

Se golpearon el pecho musculoso para hacerme algún tipo de saludo adorable. Yo adopté una actitud altiva, tanto como pude mientras intentaba no babear, y miré al más alto de los dos a los ojos.

– Me gustaría montar a caballo.

Él pestañeó.

– Ahora.

Volvió a pestañear.

– Bien… informa al establo de que tienen que ensillar a mi yegua -insistí.

– Señora, ¿pido que despierten a vuestra escolta? -preguntó el señor Músculos, desconcertado.

– ¡No! Quiero privacidad. No despiertes a ninguno de mis guardias. Sólo ordena que ensillen mi yegua.

– Como ordenéis, mi señora.

Yo lo seguí de cerca mientras él se dirigía hacia lo que debía de ser la salida a las caballerizas. Vi que volvía una vez la cabeza, y me di cuenta de que se sorprendía al notar mi presencia, pero me imaginé que debía de estar acostumbrado a que Rhiannon se comportara como una bruja, así que aquello no era nada.

El monísimo guardia me llevó hasta una puerta de dos hojas de madera tallada. Él habló con los guardias que vigilaban aquellas puertas. Entonces, los guardias abrieron las puertas y despertaron apresuradamente al personal de las caballerizas. Cuando yo entré al establo, mi corazoncito de chica de Oklahoma enamorada de los caballos dio un repiqueteo.

Las caballerizas eran dignas de una reina. O mejores. Los boxes estaban hechos del mismo mármol blanco que el resto del templo. Probablemente, había unos veinte espaciosos compartimentos a cada lado del establo, y a medida que caminaba por el pasillo central, no podía evitar pararme en cada uno de ellos y arrullar a los maravillosos caballos que los ocupaban. Eran de linaje real. Todas eran yeguas, desde delicadas zainas a yeguas árabes, pasando por purasangres de largas patas. Y todas me reconocían. En todos los boxes, las yeguas levantaban los hocicos suaves y resoplaban en dirección a mí, pidiéndome caricias y halagos.

– Hola, preciosa.

– Hola, cariño.

– Mira qué señora más guapa.

Por la reacción de los animales, estaba claro que Rhiannon adoraba a sus yeguas. Y, claramente, ellas correspondían aquel sentimiento. Había que añadir otro parecido entre ella y yo. Tendría que procurar que la lista no creciera mucho.

Cuando llegué al final de la fila de boxes, encontré uno a mi izquierda, enorme, con una puerta que daba a un gran corral fuera del establo. Se trataba del corral que yo había visitado en espíritu un poco antes. Dentro de aquel espacioso box había tres ninfas arreglando a la yegua plateada. Entré en el compartimento y ellas, con aspecto somnoliento, se detuvieron para hacerme una reverencia. Después continuaron con su tarea.

Yo me detuve y exhalé un suspiro de felicidad al ver un caballo tan exquisito. Era un animal magnífico, incluso más de lo que yo había percibido en mi sueño. Ella notó mi presencia, y giró su cabeza perfecta para poder verme. Me lanzó un saludo con un relincho estupendo que me hizo reír de alegría.

– ¡Vaya, hola a ti también, preciosa!

Me acerqué a la yegua, tomé el cepillo de manos de una de las sirvientas y disfruté de la sensación de peinar su pelaje suave y brillante.

La yegua plateada me acarició la cara con el hocico y me lamió el hombro mientras yo le cepillaba el cuello.

– Eres muy bonita, preciosa -le dije, inhalé su olor, y sentí la calidez de su respiración.

Ella giró la cabeza hacia delante, obedientemente, cuando una de las sirvientas se acercó con una refinada brida sin bocado. Era de esperar que aquel animal no lo necesitara. Yo me aparté para que las ninfas le pusieran los arreos a la yegua y la ensillaran. Cuando, por fin, estuvo lista, les pedí que me ayudaran a montarla. Agarré un puñado de crin plateada y elevé un pie. Una de las sirvientas me dio un suave empujón y yo subí a la silla y metí los pies en los estribos. Después erguí los hombres y, como no sabía por dónde debía salir, les ordené:

– Bien, ahora, ¡abridme la puerta!

Una de las ninfas salió corriendo hacia una puerta que había al otro extremo del box de la yegua, y la otra corrió a una salida que había en el muro exterior del templo. Yo chasqueé dos veces con la lengua y la maravillosa yegua comenzó a caminar. Justo antes de salir por la última de las puertas, hice que frenara y hablé hacia atrás, por encima del hombro, a las sirvientas.

– Gracias. Ahora, volved a la cama. Podéis dormir hasta tarde mañana, yo me ocuparé de la yegua cuando vuelva.

Después, apreté los muslos contra los costados de la yegua, me incliné hacia delante, y el animal emprendió un medio galope.

Salimos del castillo y nos pusimos en camino. La luna estaba muy alta y brillante, así que se veía muy bien. Detuve a la yegua para poder mirar a mi alrededor e intentar averiguar dónde estaba y hacia dónde debía dirigirme. Lo primero que vi fue que el templo había sido erigido, estratégicamente, en la cima de una colina, y que el terreno que lo rodeaba, aunque era verde y exuberante, estaba despejado de árboles. Claramente, las murallas y la situación del templo lo hacían fácil de defender.

El reflejo de la luna en el agua atrajo mi atención hacía el río, que rodeaba la colina del templo lo suficientemente cerca de él como para tener barcazas de transporte amarradas en un muelle cercano. Era muy conveniente. Si no fuera por aquellas horribles criaturas comedoras de hombres, aquellas tierras serían un lugar muy agradable para vivir.

Dirigí la yegua hacia el curso del río, contenta por el hecho de que la noche fuera tan clara y tranquila. Me incliné hacia delante y apreté las rodillas para que la yegua comenzara a galopar suavemente. Pronto llegamos a la ribera del río y me encaminé hacia el oeste. Era un río impresionante, ancho, de corriente rápida. Olía bien, no a pescado y a barro como el Mississippi, sino claro y rocoso, como el río Colorado. Las orillas estaban flanqueadas de árboles y yo me sentí aliviada al ver que la yegua había comenzado a recorrer un pequeño sendero, seguramente, un camino de ciervos, que corría paralelo a la corriente. Poco después, hablándole con suavidad, hice que la yegua aminorara la velocidad. Estaba en muy buena forma, pero nos quedaban todavía dos días de marcha, y ningún caballo podía mantener aquel ritmo durante dos jornadas. Le di unos golpecitos en el cuello sedoso y me relajé en la montura mientras ella trotaba.

– Eh, bonita, ¿cómo te llama Rhiannon? -ella irguió sus delicadas orejas al oír mi voz-. No puedo seguir llamándote «la yegua», es de mala educación. Imagino que todo el mundo te llamará Epona, pero eso me suena demasiado formal y estirado. ¿Qué te parecería que te llamara Epi? Puede que no sea tan digno, pero en mi mundo, sólo los políticos quieren parecer tan dignos.

Su relincho desvergonzado y una pequeña cabriola fueron suficiente respuesta para mí.

– Entonces, Epi.

Le acaricié las crines y me acomodé para un largo camino. Desde el principio, tuve claro que Epi no era uno de esos caballos que necesitaban mucha atención del jinete. Era lista y capaz de avanzar sin que yo la guiara y la persuadiera. Así que me relajé y admiré el paisaje. Era una zona muy bonita. Entre los árboles atisbaba casas que salpicaban el terreno. Estaban bien mantenidas y tenían preciosos tejados de paja.

Entre las casas de labranza había viñedos y campos llenos de cereales, y creo que reconocí maíz y judías, pero no estaba segura, a la luz de la luna. Hacía muy buena noche, y a medida que avanzaba, poco a poco empezó a clarear. Casi al mismo tiempo, el arbolado se hizo más denso, y el camino menos definido. No parecía que a Epi le preocupara mucho, así que dejé que ella eligiera su ritmo. En aquellos momentos comencé a darme cuenta de que había salido del templo sin preocuparme de cosas como el desayuno, la comida, la cena, el agua o el papel higiénico. No sabía qué hora era, pero para cuando el sol asomó por encima de las copas de los árboles, tanto mi trasero como mi estómago me decían que llevaba un buen rato cabalgando.

El hecho de montar a caballo durante varias horas, alternando trote y galope, y sin desayunar, podía cansar mucho a un cuerpo de treinta y cinco años.

Decidí hacer un descanso. Detuve a Epi y desmonté, y al tocar el suelo, no sentía los pies ni las piernas. Me quedé en pie durante unos minutos para intentar recuperar la circulación, y después, cojeando, me dirigí con la yegua hacia la orilla del río.

– Bueno, por lo menos no está turbio -dije, y le di unas palmadas a Epi en el lomo para que bebiera primero. Yo me coloqué un par de pasos por delante del animal y me agaché, con un gran crujir de rodillas, para lavarme las manos.

– Oh, vaya, ¡está helada!

Esperaba que el agua tuviera una temperatura mucho más cálida, debido a que el clima era caluroso, pero el río estaba muy frío, lo cual me dio a entender que tenía su nacimiento en las montañas. Formé un hueco con ambas manos y bebí.

Después, me incorporé, mientras mis rodillas crujían de nuevo, y me di cuenta de que, de repente, no tenía tanta hambre como antes.

– Bueno, vieja amiga. ¿Qué te parece si ahora camino y te dejo descansar un poco? -le acaricié la frente mientras ella exploraba la pechera de mi peto y me rozaba la barbilla con los labios.

Dios, los caballos son unos animales increíbles. El hecho de estar a solas con Epi hizo que me diera cuenta de lo mucho que añoraba tener uno. Su olor, su belleza equina y su bondad e inteligencia son cosas únicas en ellos, que ni siquiera un perro puede reemplazar. No era de extrañar que ClanFintan me pareciera tan mono; parecía que estaba necesitada de una mascota y de un hombre. Y con él mataba dos pájaros de un tiro.

Aunque iba a estar muy enfadado cuando yo volviera al templo.

Además, creía que yo era una bruja.

Después de darle una palmadita en el cuello a Epi, me di la vuelta, con las riendas sobre el hombro, y me dirigí hacia el camino de nuevo. Epi me siguió educadamente, tomando de vez en cuando un bocado de hierba y masticando con satisfacción.

Comencé a silbar la melodía de Hi-Ho de Blancanieves y los siete enanitos. Epi resopló. Yo me lo tomé como un comentario sobre mi habilidad para el silbido, y me reí mirándola por encima de mi hombro, sin dejar de silbar. Sí, lo estábamos pasando bien.

Sin embargo, poco después me di cuenta de que tenía muchísima hambre. Cesaron los silbidos y las risas, y comenzó la búsqueda de alguna baya comestible.

– Aquí estamos, rodeadas por toda esta naturaleza -dije, y Epi inclinó las orejas hacia delante para escuchar mis murmullos-. Debería haber algunas fresas silvestres. O arándanos. O moras. Incluso en Oz había manzanas.

Epi tomó un bocado de hierba.

– ¿Está buena?

Probablemente, a mí me daría colitis, y ni siquiera tenía papel higiénico. Aquella visión fue suficiente para impedirme que probara la cena de Epi.

Me encaminé de nuevo al río, y me di cuenta de que debíamos de habernos alejado varios metros de la orilla, probablemente porque era muy rocosa y, de repente, empinada. Bajamos hacia el agua con cuidado, provocando una cascada de piedrecitas sueltas. El río estaba tan claro y fresco como siempre, y bajo la sombra de los árboles, sentí alivio. Después de refrescarnos con el agua, conduje a Epi hacia una gran roca, que utilicé para poder montar en la yegua. Ya en la silla, le di unos golpecitos de cariño en el cuello. Nos dirigimos hacia la ribera, y me quedé sorprendida al contemplar lo rocosa y empinada que parecía desde allí. Al bajar no me había resultado tan difícil. Bueno, probablemente sólo fuera la diferencia de verlo desde el suelo y verlo desde el lomo de un caballo. Me incliné hacia delante e hice que Epi comenzara a subir para retomar el camino verde y suave…

De repente, las rocas se movieron y Epi resbaló. La yegua tuvo que lanzarse hacia delante, con torpeza, para no perder el equilibrio. Yo me vi impulsada hacia delante con violencia, y a duras penas pude agarrarme de su cuello para evitar la caída. Ella luchó por recuperar una posición segura; era como si intentara nadar a través de unas arenas movedizas que no dejaban de succionar sus cascos. Lo único que yo podía hacer era agarrarme con todas mis fuerzas y no permitir que mi peso se apoyara demasiado hacia el otro lado, para no hacerle perder el equilibrio por completo.

De repente, Epi se liberó y dio un salto hasta el camino. Caímos en suelo sólido y yo, haciendo caso omiso de mi estómago encogido, desmonté y comencé a pasarle las manos por las patas. Ella tenía la respiración muy agitada y estaba temblando. Cualquier otro caballo hubiera tenido los ojos en blanco y sería presa del pánico, pero Epi se quedó quieta, tranquila, dejando que yo completara mi examen frenético.

– Buena chica. Tú sí que eres una chica buena… -seguí habiéndole, intentando calmar sus nervios tanto como los míos-. Has sido muy valiente. Estoy muy orgullosa de ti.

Terminé de palpar todas sus patas. No tenía ningún hueso roto, ni heridas. Parecía que estaba bien.

Sin embargo, yo había crecido entre caballos, y conocía la relativa fragilidad de sus patas. Podían romperse con mucha facilidad, sólo hacía falta dar un mal paso.

Dejé que Epi apoyara la frente en mi pecho, y le acaricié la preciosa cabeza, le alisé las crines.

– Estás bien, estás bien. Eres una buena chica…

Seguí murmurándole expresiones cariñosas mientras recuperábamos el ritmo de la respiración y de los latidos del corazón.

Al final, ella elevó la cabeza y me acarició las mejillas con el hocico. Yo me sequé las lágrimas que inevitablemente habían terminado surgiendo y di un paso atrás para observarla atentamente.

– Creo que estás bien -dije, rodeándola lentamente, mientras ella bajaba la cabeza y comenzaba a mordisquear una mata de hierba fresca. Sonreí-. Tienes hambre, así que debes de estar bien -ella masticó y resopló hacia mí-. No vamos a hacer eso otra vez, ¿de acuerdo? Bueno, ahora tengo que subir a tu lomo sin ayuda de ningún tipo -le dije. Epi dejó de masticar, y yo hubiera jurado que emitió un sonido de incredulidad por la nariz-. Estate quieta y no te rías de mí.

Ella se mantuvo inmóvil, pero no sé si, mientras yo gruñía y luchaba por subir, se estaba riendo. Cuando conseguí montar, comenzamos a caminar, y parecía que estaba bien. Con un suspiro de alivio, hice que adoptara un trote suave, y me puse a silbar la canción de Bonanza. La terminé completa, y comencé con la de I Dream of Jeannie. Sin embargo, cuando estaba a mitad de la canción, Epi empezó a renquear; su trote se ralentizó y se convirtió en un caminar extraño. Me parecía que estaba intentando avanzar de puntillas. Hice que se detuviera y me bajé rápidamente.

– ¿Qué te pasa, Epi? -le di una palmadita en el cuello, y ella agitó la cabeza con inquietud-. Vamos a mirar.

Regla número uno de la detección de problemas equinos: si hay alguna duda, inspeccionar los cascos. Desmonté y agarré su pata delantera izquierda después de que ella, obedientemente, elevara. Parecía que estaba normal. Le saqué un par de piedrecitas de la base del casco y se la limpié de tierra. Con cuidado, le presioné la ranilla con los pulgares. No parecía que le doliera, así que seguí inspeccionándole el resto de las patas hasta que llegué a la pata delantera derecha. Cuando apreté la parte blanda y flexible de su casco, Epi se estremeció y relinchó de dolor. Le di unas palmaditas en el cuello para tranquilizarla, y aparté tierra y hierba del casco. Volví a apretarle suavemente la ranilla y, en aquella ocasión, el gruñido de dolor de la yegua fue más intenso. Yo noté un calor y una blandura anormales bajo los pulgares. Después, posé su pata en el suelo con delicadeza.

– No estoy completamente segura, porque no soy veterinaria, pero creo que te has magullado la ranilla -dije.

Intentaba mantener un tono de voz ligero para no permitir que aquella yegua tan lista se diera cuenta de que estaba muy preocupada por aquel suceso. Yo le miré la pata. Era evidente que no estaba apoyando demasiado peso en ella.

– Corrígeme si me equivoco, pero me parece que te duele el casco.

Ella me empujó suavemente con el hocico.

– Eso me parecía -dije, mientras la acariciaba-. Así que no debo montarte. ¿Qué te parece si encontramos un claro agradable, un poco más adelante, donde la ribera no sea tan empinada, y descansamos un rato?

Lentamente, emprendí la marcha, parloteando sin cesar mientras Epi caminaba cojeando, con la frente apoyada contra mi espalda. Me alegraba de que no pudiera ver mis ojos observando frenéticamente todo el camino, intentando encontrar un lugar de descenso fácil hacia el río. Sabía que tenía que llevarla hacia el agua, y no sólo para que bebiera, sino para limpiarle y refrescarle el casco en la corriente. Con el frío, la hinchazón y el dolor disminuirían. Después, podríamos descansar, y yo pensar en qué íbamos a hacer.

Por suerte, no habíamos caminado demasiado cuando llegamos a un meandro del río. Allí había menos árboles, por lo cual la erosión era mayor, y la pendiente suave de bajada a la orilla estaba cubierta de hierba. Con cuidado, conduje a Epi hasta el agua.

Me apoyé contra uno de sus flancos, me quité las botas y me enrollé hacia arriba los pantalones de cuero. Epi había terminado de beber, y me acarició con el hocico mojado.

Yo le di una palmadita en el cuello y la llevé hacia el agua helada. Ella me siguió con cuidado, y yo me abrí camino entre dos rocas resbaladizas hasta que llegué a la corriente.

Oh, Dios mío, estaba helada.

Mientras le hablaba suavemente para tranquilizarla, levantó la pata derecha quejosamente, y yo apoyé mi peso contra su costado izquierdo para que tuviera que volver a sumergirla en el agua fría. Me miró dubitativamente, pero mantuvo el casco sumergido. Me dediqué a recitarle poesías y a cantarle melodramáticamente para distraerla durante un rato. Cuando yo tenía los pies al borde de la congelación, le di una palmadita en el cuello.

– Vamos, nena. Esto está muy frío.

Volví con ella hacia la orilla, lentamente. El terreno rocoso estaba mezclado con una alfombra verde de helechos que bajaban desde el bosque. Era un lugar de reposo muy agradable. Había mucha hierba al alcance de Epi, lo cual era perfecto, porque ella necesitaba descansar. Le quité la silla del lomo, mientras observaba disimuladamente cómo se comportaba.

– Ojalá tuviera algunas almohazas. Te vendría bien un cepillado -dije.

Improvisando, tomé un pedazo de corteza de árbol y le froté el cuerpo cansado, dándole un buen masaje. Ella suspiró y cerró los ojos.

– Es como un buen masaje de pies, ¿eh? -le pregunté, y le acaricié la grapa-. ¿Por qué no vas a pacer durante un rato y descansas? Después le echaré otro vistazo a ese casco.

Epi permaneció quieta, con la pata delantera derecha doblada, para no apoyar peso en ella, y se puso a comer.

Entonces, me di cuenta de que necesitaba atender la llamada de la naturaleza. Uff.

– Epi, voy a dar un paseíto.

Ella me miró brevemente y volvió a comer.

– Ahora mismo vuelvo.

Subí desde la orilla al camino, y busqué con la mirada un buen arbusto y una planta de hojas suaves. Me abrí camino entre la vegetación, palpando las hojas.

Y entonces, de repente, ¡magia! Me topé con un pedacito de cielo. ¡Uvas! Después de hacer mis necesidades, tomé todos los racimos que podía trasladar y volví junto a Epi.

– ¡Eh, Epi! Mira lo que he encontrado.

Ella no se quedó muy impresionada, pero al menos, no estaba inquieta, ni dolorida. Volvió a pacer. Yo dejé las uvas junto a la silla de montar, y fui a la orilla del río a ponerme las botas y a lavarme las manos. Entonces, por fin, pude tumbarme, apoyando la cabeza en la silla, y me puse a comer uvas.

Eran deliciosas, y no creo que fuera sólo porque me estuviera muriendo de hambre. Me sentí muy bien con el estómago lleno, y al poco tiempo, me pesaban los párpados.

Miré a la yegua, que se había quedado dormida.

– Deja que te mire el casco.

Ella se despertó sólo lo suficiente como para permitirme que le inspeccionara la ranilla. No parecía que estuviera peor, y no estaba tan caliente como antes, lo cual debía de ser buena señal. Le acaricié el cuello y la abracé con cansancio.

– Vamos a echar una siestecita. Despiértame si me quedo dormida para ir a clase.

Volví a la silla y dejé que mi cuerpo entrara en contacto, despacio, con la tierra. No sé cómo era posible que la orilla rocosa de un río y la manta de la silla de montar me hicieran sentir tan bien, pero estaba muy agradecida de lo que tenía. No tanto como para reconsiderar mi natural aversión por las acampadas, pero agradecida. Mientras se me cerraban los ojos, puse la alarma mental para «dentro de un rato».

Capítulo 7

La primera vez que me desperté estaba anocheciendo. El calor del día había dejado paso a una brisa agradable y fresca, perfumada con la fragancia acuosa y clara del río. Me estiré y me moví un poco, y me quité una piedra particularmente incómoda que tenía bajo la nalga izquierda. Después, suspiré de resignación. Tenía que hacer pis. Ponerme en pie no fue nada divertido; estaba entumecida, atontada y somnolienta.

Epi estaba durmiendo a pocos metros de mi cama improvisada, al estilo equino, sobre las cuatro patas. Aquélla era una habilidad que yo siempre había envidiado. Tenía la pata derecha delantera levantada, pero no se quejaba, así que decidí que no necesitaba comprobar obsesivamente si tenía bien el casco. Cuando se despertara, intentaría llevarla al río para volver a enjuagárselo, pero en aquel momento estaba demasiado deprimida como para recitar más poesía o baladas deprimentes.

Sólo quería hacer mis necesidades y volver a dormir.

El siguiente despertar fue repentino y desagradable. Me di la vuelta e intenté encontrar el botón del despertador. Pese a la oscuridad, tenía la sensación de que me había quedado dormida e iba a llegar tarde al instituto. Me incorporé y parpadeé, intentando ver algo en la absoluta oscuridad.

El sonido del agua del río me devolvió al presente.

– ¿Epi?

Sentí alivio al notar su hocico acariciándome un lado de la cara. Poco a poco, comencé a distinguir a la yegua que estaba a mi izquierda. Su aliento adormecido olía a hierba dulce, mientras ella exploraba mi pelo y mi cara.

– ¿Te encuentras mejor, guapa?

Estiré el brazo y le pasé la mano por el cuello y la espalda. Ella tenía las piernas metidas bajo el cuerpo, así que no pude mirarle el casco herido, pero no tenía fiebre, y no se comportaba como si tuviera dolores.

– Me pregunto si saldrá la luna pronto.

Me apoyé contra su cuerpo, muy consciente de que el frescor de la noche no había relajado mis músculos doloridos.

– Vaya, me vendría bien un buen baño caliente.

Mi estómago emitió un rugido.

– Bueno, supongo que no podemos hacer nada hasta que amanezca.

El relincho ligero de sueño de Epi me respondió.

Y de todos modos, ¿qué creía yo que podíamos hacer? No tenía ni idea de lo grave que era la herida de Epi, pero de todos modos no podía montarla, eso era evidente. Debíamos de haber viajado durante diez o doce horas, así que con suerte, estaba a mitad de camino. Y hambrienta. Y agotada. Y dolorida.

Cerré los ojos e intenté relajarme, pensar, olvidarme del estómago y conservar el calor.

La única solución razonable era volver con Epi al templo. Deberíamos avanzar con lentitud. Emprenderíamos la vuelta al amanecer, después de lavarle la pata a Epi de nuevo en el río.

Una vez decidido el curso de acción, me acurruqué contra la yegua para compartir el calor de su cuerpo. Al sentirme caliente y somnolienta de nuevo, la imaginé como un radiador enorme, plateado…

Al principio no noté el sonido. Casi. Fue como el crujido. No como el que provocaba el viento en las hojas. No como el sonido del agua pasando sobre las rocas. Diferente.

Oí el chasquido de una rama. Me quedé helada, e intenté no moverme para no llamar la atención. Oí partirse otra ramita, y noté que Epi se agitaba. Sentí que levantaba la cabeza y la volvía hacia el bosque.

Y recordé esas cosas. A las criaturas de aspecto humano, y cómo conseguían que pareciera que el bosque latía y respiraba con sus movimientos. ¿Cómo podía haberlo olvidado?

Aquél no era mi mundo. Allí había fuerzas que yo no comprendía. En mi reacción de Escarlata O’Hara, había pasado por alto el motivo por el que yo tenía que ir al Castillo de MacCallan: aquellas criaturas habían matado a todos sus habitantes. Unos hombres fuertes y valientes no habían sido capaces de detenerlas, y allí estaba yo, recorriendo el campo con mi estúpida mentalidad de mujer moderna.

Enterrar a mi padre era buena idea. Asegurarme de que estaba muerto también. Sin embargo, hacer que aquella yegua y yo fuéramos asesinadas jugando a ser una buena hija era algo demasiado absurdo. Mi padre sería el primero en decírmelo.

Los arbustos volvieron a crujir. Había algo pesado que se dirigía hacia nosotras. Epi se estremeció y se puso en pie. Yo me levanté también, y permanecí a su lado, acariciándole el cuello y murmurándole palabras tranquilizadoras para que se mantuviera en silencio. Me estrujé el cerebro para dar con un plan. Ninguna de mis experiencias pasadas me había preparado para aquel miedo paralizador. Así que, mientras Epi y yo observábamos unas formas oscuras que salían del bosque y descendían hacia nosotras, me quedé petrificada. Al mismo tiempo, me sentí orgullosa del valor de Epi: se encaró con los intrusos con las orejas erguidas, respirando suavemente. No demostró miedo. Los caballos son unos animales valientes. Me sentía honrada de tenerla a mi lado a medida que la muerte se aproximaba a nosotras…

– ¿Lady Rhiannon?

La voz era grave y conocida. Durante un instante, me sentí tan sorprendida que no pude responder. ¿Aquellas criaturas espantosas tenían la voz de ClanFintan?

El suave relincho de reconocimiento de Epi me sacó de mi estupidez. Al menos, por aquel momento.

– ¿ClanFintan?

– ¡Está aquí! -exclamó él, y de repente, la orilla rocosa del río estaba llena de sombras oscuras que parecían caballos-. Encended un fuego. Esta noche es muy oscura.

Oí que movían maleza y piedras. Todas las imágenes estaban bloqueadas por la forma enorme que había ante Epi y yo. Hablaba. Y su tono traslucía enfado.

– ¿Estáis herida, lady Rhiannon?

– No, estoy bien. Es Epi quien se ha hecho daño en un casco.

– ¿Epi?

– Oh… eh… me refiero a la yegua de Epona.

Al menos, esperaba que fuera eso a lo que me refería.

El fuego se encendió a pocos metros de mí, y a medida que los centauros lo alimentaban, mi visión regresó. ClanFintan estaba frente a nosotros con los brazos en jarras y el ceño fruncido.

– ¿Qué casco? -preguntó.

– El derecho delantero.

Yo pasé por debajo del cuello de Epi, me agaché y le pasé las manos por la pata.

– No la tiene hinchada ni caliente, así que creo que sólo es la ranilla. Echa un vistazo.

Obedientemente, Epi levantó la pata, y ClanFintan se inclinó para inspeccionarla. Sus manos fuertes palparon los mismos puntos que yo había examinado horas antes. Epi emitió un suave gruñido cuando él topó con el punto dolorido, e inmediatamente, ClanFintan dejó de presionarlo y le acarició el cuello, diciéndole palabras suaves que yo no comprendía, musicales y dulces, parecidas al gaélico. Epi se relajó y suspiró cuando yo le dejé la pata en el suelo.

– Una magulladura dolorosa -dijo él en tono de acusación-. ¿Cómo sucedió?

Yo me erguí y me acerqué un paso más a Epi. Odiaba aquel sentimiento de culpabilidad.

– Nos resbalamos al intentar subir por la cuesta de la ribera hacia el camino. Ella debió de clavarse una piedra puntiaguda en el casco.

– Podía haberse roto la pata.

– ¡Ya lo sé! Me siento fatal. No necesito que tú también me eches la culpa.

Me sentía tan tonta que tenía ganas de llorar. Epi me empujó suavemente con el hocico, y yo escondí la cara en su cuello.

– Se recuperará -dijo él. Su tono de voz se había suavizado.

– ¡Lo sé!

Bueno, al menos ahora lo sabía.

– Acercaos al fuego. Estáis helada.

Me tomó del codo, y habló suavemente con Epi. Las dos nos acercamos hacia la hoguera como niñas que se hubieran escapado de casa. Después de dejarme junto a una roca cómoda, comenzó a dar órdenes a sus hombres. De algún sitio, salió una manta que alguien me puso sobre los hombros. Un par de centauros comenzaron a cepillar a Epi, y ella se mantuvo quieta, evidentemente, disfrutando de tantas atenciones. Otro de los centauros se ocupó de encender otra hoguera a unos metros de la primera, y yo me alegré al ver que después descargaba unas alforjas llenas de… comida. ClanFintan me entregó una cosa parecida a un saco, y cuando me quedé mirándolo atontada, él la destapó.

– Bebed, mi señora. Os devolverá las fuerzas.

Era una bota llena de vino tinto, riquísimo.

Miré a Epi, y vi que uno de los centauros le había puesto una bolsa de comida al cuello, y que ella estaba masticando alegremente. Percibí el olor de algo friéndose, que me hizo la boca agua, y al tomar otro trago de vino, mi estómago emitió un rugido que no podía haber sido más embarazoso.

– ¿No se os ocurrió traer provisiones? -me preguntó ClanFintan con una expresión de incredulidad.

– No. Yo… bueno… eh… No. No se me ocurrió.

Mis palabras sonaban tan estúpidas como yo.

Él se dio la vuelta y se alejó de mí. Comenzó a ocuparse del fuego.

Yo me sentía tonta e inepta. Me acurruqué bajo la manta, agarrada al odre.

Él volvió al poco tiempo con un pedazo de pan partido en dos, que contenía carne y un queso fragante y amarillo. Nunca había olido nada tan delicioso en mi vida.

– Tomad. Debéis de tener hambre.

– Gracias.

Mordí con entusiasmo el bocadillo y observé cómo él se acomodaba al otro lado del fuego. Me di cuenta de que los demás centauros, diez en total, se habían agrupado alrededor de la otra hoguera, y su animada conversación era un sonido reconfortante.

– ¿Por qué os marchasteis? -me preguntó ClanFintan, llamando mi atención de nuevo.

Yo tragué un pedazo de queso y tomé un poco de vino.

– Tenía que ir a ver a mi padre.

– Entonces, ¿por qué no me pedisteis que os acompañara?

– Yo… bueno… yo…

– Desde el principio he entendido que no deseabais nuestra unión -dijo él, y alzó una mano cuando yo intenté hablar de nuevo-. Y sé que no tenéis sentimientos de esposa hacia mí, pero yo he jurado que os protegería y os respetaría -añadió, y miró hacia el río-. Huir de mí ha sido un insulto que no merecía.

Oh, oh, yo no había pensado en aquello. Los hombres tienen su ego. Vaya.

– No estaba huyendo de vos.

– Entonces, ¿cómo lo describiríais? -me preguntó sin mirarme.

– Estaba haciendo lo que pensaba que tenía que hacer. Creía que no ibais a llevarme.

Él me miró entonces, con asombro.

– Sois la Amada de Epona, y mi esposa. Por supuesto que os acompañaría.

– Bueno, no queríais que viniera. Tampoco quería Alanna.

– Lady Rhiannon, por supuesto que ninguno queríamos que emprendierais un viaje tan doloroso y lleno de peligros, pero sois la Suma Sacerdotisa de Epona. ¿Alguna vez os ha sido negado algo?

Él estaba desconcertado, pasmado, y yo me di cuenta del error que había cometido. Bajé los ojos y comencé a juguetear con un hilillo de la manta.

– No lo he pensado bien. Sólo quería ocuparme de mi padre -alcé la vista y vi que la expresión de su rostro se relajaba un poco-. Lo siento. Debería haber acudido a vos.

Él pestañeó de la sorpresa. Era evidente que Rhiannon la Grande no se disculpaba a menudo.

– Os perdono. Me alegro de haberos encontrado sana y salva.

Yo miré a Epi, que estaba comiendo alegremente su grano, a pocos metros de mí.

– Sí, mi señora. Sólo necesita descansar, y podrá llevaros de nuevo en cualquier huida que planeéis.

– Pero si yo no…

Él estaba sonriendo. Ah, así que aquélla era su idea de una broma.

– No planeé nada. Por lo menos, no lo planeé bien.

– Exactamente -respondió ClanFintan, con una expresión petulante. Era muy mono.

– Siento haber causado tantos problemas.

– Ya está olvidado -dijo, mirándome fijamente, con los ojos brillantes por la luz del fuego.

Las llamas hacían cosas deliciosas con los atisbos de su pecho, que yo captaba cada vez que él se movía un poco y se le abría el chaleco de cuero.

Demonios, yo debía de tener hambre de algo más que de comida. Quizá se me estuviera contagiando el espíritu de Rhiannon. Me ocupé comiendo el bocadillo, intentando fingir que ClanFintan no me estaba escrutando desde el otro lado. No, estaba bastante segura de que no me apetecía saltar sobre el primer tipo, o caballo, que se me cruzara en el camino. Me sentía muy atraída por aquél en particular.

Cambié de tema.

– ¿La gente ya está acudiendo al templo?

Oh, bien elegido. ClanFintan dejó la caricia visual y se puso serio de nuevo.

