Capítulo Tres

Como siempre se levantaba temprano, Cathy pensó que aquella mañana en particular era igual que las otras. Si sus movimientos eran un poco menos ágiles, si su mente estaba un poco aturdida, lo achacó al hecho de que parecía estar acercándose una tormenta.

Bismarc gruñía a los pies de su cama. Era hora de salir a dar un paseo, por lo que el animal tiraba impaciente de la colcha de la cama para mostrar su irritación. Con rapidez, Cathy se puso unos pantalones cortos y una camisa, que se anudó a la cintura. Era mejor darse prisa. Todavía tenía que recoger lo de la noche anterior antes de poder comenzar con el desayuno.

Temía tener que encontrarse con su padre, tener que escuchar cómo hablaba de su tarde con Jesse, de la película que habían visto, para luego preguntarle sobre su propia velada con Jared. Sabía que Lucas le dedicaría ciertas miradas que no le gustaban cuando viera el estado desastroso en el que se encontraba la cocina. Nadie en Swan Quarter dejaba los platos de la cena sobre la mesa.

– Creo que estoy viviendo bajo una nube negra, Bismarc. ¿Te da la sensación de que hay algo ahí fuera dispuesto a apoderarse de mí?

El setter gimió impaciente, ansioso por salir al exterior.

Ya en el muelle, Cathy se sentó en el suelo, con las largas piernas plegadas contra el pecho y el viento azotándole la cara. La bruma que cubría el agua parecía estar girando hacia el norte y cubría por completo el yate de Jared. Bismarc estuvo un rato caminando por la playa y luego se acercó a su ama.

– ¿Recuerdas que te estaba hablando de una nube negra? -le preguntó ella-. Bueno, pues creo que es mejor que vaya a por un paraguas porque, si no, me voy a ahogar en la lluvia de mis propias emociones. Y con eso no me refiero a la tormenta que se acerca. Al menos, hoy me veré libre de su compañía. Seguro que papá no sale hoy a pescar.

Bismarc se sentó a su lado tranquilo, jugueteando con los rizos de bruma que los envolvían de vez en cuando. De repente, empezó a gruñir y se puso de pie, con las orejas bien erguidas.

– Está ahí fuera y nos está observando. Eso es lo que estás tratando de decirme. Puede vemos, aunque nosotros no podamos verlo a él. Es insufrible, Bismarc. Si hay algo que conozco muy bien son las personas. Las hay de dos clases. Los que dan y los que toman. Jared Parsons es de los que toman. Creo que va a adueñarse de mí y añadirme a su colección de mujeres. Ese machista presumido, insufrible y arrogante Tal vez Erica quiera dárselo todo a él, pero Cathy Bissette no -añadió. Entonces, soltó una carcajada y abrazó al perro-. Lo que estoy diciendo es que Jared Parsons puede irse a pescar a otro arroyo y, ¿sabes otra cosa, Bismarc? Cuando regresemos a casa, voy a llamar a Dermott McIntyre y le voy a preguntar si quiere ir conmigo al picnic del cuatro de julio. Incluso dejaré que me dé un beso de buenas noches. Venga, vámonos de aquí. Va a empezar a diluviar en cualquier momento. Si tenemos suerte, espero que se moje mucho en su cubierta.

Mientras regresaban a la casa, Bismarc aulló con fuerza para mostrar su protesta por tener que regresar a la casa.

– He limpiado todo lo que dejaste encima de la mesa -gruñó Lucas Bissette, mientras servía una taza de café a su hija y le colocaba un plato de tostadas encima de la mesa-. Debiste divertirte mucho si no tuviste tiempo de limpiar la cocina.

Cathy se sentó y tomó un sorbo de café. Entonces, le contó a su padre cómo había sido su velada con Jared. De repente, la silla en la que estaba sentado Lucas hizo un fuerte ruido, al tiempo que este se inclinaba sobre la mesa y miraba a su hija con intensidad.

– Para ser una chica que se gana la vida en la ciudad de Nueva York, y que se considera una mujer inteligente, se me escapa por qué estás armando tanto jaleo por una simple invitación.

