Capítulo 9

Las fotos de la boda habían llegado en el correo del día anterior, pero Caley no tenía valor para abrirlas. Había metido el sobre acolchado en su bolso al salir de su apartamento y ahora lo tenía sobre su escritorio de su despacho.

Sabía lo que encontraría en su interior… fotos felices con rostros sonrientes, como si todos estuvieran pasando el mejor momento de sus vidas en la boda y en el banquete. Pensó en aquella noche. Había sido una boda preciosa y romántica, pero también había sido una de las peores noches de su vida. Peor incluso que la noche en que Jake la rechazó en el lago. Después de hacer el amor con Jake, había vuelto a la habitación de Emma y se había metido en la cama. Pero había sido incapaz de conciliar el sueño, y se había pasado horas mirando al techo, pensando en lo que había sucedido entre ellos.

Las palabras lo habían cambiado todo. La primera vez que Jake las pronunció, ella las había desestimado como una simple expresión de su afecto. Pero la segunda vez había sido algo más. Había sido una promesa. Una promesa que ella quería corresponder.

Hasta ese momento, había intentado ver su relación desde la perspectiva adecuada. Sólo había sido un idilio amoroso, una aventura con un comienzo y un final. Pero entonces Jake había tenido que estropearlo todo. Y ella lo había empeorado todo aún más al responderle con el mismo sentimiento.

Todo había quedado sin resolver. Había cerrado un capítulo abierto de su vida al acostarse con Jake. Pero su breve relación no había sido un final, sino un nuevo comienzo, y Caley se sorprendía imaginándose un futuro con él. No sólo un fin de semana de vez en cuando, ni unas vacaciones ocasionales cuando ambos tuvieran tiempo. Pensaba en algo permanente que pudiera durar toda su vida. Y la única forma de conseguirlo era casándose con Jake.

Abrió cuidadosamente el sobre y sacó las fotos. Habían pasado tres meses, pero recordaba cada momento como si fuera del día anterior. Pasaba noches en vela imaginándose a Jake junto a ella… sobre ella… dentro de ella. Y se preguntaba si él también estaría pensando en lo mismo.

Había estado a punto de llamarlo en incontables ocasiones. Pero entonces recordaba la actitud de Jake en la boda… atento y cortés, pero distante. Le estaba ofreciendo una vía de escape, y ella había sido lo bastante cobarde para tomarla.

Ojeó las fotos hasta que encontró una en la que ella y Emma estaban sentadas a una mesa, con Jake de pie cerca de ellas, observándolas con una media sonrisa. Encontró otra donde él la estaba observando fijamente, y otra más. No se había dado cuenta, pero en casi todas las fotos Jake la estaba mirando con una expresión de… ¿de qué?

Sacudió la cabeza y dejó las fotos para mirar la foto de sus padres que tenía en su mesa. Allí estaba. La misma expresión en el rostro de su padre. Estaba sentado junto a su madre en un picnic, ella sonreía a la cámara y él le sonreía a ella. Era amor, adoración y profundo respeto en la misma mirada.

Respiró hondo y se volvió hacia la pantalla del ordenador. Llevaba todo el día trabajando en un comunicado de prensa y sólo había conseguido acabar el primer párrafo. Debía acabarlo para aquella misma tarde, pero no encontraba la inspiración para anunciar la fusión de dos periódicos.

– ¿A quién le importa? -se preguntó a sí misma, seleccionando el texto con el ratón para borrarlo-. ¿Qué más le dará a la gente quedarse con un solo periódico en lugar de dos? Dentro de unos meses nadie se acordará de esto.

Desde que volvió a Nueva York le había costado mucho concentrarse en el trabajo. Cada vez se irritaba más por los encargos que le asignaban, con su jefe subiéndose por las paredes porque el público no sabía que las patatas fritas de un popular establecimiento de comida rápida estaban hechas con una nueva mezcla de especias.

