Capítulo 10

Si volar desde Fantasía secreta hasta Miami, desde Miami hasta Chicago y desde Chicago hasta Washington DC en cuarenta ocho horas era suficiente para demostrar su amor, Doug ya debería tener a Juliette entre sus brazos. Desgraciadamente, ella le había tomado la delantera y había adquirido el último asiento del vuelo a Miami cuando salió de Fantasía secreta. Después de horas de espera en los aeropuertos y de poco sueño, Doug se preparó para enfrentarse primero con la secretaria del senador Stanton y luego con el propio senador.

De hecho, su viaje acababa de empezar. Cuando estuvo de pie delante del padre de Juliette, comprendió lo difícil que iba a resultarle aquella visita.

El senador Stanton se puso de pie desde detrás de su escritorio.

– Ni siquiera debería recibirlo -dijo el hombre, que guardaba un extraordinario parecido, a pesar de la edad y las canas, con su hija.

– Supongo que eso significa que ya ha hablado con su hija.

– Lo suficiente como para saber que ha estado muy ocupado.

– No tanto como podría haberlo estado si me hubiera pasado las últimas cuarenta y ocho horas escribiendo mi artículo en vez de venir a verlo.

– En ese caso, estoy seguro de que tiene algo importante que decirme -comentó el senador, indicándole que se sentara y tomando también asiento-. No me dirá que ha hecho un viaje tan largo sólo para advertirme de lo que se va a publicar. Los periodistas no suelen tener tales cortesías.

– Especialmente, los que han hecho sufrir a una mujer inocente, ¿verdad?

Touché. Y le recuerdo que son sus palabras, no las mías, aunque creo que en este caso van perfectamente.

– Señor, tengo una idea que evitará que el nombre de su hija vuelva a salir en los periódicos, al menos en el que yo trabajo. No puedo controlar lo que los otros publican, pero efectivamente puedo controlar lo que yo escribo.

– ¿Y por qué iba a estar dispuesto a hacer eso?

– Porque la amo -respondió Doug sin vacilar.

El corazón le latía a toda velocidad en el pecho. Se había dado cuenta de lo mucho que la quería. Sólo conocerla le había ayudado a convertirse en un hombre mejor. Si conseguía que ella lo perdonara, sería como alcanzar el paraíso.

Era consciente de que en aquellos momentos estaba delante de su padre y que este la defendería contra viento y marea. Sin embargo, confiaba en la reputación del senador y en su comprensión.

– Asumiendo que le creo, algo sobre lo que me reservo mi opinión, no espere que yo lo apoye en nada. Juliette se merece ser capaz de tomar sus propias decisiones, especialmente en lo que se refiere al daño que le ha hecho, aunque proclame que la ama.

– Por supuesto. No esperaría que fuera de otro modo. Además, como escritor, debo dejar que sean mis palabras las que hablen por mí.

Mejor dicho, las palabras que omitiría en su artículo serían las que hablarían por él. Si todo salía como estaba planeado, podría sacar a la luz aquel asunto sin mencionar el nombre de Juliette Stanton.

– Tendrá que utilizar más que palabras para hacer que mi hija cambie de opinión sobre usted.

– ¿Puedo añadir algo, señor? -le preguntó. El senador asintió-. Yo no me atrevería a pedirle nada, excepto su aprobación, si puedo conseguir que su hija cambie de opinión sobre mí.

– Acabo de conocer la turbadora verdad sobre mi protegido. Entonces, me enteré del papel que usted había jugado en este asunto… ¿Sabe una cosa? Creo que en otra situación podría haber sentido simpatía por usted.

Al oír aquellas palabras, Doug sonrió. Se sentía mucho más optimista de lo que había estado desde que Juliette se marchó de Fantasía secreta.

– Déme diez minutos. Tal vez todavía podamos conseguir que sea así.


– Mmm, esto es delicioso. No sé el tiempo que hace que no me tomo un pastelillo tan delicioso como éste…

– ¿Podría ser una semana? -le preguntó Gillian, riendo-. ¿Es que no has comido en esa isla?