– La mayoría de los padres -replicó, con fuego en sus ojos verdes-, reaccionarían de un modo muy diferente si su única hija les dijera que un rico playboy trató de seducirla a la orilla del río. ¿O es que crees que soy tan fea y poco atractiva que ningún hombre haría nada como eso? ¿Es que piensas que estoy mintiendo?

– ¡Mujeres! Eres igual que tu madre No haces más que intentar ponerme palabras en la boca que yo no he dicho -afirmó Lucas. Entonces, le tocó suavemente el hombro con su callosa mano-. No, no creo que seas fea o poco atractiva y tampoco pienso que estés mintiendo. Sólo creo que tienes miedo de los hombres, y de Jared Parsons en particular, porque él despierta algo en ti de lo que sientes pánico. Él no es el hombre corriente al que tú estás acostumbrada. Creo que podrías haber exagerado lo que ocurrió anoche. No estoy diciendo que Parsons no sea un playboy. Te ve como una mujer deseable y hermosa, y no como la clase de mujeres a las que está acostumbrado. Ha reaccionado como un hombre. ¿Es eso tan terrible?

– Es evidente que estás de su parte, ¿por qué no dejamos el tema? Gracias por haber recogido los platos -dijo Cathy, con sequedad.

– No hay de qué. Voy a bajar al muelle para ver cómo está todo. Hay un viento terrible. ¿Qué vas a hacer tú?

– Voy a sentarme con las galeradas de Teak Helm y no voy a parar de leer. Aunque, pensándolo bien, creo que voy a tomar la furgoneta y me voy a ir a la ciudad para comprar algunas cosas.

– No te puedes llevar la furgoneta, Cathy. Le dije a Parsons que sus hombres podían llevársela para ir a Nags Head y ver allí si podían comprar las piezas que necesitan para el motor.

Ella estaba que trinaba. Tenía razón al principio, cuando dijo que una nube negra flotaba sobre su cabeza y estaba bajando cada vez más. Irguió la espalda y salió de la cocina, con Bismarc pisándole los talones.

Su ira se evaporó en el momento en que sacó las galeradas de Teak Helm. Eran las dos de la tarde cuando notó que tenía los músculos agarrotados y que el sol estaba brillando en el cielo. Había empezado a hacer mucho calor y le apetecía un refrescante baño.

Con mucho cuidado, dejó las galeradas muy ordenadas encima de la cama y se puso enseguida el traje de baño, un sencillo biquini de lycra verde hierba. Como no disponía de la furgoneta, tendría que llevarse la vieja bicicleta para poder ir a su cala favorita. Con rapidez, tomó una toalla de playa, que echó a una brillante bolsa a juego con el color del biquini, y un par de sandalias. En el último momento, echó también su radio portátil y un tubo de óxido de zinc para protegerse la nariz de los rayos del sol. Por último, echó unas cuantas páginas de las galeradas y se dispuso a marcharse.

Bismarc le mordisqueó con suavidad la pierna y la empujó hacia el frigorífico. Cathy sacó una bolsa de galletas Oreo y las mostró al animal, que ladró para mostrar su aprobación.

– Vamos a la cala, Bismarc. ¡El primero que se meta en el agua se queda con la bolsa entera!

El perro entró en el agua a la vez que Cathy apoyaba la bicicleta contra un pino.

– Como sé que no eres egoísta, las compartirás conmigo -dijo, agitando la bolsa de las galletas en el aire.

Bismarc no le hizo ni caso y se zambulló en el agua. Cathy miró a su alrededor para asegurarse de que estaba sola en aquel lugar secreto, en el que el agua era fresca y tranquila y el sol se filtraba a través de los árboles. Era un lugar perfecto para bañarse desnuda. Presurosa se quitó el biquini y se lanzó al agua. Entre risas, empezó a jugar con su perro, salpicándolo y zambulléndolo como habían hecho cuando ella era una niña y Bismarc un cachorrillo.

– ¿Bañándose desnuda, señorita Bissette?

No fueron las palabras, sino el timbre de su voz lo que dejaron atónita a Cathy. ¿Cómo la había encontrado? ¿Es que estaba espiándola, siguiéndola para terminar lo que había empezado la noche anterior? Trató de hablar pero no consiguió pronunciar palabra alguna. Entonces, lo vio, de pie a la orilla del río.