– Sí. He enviado a algunos de vuestros guardias, además de mis centauros, a extender la noticia de lo que ha ocurrido y a reunir la gente en el Templo de Epona.

– ¿Y ha habido más señales de las criaturas?

– No. Se han enviado palomas mensajeras con advertencias para todos los jefes de los diferentes clanes, y para pedirles que informen de cualquier noticia sobre los Fomorians. Todos han respondido -dijo, e hizo una pausa-, salvo El MacCallan.

– ¿Creéis que esas criaturas todavía están en el Castillo de MacCallan?

– No lo sé, mi señora.

Yo miré mi bocadillo a medio comer.

– ¿Y todavía queréis llevarme, sabiendo que puede que están allí?

– Por espacio de un año, os acompañaré a todos los lugares que deseéis. Sólo tenéis que pedirlo -me dijo. Sus ojos se clavaron en los míos.

– Por deber -respondí yo. Y me di cuenta de que quería algo más que el deber, de él.

– Os lo he jurado -dijo, con su voz hipnotizadora.

– Entonces, voy a pedíroslo. Por favor, ¿me lleváis a enterrar a mi padre?

Mi voz sonó como un susurro, enronquecida por las emociones que estaba empezando a sentir.

– Sí, lady Rhiannon. Os llevaré y os protegeré.

– ¿Y estaréis cerca de mí? -añadí, sin poder evitarlo.

– Estaré tan cerca de vos como deseéis.

¡Oh, caramba, aquélla sí que era una respuesta significativa! Me pregunté cuál sería la etiqueta para pedirle que se transformara en hombre humano. ¿Era como excusarse para ir en busca de un preservativo?

El ruido de las cazuelas mientras las lavaban me sacó del dormitorio, y con mortificación, noté que me ponía colorada, y que ClanFintan registraba el rubor de mis mejillas. Entonces, él sonrió suavemente, y yo me alegré de ruborizarme con tanta facilidad. Dios, me sentía como una adolescente tonta.

– Debéis de estar cansada.

Bueno, había estado pensando en una cama, si eso contaba. Él sonrió como si pudiera leerme el pensamiento. Estoy segura de que me ruboricé otra vez.

– Descansad mientras yo les cuento nuestros planes a los centauros -dijo.

– Y… eh… ¿cuáles son nuestros planes?

– Os escoltaremos hasta el Castillo de MacCallan.

Eso era fácil.

– ¿Y Epi? Es decir, Epona.

Ella irguió las orejas en dirección a mí al oír su nombre, y yo le lancé unos besos.

– Dejaré aquí a dos centauros para que se queden con ella y esperen nuestro regreso. Para cuando volvamos, ya estará recuperada y podrá viajar, aunque posiblemente no podrá soportar vuestro peso.

– Entonces, ¿cómo voy a ir hasta el castillo y volver aquí? ¿Habéis traído caballos?

– No -dijo, con una gran sonrisa.

– Entonces, ¿tendré que caminar?

– No.

– Bueno, entonces, ¿cómo?

– Montaréis sobre mí.

Después de decírmelo, hizo una reverencia burlona y se dio la vuelta hacia la otra hoguera.

Por una vez, me había quedado sin palabras.

¿Montarlo a él? Bueno, yo ya sabía que mordía.

Ojalá no diera corcovos, además.

¿Cómo lo manejaría John Wayne?

Capítulo 8

El vino, la comida y el calor fueron mágicos, y cuando ClanFintan me puso la silla de Epi al lado para que la usara de almohada, yo apenas tuve tiempo de darle las gracias antes de quedarme dormida.

Tuve la sensación de que acababa de cerrar los ojos cuando me despertó el maravilloso olor de la carne frita. Me estiré, y al instante, me arrepentí de haberlo hecho. ¿Cómo era posible que me dolieran todos y cada uno de los músculos del cuerpo? Creo que me dolía incluso el pelo.

– Ahhh.

Ponerme en pie fue un asunto muy ruidoso. En mitad del acto de intentar enderezar mi cuerpo viejo, maltratado, cometí el error de alzar la vista, y me di cuenta de que había once pares de ojos de centauro clavados en mí, además del par de ojos de Epi. Los centauros se estaban divirtiendo a mi costa, y Epi me miraba con adoración.

– ¿Qué?

– Nada, mi señora…

Por lo menos, tuvieron la decencia de avergonzarse.

– Malditos hombres -murmuré entre dientes, y acaricié a Epi antes de dirigirme a la orilla del río.

Eché de menos tener un cepillo de dientes. Me costó un gran esfuerzo agacharme, pero me sentí un poco mejor después de haberme lavado la cara y haberme enjuagado la boca con agua fresca, y de haber usado el dedo como cepillo.

Me alejé hasta un punto escondido para hacer mis necesidades, y después volví hacia el grupo de centauros, que habían apagado la hoguera junto a la que yo había dormido y estaban agrupados alrededor de la otra. Uno de ellos, de color muy claro, me entregó otro bocadillo de carne y queso.

– Gracias -dije con gratitud, y él me hizo una pequeña y adorable reverencia. Aquellos chicos eran un cielo.

ClanFintan se acercó, y sus centauros hicieron sitio para que pudiera acomodarse a mi lado.

– ¿Cómo os encontráis esta mañana, mi señora? -me preguntó cortésmente.

– Me duele endemoniadamente el trasero.

El centauro de color claro estuvo a punto de atragantarse con el bocadillo, y los demás tuvieron repentinos ataques de tos. Yo les sonreí. Se quedaron aliviados, y me di cuenta de que me miraban con ojos nuevos. Siempre se me olvidaba que Rhiannon debía de ser una bruja.

ClanFintan me miró con los ojos brillantes.

– ¿Hay algo que pueda hacer para ayudaros?

Estaría bien un buen masaje en las nalgas, pero no quería decirlo frente a todo su rebaño.

– No, creo que no. A menos que podáis convertiros en mi cama y vuestras amigas puedan llevarnos al Castillo de MacCallan -dije, y miré inquisitivamente a sus hombres, incluyéndolos en la broma.

Ellos me correspondieron con unas carcajadas, y varios le dieron una palmada en el hombro a ClanFintan, como si quisieran decirle: «Ahí te ha pillado». Él aceptó con buen humor su tomadura de pelo. Sus risas me aceptaban como parte de ellos, y yo comencé a darme cuenta de lo que se había perdido Rhiannon por haber sido tan desagradable.

– Perdonadme, mi señora, pero no puedo tomar la forma de ningún objeto sin vida -dijo él.

– Os perdono, mi señor -respondí yo-. Sólo tenéis que ser suave conmigo durante el viaje.

– Y siempre -dijo él, y estiró el brazo para retirar un rizo rebelde de mi cara. Por encima de su hombro, yo vi que los centauros se miraban de manera cómplice.

Y me alegré mucho de que Rhiannon no hubiera causado un daño irreparable en todo aquello. Deseaba con todas mis fuerzas caerles bien. Y quería que su Sumo Chamán sintiera algo más que simpatía por mí. Aquéllos eran buenos chicos, caballos o lo que fuera, y su amistad era algo que me gustaría ganarme.

– ¿Podéis terminar vuestro desayuno mientras cabalgamos? Tenemos que ponernos en marcha.

– Sí -dije, y vacilé.

– ¿Ocurre algo?

Yo miré a mi yegua.

– Estoy preocupada por Epi.

– Ella estará descansando, cómodamente, hasta que volvamos.

– ¿Y estará a salvo?

– Todos nosotros daríamos nuestra vida por ella, o por vos.

Verdaderamente, lo decía muy serio. Yo no quería que nadie muriera por mi yegua ni por mí, pero su declaración me puso la carne de gallina, e hizo que recordara a John Wayne mientras dirigía a sus marines hacia el peligro.

No supe qué decir. Otra vez. Mis estudiantes estarían entusiasmados ante el hecho de que yo me hubiera quedado sin palabras dos veces en tan corto periodo de tiempo.

Me limité a asentir, y me acerqué a despedirme de Epi. Le di un beso rápido en el hocico y le dije:

– Pórtate bien mientras yo no esté.

Ella me pasó el hocico por el pelo un instante, y después volvió a pacer con satisfacción. Yo me sentí como una madre cuyo hijo de dos años se queda encantado en la guardería sin ella.

– ¿Lady Rhiannon? -la voz de ClanFintan tenía un matiz de impaciencia.

– Ya voy -dije.

Los centauros habían estado muy ocupados mientras yo dormía. Los ocho que venían con nosotros ya lo habían recogido y cargado todo, y estaban listos para partir. Creo que la noche anterior estaba demasiado oscuro como para que me diera cuenta de que cada uno llevaba un par de alforjas grandes en los costados, además de unas espadas típicas escocesas con aspecto de ser muy peligrosas, atadas a la espalda. Era desconcertante. De todos modos, la comida y las mantas habían salido de aquellas alforjas, y yo me pregunté qué otras cosas ricas habría dentro. ClanFintan estaba un poco apartado del resto del grupo, con el torso girado, mientras se ataba mi silla al lomo. Yo terminé mi desayuno de un bocado rápido.

Bueno, lo mejor era tomar al toro por los cuernos. Por decirlo de algún modo.

Al oír que yo me acercaba, él terminó de asegurar la cincha y sacó el estribo.

– ¿Lista?

– Claro.

Él se dispuso a ayudarme a montar, agarrándome firmemente del codo izquierdo.

– A la de tres… Uno… Dos… ¡Tres!

Y me alzó. En realidad, estuvo a punto de tirarme al otro lado. Era mucho más fuerte de lo que yo había pensado, o quizá yo fuera más ligera de lo que él pensaba, porque tuve que agarrarme a sus hombros para no caer.

– Oooof -dije con elegancia.

– Oh, lo siento -respondió él, aunque no parecía que lo sintiera mucho.

– Eh, no os preocupéis. No todos los caballos pueden ser tan fáciles de montar como Epi.

– Quizá os sorprendáis -dijo él, en tono burlón.

Yo me ocupé metiendo los pies por los estribos y fingí que no lo había oído. Me pareció oír que se reía suavemente.

– Entonces, ¿tengo que espolearos o chasquear con la lengua, o hacer algo para que os pongáis en marcha?

– Sólo debéis agarraros con fuerza a mí, y yo me ocuparé de lo demás.

Me despedí de Epi agitando la mano mientras él empezaba a caminar. Los demás centauros nos siguieron. Para hacer las maniobras de subida por la ribera hacia el camino, busqué unas riendas inexistentes. Aquello me recordó el primer dilema de montar a caballo sobre mi marido.

– Eh… ¿y a qué debo agarrarme, exactamente?

Él sonrió por encima de su hombro, mirando hacia atrás. Se lo estaba pasando muy bien con todo aquello.

– Poned las manos sobre mis hombros, o agarrad mi cintura. Lo que os resulte más cómodo.

Yo le tiré de la coleta.

– ¿Y qué os parece si me agarro de aquí?

Oí risitas ahogadas de los centauros que estaban más cerca de nosotros.

– Preferiría que no lo hicierais.

– No hay problema -respondí.

Una vez que subimos al camino, él comenzó un trote rápido. Yo apoyé las manos en sus hombros, disfrutando de la sensación que me producía el tocar sus músculos fuertes. Su paso era suave, confortable para el jinete, y yo me relajé y me deleité con la velocidad a la que recorríamos el bosque.

Me incliné hacia delante y le hablé al oído.

– ¿Cuánto tiempo podéis aguantar este ritmo?

– Un buen rato.

Me incliné un poco más hacia su oído, y apoyé contra su espalda las puntas de mis pechos. Para eso era mi marido.

– Esto habría agotado a Epi en menos de una hora.

Me encantó ver que a él se le ponía el vello de los brazos de punta cuando mi respiración le acarició el oído. O quizá fuera porque le estaba haciendo cosquillas en la espalda. Vaya, era muy sensible.

– Los centauros tenemos más resistencia que un caballo… o que un hombre.

Su voz se había hecho más grave, y yo noté una ráfaga de placer, como una corriente eléctrica, por la espalda.

– Me alegro de saberlo -le susurré al oído, y le apreté los hombros.

Decididamente, Rhiannon era tonta.

Capítulo 9

No tomamos el pequeño sendero que yo había estado siguiendo. En vez de eso, ClanFintan se alejó del río y atravesó los árboles hasta que llegamos a una carretera bien trazada. Al poco tiempo nos encontramos con una bifurcación, y tomamos el ramal del noroeste, que nos alejaba más del río. Aquélla debía de ser una ruta más rápida; por increíble que pudiera parecer, los centauros aprovecharon las buenas condiciones del camino y aceleraron la velocidad. ClanFintan y sus compañeros no se cansaban a medida que, con su galope, devoraban la distancia que nos separaba del castillo. El hecho de haber tenido que buscarme debía de haberlos retrasado.

Había bastante tráfico en aquella carretera, pero todos se dirigían hacia el lugar del que nosotros proveníamos. Los grupos de viajeros eran sobre todo familias grandes; las mujeres iban en carretas y los hombres caminaban o montaban a caballo a su lado, normalmente, acompañados por algunos animales de granja. Me di cuenta de que era gente próspera y bien arreglada, no como yo me hubiera imaginado que eran los campesinos. No estaban esmirriados, ni tenían los dientes podridos, ni su pelo estaba sucio y lleno de parásitos. Eran gente muy atractiva, casi tan guapos como magníficos eran sus caballos.

Sin poder evitarlo, me sentí un poco pagada de mí misma al recordar que mi Epi sobresalía incluso entre aquellos maravillosos caballos. En realidad, también ClanFintan sobresalía, pero él no entraba estrictamente en la categoría de «caballo», así que no podía sentir engreimiento por eso.

Me había preguntado, antes de que nos cruzáramos con alguien, si me reconocerían. Pronto tuve la respuesta. La primera familia con la que nos cruzamos comenzó a saludar amablemente a los centauros, pero se detuvieron en cuanto me vieron a mí. La cortesía de su saludo se transformó en euforia.

– ¡Es Epona!

La madre, que iba conduciendo una carreta llena de niños adorables y bolsas de provisiones, me vio la primera. Sus hijos comenzaron a saludar con entusiasmo.

– ¡Epona!

– ¡Bendita seáis, lady Rhiannon!

Yo sonreí y les devolví los saludos agitando la mano con suavidad, sintiéndome tan tonta como Miss América de gira. Supongo que los fieles de Rhiannon no estaban al corriente de lo bruja que era. Mejor para mí. Y las cosas fueron parecidas durante toda la mañana. Los centauros siguieron galopando a un ritmo asombroso, y no dejaron de pasar viajeros en dirección al Templo de Epona.

El paisaje era precioso, verde, fértil y próspero. Había viñedos, cereales y granjas. Las praderas estaban salpicadas de flores y había pequeños riachuelos que regaban los campos. En resumen, era una tierra de la que cualquiera estaría orgulloso.

A media mañana vi un precioso arbusto cerca de otro riachuelo que atravesaba nuestro camino.

– ¿Podríamos hacer una paradita para recargar energías y… bueno, para ocuparnos de las cosas necesarias de la naturaleza? -le pregunté a ClanFintan, inclinándome de nuevo hacia su cuerpo.

Él tenía los brazos cubiertos por una fina capa de sudor, pero su respiración era normal. Estaba en muy buena forma.

– Oh, por supuesto. Debería haberme dado cuenta antes.

Poco a poco disminuyó la marcha, y fue acercándose a la corriente. Se volvió hacia sus centauros:

– Vamos a hacer una… paradita -les dijo, sonriéndome.

Nos detuvimos en la orilla. ClanFintan giró la cintura y me pasó el brazo por la cintura, levantándome con facilidad de la montura. Cuando mis pies tocaron el suelo, me sentí humillada, porque noté que no me obedecían y tuve que aferrarme al brazo de ClanFintan. Él entendió rápidamente lo que me ocurría, y me agarró con firmeza.

– Lo siento. Creo que se me han dormido los pies -dije.

– No tenéis por qué disculparos. No os habéis quejado, así que yo seguí con la marcha -respondió él con preocupación-. Debería haber prestado más atención a vuestras necesidades. Vamos, sentaos en este tronco.

Él me alzó y me sentó sobre un árbol caído, y después me quitó las botas con facilidad. Después, comenzando por el pie derecho, empezó a masajearme y frotarme desde la planta hasta la pantorrilla, y después hacia los dedos.

Se me escapó un gemido.

– ¿Demasiado fuerte? -preguntó, mirándome.

– Shh, no hables -sí, era de hora de tutearlo y dejar de fingir los modales de aquella bruja-. Mi pierna está teniendo una experiencia profunda y llena de significado con tus manos. No los interrumpamos.

Él se echó a reír.

– ¿Notáis algo en el pie?

– Estoy notando un montón de cosas. ¿A qué te refieres?

Él sonrió y cambió a la otra pierna.

– Mmm. Se te da muy bien -le dije-. Gracias.

Una vez que hube mostrado mi agradecimiento por sus cuidados, comencé a pensar en la recompensa, cuando él me dio una palmada firme en la pantorrilla, lo que me sacó bruscamente de mi sueño clasificado X.

– Creo que ahora podréis andar -dijo.

Me bajó del tronco del árbol y me colocó junto a él. Tenía razón; mis pies estaban mucho mejor. Sin embargo, durante un instante pensé en fingir lo contrario.

– Sí, ya puedo andar -le dije-. Sin embargo, antes de ponerme las botas de nuevo, ¿tenemos tiempo para que me moje los pies en el río?

– Unos instantes, lady Rhiannon. Quiero que tengamos a la vista el Castillo de MacCallan hoy, antes del atardecer.

– ¿Vamos a llegar pronto? -pregunté, y al recordar lo que íbamos a encontrar allí, se me formó un nudo en el estómago.

– Podéis quedaros aquí, y dejar que yo me ocupe de lo que haya que hacer en el castillo -me dijo él con gentileza.

– Gracias, pero no. Se trata de mi padre. Es mi responsabilidad, y tengo que ver por mí misma lo que le ocurrió.

– Lo entiendo, y estaré con vos.

Estiró el brazo lentamente, casi con reticencia, y me tomó de la mano.

– Me alegro de que estés conmigo. Pero ahora necesito un poco de intimidad para… bueno, ya sabes.

Él sonrió y me apretó la mano antes de soltármela.

– Estaré cerca por si me necesitáis.

– Estoy segura de que moriría antes… -murmuré mientras me alejaba hacia unos arbustos cercanos, con cuidado de no pincharme los pies descalzos.

Cuando terminé, me uní a los chicos junto a la orilla y me agaché para tomar unos sorbos de agua clara y helada, y me lavé la cara. Uno de los centauros, un joven muy atractivo de pelaje caoba, se acercó a mí y, con una sonrisa tímida, me entregó algo que parecía un pedazo de cecina.

– Gracias -le dije con una sonrisa enorme, agradeciendo que no fueran herbívoros.

– De nada, mi señora -respondió, y se ruborizó dulcemente antes de irse de nuevo hacia sus compañeros, que ya estaban formando y preparándose para la marcha.

Yo me metí un extremo de la cecina entre los dientes y me puse las botas, y después me acerqué a ClanFintan. Él también estaba comiendo un poco de cecina, mientras se aseguraba de que la silla estuviera bien segura en su espalda.

– Bueno, estoy lista -dije.

Alcé los brazos, y él me subió a la silla en un abrir y cerrar de ojos. Pronto estuvimos al galope.

El resto del día siguió el mismo patrón. Viajábamos hasta que yo no sentía los pies, o hasta que tenía que orinar nuevamente. Entonces, se lo decía a ClanFintan, y hacíamos un pequeño descanso.

Aparte de una pequeña capa de sudor en la piel, los centauros no mostraban síntomas de cansancio. Yo me avergonzaba de mi agotamiento, así que reprimía las ganas de lloriquear.

Cuando me di cuenta de que hacía tiempo que no veía a más viajeros por la carretera, también noté que el sol estaba empezando a bajar hacia el horizonte. Respiré profundamente y percibí el olor a sal y a agua en el aire fresco. A nuestra derecha, vi que los viñedos habían dejado paso al bosque, y supe que nos estábamos acercando al castillo por el este.

– Ya casi hemos llegado.

Mi voz sonó mucho más calmada de lo que yo me sentía.

– Sí -respondió él, y aminoró el paso a un trote suave-. Vos dijisteis que las criaturas llegaron por la parte noreste del bosque, ¿no es así?

– Sí -susurré al recordar todo lo que había visto en mi sueño.

– Entonces, lo rodearemos y entraremos desde el suroeste. Si todavía están en el castillo, quizá los deslumbre el sol de poniente, y eso oculte nuestra llegada.

ClanFintan les indicó a sus centauros que lo siguieran por el camino, y nos encaminamos hacia el sol. El olor a sal se intensificó, y pronto oímos el sonido del mar chocando contra la costa rocosa. Los robles y arces silenciosos fueron seguidos de pinos susurrantes, y me sorprendió percibir el olor a Navidad mezclado con la sal, y con algo más… algo que no conseguía identificar. Una fragancia extraña, pegajosa. Y, cuando los árboles dieron paso a las rocas, nos detuvimos. La costa se expandía ante nosotros hasta donde alcanzaba la vista, y al norte, el castillo aparecía erguido como un guardián pétreo, peligrosamente cerca del acantilado.

El sol iluminaba la fachada oeste del castillo, y convertía la piedra gris en plata resplandeciente. Se me cortó la respiración y tuve un súbito arrebato de emoción. Si hubiera nacido en aquel mundo, me habría criado en aquel castillo asombroso. Parpadeé y me dije que era el viento lo que me había llenado los ojos de lágrimas.

– Mi señor, mirad allí, en el terreno que rodea la entrada oeste -dijo uno de los centauros, en un tono adusto. Yo entorné los ojos y seguí la dirección que indicaba con el dedo. Había montones de escombros esparcidos en el exterior de la muralla, como si fueran sacos de grano o balas de heno o…

– Oh, Dios mío. Son cadáveres -dije con la voz temblorosa, y entendí qué era aquel olor indescriptible.

– Dougal, ve a ver si hay algún movimiento.

El centauro de pelaje blanco asintió y desapareció en el bosque.

– Connor, ve con él.

El centauro de color rojizo siguió a su compañero hacia el bosque, y desapareció también.

Después, ClanFintan se giró hacia mí.

– Lady Rhiannon, vos habéis dicho que esa noche percibisteis la presencia del mal antes de ver a las criaturas. ¿Sentís ahora lo mismo?

Yo miré fijamente hacia el castillo e intenté calmarme.

– No, no siento nada como lo de aquella noche.

– ¿Estáis segura, mi señora?

Cerré los ojos y me concentré. Después de unos instantes, respondí:

– Sí, estoy segura. Esa sensación es inconfundible, y ahora no la tengo.

Yo tenía las manos sobre sus hombros, y él me las apretó suavemente.

– Bien -dijo. Después se volvió hacia Dougal y Connor, que acababan de volver junto a nosotros-. Informad.

– Salvo por la presencia de los pájaros carroñeros, no hay movimiento. Y no hemos detectado tampoco olor a fuego -dijo Dougal.

– Lady Rhiannon no siente la presencia de las criaturas. Creo que podemos entrar en el castillo con seguridad -dijo ClanFintan, y se giró de nuevo hacia mí-: Señora, no tenéis por qué entrar al castillo. Si esperáis aquí, os traeré noticias de vuestro padre. Podéis confiar en que le rendiré todos los honores que se merece.

– Confío en ti, pero… tengo que hacer esto -dije yo. Tenía la boca completamente seca-. No será real hasta que lo vea por mí misma.

Él asintió lentamente, y sentí que suspiraba.

– Muy bien, adelante. Centauros, manteneos cerca. Permaneced alerta.

ClanFintan comenzó a trotar hacia el castillo con cuatro centauros a cada flanco. Yo me aferré con fuerza a sus hombros y me dije una y otra vez que podía hacerlo.

A medida que nos acercábamos al castillo, el viento comenzó a traernos más y más de aquel olor pegajoso. Al principio era algo ligeramente ácido, pero después se convirtió en un hedor insoportable, y yo tuve náuseas. De repente, la boca se me llenó de bilis.

– Intentad respirar por la boca. Eso ayuda -me dijo ClanFintan comprensivamente. Me pregunté por qué sabía tanto del olor de la muerte-. ¿Dónde estaba vuestro padre por última vez que lo visteis?

– A los pies de las escaleras que conducen a las barracas.

Se detuvo, y los centauros se detuvieron con nosotros.

– Lady Rhiannon, dejad que yo mire los cuerpos. Reconoceré a vuestro padre y os avisaré en cuanto lo encuentre. Sólo tenéis que aguantar. Cerrad los ojos, si es necesario.

– Estoy bien. Vamos a terminar con esto -dije, y aunque intentaba ser valiente, mi voz surgió temblorosa, débil.

Comenzamos a avanzar de nuevo. Pronto llegamos a los primeros cadáveres. A medida que nos acercábamos, unos cuantos pájaros negros echaron a volar, y yo aparté la vista de lo que llevaban en el pico. Los cuerpos estaban amontonados, varios en una zona, y otros a unos cuantos metros de nosotros. Entre tanto horror, había un pequeño consuelo en el hecho de que no estuvieran solos.

Observé a los centauros que caminaban a nuestro lado. Tenían una expresión indescifrable. Inspeccionaban a cada uno de los hombres meticulosamente, para asegurarse de que no había ninguno con vida. Recorrimos lentamente el perímetro sur de la muralla y llegamos a la entrada principal del castillo. Las enormes puertas de hierro estaban abiertas de par en par, y en la entrada se acumulaban cadáveres silenciosos y pájaros carroñeros.

– A las barracas -dijo ClanFintan, y su voz impasible resonó inquietantemente contra las murallas muertas mientras atravesábamos el portón, y después pasábamos bajo la entrada en forma de arco de la muralla interior, que conducía a un enorme patio de armas.

Aquello era como la pintura de una pesadilla de El Bosco. Los hombres yacían en charcos oscuros, secos, y sus cuerpos estaban retorcidos y petrificados en ángulos grotescos. Sin decir nada, ClanFintan giró hacia la izquierda, y los otros centauros nos siguieron lentamente, completando su tarea de comprobación de cada cuerpo. Entramos a un corredor en cuya pared se abrían varias puertas y ventanas alargadas. Los cascos de los caballos resonaron en las losas de piedra del suelo. Eso, y los graznidos de los pájaros carroñeros, eran los únicos sonidos que yo oía por encima de los latidos de mi corazón.

ClanFintan siguió caminando hasta que llegamos a una habitación que albergaba varias mesas de madera, y en la que había más cadáveres. Llegamos a un patio interior, mucho más pequeño que el primero, y que tenía varias entradas. Una de ellas era un tramo de escaleras de piedra muy empinado que llevaba a una sala grande, de techo bajo, comunicada con el tejado del castillo. Las barracas de las que habían salido los hombres al resto del castillo durante aquella infausta noche.

Aunque yo no lo hubiera reconocido después de mi visita de medianoche, los cuerpos a medio vestir que había por las escaleras y por el patio me habrían indicado dónde me encontraba. Y, en la esquina más lejana, a los pies de la escalera, había un único cuerpo. Aquel hombre no había muerto junto a un camarada que le guardara la espalda. Yacía sólo en un lecho de sangre propia, y a su alrededor no había nadie.

– Está allí -dije, y señalé su cuerpo.

ClanFintan asintió y caminó en aquella dirección.

Era mi padre. Yacía boca arriba, con el torso retorcido hacia el suelo. Tenía el brazo izquierdo bajo el cuerpo. Su brazo derecho estaba destrozado, y el hueso de la muñeca sobresalía entre la carne y la piel rasgada. Sin embargo, todavía sujetaba la espada con la mano. Su kilt estaba manchado de sangre reseca, ennegrecido, y hecho jirones. No podía ocultar los profundos cortes que había en su pecho y su espalda. Aparté los ojos de sus heridas y me concentré en su rostro apoyado en la tierra. Tenía los ojos cerrados y hundidos, y la piel gris y pálida de la muerte. Sin embargo, en sus labios no había un gesto crispado ni torturado. En vez de eso, en su rostro ensombrecido había paz, descanso, como si hubiera terminado un trabajo arduo y se hubiera echado a dormir merecidamente.

– ¿Por qué murió aquí solo? -me preguntó ClanFintan, con una tristeza igual a la mía.

– No estaba solo. Los hombres lucharon a su alrededor, pero él siguió resistiendo después de que todos los demás murieran. Mató a muchas criaturas, por eso está aquí solo y a su alrededor no hay nada salvo sangre. Es sangre de los monstruos. Ellos deben de haberse llevado a sus muertos.

– ¿Puedo sacaros ya de aquí?

– Sí -dije. Y, de repente, supe lo que había que hacer-. Quemadlos.

ClanFintan me miró por encima de su hombro.

– Construid una pira gigante en el patio y quemadlos a todos. Limpiad este lugar con fuego.

Sonreí tristemente, miré al hombre, al reflejo de mi padre, y susurré:

– Liberadlos.

– Haremos lo que deseéis, lady Rhiannon.

ClanFintan hizo una reverencia respetuosa hacia el cuerpo inmóvil de mi padre. Después se dio la vuelta y se dirigió rápidamente hacia la parte delantera del castillo. Yo seguí mirando a El MacCallan. Apenas oí las órdenes que ClanFintan les daba a los centauros. Estaba observando por última vez a aquellos hombres muertos, intentando recordar su valentía…

Entonces, me di cuenta de algo, y sentí que me faltaba el aliento. ClanFintan se volvió hacia mí rápidamente, pensando que me iba a caer. Yo me aferré a su brazo y lo miré con fijeza.

– ¡Las mujeres! ¿Dónde están los cadáveres de las mujeres?

Él se quedó paralizado.

– ¡Dougal!

El centauro apareció al instante, con la cara pálida y los ojos ensombrecidos.

– ¿Habéis encontrado los cadáveres de las mujeres?

Dougal se quedó desconcertado, pero respondió al darse cuenta de lo que implicaba la respuesta.

– No. No he visto a ninguna mujer ni a ninguna niña. Sólo hombres y niños.

– Avisa a los demás. Buscadlas. Yo voy a sacar de aquí a lady Rhiannon. Venid a informarme al lugar donde comienza el pinar.

Dougal se dio la vuelta y comenzó a llamar a los demás centauros.

– Agarraos fuerte a mí.

Apoyé la cara en su hombro y respiré profundamente para que su olor cálido y embriagador bloqueara el olor asfixiante de la muerte. Cerré los ojos y sentí como sus músculos se contraían y se relajaban, se contraían y se relajaban. El viento pasaba silbando a nuestro alrededor y yo noté que a cada zancada nos alejábamos más y más de la muerte. Cuando alcanzamos los límites del bosque, ClanFintan se detuvo suavemente y puso sus brazos sobre los míos. Ninguno de los dos habló.

Finalmente, conseguí relajarme, y él apartó los brazos. Se giró y me levantó de su lomo con delicadeza. En aquella ocasión no me soltó cuando mis pies tocaron el suelo, lo cual estuvo muy bien, porque yo no podía prescindir del consuelo de su abrazo. Apoyé la mejilla en su pecho y dejé que su calor me protegiera. Me di cuenta de que estaba temblando y de que me castañeteaban los dientes, y me pregunté de repente si alguna vez volvería a sentir calor.

– Habéis sido valiente. El MacCallan se habría sentido orgulloso de vos.

– Estaba muy asustada. Casi me desmayo.

– Pero no os habéis desmayado.

– No, pero juro que he estado a punto de caerme al suelo.

– Yo os habría sujetado.

– Gracias.

Lo abracé por la cintura y sentí como él se apoyaba lentamente en mí, hasta que sus labios se posaron, sólo durante un momento, en mi cabeza.

Yo incliné la cara hacia atrás y lo miré a los ojos. No sabía qué pensar de aquel hombre caballo con quien debía permanecer casada durante un año. Era obvio que me interesaba. Después de todo, no había conocido nunca a nadie como él. Admitamos que no hay muchos centauros corriendo por Oklahoma, al menos por Tulsa. Una no podía saber lo que pasaba en el interior del Estado. No obstante, tenía que reconocer una cosa, y era que me sentía mejor cuando estaba en contacto con él. Eso era algo que nunca me había sucedido con ningún hombre.

Sin pararme a pensar en las consecuencias, ni en mis motivaciones, alcé una mano y la apoyé en la pechera de su peto. Entonces enganché los dedos en el borde y tiré hacia abajo una sola vez. Él no era tonto y no necesitó más ánimos. Me sorprendí al notar sus labios en los míos. Eran más cálidos que los labios de un hombre. Y demonios, era grande. Cuando me abrazó, lo olvidé todo por un momento, salvo su contacto y sus labios, y el calor de su boca cuando su lengua encontró la mía.

Y entonces el sonido de los cascos de los centauros que se aproximaban rápidamente interrumpió nuestro trance. ClanFintan me soltó, creo que de mala gana, mientras nos volvíamos para escuchar el informe de Dougal.

– No hemos encontrado los restos de ninguna mujer, mi señor, pero hemos encontrado huellas que se dirigían hacia el bosque por el noroeste. Entre las huellas de las criaturas había unas huellas más pequeñas, como las de las sandalias que llevan las…

Entonces, se le quebró la voz.

– Las mujeres y las niñas -dijo ClanFintan.

– Sí, mi señor. No se han tomado el trabajo de borrar su rastro. Es como si quisieran que supiéramos lo que han hecho y en qué lugar podemos encontrarlos.

– Han dejado de esconderse.

ClanFintan habló con tanta seguridad que yo lo miré sorprendida.

– ¿Cómo lo sabes?

Él se disculpó con una sonrisa.

– Te lo explicaré más tarde.

Se volvió hacia Dougal y continuó:

– Quédate aquí con lady Rhiannon mientras nosotros volvemos al castillo para terminar lo que hay que hacer.

