Capítulo 2

La nevada se hizo más intensa a medida que transcurría la mañana. Caley observaba los copos desde el estudio de su padre. Había intentado trabajar un poco, haciendo llamadas a la oficina e intentando enviar un informe por módem. Decidió esperar hasta que tuviera una mejor conexión a Internet en el hotel, y mientras tanto le envió un mensaje de texto a su secretaria.

Era imposible concentrarse en el trabajo, porque sus pensamientos volvían una y otra vez al dormitorio y al beso que Jake y ella habían compartido. Un escalofrío le recorrió la columna y le puso la carne de gallina. Normalmente le resultaba muy sencillo centrarse, pero un solo beso… dos, en realidad, habían bastado para ocupar sus pensamientos.

Cerró el ordenador portátil y recogió sus cosas. Tenía que ir al hotel y a probarse el vestido, pero lo primero sería desenterrar su coche. Recordó la oferta de Jake, pero decidió no tentar a la suerte. Besarlo había sido demasiado fácil… ¿Qué podría ocurrir si volvían a estar juntos y a solas?

Encontró ropa de invierno en el armario del vestíbulo y se puso una chaqueta, unas botas, guantes y una gorra. Se guardó el móvil en el bolsillo y salió a espalar la nieve, contenta de tener una distracción en la que ocupar sus pensamientos.

Habían pasado otras cosas en aquella cama, e intentó recordar los detalles entre los recuerdos difusos. Había tenido un sueño maravilloso en el que Jake sucumbía finalmente a sus encantos. Se había pasado casi toda su adolescencia fantaseando con aquel momento en el que Jake la estrechaba entre sus brazos para besarla; no era extraño que aquellas imágenes la hubieran invadido al volver a North Lake.

Sí, la había besado. Pero los cielos no se habían abierto ni se había oído música celestial. Un pequeño coro, en todo caso. Al fin y al cabo, tendría que ser una mujer de hielo para no reaccionar.

Mientras empezaba a apartar la nieve, recordó el deseo que había prendido en su interior en cuanto los labios de Jake tocaron los suyos. Había deseado desesperadamente que siguiera, que aquel beso fuera un comienzo en vez de un final. Había deseado que Jake la desnudara por completo y le besara la piel desnuda, que la llevara de nuevo a la cama y la sedujera hasta que su roce la hiciese temblar.

Una vez había imaginado que Jake era su príncipe azul, noble y puro. Ahora lo veía como un hombre con una sonrisa letal, un cuerpo increíble y una mirada que la hacía estremecerse.

Hizo una pausa en su tarea y respiró hondo, intentando calmar su pulso acelerado. No debía de ser muy difícil dejar que la naturaleza siguiera su curso. Jake parecía muy interesado aquella mañana… más que interesado, si el bulto de sus calzoncillos significaba algo. Y no sería como seducir a un desconocido. Lo había deseado durante tanto tiempo que, ¿por qué no disfrutar de Jake mientras pudiera?

Había salido de Nueva York en un estado de confusión absoluta, buscando la llave de la felicidad. Acostarse con Jake podría hacerla feliz durante un corto periodo de tiempo. Y aunque había puesto en duda sus habilidades como amante, estaba convencida de que disfrutaría siendo seducida por él. Jake había cambiado.

Volvió a sentir un escalofrío. Se había convertido en un hombre arrebatadoramente apuesto y atractivo.

Suspiró soltando una nube de vapor. Su mente racional le decía que no necesitaba añadir más complicaciones a su vida. Pero acostarse con Jake no sería tan complicado… y sí tremendamente excitante y satisfactorio. Cerró los ojos y volvió a respirar hondo. ¿Era Jake lo que realmente deseaba o simplemente era alguien, cualquiera, que podía hacerla sentirse mejor?

Casi había despejado uno de los neumáticos cuando Jake apareció en un todoterreno. Tocó el claxon y bajó la ventanilla con una sonrisa.

– Sube. Te llevaré al pueblo. No podrás desenterrar el coche tú sola.

Caley aguantó la respiración mientras lo miraba. En la cama tenía un aspecto muy sexy, con sólo unos calzoncillos, el pelo revuelto y una barba incipiente oscureciéndole la mandíbula. Pero ahora ofrecía una imagen irresistible. Caley bajó la mirada a su boca y se preguntó cuándo volvería a besarlo. Rápidamente siguió apartando la nieve, temerosa de no poder resistirse.

– Puedo… puedo ir yo sola.

– Vamos, Caley. Tardarás horas en retirar la nieve.

Ella miró por encima del hombro, dispuesta a asumir la derrota… tanto con el coche como con los encantos de Jake.

Él se bajó del vehículo, le quitó la pala para dejarla en un montón de nieve y le tendió la mano.

– Vamos.

Caley le miró los dedos, largos y delgados. Un recuerdo vago pasó por su cabeza. Jake la había tocado aquella mañana. No había sido parte del sueño. Sus dedos habían bailado sobre su piel, y su tacto había despertado sensaciones largamente dormidas.

Aceptó su mano dubitativamente y él la condujo hacia el todoterreno. Abrió la puerta del pasajero para ayudarla a subir y él rodeó el vehículo para sentarse al volante. En realidad, Caley tenía miedo de conducir ella sola hasta el pueblo, sobre todo por West Shore Road. Bastaría un patinazo en la peligrosa carretera para escuchar los sermones de Jake.

– Abróchate el cinturón -le dijo él.

Caley se volvió hacia él.

– Creo que tenemos que dejar una cosa muy clara. Ya no estoy enamorada de ti. Cualquier sentimiento que pudiera albergar de joven se desvaneció hace tiempo. Así que no te comportes como si me tuvieras comiendo de tu mano, porque no es así.