– ¿Vas a quedarte ahí todo el día, señorita Bissette? -preguntó, con soma.

– Durante días, si es necesario -respondió ella, encontrando al fin su voz-. ¿Cómo has encontrado esta cala?

Sabía que Jared estaba disfrutando aquellos momentos. Las cosas empeoraron cuando Bismarc la abandonó al ver que él empezaba a abrir la bolsa de galletas. Le entregó una al perro y luego se agachó, observándola con los ojos entornados.

De vez en cuando, le daba un bocadito a una galleta, sin dejar de mirarla. Iba a esperar hasta que ella se cansara, hasta que Cathy tuviera que salir del agua porque estaba más arrugada que un periódico del día anterior. También vería todo el óxido de zinc que ella se había untado por la nariz. Sabía que su secretaria no lo utilizaba. La gente con la piel perfecta no necesitaba protección para el sol.

Bismarc sacó otra galleta de la bolsa y se la comió. Al hacerlo, el montón de papeles de las galeradas de Teak Helm se esparcieron por la toalla que Cathy había extendido en la arena. Ella vio, enfurecida, cómo Jared recogía las hojas de papel y las miraba.

– ¡Aparta las manos de esos papeles! -gritó ella-. Bismarc, échalo de aquí.

Él se echó a reír, lo que hizo que la cabeza de Cathy diera vueltas.

– Tal vez este animal sea un campeón de campeones, un firme defensor de la virtud de la mujer, además de cazar pájaros como nadie. Pero, en estos momentos, es lo suficientemente listo como para saber quién tiene lo que le gusta, es decir, las galletas -dijo él, soltando de nuevo la carcajada-. Me apostaría cualquier cosa a que se le podría entrenar para que atacara por uno de esos deliciosos bocados.

Tenía razón. Bismarc haría cualquier cosa por una galleta.

– Tú -tartamudeó Cathy, mientras trataba de mantenerse a flote.

– Machista insufrible, insoportable, presumido y arrogante -dijo él, continuando la frase. Entonces, se echó a reír y le dio al perro otra galleta. A continuación, se puso de pie y, tras colocarse las manos en las caderas, sonrió-. Estás empezando a estar un poco arrugada. Es mejor que salgas. Y, para mostrarte lo caballeroso que soy, me daré la vuelta.

– ¡Nunca! -lo espetó Cathy-. Tarde o temprano vas a quedarte sin galletas y entonces es mejor que tengas cuidado. Bismarc te hará pedazos.

Ella lo contempló con tristeza. A pesar de todo, no pudo dejar de admirar su esbeltez, aquel bronceado torso resaltando por encima de los pantalones blancos que llevaba puestos. Recordaba muy bien aquellas piernas tan fuertes contra las suyas. Tenía que salir del agua, engañarlo de algún modo para que ella pudiera escapar de él. Con deliberación, tomó una bocanada de agua y empezó a toser y a escupir.

– ¡Me ha dado un calambre! ¡Bismarc, ayúdame!

Otra bocanada de agua y más toses. El perro no le hizo ni caso porque estaba masticando una galleta. De soslayo, miró a Jared mientras se hundía en el agua. Vio que él se tensaba y se acercaba a la orilla del río.

Desde debajo del agua, oyó cómo entraba vadeando la corriente hasta que consiguió la profundidad necesaria como para poder nadar. Cathy siempre se había considerado una buena nadadora, pero no era rival alguna para las fuertes brazadas de Jared. La tuvo contra su pecho en cuestión de minutos.

– Eres una mujer muy hermosa -susurró mientras la devoraba con la mirada. Cathy se echó a temblar y trató de separarse de él, pero no pudo hacerlo-. Estás helada -añadió, suavemente-. ¿O no?

Ella luchó por zafarse de sus manos. El rostro le ardía y su genio empezó a aflorar. Había tenido la intención de atraer a Jared para que se metiera en el agua y, mientras él estaba nadando hacia ella, dirigirse veloz A la orilla y cubrirse con la toalla. Se dio cuenta de lo estúpida que había sido por haber pensado que él no era un excelente nadador, cuando sobresalía en todo lo demás.