Yo iba a protestar, pero él me puso en un dedo sobre los labios para acallar mis protestas.

– Avanzaremos más rápidamente si esperas aquí. No quiero estar en el castillo después del anochecer.

Yo tuve que darle la razón en aquello.

– Cuida de ella -le ordenó a Dougal. Después me dio un beso rápido en el dorso de la mano y se marchó hacia el castillo. Yo no envidiaba la tarea que lo estaba esperando.

– Mi señora -dijo Dougal con timidez-, ¿puedo ofreceros un poco de vino? -me preguntó, y me ofreció un odre que llevaba colgado de la espalda.

– Sí, gracias.

Un buen sorbo y volví a mirar hacia el castillo. Veía cómo los centauros arrastraban los cuerpos hacia el interior de las murallas. Habían interrumpido la comida de los pájaros, que ahora volaban sobre el castillo en círculos, emitiendo graznidos de protesta. Aparté la mirada de aquella escena truculenta y fijé los ojos en el mar salpicado de espuma blanca. Cerca del borde del acantilado había unas rocas escarpadas, y yo tuve el deseo repentino de subir a ellas y dejar que la brisa salada se llevara el olor a muerte de mi ropa.

Sólo había dado un par de pasos cuando me di cuenta de que Dougal me seguía. Le hablé sin darme la vuelta.

– Sólo voy a sentarme en una de aquellas rocas.

Lo miré, y por su expresión, me pareció que dudaba de mis intenciones.

– Te prometo que no me voy a tirar al mar. Me quedaré donde puedas verme.

Las rocas eran mucho más lisas de lo que parecían desde la distancia y me costó encontrar salientes a los que agarrarme. Conseguí subir a uno de los peñascos más pequeños. Frente al mar me solté el pelo y agité la cabeza. Después cerré los ojos. La brisa del océano sacudió mi cabello y me lo levantó de los hombros. Me pasé los dedos entre los mechones intentando deshacerme de aquel olor. Tomé otro trago de vino y recé a Dios, o a Epona, o a quien fuera, en agradecimiento por haber llenado el mundo de uvas.

Abrí los ojos lentamente, y tuve que entornarlos contra la brisa insistente. La costa que había a los pies del acantilado era salvaje y peligrosa. Las olas rompían violentamente contra las rocas afiladas. No había playa. El sol había comenzado a descender por el cielo y, mientras yo lo miraba besó la superficie del agua, volviéndola violeta y rosa. La suave belleza de la puesta del sol fue algo inesperado, y contuve el aliento de placer.

Cerré los ojos de nuevo y me concentré en las cosas buenas de la vida, como los atardeceres. Se me pasó una imagen por delante de los ojos cerrados. Mi padre y yo estábamos sentados en las viejas sillas de hierro forjado del patio, con los pies apoyados sobre una piedra caliza plana que hacía las veces de taburete, porque era demasiado grande como para moverla. Era domingo por la noche, el domingo de la última semana antes del final del curso escolar, y hacía mucho calor para ser mayo. La brisa nos llevaba la fragancia dulce de los arbustos mariposa que papá había plantado alrededor del patio, dos años antes. Le dije que los míos no crecían tan bien como los suyos, y él me explicó que si los suyos prosperaban mejor era porque yo no les ponía suficiente estiércol de caballo.

Lo cual me hizo reír entonces, igual que me hizo reír en aquel momento. En el fondo de mi corazón sabía que él todavía estaba vivo.

En otro mundo, él todavía estaba vivo.

Noté frío en las mejillas, y me di cuenta de que las tenía llenas de lágrimas. Abrí los ojos y miré de nuevo hacia castillo.

El atardecer, que antes había coloreado el océano de una manera tan bella, se volvió oscuro y anunció el final de la tarde. Los reflejos rojos y naranjas tiñeron los muros superiores del castillo, y a través de las lágrimas, me pareció que el edificio adoptaba el aspecto de una bestia encorvada, todavía enrojecida por la matanza. Agité la cabeza y me sequé los ojos. Aquel mundo había pasado a ser mi realidad, pero la imagen malévola que había ante mí no tenía por qué definir mi nueva vida. Le di la espalda al castillo y me concentré en el mar y en el atardecer, respirando bocanadas profundas y purificadoras de aire nocturno.

Capítulo 10

El sol casi había desaparecido cuando, por fin, bajé de la roca y me acerqué al centauro, que me estaba esperando con inquietud.

– No pienses nunca que yo pueda hacer algo tan estúpido. No soy una perdedora.

– Por supuesto, mi señora -dijo él. Parecía que se avergonzaba de sí mismo. Verdaderamente era un muchacho, o caballo, o lo que fuera, muy mono.

– De todos modos, gracias por preocuparte.

Le sonreí, y él se ruborizó. Después miré al castillo. En el cielo sólo quedaba un resplandor débil del sol de poniente, y cada vez se veía menos, pero me pareció que todos los cadáveres estaban ya dentro de las murallas del castillo.

– ¿Crees que tardarán mucho más?

ClanFintan tenía razón; yo tampoco quería estar allí después de que oscureciera.

– No, mi señora. Terminarán pronto -Dougal también estaba mirando hacia castillo-. La mayoría de los cadáveres estaban cerca del patio y junto a la puerta principal.

Cuando dejó de hablar, yo me di cuenta de que del castillo surgía una voluta oscura.

– ¿Eso es humo?

– Sí, mi señora. Mirad, ya vuelven.

Yo vi a los centauros, iluminados ahora por las antorchas que portaban, justo fuera de las murallas del castillo. Mientras observaba, ellos lanzaron las antorchas hacia el interior del recinto, y el fuego anaranjado se reflejó en su pelaje. Vi que los siete se alejaban lentamente del castillo, caminando hacia atrás, y que inclinaban las cabezas al unísono para despedirse de los muertos. Después se volvieron como uno solo, y galoparon hacia nosotros.

Sentí un aleteo en el corazón cuando ClanFintan se acercó a mí. Tenía una expresión seria, como el resto de los centauros, pero sus ojos buscaron los míos, y juro que sentí el calor de su mirada mientras él recorría la distancia que nos separaba.

– Rhiannon, marchémonos de este lugar.

Me ofreció el brazo para que me agarrara. Los centauros apenas se detuvieron mientras él me alzaba hacia su lomo. Nos dirigimos hacia el pinar. Volví la cabeza hacia atrás y miré al castillo. El humo ascendía hacia el cielo y las llamas estaban ya devorando la muralla.

– Descansaremos en el establo que hay cerca del riachuelo.

El sonido de su voz hizo que volviera a girar la cabeza y me agarrara a sus hombros, a medida que él aceleraba el paso. Yo recordaba vagamente un establo que habíamos dejado atrás, justo antes de salir de la carretera y adentrarnos en el bosque.

No había oscurecido del todo cuando salimos de entre los árboles y cruzamos una corriente bastante profunda que se adentraba en el bosque, cerca del establo. ClanFintan me depositó suavemente en el suelo y Dougal abrió la puerta. Asomé la cabeza al interior, y distinguí montones de algo que olía como el heno recién cortado, un olor muy agradable. Sin embargo, yo sabía por experiencia que a las serpientes también les gustaba el olor del heno, como a los ratones y a las ratas, así que permanecí fuera del establo mientras Connor encendía una buena hoguera. Observé a los otros centauros mientras montaban el campamento y me di cuenta de que aquella noche estaban mucho más callados. Además…

– ¡ClanFintan!

Él se volvió rápidamente hacia mí, con una expresión de preocupación.

– Faltan dos de tus centauros -dije.

Entonces él sonrió.

– Han ido a cazar nuestra cena. Volverán pronto.

Los demás centauros también sonrieron, lo cual contribuyó a aumentar mi sensación de estupidez. Aunque, por lo menos todavía eran capaces de sonreír.

– Eh… ya lo sabía.

Inhalé profundamente el aire nocturno y percibí un olor decididamente apestoso. Volví a olisquear. Era yo. Olfateé en dirección a ClanFintan. Y él.

– ¡Huelo mal!

ClanFintan me miró con asombro y oí varias carcajadas de los centauros.

– Creo que el río forma un remanso a poca distancia de aquí. Si eres capaz de soportar el frío, podrás asearte allí.

– Asearme no, demonios, necesito un buen baño -respondí, y volví a olisquear en dirección a él-. Y no soy la única.

En aquella ocasión, Dougal se echó a reír sin disimulo.

– No me refiero sólo a él -dije mirando significativamente al centauro, que se ruborizó. Entonces fue ClanFintan quien se echó a reír. Eso terminó de decidirme.

– Toma una manta y ven conmigo -le dije, y eché a caminar con decisión hacia el río. No oí que me siguiera, así que me detuve y lo miré-. No querrás que me vaya sola en mitad de la noche a bañarme al río, ¿verdad?

Él siguió inmóvil, con una expresión confusa e impotente. Como un hombre.

– ¿Acaso no has jurado que me protegerías?

Aparentemente, eso debió de convencerlo, porque tomó una manta de las manos de uno de los centauros y comenzó a caminar detrás de mí. Yo decidí comportarme un poco como Rhiannon y me volví hacia el resto de la manada.

– Sería muy agradable tener una comida caliente esperándome cuando termine el baño -después les guiñé un ojo y sonreí-. Algo me dice que voy a necesitarla.

Me dirigí hacia el río, deleitándome con el sonido de su risa.

– ¿Dónde estaba ese remanso? -le pregunté. Como de costumbre, no tenía ni idea de adónde iba.

– Un poco más abajo. He visto una pequeña presa de castor por allí.

Señaló un montículo de ramas que abarcaba casi toda la corriente.

Y tenía razón. Había un remanso muy agradable al otro lado de la presa. Nos acercamos hasta la orilla del agua y nos detuvimos. Había oscurecido por completo y la luz de las hogueras de los centauros irradiaba un brillo inquietante alrededor del establo. La luz no nos llegaba, en realidad, pero se reflejaba en la superficie del agua y ayudaba a paliar la oscuridad. Yo veía el remanso con claridad.

– Eh… -carraspeé, y me di cuenta de que ClanFintan me estaba mirando-. El agua va a estar muy fría.

– Sí, creo que sí -respondió él en tono de diversión.

– No seas tan listillo. Tú también hueles mal. Y yo tengo que montarte, lo cual significa que tú también vas a bañarte.

– Oh.

Nos quedamos en silencio de nuevo. Dios, aquello era ridículo. Después de todo, aquel centauro era mi marido. Además, ya me había visto lo suficiente como para que no hubiera azoramiento. Lo miré, y me di cuenta de que él también me estaba mirando a mí. De nuevo. Respiré profundamente y me recordé que yo nunca había sido tímida. Entonces, comencé a quitarme las botas. Acto seguido me solté el pelo, me desabroché los pantalones, me los quité y los dejé sobre una roca grande y plana mientras intentaba decidir si me quedaba con el tanga puesto o no. Opté por no hacerlo y me quité el pequeño triángulo de tela. Sin mirar a ClanFintan, intenté deshacer el mundo de las cintas que me sujetaban el peto por la espalda, y entonces oí que él se movía detrás de mí.

– Permíteme que lo haga yo.

Su voz era grave. Tenía aquel tono aterciopelado y sensual que yo deseaba oír. Sus dedos reemplazaron a los míos y sentí su calor único a través del cuero suave. Pronto, los nudos estuvieron deshechos, y yo pude sacarme el peto por la cabeza.

Cuando mis pies tocaron el agua, olvidé cualquier pensamiento de pudor.

– ¡Dios mío! ¡Está congelada!

Oí una risotada.

No me permití vacilar, porque sabía que me rendiría, así que entré en el remanso. El fondo era de guijarros pequeños y suaves, así que no me cortaban los pies. Respiré profundamente y me hundí en el agua hasta los hombros.

Aunque estaba tiritando, descubrí que bajo el agua no se estaba tan mal. Sobre todo, teniendo en cuenta que así ocultaba la vista de mi cuerpo desnudo a los ojos de ClanFintan. Me volví hacia el centauro; su rostro estaba entre las sombras, pero vi el blanco de sus dientes cuando me sonrió.

– Ojalá tuviera jabón. Me vendría bien lavarme el pelo.

Él se acercó a la orilla y se puso a rebuscar en el suelo, cerca de sus cascos. De repente elevó una pata y pisoteó varias veces una piedra negra y plana.

– ¿Te servirá esto? -me preguntó, y señaló el suelo, que estaba cubierto de unos trozos de piedra arenosa y muchas burbujas de jabón.

No me moví. Que yo supiera, en Oklahoma no había ninguna piedra que sirviera de jabón. Estaba desconcertada. Otra vez.

– Sé que no está perfumado ni procesado, pero el jabón de arena funciona muy bien, incluso en su forma natural.

Tonta de mí.

– Eh… por supuesto. Pero voy a congelarme si me pongo en pie. ¿Te importaría traerme un puñado?

ClanFintan se inclinó para tomar un puñado de aquella arena jabonosa.

– Será mejor que te quites el chaleco -dije yo, con una sonrisa burlona-. Te vas a mojar.

No creo que nunca haya visto a un hombre quitarse la camisa o el chaleco tan rápidamente. En un instante, entró en el remanso chapoteando y avanzó por el agua hacia mí, con las manos llenas de burbujas y arena. Cuando llegó a mi lado, me ofreció el jabón, y yo, con agradecimiento, tomé un puñado. Después comencé a enjabonarme los brazos, las axilas, y, bueno, otras partes. Tuve que alzarme un poco en el agua para llegar a aquellas otras partes. Intenté mantenerme de espaldas a él porque se había quedado inmóvil, observándome, frotándose suavemente el pecho con algo de arena. Pecho que era muy musculoso, muy ancho, y en aquel momento estaba muy desnudo. Era una buena cosa que el agua estuviera tan fría; de repente yo había empezado a sentir calor.

Para dejar de pensar en su pecho, me sumergí en el agua por completo y agité la cabeza hasta que tuve el pelo completamente empapado. Saqué la cabeza del agua y tomé un poco más de jabón de arena de aquella jabonera tan atractiva. Mientras me frotaba furiosamente el pelo, disfruté de aquel olor dulce y poco común del jabón de arena. Olía un poco vainilla, quizá a miel, mezclada con algún tipo de nuez.

– Yo lo haré -dijo ClanFintan. De repente, sus manos reemplazaron a las mías, y comenzó a masajearme el cuero cabelludo con sus dedos cálidos y firmes. Su cuerpo estaba a pocos centímetros del mío, y yo notaba su calor a través del agua.

– Es una sensación maravillosa -susurré.

Mi intención era hacerle un cumplido de camarada, pero salió de mi boca en forma de gemido susurrante. Sus dedos resbaladizos bajaron desde mi cabeza hasta mi cuello, deslizándose hasta mis hombros, y después hasta la base de mi cuello y hacia la cabeza nuevamente. Me incliné hacia atrás hasta que sentí que mi espalda rozaba el calor de su pecho. Sus manos se detuvieron sobre mis hombros y yo puse las mías sobre las suyas, y le acaricié los antebrazos enjabonados, deleitándome con la dureza de sus músculos tensos.

En aquella ocasión, ni siquiera intenté que mi gemido fuera de camarada. El frío del agua, combinado con su calor y con el tacto del jabón, hizo que todo se me licuara por dentro. Me volví en sus brazos y me elevé por encima del agua, lo justo para que nuestras caras estuvieran al mismo nivel. Él posó las manos en mi cintura y yo me quité el exceso de jabón del pelo y me recogí la melena sobre la cabeza. Sin apartar mis ojos de los suyos, comencé a frotar el jabón sobre su torso.

– Permíteme que lo haga yo -ronroneé.

Él sonrió al oír que yo repetía sus palabras. Le enjaboné el pecho y extendí la espuma por sus hombros y por sus maravillosos brazos. Después le froté la espalda. Las puntas de mis pechos le rozaron seductoramente la piel, moviéndose al ritmo de mis manos.

Me pareció que su respiración se aceleraba, pero no podía estar del todo segura, porque mi corazón latía con tanta intensidad que amortiguaba todos los demás sonidos, salvo el gemido profundo que escapó de sus labios mientras se inclinaba para besarme. Deslizó las manos desde mi cintura hasta mis nalgas, y mis pechos se aplastaron contra su torso cuando yo le rodeé el cuello con los brazos.

Por supuesto, el pelo tenía que caérseme por la cara en aquel preciso instante, e interponerse directamente entre nuestros ojos y nuestras narices.

Nos separamos escupiendo y quitándonos la espuma de los ojos y de la boca.

– Lo mejor será que me aclare ya.

El tono de voz sexy que yo deseaba para mi voz se estropeó, porque solté unas cuantas pompas arenosas por la boca, hacia su pecho.

– Ooh, lo siento.

Él se echó a reír y empezó a aclararse los ojos con agua para quitarse el jabón y la arena.

Yo me sumergí en el agua, y me aclaré hasta que no quedó rastro de jabón en mi pelo. Volví a agacharme bajo el agua, observando cómo él intentaba quitarse el jabón de los ojos.

De repente me estremecí, y me pregunté cómo era posible que sintiera tanto calor por dentro y tuviera tanto frío por fuera.

– Estás helada -dijo él, y me colocó un mechón de pelo húmedo detrás de la oreja.

– Es cierto. Me parece que deberíamos secarnos.

– Sí.

Ninguno de los dos se movió. Seguimos sonriéndonos el uno al otro como si tuviéramos el cerebro igual de congelado que los pies. Me levanté un poco, de modo que el agua sólo me llegaba por debajo de las costillas, y caminé lentamente hacia él, disfrutando de la manera en que sus ojos viajaban por mi cuerpo húmedo. Sabía que la luz distante se reflejaba suavemente sobre mis curvas, y que favorecía a mi cuerpo voluptuoso. Sus ojos oscuros me decían que estaba recreándose en lo que veía, y yo envié una plegaria silenciosa al cielo por ello.

Me puse de puntillas y lo besé ligeramente, y susurré contra sus labios:

– Será mejor que te aclares bien, porque ese jabón va a picarte mucho en el pelaje si se seca.

Después me di la vuelta y me dirigí hacia el lugar en el que habíamos dejado la ropa y la manta. Por detrás de mí oí chapoteos y gruñidos. Era como si un hombre caballo muy grande estuviera intentando librarse de todo el jabón.

Yo me envolví en la manta y comencé a secarme. Ahora tenía mucho frío y me temblaban las manos. ClanFintan salió del agua ruidosamente y se reunió conmigo en la orilla. Al verme temblando, comenzó a secarme con energía. Después fue entregándome la ropa, prenda por prenda. Ya vestida, comencé a secarlo yo a él, y cuando terminé, ya no tenía tanto frío. Doblamos la manta y yo la coloqué sobre su lomo. Después lo tomé de la mano.

Olisqueé el aire.

– ¿Ahora olemos mejor? -me preguntó él con una sonrisa.

– Si -respondí yo, y arrugué la nariz-. Además, creo que estoy oliendo comida. Algo muy rico.

Él movió las aletas de la nariz.

– Faisán -dijo, y dio un paso hacia adelante.

En vez de moverme con él, le tiré de la mano para que no siguiera avanzando. Me miró con desconcierto.

– Creía que tenías hambre.

– Sí, pero… Bueno, quisiera preguntarte una cosa.

– ¿De qué se trata?

Su tono fue amistoso y de curiosidad al mismo tiempo.

– Es… eh… sobre eso del cambio de forma.

Quería mirarlo a los ojos, pero seguí mirando hacia el vacío, como un niño que estuviera preguntando sobre los pájaros y las abejas.

– Puedes preguntarme cualquier cosa que desees.

– ¿De verdad puedes hacerlo?

– Por supuesto que puedo -respondió él. Yo estaba mirando a su pecho, pero percibí la sonrisa de su voz.

– ¿Esta noche?

Por fin se quedó callado durante un instante. Después me acarició la barbilla. Suavemente, hizo que yo elevara la cara y lo mirara a los ojos.

– Nada me gustaría más, pero esta noche no puedo cambiar de forma.

– ¿Por qué no?

Él me pasó el pulgar por los labios.

– El cambio de forma requiere una gran cantidad de energía. Sólo puedo mantener otra forma durante un tiempo limitado, y cuando recupero mi forma verdadera me encuentro en un estado muy débil -esbozó una sonrisa agridulce y añadió-: Por mucho que lo desee, no podemos permitirnos esa debilidad mañana.

– Oh. Lo entiendo.

Demostré mi decepción, y obtuve la recompensa de que su mano se deslizara en una caricia por mi cuello. Me estremecí, y en aquella ocasión no fue debido al frío.

– Lo siento -dijo ClanFintan.

Me tomó de la mano, y como había hecho en el día de nuestra boda, volvió la palma hacia arriba y tomó la parte carnosa, con delicadeza, entre los dientes.

Sentí una descarga eléctrica desde sus dientes directamente a mi entrepierna.

– Ten cuidado -le dije en un ronroneo-. Puede que yo te devuelva el mordisco.

– Cuento con ello.

Su mordisco se convirtió en un beso, y yo me deleité al sentir su respiración caliente contra la piel.

Volvimos caminando al campamento, tomados de la mano. Yo estaba más limpia, pero también tenía más frío. Al menos algunas partes de mí estaban más frías. Admiré su perfil fuerte, y me gustó que él aminorara su paso para igualarlo al mío.

Los chicos habían estado muy ocupados mientras nosotros nos bañábamos. Habían encendido dos grandes hogueras a pocos metros de la entrada del establo, y sobre ambas habían puesto a asar animales parecidos a un pollo, cuya carne ya estaba chisporroteando. Vi más pan y queso, y comenzó a hacérseme la boca agua. Le di las gracias a Dougal con una enorme sonrisa cuando él me entregó el odre y un pedazo de pan. Yo me senté junto al fuego entre mordiscos al pan y tragos de vino.

ClanFintan se movía entre las dos hogueras, hablando con sus hombres y haciendo cosas de hombre, como por ejemplo, sacarle brillo a la hoja de su espada, que ya estaba impecable. Yo notaba su mirada fija en mí de vez en cuando, y cuando lo miraba a los ojos, sentía la atracción que había entre nosotros de una manera muy agradable, pero también desconcertante.

Tuve la sensación de que había pasado muy poco tiempo cuando los centauros comenzaron a dividir las aves cocinadas. La carne estaba tan caliente que tuve que soplar el muslo que me habían servido. Estaba deliciosa, y no dudé en aceptar una segunda pieza cuando me la ofrecieron.

Después de cenar, nos sentamos alrededor de las hogueras, haciendo la digestión y charlando. ClanFintan permaneció cerca de mí. Dougal y Connor compartieron nuestra hoguera. Los otros tres centauros se acomodaron alrededor de la otra. Dougal explicó, antes de que yo pudiera preocuparme, que en aquella ocasión los dos centauros desaparecidos estaban haciendo su turno de vigilancia alrededor del perímetro del campamento.

De haberlo pensado con detenimiento, quizá me hubiera parecido extraño que una criatura que era medio hombre y medio caballo pudiera sentarse y conversar después de la cena. Sin embargo, supongo que no podía decir que estuvieran realmente sentados; su parte equina estaba reclinada con las patas bajo el cuerpo, lo cual le confería a sus torsos humanos la apariencia de estar, bueno, sentados. Parecía extraño, pero yo estaba empezando a entender que los centauros lo hacían todo con una elegancia sobrenatural. Lo cual tenía sentido, porque aquello era otro mundo.

De todos modos, nos estábamos relajando, y yo estaba empezando a sentirme caliente y seca, y quizá un poco somnolienta. Dougal comenzó a tararear una melodía que se parecía mucho a una de mis canciones favoritas de Enya, pero no podía identificarla. Era vagamente celta. De repente, dejó de tararear, y sonrió mirándome con expectación.

– Estaba pensando que es una lástima que nuestro bardo no esté aquí, cuando me he acordado de que tenemos a alguien incluso mejor -dijo. Había elevado la voz, y los demás centauros nos estaban mirando-. ¡Estamos bendecidos por la presencia de la Amada de Epona! ¡La mejor narradora de historias de Partholon!

Mientras yo palidecía, todos los centauros sonrieron y me animaron. Yo miré a ClanFintan para que me rescatara, pero él tenía una sonrisa de orgullo en los labios y también me estaba animando.

Sé que es poco corriente, pero me había quedado sin saber qué decir.

El júbilo se extinguió lentamente, y Dougal me miró como si yo acabara decirle que no podía tomar postre.

– Perdonad, mi señora. Quizá no estéis de humor para contar historias después de todo lo que ha pasado en el día de hoy.

Me miró con aquellos ojos castaños y enormes llenos de lástima. Como un cachorrillo desilusionado.

Demonios.

– No, yo… eh… sólo necesito un momento para, eh, pensar en qué historia quiero contar.

Oh, Dios santo. ¿Qué historia, qué historia, qué historia, qué historia?

Mi pequeño cerebro de profesora comenzó a revisar sus archivos mentales, y ¡tachán! La asignatura de inglés del segundo curso de la universidad vino a mi rescate.

Sonreí a Dougal y él, prácticamente, se retorció de placer. Realmente era muy mono.

Durante años yo había tratado de imbuir a mis estudiantes de dieciséis años de la belleza de la balada poética, estoy segura de que sin éxito. Sin embargo, mis esfuerzos por ilustrar a las masas habían tenido un efecto secundario: era capaz de recitar El salteador de caminos y La dama de Shalott de memoria. Me gustan ambas, pero tengo debilidad por El salteador de caminos, sobre todo en la versión que Loreena McKennitt adaptó musicalmente. Loreena le había transmitido a la balada de Alfred Noyes toda la magia irlandesa. Muy trágica, muy céltica. Y más fácil de recitar que la balada original.

Repasé mentalmente las estrofas, sustituyendo algunas palabras, como por ejemplo, «mosquete» por «espada», «gatillo» por «hoja de la espada», etcétera. No había visto armas de fuego desde que había llegado aquí, y me imaginaba que si hubiera ese tipo de armas en este mundo, los centauros las tendrían.

Me puse en pie y erguí los hombros. Ellos me miraron con toda su atención. Yo carraspeé y comencé a recitar:

El viento era un torrente de oscuridad

que soplaba entre los árboles fuertes,

la luna era un galeón fantasmal

que se mecía en un mar de nubes,

la carretera era un jirón de luz de luna

sobre el pantano púrpura,

y el salteador de caminos llegó cabalgando,

cabalgando, cabalgando…

el salteador de caminos llegó cabalgando

hasta la puerta de la posada.

Yo no sé cantar, pero si sé que soy muy buena narradora. A mis estudiantes les encanta que les lea o les recite historias. Hago todas las voces. Según ellos, es genial. Así que quizá yo no sea Loreena McKennitt, con su voz aguda y bella, pero tampoco estaba intentándolo. No canté la balada; la recité con pasión, de una manera expresiva.

Para la segunda estrofa, ya estaban en mi poder.

Tenía un sombrero francés

inclinado sobre la frente,

un puñado de encaje en la barbilla,

un abrigo de terciopelo burdeos,

y pantalones de ante marrón;

se le ajustaban sin una sola arruga,

¡y las botas le llegaban hasta la rodilla!

Cabalgaba con un centelleo de joyas,

la empuñadura de su estoque

lucía bajo el cielo estrellado.

Caminé alrededor de las hogueras mientras continuaba recitando la bella y trágica historia del salteador de caminos, ganándome a mi público. Ellos sonrieron con placer cuando Bess, la hija del terrateniente, trenzó «un nudo de amor rojo oscuro en su largo pelo negro». Me deslicé hacia a ClanFintan mientras narraba cómo el salteador de caminos besaba el cabello ondulado de Bess, y juraba que volvería para estar con ella a la luz de la luna aunque el infierno se interpusiera en su camino.

Entonces erguí la espalda y alcé la barbilla, y me convertí en Bess cuando los casacas rojas la amordazaron y la ataron a la cama, en un intento de usarla como señuelo para atrapar a su amado. Dejé que mis ojos se llenaran de lágrimas cuando Bess, valerosamente, se atravesó el pecho con una espada y le gritó un aviso a su salteador de caminos para que los soldados no pudieran apresarlo.

Entonces, los centauros abrieron unos ojos como platos, cuando el salteador de caminos averiguó que su amor había muerto intentando salvarlo.

¡Volvió espoleando como un loco,

gritando una maldición al cielo,

dejando a su paso el camino blanco,

convertido en humo,

blandiendo el estoque en lo alto!

Manchadas de sangre estaban las espuelas

al mediodía dorado;

roja como el vino se volvió

su chaqueta de terciopelo,

cuando ellos lo mataron en el camino,

como a un perro, en el camino,

y él quedó tendido, ensangrentado,

en el camino,

con un puñado de encaje en la garganta.

Comencé en la última estrofa en las sombras, entre las dos hogueras, dibujando las palabras con las manos como una maga haciendo ilusionismo.

Dicen que en las noches de invierno,

cuando el viento sopla entre los árboles,

cuando la luna es un galeón fantasmal

que se mece en un mar de nubes,

cuando la carretera es un jirón

de luz de luna sobre el pantano púrpura,

el salteador de caminos llega cabalgando,

cabalgando, cabalgando…

el salteador de caminos llega cabalgando

hasta la puerta de la posada.

Terminé retorciéndome las manos, con la mirada perdida en la distancia, como si estuviera segura de que el fantasma del salteador de caminos cabalgaba hacia nosotros. Los chicos se quedaron en silencio durante un instante, y después, gracias a Dios, rompieron en aplausos, hablando todos a la vez sobre aquellos malditos casacas rojas y preguntándose dónde podrían encontrar a su Bess.

Yo volví junto a ClanFintan, mientras recibía las felicitaciones de la tropa, y me senté en mi tronco.

– Me ha gustado tu historia -dijo ClanFintan, y me pasó el odre de vino. Con agradecimiento, yo tomé un trago.

– Gracias. Es una de mis favoritas.

– Nunca la había oído -dijo él. Su voz sonaba diferente, más contemplativa que curiosa.

– Bueno, no me sorprende. Es una invención mía -respondí. Crucé los dedos por la espalda. No quería plagiar, y le envié una disculpa silenciosa al difunto señor Noyes.

– ¿Quiénes son los casacas rojas?

– Los malos. Es una metáfora para el mal -respondí. No parecía que él quedara muy convencido, así que adopté mi actitud de profesora-. El rojo corresponde a la sangre. La sangre tiene una connotación negativa. Por lo tanto un casaca roja sería una alusión a una persona malvada, del mismo modo que el sol que se eleva por un cielo rojo al amanecer es presagio de que se avecina un desastre, y que una mirada enrojecida sería una mirada negativa o mala.

– ¿Y quién es el rey Jorge?

– Un tipo inventado -respondí, y volví a cruzar los dedos.

– ¿Y qué es un salteador de caminos?

– Es un tipo de ladrón que sólo actúa por los caminos -respondí.

– Ya.

Yo traduje aquello como una expresión «mujer centauro» correspondiente a «qué cuentista eres», pero me comporté como si no hubiera entendido nada.

– Caramba, ha sido un día muy largo -dije. Me estiré y, después de un gran bostezo, añadí-: Creo que voy a acostarme.

Durante un momento, él no reaccionó, sólo siguió mirándome con extrañeza, como si estuviera intentando encajar las piezas de un rompecabezas. Y, de repente, me acordé de que Alanna había insistido con vehemencia en que nadie debía saber que yo no era Rhiannon.

Seguramente, tenía buenas razones para ello, pero también me había dicho que podía confiar en ClanFintan. Decidí que iba a mantener la boca cerrada sobre mi procedencia por lo menos hasta que tuviera oportunidad de hablar con Alanna de nuevo.

Así pues, miré inocentemente a mi curioso y guapo marido, y después me fijé en la entrada del establo.

– Eh… ¿te importaría entrar ahí primero y asegurarte de que no hay ninguna alimaña arrastrándose ni acechando antes de que me haga una cama de heno?

Su mirada de concentración dejó paso a una sonrisa.

– Por supuesto -respondió, y se dio la vuelta-. Dougal, lady Rhiannon necesita dos mantas.

Dougal fue a buscarlas obedientemente.

– Ven -dijo ClanFintan. Se puso en pie y me ofreció la mano para ayudarme-. No dejaré que nada se arrastre sobre ti, ni que te aceche.

Yo tomé su mano y juntos entramos a la penumbra del establo. No era muy grande, pero estaba lleno de balas de heno. ClanFintan desató algunas y las movió, y cuando Dougal le entregó las dos mantas, ya había dispuesto un nidito muy agradable en la parte delantera del establo. Puso una de las mantas sobre el lecho de heno y me hizo una señal para que me acercara.

– No hay nada que pueda hacerte daño.

– Gracias. No me gustan las cosas que se deslizan sigilosamente, ni las que salen corriendo de un lado a otro.

Me senté en mitad del nido y comencé a quitarme las botas. ClanFintan se inclinó y me ayudó a hacerlo.

Eso me gustaba de él.

El establo estaba oscuro y olía a heno recién cortado. Era muy acogedor.

– ¿Dónde vais a dormir vosotros?

– Haremos turnos de guardia, y entre los turnos, descansaremos junto a las hogueras.

– ¿Soy la única que va a dormir aquí?

– Sí.

– Entonces, ¿no sería indecente que me quitara la ropa? -pregunté. Odio dormir con ropa.

– No, creo que no sería indecente -respondió. Su voz se había vuelto de terciopelo líquido otra vez.

Me quité la ropa, la doblé cuidadosamente y la deposité sobre un montón de heno. Yo sabía que él me estaba mirando, y me gustó. Después me tendí sobre la cama y le sonreí.

Él me tapó con la otra manta.

– Buenas noches. Que duermas bien, Rhiannon -dijo.

Sin embargo, no hizo ademán de marcharse.

– ¿Cuándo es tu turno de vigilancia? -pregunté. Qué demonios, era mi marido.

– Un poco después de que salga la luna.

– Entonces, ¿puedes quedarte conmigo hasta que me duerma?

– Si tú quieres, sí.