Juliette masticó el pastelillo, que era de crema de queso. Su padre había regresado a casa para el fin de semana y el domingo estaba desayunando con sus mujeres. Habían pasado cuatro días desde que Juliette había regresado de la isla y, desde entonces, no había tenido noticia alguna de Doug.

Eso no significaba que la historia de la Novia a la fuga se hubiera olvidado. Los periodistas seguían acosándola en su casa y la seguían a todas partes. Aquella vez se preguntaban por qué había desaparecido durante unos pocos días. Habían logrado rastrearla hasta el sur de Miami, pero, aparentemente, Merrilee se había ocupado muy bien de todo a partir de ese punto. A pesar de todo, Juliette era consciente de que sólo era cuestión de tiempo que todo saliera a la luz. Sin embargo, al menos entre su familia, a las ocho de la mañana de aquel día, todo seguía saliendo bien.

– La isla era muy diferente. Había muchos tipos de dulces… -dijo Juliette. Y besos, muchos besos, dulces, deliciosos e intensos…

– Y zumo de naranja de Florida, seguro -dijo Annabelle Stanton-. Creo que ya va siendo hora de que nos tomemos unas vacaciones, ¿no te parece, Len?

– Muy pronto, querida -prometió el senador, agarrando la mano de su esposa.

Juliette observó el amor que había entre sus padres y sintió que su corazón estaba a punto de rompérsele. Aquello era precisamente lo que ella más deseaba, lo que quería para Doug y para ella. No importaba que hiciera muy poco tiempo que se conocieran. Presentía que había demasiada fuerza entre ellos como para que la relación prosperara. Sin embargo, no había contado con las mentiras…

– No me mientas, Len -dijo su madre, riendo. Juliette no pudo evitar sentirse algo extraña ante tan extraordinaria coincidencia-. Ya sabes que siempre que planeamos un viaje, te surge algo que te obliga a quedarte en Washington. No creas que no me conozco ya la rutina. Siempre me dices lo que quiero escuchar y me escondes el resto para que no me sienta desilusionada. Al menos, ya va quedando poco para la jubilación -añadió-. Chicas, ¿os parece que si podemos hacer que vuestro padre esté entretenido no echará de menos Washington?

Mientras Gillian y su madre empezaban a recitar actividades que se podrían realizar cuando llegara ese momento, el senador se inclinó sobre su hija.

– Con una semana que pase en casa me estaré subiendo por las paredes -susurró.

– Sobrevivirás -comentó Juliette, riendo-. Hay muchas cosas buenas que se pueden realizar fuera del Senado.

– Ésa es mi niña. Siempre preocupada por hacer bien las cosas. Si no me equivoco, fue así como acabaste comprometida con Stuart… Tal vez vaya siendo hora de que tomes el camino que es menos correcto políticamente.

– Ya te lo he dicho. Intenté hacerlo y me hicieron daño de todos modos.

Juliette había ido directamente desde el aeropuerto a casa de sus padres, porque él se iba a marchar a Washington por la mañana y lo que tenía que decirle no podía esperar.

Sus padres y ella habían hablado largo rato. Juliette había estado llorando y liberándose de sus penas, como solía hacer cuando era pequeña. El senador se había sentido muy desilusionado por lo que Juliette le dijo sobre Stuart, aunque comprendía plenamente que hubiera cancelado la boda. Lo único que lamentó fue que Juliette no hubiera hablado antes con él. Su padre, de todos modos, le había prometido no hacer nada hasta que considerara la situación muy cuidadosamente y hasta que ideara un modo de proteger a todos los que podrían verse dañados por aquella información. Sin embargo, sabía que Doug conocía toda la historia y que el tiempo podría jugar en su contra en aquel sentido.

Juliette se preguntaba qué era lo que había pasado durante el fin de semana, pero deseaba disfrutar simplemente de un desayuno familiar normal y no quería preguntarlo en aquellos momentos. La realidad se manifestaría muy pronto.

– Juliette…

– Lo siento, estaba distraída -dijo la joven. No se había dado cuenta de que su padre había seguido hablando con ella.

– Ha sido ese hombre el que te ha herido.

– Ese hombre tiene nombre, papá -dijo Juliette, levantando la mirada para mirar a su padre. Se sorprendió al ver que estaba sonriendo-. Por cierto, no sé qué es lo que resulta tan gracioso.