Delegaba en sus ayudantes todas las tareas posibles y se pasaba el día consultando en Internet los anuncios inmobiliarios de Chicago. No sabía por qué lo hacía, pero se sentía como si estuviera consiguiendo algo. También había tomado la costumbre de ver las fotos de su infancia, intentando averiguar cuándo se había enamorado de Jake.

Levantó una mano y se tocó el cuello con la punta de flecha. Le había parecido ridículo ponérselo después de tantos años, pero era otra de las cosas que la hacían sentirse mejor.

El verano se acercaba y el hielo del lago estaría empezando a derretirse. Los árboles volverían a estar verdes y muy pronto el agua estaría lo bastante cálida para bañarse.

De pronto empezó a sentir aquel temblor tan familiar. La misma sensación de anticipación que siempre había tenido de niña. El verano parecía extenderse ante ella, colmado de promesas y emociones. De Jake Burton.

¿Por qué no ir allí? Podía permitirse otra semana de vacaciones una vez que acabara el proyecto que tenía entre manos. Jake estaría seguramente allí, trabajando en Havenwoods.

Había fantaseado muchas veces con el momento de volver a verse. Y en toda sus fantasías se arrojaban uno en brazos del otro y todo cobraba sentido de repente.

Siempre había usado su trabajo como excusa. Como una razón muy conveniente para evitar el compromiso. Pero su carrera profesional había dejado de importarle. Si quería trabajar, podría encontrar un trabajo en cualquier parte. Tenía talento de sobra y conocía el mundo de las relaciones públicas mucho mejor que todos sus colegas.

Entonces, ¿por qué no lo hacía? Podía ir al despacho de John Walters y presentar su dimisión en aquel mismo momento. Podía recoger las cosas de su mesa, tomar un taxi para ir a casa y hacer el equipaje. En menos de un día podría darle un giro radical a su vida y empezar de nuevo. Tiempo atrás un pensamiento semejante la habría aterrorizado. Pero ahora le resultaba una idea infinitamente tentadora.

El zumbido del interfono la sobresaltó.

– ¿Sí?

– ¿Señorita Lambert? Hay alguien que quiere verla -dijo su secretaria.

– ¿Quién es?

– No puedo decírselo. Es una sorpresa. ¿Puedo hacerle pasar?

– ¿Hacerle? ¿Es un hombre? -preguntó, tragando saliva.

– Alto, moreno y atractivo. Dice que es pariente suyo.

– ¿Sonrisa torcida y ojos azules?

– En efecto, señorita Lambert.

Caley tomó aire rápidamente.

– Dame dos minutos.

Se levantó de un salto y agarró el bolso para correr hacia el espejo que tenía en la puerta del despacho. ¡No era así como debía suceder! Necesitaba más tiempo, otro corte de pelo, un vestido bonito, lencería sexy…

Jake le había comentado que a veces iba a la Costa Este por negocios. Pero ¿por qué no la había llamado antes?, se preguntó mientras se aplicaba un poco de carmín y se quitaba la cinta del pelo. No había necesidad de esmerarse tanto. Tal vez Jake temía que ella se negara a verlo. Gimió débilmente. ¿Qué iba a decirle cuando lo viera? ¿La besaría? ¿O sería una situación tensa e incómoda?

Llamaron a la puerta y Caley dio un salto hacia atrás, dejando caer el pintalabios. Lo apartó de una patada y arrojó el bolso a una silla.

– Muy bien -susurró-. Puedo hacerlo. No sabe que he estado pensando en él durante los últimos tres meses. Lo único que supone es que he seguido adelante con mi vida.

Se dispuso a abrir, preparándose para recibir el impacto. Sabía que sería devastador. Pero cuando abrió la puerta, la invadió una profunda decepción.

– Sam -dijo, obligándose a sonreír.

El hermano de Jake le sonrió y levantó las manos.

– ¿Sorprendida?