– Sí quiero.

Me incorporé y me hice a un lado para dejarle sitio. Él se reclinó sobre el nido. Era como si estuviera sentado detrás de mí. La parte humana de su torso era alta, pero no tan grande como para que resultara embarazoso. Yo dejé que se acomodara, y después me incliné hacia atrás, de modo que mi cabeza y mis hombros descansaron cómodamente contra su pecho, entre sus brazos. Cambié de posición para mirarlo, todavía entre sus brazos.

Mi pelo se estaba comportando de una manera enloquecida, como de costumbre. Al dejar que se me secara junto al fuego, se me había rizado como el de una gorgona. Él me lo apartó de la cara.

– Lo siento. Molesta demasiado. Debería cortármelo -dije, y soplé para quitarme uno de los rizos de la boca.

Me miró con un pestañeo de sorpresa.

– Las mujeres no se cortan el pelo.

Oh, oh.

– Sería más fácil si lo hiciéramos -dije. Demonios. ¿Habría notado él que yo tenía el pelo más corto que Rhiannon? Añadí apresuradamente-: Cuando Alanna me cortó las puntas el otro día, debería haberle pedido que cortara un poco más.

– Quizá el pelo corto sea más cómodo, pero es menos atractivo.

– Puede que tengas razón.

– Sí.

Entonces él comenzó a acariciarme el pelo y enredó sus dedos en él. Alzó la mano, todavía atrapada entre mis rizos, se inclinó hacia abajo y enterró la cara en mitad del cabello. Aquel movimiento me atrapó contra su pecho y sentí, más que oí, su suave gemido.

Después sacó la cara de mi pelo y me miró a los ojos. Estábamos muy cerca el uno del otro.

– Entonces, ¿te gusta mi pelo? -mientras yo susurraba la pregunta, sus ojos viajaron hasta mi boca.

– Me estoy dando cuenta de que me gustan muchas cosas de ti.

Yo sonreí.

– Parece que eso te sorprende.

Él volvió a mirarme a los ojos.

– Es cierto, me sorprende.

– No tiene por qué. Lo que ves es lo que soy realmente.

Antes de que él pudiera iniciar una conversación que Alanna no habría aprobado, yo lo atraje hacia mí y lo besé.

Me pregunté si alguna vez me acostumbraría a su contacto. Era como de calor líquido. A medida que él exploraba mi boca, mi mente se trasladó a otros lugares de mi cuerpo, lugares que también me gustaría que explorara. Se me puso la carne de gallina y gemí contra sus labios.

Entonces, él se apartó de mí. Sólo un poco, pero yo sentí la ausencia de su calor como un viento frío.

– ¿Por qué has parado?

– Tienes que dormir -respondió él, y me dio un golpecito en la nariz con el dedo-. Además, yo tengo que parar esto antes de que se me olvide que no puedo permitirme cambiar de forma esta noche.

Bajó el dedo desde mi nariz, y comenzó a dibujar la forma de mis labios. Aquello también me produjo un escalofrío.

Atrapé su dedo entre los dientes y se lo mordí con delicadeza. Me sentí gratificada al notar que él tomaba aire bruscamente. Liberé su dedo con un beso.

– Es un rollo.

– ¿Qué es un rollo?

– Un rollo es que no puedas cambiar de forma esta noche.

– Un rollo es algo malo.

Nos sonreímos el uno al otro, como adolescentes.

Yo me acurruqué contra él, y su calor me envolvió.

– Intenta dormir -susurró contra mi pelo.

– Se me ocurren otras cosas que preferiría estar haciendo.

– Relájate y piensa en el sueño.

Su voz sonó tirante, lo cual hizo que yo sonriera contra su pecho.

De repente, una de sus manos comenzó a masajearme los músculos tensos de la espalda. Yo suspiré de placer.

– Eso está muy bien.

Él soltó un gruñido como respuesta, que sonó como una orden ahogada de que me callara. Siguió masajeándome los músculos de la espalda y comenzó a moverse hacia abajo, hacia mis nalgas doloridas y desnudas.

– Ayyy, me duele.

– Lo sé. Estate quieta.

Ahora parecía mi abuela.

Sin embargo, yo me callé. Entre mi agotamiento y aquel masaje cálido e insistente sentí que se me relajaban los músculos. El sueño llegó de repente, y me apoderó de mí.

Al principio mis sueños fueron retazos incoherentes, pero pronto me encontré flotando sobre las dos hogueras y los centauros dormidos. La luna se había elevado por el cielo y era como una rendija de luz en el firmamento lleno de estrellas. En aquella ocasión intenté dominar la sensación de vértigo mientras, contra mi voluntad, mi cuerpo se elevaba más alto y más alto y comenzaba a flotar hacia el noroeste.

Miré hacia la izquierda y vi el brillo del castillo abrasado. Cerré los ojos y le rogué a quien tuviera el control que no me obligara a bajar allí. Al instante tuve una sensación reconfortante de seguridad. Me relajé un poco y abrí los ojos.

No estaba viajando hacia el castillo. Me dirigía hacia unas montañas lejanas. Intenté virar hacia el este para poder ver a Epi y flotar sobre el templo, e investigar lo que estaba sucediendo allí. Sin embargo, como ya sabía, no tenía control real sobre aquel tipo de experiencia onírica.

Mi cuerpo siguió flotando rápidamente hasta que alcanzó el límite del bosque; entonces mi velocidad aumentó tanto que los árboles se convirtieron en un borrón oscuro. Mi cuerpo avanzaba como si hubiera salido disparado de una honda.

Me detuve de repente, ante una estructura erguida junto a la boca de un paso de montaña. Era un castillo grande, casi tan grande como el de mi padre, pero a medida que mis ojos se acostumbraban a la oscuridad, me di cuenta de que aquél no era como el Castillo de MacCallan. El castillo de mi padre era pintoresco y bello, y aquel otro edificio era imponente y severo.

Y entonces lo sentí. Si hubiera estado de pie, me habría doblado por la cintura. Era la misma sensación que había experimentado la noche en que fui testigo de la destrucción del Castillo de MacCallan. Desde aquella otra fortaleza emanaba la maldad, espesa y asfixiante. El eco del horror de aquella noche reverberaba a través de los muros que había debajo de mí, no en forma de sonido, sino de sensaciones. Intenté concentrarme en el castillo y verlo de una manera objetiva, pero las sombras de MacCallan estaban conmigo; la muerte se había apropiado de mi percepción. No podía apartar los fantasmas de aquellos hombres de la cabeza ni del alma.

Parecía que aquel castillo hubiera sido tallado en las montañas. Era un cubo perfecto de muros gruesos y puertas suntuosas. Sus muros eran de una piedra gris y áspera. Mi cuerpo se acercó flotando hasta que estuve exactamente sobre el centro del edificio. El castillo no dormía. Vi muchas hogueras ardiendo en el patio central. Aunque mi cuerpo no podía sentir la temperatura, me di cuenta de que debía de hacer mucho frío, porque las formas que avivaban las hogueras estaban cubiertas con mantas pesadas, y con capas. Me estremecí, y por un momento, tuve miedo de haber tomado por mantas y capas las alas que había visto antes. Sin embargo, cuando una de aquellas figuras se quitó la manta de los hombros vi que era una mujer humana. Mi espíritu se acercó. Todas aquellas figuras eran mujeres, pero se movían metódicamente y no hablaban entre ellas, como si fueran autómatas.

– Las mujeres del Castillo de MacCallan.

Hablé en voz alta y vi que una de ellas volvía la cabeza en dirección a mí. Era joven, seguramente sólo tendría trece o catorce años. Tenía los pómulos altos y los rasgos bellos, los ojos grandes y las pestañas espesas. Miró en dirección a mí, intentando ver algo que no tenía sustancia real. Su cabello era una masa de rizos que atrapaba la luz del fuego y brillaba como una gema.

Sentí tristeza al ver a aquella muchacha tan encantadora. Estaba ocurriendo algo horrible. Lo supe con certeza, supe que estaba mirando, espiritualmente, algo que iba más allá de esclavas secuestradas o del abuso y maltrato de concubinas.

Y entonces oí un ruido espantoso que rasgó el aire de la noche, y la chica que había estado intentando verme se retiró junto al resto de las asustadas mujeres. De nuevo, sus ojos se habían quedado vacíos y vidriosos. Las mujeres se agruparon como ovejas ante el lobo. Se tiraron nerviosamente de la ropa y se envolvieron en las mantas, temblando. Su atención se concentró en una sola dirección. Miraban hacia una puerta cerrada. La puerta era muy grande, y parecía que conducía al salón principal, una gran cámara.

El grito se repitió. Un par de mujeres se dirigieron hacia la puerta, pero las demás las llamaron nerviosamente.

Otra vez aquel grito, casi inhumano, de dolor puro. No podía soportarlo. Deseé saber lo que estaba ocurriendo con todas mis fuerzas, y quise impedirlo.

Como respuesta a mi plegaria, mi cuerpo avanzó y traspasó aquella puerta siniestra. Me vi flotando cerca del techo de una habitación inmensa. En cada una de las esquinas de aquella sala había una chimenea enorme, y en las paredes, antorchas para iluminarla. Sin embargo, ninguna de las dos cosas conseguía acabar con la oscuridad de la estancia. Junto a las paredes había mesas rústicas de madera y gente sentada en unos bancos. La mayoría tenía la cabeza posada sobre los brazos y parecían dormidos. Ninguno hablaba.

Entonces sonó otro grito, seguido de un gemido jadeante, y eso llamó mi atención hacia el centro de la habitación. Había un grupo de gente arremolinada junto a un banco. Al acercarme, me sentí rodeada por ondas de maldad. Mi premonición fue casi palpable. No quería mirar, no quería ver lo que había en aquella mesa, pero mis ojos se negaron a cerrarse.

Todas las personas que rodeaban aquel banco tenían alas. Alas que crujían y se estiraban aunque sus cuerpos permanecieran inmóviles. Respiré profundamente y me preparé mientras mi espíritu flotaba hacia la mesa. Había hallado el origen de los gritos. Era una mujer. Estaba desnuda, pero era imposible distinguir si era joven o vieja. Estaba tendida sobre la mesa, y ensangrentada. Le habían estirado los brazos por encima de la cabeza y le habían atado las manos. Tenía las piernas separadas y las rodillas dobladas, y también le habían amarrado los pies. Su vientre, abultado, ondulada y se contraía como si tuviera vida propia. Ella volvió a gritar y todo su cuerpo tembló.

Las criaturas que la observaban no la tocaron ni intentaron consolarla. Permanecieron en silencio. La única señal de su tensión era el movimiento inquieto de sus alas.

Entonces la mujer parturienta gritó de nuevo, con el terror puro de los que iban a morir. Mientras yo miraba, su pubis se abultó hacia afuera, expandiéndose… expandiéndose… Nunca hubiera pensado que un cuerpo humano podía distenderse tanto. De repente, su pubis explotó en una ducha de sangre que lanzó gotas rojas hacia las alas de su público. De aquel agujero en el cuerpo de la mujer salió algo con forma de cilindro, que parecía envuelto en una piel gruesa y arrugada, teñida del color rojo brillante de la sangre nueva.

Mi mente se reveló contra el horror de lo que estaba presenciando, pero mis ojos se negaron a obedecer mis órdenes y no se cerraron, del mismo modo que mi cuerpo se negó a marcharse. En la cavidad del cuerpo destrozado de la mujer, aquella cosa tembló. Había algo que brillaba entre el espantoso tubo de carne. Mis ojos se fijaron en aquel brillo; relucía como la hoja afilada de un cuchillo.

Mi cuerpo descendió hasta que estuve a pocos metros sobre las cabezas de las criaturas.

El tiempo se detuvo. Las criaturas se quedaron congeladas debajo de mí, como si una mano invisible hubiera presionado el botón de pausa. A medida que yo me acercaba, mis ojos se concentraron con más atención en el pedazo de carne deforme que todavía estaba atrapado en el cuerpo de la mujer, y me di cuenta de que estaba viendo a una criatura recién nacida. La carne arrugada era en realidad un par de alas inmaduras, que protegían por completo el cuerpo embrión como un capullo protegía una oruga. La luz de las antorchas parpadeaba y resaltaba dos apéndices en la parte superior de las alas, parecidos a unas garras. Todo el embrión brillaba a causa del líquido amniótico y la sangre.

– ¡Oh, Dios mío!

Mi exclamación terminó con el momento de inmovilidad. Alguien giró la cabeza en dirección a mí. Los ojos del monstruo inspeccionaron el aire que había sobre la mesa.

– ¡Llevadlo a la caverna de incubación!

Su voz tenía un tono áspero, susurrante. Parecía que las palabras tenían que luchar por salir de su garganta.

Una criatura alada femenina se acercó apresuradamente y sacó el feto de la herida abierta. Antes de que yo pudiera hacer algo más, las alas de la adulta se doblaron hacia delante, y cubrieron al recién nacido por completo. Rápidamente, ella salió de la habitación, seguida por casi la mitad de las otras criaturas que habían observado el obsceno espectáculo. Yo vi cómo se alejaban y mi mirada se fijó de nuevo en los bancos que estaban alineados contra las paredes. Las figuras que estaban sentadas en ellos se encogieron cuando el grupo pasó hacia la salida, y yo solté un jadeo de terror al darme cuenta de que aquellas formas eran mujeres, mujeres humanas, todas ellas en diferentes estados del embarazo.

Cerca de la mesa surgió un sonido siseante que atrajo mi atención.

La criatura que había hablado todavía me estaba mirando, y yo sentí que mi espíritu temblaba. Intenté mantenerme inmóvil.

– Nuada, ¿qué sucede? -le preguntó otra de las criaturas con sumo respeto.

– No lo sé -respondió-. Siento algo. He sentido esta presencia antes, en el Castillo de MacCallan, justo cuando estábamos derrotando al guerrero solitario.

Entonces extendió las alas agresivamente, mientras su mirada abrasadora atravesaba el aire que me rodeaba.

– Casi puedo verla…

De una zancada ágil, saltó sobre la mesa y puso un pie a cada lado del cuerpo ensangrentado de la mujer muerta. Ahora estaba justo debajo de mí.

– Tal vez pueda tocarla -dijo y comenzó a estirar uno de sus largos brazos con las garras extendidas.

En mi pecho comenzó a formarse un grito y…

Capítulo 11

– ¡Aaaahh!

El alarido salió de mi boca con la fuerza de una explosión. El pánico se apoderó de mí, aunque los sentidos me decían que olía a primavera y a caballo, y no a sangre y a terror. Sin embargo, yo tenía la mente entumecida de espanto, y luché violentamente, pataleando y mordiendo las ataduras que me habían atrapado.

– ¡Rhiannon! ¡Quieta! ¡Estás a salvo!

La voz de ClanFintan atravesó el hielo de mi miedo. Me di cuenta de que estaba en el establo y dejé de luchar, pero la adrenalina siguió recorriéndome el cuerpo. Estaba temblando incontrolablemente.

– Oh, Dios. Ha sido horrible.

Él me abrazó.

– ¿Ha sido el Sueño Mágico?

Asentí contra su pecho.

– ¿Las criaturas otra vez?

– ClanFintan, he encontrado a las mujeres -dije, y él se apartó un poco de mí para poder mirarme a los ojos-. Están en el castillo que hay junto al paso de la montaña.

– El Castillo de la Guardia.

– Sí, tiene que ser ése.

– ¿No has estado nunca allí?

– No, claro que no -respondí, sin pararme a pensar si Rhiannon había estado o no-. Pero es grande y cuadrado, y está situado en el extremo de un desfiladero estrecho.

– Ése es el Castillo de la Guardia.

– Están allí. Las criaturas tienen a las mujeres, y deben de haber estado apareándose con ellas… -en aquel punto tuve que parar, y me cubrí la cara con las manos.

Con un movimiento suave, ClanFintan se puso en pie y me tomó en brazos, envuelta en la manta. Salió hacia las hogueras del campamento y me depositó con delicadeza sobre un tronco.

– Dame el odre de vino -le dijo a Dougal, que se había despertado y estaba somnoliento y sorprendido. El centauro obedeció, y me miró con preocupación-. Vamos, bebe -me dijo ClanFintan, y sujetó la bota para que yo pudiera dar unos cuantos tragos de líquido rojo.

– Gracias -dije. Me limpié la boca e intenté controlar el temblor.

– Ahora, cuéntamelo.

Su voz era firme, reconfortante. Me tomó la mano y me la apretó suavemente. Los demás centauros se habían despertado y estaban escuchando. Su presencia me reconfortó. Yo estaba a salvo con ellos.

Tomé aire profundamente.

– Las mujeres estaban allí. Al principio, sólo me di cuenta de que se comportaban como si estuvieran conmocionadas. Entonces oí los gritos, y seguí el sonido hasta una gran habitación. Había una mujer embarazada atada sobre una mesa. Estaba de parto, rodeada de esas criaturas. Mientras yo observaba, una de esas… cosas se abrió paso con las garras para salir de su cuerpo. Era uno de ellos -dije, y apreté con fuerza la mano de ClanFintan-. Y había más mujeres embarazadas en esa habitación. Muchas más. Estaban sentadas, idas, como si sus almas ya las hubieran abandonado. Entonces, una de las criaturas notó mi presencia e intentó agarrarme, y yo me puse a gritar y me desperté.

Terminé con un gran suspiro y tomé otro poco de vino.

– ¿Una de ellas sintió tu presencia? -preguntó ClanFintan.

– Sí. Dijo que casi podía verme. Mencionó la noche en que asesinaron a mi padre. Dijo que también me había sentido entonces.

ClanFintan se puso en pie bruscamente y comenzó a pasearse de un lado a otro, delante de la hoguera.

– No sabía que también podían atravesar la protección de Epona.

– ¿También? ¿A qué te refieres con eso de «también»?

Vi que miraba significativamente a los centauros, que lo estaban escuchando con suma atención. Después, volvió la cara lentamente hacia mí. Tenía una expresión dura y remota, como la que tenía la primera vez que yo lo había visto. Tuve un escalofrío al sentir las palabras que él había pronunciado en el exterior del Castillo de MacCallan: «Ya han dejado de esconderse». Como si supiera más de ellos de lo que había mencionado.

– ClanFintan, ¿qué ocurre?

– Los centauros sabíamos que los Fomorians habían desplegado su maldad en Partholon desde hace tiempo.

– ¿Lo sabíais? Pero…

Dougal dio un paso adelante y se dirigió a mí con preocupación.

– Mi señora, algunos lo sabíamos y lo creíamos. Otros no creyeron las señales.

– ¿Qué señales? ¿De qué estáis hablando?

ClanFintan respondió con calma a mi agitación.

– Sabes que hace poco, justo antes de que nos comprometiéramos, yo me convertí en el jefe de los Fintan. Y sabes que antes, el Gran Líder de mi pueblo era mi padre.

Asentí, como si supiera a lo que se refería. Él continuó:

– Hace casi un año, mi padre comenzó a comportarse de una manera extraña. Al principio, fueron sólo cambios pequeños. Adoptó costumbres nuevas. Por ejemplo, se despertaba y dormía a horas raras. Eran cosas que sólo notábamos su familia y los consejeros más cercanos. Sin embargo, poco a poco sus problemas con el sueño aumentaron. Estaba siempre muy callado, como si se sintiera preocupado o siempre estuviera absorto en sus pensamientos. Todos comenzaron a darse cuenta de que tenía problemas, y a medida que pasaba el tiempo, se encerró más y más en sí mismo, como si viviera en un mundo propio, oscuro, en el que la perversidad acechaba en todos los rincones, en el que los viejos amigos eran objetos de sospecha.

ClanFintan hizo una pausa. Era evidente que la degeneración de su padre era algo muy doloroso para él, pero controló sus sentimientos y continuó hablando.

– Como seguramente sabes, los Fintan eligen por consenso tanto a su Gran Líder como a sus Chamanes, no por herencia familiar, siguiendo una llamada espiritual. Para un centauro es un honor que, después de un largo periodo de liderazgo, se aparte de su posición para vivir los años restantes como consejero honorable, permitiendo que un sustituto más joven y más capaz asuma su puesto. Sin embargo, si un centauro es apartado de ese puesto por la fuerza, debido a…

ClanFintan no pudo terminar la frase. Respiró profundamente y añadió:

– No puede haber un deshonor mayor.

El rostro del centauro se endureció, y adoptó una máscara de indiferencia.

– Los Fintan estaban perdiendo fe en su líder, y mi padre lo sabía, pero parecía que había perdido la capacidad de dominar lo que se estaba apoderando de él. La situación se hizo insoportable. Lo único que evitó levantamientos en su contra fue el gran amor y respeto que había suscitado entre los Fintan durante todos los años de su liderazgo. Entonces, cuando ya sólo era una sombra de sí mismo, convocó al Consejo de Guerreros, que reunía a todas las cabezas de familia del clan. Se dirigió a ellos y les habló de sus visiones, de sus sueños, que lo habían seguido desde su cama hasta que habían conseguido devorarlo, envolverlo en su maldad. Eran visiones espantosas de sangre y muerte. Se centraban en el Castillo de la Guardia, y después se expandían para apoderarse de Partholon y de las Llanuras de los Centauros, sumiéndolo todo en la oscuridad.

La voz de ClanFintan se acalló. Sus recuerdos de aquel aciago consejo se lo habían llevado muy lejos.

– ClanFintan -dije yo suavemente. Comprendía muy bien su dolor por el padre perdido.

Su expresión se relajó durante un instante, y él irguió los hombros y terminó la historia.

– El resto es fácilmente deducible. La mitad del Consejo pensó que se había vuelto loco, y pidió que fuera alejado del puesto de Gran Líder. La otra mitad lo creyó, y pidieron que se tomaran medidas contra el origen de aquella maldad. El voto se dividió exactamente en dos mitades. La situación permaneció en un punto muerto hasta que llegaron a un compromiso -dijo, y esbozó una sonrisa sardónica-. Me nombraron a mí Gran Líder, sustituyendo a mi padre. Estaban de acuerdo en una única cosa: un Gran Líder que fuera también Sumo Chamán tenía que ser capaz de descubrir la verdad.

En aquel punto se interrumpió, pero la intuición me dijo que había más cosas que yo debía saber.

– Entonces, con todo lo que estaba ocurriendo, ¿por qué te empeñaste en un matrimonio conmigo?

– Mi padre me habló en privado después de la decisión del Consejo. Me resultó difícil entenderlo, pero no dejó de insistir en que yo debía recabar la ayuda de Epona para luchar contra aquel mal. Tenía que aliarme con la Amada de Epona, seguir la antigua tradición de la unión del Sumo Chamán con la Elegida de Epona. Aunque tú habías dejado bien claro que ibas a romper aquella tradición, mi padre me dijo que acudiera a ver al tuyo y que se lo explicara todo, y que si yo conseguía que El MacCallan me diera su permiso para casarme contigo, tú aceptarías nuestra unión por amor y respeto a él. Ya sabes que ellos eran amigos. Mi padre sentía un gran respeto por el tuyo. Yo le dije que cumpliría sus deseos. Entonces, él me dijo una sola palabra: «Fomorians». Cuando aquella palabra salió de sus labios, fue como si se hubiera quedado sin aliento. A la mañana siguiente, amaneció sin vida.

– Lo siento, ClanFintan. Tu padre era un gran centauro.

Aunque yo no lo hubiera conocido, estaba segura de que era cierto.

– Gracias -dijo él-. Ahora, los dos nos hemos quedado sin padre.

– Entonces, ésta es la razón por la que te casaste conmigo. ¿Por qué no me dijiste lo que estaba sucediendo?

Su mirada se oscureció.

– Si recuerdas nuestra primera reunión para tratar el compromiso, podrás responder tú misma a esa pregunta. No me diste oportunidad para explicarte mis motivos. Rechazaste mi cortejo, me insultaste y te marchaste.

Yo quería decirle a gritos que no había sido yo, pero no quería explicarle todo aquello de la dimensión del espejo y de los dos mundos en aquel momento, frente a todos aquellos centauros con cara de pena. El sentido común me decía que yo no tenía ningún motivo para sentirme enfadada, ni herida. Rhiannon había sido una bruja con ClanFintan. Él tenía todo el derecho a no confiar en ella, es decir, en mí. Sin embargo, mi corazón decía otra cosa. Estaba dolido.

Así que yo no sabía cómo reaccionar. Nos miramos como si fuéramos dos niños que se habían peleado y que no sabían cómo arreglar la situación.

Me sentía muy cansada, y muy afectada por la visión que acababa de tener. Sólo quería dormir, descansar. Le hice una plegaria silenciosa a Epona para que no me enviara más sueños de las criaturas aquella noche.

Me puse en pie, envuelta en la manta. No miré a los centauros, pero oí que me saludaban formalmente, y mientras me marchaba, oí sus «buenas noches, mi señora», que me siguió al establo como una brisa suave. Me acurruqué en mi nido de heno, y cerré los ojos.

Yo sabía, desde el principio, que ClanFintan se había casado conmigo por deber, por obligación. Entonces, ¿por qué me había disgustado tanto al oírlo de sus labios? Y, de todos modos, él no se había casado conmigo, sino con Rhiannon, Encarnación de la Diosa y Amada de Epona. Yo sólo era Shannon Parker, una profesora mal remunerada de Broken Arrow, Oklahoma. Aquél no era mi mundo, y mi lugar no estaba junto a ClanFintan.

– ¿Rhiannon?

No había oído que él se acercaba, y su voz me sobresaltó. Abrí los ojos de golpe.

– No quería asustarte, pero te has ido antes de que pudiera terminar.

Yo suspiré.

– ¿Qué más tienes que decir?

– Quería que supieras que no pienso de ti lo mismo que pensaba antes de nuestro matrimonio. No lo entiendo, pero eres distinta.

Sus ojos brillaban suavemente a la luz distante de las hogueras.

– Ha habido algo bueno que ha salido de este mal. Ha hecho posible que yo me uniera a ti. Buenas noches, mi señora. Estaré cerca, si me necesitáis -susurró.

Antes de que yo pudiera responder, él se dio la vuelta y salió del establo. Intenté no pensar mucho en la felicidad que me habían causado sus palabras. Pensé que tardaría horas en quedarme dormida, pero en cuanto cerré los ojos, entré en mi Paraíso de los Sueños personal. En aquella ocasión, afortunadamente, pasé el resto de la noche soñando que estaba en una fábrica de chocolates Godiva, que también funcionaba como bodega. Superman y Pierce Brosnan estaban conmigo, peleándose por quién iba a darme un masaje de pies y quién iba a…

Bueno, haceos una idea. Ganó Superman, y quiero decir que no sólo es súper por su capacidad de volar.

Capítulo 12

Me despertó un delicioso olor a pescado frito. Bostecé y me estiré, y me froté los ojos. Me puse los pantalones, sacudí la manta y me eché las botas al hombro. Después me dirigí, adormilada, hacia la fuente de aquel olor tan bueno.

– Buenos días -dijo ClanFintan, con los ojos brillantes.

– Buenos días -murmuré yo, mientras le entregaba a Dougal, que sonreía tímidamente, mi manta, y después me acercaba a la hoguera más próxima. No vi ningún pescado, pero seguía oliéndolo.

Entonces, arqueé las cejas mirando a ClanFintan.

– ¿Eso que huelo es el desayuno?

– Sí, es pescado -dijo él, y señaló unos rollos de hoja que estaban amontonados entre las brasas de la hoguera.

Bueno, aquello lo explicaba todo.

Seguramente, él era una persona muy activa por las mañanas, exactamente lo contrario que yo.

Con un suspiro, me puse las botas y me dirigí hacia el río.

Después de terminar con mis necesidades matinales, que incluían lavarme la cara, aclararme la boca con agua fría y frotarme los dientes vigorosamente con el dedo, me sentí más despierta.

Los caballitos estaban masticando felizmente el pescado que había estado dentro de las hojas enrolladas. Se servían de las mismas hojas como plato, y separaban la carne de la espina con los dedos. Yo me senté en mi tronco, junto a ClanFintan, y Connor me entregó un plato de pescado. Era delicioso.

– Está riquísimo.

– Gracias, mi señora -dijeron Connor y Dougal, al unísono.

– ¿Y el resto de los chicos está pescando, o algo así?

– No. Los he enviado con antelación para que avisen a los guerreros de tu última visión. Viajarán más rápidamente que yo, con tu peso -me dijo, pero estaba sonriendo, así que supuse que el hecho de que yo lo retrasara no le enfadaba mucho-. Ellos informarán a los que se quedaron con Epona, y todos nos encontraremos en tu templo.

– Hay que detener a esos seres -dije yo, que al oír la mención de mis visiones, había estado a punto de atragantarme con el pescado.

– Entre todos, lo conseguiremos -dijo él con convicción.

Terminamos de desayunar en silencio. Ellos tres recogieron el campamento rápidamente; enterraron las brasas y cargaron sus alforjas. ClanFintan me ofreció una mano para ayudarme a montarlo, y yo intenté no sentirme demasiado contenta por el hecho de que, claramente, hubiera tardado en soltarme el brazo más de lo necesario.

– Agárrate fuerte. Hoy vamos a viajar a un buen ritmo.

Yo apoyé las manos en sus hombros y él emprendió un galope fuerte. De nuevo, me alegré de normalmente fuera a un paso suave. Sería embarazoso tener que decirle a mi marido que su galope hacía que me castañetearan los dientes.

Encontramos con la carretera que llevaba hacia el sureste, y al entrar en ella, los centauros aumentaron la velocidad considerablemente. La carretera estaba desierta, lo que le confería a aquel día un aspecto extraño, inquietante; además, como si quisiera unirse a aquel sentimiento, el día estaba nublado y oscuro. El cielo estaba gris, pesado, y había una niebla que surgía del río y que ascendía en jirones hacia la carretera.

Los centauros estaban trabajando muy duro aquel día. El torso de ClanFintan brillaba de sudor, aunque su respiración era profunda y relajada. Aquella resistencia me causaba asombro. Intenté no moverme, agarrarme fuertemente a él y no molestar. Reduje en lo posible mis paradas y comí en la montura.

A medida que discurría la jornada, comenzó a lloviznar, y la niebla se hizo más espesa. El mundo se redujo a unos cuantos metros por delante de nosotros. Producía la sensación de que estábamos galopando sin fin, en el mismo lugar, sin llegar a ninguna parte, viajando eternamente. Yo noté que me deslizaba hacia un lado y di un tirón hacia arriba, con la esperanza de que ClanFintan no se diera cuenta.

– Rodéame con los brazos y apoya la cabeza. No te dejaré caer -dijo. Su voz ni siquiera sonaba tensa mientras me hablaba por encima de su hombro-. Vamos, intenta descansar. Ayer no dormiste nada -insistió. Su tono era hipnótico. Yo obedecí. Le rodeé la cintura con los brazos y apoyé la cabeza en el valle fuerte que había entre sus omóplatos. Suspiré y cerré los ojos, al tiempo que inhalaba profundamente y me deleitaba con su olor y su contacto.

En algún momento, después, abrí los ojos una vez, y había anochecido. Los centauros seguían galopando. Yo noté que la respiración de ClanFintan se había hecho más intensa. Cuando moví mi peso y volví a acurrucarme contra su espalda, él me apretó el brazo de un modo reconfortante.

– Descansa.

Aquella única palabra fue como una droga, y yo volví a relajarme en mi extraño medio sueño.

Volví a despertar porque noté que él aminoraba la velocidad, y que aquel galope interminable se convertía en un trote, y finalmente en un paso lento. Yo me incorporé y me froté la cara con las manos. El ambiente todavía estaba húmedo y hacía fresco, pero la oscuridad estaba dando paso al amanecer.

– ¿Dónde estamos? -pregunté, pestañeando.

– Queda muy poco para llegar al templo -respondió ClanFintan, y me preocupé al oír que su respiración era fatigosa. También oía a Dougal y a Connor respirando pesadamente a nuestro lado.

– ¿Estáis bien? ¿No deberíamos parar a descansar un poco?

Entonces, intenté rodear la cabeza de ClanFintan para poder mirarlo a la cara, y le pregunté:

– ¿Quieres que camine un poco?

Los tres centauros resoplaron. Dougal y Connor se acercaron un poco más a su Gran Líder y lo miraron con preocupación… hasta que hablaron.

– Sí, Dougal, ClanFintan tiene pinta de cansado -dijo Connor, y yo me di cuenta de que la aparente fatiga que sentían no conseguía apagar sus sonrisas bobas.

– Estoy de acuerdo, Connor -respondió Dougal.

Ambos chasquearon con la lengua con tristeza, mirando a ClanFintan, que había girado la cabeza de lado a lado, observando su intercambio de impresiones.

– Mi señor, si el peso de vuestra señora se os ha hecho demasiado pesado, me gustaría ofrecerme voluntario para relevaros -dijo Dougal, como si fuera la personificación de la cortesía y la caballerosidad. Sin embargo, su sonrisa era de listillo.

Yo fruncí el ceño y comencé a abrir la boca.

– Y, mi señor, cuando Dougal se canse de portar un peso tan ligero y agradable, yo me ofrezco voluntario para aliviarlo de su carga -dijo Connor, e hizo una floritura con el brazo. Después me hizo una reverencia y se apartó con agilidad.

Yo también le fruncí el ceño a él.

– ¡De acuerdo! Yo sólo pensaba que…

Y los dos se echaron a reír, interrumpiéndome. Los fulminé con la mirada. Vaya unos tontos.

– Ahorrad aliento para mantener mi ritmo -dijo ClanFintan, en tono de diversión-. Potros descarados -añadió.

Después volvió a emprender el galope, y los centauros, que se estaban riendo, quedaron rezagados y tuvieron que esforzarse por alcanzarlo. Yo notaba que le vibraba el torso, y tardé un segundo en darme cuenta de que se estaba riendo.

Le tiré de la coleta, y él me sonrió por encima del hombro.

– Rhiannon, dices unas cosas muy raras.

