Por fin conseguimos llegar al día de las elecciones. No volví a saber nada de Bill; las listas de pasajeros mostraron que se marchó a la Tierra dos días después de su fiasco. Si alguna agencia de prensa publicó algo yo no me enteré y Quiroga nunca llegó a mencionarlo en sus discursos.
Bonforte continuó mejorando hasta que nos sentimos seguros de que podría reasumir su trabajo después de las elecciones. Su parálisis continuaba en parte, pero ya lo teníamos todo previsto: se marcharía de vacaciones una vez terminadas las elecciones, una costumbre que casi todos los políticos siguen. La vacación sería en el Tom Payne, a salvo de miradas indiscretas. En algún momento, en el curso del viaje, yo sería trasladado a la Tierra bajo otro nombre… y el Jefe sufriría un leve ataque, producido por el cansancio de la campaña.
Roger tendría más trabajo con las huellas dactilares, pero podía esperar un año más para hacerlo.
El día de las elecciones yo me sentía tan contento como un perrito en un armario lleno de zapatos. Mi trabajo había terminado, aunque aún me quedaba algo por hacer. Ya tenía grabados dos discursos de cinco minutos para la emisión en cadena de todas las emisoras planetarias, uno aceptando generosamente la victoria, el otro reconociendo noblemente la derrota; eran mis últimos discursos. Cuando terminé el último, abracé a Penny y la besé. No pareció importarle mucho.
Lo que me quedaba por hacer era una actuación personal. Bonforte quería verme… en su papel… antes de que yo me marchase. No tenía ningún inconveniente. Ahora que la tensión me había abandonado, no me asustaba el verle, el actuar para él sería como un intermedio de comedia, excepto que trataría de hacerlo lo mejor que supiera. Pero ¿qué estoy diciendo? El hacerlo lo mejor que uno sabe es la esencia del teatro.
Toda la familia se reuniría en el salón superior… porque Bonforte no había visto el cielo en las últimas semanas y sentía deseos de contemplarlo… y en aquel mismo lugar escucharíamos los resultados de la elección y brindaríamos por nuestra victoria, o trataríamos de ahogar nuestras penas prometiendo hacerlo mejor la próxima vez. Bórrenme de la última parte; yo había pasado por mi primera y última campaña política y no quería saber nada más de todo aquello. Ni siquiera estaba seguro de desear volver al teatro. Actuar todos los minutos durante seis semanas hacen quinientas representaciones ordinarias. Eso es una larga temporada.
Lo trajeron por el ascensor particular con una silla de ruedas. Yo estaba en la otra habitación y dejé que le colocasen en un diván antes de entrar; un hombre tiene derecho a no proclamar su debilidad delante de extraños. Además, yo quería hacer una entrada teatral.
Me llevé una verdadera sorpresa. ¡Se parecía en extremo a mi padre! ¡Oh!, no era más que un parecido de familia; él y yo nos parecíamos tanto que uno de los dos teníamos que tener el aspecto de mi padre, pero el parecido era evidente… y la edad era la misma, porque Bonforte parecía viejo. No había creído que hubiera envejecido de aquel modo. Estaba muy delgado y tenía todo el cabello blanco.
Tomé nota mentalmente de que, durante las próximas vacaciones en el espacio, debía ayudarle a prepararse para la transición: su reaparición. No tenía duda de que Capek podía devolverle el peso perdido; de lo contrario siempre hay medios para que un hombre parezca más grueso sin que sea demasiado obvio. Yo mismo le teñiría el cabello. La noticia del ataque que había sufrido explicaría las inevitables discrepancias. Después de todo él había cambiado sólo en unas cuantas semanas; lo que necesitábamos era no llamar la atención hacia una supuesta suplantación.
Pero todos estos detalles prácticos se desarrollaban por sí solos en un rincón de mi mente; mientras tanto todo yo me sentía lleno de emoción. Aunque se le veía enfermo, aquel hombre irradiaba una fuerza a la vez espiritual y viril. Sentí la misma impresión experimentada la primera vez que contemplé la estatua de Abraham Lincoln. También me acordé de otra estatua al verle allí tendido con las piernas y su costado paralizado cubierto por una ligera manta: el herido León de Lucerna. Poseía la misma fuerza y dignidad impresionantes, aunque estaba indefenso: ¡La Guardia muere, pero no se rinde!