– Pues claro. ¿Qué haces aquí?

– Voy de camino a Boston para ver a Emma. Tengo una entrevista en la facultad de Derecho de Columbia.

– ¿La facultad de Derecho? ¿Aquí en Nueva York?

– Pensé que, ya que estaba aquí, podía pasarme a ver a mi cuñada favorita -entró en el despacho y miró a su alrededor-. Vaya lujo… Así que esto es el despacho de una socia. Tal vez debería plantearme las relaciones públicas en vez del Derecho.

– Todo es pura fachada -dijo Caley.

Lo miró fijamente mientras Sam se paseaba por el despacho. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que se parecía a Jake. Sólo con mirarlo volvía a atormentarla el recuerdo de su sonrisa, del brillo de sus ojos… Alejó esos pensamientos de su mente y se apartó de la puerta.

– Siéntate.

– Pensaba que podríamos salir a cenar -sugirió Sam, mirando su reloj-. Son casi las siete. ¿No tienes hambre?

– Tengo que acabar un proyecto y la gente no para de llamar. No puedo irme. Pero quédate un rato y le pediré a mi secretaría que nos traiga unos sándwiches -le sonrió a Sam mientras él tomaba asiento-. Pareces muy maduro con ese traje. Un hombre centrado y casado.

Sam le enseñó la mano con el anillo de boda.

– Gracias a Jake y a ti. De no haber sido por vosotros, no creo que pudiéramos haber superado los tres primeros meses de matrimonio.

Caley sintió que se ruborizaba.

– ¿Cómo puedes decir eso? Casi echamos a perder vuestra boda.

– Nos hicisteis un favor. Emma y yo íbamos a casarnos como un par de ingenuos. Vosotros hicisteis que nos detuviéramos a pensar en lo que estábamos haciendo. Fuisteis mejores que cualquier asesor matrimonial.

– Eso sólo lo dices porque todo ha salido bien.

Sam estiró las piernas y juntó las manos a la nuca.

– ¿No vas a preguntarme?

– Lo siento -murmuró Caley-. ¿Cómo está Emma?

– No me refiero a Emma -dijo él, mirándola a los ojos-. Me refiero a Jake.

– De acuerdo. ¿Cómo está Jake?

– No está muy bien desde que te fuiste. Te echa de menos.

– Yo también le echo de menos -admitió ella-. Somos buenos amigos. Fue muy bonito verlo después de tanto tiempo.

– Sois más que buenos amigos -dijo Sam.

– ¿Qué quieres decir?

– Jake y yo nos emborrachamos una noche viendo un partido de los Bulls y me lo contó todo.

– ¿Todo?

– ¿Puedo darte un consejo? -preguntó Sam-. No tienes por qué seguirlo, pues sabes mejor que yo lo que quieres. Pero creo que Jake y tú estáis hechos el uno para el otro. Sois como un equipo. Vosotros fuisteis la causa de que Emma y yo nos enamorásemos.

– ¿Cómo es posible?

– Los dos envidiábamos la amistad tan especial que os unía. Erais iguales en todo. Emma y yo queríamos algo así, y lo encontramos cuando empezamos a salir -hizo una pausa-. Emma es preciosa, inteligente y divertida, naturalmente, pero fue la amistad lo que selló el compromiso. Hacen falta años para construir una relación como ésa, y vosotros dos ya la tenéis. Contáis con una gran ventaja.

– Pero la amistad no siempre se convierte en amor.

– Jake te ama -dijo Sam-. Y creo que tú también lo amas. Sin embargo, los dos os empeñáis en negarlo.

– Yo no.

– Conozco a mi hermano, Caley. Y sé que la única persona que puede hacerlo feliz eres tú. Si no sientes lo mismo por él, tienes que decírselo a la cara para que pueda seguir con su vida.

– Lo amo.