Se giró de nuevo hacia el parabrisas, avergonzada por su arrebato. Normalmente tenía mucho cuidado con sus palabras. ¿Qué tenía Jake para hacerla sentirse como una adolescente engreída? ¿Por qué siempre tenía que provocarla?

Jake puso el coche en marcha y descendieron por el camino de entrada. El todoterreno resistía fácilmente la ventisca y las malas condiciones, pero Caley no estaba dispuesta a darle la satisfacción a Jake.

– ¿Estabas enamorada de mí? -le preguntó él-. ¿Cuándo fue eso exactamente?

– Hace años -murmuró-. Apenas duró una semana. No lo recuerdo bien.

– Entonces, ¿ahora no sientes la menor atracción hacía mí? -insistió él, esbozando una media sonrisa irónica.

– No -mintió ella.

Jake pareció reflexionar sobre su respuesta por un rato.

– Lástima. Porque yo aún me siento atraído por ti. Sí, ya lo sé… Es increíble, ¿verdad?

– ¿Aún? -preguntó ella, aturdida por su declaración.

– Sí, aún. Siempre me pareciste una mujer muy sensual.

Caley se echó a reír por el descarado comentario.

– Por favor…

– No, en serio. Vamos, Caley. Mírate. Un hombre tendría que estar loco para no darse cuenta. Eres hermosa, sofisticada e inteligente.

Caley no supo si se estaba burlando de ella o si le decía la verdad, pero en cualquier caso la hizo sentirse mejor. Sonrió.

– Todos los chicos estaban enamorados de ti aquel verano, antes de que te fueras a la universidad.

– Ahora sí sé que estás mintiendo… Pero sigue.

– Les dije que estabas comprometida.

Ella frunció el ceño.

– Pero no lo estaba. ¿Por qué les dijiste eso?

– Porque sólo querían una cosa de ti, y yo no quería que intentaran nada. No creía que estuvieras preparada para eso. Y… quizá porque me sentía un poco posesivo.

– Tú fuiste la razón de que me fuera a la universidad siendo virgen.

– Créeme, te habría ayudado a resolver ese detalle, pero no estaba seguro de ser el hombre adecuado para ello -hizo una pausa-. Supongo que lo pudiste solución hace tiempo…

Caley se echó a reír.

– ¿Me estás preguntando si soy virgen? Tengo veintiocho años.

– Te estoy preguntando si encontraste al hombre adecuado. Teddy comentó que estás viviendo con un abogado.

Caley abrió la boca para decirle que Brian debía de estar sacando sus cosas del apartamento mientras ellos hablaban. Pero aquella confesión la dejaría sin ninguna defensa contra la seducción.

– Sí. Llevamos juntos un par de años. ¿Qué me dices de ti?

En realidad no quería saber la respuesta. Quería creer que ella era la mujer de su vida. Pero era una vana ilusión. Jake era un hombre demasiado atractivo.

– No hay nadie especial -dijo él-. Supongo que me estaba reservando para ti.

Caley se mordió el labio y fijó la vista en la carretera. ¿Por qué le estaba diciendo esas cosas? ¿La estaba poniendo a prueba? A Jake siempre le había gustado provocarla, pero aquello era distinto. Era como si la estuviese desafiando a que se tomara en serio sus palabras.

Condujeron un rato en silencio. Caley sacó el móvil y empezó a escribirle un mensaje de texto a su secretaria.

– ¿Siempre llevas ese trasto contigo?

– Tengo que estar localizable. Hay mucha gente que cuenta conmigo.

– Esa gente puede arreglárselas sola. Tómate un descanso. Se supone que estás de vacaciones.

– Los socios no se toman vacaciones -replicó ella. Aun así, metió el móvil en el bolso sin acabar el mensaje.

Una pregunta la asaltaba. Nunca había tenido el coraje para formularla, pero necesitaba la respuesta.

– Si tan atraído te sentías por mí, ¿por qué me rechazaste aquella noche?

Él sonrió, pero sin apartar la vista de la carretera.

– Acababas de cumplir dieciocho años y yo ni siquiera tenía veinte. No me pareció que fuera el momento apropiado. Pensé que tu primera vez debía ser perfecta. No estaba seguro de poder darte lo que merecías -la miró de reojo-. Te hice un gran favor, Caley. No quería que te arrepintieras de tu primera experiencia.

Caley se recostó en el asiento y miró por la ventanilla. Aquellas palabras suavizaban el recuerdo de la humillación, pero le costaba creer que Jake fuese tan noble con esa edad.

– Me quedé destrozada -dijo.

Él alargó un brazo hacia ella y le rodeó la nuca con la mano. A Caley se le aceleró el pulso y sintió una oleada de deseo mientras los dedos de Jake se entrelazaban en sus cabellos.

– Lo siento -dijo él, obligándola a mirarlo-. Pero, si te sirve de consuelo, estaría encantado de hacerlo ahora.

Caley no pudo evitar una carcajada al ver su sonrisa irónica.

– Te avisaré si cambio de opinión.

– Eh, me han dicho que lo hago muy bien…

– Eso es porque las mujeres que se acuestan contigo no ven más allá de tu bonito rostro. Te dirían lo que fuera con tal de atraparte.

Jake se salió de la carretera y detuvo el coche en el arcén.

– Mis encantos han surtido efecto contigo esta mañana…

– Estaba dormida.

– Dijiste mi nombre.

Ella se encogió de hombros, intentando mantener la compostura. Pero le resultó imposible. Le temblaban las manos y sentía que empezaba a marearse.