Me miró cuando entré, y sonrió con aquella amistosa y tolerante sonrisa que yo había aprendido a imitar perfectamente e hizo un gesto con su mano sana para que me acercase. Le sonreí con su misma sonrisa y me acerqué a su lado. Nos estrechamos las manos y observé que su apretón era firme y fuerte. Luego me dijo:
—Estoy muy satisfecho de conocerle por fin.
Sus palabras fueron ligeramente confusas, y entonces pude ver la flojedad en el otro lado de su cara.
—Es un honor y una satisfacción para mí el conocerle, señor.
Me miró con una sonrisa y dijo:
—Creo poder decir que usted me conoce bien.
Me miré a mí mismo.
—Lo he hecho lo mejor posible, señor.
—¡Lo mejor posible! Ha conseguido un éxito. Es una sensación extraña el contemplarse a sí mismo en otra persona.
Comprendí con una repentina y dolorosa simpatía que él no se daba perfecta cuenta de su aspecto actual… Mi persona era la suya… y cualquier cambio que hubiera sufrido en su propio aspecto era simplemente consecuencia de la enfermedad, algo temporal, a lo que no debía darse importancia. Bonforte siguió hablando.
—¿Le importaría caminar un poco, señor? Quiero contemplarme… quiero decir a usted… nosotros. Deseo verme por una vez como los demás me ven a mí.
Me enderecé, caminé por la habitación y hablé a Penny (la pobre muchacha nos miraba a los dos con una expresión confusa, como si estuviese deslumbrada), cogí un papel de encima de la mesa, me rasqué el cuello y me froté la barbilla, me quité la varilla marciana de debajo del brazo y jugueteé con ella por unos instantes.
El me contemplaba encantado. De manera que añadí un número extra. Me puse en medio de la sala y pronuncié uno de sus mejores discursos, no palabra por palabra, sino dejándome llevar por la emoción tal como él lo habría hecho… Y terminé con sus mismas palabras: “¡Ningún esclavo puede ser liberado, a menos que él mismo lo haga! ¡Tampoco se puede esclavizar a un hombre libre; todo lo que se puede hacer es matarle!” .
Siguió un maravilloso silencio, y luego una explosión de aplausos. Hasta el mismo Bonforte golpeaba el diván con su mano sana y gritaba:
—¡Bravo! ¡Bravo!
Fueron los únicos aplausos que escuché en aquellas largas semanas de actuación. Me parecieron suficientes.
Hizo que acercase una silla y me sentase a su lado. Observé que miraba a la varilla marciana y se la entregué.
—El seguro está puesto, señor.
—Sé cómo debe usarse.
La miró durante largo rato y luego me la devolvió. Había pensado que quizá se la quedaría. Ya que no lo hizo decidí que se la entregaría a Dak para que se la diese a su legítimo dueño. Bonforte me preguntó por mi trabajo anterior y me dijo que no recordaba haberme visto nunca en el teatro, pero que había visto a mi padre en el papel de Cyrano de Bergerac. Hacía grandes esfuerzos por controlar los músculos de su boca y sus palabras eran claras pero lentas.
Luego me preguntó qué es lo que pensaba hacer en el futuro. Le dije que aún no tenía planes definidos. Asintió y dijo:
—Ya veremos. Hay un lugar para usted aquí. Tendremos mucho trabajo.
No habló de mis honorarios, lo cual me hizo sentirme orgulloso.
Los resultados empezaban a llegar y Bonforte dedicó su atención a la pantalla de la estereovisión. Los resultados parciales habían estado llegando, desde luego, durante las últimas cuarenta y ocho horas, ya que los mundos exteriores y los grupos electorales sin distrito asignado votan antes que la Tierra e inclusive en la Tierra un día de elección dura más de treinta horas, girando con el globo. Pero ahora empezaban a llegar los resultados de las grandes masas humanas de la Tierra. Habíamos trabajado el día anterior con los resultados de los planetas y Roger me había explicado que éstos no significaban nada; los Expansionistas tenían asegurados los Mundos exteriores. Lo que pensaban los miles de millones de seres en la Tierra que nunca habían estado en el espacio y nunca lo estarían, eso era lo importante.
