Capítulo Nueve

Cuando Cathy se despertó, nadie se pudo sorprender más que ella al darse cuenta de que había cambiado de opinión. No iba a dimitir. Nunca se había apocado ante las dificultades y no lo iba a empezar a hacer en aquel momento. Tendrían que atarla y enviarla por correo al otro lado del mundo antes de que ella se marchara de Harbor House Publishing. Lucharía hasta el último momento. De lo único que era culpable era de tratar de ayudar a un buen escritor a convertirse en uno muy grande. Se había despistado en su último libro, pero, si ella podía hacer algo para enmendar aquel error, lo haría. Esperaba que el señor Denuvue no la despidiera por ello.

En el momento en que Cathy entró en la editorial, notó que algo era muy diferente. Los otros editores la miraban con una mezcla de asombro y vergüenza. Billy la miraba con los ojos como platos. Incluso el propio Walter Denuvue salió de su despacho con los brazos extendidos.

– Me alegro de que hayas llegado temprano. Todos hemos estado esperando para ver qué hay en ese sobre -le dijo, señalando el escritorio de Cathy.

Ella se humedeció los labios y miró hacia donde le pedía su jefe. Una pradera completa de flores silvestres cubría su escritorio y el sillón. En medio de aquel jardín de color, había un sobre que llevaba el sello de Teak Helm.

Abrumada por lo que veían sus ojos, a Cathy le costó mucho abrir el sobre. Recorrió con la mirada las palabras impresas que encontró en una hoja de papel y sonrió. Entonces, le entregó el papel a Walter.

– Lo has conseguido, Cathy -dijo él con una sonrisa-. Has convencido a Teak Helm. Buena chica. ¿Qué más hay en ese sobre?

– Las dos revisiones a las que accedió en un principio. ¿Se puede creer, Walter, que Teak Helm haya accedido a aceptar todas mis sugerencias? Este libro va a ser una obra de arte cuando hayamos acabado. Será el mejor de Teak Helm hasta la fecha ¡Estoy tan emocionada! No se lo va a creer, pero anoche, cuando me metí en la cama, estaba decidida a dimitir esta mañana. Después de mi conversación con el señor Helm, estaba completamente segura. Nunca habría creído que cambiaría de opinión bajo ninguna circunstancia.

– Sin duda, han sido tus encantos. Bueno, en estos momentos, creo que lo más urgente es qué vamos a hacer con este jardín botánico.

– ¿No me las puedo quedar? -le preguntó ella-. Nunca he visto tantas flores silvestres en toda mi vida. De hecho, es la primera vez que un hombre me manda flores.

– ¡Claro que te las puedes quedar! ¡Billy! Ayuda a Cathy a retirar esas maravillas de la naturaleza de la mesa para que pueda trabajar, pero ten cuidado de no estropearlas.

Cathy no se dio cuenta de que su jornada de trabajo estaba a punto de acabar hasta que el teléfono no empezó a sonar. Una voz fría y distante, que se identificó como Megan White, le dijo que era la secretaria del señor Teak Helm.

– El señor Helm desea informarla de que estamos trabajando a contrarreloj para cumplir con sus sugerencias. Alguien de nuestra oficina la llamará todos los días para que usted esté al tanto de nuestros progresos.

– Bien -respondió Cathy, demasiado aturdida y atónita como para decir nada más. Con eso, colgó el teléfono.

Durante el resto de la semana, llegó un sobre todas las mañanas, correspondiente a las páginas que se habían revisado. Walter no mencionó que el manuscrito debería haber estado terminado hacía varios días. No parecía importarle. Cathy esperó que no le echaran a ella la culpa, pero no tenía tiempo de pensar en aquello. Tenía que concentrarse en el manuscrito. Otros tres días más, si Helm seguía trabajando al mismo ritmo, bastarían para completar el libro. Y cómo lo completaría. Seguramente, hasta él mismo se daba cuenta de que era el mejor. Si Walter conseguía darle la publicidad adecuada, aquella obra despegaría como un cohete. Personalmente, a Cathy le encantaba desde la primera página hasta la última. Teak Helm estaba ateniéndose justo a sus indicaciones. Ni añadía ni omitía nada.