– Pues ya no me hacen efecto. Adelante. Bésame. Ya verás como no reacciono -era un desafío muy pobre, pero no le importaba. Quería besarlo otra vez y no podía esperar más.

Para su sorpresa. Jake aceptó el reto y le tomó el rostro entre las manos para besarla. Al principio fue un beso lleno de frustración, pero luego se hizo más suave y Jake introdujo la lengua entre sus labios.

Caley lo agarró por el abrigo y tiró de él hacia ella. No podían estar lo bastante cerca. Se lanzaron a una frenética búsqueda de sus cuerpos. Ella sabía que debería parar, pero el sabor de Jake, su olor y su tacto eran un estímulo irresistible, como una danza de carnaval que la asustaba y atraía por igual.

Jake estaba excitado, y a Caley le encantó que él tampoco pudiera resistirse.

– ¿Qué demonios me estás haciendo? -murmuró él, echándole el aliento en la oreja-. Tienes novio… Vives con él…

– Hemos roto -dijo ella, frotándose el rostro contra su cuello.

Jake la agarró por los hombros y la apartó para mirarla fijamente a los ojos.

– No juegues conmigo. Caley.

– No estoy jugando. Te juro que hemos roto. Se ha acabado.

Él le pasó el pulgar sobre el labio inferior.

– En ese caso, ¿podemos dejar de fingir? Soy lo bastante maduro para reconocer que te deseo. Y creo que tú también me deseas, ¿cierto?

– Quizá -murmuró ella.

– No, nada de quizá -replicó él, sacudiendo la cabeza.

– De acuerdo. Admito que existe atracción entre nosotros.

– ¿Y qué vamos a hacer al respecto?

Caley frunció el ceño.

– No lo sé. Podría ser complicado.

Él se echó hacia atrás y sonrió.

– Cuando tengas claro lo que quieres, házmelo saber -dijo.

Caley soltó un débil gemido. ¿Qué estaba haciendo Jake? ¿No debería estrecharla entre sus brazos y besarla hasta que se le despejaran todas sus dudas? ¿O seducirla sin ningún respeto por sus reservas? ¡No podía dejar la elección en sus manos!

– Lo haré -dijo en voz baja.

Jake se enderezó y volvió a sentarse al volante.

– Será mejor que sigamos…

Cuando llegaron a la pequeña tienda del pueblo, Jake se bajó del vehículo y lo rodeó para abrirle la puerta a Caley. Los Burton siempre habían tenido unos modales impecables.

– Ten cuidado -dijo él, agarrándola por la cintura-. El suelo está muy resbaladizo.

Mantuvo las manos en sus caderas y bajó la mirada hasta su boca. Permanecieron inmóviles unos instantes, despidiendo nubes de vapor entre ellos. Finalmente, Caley se puso de puntillas y lo besó ligeramente en los labios.

– No estoy jugando contigo -susurró-. Simplemente me apetece volver a besarte.

– Y a mí también -respondió él. La abrazó por la cintura y la apretó contra su cuerpo. Pero cuando estaba a punto de besarla se vio interrumpido por unas risas. Caley se giró y vio a dos chicas librando una guerra de nieve-. No es nadie conocido -susurró.

– Si hacemos esto, no podemos permitir que nadie lo sepa -observó ella.

– No voy por ahí alardeando de mis besos.

– Lo digo en serio. Tiene que quedar entre nosotros. Y sólo puede ser sexo. Nada más.

– ¿Amigos con derecho a roce? -preguntó él en tono jocoso.

Ella asintió.

– Vuelvo enseguida -dijo, mirando hacia la tienda.

– Voy contigo.

– ¿Es prudente?

– No voy a seducirte en un lugar público, puedes estar tranquila. Y no creo que la señorita Belle vaya a hablarles a nuestros padres de nosotros.

La siguió hacia la puerta y le puso una mano en el trasero mientras Caley pasaba al interior. Fue un gesto muy simple, pero Caley se dio cuenta de que Jake estaba aprovechando cualquier oportunidad para tocarla.

La dueña de la tienda, la señorita Belle, los saludó y se llevó a Caley a los probadores.

– ¿Tú también vienes? -le preguntó a Jake.

– Oh, no -dijo Caley-. No es mi… Bueno, sólo es un… No creo que le interese mucho.

– Os acompaño -dijo Jake, dedicándole una picara sonrisa a Caley-. Me interesa mucho.

Caley se llevó el vestido al probador y se desnudó rápidamente. El vestido parecía muy discreto en la percha, pero una vez puesto era otra cosa. La tela se ceñía a sus curvas, el modesto escote se abría en forma de V por la espalda y las mangas largas se ajustaban a sus brazos. Se quitó el sujetador y se giró para examinarlo por detrás. Emma había acertado con la talla, y había elegido un vestido que causaría sensación en la boda.

Abrió la puerta y salió del probador. Jake había estado sentado en un banco, pero nada más verla se puso en pie de un salto y ahogó un débil gemido.

– Cielos… -murmuró-. Vaya vestido.

Caley se pasó las manos por las caderas mientras se daba la vuelta.

– Es precioso, ¿verdad?

– ¿Llevas ropa interior?

Ella le lanzó una mirada severa.

– Es demasiado estrecho.

– Así que no vas a llevar ropa interior… ¿Dónde se supone que voy a poner las manos cuando bailemos? Va a ser un problema muy serio…

– ¿Acaso vamos a bailar?

– Eres dama de honor y yo soy el padrino. Creo que un baile es obligatorio, por lo menos.

La señorita Belle se acercó y examinó atentamente a Caley.

