El día en el que Caitlyn Brown iba a ser dada de alta, el hospital celebró una rueda de prensa en la entrada principal. El administrador y el abogado del centro estuvieron presentes, así como el médico a cargo de la paciente, los padres de Caitlyn y el abogado que éstos habían contratado en nombre de su hija. Había representantes de diversas instituciones oficiales, como el FBI, la oficina del fiscal del distrito y el jefe de policía local.
A lo largo de la rueda de prensa, unos hombres con rostros sombríos y ojos acerados observaban desde los escalones que había delante de la multitud de periodistas. El aparcamiento del hospital estaba repleto de furgonetas con antenas parabólicas y logotipos de las cadenas de televisión más importantes. Después de todo, se trataba de una sobrina de un ex presidente del país.
C.J. observó la rueda de prensa desde un aparato de televisión que había en la sala de espera de la tercera planta del hospital. A excepción de un hombre que hojeaba un periódico, estaba solo. El volumen de la televisión estaba muy bajo.
Escuchó atentamente cómo el personal del hospital decía que la señorita Brown había recibido el mejor cuidado posible y lo contentos que estaban todos con su recuperación. Atendió a las detalladas explicaciones del médico sobre la hinchazón que Caitlyn tenía en el cerebro, que era resultado de la bala que le había rozado el cráneo y que le había producido una inflamación del nervio óptico. Oyó cómo el doctor decía, que en aquellos momentos, no había modo de saber si la ceguera sería permanente y que tendrían que esperar a que bajara la inflamación para saber si los daños eran irreparables.
En aquel momento, el hombre que estaba en la sala de espera con C.J. agitó el periódico y dijo:
– Menudo asunto, ¿eh?
C.J. asintió sin quitar los ojos de la pantalla y vio cómo tomaba la palabra el jefe de policía y confesaba que no había nuevas pistas sobre el pistolero que había asesinado a Mary Vasily y herido a la señorita Brown y a dos oficiales de policía. Declaró también que era demasiado pronto para determinar si el cuerpo de un hombre de unos cincuenta años que había sido descubierto muerto de un disparo y abandonado en un descampado tenía alguna relación con el caso.
A continuación, el fiscal del distrito se dirigió a los presentes para afirmar que se había tomado la decisión de no devolver a la señorita Brown a la cárcel y que el FBI la iba a tener en custodia protegida en un lugar que no se iba a revelar.
Cuando los periodistas preguntaron al respecto al representante del FBI, éste declaró que no tenía nada que comentar al respecto, por lo que la rueda de prensa pareció haber llegado a su fin. Justo cuando todos se disponían a marcharse, se produjo un cambio entre los asistentes. En aquel momento, la joven reportera rubia de la CNN apareció en la pantalla con un aspecto muy excitado y el micrófono en una mano. Tenía la otra junto a la cabeza, cubriéndose la oreja.
– …El rumor de que Caitlyn Brown está saliendo del hospital en este mismo instante. Tim, voy a acercarme allí para tratar de constatar la noticia.
Se produjo un rápido cambio de imágenes en la pantalla y luego una vista, parcialmente oscurecida, de la entrada de ambulancias del hospital. Allí, acababa de salir alguien en una silla de ruedas, que era empujada con celeridad hasta el lugar en el que tres coches con los cristales ahumados estaban esperando con los motores en marcha. Sólo se consiguió vislumbrar la silla y su ocupante, dado que iba rodeada de personal del hospital y de hombres trajeados. A pesar de todo, se podía determinar que la persona que iba en ella era muy frágil y esbelta. Ni la gorra de béisbol ni las gafas que llevaba sobre la cabeza conseguían ocultar las vendas que le cubrían el cráneo.
C.J. observaba atentamente la pantalla y trataba de seguir las imágenes. De repente, la puerta de uno de los coches se cerró y el cristal ahumado empezó a reflejar los rostros y los micrófonos que rodeaban el vehículo.
El hombre que había al lado de C.J. murmuró tristemente:
– Es una pena, ¿verdad? Una verdadera pena.