– Que te afecta, cariño. Y no es divertido. Es muy serio.

– ¡Qué me vas a decir a mí!

Todo lo que estaba relacionado con Doug le afectaba. Sus caricias, sus besos, el modo en que habían yacido en la cama, completamente desnudos, el modo en que sus corazones latían al unísono, como si fueran uno solo… En realidad, los buenos recuerdos eran lo que más le afectaban y lo que le impedía a veces creer que todo hubiera sido una mentira.

– A mí me parece que los dos tenéis un asunto sin terminar -afirmó el senador.

– ¿Qué puede haber sin terminar en el hecho de que fue a la isla mintiendo o en los extremos a los que fue capaz de llegar para conseguir su historia?

– Eso es algo que sólo tú puedes saber -concluyó su padre, encogiéndose de hombros-. O si lo que os dijisteis es más importante que lo que no se dijo.

«Te amo», le había dicho Doug. Y ella había permanecido en silencio. «Hemos compartido las cosas más importantes de nuestras vidas, mi infancia y tú pasado reciente». Y ella se había burlado de él.

– ¿Qué es lo que has aprendido de vuestra madre y de nuestra relación? ¿Qué es lo más importante que os hemos enseñado, hijas? -les preguntó el senador.

– Que siguiéramos lo que nos dictaba el corazón -dijo Juliette, en nombre de su hermana y en el suyo.

– ¿Y lo has hecho? ¿Con ese tipo de la universidad? ¿Con Stuart? ¿Seguiste lo que dictaba el corazón en esos casos o más bien lo que creías que tu madre y yo queríamos para ti?

Los dos sabían perfectamente que aquella pregunta era retórica. Con Stuart sólo había cumplido su deber como hija, pero con Doug… Recordó las palabras que Merrilee le había dicho antes de marcharse. La mujer sólo lamentaba no haber tenido la oportunidad de seguir lo que le dictaba el corazón.

Juliette se echó a temblar. Con Doug, había seguido lo que le decía el corazón. Gracias a él, había podido relajarse y ser ella misma. La había ayudado a superar su fobia a las tormentas… Recordó que a Doug le había abierto las puertas de su corazón.

Y lo había dejado marchar. ¿De verdad quería mirar el pasado, al cabo de los años, y darse cuenta de que había dejado pasar la oportunidad de poder seguir su corazón? Se preguntó, entre temblores cada vez más fuertes, si sería demasiado tarde…

– Quiero echar un vistazo al periódico -dijo su padre. Como buen político, sabía cómo retirarse.

– Yo te lo traeré, papá -dijo ella.

Cuando llegó al lugar en el que estaba el periódico, lo primero que vio fue el titular del artículo de Doug, claro y directo: Retractación anulada. Por fin se revelan los trapos sucios de un congresista.

Juliette sintió que el estómago le daba un vuelco al ver la fotografía y el nombre de Doug. En el cuerpo del artículo había otra fotografía, la de Stuart con el congresista Haywood.

A pesar de que la fotografía de Doug estaba en blanco y negro y en ella presentaba un aspecto más conservador de lo que ella había conocido, le recordó la profundidad de los sentimientos que tenía por él. Si antes había creído que lo echaba de menos, al ver aquella fotografía el dolor de su corazón se hizo casi insoportable. Además, el problema sería no sólo enfrentarse a la fotografía, sino al artículo. Evidentemente, había utilizado la información que ella había compartido con él…

Sus padres le habían dicho que siguiera siempre lo que le dictaba el corazón. Y el suyo se negaba a olvidarse de Doug a pesar de la prueba irrefutable que tenía en las manos.

Al mirar por encima del hombro, para buscar el apoyo de su padre, vio que él estaba conversando con su hermana. En realidad, sabía que no necesitaba su consejo. Si realmente amaba a Doug, tenía que creer en él, en las últimas palabras que le había dicho en la isla…

Rápidamente, se volvió y entregó el periódico a su padre.

– ¿No quieres leerlo? -le preguntó él.

– No -respondió Juliette-, tengo todas las respuestas que necesito aquí dentro -añadió, golpeándose el pecho.