– El fin de semana del Memorial Day daré una fiesta de graduación para Emma. Estás invitada y espero que vengas. Jake estará allí. Quizá podáis… hablar -se levantó y sonrió-. Esto es lo que venía a decirte. La cena sólo era una excusa. Ahora dime, ¿Chinatown está muy lejos de aquí?

Caley acompañó a Sam al ascensor y le dio un abrazo antes de despedirse con una lista de recomendaciones para su noche en Manhattan. Pensó en acompañarlo, pero era difícil mirar a Sam y no pensar en Jake.

De nuevo en su despacho, se sentó y consultó el calendario. Tenía dos semanas para decidir si iba a casa para la fiesta de Emma o si se olvidaba para siempre de su relación con Jake. Unos pocos días, si esperaba conseguir un vuelo económico.

Agarró el teléfono y llamó a la secretaria de John Walters. Había otras decisiones que tomar, mucho más difíciles que el vuelo a Chicago.

– ¿Alice Ann? Soy Caley. ¿Sigue John ahí? -soltó una temblorosa exhalación-. Tengo que verlo. Voy enseguida.

Se quedó mirando el teléfono durante un largo rato, con la mano inmóvil sobre el auricular. Estaba a punto de cambiar su vida… y todo por un hombre. ¿De verdad estaba preparada? ¿O sólo intentaba cumplir otra estúpida fantasía adolescente?

Miró las fotos y sonrió.

– Por un hombre que me quiere.


* * *

Jake estaba de pie junto al embarcadero de Havenwoods con el agua por los muslos.

– Debe de tener cincuenta años, por lo menos -le gritó a Sam.

– ¿Cómo lo sabes?

– Parece muy vieja -respondió, mirando la motocicleta oxidada sumergida a un metro de profundidad. Jake había decidido limpiar la orilla para poder bañarse cuando empezara el calor.

– ¿Puedes traer el todoterreno hasta aquí? -preguntó Sam-. Quizá puedas sacarla del agua.

Jake se pasó la mano por el pelo y miró hacia la orilla.

– No, seguramente se haría pedazos. Está muy oxidada.

– Podemos traer la lancha de papá y remolcarla hasta el centro del lago.

Jake le lanzó una mirada de reproche.

– Eso no sería muy ecológico.

– Pero sería más sencillo -replicó Sam.

– Ve a la cocina y trae esa cuerda que compré. Intentaremos arrastrarla hasta la orilla y sacarla del agua.

Se agachó e intentó desenterrar la rueda trasera de la arena con las manos. Pero no podía alcanzar el fondo sin sumergirse. Se llenó de aire los pulmones y metió la cabeza bajo el agua.

Cuando se le acabó el oxígeno, volvió a emerger y se apartó el pelo del rostro. Levantó la mirada hacia la orilla en busca de Sam, pero fue otra persona a quien vio bajando por el sendero.

– Emma -murmuró, preguntándose cuánto podría ayudarlo.

En los últimos meses, había pensado en Caley cada vez que veía a Emma. Las dos hermanas se reían y movían de una forma similar, e incluso se parecían un poco físicamente. Jake se había sorprendido en más de una ocasión mirando los ojos y la boca de Emma, que tantos recuerdos le traían de Caley. Había intentando olvidarla y seguir con su vida, pero Emma era un recordatorio constante. Y tendría que soportarla durante todo el verano, en Acción de Gracias, en Navidad y en todas las demás fiestas que los Burton y los Lambert pasarían juntos.

Debería estar agradecido por que Caley se quedase en Nueva York, aunque tendría que verla una o dos veces en Navidad. Aún quedaban siete meses para eso, y para entonces ya podría verla sin recaer en ninguna fantasía sexual.

– Emma, dile a Sam que se dé prisa. No voy a quedarme todo el día esperándolo en el agua.

Emma se detuvo en la orilla, observándolo con una mano protegiéndose del sol. Tenía el pelo recogido, pero cuando se giró, Jake atisbo un brillo rojizo y una cola de caballo. Ahogó un gemido en la garganta.