– Sí -respondió C.J., tras soltar el aire que llevaba conteniendo unos instantes-. ¿Me perdona? -añadió.
Se levantó y salió de la sala de espera. Echó a andar por un pasillo vacío y entró en una sala. Rápidamente, cerró la puerta.
– Muy bien -dijo, casi sin aliento-. Ya se han marchado. ¿Cómo va todo por aquí? ¿Estás lista?
– Sí -respondió Caitlyn, tan acelerada como él.
Levantó una mano para ajustarse el velo que le cubría la cabeza, al estilo de una mujer afgana. Sobre el regazo llevaba una cámara de vídeo.
Jake Redfield estaba a su lado, pero miraba atentamente a su esposa.
– Muy bien, entonces ya estamos -afirmó-. Eve, ya sabes que…
– Sí, cariño. Sé lo que tengo que hacer. Ya me he asegurado que todos los de mi equipo sepan que tengo una protegida afgana que va a pasar aquí unos días para aprender cómo filmar documentales. Se llama Jamille. Perfecto, ¿no te parece? -añadió. Entonces, se arrodilló al lado de la silla de ruedas y agarró a Caitlyn por el brazo-. Muy bien. Todo va a salir tal y como hemos planeado. Yo estaré a tu lado, pero si te sientes perdida o mareada, sólo tienes que pararte donde sea y no dejar de mirar por el objetivo de la cámara. Yo te sujetaré. No te preocupes por nada.
– No estoy preocupada -respondió Caitlyn-. Sólo tienes que decirme dónde apuntar el objetivo de este trasto para no parecer una idiota.
– Haremos lo del reloj, ¿de acuerdo? -repuso Eve, con una sonrisa-. Las doce en punto es enfrente, las dos es a la derecha, las seis detrás. Luego, alto o bajo…
– Bueno, tened cuidado -dijo Jake, antes de besar a su esposa-. Las dos. No tengo que deciros que…
– No -murmuró Eve-. No tienes que decirnos nada. Todo saldrá bien. No te preocupes.
– Creo que es mejor dejar la silla aquí -afirmó Jake-, no sea que os vaya a ver alguien saliendo del ascensor. ¿Te parece bien, Caitlyn?
– Claro -contestó ella. Inmediatamente, trató de levantar los reposapiés con los dedos.
C.J. se arrodilló y la ayudó a doblar los reposapiés. A continuación, se los bajó al suelo uno a uno, como si fueran objetos muy frágiles. Notó que llevaba sandalias y que tenía los tobillos esbeltos, pero fuertes. Se incorporó y le colocó una mano bajo el codo.
– Gracias -susurró ella, antes de permitirle que la ayudara a levantarse. La túnica que llevaba puesta le cayó hasta cubrirle los pies-. Estoy bien…
– A las dos en punto alta -le ordenó Eve. C.J. casi no tuvo tiempo de agacharse antes de que Caitlyn levantara la cámara de vídeo-. ¡Muy bien!
Jake estaba esperando muy impacientemente al lado de la puerta. Cuando su esposa se lo indicó, la abrió un poco y se asomó para inspeccionar el pasillo.
– Todo en orden -dijo.
C.J. salió de la sala y se dirigió al ascensor, que estaba enfrente, para apretar el botón de llamada. Pareció que las puertas tardaban una eternidad en abrirse.
– Vamos -susurró Eve, a sus espaldas.
Se dio la vuelta y vio que tenía el brazo entrelazado con el de Caitlyn. Él también deseaba tocarla para reconfortarla… ¿o sería para reconfortarse a sí mismo? No importó porque no lo hizo.
Cuando las dos mujeres estuvieron en el ascensor y se hubieron dado la vuelta, Eve le lanzó un beso a su esposo y le guiñó un ojo a C.J. Él quiso decirle que cuidara mucho de Caitlyn, pero una vez más, no se atrevió a hacerlo.
– Iremos detrás de vosotras -anunció Jake.