Pero nos eran necesarios todos los votos del exterior que pudiéramos conseguir. El Partido Agrario en Ganimedes había ganado en cinco de los seis distritos, formaban parte de nuestra coalición y el Partido Expansionista como tal no había presentado sus propios candidatos. La situación en Venus era mucho más difícil, con los venusianos divididos en docenas de facciones políticas por cuestiones de teología que resultaban imposibles de comprender para un humano. Sin embargo, teníamos confianza en el voto nativo, bien directamente o por medio de alianzas posteriores, y teníamos a nuestro lado prácticamente a todos los humanos en Venus. La Ley imperial de que los nativos debían elegir seres humanos para representarles en la Asamblea Interplanetaria era algo que Bonforte había jurado destruir; aquello nos haría ganar muchos votos en Venus, pero no sabía cuántos nos haría perder en la Tierra.
Ya que los nidos sólo enviaban observadores a la Asamblea, el único voto que nos preocupaba era el de los humanos residentes en Marte. Nosotros contábamos con el apoyo popular; nuestros enemigos disfrutaban del favor oficial. Pero con una elección honrada no había duda de que saldríamos vencedores.
Dak estaba ocupado con una regla de cálculo al lado de Roger; éste tenía una gran hoja de papel llena de fórmulas complicadas con las que seguía el progreso de la elección. Una docena o más de los gigantescos cerebros electrónicos en distintos mundos del Sistema estaban realizando el mismo trabajo, pero Roger prefería seguir sus propios cálculos. Me dijo una vez que podía atravesar un distrito, “oliendo” el aire y acertar el resultado con un dos por ciento de error. Creo que podía hacerlo.
El doctor Capek estaba cómodamente sentado en un sillón, tan tranquilo como un gato. Penny se movía sin cesar por la habitación colocando torcidas las cosas que estaban derechas y al revés. Nos servía bebidas sin que se lo pidiéramos y nunca pareció mirar directamente al rostro de Bonforte ni al mío.
Nunca había asistido a una reunión política en una noche de elecciones; no se parecen a nada en el mundo. Hay una agradable y caliente sensación de cansancio. En realidad no importa mucho lo que el pueblo pueda decidir; uno ha hecho cuanto podía, se encuentra junto a sus amigos y camaradas y durante aquellos instantes no se experimenta preocupación ni tensión a pesar de la constante excitación, como el toque final en una tarta de cumpleaños, de los resultados que llegan continuamente.
Creo que nunca pasé mejores momentos en mi vida.
Roger levantó la vista, me miró y luego se dirigió a Bonforte:
—El continente está dividido. Las Américas están probando el agua con un pie antes de decidirse a colocarse a nuestro lado. La única pregunta es ¿cuándo se lanzarán de cabeza?
—¿No puede hacer una estimación, Roger?
—Todavía no ¡oh! Contamos con el voto popular, pero en la Asamblea la cosa puede decidirse por cuestión de media docena de puestos —se puso en pie—. Creo que voy a marcharme a ver cómo van las cosas por la ciudad.
En realidad, yo era el que debía ir, como Bonforte. El Jefe del Partido debe aparecer en la Central del Partido durante la noche de las elecciones. Pero yo nunca había estado en la Central, ya que se trataba de un lugar donde mi suplantación podía fácilmente ser descubierta. Mi “enfermedad” me había excusado de ello durante la campaña; aquella noche ya no valía el posible riesgo, de manera que Roger iría en mi lugar para estrechar la mano de los presentes y dejar que las cansadas muchachas que habían realizado el duro e interminable trabajo de papeleo de echasen los brazos al cuello llorando de emoción.
—Volveré dentro de una hora.
Inclusive nuestra pequeña reunión debía de haberse realizado en las oficinas inferiores, incluyendo todo el personal al servicio de Bonforte, especialmente Jimmy Washington. Pero aquello no era posible, a menos que dejásemos al enfermo solo y sin compañía en aquella noche. Ellos celebraban también su propia reunión, desde luego. Me puse en pie.
—Roger, yo iré con usted para decirles buenas noches al harén de Jimmy.
—¿Eh? No es preciso que lo haga, ya sabe.
—Pero sería correcto, ¿no le parece? Y en realidad no hay ningún peligro en ello —me volví hacia Bonforte—. ¿Qué le parece?