A medida que sus intentos por soltarse se fueron incrementando, se levantó involuntariamente en el agua y dejó que su torso desnudo se hiciera visible. Al mirar a Bismarc, se dio cuenta que no le iba a prestar ninguna clase de ayuda dado que tenía la bolsa entera de galletas para él sólo. Como Jared le había dado de comer, no veía ningún motivo para preocuparse. Cathy decidió que, después de todo, Bismarc no era el perro más listo del mundo. Al ver lo inútil de sus intentos, dejó de luchar.

– ¿Te has resignado a que te rescaten? -preguntó él, con una sonrisa-. Admítelo -añadió, mientras la estrechaba contra él, haciendo que ella fuera consciente de su fuerte y esbelto cuerpo-. Me has engañado para que entrara en el río porque no tenías el valor de salir-. Admítelo

Repitió aquella última palabra con la boca pegada a la oreja de Cathy. Sus labios le acariciaban el lóbulo y parecían querer encontrar la suave piel que le cubría el inicio del cuello.

– Tenías miedo de ir a buscar lo que querías, así que cantaste la canción de la sirena y me empujaste a venir detrás de ti

Los brazos de Jared cada vez eran más posesivos, bloqueando toda vista y sonido excepto la realidad de sus caricias. Por fin, sus labios encontraron los de Cathy. Sabían al agua un tanto salada del río, frescos y húmedos. A pesar de todo, aquel beso la abrasó, asaltando sus defensas e imponiéndose a sus protestas. Sin saber lo que hacía, lo rodeó con sus brazos y sintió su poder y su fuerza. Se aferró a él como si estuviera e» un sueño. Su resistencia se deshizo como una tela raída. Sentía que las manos de Jared se le enredaban en el cabello, que sus labios le buscaban el cuello y empezaban a deslizarse aún más abajo

Cathy se puso rígida. Pensaba que Pensaba que Creía que lo había atraído al agua para que le hiciera el amor. ¡Imposible! Levantó la mano y, al mismo tiempo, empezó a patalear, lo que hizo que él perdiera el equilibrio. Entonces, se sumergió y volvió a salir a la superficie tan lejos como pudo de él. Se sentía cansada y sabía que no podría llegar a la orilla antes que él si Jared decidía perseguirla. Al mirar hacia atrás, se dio cuenta que aquello era justo lo que él estaba haciendo. Tenía una expresión vengativa en los ojos. Sin embargo, Cathy no estaba dispuesta a rendirse con tanta facilidad.

– Mantente alejado de mí -gritó. Sin querer, se hundió un poco y tragó una bocanada de agua. Antes de que pudiera reaccionar, Jared estaba a su lado, sujetándole la cabeza por encima del agua con una mano mientras que con la otra la agarraba de la cintura. Los ojos de Cathy se llenaron de lágrimas al darse cuenta de lo que se le venía encima.

– Por favor -suplicó-. ¡Suéltame! Yo no Yo solo quería alejarme de ti. No quería esto. Suéltame.

Al ver las lágrimas que tenía en los ojos, Jared frunció el ceño. No podía ser No en estos tiempos ¡Virgen!

Ella lo miró a los ojos y supo de inmediato lo que él estaba pensando. Se sintió avergonzada, como una niña pequeña. Entonces, de repente, la ira se apoderó de ella y decidió defenderse de la mofa silenciosa a la que Jared la estaba sometiendo.

– Sí, soy virgen, y tengo la intención de seguir siéndolo hasta el día en que me case. Si eso me hace parecer una mojigata a tus ojos, no me importa. Verás, señor Parsons -lo espetó, haciendo que su apellido sonara como una enfermedad-, soy consecuente con mi decisión. Debe sorprenderte mucho encontrar que existe al menos una mujer que se resiste a tus encantos. ¡Y ésa soy yo!

Con eso, se dio la vuelta y se dirigió a la orilla del río con firmes brazadas a pesar de que el corazón le latía a toda velocidad y de que tenía la respiración entrecortada.