– Sólo quería ser agradable -refunfuñé-. No quiero cansarte con mi peso, ni nada por el estilo.

Él me apretó la pantorrilla con suavidad, y unos cuantos escalofríos me recorrieron el cuerpo.

– Eso no podrías hacerlo nunca.

– No estés tan seguro. Quizá me vuelva vieja y gorda. ¿Cómo te sentirías si mi trasero tuviera el doble de tamaño que ahora e hiciera falta la ayuda de Dougal y de Connor para que subiera a la silla?

– Rhiannon -dijo él, entre carcajadas-, tú eres demasiado engreída como para engordar.

Yo resoplé por la nariz, imitando el relincho de un centauro. Parecía que me conocía un poco, después de todo. Dougal y Connor nos alcanzaron y yo intenté ponerles cara de pocos amigos, pero sus sonrisitas eran demasiado graciosas, y yo también sonreí.

– Pillos irrespetuosos -murmuré en el hombro de ClanFintan.

Él debió de oírme, porque la vibración de su risa se extendió por los dos.

Intenté relajarme y volver a dormitar, pero a medida que se aclaraba la niebla, también iba disminuyendo mi cansancio. No podía dejar de pensar en todo lo que estaba sucediendo. Veía a las criaturas vampíricas y me preguntaba cómo detenerlas. La inseguridad y el peligro de la situación eran como un plomo en mi mente. Y, de repente, me pregunté por qué tenía que estar tan preocupada. Aquél no era mi mundo. ¿Por qué no estaba concentrándome en volver a casa?

– Agárrate con fuerza, Rhiannon. Aquí el camino está muy empinado.

ClanFintan me agarró ambos brazos y me transmitió su fuerza y su calor, consiguiendo que me sintiera protegida y preciada, algo que no era muy común en la vida de Shannon Parker.

Y, demonios, de eso se trataba. Era aquel endemoniado caballo, hombre o lo que fuera. Y Alanna. Y Dougal, y Connor. Y mi padre, o más bien el padre de Rhiannon, que había muerto antes de la que debería haber sido su hora.

Aquel mundo se estaba convirtiendo en mi mundo. Cerré los ojos y escondí la cara en el hombro de mi marido, y me di cuenta de que una parte de mí ya había echado raíces en aquel lugar.

Maldita fuera Rhiannon y malditos sus tejemanejes. ¿Por qué no podía haberme casado con un abogado agradable y haber criado un par de hijos en un barrio tranquilo de las afueras?

En vez de eso, me veía en aquel extraño mundo, en el que había un centauro por el que yo sentía atracción, unas criaturas que aterrorizaban a la civilización, y en el que tenía el trasero extremadamente dolorido y las piernas entumecidas, además de las axilas sin desodorante.

Como dirían sucintamente mis estudiantes… «¡Vaya un rollo!».

Capítulo 13

Los centauros sólo se detuvieron a beber durante las horas siguientes. Yo había vuelto a quedarme sin fuerzas, y tenía que luchar por mantenerme erguida. Afortunadamente, veía el reflejo del sol de poniente en el río, que estaba a nuestra derecha. Eso significaba que estábamos muy cerca del templo. Entonces, ClanFintan elevó el brazo para saludar a alguien que había a un lado de la carretera.

– ¿Quién era? -pregunté yo.

– Otro centinela -dijo él.

– Oh… eh… ¿es que ha habido más?

– Por supuesto. Durante las últimas horas hemos saludado periódicamente a quienes enviamos a mantener la vigilancia.

– Eso ha sido una buena idea.

Él soltó un resoplido, y yo cerré la boca. Si no me fallaba la memoria, Epona había sido la diosa de las legiones romanas, además de una diosa celta, y era adorada como deidad de los guerreros. Me pregunté si Rhiannon habría recibido adiestramiento en el arte de la guerra.

Quizá eso le sirviera de ayuda en mi clase del instituto. Quizá.

Los poderosos músculos de ClanFintan se tensaron cuando la carretera emprendió un ascenso gradual. Después giró bruscamente a la izquierda, y ante nosotros apareció el templo. ClanFintan se detuvo bruscamente, y Dougal y Connor hicieron lo mismo, intentando recuperar el aliento. Mis ojos se bebieron el templo y el terreno que lo circundaba como los caballos sedientos bebían el agua. La maravillosa muralla de mármol que rodeaba las edificaciones ofrecía su blancura a la mirada bajo la luz del día, y resultaba impresionante. El río rodeaba el templo por el sureste, y las tierras que había a sus pies estaban llenas de viñedos, ya cargados de frutos oscuros.

Sin embargo, había una diferencia entre el paisaje que se extendía ante mí en aquel momento y el que yo había visto cuando salí de allí: había gente, humanos y centauros. Estaban acampados alrededor de la muralla. La brisa agitaba suavemente la tela de las tiendas que habían montado. Hombres y mujeres estaban atendiendo las necesidades de su existencia con eficiencia, vigilando a los animales y a los niños, hablando, cocinando. Era como si me viera en medio de una feria medieval.

Entonces, oí un grito desde muy cerca de nosotros, que se repitió una y otra vez. Todas las cabezas se giraron hacia nosotros, y todo el mundo comenzó a elevar las manos para hacernos un saludo de bienvenida.

– ¿Avanzamos? -ClanFintan miró a sus dos compañeros, y después los tres me miraron a mí.

Tardé un instante en darme cuenta de que estaban esperando a que les diera permiso.

– ¡Oh, sí! Sí, vamos.

ClanFintan se puso a un medio galope animado, como si momentos antes los muchachos y él no hubieran estado intentando recuperar fuerzas. Los hombres, qué monos son. Aunque tuvieran la parte trasera de caballo, se comportaban como hombres al cien por cien.

A medida que nos acercábamos a la gente, ellos se adelantaron para saludarnos, y yo me recordé que era el centro de atención. Entonces comencé a saludar con la cabeza alta y una sonrisa.

– ¡Epona!

– ¡Salve la Amada de Epona!

– ¡Bienvenida a casa, Encarnación de la Diosa!

– ¡Amada de Epona, bendícenos!

Yo seguí saludando. Gracias a Dios que he visto muchos programas especiales sobre la familia real en la PBS.

Al poco tiempo llegamos a las puertas de la muralla y a la entrada del templo. Allí entre las sombras, Alanna esperaba nuestra aparición. Me alegré muchísimo de verla. Estaba vestida con una cosa vaporosa de color amarillo y tenía las manos recatadamente colocadas ante sí. Mi impaciencia por desmontar debió de hacerse patente en mi forma de montar, porque ClanFintan me ayudó rápidamente. Yo asentí y sonreí a mis adoradores y me acerqué a Alanna. Me di cuenta de que ClanFintan y los chicos se habían vuelto hacia la multitud para cortarles el paso y dejar que yo pudiera entrar en casa. Le estaba asegurando a la gente que yo estaba bien, sólo cansada, que volvería a bendecirlos a primera hora de la mañana, bla, bla, bla…

Yo me olvidé de la reticencia de Alanna y la abracé con fuerza.

– ¡Me alegro mucho de verte!

– Yo también me alegro de que estéis bien, mi señora -dijo ella en tono servil, y yo noté que estaba tensa.

Bajé los brazos y ella me hizo una reverencia. Después me precedió por la entrada. En vez de pasar al patio ajardinado que había frente a nosotras, ella giró y abrió una puerta pequeña, sin decorar. Dentro estaban los dos guardias tan escasamente vestidos que yo recordaba bien.

Antes de seguirla, me volví hacia ClanFintan.

Él me sonrió.

– Descansa y refréscate. Yo iré a que mis guerreros me informen de lo que ha ocurrido durante el tiempo que hemos estado fuera, y me reuniré contigo más tarde… -hizo una pausa y añadió-: En tu habitación.

Su voz se había hecho grave, ronca. Creo que yo me ruboricé.

– Si es eso lo que deseáis, mi señora.

Nos miramos a los ojos, y de repente, a mí me costaba respirar. Olvidé lo cansada que estaba. Olvidé lo sucia y maloliente que estaba. Sólo podía pensar en su pecho cálido y en su boca contra la mía.

– ¿Mi señora? -la voz de Alanna rompió el hechizo.

– Oh… eh… ya voy -le dije a ella, y después le hice un guiño a ClanFintan-. Sí, eso es exactamente lo que deseo.

Él me lanzó una sonrisa sexy, y yo se la devolví. Después, me apresuré a seguir a Alanna, antes de hacer alguna tontería en público, como morder a mi marido.

El guardia cerró la puerta secreta, y yo seguí a Alanna por un pasillo que me resultaba familiar.

– Por aquí, señora -dijo.

Torcimos la esquina y vi la puerta de mi habitación, flaqueada por otros dos guardias monumentales. Les sonreí cuando ellos me saludaron, y les di las gracias antes de que cerraran después de mi paso.

– ¡Oh, Dios mío, estoy impaciente por contártelo todo! -exclamé, y seguí a Alanna mientras ella rebuscaba en mis armarios y sacaba telas vaporosas y escasas.

– Sí, mi señora.

– Bueno, fue horrible… y maravilloso -dije, y sonreí, pero después me sentí desconcertada, porque ella no me devolvió la sonrisa-. Encontramos a mi padre… al padre de Rhiannon. Eso fue espantoso. Habían muerto todos. Nunca había visto nada semejante. Los quemamos. Espero que sea lo que hubiera querido mi padre.

– Estoy segura de que su espíritu lo entenderá.

– ¿Lo crees de veras?

– Sí, mi señora -dijo ella, y siguió rebuscando cosas en el armario.

– ¿Vas a darme ropa limpia para que pueda bañarme? -mi tono de voz era tan impaciente como yo.

– Sí. Por favor, acompañadme a los baños.

¡Los baños! ¡Completos, con papel higiénico! Estaba deseando experimentarlo. La seguí rápidamente.

Entrar en el baño fue como entrar al cielo. Era tan bello como lo recordaba, todo dorado y nebuloso a la luz de las velas, aunque los candelabros y apliques fueran calaveras. Varias ninfas se acercaron e hicieron reverencias, murmurando bienvenidas cuando yo entré.

– Gracias. Me alegro de haber vuelto.

Y lo decía en serio. Ellas sonrieron tímidamente, pero también con calidez. Me dirigí a la ninfa más alta, cuya belleza esbelta me recordaba a la de Staci, una de mis estudiantes favoritas de todos los tiempos. Cuando hablé, mi voz reflejó el afecto que sentía por su reflejo de mi propio mundo:

– Por favor, di en la cocina que ClanFintan va a cenar conmigo en mi habitación. Y diles que tengo muuucha haaambre.

– ¡Por supuesto, mi señora!

La ninfa Staci salió corriendo de los baños.

– Y, las demás, ¿podríais disculparnos? Quisiera estar a solas con Alanna.

Ellas hicieron una reverencia y se marcharon.

– ¡Qué bueno es poder relajarse! -dije, y observé cómo Alanna se ocupaba de preparar las cosas para mi baño-. Eh… mientras estás ocupada voy a… bueno… -señalé los servicios.

– Claro, mi señora.

Después de una experiencia que sólo puedo describir como satisfactoria, volví y comencé a quitarme la ropa sucia.

– Aj. Estas cosas están repugnantes -dije. Me senté junto a la piscina y me quité las botas-. Eh, ¿hay un jabón que huela como el jabón de arena del bosque? -pregunté. Alanna me miró sin comprender-. Ya sabes ése que huele a almendras y vainilla…

– Sí, mi señora, lo hay.

Entonces se dio la vuelta y comenzó a rebuscar entre los frascos que había junto al espejo. Cuando halló el que quería, se acercó a la piscina y vertió el contenido en el agua caliente. La suave fragancia del jabón se extendió por el ambiente con el vapor.

– Ése es -dije, y olisqueé con satisfacción mientras me quitaba los pantalones y aquel tanga desagradable. Con un suspiro de deleite, me metí en el agua-. Maravilloso.

– Sí, mi señora.

Entre el éxtasis del agua limpia y caliente, el comportamiento de Alanna penetró en mi mente. Abrí los ojos y la miré a través del vapor. Estaba recolocando los cepillos y los frascos de jabones y perfumes.

– Alanna.

Ella no se detuvo, sino que me respondió con la voz fría de una extraña.

– Sí, mi señora.

– Deja eso y ven aquí a hablar conmigo.

No quería que sonara como una orden, pero ella se irguió con tirantez y se acercó al borde de la piscina.

– ¿Qué es lo que deseáis que diga, mi señora?

– ¡Quiero saber por qué te comportas como si fuera una extraña! ¡O peor todavía, como si fuera Rhiannon!

La frustración que sentía hizo que hablara malhumoradamente.

– Como bien sabéis, soy vuestra sirvienta, mi señora. Me comporto como corresponde a mi lugar en vuestra morada -dijo, con la mirada baja.

– Tonterías. Creía que ya habíamos resuelto ese problema antes de que me marchara.

– Como digáis, mi señora.

– ¡Deja de llamarme tu señora! ¿Cuántas veces tengo que decirte que tú no eres mi esclava? ¡Eres mi amiga!

Finalmente, me miró. Estaba pálida y tensa, y tenía los ojos llenos de lágrimas.

– Suzanna es vuestra amiga, no yo.

– Pero tú eres igual que Suzanna, y no puedo evitar querer ser amiga tuya también.

Ella tomó aire profundamente.

– ¿Os habríais marchado a mitad de la noche, hacia el peligro y el horror, sin decírselo a vuestra Suzanna? ¿Y sin pedirle su ayuda ni sus plegarias?

Oh. Ahora lo entendía todo.

– No, no lo habría hecho.

– Así pues, ya veis, mi señora, no importa lo que digáis con vuestras palabras, vuestras acciones me demuestran que no somos amigas.

– Oh, Alanna, tienes mucha razón -dije. No podía creer que hubiera hecho tan mal las cosas.

– Es mejor que sigamos siendo ama y esclava -dijo ella con resignación.

– ¡No! No quería decir eso. Lo que quería decir es que tienes razón al estar enfadada conmigo. He sido una idiota.

– ¡Mi señora! Yo no podría estar enfa…

Entonces, la interrumpí.

– Claro que sí. Lo estás, y tienes razón. Yo se lo habría contado a Suzanna, y debería habértelo contado a ti. Me equivoqué. Por favor, perdóname y dame otra oportunidad.

Ella me miró con asombro, pero ya no tenía lágrimas en los ojos.

– Yo… yo…

– Siento haber herido tus sentimientos y haber conseguido que desconfiaras de mí.

– Os perdono.

Su expresión cambió al decir aquellas palabras, y en sus labios apareció una sonrisa tímida.

– ¡Bien! La próxima vez que vaya a cometer una locura, te avisaré. Así podremos preocuparnos juntas.

– Eso me gustaría.

– A mí también -dije. Con un suspiro, volví a relajarme dentro del agua, feliz por haberlo resuelto-. ¿Te importaría darme algo con lo que pueda lavarme?

Ella me entregó una esponja de color crema.

– Tomad, mi señora…

– Alanna, no puedo soportar que me llames así. ¿No podrías tutearme otra vez?

Alanna me miró con desconcierto, pero respondió.

– De acuerdo… Rhiannon -dijo, aunque no estaba totalmente convencida.

– Rhiannon. No. No me gusta.

– Significa «majestuosa».

– Era de esperar -murmuré, mientras me frotaba la planta de los pies con la esponja-. Me gustaría que pudieras llamarme Shannon, pero supongo que no es buena idea.

– No -dijo ella con preocupación.

– ¡Ya sé! Mis amigos no me llaman Shannon muy a menudo. Acortan el nombre y me llaman Sha. ¿Y si reducimos Rhiannon a algo como Rhe, o Rhea?

Dios, tenía los pies asquerosos.

– ¿Rhea? -preguntó ella, dubitativamente.

– Sí. Me gusta.

– Bueno, lo intentaré.

Capítulo 14

– Alanna, ¿hay algo con lo que pueda lavarme el pelo? Lo tengo muy sucio.

– Por supuesto… -ella hizo un esfuerzo evidente, y añadió-: Rhea.

Volvió a rebuscar entre los frascos hasta que encontró uno dorado y alto.

– Este jabón para el pelo está hecho de miel y almendras. Es el favorito de Rhiannon, y he pensado que a ti también podría gustarte.

– Tienes razón. Me gusta -dije-. Es extraño que nuestros gustos se parezcan tanto, ¿verdad?

Alanna soltó un resoplido muy poco elegante.

– Creo que «extraño» no es una palabra suficientemente intensa para describirlo.

– Espera, voy a mojarme el pelo. Después, te agradecería que me ayudaras a lavármelo bien.

– Encantada, Rhea.

En aquella ocasión, el nombre salió con más facilidad.

Yo me tapé la nariz y me hundí en el agua, y agité la cabeza para que el agua empapara mis rizos enmarañados.

Cuando salí a la superficie, me volví hacia Alanna y me senté cerca del borde. Ella destapó la botella y me puso el líquido jabonoso por todo el pelo. Después, las dos atacamos la melena. Tuvimos que repetir tres veces el proceso de lavado y aclarado, antes de que yo me sintiera realmente limpia.

La piscina era magnífica. Tenía un sistema que dejaba salir el agua sucia y jabonosa por un lado, mientras que por el otro entraba agua limpia y caliente. Y era muy grande. El centro tenía la suficiente profundidad como para que yo me pusiera de pie y tuviera el agua por la barbilla.

Ya limpia, me acomodé cerca de la zona por la que fluía el agua, para que mis músculos se relajaran con el calor. Alanna se sentó cerca de mí, con las piernas metidas en el agua, como si fuera una niña sentada a la orilla del río.

– Siento que hayas tenido que ver el horror de lo que sucedió en el Castillo de MacCallan -me dijo con tristeza.

– Tenía que ir. No quería hacerlo, pero necesitaba ir.

– Sí. Me alegro de que ClanFintan te acompañara.

– No sé lo que habría hecho sin él -dije. De repente, recordé algo que me sobresaltó-. ¡Epi! Ni siquiera he preguntado si ha vuelto a casa sana y salva.

Alanna frunció el ceño con confusión, y después su expresión se aclaró.

– La Elegida. La yegua de lady Rhiannon. Sí, los centauros de ClanFintan la escoltaron hasta casa. Está descansando plácidamente en el establo.

– ¿Se le ha curado el casco?

– No parecía que tuviera nada malo cuando yo la vi -me dijo ella con una sonrisa-. Entonces, ¿os habéishecho amigas?

– Es estupenda, y a mí siempre me han encantado los caballos.

– Teniendo en cuenta tu nueva situación, ésa es una coincidencia muy afortunada.

– Cierto.

Las dos nos quedamos calladas, pensativas, sopesando las dimensiones a ambos lados de un espejo, las diosas de los equinos, el sexo con los centauros…

– Me gusta de verdad.

Alanna me miró con un pestañeo. Inocentemente.

– ¿Quién, mi señora?

– Que no me llames así… -dije, y le salpiqué con un poco de agua. Ella se rió-. Ya sabes quién. El señor Alto, Moreno y Equino.

– ¿Ya no te disgusta tener que pasar la noche con él? -me preguntó.

– No soy capaz de quitarle las manos de encima -dije, y creo que me ruboricé.

– Ahora hablas igual que lady Rhiannon -dijo Alanna, y se tapó la boca con las manos para ahogar una risita.

– Y tú hablas igual que Suzanna -dije yo, y nos reímos juntas-. Oh, vaya, eso me recuerda que él iba a ir a mi habitación para darme un informe. Por favor, ayúdame a elegir algo maravilloso que ponerme.

Alanna se levantó de un salto y tomó una toalla gruesa en la que yo me envolví rápidamente. Me senté en el tocador, y comenzamos a secar mi pelo.

– Y tenemos el problema de esas criaturas espantosas -dije, y nuestros ojos se encontraron en el espejo-. Oh, Alanna, tuve otro de esos sueños. Las criaturas han apresado a todas las mujeres del castillo. Vi cómo una criatura recién nacida salía del cuerpo de una de ellas, rasgándole la carne y la piel -expliqué con un escalofrío, y Alanna abrió mucho los ojos y me tomó de las manos-. Dime que los centauros son fuertes y pueden matar a esas criaturas. Sé tan poco de este mundo… ¿Tengo yo un ejército, o algo parecido? ¿O los soldados de Rhiannon sólo son chicos para pasarlo bien?

– Los centauros son guerreros muy poderosos -dijo ella con firmeza-. Y lady Rhiannon elige a sus guardias por su capacidad para la lucha, aparte de sus otras habilidades y… sus otros atributos.

Yo le apreté las manos y me volví hacia el espejo.

– Por lo menos es una viciosa inteligente.

Alanna sonrió.

– Hablando de ser inteligente… Me siento como una idiota, porque no conozco nada de este mundo. ¿No tiene Rhiannon un mapa, o algo que puedas mostrarme? Ni siquiera sabía lo que era el Castillo de la Guardia. ClanFintan debe de pensar que soy tonta.

– Sí, hay un mapa de Partholon en tu habitación -me dijo ella. Después me preguntó-: ¿Sabes que tienes que realizar una ceremonia de bendición para todo el mundo, mañana por la mañana?

– Se me había olvidado -respondí. Estupendo, como si no tuviera ya suficientes preocupaciones-. ¿No puedes ocupar tú mi lugar?

Alanna se quedó horrorizada.

– ¡No! Tú no eres lady Rhiannon, pero de todos modos eres la Amada de Epona, y nuestra Suma Sacerdotisa.

Yo abrí la boca para interrumpirla.

– Tienes el Sueño Mágico. Sólo eso es prueba del favor de Epona.

Intenté de nuevo abrir la boca.

– Y la yegua te quiere y te acepta.

Cerré la boca.

– Eres la Amada de Epona, y la líder espiritual de la gente. Ellos cuentan contigo, tanto como los estudiantes contaban contigo en tu antiguo mundo. No puedo creer que vayas a fallarles.

Me puse a pensar. Quizá pudiera recordar una breve bendición para el día siguiente, que hiciera hincapié en los sentimientos celtas. Yeats siempre fue uno de mis favoritos, y entre Shakespeare y él, y algún otro a quien pudiera plagiar, quizá encontrara suficiente material como para salir del paso. Comencé a repasar poesías y soliloquios…

– Alza la cabeza, Rhea. Deja que termine tus ojos.

Yo parpadeé y obedecí, vagamente sorprendida al darme cuenta de que, mientras yo estaba ensayando mentalmente, ella me había transformado en Cenicienta antes del baile. Terminó de maquillarme los ojos y me entregó un tarro de brillo para los labios. Después, me mostró dos paños insignificantes de seda para que los inspeccionara.

– ¿Tienes alguna preferencia?

– Sí -dije, y tragué saliva-. Me gustaría dejar algo para su imaginación.

Ella se echó a reír.

– ¡Dices unas cosas muy raras!

– Me parece que me gusta el verde con el ribete dorado.

El otro atuendo era de una tela blanca demasiado transparente para mi gusto.

– El verde le va muy bien a tus ojos -dijo ella, asintiendo.

Alanna me ayudó a vestirme rápidamente, envolviéndome en la seda.

– Ese diseño dorado es muy bonito -dije-. ¿Qué es?

Alanna estaba sujetando el broche en la boca, y me respondió a través de los labios fruncidos.

– Calaveras, por supuesto.

– Por supuesto.

Debería habérmelo imaginado.

Finalmente, me prendió el broche en el vestido, sobre el hombro derecho, y me entregó un par de sandalias de color crema con un poco de tacón. Cuando me hube atado las cintas, Alanna terminó de colocarme los pliegues de seda del vestido y me observó atentamente. Asintió, como si estuviera satisfecha consigo misma, y se volvió hacia el tocador para abrir las tapas de unas cajas muy decoradas. Mientras ella removía el contenido, me di cuenta de que había destellos, y miré por encima de su hombro.

Las cajas estaban llenas de joyas.

– Oh, Dios mío, ¿todo eso me pertenece?

– Ahora sí -dijo ella.

– Supongo que a Rhiannon le daría un ataque de nervios si alguien tocara su botín.

– Más o menos -respondió Alanna con una sonrisa.

– Bueno, pues vamos a cargarme de joyas.

– Muy bien.

Como ya he mencionado, el gusto de Rhiannon era muy parecido al mío, y eso también sucedía en lo referente a la joyería. Tenía collares, broches y pendientes de diamantes, topacios y ámbar. Era como si alguien hubiera volcado allí varias bandejas de Tiffany’s.

Mientras intentaba no balbucear, conseguí decidir qué piezas quería ponerme: un collar de brillantes que descansó pesadamente entre mis pechos, casi desnudos, un par de pendientes de oro y perlas y un brazalete de diamantes enormes y redondos, unidos con eslabones de oro. Estiré el brazo y admiré el fuego de los brillantes. Eran maravillosos.

– Que no se te olvide esto -dijo Alanna, y me mostró una corona que ya había llevado antes.

Era una preciosidad, pero yo vacilé.

– ¿No crees que es demasiado?

– Rhiannon siempre la llevaba. Es signo de vuestra nobleza y condición. Sólo la Suma Sacerdotisa y Amada de Epona puede llevar esta corona.

Yo decidí seguir las indicaciones de mi instinto.

– Entonces, creo que la dejaremos aquí. Esta noche sólo quiero ser la Amada de ClanFintan -dije, y miré a Alanna con preocupación-. Sin embargo, no quiero enfadar a mi diosa. ¿Crees que a Epona le importará?

Alanna me dio un abrazo suave, tan parecido a los de Suzanna que a mí se me encogió el corazón.

– Epona querría que honraras a tu marido y que fueras feliz.

– Bien. Pues entonces, volvamos a mi habitación -dije, y me encaminé hacia la puerta-. Y yo iré primero. Tengo que empezar a aprender el camino. Si me confundo, me comportaré como una bruja. No creo que nadie note nada fuera de lo común en eso.

Cuando salimos del baño, los dos adorables ornamentos de la puerta se cuadraron. Yo les sonreí.

– Buen trabajo.

Llegamos a mi habitación sin ninguna novedad, y de nuevo, los guardias que vigilaban la puerta se cuadraron. Yo no pude evitar quedarme mirándolos mientras pasaba al interior del dormitorio.

Y me tropecé con la ninfa que era igual que Staci.

– ¡Oh, mi señora! ¡Perdonad mi torpeza!

Se inclinó ante mí, temblando. Parecía que iba a postrarse a mis pies.

Yo me agaché y le apreté el hombro, y le dije que no se preocupara, pero ella se encogió y se protegió la cara con las manos.

– ¡No voy a pegarte! -balbuceé.

Ella seguía temblando, y me miró entre los dedos. Yo me volví hacia Alanna pidiéndole ayuda con la mirada, y ella me dijo, formando las palabras con los labios, que la muchacha se llamaba Tarah.

– Tarah, por favor, ha sido culpa mía. No estaba mirando por dónde caminaba, y me tropecé contigo.

Ella se enjugó las lágrimas y, lentamente, se apartó las manos de la cara.

Me sorprendió de nuevo lo mucho que se parecía a Staci. Tenía su pelo largo, oscuro y brillante, sus ojos castaños y su tipo de supermodelo.

Yo le sonreí y mantuve las manos muy quietas, como si ella fuera un potrillo nervioso. La muchacha me sonrió.

– Se-señora, yo… había preparado la habitación para vuestra cena -dijo, secándose las lágrimas-, y me quedé para ver si todo era de vuestro agrado.

Yo miré detrás de ella y vi una mesa preciosa, puesta para dos, con dos divanes situados con los cabeceros muy cerca el uno del otro.

– Es maravilloso. Por favor, ve a avisar de que traigan la cena poco después de que llegue ClanFintan.

Ella me hizo una reverencia y se marchó hacia la puerta.

– Tarah -dije yo, y ella se detuvo-. Creo que en el pasado me he comportado muy mal -la muchacha abrió unos ojos como platos y yo continué-. Y me disculpo por ello. Las cosas serán distintas de ahora en adelante.

– ¡Sí, mi señora!

La expresión receptiva y alegre de su rostro hizo que yo me enfureciera todavía más con Rhiannon.

– Gracias, Tarah.

Su sonrisa iluminó todo el vano de la puerta mientras salía.

Capítulo 15

– ¿Acaso Rhiannon no se controlaba? -le pregunté a Alanna cuando estuvimos a solas de nuevo.

– Es la Elegida de Epona. No tenía que controlarse.

– Eso no es verdad. ¿Cómo es posible que la gente le fuera leal a Rhiannon si es tan detestable? Me refiero a las mujeres. Me imagino cómo conseguía la lealtad de los hombres -dije.

– Rhiannon es una mujer muy poderosa -respondió Alanna, sin mirarme a los ojos.

Entonces, recordé algo importante.

– Alanna, no me has contado cómo se las arregló Rhiannon para intercambiar su sitio con el mío a través de esa explosión de fuego sin que ninguna de las dos nos quemáramos -pregunté. Eso, suponiendo que Rhiannon también hubiera sobrevivido.

– No lo sé con certeza. Ella no me lo revelaba todo.

– Pero ¿no tienes alguna idea?

Alanna suspiró y me miró, por fin.

– Ella hizo varios rituales de prueba -dijo, y se estremeció al recordarlo-. No tuvieron éxito. La gente con la que intentó intercambiarse estaba… herida… cuando aparecieron. No sobrevivieron.

Yo asentí para que continuara.

– Entonces se le ocurrió la idea de enviar algo inanimado desde este mundo, algo que pudiera transportar su poder, con una de esas personas.

– ¡El ánfora!

– Sí, envió un ánfora funeraria ceremonial, una que se usaba para hacer libaciones sobre las tumbas de las generaciones pasadas de Elegidas -Alanna hizo una pausa y tragó saliva-. Su siguiente prueba fue más exitosa.

– ¿Más exitosa? -no me gustó el sonido de aquello.

– El sirviente sobrevivió. Durante un rato.

– Ay.

– Sí. Lady Rhiannon volvió a hacer ayuno y meditación. Parece que entonces descubrió una respuesta. Tenía un sirviente favorito, un Chamán llamado Bres. No era como ClanFintan; adoraba a dioses oscuros cuyos nombres es mejor no pronunciar.

– ¡Pues entonces no los digas! -toda aquella conversación me estaba produciendo un mal presentimiento.

Alanna asintió y continuó.

– Llevaron a cabo una ceremonia oscura el día en que tú viniste a este mundo. Estalló una tormenta horrible.

– También hubo una tormenta repentina la tarde de mi accidente.

– Bres y ella se marcharon a la zona desértica que hay al borde del lago Selkie, en las afueras de Ufasach Marsh. Ella siempre decía que yo tenía que estar cerca, así que fui con ellos, pero me resultó muy difícil entender lo que estaba ocurriendo a causa del viento y de la lluvia.

Mi Mustang y yo entendíamos perfectamente lo que estaba describiendo, aunque desconocía los sitios que estaba nombrando.

– Eligieron una casa abandonada para prenderle fuego. Incluso en mitad de la tormenta ardió con unas llamas de mil demonios. Bres entró en el edificio, recitando un encantamiento que me hacía daño a los oídos por su intensidad. Entonces desapareció y en su lugar apareció otro hombre, con la misma forma de Bres, pero que evidentemente no era el Chamán. Salió de la casa completamente histérico.

Alanna se interrumpió y tomó un largo sorbo. Después continuó hablando.

– Rhiannon se colocó tras él y le cortó el cuello. Recogió su sangre en una copa y se la bebió. Pasó el resto del día echando encantamientos sobre su cuerpo. Cuando comenzó el atardecer, se quitó la ropa, echó la cabeza hacia atrás y extendió los brazos, y entró en el edificio todavía en llamas como si lo estuviera abrazando.

Yo me estremecí, al recordar la extraña visión de mí misma cuando el ánfora estalló en una bola de fuego.

– Entonces el edificio explotó y desapareció. Y yo te encontré inconsciente entre las ruinas.

Me sonrió valientemente.

– Me pregunto si consiguió llegar a mi mundo.

– Sí lo consiguió -dijo Alanna en un tono monótono.

– ¿Cómo lo sabes?

– Siempre conseguía lo que se proponía. De lo contrario no se conformaba.

– Bueno, la escuela pública va a ser un duro despertar para ella. Me encantaría ser una mosca posada en la pared durante su primera reunión con unos padres. Por lo menos, nos hemos librado de ella y de ese tal Bres.

– Sí.

Nos sonreímos la una a la otra.

– Eh, ¿Bres era alto y esquelético con un aliento apestoso y la piel muy blanca?

– ¡Sí! -exclamó Alanna, y pestañeó de la sorpresa-. ¿Lo viste?

– Hablamos brevemente antes de que comenzara la tormenta. Era escalofriante.

Nos estremecimos las dos a la vez.

– Me alegro de que me encontraras -le dije, y le apreté la mano.

– Yo también.

Ella me devolvió el gesto cariñoso, y la calidez de nuestra amistad le devolvió el color a un mundo que se había vuelto temporalmente pálido.

– ¿Qué te parece si me enseñas el mapa antes de que ClanFintan comience a derretirme la mente?

Alanna se puso en pie, sirvió para las dos unas copas de vino y después se acercó con ellas a una puerta que había en un extremo de la habitación. La abrió y ambas entramos a una estancia maravillosamente decorada, con sofás, una mesa de lectura, una chimenea y las paredes llenas de estanterías y estanterías de…

– ¡Libros! -grité, y entre corriendo en la sala, a punto de tirar a Alanna al suelo-. Creía que esta puerta daba a un armario -pase los dedos con reverencia por los lomos de piel-. Dios, adoro los libros.

– Lady Rhiannon también. Tenía muy ocupados a los escribanos.

Alanna se acercó a una de las paredes y subió hasta el último peldaño de una pequeña escalera de madera. Estiró el brazo hasta la última estantería y desenrolló un mapa.

– Esto es Partholon.

– ¡Vaya!