– Subiremos un poco las mangas. Suponía que irías sin… -señaló el pecho de Caley.

– ¿Tengo elección? -preguntó Caley.

– Tenemos sujetadores adhesivos.

– ¿Podemos verlos? -preguntó Jake con una expresión de inquietud.

Caley negó con la cabeza.

– Así estará bien.

La señorita Belle le tendió una caja de zapatos.

– Pruébate los zapatos para que pueda examinar el bajo.

Caley agarró un zapato de la caja e intentó ponérselo, pero no podía mantener el equilibrio con aquel vestido tan largo. Jake le deslizó las manos alrededor de la cintura y la sujetó mientras ella se calzaba.

– Perfecto -dijo la señorita Belle-. Enseguida vuelvo -se marchó a responder una llamada, dejando a Jake y a Caley a solas en la parte trasera de la tienda.

– Perfecto -repitió Jake.

– Deja de decirme esas cosas -murmuró Caley-. A veces parece que estás jugando conmigo.

Él sacudió la cabeza.

– Así es como somos, Caley. Como siempre hemos sido.

Ella se giró y volvió al probador, y esa vez Jake la siguió de cerca. Caley intentó cerrar la puerta, pero él se deslizó en el interior y se apoyó de espaldas contra la puerta.

– En todo el tiempo que nos conocemos, ¿te he mentido alguna vez? -le preguntó él.

Caley se miró las uñas. Hasta la noche en que cumplió dieciocho años. Jake había sido la única persona en la que siempre había podido confiar.

– Creo que no.

– ¿Quién te dijo que te sacaras el papel higiénico del sujetador aquel Cuatro de Julio en el parque? ¿Quién te dijo que parecías una jirafa cuando empezaste a usar zapatos de plataforma? ¿Quién te dijo que no salieras con Jeff Winslow porque su única intención era meterte mano?

– Tú -admitió Caley-. Pero en cualquier caso salí con Jeff Winslow. Y naturalmente intentó meterme mano.

– ¿Lo ves?

– El que nunca me hayas mentido no significa que no puedas hacerme daño.

Él dio un paso hacia ella y le tocó la mejilla.

– ¿Esto te duele?

Caley soltó una temblorosa exhalación. La sensación de sus dedos era maravillosa, cálida y suave. Sacudió la cabeza. Esa vez no se lo pondría fácil. Esa vez conseguiría resistirse.

Jake dio un paso más y la besó en la frente.

– ¿Y esto? Dime si es una sensación agradable.

Ella tragó saliva y suspiró profundamente mientras él la besaba en la sien. ¿Tenía la fuerza necesaria para resistirse? No parecía que el esfuerzo mereciera la pena…

– Sí. Es muy agradable.

Él le puso un dedo bajo la barbilla y le hizo levantar la mirada. Entonces inclinó la cabeza y la besó, acariciándole los labios con la lengua antes de introducirla en su boca. Pero no fue como el beso del coche. Fue un beso lento y sensual, destinado a derribar sus defensas. Caley le rodeó el cuello con los brazos y sucumbió a la ola de calor que se propagaba por su cuerpo.

Jake llevó las manos hasta sus caderas y las subió por su espalda, descubierta por el corte del vestido. A Caley le daba vueltas la cabeza mientras intentaba recordar cada detalle del beso, obligándose a sí misma a no perder la compostura. Pero era imposible. Jake parecía decidido a demostrar que sus besos eran los mejores del mundo.

Su mano llegó hasta uno de los pechos y Caley gimió suavemente. Le acarició el pezón con el pulgar, endureciéndolo y provocándole una oleada de placer. Cuando finalmente se retiró, Caley estaba mareada por la excitación. Respiraba con dificultad y el pulso le palpitaba salvajemente en las sienes.

– Si deja de resultarte agradable, sólo tienes que decírmelo para que pare -susurró él. La besó en la punta de la nariz y salió del probador, cerrando la puerta a su paso.

Caley se apoyó de espaldas contra el espejo de la pared y se tocó los labios con dedos temblorosos. Sintió cómo se curvaban en una sonrisa. Después de todos esos años, era difícil creer que sus fantasías con Jake fueran a hacerse realidad.

Había algo irresistible entre ellos, y ninguno de los dos parecía tener la capacidad… o la voluntad de detenerlo. Eso lo hacía aún más emocionante… y peligroso.


– ¡El partido empezará en quince minutos! Jake y Sam miraron por encima del hombro a su hermano y le hicieron un gesto con la mano.

– Estaremos listos -gritó Jake.

Se sentaron en los escalones que durante el verano bajaban al muelle y a la playa que compartían con los Lambert. El lago estaba helado y cubierto de nieve, pero Teddy Lambert había despejado un área lo bastante grande para patinar sobre hielo o jugar al hockey. Jake estiró las piernas y observó los últimos copos que caían perezosamente. La tormenta había pasado y un manto blanco lo cubría todo.

– Así que vas a casarte.

Sam sonrió mientras trazaba un dibujo en la nieve con un palo.

– Eso he oído.

– Tengo que decírtelo, Sam. Me llevé una gran sorpresa cuando oí que estabas comprometido con Emma. Pero cuando me enteré de que ibas a casarte tan pronto, me quedé de piedra. ¿No te parece que un noviazgo de mes y medio es demasiado corto?

– Tal vez.

– ¿Cuánto tiempo habéis pasado juntos?

Sam se encogió de hombros.

– Tres veranos, aquí en la casa del lago. Luego la visité en Boston el Día de Acción de Gracias, nos volvimos a ver en Chicago durante las vacaciones navideñas y entonces decidimos que ya no queríamos estar separados.