– ¿Caley?

Ella se acercó un paso más, y en aquel momento Jake supo que era ella. Se había preguntado miles de veces cómo reaccionaria cuando volviera a verla, y ahora lo sabía. Fue como recibir un puñetazo en el estómago que lo dejó sin respiración.

A medida que se acercaba, pudo distinguir sus rasgos. Caley lo miraba con suspicacia, y Jake supo que estaba tan nerviosa como él. Sólo habían pasado tres meses… a paso de tortuga… pero ahora parecía que el tiempo se había detenido. Jake se obligó a sí mismo a respirar y avanzó lentamente hacia la orilla.

– He venido por la fiesta de Emma -dijo Caley.

A Jake le gustó que su reencuentro la afectase a ella tanto como a él. Prueba de ello era que no se le ocurría nada más interesante que decir.

– Me lo figuraba.

– Pensé que sería mejor si nos veíamos antes. No… no quería sorprenderte… de esta manera.

Él asintió, recorriendo su apetitoso cuerpo con la mirada. Al instante, sintió cómo una ola de calor se concentraba en su entrepierna. No había tenido sexo con nadie desde que ella se marchó, y por primera vez en tres meses volvía a sentirlo. Gracias a Dios llevaba unos pantalones lo suficientemente holgados para ocultar la erección.

– Buena idea -murmuró-. ¿Cómo has estado este tiempo?

– Muy bien -respondió ella-. Ocupada. Quería llamarte, pero…

Él esperó un rato, preguntándose si ella acabaría la frase. Al no ser así, decidió intentarlo.

– Pero ¿tal vez tenías el teléfono enterrado bajo una montaña de papeles? ¿O estabas en coma en algún hospital? ¿O quizá estabas en alguna misión de la CÍA?

Una tímida sonrisa asomó a los labios de Caley.

– Pero no sabía lo que quería decir -concluyó-. Y sigo sin saberlo.

– Podrías decirme que me has echado de menos -sugirió Jake-. Sería un buen comienzo.

– Muy bien. Te he echado de menos. Mucho.

Jake salió del agua y se acercó a ella.

– Cuando dos personas se encuentran después de tanto tiempo, normalmente se dan un beso. Sobre todo si se han echado de menos. Creo que es una tradición -se inclinó hacia delante y le rozó los labios con los suyos.

Su intención había sido darle un beso casto y platónico. Pero en cuanto sus bocas entraron en contacto, una corriente de deseo ardió entre ellos, tan fuerte como un relámpago en una tórrida noche veraniega.

La agarró por la cintura y tiró de ella hacia él para besarla de nuevo, esa vez con más pasión que antes. Ella se rindió al asalto, como si también estuviera desesperada por devorarlo.

Le recorrió el cuerpo con las manos, palpando aquellas curvas tan familiares. Caley llevaba una camisa de algodón y una falda ceñida. Sin decirle nada, Jake la agarró de la mano y la llevó hacia la cocina.

Una vez dentro, fue al cuarto de baño y agarró una toalla para secarse el pelo y el pecho. Entonces se quitó los zapatos mojados y se enjuagó los pies en la ducha. Ella esperaba en el centro de la habitación, mucho más hermosa de lo que él la recordaba.

– Es extraño -dijo-. Me siento como me sentía el primer día de las vacaciones de verano, cuando te veía después de todo un año. Nunca sabía lo que debía decir. Cada verano, me pasaba horas pensando en un saludo ingenioso.

– Deberías haberme besado -dijo ella.

– Ahora puedo verlo -cruzó la habitación y le rodeó la cintura con los brazos-. ¿Cómo has estado? Y no me hables de trabajo.

– He estado… confusa -admitió Caley-. Supongo que es la mejor manera de definirlo. Pero he empezado a simplificar mi vida.

– Te he echado de menos, Caley. No tengo miedo de reconocerlo.