El mapa desenrollado casi tocaba el suelo. Estaba hecho de un material tejido que me recordaba a la seda, pero era más grueso. Era asombroso. Su belleza me atrajo y quise tocar su suavidad. Me acerqué y pasé las manos por su superficie con una ligera caricia.

– ¡Ay! ¡Me ha dado un calambre!

Alanna estaba encantada.

– Ésa era la última prueba. La chispa que se origina entre el mapa sagrado de Partholon y la Amada de Epona sucede sólo cuando la Suma Sacerdotisa lo toca.

Yo me protegí los dedos y di un paso atrás cautelosamente.

– Podías haberme avisado.

– ¿Lo habrías tocado entonces?

– Seguramente no.

– Por eso no te lo he dicho.

– Qué listilla -dije, con una sonrisa, mientras comenzaba a estudiar el mapa desde una distancia prudencial y vaciaba lentamente mi copa de vino.

El Templo de Epona estaba señalado con un hilo de oro y se encontraba al sureste de Partholon y al norte del río Geal, que cruzaba el mapa de este a oeste. El río nacía al noreste de las Montañas Tier, y tenía varios ramales: pude ver uno al oeste, el río Calman, y justo antes de su desembocadura en el Mar de B’an, el río Clare. Con interés contemplé una estructura llamada Templo de la Musa, situada en un punto de unión entre el río Geal y el río Calman, en la orilla oeste de este último. Después me fijé en la zona oeste del mapa, que el Mar de B’an recorría en toda su longitud, salpicado de acantilados. El Castillo de MacCallan se alzaba atrevidamente al borde de un acantilado. Suspiré con tristeza y miré hacia el norte, hacia el Castillo de la Guardia, situado en un desfiladero entre montañas de picos blancos. Debajo del Castillo de la Guardia y entre éste y el Templo de Epona se extendía un gran lago azul, llamado lago Selkie. Ufasach March estaba al este. Al norte del lago y al sureste del Castillo de la Guardia se alzaba otro castillo llamado Castillo Laragon. No recordaba haber pasado sobre un lago ni sobre otro castillo, y sentí un escalofrío de miedo al observar la zona entre el Castillo Laragon y el Castillo de la Guardia.

De repente un ruido interrumpió mi concentración.

– Seguramente será una de tus sirvientas, que te trae el aviso de ClanFintan -dijo Alanna con una sonrisa mientras yo me ruboriza-. Le diré que puede anunciarlo en un momento.

Yo volví a mirar el mapa e intenté asimilar el resto rápidamente. Vi que existían otros tres castillos, pero ninguno tan cercano al Castillo de la Guardia como el Castillo Laragon o el Castillo de MacCallan. Sólo tuve tiempo de fijarme en que las tierras cubiertas de hierba de las afueras de Partholon tenían el nombre de Llanuras de los Centauros, cuando Alanna volvió a aparecer con una sonrisa, seguida de la ninfa Staci.

– Mi señora, ClanFintan pregunta si puede reunirse con vos en vuestra habitación -dijo, y me hizo una dulce reverencia.

– Gracias, Sta… eh… Tarah. Por favor, hazlo pasar y trae también nuestra cena.

– ¡Sí, mi señora! -respondió. Verdaderamente estaba contenta.

Alanna y yo volvimos a la habitación principal.

– Estoy un poco nerviosa -dije, e intenté no moverme con inquietud.

– Intenta ser tú misma -me dijo Alanna con una mirada bondadosa, y me colocó uno de los rizos en su sitio-. Él ya está predispuesto a quererte, ¿sabes?

– No, no lo sabía -respondí, sorprendida.

– Eres la Amada de Epona. La diosa siempre predispone al Sumo Chamán de los centauros para que sea tu compañero.

Llamó a la puerta, y Alanna respondió cuando yo vacilé.

– ¡Adelante!

ClanFintan entró en la habitación, y yo sentí un cosquilleo en el estómago. Obviamente, se había bañado. Su pelaje resplandecía como el sirope de arce caliente (lo llevaba suelto, así supe lo largo y espeso que era), estaba bien cepillado y le caía libremente como una cortina oscura sobre los hombros de bronce. Llevaba un chaleco de cuero oscuro con un bordado de oro, que lucía casi con tanta magia como sus músculos cuando andaba.

Lo cual hizo que yo me diera cuenta de que no se había movido desde que la puerta se había cerrado tras él. Se había quedado inmóvil, acariciándome con los ojos.

– Bienvenido, mi señor -dijo Alanna, y yo percibí una sonrisa en su voz.

– Gracias, Alanna -respondió él, y el hechizo se rompió. ClanFintan se acercó a mí-. Perdona mi silencio, estaba embelesado con la belleza de mi señora.

Me tomó la mano derecha, y se llevó la palma hacia los labios. Nuestros ojos quedaron atrapados de nuevo, y yo noté que se me aceleraba la respiración.

Dios, era muy grande.

Y musculoso.

Y cálido, en todos los sentidos de la palabra.

– Buenas noches, ClanFintan. Me alegro de verte de nuevo.

– Yo también me alegro de verte de nuevo, Rhiannon.

Noté su respiración caliente en la palma de la mano, y sus labios vacilaron cerca del pulso de mi muñeca.

Durante un segundo me pregunté si iba a morderme otra vez, aunque no me importaba. No lo hizo, y yo suspiré cuando él me soltó la mano.

– Si no necesitáis nada más, mi señora, os deseo una buena noche y…

– ¡No! -Alanna se detuvo de camino hacia la puerta. ClanFintan me miró, sorprendido por mi estallido-. Quiero decir… por favor, quédate hasta que llegue nuestra cena. Hay cosas de las que tenemos que hablar -ambos se me quedaron mirando fijamente. Bajo su confuso escrutinio, me acerqué nerviosamente a uno de los divanes y volví a llenarme la copa de vino-. Me gustaría que Alanna oyera tu informe y, bueno, ella tiene mucha sabiduría acerca de… cosas -dije. Todavía estaban mirando, y yo me volví hacia ClanFintan para explicarme-. Es mi amiga, y valoro su juicio.

– Por supuesto, Rhiannon -dijo él-. Entonces debe quedarse.

ClanFintan se sentó en el otro diván. Alanna le sirvió una copa de vino, y se la entregó. Yo la miré y suspiré.

– Alanna, sírvete tú también vino y siéntate aquí conmigo.

Ella asintió, mirándome con extrañeza, pero hizo lo que le pedía. Creo que algunas veces tarda unos instantes en acordarse de que no voy a gritarle ni golpearla. Volví a concentrarme en el centauro.

– Entonces, ¿ya se están preparando las tropas para la batalla?

– Sí. He enviado aviso a las Llanuras, y los centauros se están reuniendo. Comenzarán a llegar en los próximos días. Tu guardia, como siempre, está preparada para protegeros a ti y al templo. He convocado una junta de guerra en tu nombre. Dentro de siete días todos los líderes de los clanes habrán llegado, y entonces podrás informarlos de lo que te ha revelado Epona. Todos juntos idearemos una estrategia para combatir la maldad de los Fomorians.

– ClanFintan, me gustaría que tú dirigieras la junta de guerra. Me sentiría mejor sabiendo que estás a cargo de nuestra seguridad.

– Pero, Rhiannon, por derecho, tú deberías dirigir la junta.

Estupendo.

– Sí, pero como mi marido, te estoy pidiendo que asumas esa función en mi lugar.

Miré a Alanna con la esperanza de no estar cometiendo un error, pero no parecía que ella estuviera asustada. Todavía.

– Si es eso lo que deseas, lo haré, por supuesto.

– Gracias. Y hay algo más que me preocupa -dije, y miré a Alanna-. Cuando estábamos estudiando el mapa, me di cuenta de que el Castillo de Laragon está muy cerca del Castillo de la Guardia. ¿Han recibido aviso en Laragon sobre lo que está sucediendo?

– Sí, se enviaron palomas mensajeras el primer día, y los centauros han acudido para ayudarlos a preparar su defensa.

– Entonces, ¿crees que las criaturas no se quedarán en el Castillo de la Guardia? ¿Piensas que atacarán de nuevo?

– Sé muy poco sobre ellos, pero me parece que no van a conformarse con lo que han tomado ya.

– ¿Nadie tiene alguna información, aunque sea básica, de esas… cosas?

– Fomorians -dijo Alanna, para ayudarme con la palabra.

– Sí, Fomorians -repetí yo. La miré a ella y después miré a ClanFintan-. ¿No dijiste que sabías algo sobre ellos por las leyendas?

– Sólo sé que cuando fueron vencidos, hace mucho tiempo, se exiliaron en las montañas. Y que tenían poderes oscuros y bebían la sangre de los seres vivos.

Más buenas noticias.

– ¡Entonces son vampiros!

– ¿Vampiros? -preguntaron los dos al unísono.

Suspiro. Supongo que no habían leído a Bram Stoker.

– Los vampiros son criaturas que se alimentan de la sangre de los otros. Normalmente, son seres muy desagradables. No les gusta viajar a la luz del día. Sólo se les puede matar de ciertas maneras y…

De repente la expresión confusa de ClanFintan cambió.

– Tal vez los Fomorians tengan debilidades, como esos vampiros.

– ¿Y cómo vamos a averiguar si las tienen?

Los tres nos miramos. Entonces se me encendió la bombilla de la cabeza. ¡Claramente, necesitábamos un profesor!

– ¿No tenemos un historiador en el templo? -me volví hacia Alanna-. Ya sabes, un profesor de historias antiguas…

– Sí, por supuesto, mi señora. Se llama Carolan.

Curiosamente, ella se sonrojó. Incluso sus orejas enrojecieron.

Me pregunté qué le ocurría.

– ¡Bien! ¿Podrías, por favor, ponerte en contacto con ella, decirle lo que necesitamos investigar, y traérmela mañana por la mañana, antes de que yo tenga que bendecir a la gente?

– Lo haré, mi señora.

Alanna bajó la mirada y la clavó en la copa de vino. Pensé que debía averiguar cuál era su problema con la profesora.

– Bien. Me alegro de que eso esté resuelto.

Alguien llamó a la puerta. En aquella ocasión pude responder por mí misma.

– ¡Adelante!

Tarah entró en la habitación con una gran sonrisa en su preciosa cara.

– Mi señora, ¿puedo traeros la cena?

Yo le sonreí.

– Sí, me gustaría.

Ella se apartó y dio una palmada imperiosa. Entonces comenzaron a entrar sirvientes en la habitación. Todos portaban bandejas que despedían aromas deliciosos.

Volví a sonreir a Tarah.

– ¡Buen trabajo!

– ¡Dijisteis que teníais hambre, mi señora! -respondió ella. Estaba tan contenta con mi aprobación que pensé que se iba a salir de su piel de porcelana.

– Sí, tengo hambre.

Mis ojos encontraron los de ClanFintan, y compartimos una sonrisa secreta.

Sí, ciertamente teníamos hambre…

Mientras los sirvientes llenaban nuestros platos, Alanna aprovechó la oportunidad para ponerse en pie y hacerme una reverencia.

– Me ocuparé de lo que hemos hablado, mi señora -dijo. Después se volvió para inclinarse hacia ClanFintan-. Os deseo una buena noche, mi señor.

– Gracias, Alanna.

– Sí, gracias, amiga. Como siempre tienes mi amor, además de mi agradecimiento por tu lealtad.

Alanna no se ruborizó ni se quedó sorprendida por aquella frase que todo el mundo debía de considerar poco corriente por mi parte. Se limitó a lanzarme una mirada de gratitud y salió elegantemente, con la cabeza alta. Hubo un momento de silencio, y después los sirvientes, confusos y silenciosos, la siguieron.

Rhiannon debía de haber sido una bruja horrible.

La puerta se cerró.

Yo me estaba muriendo de hambre, en todos los sentidos de la palabra.

Y ahora que estábamos solos, me sentía increíblemente nerviosa. Me puse a mirar con gran interés la comida que tenía en el plato.

– Vaya, esto tiene un aspecto maravilloso.

Con entusiasmo, pinché un pedazo de algo que parecía pollo y me lo metí en la boca.

– Sí, maravilloso.

La voz de ClanFintan había recuperado el tono susurrante. Eso me provocó escalofríos desde los dientes hasta los dedos de los pies. Y por todas partes entre medias.

Sus ojos se clavaron en los míos. Tenía un codo apoyado en el brazo del diván. En la otra mano tenía la copa de vino. Ni siquiera estaba fingiendo que tuviera interés en la comida.

Yo tragué rápidamente.

– ¿No tienes hambre?

Su sonrisa lenta atrajo mi mirada hacia sus labios carnosos.

– No. He cenado antes de venir a tu habitación.

– ¡Ya has cenado!

¿Por qué no me lo había dicho? Yo también habría cenado.

– Disfruto viendote comer -dijo-. Verdaderamente, te encanta la comida.

Bueno, en eso tenía razón.

Yo todavía me sentía incómoda.

– Pero yo no quiero cenar sola.

Él se quedó sorprendido.

– No estás cenando sola. Yo estoy aquí.

– Sí, eso es cierto -murmuré, a través de aquello que sabía a pollo.

ClanFintan se echó a reír.

– Eres muy graciosa. No sabía eso de ti.

– Bueno, nunca te acostarás sin saber algo nuevo.

– Eso es cierto.

Parecía que le había gustado el dicho. Supongo que los clichés funcionaban bien en este mundo.

Yo mastiqué la comida y lo observé atentamente.

– No parece que hayas hecho un viaje tan duro, llevando una pasajera, y prescindiendo de dormir durante varios días.

En realidad, parecía fuerte y fresco, guapísimo, para ser más exactos.

– Me ha gustado llevar tu carga -su voz ronca era muy sugerente-. Y mi resistencia es mayor que la de un hombre humano.

Yo tomé un pedazo de langosta de una cola abierta. Goteó mantequilla y yo la succioné con la boca.

Oí que se le cortaba el aliento.

Lentamente, me lamí el líquido de los labios.

– Ya lo habías mencionado antes.

– Sí, lo había hecho.

Me complació darme cuenta de que su respuesta sonaba tensa.

– No creo que te haya dado las gracias por seguirme. Nunca lo habría conseguido sin ti. Gracias.

– No tienes nada que agradecerme. La próxima vez que necesites emprender una búsqueda, por favor permíteme que te acompañe desde el principio.

Antes de succionar otro pedazo de langosta, dije con un ronroneo:

– No se me ocurriría salir de casa sin ti.

Con la lengua, atrapé otra gota de mantequilla de mis labios, y después saboreé la carne blanca y la mastiqué lenta y deliberadamente. Tragué y volví a lamerme los labios.

– Te llamaré señor American Express.

Él estaba hipnotizado y vagamente confuso.

– ¿American Express? ¿Quién es?

La langosta se había terminado, así que tomé una fresa azucarada y la mordí delicadamente, mientras observaba como él me observaba a mí.

– Es alguien que me permite tener exactamente lo que deseo -expliqué, y lamí el jugo de la fresa de mis dedos-. Mmm, esto es buenísimo.

– Sí, buenísimo.

Vaya, vaya, vaya. No creía que estuviera hablando de la fresa.

Tomamos un poco de vino. Yo intenté comportarme recatadamente mientras nos estudiábamos el uno al otro. Se me había subido el vino a la cabeza, y estaba empezando a perder inhibiciones. En realidad, nunca había tenido un problema de inhibición. Sin embargo, el asunto del hombre caballo había sido un poco sobrecogedor al principio.

¡Y de eso se trataba! ClanFintan había dejado de ser un hombre caballo para mí. Noté que mis labios se curvaban en una sonrisa seductora. De repente, entendía lo que debía de haber sentido la Bella al enamorarse de su Bestia. Él era mi marido, y yo lo deseaba. Lo único que tenía que hacer era estirar el brazo y podría acariciarlo.

Dejé la copa de vino en la mesa y me incliné hacia adelante. Su brazo derecho todavía descansaba en la curva del diván. Lentamente, posé los dedos en su bíceps y se lo acaricié, hacia abajo, hasta que terminé en su palma. Él cerró los dedos cálidos alrededor de mi mano. No tiró de mí, como habría hecho un hombre humano. En vez de eso, me acarició la muñeca y esperó, permitiendo que fuera yo quien decidiera cuándo quería acercarme a él, o si quería acercarme a él.

Y aquélla fue una decisión muy fácil.

Me puse en pie y caminé hasta el otro lado de su diván. Él movió el cuerpo para quedar frente a mí. Como ya he mencionado, es un tipo muy grande. Aun estando yo de pie, y él reclinado, nuestras cabezas seguían sin estar al mismo nivel, pero al menos no era como una torre sobre mí. Me acerqué a él y, de inmediato, el calor que irradiaba me envolvió. Sin ser consciente de lo que hacía, elevé los brazos y posé las manos en sus hombros. Después, cuidadosamente, deslicé las manos, deleitándome al principio con el tacto de su chaleco, y después con la suavidad del vello de su pecho. Elevé los ojos para encontrarme con los suyos. Él me estaba mirando con intensidad.

– Me encanta acariciarte -susurré.

– Me alegro.

Aquella voz… no creo que haya oído nunca un sonido tan seductor. Era una caricia verbal. Encendió llamas por todo mi cuerpo.

Deslicé las manos hacia el interior del chaleco y viajé por su pecho amplio. Descendí para acariciar las líneas de su estómago musculoso, deteniéndome en los bordes firmes y disfrutando del modo en que él temblaba bajo mis caricias.

Bajé hasta el lugar en que su cuerpo humano se volvía caballo. Entonces mis manos se detuvieron.

Se negaban a explorar más allá. Inesperadamente, me sentí paralizada por el miedo a lo desconocido. Volví a mirarlo a los ojos.

– Hay una cosa que debes creer -me dijo entonces-: Yo nunca te haría daño. No debes tenerme miedo.

– Todo esto es muy nuevo para mí.

– Te prometo que nunca haré nada que te resulte incómodo.

– ¿Me deseas?

Mi voz tembló, y me pregunté con impaciencia si quería escuchar un «sí» o un «no» como respuesta.

– Te deseo más de lo que tú podrías entender.

El tono erótico había desaparecido de su voz, sustituido por una triste resignación. Con la mano, sin tocarme la piel, siguió la silueta de mi hombro y mi brazo, hasta el lugar en el que mi mano se había detenido, en su cintura, y entonces suspiró y posó su mano sobre la mía. El calor de aquella caricia me provocó un escalofrío por todo el cuerpo.

La resignación callada de su respuesta acabó con los últimos vestigios de mi temor. Me sentía como un nadador que se estaba preparando para saltar desde un acantilado.

Contuve la respiración y pregunté:

– ¿Quieres quitarte el chaleco?

Su expresión seria se transformó en una sonrisa, y arqueó una ceja, observándome con suma atención mientras se despojaba del chaleco y lo dejaba en el suelo, junto a nosotros.

Era magnífico, todo músculos bronceados y líneas esculpidas. Mis manos encontraron su pecho de nuevo, y con las yemas de los dedos, dibujé círculos alrededor de sus pezones. Él emitió una risa breve, y me agarró las manos.

– ¿Tienes cosquillas?

– Sólo ahí.

Nos pareció divertido, y nos reímos juntos. Me di cuenta de que nos habíamos relajado, y después de una pausa momentánea continué mi exploración por su pecho, por su estómago musculoso, y más abajo todavía. Cuando encontré su pelaje espeso con las yemas de los dedos volví a mirarlo a la cara. Tenían una expresión abierta y cálida, y una sonrisa de ánimo en los labios. Sin dudarlo más, seguí acariciándolo.

– Es magnífico.

Me acerqué más a él y le rodeé el cuello con los brazos. Terminé de hablar contra sus labios.

– Todo tú eres magnífico.

Con un gemido, me abrazó y me ciñó contra su pecho desnudo. Nuestros labios se encontraron y yo me sentí inmersa en su calor y su sabor. Me tomé mi tiempo besándolo, y no parecía que a ClanFintan le importara.

El calor de su cuerpo era muy seductor. Mientras yo le mordisqueaba los labios y succionaba su lengua, sentí que él dominaba toda su pasión, a medida que su respiración se hacía más profunda y sus músculos se tensaban y temblaban bajo mis manos erráticas. Mantuvo las manos inmóviles, posadas en mi espalda, mientras me permitía que me sintiera más y más cómoda acariciándolo. Aquel tipo de seducción calmada estaba funcionando muy bien para él. En poco tiempo, yo estaba frotando mi cuerpo contra su pecho y, bueno, finalmente le tomé una mano y la posé sobre uno de mis senos.

La calidez de su mano y la aspereza de su piel hicieron que mi pezón se endureciera, lo cual fue muy evidente a través de la fina tela de mi vestido. Jugueteó con mi pezón durante un rato. Después dibujó un rastro caliente con la boca por un lado de mi cuello, se recreó un momento sobre mi clavícula y comenzó a besarme lentamente la curva del pecho hasta que sus labios encontraron mi pezón. El hecho de que yo todavía estuviera vestida no lo hizo vacilar. El calor y la humedad de su boca atravesaron la fina seda de mi ropa, y consiguieron que a mí se me escapara un gemido. Entonces abrió los labios y atrapó el pezón, y la tela que lo cubría, y succionó y mordisqueó delicadamente.

– Oh, eso es estupendo -susurré, y me arqueé contra su boca. Tuve la sensación de que mi cuerpo iba a derretirse contra el suyo.

– Mmm.

ClanFintan elevó la cabeza y me besó. Me abrazó con fuerza y yo le correspondí. Justo cuando comenzaba a darme vueltas la cabeza, él interrumpió el beso, pero no me soltó. Nuestros ojos volvieron a encontrarse. Yo sabía que estaba sonrojada, y sentía los labios deliciosamente hinchados y húmedos.

– ¿Ha desaparecido tu miedo?

No hubo ningún titubeo en mi respuesta.

– Sí.

Di un paso hacia atrás. Él me miró con curiosidad, pero me permitió que escapara de sus brazos. Sin dejar de mirarlo a los ojos, abrí el broche que mantenía mi vestido en su sitio. Deslicé la tela por un hombro, y mis pechos quedaron desnudos. Con un solo tirón de la gasa que me rodeaba la cintura, quedé en pie en una balsa de tela sedosa, vestida sólo con un tanga, las sandalias, y una sonrisa.

Dejé que él me observara, y disfruté de verdad de la expresión hambrienta de su rostro.

Entonces él me abrazó y me estrechó contra sí, y se puso en pie bruscamente, levantándome del suelo. Caminó decididamente hacia mi enorme cama y me sentó sobre el colchón. Se agachó y comenzó a desatarme las sandalias, y me besó el empeine de cada pie. Después de descalzarme, me levantó por la cintura hasta que estuve cerca del borde de la cama, y yo apoyé las manos en sus hombros para guardar el equilibrio. Él me acarició el cuerpo hasta que encontró la parte superior de mi tanga, y después lo deslizó hacia abajo hasta que me despojó de él. Volvió a abrazarme y me besó suavemente. Después se inclinó hacia abajo y me tendió en la cama, soltándome de mala gana antes de dar varios pasos hacia atrás.

– No tardaré mucho, pero tengo que pedirte que no me hables hasta que el cambio se haya completado.

Yo asentí, intrigada.

Él cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia abajo, mientras sus labios comenzaban a moverse como si estuviera hablando rápidamente consigo mismo. Al principio yo no podía oír sus palabras, pero enseguida su voz aumentó de volumen, y el tempo de su letanía fue aumentando. Mantuvo los ojos cerrados, y comenzó a elevar la cabeza con lentitud, a la vez que los brazos.

Sus cánticos sonaban misteriosos y antiguos, y varios de ellos se repetían una y otra vez. ClanFintan siguió elevando la cabeza y los brazos, hasta que sus manos estuvieron directamente sobre él, y su cara miraba hacia el techo. No estaba gritando, pero la intensidad de sus palabras era increíble, y yo sentí que todo el vello del cuerpo se me ponía de punta.

Entonces todo su cuerpo comenzó a brillar. Al principio parecía que él estaba brillando, pero aquel brillo se movía. Entonces me di cuenta de que no era el brillo lo que se movía, sino su piel.

Su piel se iba difuminando, parecía que sus músculos encogían. Yo no podía apartar los ojos de su rostro. Tenía una expresión de dolor intenso. Quería gritarle que se detuviera, pero él me había advertido que mantuviera silencio, y las palabras se me congelaron en la garganta.

Entonces todo sucedió muy rápidamente. Su cuerpo explotó en una lluvia de partículas ligeras y la luz se hizo tan intensa que tuve que protegerme los ojos con las manos. Un grito de dolor resonó contra las paredes de la habitación. Entonces la luz desapareció. La habitación quedó casi a oscuras en comparación con la luminosidad anterior, y mis ojos tardaron un momento en adaptarse. Cuando recobré la visión, se había formado una figura nueva. Estaba arrodillado en el lugar exacto que había ocupado ClanFintan. Tenía la cabeza agachada, y la cara oculta por una espesa capa de pelo oscuro y familiar. Tenía una mano apoyada en el suelo, y la otra todavía alzada sobre la cabeza. Su respiración era agitada, y su cuerpo estaba cubierto con una fina capa de humedad, como si hubiera corrido un maratón.

Alzó la cabeza y se apartó el pelo de la cara. Nuestros ojos se encontraron. Los efectos del dolor habían marcado las arrugas de su cara. Parecía mayor, y tenía una vulnerabilidad poco característica. Sin embargo, me sonrió.

Su voz sonó áspera.

– Probablemente, debería… -carraspeó y continuó- haberte avisado de lo de la luz.

– ¡La luz! -exclamé. ¿Acaso pensaba que sólo tenía que advertirme de eso? Me acerqué a él toda prisa, pero me detuve a medio camino porque temía que, si me acercaba demasiado, pudiera causarle dolor-. ¿Estás bien?

Él respiró profundamente y se puso en pie. El primer paso que dio hacia mí fue tembloroso, pero a medida que se acercaba, vi de que los temblores de sus piernas se calmaban, y cuando finalmente estuvimos frente a frente ya había recuperado el control.

– Estoy bien -dijo. Sonrió de nuevo y me acarició la nariz con el dedo-. Cambiar de forma es difícil.

– ¡Ya me he dado cuenta! -le acaricie el pecho tímidamente. Seguía siendo cálido y sólido-. Parecía que estabas sufriendo mucho.

Él me tomó la mano.

– No hay nada valioso que no tenga un precio.

Yo pensé en sus palabras mientras observaba su nueva forma. Se había convertido en un hombre muy alto, seguramente de casi dos metros. Su piel era del mismo color bronceado, salvo que en esta ocasión le cubría todo el cuerpo. Tenía las piernas largas y musculosas. Y estaba desnudo. Seguí con los ojos la línea de su pecho hasta su cintura, y más abajo todavía. Muy desnudo.

Era exactamente igual que un hombre humano, y obviamente, era muy feliz por estar allí. Verdaderamente, tenía un tiempo de recuperación muy corto.

Carraspeó, y yo lo miré a la cara.

– ¿He pasado la inspección como hombre humano? -preguntó, y yo me alegré al oír que su voz había recuperado su acento grave y sexy.

– Absolutamente.

En realidad quería gritarle que sí, pero me limité a demostrarle mi admiración por su masculinidad abrazándolo y apretando mi cuerpo contra el suyo.

Él me tomó en brazos y se sentó sobre la cama, conmigo sobre su regazo. Tomó uno de mis senos con una mano, bajó la cabeza y atrapó mi pezón desnudo. Al poco tiempo, alzó la cabeza y me miró a los ojos. Tenía la voz ronca.

– Dime si hay algo que quieras que haga. Nunca he hecho el amor como hombre.

Yo respondí rodeándole el cuello con los brazos y atrayéndolo hacia mí. Susurré contra su boca:

– Yo tampoco he hecho el amor como hombre, pero algo me dice que se nos va a dar bien.

Su suave carcajada se transformó en un gemido cuando yo guié su mano hacia la humedad que había entre mis piernas.

Ah, y me había equivocado en una cosa: se nos dio mucho mejor que bien.

Capítulo 16

– Creía que habías dicho que el cambio de forma te dejaba en un estado muy débil -dije, sin aliento, después del tercer incidente de «mucho mejor que bien». Estaba acurrucada contra él, con la cabeza apoyada en su pecho. Él sopló algunos de mis rizos indomables antes de responder.

– Siento los efectos después de haber recuperado mi forma original. Y no puedo permanecer en ninguna forma durante más de una noche -me inclinó la cabeza hacia arriba y observó mi cara con seriedad-. ¿Entiendes que no puedo convertirme en ser humano permanentemente?

– Por supuesto -le acaricié la mejilla y dije-: No eres humano. Eres un centauro. Lo sé. Pero eres mi marido, seas humano o centauro. O cualquier otra cosa en lo que te conviertas.

Una expresión de alivio se reflejó en su preciosa cara, y me besó la frente con dulzura.

– Sí, soy tu marido.

– Me alegro de que lo seas.

Suspiré de satisfacción y me acurruqué más firmemente contra él.

– Yo también.

Posé una pierna sobre la suya, y él encontró con la mano la parte trasera de mi muslo. Con una caricia larga y cálida comenzó a frotarme desde la corva hasta la nalga, y de nuevo hacia abajo. Se me cerraron los párpados; el masaje era como una droga. Intenté permanecer despierta, porque no quería perderme ninguna de nuestras horas nocturnas.

– Shh -susurró él en mi pelo-. Descansa. Yo voy a estar aquí.

Asentí contra su pecho y me abandoné a un sueño profundo y plácido.


Me desperté al sentir un beso cálido en la mejilla. La luz tenue y limpia de la madrugada penetró a través de mis párpados, y yo los cerré con más fuerza. Sentí otro beso y recordé dónde estaba, y con quién. Sonreí y bostecé, y abrí los ojos lentamente.

Primero noté el origen de la luz, y me sorprendí, porque me di cuenta de que entraba por una pared lateral de la habitación. Con los ojos entrecerrados, observé que había unas enormes ventanas que daban a un jardín lleno de rosas. Estaban orientadas al este, y la aurora de color malva empezaba a cubrir las flores y a penetrar en mi dormitorio.

Entonces, la montaña en sombras que había junto al borde de la cama se movió, y se inclinó para besarme una vez más. Yo extendí la mano y me encontré con la seda que le cubría la pata delantera. Pasé ligeramente los dedos por su pelaje, y tiré juguetonamente de un poco de pelo.

– Buenos días -dije, con la voz tomada de sueño-. La luz me ha sorprendido. Pensaba que esas cortinas tan enormes cubrían más pared, no ventanales y un jardín.

– ¿Qué? Rhiannon, ¿cómo no vas a conocer tu propio dormitorio?

La pregunta de ClanFintan me despertó del todo. Había metido la pata seriamente; él me estaba observando con suma atención.

– Oh, Dios, eh… He tenido un sueño muy extraño. Mi habitación estaba completamente cambiada, y… eh… era tan real que he pensado que había ocurrido de veras…

Él abrió la boca para hacerme más preguntas. Decidí que la distracción era la mejor táctica, así que me puse en pie sobre la cama y me lancé a sus brazos. Automáticamente, él me atrapó, y yo me puse a mordisquearle y besarle el cuello.

– Ya estoy despierta -dije.

Noté que su pecho vibraba de risa, y me relajé.

Pensé que hablar con Alanna sobre el motivo por el que no podía decirle a ClanFintan quién era en realidad.

Alguien llamó a la puerta. ClanFintan me dejó sobre la cama y yo me envolví en una sábana para cubrir mi desnudez.

– ¡Adelante! -dije.

Alanna entró en el dormitorio. Nos sonrió de manera cómplice, y dijo:

– Mi señor, mi señora. Espero que hayáis tenido una noche rica en experiencias.

ClanFintan soltó un resoplido, que me hizo suponer que él sí, y yo me ruboricé.

Ella continuó hablando con una gran sonrisa.

– Rhea, he pensado que tal vez quieras bañarte y arreglarte antes de bendecir a la gente -íbamos mejorando, ya se atrevía a tutearme delante de ClanFintan.

Yo tenía las mejillas ardiendo cuando asentí.

Alanna tenía los ojos brillantes de diversión. Se dirigió hacia ClanFintan.

– Quizá mi señor quiera unirse a nosotras. Estoy segura de que las sirvientas y yo podríamos lavarlo y arreglarlo adecuadamente, también -dijo, y prosiguió sin poder contener su alegría-: Varias sirvientas ya han dicho que se ofrecen voluntarias para la tarea.

A ClanFintan se le iluminó la cara con una sonrisa voraz, y yo me puse rápidamente en pie, con cuidado de no tropezarme con la sábana, y le di un buen puñetazo en el estómago.

Sentí satisfacción al oír que un gruñido interrumpía su risita. Él me rodeó con un brazo y me ciñó contra su costado, seguramente para que no pudiera golpearlo otra vez.

Sin mirarme, respondió:

– Creo que me bañaré en las dependencias de los guerreros. Tengo que hablar con los guardias del turno de noche antes de la ceremonia. Sin embargo, te doy las gracias por un ofrecimiento tan hospitalario -dijo, y me apretó el hombro.

– Eso es-dije yo.

Me aparté de él y seguí a Alanna hacia la puerta.

– Vamos, necesito darme un baño.

Tuve la sensación de que se estaban riendo de mí. Al pasar ante las ventanas me vi reflejada en el cristal, envuelta en una sábana arrugada, con el pelo revuelto en todas direcciones y la cabeza alta, como si quisiera salir con una gran dignidad.

Yo también empecé a reírme, y cuando llegué junto a Alanna, ella me puso el brazo sobre los hombros y las dos nos desternillamos de risa. ClanFintan me había seguido, y yo me giré a mirarlo.

– ¿De verdad se han ofrecido voluntarias para lavarlo?

– En realidad, estaban discutiendo por tener el privilegio.

Nosotras lo miramos con la cabeza ladeada, y fingimos que estudiábamos al centauro con atención. Él tenía las manos en la cintura, y nos miraba como si estuviéramos chifladas.