– Entonces, ¿por qué no os limitáis a vivir juntos? -preguntó Jake-. Date un poco de tiempo…

– Porque Emma quiere casarse -respondió Sam.

– ¿Y tú qué quieres?

– ¿A qué vienen tantas preguntas? -preguntó Sam, ligeramente irritado.

– Es mi obligación como padrino tuyo. Tengo que asegurarme de que haces lo correcto.

– Quiero lo que Emma quiera. Mi deseo es hacerla feliz.

A Jake no le había hecho mucha ilusión la noticia de la boda de su hermano, pero ahora que podía hablar con él, se daba cuenta de que, con sólo veintiún años, Sam era demasiado joven para dar ese paso.

Se había pasado los últimos diez años de su vida alternando de una mujer a otra, intentando entender cómo pensaban y disfrutando de todos los placeres posibles en sus camas. Pero sólo en los últimos tiempos había llegado a entender lo que necesitaba en una relación y el tipo de mujer con quien quería pasar su vida. Sam ni siquiera había empezado aquel aprendizaje y ya se estaba engañando a sí mismo. ¿Cómo se podía saber a su edad lo que era el amor? Ni Sam ni Emma habían vivido nada.

– Ni siquiera has acabado los estudios -murmuró.

– Emma se graduará en primavera y está haciendo algunos cursos por su cuenta, de modo que pasará más tiempo en Chicago. Yo acabaré los estudios en Northwestern el año próximo y estoy pensando en estudiar la carrera de Derecho. Si nos casamos, podemos empezar a planear nuestra vida en común… y ella puede ayudarme mientras obtengo el título.

– Puedes hacer todo eso sin casarte.

Sam gruñó y se apoyó en los codos, contemplando el paisaje nevado.

– Debería haberle pedido a Brett que fuera mi padrino. O a Teddy.

– El matrimonio es un gran paso, Sam. Tienes que casarte por las razones adecuadas.

– ¿Cuáles son esas razones?

– Que no puedas imaginarte una vida sin ella. Que cada vez que la mires sientas la necesidad de tocarla para comprobar que es real y que es tuya. Que ella sea lo primero en lo que piensas al despertar y lo último en lo que piensas antes de dormir.

Acabó sus palabras con una profunda inspiración. Aquello era la suma total de sus ambiciones sentimentales para una vida feliz en pareja. No se conformaría con menos a la hora de iniciar una relación estable. Y, curiosamente, Caley parecía reunir todos sus requisitos.

Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Eran las mujeres quienes confundían el deseo con el amor, no los hombres. Aun así, Jake no podía ignorar sus sentimientos. Las cosas no eran iguales que cuando eran jóvenes. Ahora había algo más profundo y más intenso que los atraía con una fuerza irresistible.

Miró a Sam de reojo.

– Odiaría pensar que estás haciendo esto para complacer a mamá y a la señora Lambert. Todo eso de los Burtbert es una tontería. Podemos ser una gran familia aunque no estemos emparentados.

– No se trata de eso -dijo Sam.

– ¿De qué se trata, entonces?

– Queremos iniciar una vida juntos.

– Sé lo que sientes. Ahora te parece que nunca podrás cansarte de ella, pero esa clase de deseo no dura. No se trata sólo de sexo. Tiene que haber algo más.

– Oh, no hemos tenido sexo -dijo Sam-. Emma quería esperar a que estuviéramos casados.

Jake ahogó un gemido.

– ¿No habéis…? ¿Nada de nada?

– Bueno, un poco. Pero sin llegar al final.

Jake volvió a gemir y enterró el rostro en las manos.

– ¿Cómo puedes tomar una decisión para el resto de tu vida cuando ni siquiera sabes si sois compatibles en la cama?

– Mucha gente espera hasta el matrimonio -observó Sam-. Y no es que no tengamos experiencia. Emma lo ha hecho y yo también. Simplemente, no lo hemos hecho juntos.

– Bueno, pues tal vez deberíais hacerlo -sugirió Jake-. Sólo para estar seguros.

Él nunca había intentado controlar sus deseos por las mujeres… y desde que Caley había vuelto al pueblo ni siquiera tenía el control sobre su libido. ¿Cómo podía reprimir un hombre sus hormonas? ¿Acaso no estaba científicamente probado que la abstinencia era perjudicial?

– ¿Por qué no esperáis un poco? No os hará daño.

– La quiero -dijo Sam-. Y ella a mí.

– Yo también quiero a Emma. Y a Caley, y a Teddy, y a Adam, y a Evan. Los Lambert son como nuestra familia -suspiró débilmente, buscando algún argumento que tuviera sentido. ¿Quién era él par intentar explicar las relaciones entre hombres y mujeres? Ni siquiera podía entender su atracción obsesiva por Caley. Lo único que sabía era que se sentía muy bien con ella. Tan bien que no quería dejarla marchar.

Se levantó y le ofreció la mano a su hermano.

– Vamos. Brett querrá preparar una estrategia antes del partido. La última vez que jugamos al fútbol con los Lambert nos dieron una paliza. Tienen a la mujer de Evan, quien ha pasado por tres partos. No se anda con chiquitas.

– Y Caley juega como un hombre -dijo Sam.

– No te preocupes por Caley. Yo me encargaré de ella. Tú ocúpate de Emma.

Sam sonrió.

– Hasta que nos casemos, seguirá siendo una Lambert. El enemigo.