Mientras las puertas se cerraban, C.J. sintió una sensación muy peculiar en el pecho. Jake y él se dirigieron a las escaleras y bajaron los cuatro pisos con urgencia y silencio. C.J. lo miró y notó que el del FBI estaba tan tenso como él. ¿Por qué no iba a estarlo? Después de todo, se trataba de su esposa. Y Caitlyn era…
«Mi responsabilidad. Eso es todo», pensó.
Jake y él encontraron un punto de observación cerca de la entrada del garaje, desde el que podían observar la febril actividad de las furgonetas de las cadenas de televisión. Cerca de la puerta principal del hospital, algunos periodistas estaban realizando sus reportajes mientras otros realizaban algunas entrevistas.
– Ahí están -dijo C.J., de repente. Había visto cómo el sol se reflejaba en el cabello rubio de Eve y a su lado, el suave aleteo del chal azul claro que cubría el de Caitlyn. Vio que Eve se inclinaba sobre ella y señalaba. Inmediatamente, Caitlyn levantó la cámara de vídeo hacia un helicóptero que sobrevolaba la zona tal y como si pudiera verlo.
Jake guardó silencio, pero C.J. sabía que las había visto. Una fuerte tensión envolvía a los dos hombres. A pesar de que sólo habían coincidido en algunas reuniones familiares, C.J. no pudo evitar pensar cómo estaría y sobre todo, lo que sentiría por Eve.
De repente, empezó a pensar en sus hermanos y en las esposa de éstos. Jimmy Joe y Mirabella, Troy y Charly… Por primera vez en su vida, pensó en las personas que lo rodeaban y que estaban perdidamente enamorados de sus parejas y comprendió lo afortunados que eran. Por primera vez en su vida, sintió un vacío en su interior y supo que aquello era la soledad.
Lo que no lograba entender era por qué estaba teniendo aquellos pensamientos y sentimientos mientras seguía el lento avance de una mujer que, en todos los aspectos, era una desconocida para él. Una mujer increíblemente hermosa, que en aquellos momentos, ocultaba su rostro y su cuerpo bajo la túnica de una mujer de Afganistán.
Jake, que hasta entonces había estado escudriñando a todas las personas que había en la zona con ojos de águila, pareció empezar a relajarse. Lanzó un suspiro y susurró.
– Es espléndida, ¿no te parece?
– Así es -afirmó fervientemente C.J.
Estaba seguro de que estaban hablando de dos mujeres completamente diferentes, pero no le importó. Lo más probable sería que los dos tuvieran razón.
Permanecieron donde estaban hasta que vieron que Eve empezaba a dar órdenes a su equipo para que empezaran a recoger. Vieron que las dos mujeres se dirigían a la furgoneta, seguidas de otros miembros del equipo y que empezaban el largo proceso de recoger todo el material para cargarlo en el vehículo. Por fin, Caitlyn y Eve se subieron al vehículo, al igual que el resto del equipo. Nadie más que Jake y C.J. prestaron atención a la furgoneta que salía lentamente del aparcamiento del hospital.
– Ya está -suspiró Jake-. A partir de ahora, todo depende de ti.
– Así es…
Claro que dependía de él. Como si no lo supiera. No sólo debía mantener a salvo a Caitlyn sino ayudarla también a poner su vida de nuevo en marcha. Parecía mucho para un hombre del que la mayoría de la gente habría dicho que aún estaba intentando encontrar su rumbo en la vida. Estaban equivocados. No sabía cómo, pero así era.
Tampoco sabía describir cómo se sentía. Más viejo que unas semanas atrás, pero también más sabio, más fuerte… Volvió a pensar en los cuentos de hadas y le pareció que se sentía como uno de esos caballeros, que atrapados en su armadura, tomaban su espada y escudo y se iban a matar al dragón.
Caitlyn se despertó de un ligero sueño cuando los neumáticos del coche empezaron a crujir sobre la grava de un camino. De repente, todo se detuvo y sintió la mano de Eve sobre el brazo.