– Me alegro -murmuró ella, y le puso una mano temblorosa sobre el pecho. Le recorrió con los dedos el vello que descendía hacia el vientre y Jake cerró los ojos para deleitarse con su tacto.

Quería desnudarla y llevarla a la cama, para demostrarle que el deseo seguía vivo entre ellos. La miró a los ojos y supo que no podría rechazarlo. Pero el sexo no solucionaría sus problemas. Tenían que encontrar una manera de estar juntos, y no sólo físicamente.

– ¿Cuánto tiempo vas a quedarte?

Caley se encogió de hombros.

– Aún no lo he decidido. No sabía cómo irían las cosas… Tengo que estar de vuelta el jueves. Así que… cinco o seis días.

– Podemos buscarnos muchos problemas en cinco o seis días -observó él.

– En el caso de que queramos problemas -replicó ella-. Quizá deberíamos tomarnos las cosas con un poco más de calma -dio un paso atrás y se alisó la falda con las manos-. Tengo que irme. Le prometí a mi madre que la ayudaría a hacer los pasteles para la fiesta de Emma.

– Supongo que te veré esta noche.

Caley asintió.

– Sí. Nos veremos esta noche.

Jake no estaba dispuesto a dejarla marchar sin un último beso. Volvió a agarrarla de la mano y tiró de ella, pero aquella vez se aseguró de que el beso pudiera transmitirle sus sentimientos, rezagándose en su boca y recorriéndole el labio inferior con la lengua. Al acabar, la acompañó al exterior y vio cómo se subía al coche.

Unos momentos después, Sam rodeó la esquina de la cocina. Miró a Caley y le devolvió el saludo que ella le hizo con la mano.

– Tiene buen aspecto -dijo.

– Desde luego -corroboró Jake.

– Me alegra que haya aceptado la invitación.

Jake frunció el ceño.

– ¿La invitaste tú?

– Sí. La vi cuando estuve en Nueva York para la entrevista en la facultad de Derecho. Le dije que la echabas de menos y que no podías vivir sin ella. Parece que ha funcionado, ¿eh?

A Jake se le escapó una maldición.

– ¿Por qué demonios le dijiste eso?

– Porque es la verdad -dijo Sam, sacudiendo la cabeza-. Tenéis que dejar de fingir que no os queréis -se rió-. Emma y yo deberíamos encerraros sin ropa ni zapatos. A lo mejor así entrabais en razón.

– Encerrarnos desnudos no solucionaría nada. Estamos muy bien sin ropa… El problema es cuando estamos vestidos -agarró la cuerda que le tendía Sam y echó a andar hacia el lago-. Y no te metas en mis asuntos, ¿de acuerdo? Puedo arreglármelas yo solo.

– Eh, tú me ayudaste con Emma. Sólo te estoy devolviendo el favor.

Jake se echó la cuerda al hombro. No estaba enfadado con Sam. Las intenciones de su hermano eran buenas, y en aquel momento necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir. No sabía cómo arreglar las cosas con Caley, pero iba a intentarlo.

Y si no lo conseguía antes del jueves, entonces vendería todas sus cosas y se iría a vivir a Nueva York.


La música se elevaba en la cálida noche estival, fundiéndose con el rítmico sonido de las olas. Caley estaba sentada en la arena, contemplando las luces de las casas en la orilla opuesta. Intentó localizar alguna luz de Havenwoods, pero no sabía la localización exacta de la cabaña.

Hacía once años que no visitaba el lago en verano, y había olvidado la paz que se respiraba por la noche. A lo lejos, una lancha motora surcaba las tranquilas aguas, haciendo que un pareja de patos emprendiera el vuelo.

Caley siempre había creído que Nueva York era el mejor lugar del mundo para vivir. Pero su regreso a North Lake le había hecho apreciar los encantos de aquel entorno tranquilo y bonito, tan lejos del bullicio de la ciudad. Y Jake vivía allí, al menos unos cuantos días a la semana.