Se dirigieron hacia la extensión de hierba, cubierta por la nieve. Al cabo de unos minutos todos los jugadores estaban congregados en el centro del terreno de juego. Jake vio a Caley y la saludó con la mano, y ella le devolvió el saludo con una sonrisa vacilante. Estaba tan hermosa con tanta ropa de abrigo que Jake no pudo evitar la fantasía de desnudarla lentamente… Respiró hondo y cerró los ojos. Aquél no era el momento para pensar en desnudarse con Caley.

Una vez que estuvieron todos reunidos, Brett levantó la mano.

– Bienvenidos al primer y posiblemente único partido invernal de los Burtbert. Siguiendo la tradición de nuestro partido de verano anual, hemos decidido recuperar el antiguo trofeo -mostró el desatascador de inodoro que llevaba oculto a la espalda y todo el mundo se echó a reír y a batir palmas, sorprendidos de ver el trofeo después de tanto tiempo-. La última vez que se entregó este trofeo fue hace once años, y según reza la inscripción, lo ganaron los Lambert.

– Gracias a un touchdown de Caley -dijo Jake, mirándola-. ¿Te acuerdas? Adam te lanzó el balón y tú te escapaste de todo el mundo. Nadie pudo alcanzarte.

Ella lo miró extrañada.

– No lo recuerdo.

– Yo sí -repuso Jake-. Fue un partido memorable.

Rodeó lentamente a los jugadores mientras Brett explicaba las reglas de juego y se detuvo detrás de Caley, con la mirada fija en Sam y Emma.

– Parecen muy felices -murmuró-. ¿A ti qué te parece?

Caley lo miró por encima del hombro.

– Sí -afirmó.

Brett señaló la lista de ganadores, escrita con un rotulador en el asa de madera.

– Hoy nuestros capitanes serán Sam y Emma. Los equipos estarán igualados con Marianne, la mujer de Evan, y John, el marido de Ann, así que nadie tendrá que sentarse en el banquillo.

Teddy no estuvo de acuerdo.

– Nosotros somos tres chicos y tres chicas, y vosotros cuatro chicos y dos chicas. ¿A eso lo llamas estar igualados?

– John se operó de la rodilla el año pasado -dijo Brett-. Y Marianne jugaba al fútbol en la universidad. A mí me parece que estamos igualados…

Se lanzó la moneda al aire y comenzó el partido. Brett hacía de mariscal de campo para el equipo de los Burton, y cuando inició el ataque para lanzarle el balón a Ann, Caley apareció delante de ella e interceptó el pase.

Echó a correr por la línea de banda y Jake se lanzó en su persecución. Apenas tardó unos segundos en cubrir la distancia que los separaba. La agarró por la cintura, la levantó del suelo y los dos cayeron a la nieve junto al terreno de juego.

De jóvenes siempre habían jugado sin miramientos, y había sido muy divertido. Pero ahora, tirado en el suelo con Caley encima de él, el juego adquiría un matiz sexual desconocido hasta entonces.

– ¡Esto es touchfootball! -gritó ella-. ¡No puede haber contacto!

– Ni siquiera te estoy tocando como me gustaría… -murmuró él. La hizo rodar de costado y se colocó sobre ella-. Tenemos que hablar.

Ella se retorció, intentando escapar.

– Si crees que puedes convencerme para que abandone el partido, olvídalo -espetó ella-. Sólo porque me besaste aquella vez…

– Más tarde -replicó él al ver que Brett se acercaba. Se apartó de Caley y la ayudó a levantarse. Le sacudió la nieve del trasero y la mandó con su equipo, al otro lado de la línea de scrimmage-. Buena recepción -le gritó.

Un cambio de posesión llevó a Jake al ataque. Recibió el balón de Brett y echó a correr por el campo. Vio a Caley corriendo hacia él y supo que se disponía a detenerlo como fuera. Eso era lo que le gustaba de Caley. Nunca rechazaba un desafío. Pero, en vez de acelerar el paso, redujo la velocidad hasta que ella lo alcanzó.

Hizo una finta a izquierda y derecha, pero Caley lo sorprendió al seguir sus movimientos. Entonces Jake, dándose cuenta de que no iba a desequilibrarla, la agarró por la cintura y la llevó con él hacia la zona de anotación. Pero Caley le dio una patada al balón mientras corría, arrancándosela de la mano.

– ¡Balón suelto! -gritó Caley.

Teddy estaba justo detrás de ellos. Agarró el balón y echó a correr hacia la zona de anotación contraria. Jake se giró y dejó caer a Caley en la nieve. Pero cuando se disponía a lanzarse en persecución de Teddy, Caley lo agarró por la pierna y lo hizo caer. Rápidamente se montó a horcajadas sobre él y vio cómo Teddy anotaba un tanto.

Empezó a dar brincos mientras vitoreaba a su hermano, y con sus botes le provocó una dolorosa reacción a Jake. Maldiciendo en voz baja, se dio la vuelta y la tiró al suelo, agarró un puñado de nieve y se lo restregó contra el rostro.

– No sabes perder -gritó ella, forcejando con él. Consiguió derribarlo de espaldas y le sujetó los brazos a ambos lados de la cabeza.

– Bésame -murmuró él.

Caley frunció el ceño.

– Aquí no. Nos verán todos.

Jake le apartó la nieve del cabello.

– ¿Dónde? ¿Cuándo?

– Más tarde -dijo ella-. Después de cenar.

– Reúnete conmigo en el cobertizo.

Caley sacudió la cabeza, se puso en pie y echó a correr hacia sus compañeros. Se dio la vuelta y lo miró con una sonrisa burlona.