– Mmm, es un centauro muy guapo. ¿No te parece, Rhea? -preguntó Alanna.

– Creo que, ahora que lo mencionas, tiene una cruz ancha y fuerte, y yo puedo dar fe de su… eh… digamos que de su resistencia -dije.

Solté un gritito cuando el objeto de nuestro escrutinio se adelantó rápidamente y me tomó en brazos. Alanna se apartó de su camino y abrió la puerta. Mientras él me sacaba de la habitación, estaba refunfuñando algo como «desde luego… una buena cruz…», pero yo no podía estar segura del todo, por la risa de Alanna. Miré por encima del hombro de ClanFintan y la vi siguiéndonos, intentando sin éxito controlar sus carcajadas. Yo me abracé al cuello de ClanFintan y me sujeté fuerte. Estaba muy segura de que él iba a ocuparse de que la sábana no se me cayera.

Pronto llegamos a la puerta del baño, y los guardias nos hicieron un saludo marcial. Después, me dejó en el suelo, se despidió y se alejó por el pasillo.

Yo floté detrás de Alanna hacia los baños.

Entré al servicio mientras Alanna reunía los frascos de jabón y los cepillos, y después dejé caer la sábana al suelo y me metí al agua.

Alanna se sentó al borde de la piscina y me entregó la esponja y el frasco de jabón que tanto me gustaba.

– Parece que la noche ha ido muy bien -me dijo.

– Cariño, la noche ha sido espectacular.

Compartimos una sonrisa.

– Entonces, ¿has visto el Cambio? -me preguntó con gran curiosidad.

– Es lo más asombroso que he visto en mi vida -le dije-. ¿Tú nunca habías visto a nadie cambiar de forma?

– ¡Oh, no! -exclamó, y me miró con asombro durante un momento. Después sonrió-. Se me olvidaba que tú no puedes saber esas cosas. Hay muy pocos cambiadores de forma, y el Cambio es sagrado para ellos. Sólo pueden presenciarlo otros Sumos Chamanes, o las compañeras de los Sumos Chamanes. Después del Cambio, un Chamán puede celebrar una ceremonia o un servicio para la gente con la forma que haya adoptado, pero nunca cambia de forma en público.

– Entonces, ¿no sabías que es muy doloroso para ellos?

– ¡No!

– Ése debe de ser el motivo por el que no quieren que la gente lo vea. No quieren que los demás sepan lo mucho que sufren.

Alanna me tomó la mano enjabonada entre las suyas.

– ¿Fue tan duro para él?

Yo asentí.

– Pero me dijo que no había nada de valor que no tuviera un precio.

– ¿Y crees que la noche merecía la pena el precio que tuvo que pagar?

– Él se comportó como si la mereciera.

– Entonces, deberías creerle y no permitir que eso ensombrezca tu placer.

Hasta que no habíamos hablado de ello, no me había dado cuenta de lo mucho que me había estado molestado aquello.

– Supongo que sabe lo que hace.

– Eso parece.

Suspiré con melancolía, mientras me enjabonaba bien.

– Alanna, él es maravilloso.

– Y siente una gran devoción por ti.

– Alanna, ¿y si no es cierto? ¿Y si por la que siente devoción es por Rhiannon, y cuando averigüe quién soy yo en realidad, cambia de opinión?

La sonrisa de Alanna fue bondadosa.

– Te ama a ti.

Yo me mordí el labio.

– Quizá deberías decírselo.

– ¿Qué? -pregunté con un sobresalto-. Tú dijiste que tengo que mantener mi identidad en secreto.

– Eso era antes de que él te quisiera.

– No sé, Alanna. Lo que ha sucedido entre nosotros es demasiado nuevo.

– Tienes miedo de decirle la verdad -dijo Alanna.

– Tengo miedo de perder lo que he conseguido con él.

– Creo que subestimas al Sumo Chamán, pero también creo que eso cambiará con el tiempo. Cuando un hombre ama a una mujer, él guarda sus secretos.

Me pareció que su voz tenía un tono triste, e iba a preguntarle por qué, pero entonces, ella me dijo:

– Rhea, tienes que salir ya del baño. Debes bendecir a la gente poco después de que el sol haya subido por el cielo lo suficiente como para reflejarse en el río.

Yo salí del agua de mala gana, y me envolví en una toalla gruesa que me entregó Alanna.

– ¿Cuánto tiempo tengo?

– Lo que tardemos en ponerte el ropaje ceremonial. Debemos darnos prisa… -dijo, y me condujo hacia el tocador.

– ¿Y por qué no llamas a un par de sirvientas para que nos ayuden si nos queda tan poco tiempo?

– Anoche, cuando salí de tu habitación, Tarah vino a verme y me dijo que varias de tus sirvientas se sentían mal -dijo ella, y me sonrió con ironía-. Creo que seguramente, sólo están cansadas de atender las necesidades de todas las familias que han llegado al templo. Puse a tus doncellas a cuidar a los niños. Supongo que deberías reprenderlas por su pereza.

– De ninguna manera. Yo siempre odié cuidar niños. Deja que duerman.

– Estarán contigo durante la ceremonia. Espero que después del descanso de esta mañana, se recuperen.

Yo sonreí, pero sentí una punzada de nerviosismo.

– ¿Y qué demonios tengo que hacer? -pregunté, y comencé a maquillarme la cara mientras Alanna me cepillaba el pelo.

– Cerca de la ribera del río…

– El río Geal, ¿verdad?

– Sí. Significa «brillante». El ramal oeste, que se une con el río Geal en el Templo de la Musa, se llama…

– ¿Cal… algo?

– Calman, que significa «paloma». Juntos forman el río de la Paloma Brillante, cosa que entenderías si vieras cómo son cuando se unen. Los rápidos parecen pájaros brillantes y blancos.

– Genial. Sigue. Siento haberte interrumpido.

– Montarás a Epona… -en mi cara apareció una gran sonrisa- hasta la sagrada colina de Tor, junto al río. Allí, a lomos de la yegua, bendecirás a la gente mientras el sol bendice al río.

– ¿Tengo que decir algo en particular? ¿Alguna bendición ritual que tenga que llevar a cabo? -pregunté, con la esperanza de que Alanna me proporcionara las líneas.

– No, lady Rhiannon siempre inventaba sus propias plegarias -dijo ella, con una expresión preocupada-. Lo hiciste muy bien en el día de tu boda, así que pensé que no tendrías problemas para inventar otra.

– ¡No! -exclamé yo, y Alanna me miró con asombro-. Es decir, sí, puedo inventar una bendición.

Ella sonrió con alivio.

Era positivo que una de las dos supiera lo que estaba haciendo. Y no me refería a mí, precisamente.

– ¿Y cuánto tiene que durar la ceremonia?

– Oh, no mucho. La bendición matinal es un servicio breve que la Elegida de Epona lleva a cabo una vez cada quince jornadas, para recordarle a la gente que Epona los ama, cuando comienzan su día. En la primera noche de luna llena debes hacer un ritual de danza y sacrificio.

Oh, magnífico. Lo esperaba con impaciencia.

– Entonces, ¿no debo mencionar el problema de los Fomorians esta mañana? Suponía que era parte del motivo por el que tenía que hablar con la gente.

– Rhea, creo que deberías mencionar que estamos armándonos, y deberías pedir la protección de Epona contra esta plaga, pero… bueno… -apartó la mirada con incomodidad.

– ¿Qué? De veras, Alanna, no sólo quiero que me des consejo, sino que lo necesito. Por favor, dime la verdad. Siempre.

Su expresión me dio a entender que había tomado una determinación, y ella me miró a los ojos en la imagen del espejo.

– No creo que debas hablar de los detalles de la guerra con la gente. Aprovecha la oportunidad para anunciar que has nombrado a ClanFintan Jefe de los Guerreros. Él es sabio, y conoce la batalla y a los hombres.

Me miró con timidez y añadió:

– Puede que me equivoque, pero no creo que tengas adiestramiento para dirigir a los hombres en la batalla.

¿Era aquélla su primera pista?

– Tampoco creo que tú tengas tanta… eh… experiencia como lady Rhiannon en las cosas de los hombres.

– Eh, no. Y gracias por el consejo. Estoy de acuerdo -le dije. Ella se quedó aliviada-. Demonios, deja de preocuparte por molestarme.

Ella no me entendió.

– Quiero decir que no tienes que preocuparte por herirme en el ego. Dependo de ti, así que sé sincera conmigo.

– Eso puedo hacerlo.

– Bien. Ahora, tengo que ponerme la dichosa vestimenta ceremonial.

– Ponte esto mientras voy por la túnica -me dijo, y me entregó la pequeña corona. La belleza de aquella joya, como siempre, me pilló por sorpresa.

– Espero que haya pendientes a juego con esta cosa.

– Sí -dijo Alanna, mientras se acercaba a uno de los muchos armarios que había en una de las paredes de la habitación-. Busca en la caja que tienes más cerca. Ahí hay unos pendientes y un brazalete a juego.

Yo estaba acariciando todas las joyas alegremente cuando ella volvió.

– Aquí tienes -me dijo, y me entregó otro tanga de seda, que parecía hecho de oro líquido. Estaba empezando a creer que Rhiannon tenía fobia a las braguitas.

– Ahora ponte de pie y estira los brazos. Normalmente, esto requiere una técnica complicada.

Yo me situé frente a Alanna y obedecí. La cascada de lo que parecía oro líquido, que ella estaba manejando alrededor de mi cuerpo, me intrigó. Me quedé inmóvil mientras ella envolvía y envolvía y envol…

– ¡Eh! ¿Es que esto no tiene parte superior?

Había terminado. No había utilizado ningún broche. La falda era larga, pero tenía varias aberturas, incluso más de las que tenía normalmente la ropa de Rhiannon, así que me imaginaba que la tela caería maravillosamente sobre Epi cuando yo estuviera montada a horcajadas sobre ella. Eso estaba bien. Sin embargo, la parte superior de la vestimenta me estaba causando mucha tensión. Se cruzaba intrincadamente por mi torso, pero dejaba mis pechos totalmente desnudos.

– Rhea -dijo ella, a punto de reírse al ver mi expresión de horror-, este vestido no tiene parte superior. Es la vestidura ritual que la Amada de Epona lleva durante la bendición matinal.

– ¡Creía que habías dicho que era una túnica! -exclamé, mirándome el pecho.

– Oh, por supuesto. Se me había olvidado.

Ella volvió al armario, y volvió con otra prenda de oro líquido, una capa que tenía bordadas unas cuentas de cristal en un complicado dibujo.

– Deja que adivine. Más calaveras.

– ¡Sí! -exclamó Alanna complacida, ante mi capacidad de aprendizaje.

Entonces, me prendió la capa al cuello con un broche. La tela se deslizó hacia abajo por mi espalda, como si fueran las estrellas de una noche clara en Oklahoma. Sin embargo, no me cubría en absoluto el pecho.

– Estás bellísima, como siempre.

– Oh, ¡espera un momento! ¿Quieres decir que tengo que salir con el pecho desnudo y ponerme delante de todo el mundo?

Alanna se quedó pasmada ante mi reacción.

– ¿En tu antiguo mundo no había Sacerdotisas que llevaran vestidos ceremoniales?

– Sí, claro, pero no las dejaban prácticamente desnudas.

Alanna mostró su espanto hacia nuestro barbarismo.

– Rhea, la desnudez del cuerpo de una Sacerdotisa simboliza la honestidad y la intimidad de su relación con su diosa. Si te tapas, la gente creerá que Epona te ha abandonado, o peor todavía, que estás blasfemando contra tu diosa.

– A mí no me parece que Rhiannon fuera muy honesta -protesté.

– Sí era honesta. Nunca fingió que fuera otra cosa que caprichosa y dada a los vicios.

– Pero…

– Pero la gente la amaba porque era la Elegida de Epona. Como tú.

– Está bien. Intentaré olvidarme del hecho de que tengo los senos al aire, y de que todo el mundo me los puede ver. Pero no quiero hablar con la profesora así vestida. ¿Te importaría avisarla de que debe reunirse con nosotras después de la ceremonia, cuando yo haya podido cambiarme de ropa?

– Sí -dijo Alanna, que se había ruborizado de nuevo.

– Eh, ¿hay algún problema con la…?

Alanna me interrumpió.

– ¡No! ¡No hay ningún problema! -exclamó. Carraspeó y comenzó a empujarme hacia la puerta-. Rhea, no podemos retrasarnos.

Capítulo 17

Cuando salí de la habitación, erguí los hombros para intentar mantener cierta dignidad. Alanna caminaba a mi lado, y me lanzó una sonrisa de ánimo. Yo ni siquiera pude mirar a los guardias, pero sabía que ellos me estaban mirando a mí. O, más exactamente, a mis pechos desnudos.

Mientras caminábamos, Alanna me explicó que Rhiannon siempre hacía que todo aquél que formara parte de la ceremonia la esperara frente al establo de Epona.

– Le encantaba el espectáculo que ella presentaba al ascender hacia la cima de Tor, con sus sirvientas lanzando flores ante la Elegida.

Torcimos una esquina del pasillo e inmediatamente el espacio se hizo más amplio. Encontramos una puerta doble de madera tallada que se abría al patio que yo había visto el día anterior.

– Sigue por este pasillo recto, y atraviesa el patio. ¿Ves aquellas puertas de allí? -yo asentí-. Debemos pasar por ellas, torcer a la derecha y salir a través de otro par de puertas abiertas. Entonces verás los establos y a tu séquito.

Yo asentí de nuevo.

Alanna me dio un suave tirón de la mano.

– Rhea, despacio. Recuerda que eres la Señora del Templo. Eres la Amada de Epona, la Suma Sacerdotisa de Partholon, y has celebrado esta ceremonia muchas, muchas veces.

Seguí sus indicaciones, y muy pronto salimos del edificio y nos encontramos bajo la luz de la mañana. Se me pararon los pies, pero Alanna no tiró de mí, y me concedió un momento para recuperar la calma.

Habíamos salido por la parte lateral del templo, y estábamos al final de los establos. El corral estaba a unos cuantos metros frente a nosotras. Delante del corral había media docena de doncellas ninfa, escasamente vestidas con unas túnicas blancas maravillosas. Todas tenían cestas llenas de pétalos de rosa. ClanFintan y Epi estaban en medio de ellas.

Como si pudiera sentir mi presencia, Epi movió las orejas en dirección a mí y emitió un relincho de bienvenida.

– Amada de Epona… -Alanna me apretó la mano por última vez y después me soltó-. Puedes hacerlo. Ellos dependen de ti.

Yo respiré profundamente, alcé la barbilla y caminé con altivez hacia el exterior. Si iba a hacerlo, lo haría bien. Mientras me acercaba al grupo, intenté mantener los ojos en Epi. Notaba la mirada cálida de ClanFintan clavada en mí.

Las ninfas hicieron sus habituales reverencias, y Epi me acarició con el hocico aterciopelado en la mejilla. Yo sonreí y la besé suavemente.

– ¿Qué tal estás, preciosa? Estaba preocupada por ti, y te he echado mucho de menos.

La caricia de su hocico fue una respuesta reconfortante.

– ¿Me has echado de menos y te has preocupado por mí también? -preguntó ClanFintan con su voz grave, que me provocó un escalofrío por la espina dorsal.

Yo me gire hacia él, y apoyé la espalda contra el costado caliente de Epi.

– Te he echado de menos -respondí.

Él me miró con deseo, y de repente me recordó a un pirata. Me tomó la mano y me besó la palma y después la muñeca, recreándose en el punto en que mi pulso latía salvajemente. Al sentir aquella caricia íntima, por un instante olvidé que tenía el pecho desnudo. Sin embargo, las palabras de Alanna me devolvieron a la realidad. Bueno, relativamente hablando.

– Rhea, ¿estás lista para comenzar la ceremonia?

– Sí.

Entonces, ClanFintan me ayudó a montar a Epi, y las ninfas se adelantaron y formaron una doble columna delante de la yegua. Alanna se colocó a la derecha de mí, y ClanFintan a la izquierda. Yo miré a Alanna, y ella asintió.

– Adelante -dije, y chasqueé con la lengua.

Epi comenzó a caminar hacia delante como si supiera lo que hacía. Las ninfas nos precedieron, moviéndose grácilmente, como bailarinas. A cada pocos pasos, lanzaban pétalos de rosa ante Epi. También me di cuenta de que, de vez en cuando, una de ellas realizaba una alegre pirueta.

Avanzamos lentamente desde el templo, en dirección noreste. Frente a nosotros había una colina suavemente redondeada, y a medida que Epi ascendía hacia la cima, comencé a oír exclamaciones de bienvenida. Agarré con fuerza las riendas para que nadie se diera cuenta de lo mucho que me temblaban las manos.

Ante nosotros aguardaba un mar de gente y de centauros. Detrás de la multitud, vi el ancho río Geal. Corriente abajo divisé la parte que había observado desde el aire. Allí, el río se ensanchaba y formaba una especie de puerto en el que había amarradas varias barcazas.

A nuestra llegada, la multitud abrió paso a las ninfas, como si yo fuera un Moisés con el pecho desnudo. La gente nos dedicaba saludos con tal afecto que mis nervios se relajaron. Vi a Dougal y a Connor en el grupo de centauros. Sus gritos de bienvenida me hicieron sonreír de alegría. Dejaron de temblarme las manos. Era un gran público. Yo les devolví las sonrisas, y saludé. Estábamos llegando a una colina cubierta de tréboles, en cuya base había unas rocas altas, antiguas, del color de la niebla. Mis chicas se separaron, y cada una de ellas se detuvo cerca de una de las rocas. Epi no titubeó. Siguió su camino entre dos de las rocas, ascendiendo a la cima de la colina. Con alivio, vi que ClanFintan y Alanna nos seguían.

Cuando Epi llegó a la cima, se volvió, de modo que el río quedó a nuestra espalda. La gente estaba frente a nosotros, y pronto se hizo un silencio respetuoso. Yo miré a Alanna. Ella giró la cabeza, significativamente, hacia el río. Yo la imité. El agua ofrecía un espectáculo deslumbrante. El sol asomaba sobre las copas de los árboles de la orilla opuesta y acariciaba la superficie del agua con sus rayos, haciendo que brillara como una joya líquida. Cuando pude apartar la vista de aquel panorama increíble, me encontré con la mirada expectante de Alanna.

Ella asintió y me dijo en un susurro:

– Es la hora.

Yo me volví hacia la multitud, y con mi mejor voz de profesora, comencé por algo evidente.

– ¡Buenos días!

Hubo una cascada de risas, y la multitud respondió con entusiasmo:

– Buenos días, Amada de Epona.

Hasta el momento, todo iba bien.

– He venido a vosotros esta mañana con un propósito doble.

Su silencio me sobrecogió. Ojalá mis estudiantes pudieran ver lo que era prestar atención de verdad.

– Primero, hablar de un peligro que nos amenaza a todos, y, segundo, pedirle a Epona su bendición para nuestra causa.

Miré atentamente a mi público, y establecí contacto visual con algunos de los que escuchaban.

– Como sabéis, el Castillo de MacCallan ha sido destruido por los Fomorians. Todos sus habitantes, incluido mi padre, han sido asesinados por las criaturas.

En aquel momento hice una pausa y les permití expresar su dolor. Cuando volvieron a quedar en silencio, continué.

– Epona me ha revelado que también han conquistado el Castillo de la Guardia.

En aquella ocasión, respondieron a mis palabras con el silencio. Al mirar sus caras, supe que no podía añadir lo que sabía sobre las mujeres. Estaba segura de que los centauros estaban al tanto de lo peor, pero no sabía hasta qué punto se había extendido la noticia. El instinto me dijo que no debía hablar de ello en aquel momento. Ya habría tiempo después, cuando la primera conmoción de aquella invasión se hubiera hecho más fácil de soportar.

Me volví y señalé a ClanFintan. Él dio un paso hacia el Epi.

– He nombrado a mi marido, ClanFintan, Jefe de los Guerreros.

Entonces los centauros prorrumpieron en vítores, jaleados por los hombres humanos. Cuando la aclamación terminó, seguí hablando.

– ClanFintan ha enviado aviso a todos los pueblos. Va a convocar una junta con todos sus líderes, y los informará de nuestros planes de batalla, para que todos podamos prepararnos para la guerra. Sin embargo, el primer paso es que aprendamos todo lo posible sobre nuestro enemigo. Si alguno de vosotros tiene información, incluso aunque penséis que sólo se trata de cuentos para asustar a los niños, acudid al templo y preguntad por Alanna. Ella os llevará con nuestro historiador para poder hacer uso de este conocimiento. Aprenderemos y nos armaremos, porque los miedos presentes son menores que las horribles imaginaciones.

Le envié a Shakespeare mi agradecimiento por aquel gran verso.

– Recordad, el bien tiene un enemigo que es el mal. Sin embargo, el mal tiene como enemigos al bien y a sí mismo.

Aquello sonaba profundo, y lamenté no acordarme de dónde lo había oído, sobre todo cuando varias personas asintieron.

– Y ahora, pidámosle a Epona su bendición.

Todos se concentraron en mí, y sin ser consciente de ello, adopté la misma posición que hubiera adoptado Rhiannon. Mi cuerpo se volvió hacia el río resplandeciente. Elevé la mano derecha con la palma hacia el cielo. Cerré los ojos y me concentré en un fragmento de un poema de Yeats, y mis palabras sonaron claras mientras recitaba sus bellísimos versos:

Cuando comienza el día

doy gracias por lo que tengo, lo bueno y lo malo,

y me mantengo vigilante por tu bien,

al recordar el pacto que siempre hemos respetado,

y la mirada de águila que todavía tiene tu rostro,

mientras que desde la raíz de mi corazón

brota una dulzura tan grande

que tiemblo de pies a cabeza.

Hice una pausa, con la esperanza de que a Yeats no le molestara aquella apropiación indebida de su poema, y con la esperanza de que aquel público lo entendiera.

– Que Epona os bendiga cada día, como una madre amorosa que guía a sus hijos hacia la seguridad. Y que nos ayude a impedir que este mal salga victorioso.

Entonces, me volví hacia la multitud, sonreí y terminé con un:

– ¡Que tengáis una vida larga y próspera!

Capítulo 18

Exhalé un suspiro de alivio cuando la gente comenzó a dispersarse. Antes de que Epi comenzara a avanzar, miré a Alanna, buscando su aprobación. Ella tenía una enorme sonrisa en los labios, y me guiñó un ojo. El último resquicio de tensión abandonó mis hombros. Mientras Epi descendía por la ladera, me sentí rodeada de amor y aceptación.

– ¡Rhiannon!

El tono áspero de ClanFintan me tomó por sorpresa. Tiré de las riendas de Epi y mire hacia atrás. Él estaba todavía en la colina, pero no me miraba. Miraba hacia la zona norte del templo, y tenía los ojos entornados. Respiraba como si estuviera olisqueando el aire. De repente, señaló y yo seguí la dirección de su dedo hacia el límite del bosque.

– ¿De qué se trata?

Epi comenzó a moverse nerviosamente. No tuve que urgirla para que ascendiera de nuevo a la colina.

– He percibido la esencia de la oscuridad en el viento del norte -dijo él, y su tono de voz me puso la piel de gallina-. Ya había notado este olor -añadió, concentrado en los árboles.

– ¿En el Castillo de MacCallan? -pregunté con la voz temblorosa.

ClanFintan asintió.

Una oleada de murmullos recorrió la multitud. De repente, los centauros nos rodearon, y algunos miembros de mi guardia acudieron rápidamente desde el templo para unirse a ellos.

ClanFintan comenzó a gritar órdenes. Habló con los primeros guardias del templo que nos alcanzaron.

– Hay algo que se acerca desde el bosque. Llevad a vuestra señora a un lugar seguro, y después, reunid a las mujeres y a los niños en el interior de la muralla.

Una voz me gritó por dentro: «¡No te alejes de ClanFintan!».

Sin cuestionarla, yo dije:

– Yo me quedo con ClanFintan. Id a ocuparos de las mujeres y los niños.

Mis guardias se alejaron apresuradamente. Antes de que ClanFintan pudiera protestar, yo lo miré a los ojos y repetí:

– Me quedo contigo.

– Y yo me quedo con lady Rhiannon -dijo Alanna con determinación, desde el otro lado de ClanFintan.

ClanFintan suspiró, pero no discutió con nosotras. Volvió a concentrarse en los límites del bosque, en la distancia.

La brisa, suave y aparentemente inofensiva, nos acarició la cara. Dougal se reunió con nosotros en Tor, y los dos centauros nos flanquearon a Epi y a mí, que intentábamos atisbar, sin resultado, lo que ellos estaban olfateando.

– Está mezclado con olor de centauro -dijo Dougal con un tono sombrío.

ClanFintan asintió con tirantez.

– ¡Allí! -gritó Connor, y todos miramos hacia una zona cercana al río. Un centauro solitario salió de entre los árboles, tambaleándose, moviéndose con rapidez, pero erráticamente, hacia nosotros.

– ¡Ian! -gritó Dougal, y ClanFintan reconoció al centauro que se aproximaba.

– Dougal, Connor, venid con nosotros. El resto, colocaos entre los árboles e Ian. Si lo han seguido, deberéis resistir lo suficiente como para que podamos ponernos a salvo -dijo. Tomó a Alanna y se la colocó en el lomo-. Agárrate fuerte. Vamos a cabalgar muy deprisa.

Ella asintió. ClanFintan me miró.

– Permanece a mi lado.

Todos bajamos de la colina a galope. Yo estaba demasiado asustada como para echar de menos un sujetador deportivo. Tenía miedo por lo que íbamos a encontrarnos.

Dougal fue el primero en llegar junto al centauro. Se detuvo justo en el momento en que el otro caballo se desplomaba entre sus brazos, y ambos cayeron al suelo. Dougal quedó de rodillas, sujetando el torso ensangrentado de su compañero.

– ¡Ian! ¡Por Epona…! -exclamó ClanFintan con angustia, y también él cayó de rodillas junto al centauro. Alanna se bajó de su espalda y se quedó inmóvil, observando la horrible escena.

– ¿Te han seguido? -preguntó ClanFintan, e Ian negó con la cabeza.

– No… no… me han seguido.

– Respira, Ian, y cuéntanos lo que ha ocurrido.

Ian intentó captar aire en los pulmones, mientras Dougal le murmuraba sonidos para intentar calmarlo. El centauro estaba cubierto de sangre y sudor, y temblaba violentamente. Tenía un corte enorme que le atravesaba el pecho.

Yo me bajé de Epi y me quité la capa de los hombros. Sabía que podía cortar la hemorragia aplicando presión. Miré a ClanFintan y él asintió, y entonces me agaché ante el centauro y apreté la capa plegada contra la herida.

– ¡Connor, ve a buscar a un doctor! -le grité.

Él salió corriendo hacia el templo.

Ian comenzó a hablar, y yo me di cuenta de que su rostro tenía un espantoso color gris bajo la sangre y la suciedad.

– Laragon… está… destruido -dijo entre jadeos de dolor-. La gente… muerta.

– ¿Las mujeres también? -preguntó ClanFintan.

Ian negó con la cabeza.

– No… no mataron… a las mujeres.

– ¿Y los demás centauros?

– Muertos.

La palabra salió de sus labios lacerados. El cuerpo de Ian comenzó a retorcerse violentamente, y sus ojos, a cerrarse.

– ¡Ian! ¡Quédate con nosotros! -le rogó Dougal.

Ian abrió los ojos de nuevo.

– ¿Cuántos eran?

– Muchos… demasiados -dijo. De repente, su respiración, que se había calmado lo suficiente como para que pudiera hablar, se agitó de nuevo-. No pudimos… pararlos…

Yo notaba el calor de la sangre del centauro, que ya había empapado toda la tela de la capa.

– ¡Dougal! ¿Dónde estás? -Ian tenía los ojos abiertos, pero los movía como si no pudiera ver.

– ¡Aquí! Estoy aquí, hermano.

Dougal abrazó el torso ensangrentado de Ian de un modo protector, intentando calmar sus temblores.

– Todo ha pasado. Ahora estás a salvo.

ClanFintan me apartó del centauro moribundo y me ciñó contra su costado. Yo vi, sin poder hacer nada, cómo surgía una espuma roja de entre los labios de Ian. Oí que ClanFintan comenzaba un cántico, suave y bajo. Dougal lo miró con ira, pero ClanFintan no interrumpió su letanía, sino que agitó la cabeza con tristeza, confirmándole a Dougal algo que él ya debía de saber.

– ClanFintan -dijo Ian, con una voz asombrosamente clara.

– Sí… -dijo ClanFintan-. Estoy aquí. Te llevaré a casa.

El cuerpo de Ian se relajó mientras ClanFintan elevaba el rostro y la voz hacia el cielo, recitando unas palabras que parecían un encantamiento balsámico para el centauro, que bloqueaban su dolor y su sufrimiento.

Dougal cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la de su hermano. Vi que se le caían las lágrimas, y que se mezclaban con la sangre de Ian.

– Te quiero, hermano. Nos encontraremos otra vez en la pradera perfumada de Epona.

Las palabras de Dougal se extendieron por el aire como un grito.

El cuerpo de Ian se convulsionó una vez más, y después, con un suspiro, el centauro quedó inmóvil.

ClanFintan continuó su canto. Inclinó la cabeza, cerró los ojos y se encerró en sí mismo. Poco a poco, su voz se hizo más y más baja, hasta que se acalló. Después, ClanFintan se puso en pie y se acercó a Dougal, que estaba abrazado a su hermano, llorando desconsoladamente.

– Dougal -le dijo ClanFintan-. Ha muerto.

Dougal abrió los ojos y miró a su Chamán.

– Era demasiado joven. No debería haber sucedido esto -dijo, con la voz de un anciano roto.

– Es cierto -dijo ClanFintan. Su voz reflejaba el dolor de la pérdida de Dougal.

Se me llenaron los ojos de lágrimas. Recordé que, tan sólo ayer, Dougal parecía tan joven y dulce, y se ruborizaba tímidamente cada vez que yo le sonreía. Sacudí la capa ensangrentada, y la extendí sobre la herida del pecho de Dougal. Alanna hizo lo mismo. Ella también se quitó la capa y la extendió respetuosamente sobre el centauro. Tenía la cara húmeda de lágrimas.

Yo le acaricié la mejilla a Dougal.

– Era muy valiente. Como tu hermano. Ojalá hubiera podido conocerlo.

Dougal apartó una mano del hombro de Ian, y tomó la mía.

– ¿Podríais pedirle a Epona su bendición para él, mi señora?

– Por supuesto.

Sin soltar a Dougal, fijé la mirada en el centauro muerto.

– Epona, pido tu bendición para este joven centauro, que ha muerto antes de su momento. Acarícialo con tus suaves manos, y ayúdalo a no sentir dolor nunca más. Y ayúdanos a recordar que este mundo es la tierra de la muerte, pero que en el mundo próximo iremos a la tierra de la vida, donde nuestras almas estarán unidas de nuevo, y nunca se separarán.

Dougal me apretó la mano con agradecimiento antes de soltarme. Se puso en pie lentamente, sin apartar la mirada del cuerpo de su hermano.

El sonido de unos cascos anunció la llegada de Connor. Traía a un hombre en el lomo, que saltó de su espalda antes de que el centauro se hubiera detenido completamente. El hombre se acercó rápidamente al centauro muerto. Tenía una bolsa grande de cuero colgada del hombro. Se arrodilló junto a Ian y le tomó el pulso en el cuello. Después apartó la capa de la herida de su pecho. Suspiró pesadamente antes de volverse hacia nosotros.

El doctor se dirigió a Dougal.

– Lo siento mucho. Si me lo permites, lavaré su cuerpo, lo ungiré y lo prepararé para el féretro.

– Sí -consiguió responder Dougal, y miró a ClanFintan-. Deberíamos avisar a nuestro padre y a nuestra madre… -la voz se le quebró.

– Habrá tiempo para eso, hijo -respondió ClanFintan-. Connor, acompaña a Dougal al templo. Yo me ocuparé de Ian.

Connor se acercó a Dougal, y con delicadeza, lo llevó hacia el templo. Dougal no apartó la mirada del cuerpo de su hermano hasta que desapareció de nuestra vista.

Yo me di cuenta de todo esto, pero me resultaba difícil dejar de mirar al doctor. Conocía a aquel hombre, o más bien a su reflejo.

ClanFintan emitió un silbido ensordecedor. Los guerreros que estaban haciendo guardia entre el bosque y nosotros dejaron inmediatamente su posición y se acercaron.

ClanFintan se dirigió al doctor. Parecía que su voz había envejecido años en unos pocos momentos.

– Los centauros llevarán a Ian a tu lugar de trabajo. Estaré en deuda contigo si puedes lavar al joven, y hacerlo presentable para su familia.

– No habrá ninguna deuda.

Se miraron a los ojos, y yo percibí el respeto que se profesaban.

– Gracias -le dije-. Sé que podemos confiar en ti -aunque tenía la voz ronca por las lágrimas, mi tono estaba lleno del cariño que sentía por su reflejo-. Dougal se merece al menos ese consuelo.

– Así se hará.

Me quedé asombrada al ver la expresión fría de su rostro cuando me contestó.

ClanFintan ordenó a los centauros que transportaran al doctor y que lo siguieran con el cuerpo de Ian. Los centauros alzaron el cadáver ensangrentado, y comenzaron su viaje triste en dirección al templo.

Sin embargo, en vez de observarlos, mis ojos estaban clavados en Alanna. Ella estaba mirando fijamente al Sanador, y mientras se alejaba, él le lanzó una mirada furtiva sobre el hombro.

– Rhiannon, volvamos al templo -dijo ClanFintan.

– Sí… -respondí; me temblaba la voz.

Carraspeé y llamé a Epi, que acudió obedientemente a mí.

Le sonreí con dulzura a la yegua, que había permanecido inmóvil durante aquel horrible suceso. Al acercarse, me acarició la cara con el hocico, como si necesitara consuelo.