Sin especial interés, se preguntó cómo estaría de salud. También se preguntó muchas otras cosas, como por qué la llamaba una secretaria diferente todos los días. ¿Acaso los hombres como Teak Helm se rodeaban de mujeres que se hacían pasar como sus secretarias, como ocurría con Jared Parsons y Erica? La última no había parecido demasiado inteligente, porque le había dicho que al señor Helm no lo molestaba en lo más mínimo que se tomaran unas cuantas libertades con sus palabras.

– Ni se me ocurriría -le había respondido Cathy.

– Bueno, pues te aseguro que puedes hacerlo, cielo. Al señor Helm no le importa en absoluto.

Llegó el viernes por la tarde y, con él, otro envío de la floristería. Aquella vez era un colosal centro de margaritas multicolores, la flor favorita de Cathy. Tras recoger sus cosas, pasó por delante del despacho de Walter con las flores en la mano, para que su jefe las viera.

Cathy sonrió y llamó al ascensor. Decidió que lo primero que iba a hacer era telefonear a su padre y hablarle de lo que había ocurrido en aquellos últimos días y de las flores. Después, se iba a lavar el pelo y a limpiar su apartamento. El mundo parecía estar de su lado y le encantaba. Tal vez todavía podría mejorar un poco más, pero estaba lo suficientemente bien por el momento. Lucas se iba a sorprender mucho cuando le hablara de la reacción de Teak Helm con respecto a las correcciones de su novela. El corazón le latió un poco más fuerte cuando se imaginó que las primeras palabras de su padre serían noticias de Jared Parsons. Ella empezaría preguntando sobre Bismarc, lo que cubriría quince minutos de conversación. Luego por la salud de su padre, que siempre solía estar bien y, por último, sobre Jared. Sin embargo, desconocía si su padre estaría dispuesto a darle aquella información.


Cathy esperó impaciente mientras el teléfono sonaba en Swan Quarter. Cuatro, cinco, seis

– Hola -dijo, por fin, su padre.

– ¡Papa! ¿Cómo estás?

– Bien. ¿Y tú?

– Muy bien. ¿Cómo está Bismarc?

– Bien. Ahora está en la playa, fingiendo que va a capturar un pez en cualquier momento. ¿Cómo va tu nuevo trabajo?

– Papá, no te vas a creer lo que voy a decirte, pero voy a hacerlo de todos modos. Teak Helm ha aceptado mis sugerencias y ha decidido cambiar todas las cosas que le indiqué. Unos días después de que empezara a trabajar como editora suya, me envió un montón de flores y hoy me ha mandado un gigantesco centro de margaritas. Es la primera vez que un hombre me envía flores. Y ni siquiera nos conocemos. En realidad, solo he hablado con él por teléfono una vez y, en esa ocasión, me dijo que lo íbamos a hacer a su modo o nada. Iba a dimitir a la mañana siguiente, pero durante la noche, debió cambiar de opinión y decidió que yo sabía de lo que le estaba hablando. Sin embargo, hay otro pequeño problema. Su nuevo manuscrito no ha llegado todavía y me estoy empezando a preocupar. Aunque al señor Denuvue no le molesta, creo que todos tenemos mucho cuidado de no mencionarlo, esperando que llegará al día siguiente.

– Parece que te has adaptado a la perfección en tu trabajo. Por cierto, te envié un paquete el otro día. Debería haber llegado ya.

– ¿Qué me enviaste? -preguntó ella con curiosidad. Tal vez se había dejado algo en Swan Quarter.

– Te he enviado un libro muy viejo -respondió riendo-. Es mi posesión más preciada. La novela de Lefty Rudder, El gitano del mar.

– ¿De verdad, papá? ¿Por qué?

– Pensé que te gustaría tenerla, dado que ahora estás trabajando con las novelas de Teak Helm. Léelo a ver qué te parece.

– Pero, papá, si ya lo he leído. De hecho, hace mucho tiempo.

– Por eso quiero que vuelvas a leerlo. Ahora que ya has crecido.

– ¿Quieres que te haga una reseña del libro?

– Con una llamada me bastará, si no es mucha molestia.

Cathy dudó un momento. No sabía cómo preguntar con tacto acerca de Jared Parsons. Decidió dejarse de rodeos y preguntar directamente.

– ¿Has terminado ya las reparaciones del barco de Jared?

– Claro. Ya se ha marchado.

– Oh -susurró ella, tratando de ocultar su desilusión. ¿No le iba a decir nada más?-. ¿Has vuelto a ver a Erica?