– Vais a perder… -tarareó-. A perder… a perder…

Ejecutó una pequeña danza, meneando el trasero. Jake no pudo evitar reírse. Dios… era increíblemente sexy. Mientras veía cómo se alejaba, pensó cómo sería pasar una noche con ella. Tener todo el tiempo del mundo para seducirla. Para desnudarla lentamente y hacerla gemir de placer con sus caricias. Caley había sido la protagonista de sus fantasías adolescentes. Pero aquellos juegos juveniles no podían ni compararse a las cosas que se imaginaba ahora.

– ¡Jake!

Levantó la mirada y vio a Brett.

– Concéntrate en el partido -gritó su hermano.

Estuvieron jugando durante una hora, y al final el trofeo fue a parar a los Lambert, gracias al touchdown que Marianne, la mujer de Evan, consiguió en el último minuto.

De regreso a casa, Jake se quedó atrás deliberadamente, manteniendo la vista fija en Caley. ¿Cómo habrían sido las cosas entre ellos si hubiera aceptado su proposición once años atrás? ¿Estarían allí, en aquel mismo lugar, deseándose mutuamente? ¿O se mirarían con vergüenza y remordimiento, en vez de excitación e impaciencia?

Tal vez las cosas hubieran salido tal y como se suponía que debían salir aquel verano. Pero lo que estaba pasando ahora entre ellos aún estaba en manos del destino. Y todo empezaría o terminaría aquella noche, en el cobertizo de las barcas.


* * *

Las dos familias se juntaron en el gran salón de los Burton para compartir el chili y el pan de maíz. Después de la cena, Jake y Caley se unieron a Sam y Emma en una partida de Monopoly, pero Caley apenas podía concentrarse, especialmente por la manera con que Jake le rozaba el pie bajo la mesa. Mantuvo la vista en el tablero, intentando controlar su desbocado corazón. Otros hombres la habían tocado de la forma más íntima posible, y ella apenas había reaccionado. Pero Jake sólo necesitaba acariciarle el pie con el suyo para hacerla arder de deseo.

– Park Place -anunció Sam cuando la ficha de Emma cayó en su propiedad-. Vamos a ver… Serán mil doscientos dólares, por favor.

Jake se echó a reír al observar el dinero acumulado por Sam.

– Parece que tienes bastante para comprarte esa motocicleta.

Sam fulminó a su hermano con la mirada, y Emma frunció el ceño al instante.

– ¿Qué motocicleta?

– Sam va a comprarse una motocicleta cuando estéis casados -dijo Jake, barajando sus tarjetas de propiedad-. Nuestra madre no se lo ha permitido hasta ahora, pero cuando sea un hombre casado no podrá impedirle nada, puesto que serás tú quien esté al mando -clavó la mirada en Emma, esperando su respuesta.

A Caley le pareció un extraño giro en la conversación. Le frunció el ceño a Jake, pero él se limitó a sonreír y se puso a contar su dinero.

– No puedes tener una moto -dijo Emma-. Son muy peligrosas. No te lo permitiré.

– Pero, Em, sería muy útil. No podemos permitirnos dos coches. Y la gasolina sería más barata.

– No -rechazó Emma rotundamente-. No voy a permitirlo.

Sam se irguió en la silla como un crío enfurruñado.

– ¿Qué quieres decir con eso? No eres mi madre.

– Sam debería tomar sus propias decisiones -murmuró Jake.

Caley le dio un puntapié bajo la mesa.

– ¡Ay! -exclamó con una mueca de dolor. Sam y Emma lo miraron y él sonrió forzadamente-. Un calambre. Demasiado ejercicio en la nieve -agarró su dinero y se lo tendió a Caley-. Me retiro.

Caley alternó la mirada entre las adustas expresiones de Sam y Emma y la sonrisa de satisfacción de Jake, y supo que había iniciado aquella discusión a propósito.

– Yo también me retiro.

– Jake tiene razón -dijo Sam-. Soy un hombre adulto. Puedo hacer lo que quiera.

– ¿Quién va a pagar esa motocicleta? -preguntó Emma-. Yo no, desde luego. Y si crees que puedes usar el dinero de la boda, estás muy equivocado.

Caley se levantó rápidamente y siguió a Jake a la cocina. Él dejó su vaso en el fregadero y se despidió de sus padres, que estaban jugando a las cartas con los padres de Caley.

– Voy a bajar al cobertizo a ver si puedo encender la calefacción. Vamos a necesitar ese espacio.

– Y yo voy a volver al hotel -dijo Caley-. Tengo que hacer algunas llamadas. Os veré a todos mañana.

A nadie pareció extrañarle que se marcharan los dos al mismo tiempo. Jake la ayudó a ponerse el abrigo y salieron juntos por la puerta principal.

Una vez en el exterior, la agarró de la mano y la llevó hacia el sendero que conducía al lago.

– Jake, tal vez deberíamos… ¿Adónde vamos?

– Al cobertizo. Me vendrá bien un poco de ayuda para encender la calefacción. Puedes sujetar mis herramientas.

Caley se echó a reír y echó a andar junto a él. El frío aire nocturno agudizaba sus sentidos, y sintió cómo le daba un vuelco el corazón al pensar en lo que pasaría cuando estuvieran a solas. Caley nunca se había considerado una mujer apasionada. Siempre había podido controlar sus deseos. Pero con Jake no podía dejar de pensar en el sexo.

Su intención era mantener la compostura, pero toda su resistencia se venía abajo en cuanto él la tocaba. Su lado más racional podía enumerar una larga lista de razones por las que no debía acostarse con Jake, pero el pulso empezó a latirle con fuerza y su cerebro fue incapaz de seguir pensando con coherencia. No podía hacer otra que dejarse llevar y abandonarse a las poderosas sensaciones que la consumían. No se había sentido igual desde aquella noche con Jake en el lago, once años atrás.