Jared no la siguió, pero Cathy sintió que no dejaba de mirarla. Ella lo observó desde la orilla, mientras se ponía la parte de abajo del biquini y se colocaba la de arriba. Recogió sus cosas, sin dejar de mirarlo y se dispuso a marcharse. Como le quedaban cuatro galletas en la bolsa, Bismarc aulló de desolación al ver que ella se montaba en la bicicleta y se alejaba de allí. De mala gana, la siguió, esperando que se le cayera alguna galleta por el camino.

Aunque Cathy sabía que Jared no la estaba siguiendo, pedaleó con furia, a pesar de tener que ir esquivando las piedras del camino. En el último momento, antes de girar por la carretera que llevaba a su casa, decidió ir al pueblo a comprar algunas cosas que necesitaba de la tienda de comestibles. Sobre todo, por si acaso a Jared se le ocurría seguirla.

El centro de Swan Quarter estaba a menos de un kilómetro; así que Bismarc la siguió sin dificultad, aunque ella iba muy despacio para que el animal pudiera andar a su lado. Pasó por el lugar donde atracaba el transbordador, que, a lo largo de todo el verano, llevaba turistas a la isla de Ocracoke. Algunos decían que, en ella, el infame pirata Barbanegra escondió su tesoro. A los pocos minutos, llegó al centro de la pequeña ciudad.

– Espera aquí, Bismarc -le dijo al perro, mientras apoyaba la bicicleta en el exterior de la tienda de ultramarinos-. Y no asustes a las viejecitas. Sé buen perro y te daré más galletas.

Minutos después, con sus víveres en la bolsa de playa, Cathy se montó en su bicicleta y volvió atravesar el pueblo. Tras mirar el sol, trató de calcular la hora. Había pasado mucho más tiempo del que hubiera querido en la tienda, hablando con el señor Gruber y con su esposa. Ella había insistido en que se tomara un helado con ellos y les hablara de Nueva York.

Cathy casi no se percató de la alta figura del hombre, pero la de la mujer era inconfundible. No podía haber confundido a la bella Erica con ninguna otra.

– Escóndete, Bismarc -susurró, mientras se metía a gran velocidad en un callejón cercano.

Entre las sombras del callejón, entre la tienda de ultramarinos y la ferretería, Cathy podía escuchar el sonido metálico de los altos tacones de Erica y el profundo timbre de la voz de Jared. ¡Se dirigían al lugar en el que ella estaba escondida! ¿Cómo habían podido llegar a la ciudad con tanta rapidez? Entonces, recordó la lancha y el muelle público. Se había marchado de la cala y había ido directo al yate, había recogido a Erica y habían vuelto a tierra. El muelle público estaba a pocos metros del pueblo.

Cathy sintió que el corazón le daba un vuelco. Por el sonido de sus voces, se acercaban al lugar en el que estaba Cathy. Si se daban cuenta de que se escondía como un delincuente en aquel callejón, parecería más tonta que nunca. ¿Qué le estaba ocurriendo? ¡Una mujer hecha y derecha, escondiéndose!

– ¡Si tienes algo que decir. Erica, dilo! -exclamó Jared.

El tono de su voz estaba a años luz del que siempre utilizaba con Cathy. Él estaba furioso, más enfadado de lo que ella lo había creído capaz de estar.

Erica se detuvo justo al final del callejón. Allí, se giró para volverse a mirar a Jared.

– Muy bien. ¡Lo diré! No me gusta el modo en el que miras a esa tontaina. Tal vez yo sea lo que soy, pero nunca he sido mentirosa. Y por último, pero no por ello menos importante, no soy ninguna estúpida y no tengo intención de seguir representando el papel que tú quieres que haga. Una secretaria es una cosa, pero no esperes que me haga pasar por idiota. Esa mema no tiene nada de tonta. ¿Te acuerdas cuando vino el otro día al yate? Bueno, pues lo primero que me preguntó es a qué te dedicabas. Yo representé mi papel, pero créeme cuando te digo que no se lo tragó. Ni una palabra.

Cathy, escondida entre las sombras, vio cómo Jared se tensaba y entornaba los ojos.

– ¿Y qué le dijiste?