—Se lo agradezco mucho.
Bajamos por el ascensor particular y atravesamos las silenciosas habitaciones particulares, luego mi propio despacho y el de Penny. Detrás de su puesta parecía un manicomio. Un receptor de estéreo, colocado en medio de la oficina, gritaba a todo volumen, el suelo estaba sembrado de papeles y todo el mundo bebía o fumaba o las dos cosas a la vez. Hasta el propio Jimmy Washington tenía un vaso en la mano mientras escuchaba los resultados. No había bebido nada; era un hombre que no bebía ni fumaba. Sin duda alguien le había dado aquel vaso y lo seguía manteniendo en la mano. Jimmy tenía un exacto sentido de la etiqueta en cada caso.
Me acerqué a todos los grupos, con Roger a mi lado y di las gracias a Jimmy con toda sinceridad y me excusé debido a sentirme cansado.
—Me voy arriba para tender los huesos en la cama, Jimmy. ¿Querrá despedirme de todos?
—Sí, señor. Necesita cuidarse, señor Ministro.
Yo regresé al ascensor mientras Roger salía a los túneles públicos.
Penny se llevó un dedo a los labios cuando entré en el salón superior. Bonforte parecía haberse quedado dormido y el receptor murmuraba en voz baja algo incomprensible. Dak seguía sentado delante del aparato, llenando la hoja de números mientras esperaba el regreso de Roger. Capek no se había movido de su asiento. Me hizo un saludo con la cabeza y alzó su vaso.
Dejé que Penny me preparase un whisky con agua y luego salí al balcón, protegido por la burbuja de plástico. Era de noche, tanto según el reloj como por las estrellas, y la Tierra lucía llena, deslumbrante, en medio de un manto de terciopelo cuajado de brillantes puntos de luz. Busqué a Norteamérica con la mirada y traté de localizar el pequeño punto que había abandonado hacía unas cuantas semanas y me sentí lleno de una extraña emoción.
Después de unos minutos, volví a entrar; la noche en la Luna es algo impresionante. Roger regresó al cabo de un rato y se sentó delante de sus números sin pronunciar palabra. Me fijé en que Bonforte se había despertado.
Ahora llegaban los resultados de los puntos críticos y todo el mundo se calló, dejando que Roger con su lápiz y Dak con su regla de cálculo pudiesen trabajar con calma. Por fin, después de una espera interminable Roger echó su silla para atrás y dijo:
—Ya está, Jefe —dijo sin mirar a nadie—. Hemos ganado. Tenemos una mayoría de no menos de siete puestos, probables diecinueve, posibles más de treinta.
Después de una pausa Bonforte dijo en voz baja:
—¿Estás seguro?
—Positivo. Penny, ponga otra estación y veamos lo que dicen.
Me acerqué a Bonforte y me senté a su lado; no podía hablar. Él estiró el brazo y me golpeó la mano de un modo paternal y los dos miramos hacia la pantalla. La primera estación que conectó Penny decía:
“… duda sobre ello, amigos. Ocho de los cerebros robóticos dicen que sí, Curiac anuncia que quizá. El Partido Expansionista ha ganado una decisiva…”
Penny cambió de estación.
“… confirma su puesto temporal por otros cinco años. No ha sido posible conseguir una declaración del señor Quiroga, pero su director de la campaña electoral en New Chicago admite que la situación actual no puede ser…”
Roger se levantó y se acercó al teléfono; Penny cortó el sonido hasta que no se oyó nada. El locutor siguió moviendo los labios en silencio; no hacía más que repetir con palabras distintas lo que ya conocíamos.
Roger regresó; Penny volvió a elevar el volumen. El locutor continuó por un instante, luego se detuvo, leyó algo que le dieron y se volvió a la pantalla con una amplia sonrisa.
—¡Amigos y conciudadanos, ahora escucharán las manifestaciones del Ministro Supremo!
La pantalla cambió a mi discurso de victoria.
Me quedé sentado disfrutando de aquel momento, con mis emociones tan confusas como se quiera, pero todas agradables, dolorosamente agradables. Había hecho un buen trabajo en aquel discurso y yo lo sabía; aparecía cansado, sudoroso y tranquilo, pero triunfante. Parecía algo improvisado.