– Caty cielo, ya estamos aquí…
Oyó que Eve abría la puerta. Sintió la caricia de la brisa en el rostro, que transportaba un agradable olor a otoño y a atardecer, un frescor y una suavidad profundos, acompañados del rico aroma de las hojas. Ansiando experimentar más, buscó a tientas la manilla que abría la puerta sin esperar a que la ayudaran. Escuchó el suave ruido de las hojas al caer sobre el suelo y en la distancia, oyó puertas que se abrían y se cerraban, pasos y voces y los suaves ladridos de los perros.
Hizo girar las piernas y tocó el suelo por primera vez. Se puso de pie, pero tuvo que aferrarse a la puerta para no caerse. Se sentía algo mareada, tal vez por el trayecto en coche, pero principalmente por el agotamiento. Aunque había conseguido dormir un poco después de que cambiaran la furgoneta por el cómodo automóvil de Eve en Atlanta, habían pasado muchas horas desde que se marcharon de la tranquila habitación del hospital. Demasiado tiempo para que alguien que estaba recuperándose de una herida en la cabeza estuviera levantada.
– Espera un momento. Ya voy -dijo una voz, muy preocupaba. Se oyeron unos pasos que se acercaban-. ¿Cómo estás, cielo? ¿Bien?
– Sólo un poco cansada -murmuró Caitlyn. Odiaba la debilidad que sentía. No recordaba haber estado enferma en mucho tiempo. Al menos, no así-. Estoy bien…
– Ha sido un día muy largo -afirmó Eve, mientras entrelazaba un brazo alrededor de la cintura de Caitlyn-. No tienes por qué mostrarte valiente ni sociable. Nadie espera que sea así. Seguramente querrás irte directamente a la cama. Ya habrá tiempo mañana para las presentaciones… y para que aprendas cómo moverte sola. Ahora, agárrate a mí…
– Me duele la cabeza -susurró Caitlyn, maldiciendo una vez más la debilidad y el dolor.
Los oídos le zumbaban. Contuvo el aliento y se sintió a punto de confesar que simplemente no tenía fuerzas suficientes para dar un paso más. Pensó en lo humillante que sería desmoronarse delante de un montón de desconocidos.
– Espera… ¿qué demonios estás haciendo? -dijo una voz.
Caitlyn se echó a temblar y sintió la brisa que provocaba un rápido movimiento. Inmediatamente, notó la calidez de un cuerpo fuerte y de un brazo mucho más grueso que el de Eve. Éste se le enredó en la cintura al tiempo que otro se le colocaba detrás de las rodillas. Ella lanzó una exclamación de sorpresa cuando la levantaron por los aires y se pegó contra un fuerte tórax. Un cálido y terrenal aroma le inundó los sentidos. Le resultaba extraño y familiar a la vez… Una mezcla de jabón y de cocina sureña, de diesel y de hombre, con una nota de una colonia de la que nunca había aprendido el nombre.
– Ya te tengo…
– Suéltame -dijo ella, débilmente-. Peso demasiado…
– Tonterías. Pesas menos que una pluma -replicó C.J.
Caitlyn no protestó, lo que debería haberla sorprendido, dado que no formaba parte de su naturaleza rendirse sin presentar batalla. Sin embargo, aquello no le parecía una rendición. Resultaba tan agradable…
¿Sería un pecado disfrutar tanto sintiendo los fuertes brazos envolviéndola, el latido de un corazón masculino contra la mejilla? No le importaba. Sólo sabía que le resultaba agradable reclinarse contra aquel pecho y dejarse acunar por los pasos que él iba dando sobre la grava. De repente, resonó el murmullo hueco de la madera bajo las botas y el chirrido de una mosquitera.
Voces suaves, amables…
– Tráela aquí ahora mismo, hijo. Pobrecilla. Seguro que está agotada.
– La habitación de Sammi June está preparada para ella, C.J. Es la que está más cerca del cuarto de baño y estará a mi lado para que yo pueda atenderla si necesita algo. Es la segunda.
– Sé cuál es -replicó C.J., con impaciencia-. Antes de pertenecer a Sammi June, esa habitación fue mía.
– ¿Tienes hambre? Tengo pollo asado, judías blancas, puré de patatas y salsa, además de una empanada de calabaza en la cocina.