– Le dije que enviabas facturas. Imagínatelo. Si se supone que yo tengo cerebro, era la respuesta perfecta -se quejó Erica. Entonces, dio un paso al frente y se acercó a él-. Algo va mal, Jared. Algo se ha interpuesto entre nosotros. Dime que no me preocupe, miénteme si debes hacerlo -añadió, en tono de súplica. Al ver que él no respondía, recuperó la agresividad-. Es esa pazguata, ¿no? Te gusta esa chica y todos sus talentos para el hogar. ¿Cómo supones que será en la cama? ¡Si parece una tabla! ¿O es que no te has parado a pensar en eso? Si no crees nada más de lo que yo te diga, créete esto. Ésa está esperando un anillo y un vestido de boda.

Cathy sintió que el rostro le ardía. Sintió en su interior una rabia que nunca había pensado que fuera capaz de experimentar. ¿Cómo se atrevía a hablar de ella de aquel modo? ¿Una tabla?

– Ya basta, Erica. Tú no sabes más sobre esa chica que yo y, si hay algo que no he hecho nunca y que no voy a hacer, es seducir a niñas de dieciséis años.

– ¡Dieciséis! -exclamó Erica, muerta de risa-. ¡Dieciséis dices! Es mejor que añadas ocho o nueve años a ese número para tener su edad. Tal vez te parezca que tiene dieciséis años, pero no es así.

Cathy, desde su escondite, estuvo a punto de lanzar un grito. ¡Dieciséis años! ¡Incluso aquella tarde, cuando la había tenido entre sus brazos, había pensado que tenía dieciséis años! Los ojos le echaban chispas. La había visto desnuda, ponerse el bañador y, a pesar de todo, había creído que no era más que una adolescente. Se sintió humillada. Sabía que era muy delgada, pero nunca había creído que fuera una tabla o que pareciera escuchimizada. ¡Dieciséis años!

Erica dio un paso hacia Jared y le envolvió el cuello con los brazos.

– Me aburro, Jared. ¿No puedes meterle prisa a Lucas para que podamos marcharnos de este lugar? -ronroneó, acariciándole con suavidad la nuca-. Vámonos al yate Me siento sola y quiero que hagas algo al respecto Pronto, muy, muy pronto

Cathy no podía soportarlo más. No podía escuchar la voz de Erica, insinuándose a Jared de aquel modo. No podía aguantar ver las largas uñas pintadas de aquella mujer acariciando el cabello de Jared, justo como ella lo había hecho minutos antes, cuando habían estado abrazados en el agua. Con un grito silencioso, Cathy escondió la cara entre las manos. Le pareció una eternidad el tiempo que Erica y él tardaron en marcharse.


De vuelta en su habitación, Cathy lanzó la bolsa de playa y las compras encima de la cama. Sacó las hojas de las galeradas que se había llevado y las incluyó entre las que había dejado en su cuarto.

La casa estaba tranquila, casi tanto que la abrumaba. No quería estar a solas con sus pensamientos. No quería recordar lo que había visto desde el callejón. Se sentía burlada y tonta a causa de Jared Parsons y por haber sido traicionada por su propio perro.

– Tú -le dijo a Bismarc, mientras él olisqueaba la bolsa de playa-, venderías tu alma por una galleta -añadió, mientras el animal la contemplaba con ojos tristes-. Te quedaste allí sentado, poniéndote morado, mientras yo hacía el ridículo, en cueros como el día en que me trajeron al mundo. Además, admití que era virgen ante ese ese hombre. Ahora voy a tener que enfrentarme con él cuando vayamos a marisquear por la mañana. ¡Cómo voy a poder mirarle sabiendo que está pensando que tengo dieciséis años! ¡Lo odio! ¡Y tú vete también de mi vista!

Cathy se tumbó encima de la cama y se echó a llorar. Al principio, trató de reprimir las lágrimas, pero al final se rindió. Sollozó y resopló mientras golpeaba la almohada con el puño cerrado.

A los pocos minutos, y con mucha cautela, Bismarc se subió encima de la cama con ella. Cathy se había quedado dormida, con las lágrimas secas sobre las mejillas.

El perro gimoteó y trató de lamerle la mano, pero se rindió cuando ella se la apartó.

Descorazonado por su falta de atención, salió del dormitorio, pero no antes de que consiguiera sacar las galletas de la bolsa de playa.

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