Acababa de llegar a la frase: “Marchemos ahora juntos hacia adelante, con libertad para todos…”, cuando escuché un ruido a mi lado.
—¡Señor Bonforte! —exclamé—. ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Venga en seguida!
El señor Bonforte hacía gestos confusos con su mano derecha y parecía ansioso por decirme algo. Pero no le fue posible. Su pobre boca no le obedecía y su poderosa e indomable voluntad no pudo hacer que la débil carne le obedeciera.
Le levanté en mis brazos… le hicimos la respiración artificial y luego llegó el fin rápidamente.
Se llevaron el cuerpo abajo con el ascensor, Dak y Roger juntos; yo no podía prestarles ninguna ayuda. Roger volvió a subir y me pasó el brazo por los hombros; luego se apartó a un lado. Penny había seguido a los otros abajo. Yo salí al balcón. Necesitaba aire fresco; aunque allí había el mismo aire acondicionado que en el salón, parecía más fresco.
Lo habían matado. Sus enemigos lo habían asesinado con tanta certeza como si le hubieran clavado un cuchillo en la espalda. A pesar de todo lo que habíamos hecho, los riesgos que habíamos corrido juntos, al final habían acabado con él. ¡Un asesinato!
Me sentí morir en mi interior, insensible por la emoción. Me había visto morir a mí mismo, había vuelto a presenciar la muerte de mi padre. Comprendía ahora por qué casi nunca pueden salvar a uno de un par de gemelos siameses. Me sentía vacío.
No sé por cuanto tiempo permanecí allí. Al cabo de una eternidad escuché la voz de Roger a mis espaldas:
—¿Jefe?
Me volví.
—Roger —dije con dolor—, no me llame así. Se lo ruego.
—Jefe —insistió—, ¿sabe lo que tiene que hacer ahora? ¿Lo sabe?
Me sentía mareado y su rostro era casi invisible. No sabía de lo que me hablaba… No quería saber de lo que me estaba hablando.
—¿Qué quiere decir?
—Jefe… un hombre puede morir… pero su trabajo continúa. No puede abandonarnos ahora.
Me ardía la cabeza y mi visión estaba fuera de foco. Roger parecía acercarse y alejarse en ondas sucesivas mientras su voz seguía hablando.
—¡Le han robado la oportunidad de terminar su obra! Usted tiene que terminarla por él.
Moví la cabeza e hice un gran esfuerzo para recobrar la serenidad antes de contestar:
—Roger, no sabe lo que está diciendo. ¡Es algo imposible… ridículo! Yo no soy un estadista. ¡No soy más que un pobre actor! Puedo pintarme el rostro y hacer que la gente ría. No sirvo para otra cosa.
Ante mi propio horror oí como decía estas palabras con la voz de Bonforte.
Roger me miró.
—Creo que hasta ahora lo ha hecho muy bien.
Traté de cambiar el tono de mi voz, traté de ganar el dominio de la situación.
—Roger, está usted confuso por el dolor. Cuando se haya calmado se dará cuenta de lo ridículo de su proposición. Tiene razón; el espectáculo debe continuar. Pero no de esta forma. Lo más acertado… lo único que debemos hacer es que usted mismo se haga cargo de todo. Hemos ganado la elección… tenemos una mayoría; usted puede asumir el cargo y continuar con los planes de Bonforte.
Me miró un rato y movió la cabeza con tristeza.
—Lo haría si fuese posible. Lo admito. Pero yo no puedo hacerlo. Jefe, ¿se acuerda de esas malditas reuniones con las Comisiones Organizadoras? Usted los mantuvo unidos. Toda la coalición se ha mantenido gracias a la fuerza personal y a la dirección de un solo hombre. Si usted no continúa, todo lo que él deseaba, para lo que trabajó… y murió… se caerá a pedazos.
No tenía ningún argumento para contestarle; era posible que tuviera razón… Yo había visto funcionar la maquinaria oculta de la política durante el mes y medio pasado.
—Roger, aunque eso que dice sea verdad, la solución que ofrece es imposible. Hemos conseguido mantener este engaño, sólo permitiendo que yo aparezca en público en condiciones cuidadosamente preparadas… y hemos escapado al fracaso sólo gracias a la suerte. Pero hacerlo semana tras semana, mes tras mes, es posible que año tras año, si es que le he entendido bien… No, no es posible. No puede hacerse. ¡Yo no puedo hacerlo!