Al oír aquellas palabras, su padre se levantó y le dio un abrazo.

– Has tomado esa decisión con tu corazón. Y creo que es la correcta. Cuando leas ese artículo, estoy seguro de que volverás a enamorarte de él.

Juliette le devolvió el abrazo y luego salió corriendo hacia la puerta.

– ¿Adonde vas? -le preguntó Gillian.

– A divertirme bajo la lluvia…

Sería un nuevo ejercicio para superar sus temores. Esperaba que Doug estuviera dispuesto a darle otra lección.

No se dio cuenta de que no sabía dónde vivía hasta que no se metió en el coche. Aunque sabía dónde estaban las oficinas del periódico, sabía que había una posibilidad muy pequeña de que todavía siguiera en la redacción a aquellas horas en un domingo. Sin embargo, no lo dudó.

Arrancó el coche y fue al centro de la ciudad. Aparcó el coche a una manzana de las oficinas del periódico y se quedó allí sentada, sin saber qué hacer.

Con el corazón a punto de salírsele del pecho, tomó su teléfono móvil y llamó a Información. Por supuesto, el número de Doug no aparecía en la guía. Entonces, se le ocurrió su única posibilidad: llamar a Merrilee.


Tal y como había planeado, a Doug le habían devuelto su puesto y, además, su padre había salido del hospital y se recuperaba favorablemente.

Entonces, ¿por qué se sentía Doug tan deprimido? Sacó el periódico de su buzón y, al llegar a casa, lo tiró sobre la encimera de la cocina. Los acontecimientos de los últimos días habían culminado en el artículo más importante de su carrera, gracias, en gran parte, al padre de Juliette.

A sugerencia de Doug, el senador Stanton se había dirigido a Stuart Barnes y le había convencido para que se entregara. Le había hecho comprender que el respeto por uno mismo es mucho más importante que un escaño en el Senado y que podría corregir lo que hubiera hecho con Haywood y sus socios. A cambio, el senador le había prometido apoyarlo incondicionalmente a lo largo del proceso. El joven había ido a la policía y, con la ayuda de un abogado, conseguiría que se le redujera considerablemente la sentencia si colaboraba.

El artículo de Doug era una exclusiva en la que se defendía el primer artículo que había publicado y revelaba los trapicheos de Barnes y Haywood y su relación con la Mafia sin mencionar el nombre de Juliette Stanton.

Por supuesto, la razón por la que había dejado a Stuart plantado en el altar se leía entre líneas, pero Doug no había querido dejarse llevar por el sensacionalismo de la Novia a la fuga. Había sacrificado aquella parte para proteger a la mujer que amaba. ¿Cuándo había sacrificado Doug Houston detalles de una historia antes? Nunca. Sin embargo, se sentía muy bien por lo que había hecho. Le parecía que el hecho de que fuera más sensible se lo debía a Juliette, por lo que, con el resto de los detalles de su artículo, debería haberse dado por satisfecho.

Pero lo único que le quedaba era un profundo sentimiento de soledad y de frustración. Para un hombre que siempre había estado solo, aquello no debería importarle, pero sabía que elegir estar solo y verse obligado a ello eran dos cosas muy diferentes.

Como necesitaba tomar un poco de aire fresco, decidió irse a dar un paseo, a pesar de que estuviera lloviendo. A pesar de que Chicago no tenía nada que ver con Fantasía secreta, los recuerdos lo inundaron una y otra vez.

Recordó la fantasía que había inventado para que lo emparejaran con Juliette. A pesar de basarse en algo cierto, como había sido el hecho de que hubiera utilizado a Erin para sus aspiraciones profesionales, no había podido evitar cometer errores. Había usado a Juliette del mismo modo en que lo había hecho con Erin, sólo que, aquella vez, también él había sufrido. Se había enamorado y había perdido a la mujer que tanto quería. Se lo merecía.

La mayor ironía de todo aquello era que había conseguido realizar su fantasía. Aquella mentira le había hecho ser más humano, aunque reconocía sus errores y sabía que lo que le deparara el futuro ya no dependía de él. Si quería hacerlo, Juliette sabría muy bien dónde encontrarlo…

En aquel momento recordó que no le había dado su dirección. Tras lanzar una maldición, decidió volver corriendo a su casa, más mojado que antes, pero sin haber conseguido ninguna solución.