– De hecho, sí. La llevé al aeropuerto el día después del picnic del cuatro de julio. Regresó a Nueva York por un importante desfile de modas o, por lo menos, eso fue lo que dijo. Algo sobre que su piel perfecta era justo lo que buscaba un nuevo cosmético que están anunciando ahora.

El corazón de Cathy dio un vuelco. Entonces, no había estado con Jared en el yate hasta que él se marchó, como ella había pensado. Cuando volvió a hablar, su voz parecía estar más animada.

– ¿De verdad?

– Sí, de verdad. Ahora, no te sientas avergonzada por esas sospechas tan desagradables.

– No, claro -comentó ella riendo.

– Mira, Cathy, espero que no te moleste, pero le di a Jared tu dirección y tu número de teléfono. Me dijo que iba a estar en Nueva York durante una temporada. Además, también me dijo que le gustaría invitarte a cenar. Pensé que a ti también.

– Papá, no me mientas. ¿Te lo pidió él o se lo diste tú de forma voluntaria?

– Ni siquiera me voy a molestar en responder esa pregunta. Yo creía que los hijos se hacían más listos a medida que iban haciéndose mayores. Supongo que eso significa que no te ha llamado. Es probable que cambiara de opinión. Ya te debería haber llamado.

El tono de las palabras de su padre hizo que Cathy sonriera. «Te lo mereces. Los padres no deben inmiscuirse nunca en los asuntos de sus hijos adultos», pensó con una sonrisa en los labios.

– Supongo que tienes razón -le contestó en voz alta-, pero si Erica está aquí, trabajando como modelo, los dos entendemos por qué no ha llamado, ¿verdad, papá?

Para ella, la falta de respuesta de su padre indicaba que no había considerado aquella posibilidad en particular.

– Lo único que te puedo decir es que me dijo que te iba a llamar. Parsons es un hombre de palabra y yo, por una vez, lo creo. Quizá no se haya puesto todavía al día con sus negocios.

– No te preocupes, papá, puedo superarlo y, si me meto en líos, te llamaré. -¿Estás comiendo bien y durmiendo lo suficiente?

Cathy se echó a reír.

– Claro. Esta noche voy a tomar pollo Kiev con ensalada. Ayer, compré mazorcas de maíz frescas en el mercado y, de postre, me voy a preparar un pastel de melocotón. Después de comerme todo eso, me voy a retirar a descansar, lo que debería ser en tomo a las ocho en punto.

– Yo voy a tomar un poco de guiso de cordero de ayer. Bueno, adiós, Cathy.

La joven se encogió de hombros. Deseó tener un poco del guiso que su padre acababa de mencionar.

Tras recogerse el pelo con una toalla, al estilo turco, Cathy colocó el recipiente de comida congelada en una cacerola de agua caliente. Entonces,, se encogió de hombros. La comida china había sido siempre una de sus especialidades favoritas. Incluso tenía una galleta de la fortuna para que la cena fuera completa.

Mientras el recipiente se calentaba al baño María, Cathy se dio una ducha y luego se envolvió en una bata de franela demasiado gastada.

Tenía la mesa puesta con un solitario cubierto y un único plato. Las margaritas daban un aire festivo a la escena. Con mucho cuidado, vertió el contenido del recipiente de comida china en un plato y colocó la galleta de la fortuna en lo alto. Puso también un botellín de cerveza y un vaso y se sentó. Estaba a punto de meterse la primera porción de comida en la boca cuando llamaron al timbre. Debía de ser la portera con el correo. Mientras masticaba, abrió la puerta. Se quedó atónita y luego palideció por completo.

– Hola hola, Jared -susurró con un hilo de voz. -Qué sorpresa.

– ¿Vas o vienes?

– Bueno, en realidad estaba Entra -le dijo, abriendo la puerta de par en par para que él pudiera pasar.

Tenía la boca seca, lo que le dificultaba el poder tragar la comida. Vio que Jared miraba a su alrededor y se fijaba en su solitaria cena.

– ¿Te gustan mis margaritas? -le preguntó ella, sin saber por qué.

– Creo que son demasiadas.

– Bueno, pues a mí me gustan y no me importa que sean muchas. Creo que el ramo es perfecto. Me las ha enviado Teak Helm.