—¡Usted puede! —se inclinó hacia mí y dijo con firmeza—: Lo hemos discutido muchas veces y conocemos los peligros tan bien como usted. Empezaremos con dos semanas en el espacio… ¡Un mes si quiere! Podrá estudiar durante todo ese tiempo… sus libros, sus diarios de la niñez, sus álbumes de recortes de diarios, podrá saberlos de memoria. Y todos nosotros le ayudaremos.
No contesté. Roger continuó:
—Mire, Jefe, ya ha aprendido que una personalidad política no está formada por un solo hombre; se compone de un equipo… un equipo unido por un propósito común y un ideal conjunto. Hemos perdido al capitán de nuestro equipo y necesitamos otro. Pero el equipo sigue en pie.
Capek estaba en el balcón; no le había visto levantarse. Me volví hacia él.
—¿Usted está de acuerdo con esto?
—Sí.
—Tiene el deber de hacerlo —continuó Clifton.
Capek dijo lentamente:
—Yo no diría tanto. Tengo la esperanza de que lo hará. Pero ¡maldición!, no podemos convertirnos en su propia conciencia. Yo creo en la libre determinación, aunque esto me parezca frívolo en un médico —se dirigió a Clifton—: Más vale que le dejes solo, Roger. Ahora ya lo sabe. Tiene que llegar a la decisión por sí mismo.
Pero, aunque los dos se marcharon, todavía no me vi solo. Dak salió del ascensor. Para mi eterna gratitud no me llamó “Jefe”.
—¡Hola, Dak!
—¡Hola! —permaneció silencioso por unos instantes, fumando y mirando las estrellas. Luego se volvió hacia mí—. Hijo, los dos hemos pasado juntos por momentos difíciles. Ahora le conozco bien, y estoy a su lado con una pistola, con mi dinero, o con los puños, y nunca le preguntaré por qué. Si quiere retirarse, nunca le acusaré de ello ni dejaré de apreciarle. Ha hecho cuanto ha podido.
—¡Oh, gracias, Dak!
—Un momento más y me marcho. Quiero que recuerde esto: si decide que no puede hacerlo, esa basura que le pudrió el cerebro habrá ganado al fin. A pesar de todo, habrán salido vencedores.
Sin pronunciar una palabra más se marchó del salón.
Sentí que mi mente se rompía a pedazos… Luego empecé a sentir lástima de mí mismo. ¡No era justo! ¡Yo tenía mi propia vida! Estaba en la plenitud de mis facultades, con mis mejores triunfos profesionales aún delante de mí. No era justo esperar que yo me enterrase, quizá para muchos años, en el anónimo de la personalidad de otra persona… mientras el público me olvidaba, los empresarios y los agentes me olvidaban también… probablemente creyendo que estaba muerto.
No era justo. Era pedirle demasiado a un hombre.
Poco después me serené y durante unos minutos no pude pensar en nada. La madre Tierra seguía serena, hermosa e inmutable en el cielo; me pregunté si seguirían las fiestas de la noche de elecciones. Pude ver Marte, Venus y Júpiter, colgados como premios en el Zodíaco. Desde luego, Ganimedes no era visible ni tampoco la lejana colonia de Plutón.
“Mundos de Esperanza”, les había llamado Bonforte.
Pero ahora estaba muerto. Había partido de nuestro lado. Le habían robado la vida en plena madurez. Estaba muerto.
Y ahora querían que yo le hiciese resucitar, que volviera a vivir.
¿Era capaz de hacerlo? ¿Me sería posible elevarme hasta sus nobles ideas? ¿Qué es lo que él quisiera que hiciese? Si estuviese en mi lugar, ¿qué habría hecho Bonforte? Muchas veces durante la campaña me había hecho la misma pregunta. ¿Qué habría hecho Bonforte?
Alguien se movió a mis espaldas; me volví y vi a Penny. La miré y pregunté:
—¿Le han enviado ellos? ¿Ha venido aquí para convencerme?
—No.
No dijo nada más y no pareció esperar que yo contestase. Ninguno de los dos nos miramos. El silencio se hizo interminable. Por fin pregunté:
—Penny, si trato de hacerlo… ¿me ayudarás?