Sin embargo, a medida que se acercaba a su casa, vio una hermosa mata de cabello rojizo entre las brumas de la gran ciudad. Entonces, no pudo evitar preguntarse si hasta los canallas como él merecían una segunda oportunidad.

De repente, todo le pareció un sueño y aminoró la marcha. No obstante, cuando Juliette extendió la mano y él la tocó, comprendió que todo era real.

– Hola.

– Hola -dijo ella, con la sonrisa que tanto había echado de menos durante aquellos días.

– Veo que estás sentada bajo la lluvia. ¿Es que ya has superado tu miedo a las tormentas?

– Ese miedo se ha visto reemplazado por recuerdos más agradables.

Seguían de la mano, mirándose a los ojos.

– ¿Llevas esperando mucho tiempo?

– Toda mi vida -respondió Juliette.

Al oír aquello, Doug abrió la puerta del portal, hizo que ella se levantara y la hizo entrar. Una vez estuvieron a cubierto, él la tomó entre sus brazos. Se besaron de un modo tan apasionado e intenso, que a Doug no le quedó duda alguna de que los sentimientos de Juliette eran tan poderosos como los suyos.

– Te he echado de menos…

– Lo mismo digo -susurró él, agarrándola con fuerza por la cintura-. Sé que tenemos muchas cosas que arreglar.

– Mmm… Muchas cosas… pero nada que no pueda esperar.

– Me alegro de que podamos esperar para hablar -musitó Doug, apretándose contra ella con fuerza-, pero espero que no lo hagamos para otras…

– No soy yo la que está perdiendo el tiempo hablando.

No. Efectivamente, ella ya le había colocado las manos en la pretina del pantalón y había agarrado con fuerza su sexo. Doug comprendió que tenía razón. Ya tendrían tiempo para hablar.

– Te echo una carrera al sofá -dijo él, entre risas, tras abrir la puerta de su apartamento.

– Estaba esperando que dijeras eso…

Juliette fue más rápida y, tras colársele por debajo del brazo, fue quitándose la ropa por el camino. Entonces, se tiró corriendo sobre el sofá. Doug hizo lo mismo y, enseguida, se tumbó encima de ella. A continuación, le subió los brazos sobre la cabeza y entrelazó sus dedos con los de ella.

– No tengo preservativos.

– Para mí no es un problema, ¿y para ti?

Doug oyó el desafío que había en aquellas palabras. En el pasado, se había sentido atrapado, pero con Juliette no.

– No pareces estar muy preocupada al respecto.

– ¿Y por qué iba a estarlo? -le preguntó ella mientras separaba las piernas en una invitación que Doug comprendió enseguida-. Una noche, estaba dormida en la isla. Estábamos juntos y podría haber jurado que tú me habías dicho algo muy importante. Luego, volviste a repetirlo, y aunque estaba despierta, no quería escuchar. Si lo decías de corazón, me gustaría que me lo repitieras.

Doug notó el temblor que había en su voz y la ansiedad de volver a sufrir de nuevo si estaba equivocada. Sin embargo, él sabía perfectamente que nunca más volvería a herirla.

Bajó la mano y deslizó los dedos entre su sedosa y cálida humedad. Juliette suspiró, pero no dejó de mirarlo nunca, sino que parecía implorar una respuesta con los ojos.

– Nunca más volverá a haber preguntas ni inseguridades entre nosotros, Juliette. Nunca más. Te amo -susurró, colocándose completamente encima de ella y penetrándola con un solo movimiento.

Al sentir cómo los músculos de Juliette se contraían a su alrededor, sintió que las palabras le salían no solo de la garganta sino del corazón. Ella sintió la excitación muy rápidamente. Con cada movimiento de Doug se creaba una oleada de placer más fuerte que la anterior. Mucho después de que la satisfacción física hubiera acabado, las palabras de Doug permanecían alojadas en su corazón.

Él tomó una manta del brazo del sofá y los cubrió a ambos, mientras ella se acurrucaba contra su cuerpo.

– Tienes que saber que te amo.