– Ya ha terminado todo, preciosa -le dije.

Me di cuenta de que tenía la cara mojada de lágrimas, más prueba de que era distinta de los demás caballos.

ClanFintan me rodeó la cintura con sus manos fuertes, y me subió al lomo de Epi. Después se volvió y colocó a Alanna en su espalda. Juntos volvimos lentamente al templo.

Capítulo 19

Cuando dejamos a Epi al cuidado de los guardias, en el establo, Alanna se acercó a mí.

– Rhea, debes lavarte.

Me miré, y me sorprendí al ver que estaba cubierta de sangre seca… De repente el estómago me dio un vuelco, y sentí un fuerte mareo.

– ¿Rhiannon? -preguntó ClanFintan preocupado.

Yo intenté controlar la neblina de mi cerebro y contesté:

– Ha sido horrible. Ese pobre centauro…

– El mal es sólo una sombra del bien. Caminaremos en la luz, con el bien, mientras el mal se esconde en la oscuridad. Nosotros no permitiremos que continúe escondiéndose. Lo quemaremos en su guarida oscura.

Mientras hablaba, me abrazó, y la maravillosa combinación de calor y fuerza de su cuerpo, y la seguridad de su fe, consiguieron reconfortarme. Me giré entre sus brazos y le hablé a Alanna.

– Antes de que nos reunamos con los líderes de los clanes, tenemos que hablar con la profesora, y averiguar qué se sabe de esas criaturas. Envíale un aviso para que se reúna con nosotros en la biblioteca de mi habitación. ¿Cómo era su nombre… Carolan, no?

– Sí, pero es un hombre.

Se le pusieron las mejillas muy rojas de nuevo, y yo la miré con curiosidad, así que ella respiró profundamente y continuó.

– Y en realidad no es un profesor, es historiador. Y Sanador.

De repente lo entendí todo.

– Es el hombre que trajo Connor.

– Sí, Rhea -respondió ella, con una evidente timidez.

– Parece un Sanador bondadoso -dijo ClanFintan. Él no se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo entre Alanna y yo. Pero era un hombre, así que no me pareció sorprendente.

Me giré hacia ClanFintan y le di un beso rápido.

– Alanna y yo vamos a ir a lavarnos. ¿Por qué no vas tú en busca del Sanador y lo acompañas a mi habitación?

– No tardaré.

ClanFintan me acarició la mejilla ligeramente al marcharse.

En cuanto estuvimos a solas, le dije a Alanna:

– Amiga mía, tenemos que hablar.

Ella asintió y me siguió. Nos dirigimos hacia la puerta que se abría al patio. En aquella ocasión no estaba vacío, sino lleno de mujeres y niños, y rodeado de guerreros. Cuando yo entré, se hizo un silencio cargado de emoción. Entendí el aspecto que debía de tener ante sus ojos.

Bajé los brazos a los costados, sin intentar ocultar la sangre que me manchaba todo el cuerpo. Erguí los hombros y los miré con determinación:

– Acaba de morir un joven centauro -dije, y la multitud emitió un jadeo colectivo-. No corremos peligro inmediato, pero debemos prepararnos para el enemigo. Necesito vuestra ayuda. Quiero que os dividáis en grupos. Algunas de vosotras debéis empezar a preparar un lugar para cuidar a los heridos, a convertir sábanas en vendas, y ese tipo de cosas.

Vi varias cabezas asintiendo, y me sentí animada.

– Mis doncellas os ayudarán. Las que sepáis cocinar, por favor, formad un grupo y acudid a la cocina. Los guerreros necesitarán comer bien.

– ¡Mi señora! Mis hermanas y yo hemos tallado y afilado flechas para los centauros -dijo alguien entre la multitud.

– ¿Quién acaba de hablar? -pregunté.

Las mujeres se apartaron y dejaron paso a una mujer rubia, alta y esbelta. Yo sonreí al darme cuenta de que era el reflejo de nuestra mejor profesora de informática del instituto. Aquélla era una mujer que sabía organizar.

– ¿Cómo te llamas?

– Maraid, mi señora -respondió, e hizo una ligera reverencia.

Me volví hacia uno de mis omnipresentes guardias.

– Haz llamar a los centauros Dougal y Connor. Que vengan a este patio. Que ellos instruyan a las mujeres en lo que pueden hacer para ayudar a los guerreros -dije, y señalé a Maraid-. Esta mujer, Maraid, se ocupará de organizar los grupos.

El guardia hizo un saludo marcial y se marchó rápidamente.

– Los centauros os dirán lo que necesitan -proseguí-. Ayudándolos a ellos nos ayudáis a todos, y os doy las gracias por ello -dije, y de repente se me ocurrió añadir-: Que Epona os bendiga.

Después me retiré rápidamente, seguida de Alanna.

Cuando atravesamos la puerta que comunicaba con mi pasillo privado, me volví hacia ella y le pregunté en un susurro:

– ¿Crees que ha sido acertado?

Ella asintió.

– Así tendrán algo que hacer. Si están ocupadas, tendrán menos tiempo para asustarse.

– Eso es lo que he pensado yo.

El guardia nos abrió las puertas de los baños. Al poco tiempo yo estaba bañada, y vestida con una túnica de color crema que me cubría adecuadamente el pecho y que sólo mostraba mis piernas largas, cosa a la que estaba acostumbrada, y que me gustaba.

Me volví hacia el tocador y elegí un par de pendientes de brillantes. Después miré a Alanna.

– Ahora, háblame de Carolan.

De nuevo, mi amiga se puso muy colorada.

– Por Dios, deja de ruborizarte -le dije, lo cual, por supuesto, hizo que se ruborizara todavía más. La tomé de la mano y me senté con ella en el banco del tocador.

– ¿Quieres que te ayude? -le pregunté. Alanna asintió-. Estás enamorada de él.

Abrió unos ojos como platos. Parecía Bambi.

– ¿Cómo lo sabes?

– Me gustaría decir que es porque tengo una mente intuitiva, o por los poderes que me concede la diosa Epona, pero no tiene nada de misterioso -dije con una sonrisa, mientras le daba un suave codazo-. Lo que pasa es que Carolan es el reflejo del marido de Suzanna, Gene -le expliqué. Ella pestañeó de la sorpresa, y yo continué hablando-. Llevan juntos toda la vida, y se quieren como si fueran recién casados. Es repugnante.

Alanna estaba emitiendo gemiditos, así que le serví una copa de vino y se la entregué. Dio un buen trago mientras yo seguía hablando.

– En mi mundo, Gene es abogado y profesor de historia. Es un hombre muy inteligente, y Suzanna está loca por él. ¿Vosotros dos no estáis casados en este mundo?

– ¡No! -respondió ella, con un respingo.

– ¿Por qué no?

A Alanna se le llenaron los ojos de lágrimas.

– No me digas que no te quiere. He visto cómo te miraba.

– Me quiere -dijo ella suavemente.

– Entonces, ¿es que está casado con otra mujer?

– ¡No! Él sólo me quiere a mí.

– Entonces, ¿qué demonios pasa? ¿Cuál es el problema?

– Tú -susurró ella.

– ¡Yo! -exclamé, y la fulminé con la mirada-. Querrás decir que el problema es esa maldita Rhiannon, no yo.

– Disculpa. Tienes razón. Es lady Rhiannon, no tú.

– Sigo sin entenderlo.

– Cuando descubrió lo que sentíamos el uno por el otro, lady Rhiannon prohibió el matrimonio. Y también nuestro amor. No me permitía estar a solas con él. Nunca. Dijo que yo era una de sus pertenencias, y que cuando hubiera terminado con mis servicios, Carolan podría tenerme. Que podía esperar hasta entonces.

Yo me quedé sin habla.

– Y él ha esperado -dijo Alanna con tristeza.

– Esa bruja egoísta… -dije, agitando la cabeza ante lo absurdo de mantenerlos separados-. ¡Con todos los hombres con los que ella se acostaba, y tú no podías estar ni siquiera con uno!

– Oh, ella me permitía estar con cualquier otro hombre. Pero no con Carolan.

– Pero tú no querías a otro, sólo a él.

Alanna asintió. Ambas bebimos vino. Entonces, se me ocurrió otra pregunta.

– Alanna, ¿no tienes hijos?

– No, claro que no. Nunca he estado casada.

Yo me quedé mirándola con la boca bien cerrada. ¿Cómo iba a decirle que en mi mundo ella, y el hombre a quien amaba, tenían tres preciosas niñas? No podía. De nuevo, sentí que los actos de Rhiannon colgaban pesadamente sobre mi conciencia.

– Carolan debe de odiarme -dije.

Alanna asintió.

Me puse en pie bruscamente.

– Esto tiene fácil arreglo. Cásate con él hoy mismo.

Alanna también se levantó.

– Pe-pero no hay tiempo para celebrar la ceremonia.

– ¿Qué tiene que ocurrir para que podáis casaros?

– Un Sacerdote, o una Sacerdotisa, debe recitar un juramento que nos una.

– Yo soy Sacerdotisa, ¿no?

Ella parpadeó.

– Sí.

– Entonces, puedo celebrar la ceremonia.

– Sí -repitió ella, que parecía mareada-. Pero éste no puede ser un buen momento. Nos estamos preparando para la guerra.

– A mí me parece un momento perfecto para casarte. No querrás esperar hasta después de la lucha, ¿verdad?

– No -dijo. Yo vi que el miedo le ensombrecía la mirada.

– Entonces, vamos -dije, y la empujé suavemente hacia la puerta-. Después de que resolvamos el problema de los vampiros, podrás renovar los votos -añadí. Ella no decía nada, sólo asintió de un modo soñador-. Daré una gran fiesta. Será estupendo.

Salimos del baño, y me detuve lo mínimo para orientarme. Después me dirigí hacia mi habitación canturreando la Marcha Nupcial en voz baja.

Cuando llegamos a mi habitación, encontramos que Tarah había pedido el desayuno, así que comenzamos a comer con ganas. Bueno, yo empecé a comer con ganas, Alanna se dedicó a remover las gachas. Entonces, alguien llamó a la puerta.

– ¡Adelante! -grité, con la boca llena de una papilla dulce que sabía a copos de avena.

Mis guardias abrieron, y ClanFintan, seguido de Carolan, entró en la habitación. Yo quería mirar a Alanna para ver cómo reaccionaba al ver al que se iba a convertir en su marido de forma inminente, pero la presencia de ClanFintan me atrapó como un agujero negro.

– ¡Hola! -dije, como una boba.

Él me besó la palma de la mano, en un gesto que se estaba haciendo familiar.

– Hola -respondió, y su voz hizo que me estremeciera. Después del beso, entrelacé mis dedos con los suyos, y él me acarició la muñeca, suavemente, con el pulgar.

– ¿Cómo está Dougal?

Una expresión de dolor ensombreció su rostro.

– Todavía no es real para él. Ian y él rara vez se separaban. Será muy difícil de superar para Dougal. Me he enterado de que lo has puesto a trabajar. Mantenerlo ocupado es una idea sabia. Tendrá menos tiempo para pensar.

– Me alegro de que no te haya molestado que les dé órdenes a Dougal y a Connor.

Le sonreí, mirándolo a los ojos, y el resto del mundo desapareció.

Alanna carraspeó, y yo me acordé de que no era un personaje de novela. Suspiré. Carolan seguía en la puerta de la habitación, observándome con cautela. Era desconcertante que un amigo me tratara con tanta desconfianza, así que decidí usar la misma táctica que con Alanna: sería yo misma, y dejaría que él se pusiera al día.

– Carolan, pasa -dije, sonriéndole con afecto mientras él entrecerraba los ojos-. Necesitamos tus conocimientos.

Alanna estaba sentada frente a mí, y ClanFintan se había detenido cerca de la comida, y de mí. Carolan se acercó lentamente, y yo le hice un gesto hacia la silla que había junto a Alanna.

– Siéntate. ¿Tienes hambre?

Él se detuvo junto a la mesa, sin mirar a Alanna.

– Prefiero estar de pie, lady Rhiannon -dijo con tirantez-. Y no, ya he desayunado.

Me encogí de hombros.

– Como quieras, pero quizá estemos aquí durante un rato, así que si te apetece, siéntate y sírvete un poco de vino. Después de todo, las uvas son mi fruta favorita para el desayuno.

ClanFintan me tiró de uno de los rizos.

– Sí, a ti te gusta mucho el vino -dijo, mientras miraba significativamente mi copa medio vacía.

– Es medicinal -respondí en broma. Sonreí a Carolan y le pregunté-: ¿No tengo razón, señor Sanador?

– Se le llama el néctar de la vida -respondió él lentamente.

– ¿Lo ves? -le pregunté a ClanFintan, y él refunfuñó. Me volví hacia Alanna y le dije-: Entonces, tendremos que servir mucho vino en la ceremonia de tu matrimonio.

Aunque pareciera imposible, ella se ruborizó todavía más al oír mis palabras. Sin embargo, Carolan palideció horriblemente, y por un instante, pensé que íbamos a necesitar un enterrador y no una sacerdotisa. Entonces, él habló con los dientes apretados. Yo noté que ClanFintan se estremecía al sentir el odio en su voz.

– Lady Rhiannon, sabía que erais capaz de muchos actos odiosos, pero esto…

Cuando su voz se elevó, y su cuerpo comenzó a temblar de violencia reprimida, ClanFintan me soltó la mano y dio un paso hacia delante, en un gesto de protección.

– Ten cuidado con lo que le dices a mi señora, Sanador -advirtió.

– ¡Si supierais lo que es realmente, no la defenderíais! -respondió Carolan, y escupió a mis pies.

Alanna y yo nos pusimos en pie cuando ClanFintan se lanzó hacia él, con tanta rapidez que su enorme cuerpo sólo fue un borrón. Antes de que yo pudiera decir cualquier cosa para detenerlo, había obligado a Carolan a que se pusiera de rodillas.

– Pide perdón -rugió.

– ¡No!

Yo me agarré al brazo de acero de ClanFintan e intenté que soltara a Carolan.

– ¡Soy yo la que debe pedir perdón! Tenía que haberme explicado mejor, pero no pensé con claridad.

ClanFintan estaba confundido, pero soltó a Carolan y permitió que se pusiera en pie. Alanna estaba a mi lado, y rápidamente, me tomó de la mano. Entonces, antes de que pudiera escupirme otra vez, o algo peor, yo puse la mano de Alanna en una de las de Carolan.

– Tú eres quien se va a casar con Alanna, hoy mismo. Nunca deberíais haber estado separados.

Miré con una disculpa a mi marido, que todavía seguía enfadado, y añadí:

– Creo que no me he expresado con claridad, pero no pensaba que él se fuera a poner furioso.

Entonces, volví a concentrarme en los novios. Carolan tenía los ojos abiertos como platos y la boca también, aunque no me pareció bien mencionarlo. Asentí y lo miré para asegurarle que era cierto. Él miró a Alanna, como si temiera que todo aquello fuera a convertirse en algo espantoso, y cuando asimiló la sonrisa de felicidad de su novia, tomó aire profundamente.

Antes de que pudiera volverse loco de nuevo, puse las manos sobre las suyas, y recité una fórmula de matrimonio improvisada, apropiándome de un verso de Longfellow.

No hay nada más sagrado en esta vida nuestra

que la primera conciencia del amor,

el primer aleteo de sus alas de seda,

la primera brisa y el primer soplo de ese viento

que pronto va a barrer nuestra alma.

Les apreté la mano antes de soltarlos.

– Diría que os he unido, pero sé que estabais unidos mucho antes de este momento. Así pues, diré sólo que acabo de hacerlo oficial -miré la cara de asombro e incredulidad de Carolan y continué-: Cuídala siempre.

Entonces di un paso atrás y sonreí.

– ¡Y ahora puedes besar a la novia!

Qué gran verso.

Sin embargo, en vez de besar a Alanna, Carolan le soltó la mano y me clavó una mirada penetrante.

– ¿Quién eres tú?

Capítulo 20

Yo abrí la boca para responder, pero Carolan me interrumpió.

– ¡No! No trates de disfrazar la verdad con palabras retorcidas. Conozco a lady Rhiannon. He pasado muchos años odiándola. Sé que su verdadera naturaleza es la de una niña caprichosa, consentida.

El súbito jadeo de Alanna hizo que él se volviera hacia ella. Su rostro se suavizó.

– Sabes que es cierto, mi amor -dijo Carolan, y le acarició la mejilla-. Ella recompensó tu sacrificio y tu lealtad con celos y desprecio.

Se volvió de nuevo hacia mí. En su rostro no había desconfianza, pero sí curiosidad y agrado.

– Te pregunto de nuevo, ¿quién eres? ¿Cómo ha podido suceder esto? -me estaba estudiando con ojo de médico-. Físicamente, eres igual a ella.

Bueno, yo siempre había sabido que Gene era demasiado listo para mi propio bien.

Dio un paso hacia mí, y me di cuenta de que, en aquella ocasión, ClanFintan no hizo ademán de detenerlo. En realidad, el centauro se había quedado inmóvil. Me estaba observando de la misma forma analítica que Carolan. Sin embargo, no parecía que estuviera muy contento.

– Tal vez tengas el pelo un poco más corto -dijo, y soltó una carcajada seca-. Además, tu forma de hablar es extraña. Pero eres muy parecida a ella.

– ¡Carolan, estás equivocado! -exclamó Alanna, para no dejarle hablar más.

– Deja que termine, Alanna -dije yo, firmemente.

Carolan volvió a mirarme a los ojos.

– Tú no eres lady Rhiannon. Puede que seas la Elegida de Epona, pero no eres lady Rhiannon. Cuando te miro a los ojos no veo a mi antigua enemiga. Tú no tienes el mismo mal que ella por dentro.

Yo miré a Alanna, en cuyo rostro se reflejaba una gran preocupación, y suspiré.

– Ya no puedo seguir con esto -dije, y miré a ClanFintan-. No quiero mentirte más.

Él no se movió, no emitió ningún sonido. Su cara se había convertido en una máscara de cautela, la misma contra la que yo había tenido que luchar cuando nos conocimos.

Sin embargo, ya no podía retirar lo que había dicho. Y, en realidad, no quería hacerlo. Soy yo misma, y estaba cansada de que me tomaran por una bruja todo el tiempo.

– No, no soy Rhiannon.

Oí el gruñido de satisfacción de Carolan, pero no lo miré. Mis ojos permanecieron en los de mi marido.

– Me llamo Shannon Parker. Es difícil de explicar. Incluso a mí me resulta difícil de entender, y soy la persona a la que le ocurrió todo. Vengo de un mundo distinto, de un mundo en el que todo el mundo es igual, o similar a la gente que habita éste, como lo sería la imagen de un espejo. Pero ese mundo es muy diferente a Partholon.

Hice una pausa, deseando que ClanFintan dijera algo. Él permaneció en silencio, pero asintió para que yo continuara hablando.

– No sé cómo, pero Rhiannon averiguó la existencia de mi mundo, y averiguó también cómo intercambiar su sitio con el mío. Todo se centró en un ánfora que tenía su imagen. Desde el mismo instante en el que yo vi el ánfora, todo cambió. No tenía ni idea de qué estaba sucediendo, y todo me pareció un accidente horrible. En realidad, al principio pensaba que estaba muerta -dije, y le imploré que me creyera con la mirada-. ¿Recuerdas el día de nuestra boda? Yo no podía hablar, porque me había quedado sin voz…

Él asintió nuevamente.

– Era debido a… no sé cómo llamarlo. El intercambio de mundos.

Alanna dio un paso adelante y se situó a mi lado.

– Ella no es lady Rhiannon, y eso es mejor para todos nosotros.

– ¿Cómo va a ser mejor algo que está basado en una mentira? -inquirió ClanFintan.

– ¡Pero si no fue una mentira suya! Fue mía -dijo Alanna-. Ella no quería fingir, pero lo hizo porque le dije que la gente la necesitaba.

Alanna me miró entonces.

– Quería que se lo dijeras a ClanFintan, pero tenía miedo. Al principio tenía miedo por mí misma, por lo que podría ocurrirme si me culpaban de la desaparición de lady Rhiannon. Después, cuando empecé a conocerte, tuve miedo de lo que podría ocurrirte a ti si se descubría tu identidad. Sin embargo, me he dado cuenta de que nuestra diosa ha debido de tomar parte en ese intercambio, y pienso que es mejor para todos nosotros.

Me tomó de la mano y le habló directamente al centauro.

– Si estáis enfadado por el engaño, dirigid vuestra ira hacia mí. Y, Chamán, antes de hacerlo, pensad detenidamente en el regalo que habéis recibido. ¿Qué os depararía el futuro si estuvierais casado con lady Rhiannon?

La carcajada de Carolan me sorprendió. Abrazó a su nueva esposa y miró a ClanFintan.

– ¿De su vida? La naturaleza malvada de lady Rhiannon nos ha afectado a todos. Siempre le agradeceré que se haya exiliado.

Me sonrió, y me besó ligeramente el dorso de la mano.

– Bienvenida, mi señora, Amada de Epona. Que nuestro mundo os conceda tantas bendiciones como las que vos nos habéis traído.

Yo le devolví la sonrisa antes de mirar, nerviosamente, a ClanFintan.

Cuando él comenzó a hablar, su voz era contemplativa, pero todavía no transmitía ninguna emoción.

– Sabía que eras diferente. Hablas de una manera extraña, pero al principio me dije que nunca había llegado a conocerte, en realidad, y que quizá fueras única porque eras la Elegida de Epona -dijo, y miró a Carolan-. Pero tienes toda la razón, Sanador. Hace tiempo que me di cuenta de que ella no tiene la misma naturaleza que lady Rhiannon.

Carolan asintió. ClanFintan se volvió hacia mí.

– No había dicho nada porque tenía la esperanza de que tú confiaras lo suficiente en mí como para contártelo -me dijo.

Su voz había recuperado la emoción, pero sus palabras estaban teñidas de tristeza, no de alegría.

– ¡Confío en ti! Es sólo que no encontraba la ocasión para decírtelo. Y además… bueno, tenía miedo de perder tu amor -dije en un susurro.

Sí, demonios. Lo quería. Era todo tan romántico que tenía ganas de vomitar.

Pero, pasad la noche con un cambiador de formas, y veréis lo que ocurre.

Además de eso, es uno de los buenos, como John Wayne. A mí siempre me han gustado los buenos.

Así que me quedé ahí, intentando que no se me cayeran las lágrimas. ClanFintan suspiró profundamente y se acercó a mí antes de que yo empezara a gimotear. Me acarició la mejilla y tomó mi barbilla en la palma de la mano.

– Mi amor es algo que nunca perderás -dijo. Se inclinó y me besó suavemente, y sonrió-. Mi paciencia, quizá, pero mi amor nunca.

Yo tuve ganas de abrazarlo y perderme en su calor, pero sabía que Alanna y Carolan estaban presenciando con júbilo nuestro interludio romántico.

Así que tiré de él y le devolví el beso, susurrándole «te adoro» contra los labios.

En aquel preciso instante, mi estómago emitió un rugido tan alto que todos pudieron oírlo. ClanFintan se echó a reír y me empujó hacia la mesa. Se acomodó a mi lado, me pasó un brazo por la cintura y me ciñó contra su costado.

– Sentaos -les dije a Carolan y a Alanna con satisfacción.

En aquella ocasión, Carolan no vaciló. Guió a Alanna hacia una silla y se sentó a su lado. Me di cuenta de que siempre estaba tocándola, como si temiera que fuera a desaparecer.

– Estoy segura de que todavía no has desayunado, ¿verdad? -le pregunté a Carolan mientras mordía un delicioso rollo dulce.

Él asintió.

– En realidad, no he podido asistir a la ceremonia de bendición de esta mañana porque estaba ayudando en el parto de unos gemelos. Tienes razón. No he desayunado.

– ¡Come! Siempre hay mucha comida -dije. Miré a ClanFintan de reojo y añadí-: ¡Es como si trajeran suficiente comida para un caballo!

Carolan estuvo a punto de atragantarse con sus gachas, y Alanna, que ya estaba acostumbrada a mi sentido del humor, tuvo que darle unas palmaditas en la espalda.

ClanFintan no dijo nada, pero mientras nuestros invitados estaban ocupados, me dio un mordisco en el hombro.

– ¡Ay! -exclamé yo. Sin embargo, cuando Alanna y Carolan me miraron con curiosidad, ClanFintan tenía una expresión deliberadamente inexpresiva.

No debería sorprenderme. Ya sabía que mordía.

– ¿Y cómo debemos llamarte? -me preguntó Carolan pensativamente.

– Sí -dijo ClanFintan, observándome con atención-. Has dicho que en tu mundo te llamas… Shannon Parker.

– Sí. Me llamo Shannon, pero no creo que debáis llamarme así. A menos que… ¿Creéis que debo decirle a la gente quién soy en realidad?

– ¡No! -respondieron los tres al unísono.

ClanFintan carraspeó.

– Eh… no creo que sea aconsejable informar a la gente, y menos en un momento tan delicado -dijo. Hizo una pausa y miró a Alanna-. ¿Y está claro que es la Elegida de Epona?

– Sí, es la Amada de Epona -dijo Alanna, asintiendo enérgicamente.

Carolan se quedó aliviado.

– Entonces no tiene sentido alterar la calma y la estructura del templo, y a la gente, informándolos de este cambio fortuito.

ClanFintan y Alanna murmuraron expresiones de aprobación.

– Está bien -dije-, pero Rhiannon hacía muchas cosas con las que yo no estoy de acuerdo.

– ¡Bien! -la exclamación de ClanFintan nos hizo reír.

Yo lo besé ligeramente en la mejilla.

– Rhea, la gente te quiere -dijo Alanna-. Y tus guerreros te temen, motivo por el que no hablaban nunca de las costumbres de lady Rhiannon. Sé tú misma. Eso corregirá los errores de lady Rhiannon.

Me parecía buena idea.

– Pero ¿cómo debemos llamarte? -insistió ClanFintan.

– Me gusta cómo me llama Alanna. Rhea. No es Rhiannon, pero tampoco es tan diferente de ese nombre como para causar confusión.

Ellos asintieron, y todos comimos durante un rato, tranquilamente.

– Es una pena que no se pueda solucionar todo con tanta facilidad.

Ellos murmuraron que estaban de acuerdo con aquello también.

Por desgracia, no podía dejarlo ahí. Si iba a vivir en aquel mundo, tendríamos que librarnos de los vampiros.

– Está bien, Carolan… -mi voz lo obligó a desviar su atención de su nueva esposa-. Dinos lo que sepas de los Fomorians.

– Son la encarnación del mal.

– ¿De veras?

Él asintió.

– Son una especie que proviene del lejano este.

ClanFintan se sobresaltó, y yo recordé el mapa de mi biblioteca, en el que había aprendido que al este del río estaban las tierras de los centauros.

– Sí, antes de que los centauros poblaran las Llanuras -dijo Carolan, para paliar el disgusto de mi marido. Después continuó-: Las leyendas son oscuras. Al principio había poca relación entre los habitantes de Partholon y los Fomorians. Pero se dio una gran sequía, seguida de un inmenso incendio que terminó con todos los pastos. No se pudo contener el fuego. Los Fomorians estaban en peligro de muerte, y acudieron a pedir ayuda a nuestros ancestros. Necesitaban cruzar el río Geal, y dijeron que les resultaba imposible hacerlo sin ayuda de Partholon.

– ¿Por qué?

– Según la leyenda, los Fomorians deben permanecer en contacto con la tierra. Es como la sangre de la vida para ellos, así que no pueden atravesar el agua.

– Un segundo… tienen alas. Si tienen que estar en contacto con la tierra, ¿cómo es posible que vuelen?

Carolan sonrió.

– No hay ninguna referencia que diga que vuelan de verdad. Son descritos como… demonios que se deslizan, no como demonios que vuelan. Supongo que sus alas funcionan como las alas de las ardillas voladoras; no son apéndices de vuelo reales, como los de los pájaros, sino un instrumento que los ayuda a manipular el viento.

Recordé sus zancadas horribles, enormes, que les permitían avanzar a toda velocidad, y asentí.

Carolan continuó:

– La gente de Partholon los conoció, y decidió que sería una abominación dejar que murieran abrasados, o que murieran a causa de la hambruna que iba a producirse después del gran incendio. Así pues, construyeron un puente enorme sobre el río Geal, hecho de madera cubierta con tierra. Los restos de ese puente están cerca de aquí… Los Fomorians cruzaron el río, y nuestras razas intentaron vivir en paz…

– Pero yo tenía entendido que los Fomorians sólo existían en las historias que se cuentan para asustar a los niños -dijo ClanFintan-. ¿Por qué no se sabe que la gente de Partholon los ayudó a venir aquí?

– Hay muy pocos registros escritos sobre los Fomorians. Sólo los escribanos pueden saber que existieron esos escritos, y la mayoría de los documentos son tan antiguos y difíciles de descifrar, que pocos se molestan en estudiarlos. A menos que alguien que sepa escribir sea un historiador con tiempo libre y curiosidad.

Alanna lo tomó de la mano, y ambos se sonrieron dulcemente.

Él continuó:

– Así pues, las únicas leyendas que sobrevivieron en forma oral son las canciones de los bardos, que se originaron después de la guerra.

– ¿Y qué cuentan esas leyendas? -pregunté.

– Los Fomorians estaban debilitados, y eran pocos, pero pronto dieron a conocer su verdadera naturaleza. Está escrito que eran una raza de demonios, monstruosos, horribles, que tenían poderes oscuros. Les gustaba beber sangre humana. Sentían malestar físico si caminaban a la luz del sol. No podían cruzar una corriente de agua. Creían que estaban por encima de las leyes de la naturaleza y de Epona. Según la leyenda, estalló la guerra. Los Fomorians eran pocos, y fueron vencidos y obligados a retirarse a las Montañas Tier, al norte. Después se erigió el Castillo de la Guardia para vigilar el paso. Ha estado bloqueando el desfiladero durante generaciones.

– Ya no -dije.

– Deberían haber muerto en las Tierras del Norte -dijo Carolan-. Allí hace demasiado frío, y es una tierra desolada. El sol brilla con fuerza, pero no calienta. Deberían haber desaparecido en las pesadillas de los niños.

– Bueno, pues han vuelto -insistí.

– ¿Cómo se puede acabar con ellos? -preguntó ClanFintan.

– Por desgracia, son muy resistentes. Cortándoles la cabeza. Quemándolos. Eso los mata. La leyenda dice que es difícil acabar con ellos.

– ¿Y las leyendas cuentan algo de que se aparearan con mujeres humanas?

– ¡No! -exclamó Carolan con horror-. No había muchos, pero tenían hembras de su especie.

– Bueno, todavía tienen hembras -dije yo, recordando mis visiones-, pero no creo que estén teniendo crías con ellas. Están teniendo crías con las mujeres humanas, y permitiendo que los fetos rasguen los úteros de sus madres para nacer.

Carolan palideció.

– Eso es lo que les está ocurriendo a las mujeres -dijo ClanFintan.

– Entonces, se están multiplicando -dijo Carolan en voz baja.

– Sí -respondió ClanFintan-. Antes de que Ian muriera, informó de que hay muchísimos.

– Hay que detenerlos -dijo Alanna, con voz aguda.

Carolan la rodeó con un brazo y la consoló, y por un segundo, tuve la sensación de que Gene y Suz habían pasado por mi casa a tomar algo. Sin embargo, al instante siguiente me sentí abrumada por la realidad: No sabía qué demonios estaba haciendo, y me veía en una posición de autoridad en un momento en el que aquella gente necesitaba a alguien que supiera lo que estaba haciendo. Cerré los ojos y me froté la frente, señal segura de que iba a tener un fuerte dolor de cabeza debido a la tensión.

Y entonces, mi marido me abrazó y me estrechó contra su cuerpo cálido. Noté que la tensión desaparecía, al darme cuenta de que no estaba sola. Lo miré a los ojos y sonreí.

– Ya fueron vencidos una vez -dijo él-. Y los venceremos de nuevo.

– Y en esta ocasión, Partholon tiene una alianza con los poderosos centauros -nos recordó Carolan.

ClanFintan inclinó la cabeza para agradecer el cumplido de Carolan, y me miró con deseo.

– Sí, hay pocas cosas que centauros y humanos no puedan lograr juntos.

Alanna soltó una risita, y creo que yo enrojecí. Sin embargo, entendí lo que quería decir: que teníamos que trabajar unidos para librarnos de los Fomorians.

– Entonces, han atacado el Castillo Laragon -dije-. Si no recuerdo mal, lo único que hay cerca de ese castillo es un gran lago y…

– ¡El Templo de la Musa! -exclamó Alanna, y su voz transmitió todo el espanto que yo sentía.

– Oh, Dios mío, ¿no son sólo un puñado de mujeres? -Le pregunté a Alanna.

Carolan me respondió.

– Sí. Son nueve Encarnaciones de Musas. Cada una es la señora de un arte concreto. Todas tienen muchas sirvientas y aprendizas. El Templo de la Musa es el lugar en el que se educan las jóvenes más bellas y talentosas de Partholon, y aprenden las artes de la danza, la poesía, la música, las ciencias, etcétera. Las mujeres que completan su educación son respetadas por su educación y su inteligencia, así como por su belleza y su elegancia -explicó. Después añadió-: Lady Rhiannon fue educada por las Encarnaciones de la Musas.

– Pero ¿no tienen guardias, como tenemos aquí?

– No. Epona es la diosa de los guerreros. Es lógico que los guerreros rodeen a su Elegida. Las Encarnaciones de la Musas no son guerreras. Son profesoras. No necesitan tener guardias.

– Pues ahora sí -dije yo, con el estómago encogido. No quería pensar en lo que podían hacer aquellas criaturas horribles en un templo lleno de mujeres magníficas.

– Vamos -dije, y me puse en pie-. Entremos en la biblioteca a estudiar el mapa. Tenemos que dar con el modo de detenerlos para que no consigan más mujeres.

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