Durante la noche, habían charlado entre ellos de vez en cuando antes de ponerse a hablar con otros invitados. Caley estaba muy agradecida por el tiempo y la protección que le ofrecía su familia contra la tentación de irse a la cama con Jake. La idea era muy tentadora, pero había buenas razones para no hacerlo.

– Pensé que te encontraría aquí.

Caley dio un respingo, sobresaltada al oír su voz. Jake se sentó junto a ella en la arena y se quitó las sandalias.

– Prefiero este lugar en verano -dijo.

Caley tomó aire y lo soltó lentamente. El corazón le latía con fuerza y la garganta se le había secado. Era el momento de decírselo.

– Jake, tengo que decirte algo.

– Yo también. He estado esperando…

– No -lo interrumpió ella-. Yo primero. Cuando te hice aquella proposición hace once años, creía que era lo bastante mayor para aceptar las consecuencias. Hiciste lo correcto al rechazarme. Desde entonces te he guardado un rencor absurdo -volvió a respirar hondo-. Ahora voy a hacerte otra proposición, y te prometo que no me enfadaré si la rechazas.

– ¿Sabes lo mejor del verano? -preguntó él.

Caley se volvió para mirarlo. ¿No quería oír lo que tenía que decirle?

– Jake, estoy intentando…

– Nadar. El agua ya está lo bastante cálida, especialmente en la orilla de Havenwoods. El viento sopla del oeste y empuja las corrientes cálidas hacia la orilla este -se levantó y empezó a desabotonarse la camisa-. Aunque no creo que aquí esté demasiado fría para bañarse desnudos…

Caley ahogó un gemido mientras él seguía quitándose la ropa. Su cuerpo relucía a la luz de la luna, fuerte y poderoso. Un estremecimiento le recorrió la espalda, y tuvo que apretar los puños para no tocarlo.

Jake acabó de desnudarse por completo y esperó.

– No te puedes bañar desnuda con ropa.

– No voy a meterme en el agua -dijo ella.

– Vamos. Podemos hablar mientras nadamos.

Ella negó con la cabeza.

– No. ¿Quieres que me congele?

Jake echó a correr hacia el agua, ejecutó un salto perfecto y su cuerpo se sumergió sin apenas hacer ruido. Volvió a emerger a tres metros de la orilla, manteniéndose de puntillas en el fondo.

– Vamos, Caley. Yo haré que entres en calor.

– Hay mucha gente en la casa. ¿Y si baja alguien?

– Podemos ocultarnos bajo el embarcadero.

– Lo dices como si ya lo hubieras hecho…

Jake se echó a reír y nadó hacia el embarcadero.

– No, pero era una de mis fantasías juveniles. Siempre nos imaginaba a los dos haciendo esto. Desnudándonos, jugando en el agua y nadando juntos. Me encantaba aquella fantasía. Y me sigue encantando -metió la cabeza bajo el agua y se echó el pelo hacia atrás-. Vamos, Caley. Aquí podrás decirme todo lo que quieras.

– Estás loco.

– Estoy loco por una mujer increíblemente sexy -replicó él-. ¿Y tú?

Caley sonrió.

– ¿Está fría?

– No -respondió él-. Bueno, un poco, tal vez. Pero se puede soportar si te mantienes en movimiento. Vamos, Caley Lambert. Siempre aceptabas mis desafíos, por atrevidos que fueran. ¿Desde cuándo eres tan cobarde?

Ella se levantó, se agarró el bajo de la camisa y se la quitó por encima de la cabeza. A continuación se quitó las sandalias y se bajó la falda por las caderas. Se quedó en ropa interior y Jake nadó hacia atrás, pero en vez de correr hacia el agua, echó a andar lentamente.

– Quítatelo todo -ordenó él.

Caley soltó un gemido de exasperación y se quitó el sujetador.