– Más o menos me lo había figurado cuando perdiste la última prenda de ropa de camino hacia el sofá -dijo él, riendo-. Lo que no entiendo es cómo puedo tener tanta suerte después de lo que hice. Ese artículo debe de ser mucho mejor de lo que yo me imaginaba.

– No lo he leído -confesó Juliette mientras se colocaba encima de él.

– Entonces, ¿qué te hizo cambiar de opinión sobre mí? -preguntó Doug, muy sorprendido.

– Tú. Tú dijiste que me amabas cuando ya no tenías nada más que ganar. Debería haberme dado cuenta de eso mucho antes.

– Te utilicé.

– Fuiste a Fantasía secreta en busca de una historia, pero no te marchaste en el momento en que la conseguiste. ¿Hay algo más que quieras saber?

– Bueno, me gustaría decirte que mi fantasía era una mentira, pero sólo al principio…

– ¿Y después?

– Quería anteponer tus necesidades a las mías y quería ayudarte a curar tus heridas. En vez de eso, repetí errores del pasado y te hice aún más daño.

– ¡Oh, Doug! El hecho de que me ames no me ha hecho daño. ¿Quién no ha cometido errores alguna vez? Yo los cometí cuando seguí un plan inexistente, que yo pensé que mis padres tenían para mi vida. Lo único bueno fue que me condujo a ti. ¡Ah! Esa fantasía tuya, eso de anteponer mis necesidades a las tuyas y de hacer que mis sueños se hagan realidad… ¿te he mencionado que me gustaría que siguieras con ella los próximos cincuenta o sesenta años?

– ¿Me estás pidiendo que me case contigo? -preguntó él, riendo de felicidad.

– Por supuesto, dado que podrías haberme dejado embarazada -replicó ella, sonriendo.

– Bueno, yo nunca podría rechazar una petición como ésa, especialmente de una mujer que me acepta tal y como soy.

– En eso tienes razón. Por cierto, ¿cómo está tu padre?

– En casa, listo para conocer a la mujer que me ha vuelto del revés y de arriba abajo y que me ha hecho volverme inhumano en los pocos días que he estado sin ella.

– ¡Vaya! Parece que alguien me ha echado de menos…

– No tienes ni idea de cuánto, pero, ¿eres consciente de que ni siquiera sabes si aprieto el tubo de pasta de dientes por arriba o por abajo? -bromeó él.

– ¿Estás tratando de asustarme?

– No, creo que para eso haría falta mucho más que mis hábitos, gracias a Dios -susurró, besándola dulcemente.

– Tenemos mucho que descubrir el uno sobre el otro -musitó ella, deslizando las manos hacia abajo para explorar el cuerpo que tanto adoraba.

– Y tenemos una vida para aprender -murmuró él mientras recibía con agrado sus caricias.

– Estoy dispuesta.

– Me alegro, pero, ¿no crees que deberías leer ese artículo? En él, no menciono nada sobre ti. Sólo la sabiduría de tu padre.

Su padre… Recordó que le había dicho que, cuando leyera el artículo, volvería a enamorarse de Doug. En aquel momento, había creído que estaba aplaudiendo su valor por ir detrás del hombre que amaba. Acababa de comprender que su padre había tenido mucho que ver en que se solucionaran las cosas…

– ¿Juliette?

Vio el temor que había en los ojos de Doug, pero él no tenía nada que demostrarle. Esperaba que comprendiera lo mucho que confiaba en él, ya que lo había hecho antes de leer el artículo.

– Ya sé muy bien que tengo un hombre muy inteligente a mi lado para que el que siempre soy la primera.

El corazón de Doug se llenó de amor y satisfacción. Había encontrado a su media naranja, una mujer que tenía una fe completa en él. Tendría que asegurarse de, en lo sucesivo, no defraudarla nunca.

– Te prometo leer ese artículo.

Inmediatamente, sus actos superaron a sus palabras. Empezó a hacer girar de un modo muy erótico las caderas, a arquear la espalda, atormentándolo con una irresistible invitación que él no pensaba rechazar y que aceptó repitiendo sus movimientos.

– Mmm, creo que tendré que dejar la lectura para más tarde -ronroneó ella.

– Para mucho, mucho más tarde…

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