Ella se volvió de repente hacia mí.
—Sí. ¡Oh, sí! ¡Yo te ayudaré!
—Entonces lo probaremos —dije humildemente.
Escribí las páginas anteriores hace más de veinticinco años para tratar de aliviar mi propia confusión. Traté de decir la verdad sin esconder nada porque estas líneas no están destinadas a que las lea nadie excepto yo y mi médico. el doctor Capek. Es extraño, después de un cuarto de siglo, el volver a leer las absurdas y emocionadas palabras de aquel joven. Le recuerdo muy bien, aunque me cuesta convencerme de que yo era él. Mi esposa Penelope dice que ella le recuerda mejor que yo… y que nunca amó a nadie más. Así el tiempo nos cambia a todos.
Ahora puedo recordar los primeros tiempos de la vida de Bonforte mucho mejor de lo que recuerdo de mi vida actual en la persona de aquel patético Lorenzo Smythe, o… como él gustaba de llamarse… “El Gran Lorenzo”. ¿Es que estoy loco por ello? ¿Esquizofrénico, quizá? Si es así, es una locura necesaria para el papel que he tenido que representar a fin de que Bonforte volviera a vivir y para ello aquel mediocre actor tenía que ser suprimido completamente.
Loco o no, tengo conciencia de que una vez existió y de que yo era él. Nunca tuve mucho éxito como actor, realmente… aunque creo que a veces poseía la verdadera locura del artista. Hizo su reverencia final perfectamente en carácter; tengo un amarillento recorte de periódico en alguna parte en el que dice que fue encontrado muerto en una habitación de un hotel barato de Jersey City a causa de una dosis excesiva de píldoras somníferas… posiblemente ingeridas en un acceso de abatimiento, porque su agente teatral hizo unas declaraciones en las que manifestó que no había trabajado en ningún teatro durante los últimos meses. Personalmente, creo que no debían haber mencionado el detalle de que estaba sin trabajo; si bien era cierto, por lo menos era poco caritativo. La fecha del periódico prueba, incidentalmente, que no pudo hallarse en New Batavia o en ninguna otra parte, durante las elecciones del 15.
Creo que debería quemar este trozo de papel.
Pero no hay ningún ser vivo en la actualidad que conozca la verdad excepto Dak y Penelope… sin contar los hombres que asesinaron el cuerpo de Bonforte.
He estado dentro y fuera del poder por tres veces y quizá ésta sea la última. Me derrotaron la primera vez cuando por fin hicimos entrar a los no-humanos… venusianos, marcianos y a los de Júpiter… en la Asamblea Interplanetaria. Pero esos pueblos siguen en la Asamblea y yo he vuelto a gobernar. El pueblo admite cierta cantidad de reformas y luego quiere descansar. Pero las reformas perduran. El pueblo no desea el cambio en realidad, ningún cambio… y la xenofobia está profundamente oculta en sus almas. Pero progresamos, cumpliendo con nuestro deber… si es que queremos alcanzar las estrellas.
Una y otra vez me he preguntado: ¿qué habría hecho Bonforte en mi lugar? No estoy del todo seguro de que mis contestaciones hayan sido siempre acertadas (aunque sí de que soy la persona que mejor conoce su obra en todo el Sistema). Pero he tratado de mantener su espíritu durante toda la representación. Hace mucho tiempo alguien dijo… ¿Voltaire…?: “Si Satán tuviera que reemplazar a Dios encontraría necesario el asumir los atributos de la divinidad”.
Nunca he lamentado mi perdida profesión. En cierto modo no la he perdido del todo; Willem tenía razón. Existen otras alabanzas que los simples aplausos y siempre tenemos el dulce calor de un trabajo bien hecho. He tratado, supongo, de crear la perfecta obra de arte. Quizá no he conseguido el éxito por entero… pero creo que mi padre lo calificaría de “una buena actuación”.
No, no lamento nada, aunque entonces era más feliz… por lo menos dormía mejor. Pero hay una solemne satisfacción en hacer lo mejor que sabemos por el bien de ocho mil millones de personas.
Quizá sus vidas no tienen importancia cósmica, pero tienen sentimientos. Sus penas son las mías.