– Creo que ya entiendo -respondió él-. Te gustan las cosas simples de la vida, como este pequeño apartamento y los campos de margaritas. Mira, no quería interrumpirte la cena. Solo había pasado para preguntarte si te gustaría cenar conmigo el martes.

Cathy se sonrojó. Sabía muy bien con quién había estado pasando sus días. Con Erica. Ella debía de estar ocupada. ¿Por qué no iba a buscarla?

– De acuerdo -respondió. La pérdida de Erica sería su oportunidad-. ¿Dónde?

– ¿Dónde qué?

– Que dónde vamos a ir a cenar. Me gustaría saberlo para que me pueda vestir de manera adecuada.

– Perdóname, sí. Ya veo a lo que te refieres. Estaba pensando en otra cosa. Lo siento.

– Has dicho dos veces que lo sientes -comentó Cathy, perpleja. Aquel no era el Jared que recordaba de Swan Quarter.

– ¿De verdad que las margaritas son tus flores preferidas? Iremos al restaurante que hay al lado de Central Park. Siento que se te haya quedado fría la cena. Te compensaré por ello el martes.

Antes de que ella pudiera saber lo que estaba ocurriendo, Jared volvió a abrir la puerta y se marchó. Ni le dijo adiós, ni se despidió de ella con un beso Nada. Y lo más importante de todo era que no se había burlado de ella. Resultaba muy extraño, pero le parecía que le gustaba más el Jared que había visto en Swan Quarter. Tal vez todo aquello era una broma. Podría ser que la hiciera prepararse para salir el martes y que luego la dejara plantada. Algo confusa, se sentó de nuevo a la mesa y miró el montón de margaritas blancas y amarillas. Sin saber por qué, tomó una de ellas y empezó a arrancar los pétalos. Me quiere, no me quiere ¡No me quiere! Cathy dejó caer el último pétalo como si le quemara en los dedos. Solo los niños hacían ese tipo de cosas. Tomó otra flor. Me quiere, no me quiere ¡No me quiere! Decidió que la cuestión se resolvería a la de tres y se olvidó de la cena por completo. Me quiere, no me quiere, me quiere ¡Me quiere! ¿Quién, Teak Helm, la persona que le había regalado las flores, o Jared Parsons? Jared Parsons, por supuesto. Ni siquiera conocía a Teak Helm.

Cathy miró el reloj y recogió la mesa. Si se daba prisa, podría cumplir su palabra y estar en la cama a las ocho. Dado que la cena había sido un fiasco, al menos no quería ser una completa mentirosa. Primero bajaría a recoger el correo.

«No pienses en Jared Parsons», se decía. «Si lo haces, te pasarás otra noche sin dormir». Sin embargo, se había molestado en ir en persona a invitarla a cenar en vez de hacerlo por teléfono. Mientras tiraba la cena a la basura, notó que las manos le temblaban.

Después de recoger el correo, subió de nuevo a su apartamento. Echó la cadena y el cerrojo. Entonces, apagó todas las luces y se fue a su dormitorio.

Eran las cuatro menos diez cuando Cathy dejó el libro que su padre le había enviado y miró el reloj. Era imposible. Era imposible que su adorado Teak Helm hubiera plagiado al famoso Lefty Rudder. Por eso Lucas le había enviado el libro. Quería que ella lo viera con sus propios ojos. Tenía que haber una explicación. Tenía que haberla.

¿Por qué se sentía tan traicionada, tan herida? ¿Qué iba a hacer? ¿Podría no prestarle atención o avisarlo a través de una de sus secretarias? Tal vez sería mejor que fuera a hablar con el señor Denuvue y que le entregara aquel libro junto con las galeradas de Teak Helm. ¿Por qué tenían que ocurrirle a ella todas aquellas cosas? ¿Es que llevaba colgado algún cartel invisible que dijera que se la podía engañar con tanta facilidad?

– Tiene que haber una explicación, tiene que haberla -susurró.

Las lágrimas se le acumularon en los ojos. Se deslizó entre las sábanas. Le parecía que el mundo entero se desmoronaba a su alrededor. ¿Se quedaría Jared Parsons el tiempo suficiente como para recoger los pedazos?

Cathy se incorporó en la cama con una mirada atónita en el rostro. Abrió los ojos y miró a su alrededor como si estuviera poseída. De repente, lo había comprendido.

– ¡Lo amo! ¡Amo a Jared Parsons!

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