– ¿Satisfecho?

– No del todo.

Se quitó las braguitas a regañadientes y las apartó de un puntapié. Entonces aguantó la respiración y se metió en el agua. No estaba fría. Estaba helada. Avanzó hasta que le llegó por las rodillas y entonces se sumergió por completo, para emerger un segundo más tarde, tosiendo y jadeando.

Un momento después, Jake la estaba agarrando por la cintura y alejándola de la orilla.

– Oh, Dios mío. Si estuviera un poco más fría, podríamos jugar al hockey sobre hielo.

Estuvieron balanceándose durante un rato, y Caley se sorprendió al comprobar que su cuerpo se iba aclimatando. En poco rato, el aire parecía más frío que el agua.

– ¿Lo ves? -dijo Jake. Ella le rodeó el cuello con los brazos y él deslizó las manos hasta su trasero-. Así está mucho mejor. Y ahora, dime lo que querías decirme.

– ¿Por qué he tenido que meterme en el agua para hacerlo?

– Porque no puedes decirme que no quieres volver a verme mientras estemos nadando desnudos.

Caley se apartó de él y le arrojó agua a la cara.

– Quiero verte -dijo-. No quiero volver a separarme de ti -se estremeció y los dientes empezaron a castañetearle-. He dejado mi trabajo y he alquilado mi apartamento. Dentro de unos días no tendré ningún sitio donde vivir. Pero tenía la esperanza de que quisieras compartir Havenwoods conmigo. Podría ayudarte con las reformas.

– ¿Estamos hablando de algo permanente? ¿Para siempre?

– Sí… si tú quieres.

– No hay nada que deseara más -dijo Jake.

– ¿En serio? -preguntó ella-. ¿Estás seguro?

– Desde que te fuiste no he vuelto a ser feliz. Estaba preparándome para trasladarme a Nueva York.

– No es necesario -dijo ella, levantando la vista hacia el cielo estrellado-. Éste es nuestro sitio.

Jake la apretó contra él y le frotó la espalda.

– Entonces… supongo que vamos a estar juntos -murmuró, rozándole los labios con los suyos.

– Así es -afirmó Caley. Le pasó los dedos por el pelo y sus bocas se fundieron en un beso largo y apasionado.

De repente, ya no tenía miedo de nada. Amar a Jake era lo más natural del mundo. Siempre había sido así, desde que empezó a verlo como el chico de sus sueños. Ya fuera por el destino o la buena suerte, había encontrado a un hombre al que podía amar.

– ¿Cuánto tiempo tenemos que quedarnos en el agua? -preguntó, sin poder evitar el castañeteo de sus dientes.

– Podríamos echar una carrera hasta el cobertizo de las barcas. Nadie nos encontrará allí.

Caley pensó en la cama con sus cálidas mantas y asintió. Quería acostarse con Jake y dejar que la calentara y excitara con su cuerpo.

– No pasaría nada si alguien nos viera. En algún momento tendremos que decírselo a nuestras familias, ¿no crees?

– Quizá deberíamos hacer lo mismo que Sam y Emma.

Caley volvió a besarlo.

– Ya sabes que si se lo decimos a nuestras madres, querrán prepararnos una boda por todo lo alto. No pudieron hacerlo con Sam y Emma.

– Siempre podemos casarnos en Nueva York y pasar la luna de miel en algún hotel con encanto. Luego alquilaríamos una furgoneta y traeríamos tus cosas.

– Me gusta ese plan -dijo ella, sonriendo.

Aquél era el inicio de su vida juntos, en el mismo lugar donde casi había acabado todo once años atrás. Era mejor así, pensó Caley. Tenía que ser así. Y al cabo de muchos años, cuando estuvieran sentados en la orilla y contemplando las aguas del lago, recordarían la noche de su decimoctavo cumpleaños. Pero también recordarían la noche en que se bañaron desnudos y decidieron que se amarían para siempre.

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