Todos murmuraban del modo en el que las personas suelen hacerlo cuando están tratando de no despertar a un bebé. Caitlyn no estaba acostumbrada a ser tratada así, por lo que su orgullo trató de salir de aquel desacostumbrado letargo. El cuerpo se le tensó. C.J. lo comprendió, pero se sorprendió por aquella reacción, porque inmediatamente, relajó los brazos y la dejó de pie.
Desgraciadamente, no logró mantenerse firme. Mientras el mundo se tambaleaba a su alrededor, se aferró a uno de los brazos con una mano y extendió la otra.
– Hola -dijo, con voz tan firme como pudo-. Muchas gracias por acogerme. Me llamo Caitlyn Brown.
– Nos alegramos mucho de tenerte aquí -afirmó la dueña de unas manos pequeñas pero fuertes-. Yo soy la madre de Calvin. Llámame Betty.
Caitlyn parpadeó y bajó los ojos. Sin saber por qué, estos volvían a escocerle.
– Gracias -susurró. No pudo decir nada más por temor a echarse a llorar.
– Yo soy Jess, la hermana de C.J. Bueno, una de ellas -dijo otra voz. Parecía provenir de un lugar más alto que la altura de Caitlyn.
– Tú eres la enfermera -comentó, con una sonrisa, a pesar de que sentía un cierto temor. Le habría gustado tanto ver los rostros de aquellas personas…
– ¿Qué os parece si vamos todos a la cocina para cenar algo? -preguntó Betty sin soltar a Caty del codo-. Eve, es mejor que te quedes para que cenes un poco.
– Gracias -respondió ella-, pero es mejor que me vaya a casa antes de que mis hijos se olviden de que tienen madre. Últimamente no los he visto mucho. De todas maneras, muchas gracias, Betty. Jess…
Caitlyn sintió que la envolvían en un cálido abrazo. El cabello de Eve le acarició la mejilla y su voz le resonó suavemente en la oreja.
– Caty tesoro, todo va a salir bien. Cuídate. Vendré a verte muy pronto.
El murmullo con el que Caty le dio las gracias se vio envuelto en una algarabía de adioses y de buenos deseos para el viaje de vuelta. Eve se marchó a los pocos minutos.
– Ahora, vamos todos a la cocina -dijo Betty-. Caitlyn necesita sentarse un poco. Además, a todos nos vendrá bien cenar un poco. Calvin, sé que te encanta mi empanada de calabaza…
– Mamá, está cansada. Tal vez prefiera marcharse a la cama.
– Bueno, en ese caso un poco de sopa para darle fuerza. Un poco de sopa y… Ya lo sé. ¿Qué te parece un chocolate caliente? Eso es lo que la abuela solía prepararnos para…
– Creo que sólo quiero irme a la cama -la interrumpió Caitlyn, con un hilo de voz-. Si no te importa…
Su voz había sonado tan débil como la de una niña. Así era precisamente como se sentía. Sólo quería meterse en un rincón y llorar hasta que sus padres fueran a recogerla. A pesar de estar rodeada por personas bienintencionadas, sólo deseaba escuchar una voz familiar, sentir unos brazos conocidos a su alrededor y la caricia de unas suaves y cálidas manos.
– Por supuesto que no importa. Mamá, voy a ayudarla a…
– Muy bien. Yo voy a prepararle una taza de chocolate caliente. La llevaré dentro de un momento.
– ¿Crees que puedes subir las escaleras, cielo? Venga, agárrate a mi cintura.
– Ya la tengo yo -gruñó C.J.
Se produjo un momento de silencio y a continuación, un leve movimiento de aire. Aquellos brazos volvieron a rodearla en un gesto que le resultó casi familiar, uno debajo de las rodillas y el otro alrededor de la cintura. La levantaron y Caitlyn pudo sentir el aliento de él sobre la sien y el latido del corazón contra la mejilla. Olió aquella colonia y el resto de los aromas que adornaban su cuerpo y que de algún modo, también le resultaban ya familiares.
El miedo remitió un poco, pero no la oscuridad. Ni las ganas de llorar.