Pero ¿de verdad estaba dispuesta a hacer eso? Durante los últimos meses se había sentido vacía por dentro, como si su vida ya no pudiera hacerla feliz. Sería muy fácil llenar aquel vacío con Jake. Y quizá se sintiera mejor por una temporada. Aun así, se resistía a creer que necesitara a un hombre para ser feliz. Seguramente lo único que necesitaba era sexo.

Al menos ahora era lo bastante madura para saber la diferencia entre el deseo y el amor. Aunque sucumbiera a la atracción física, podría seguir manteniendo el control de sus emociones. Jake era la última persona en el mundo de la que se permitiría enamorarse. Era el único hombre que podía romperle el corazón. Y eso lo convertía en un riesgo muy peligroso.

Y sin embargo, no tenía miedo. Al contrario, se sentía completamente libre y liberada. Por fin podía dar rienda suelta a sus deseos y comprobar hasta dónde llegaba su pasión por Jake. Ya no tenía que seguir fingiendo. Él la deseaba y ella lo deseaba, y ninguno de los dos tenía necesidad de negarlo.

La sombra del cobertizo de los Burton se recortaba en la loma, junto a la orilla. La parte baja albergaba el pequeño velero de los Burton y su vieja lancha, pero el piso superior estaba acondicionado para acoger invitados. Era un pequeño apartamento completamente amueblado, provisto de cocina y cuarto de baño. Los postigos estaban cerrados por el invierno, lo que confería a la casa un aspecto frío y hostil.

Jake le sujetó la mano mientras ella subía con cuidado los escalones cubiertos de nieve. Caley miró por encima del hombro y vio las huellas a la luz de la luna.

– Van a saber que hemos venido juntos.

– Sólo te he pedido que me eches una mano -le recordó él-. No hay nada malo en ello…

Caley respiró hondo y apretó los dedos en el bolsillo del abrigo. La idea de recorrerle el cuerpo con las manos, de poder tocarlo y desvestirlo con plena libertad, hacía que la cabeza le diera vueltas. Sabía lo que iba a pasar y no tenía miedo. Lo único que podía sentir era una impaciencia abrumadora.

Jake abrió la puerta y pasó al interior. Caley lo siguió y oyó cómo se cerraba la puerta tras ella. Al instante siguiente sintió las manos de Jake en su cara. Sus labios se encontraron y un segundo más tarde estaban devorándose mutuamente.

– Llevo pensando en ti todo el día -murmuró él contra su boca.

– ¿Qué pensabas? -preguntó ella con la respiración entrecortada.

– En lo que pasaría cuando volviéramos a estar solos.

– Dímelo… ¿Qué imaginabas?

Estaba tan oscuro en el interior del cobertizo que no podían ver nada, pero Caley sentía el calor que emanaba de él, y se estremeció al sentir sus labios en la fría mejilla.

– Imaginaba que estabas frente a mí y que empezabas a desnudarte lentamente. Y luego te tocaba para comprobar si era tan maravilloso como había soñado.

Caley se quitó el abrigo y lo dejó caer al suelo. A continuación, se quitó el jersey por encima de la cabeza y lo arrojó a un lado. Llevaba una camiseta interior que apenas podía protegerla del frío, pero, curiosamente, no se percató de la baja temperatura. El corazón le latía tan rápido que ni siquiera se le puso la piel de gallina.

Jake le acarició el brazo desnudo, agarró su mano y la besó en la palma.

– Espera aquí -murmuró-. La caja de fusibles está en el armario.

Desapareció en la oscuridad y Caley se apoyó de espaldas contra la puerta. Oyó unos ruidos en el otro extremo de la habitación y un momento más tarde se encendió una cerilla. La llama iluminó el interior del cobertizo, proyectando trémulas sombras en las paredes. Jake encendió una linterna y la dejó en la mesita junto a la cama. Se giró hacia Caley y le hizo un gesto para que se acercara.

Caley se frotó los brazos. De repente se sentía invadida por el frío y los nervios. Todo parecía más sencillo en la oscuridad, como si fuera un sueño y los dos cuerpos sólo se sintieran por el tacto. Pero ahora que podía ver la cama y los ojos de Jake, todo le parecía muy real.

– Déjame ver si puedo encender la calefacción -dijo él.

Pasó junto a ella y metió medio cuerpo en el armario. Pulsó un interruptor y se inclinó sobre el radiador.

– Funciona.

Entonces volvió junto a ella, quitándose el abrigo mientras se acercaba. Era el chico que Caley siempre había conocido. Todos sus rasgos seguían siendo los mismos… las oscuras pestañas, las cejas, los penetrantes ojos azules, la nariz recta y los labios sensuales. Pero con los años sus facciones se habían hecho más duras y atractivas, y era imposible apartar la vista de él.

Alargó los brazos y empezó a desabotonarle la camisa, exponiendo su piel desnuda.

– ¿Qué estamos haciendo? -murmuró, presionando los labios contra su pecho.

– No tengo ni idea -respondió él-. Pero no quiero parar.

Él deslizó las manos hacia su espalda y Caley se estremeció por las sensaciones que le provocaba su roce.

– Esto va a ser imposible -dijo, frotando suavemente el rostro contra su cuello.

– ¿Por qué va a ser imposible? -la llevó lentamente hacia la cama-. Tenemos luz, calefacción y una cama muy cómoda. Lo que ocurra aquí sólo será entre tú y yo. Lo prometo.

– Esto podría cambiarlo todo -dijo Caley mientras él la besaba en el cuello.

Jake la agarró por la cintura y los dos cayeron sobre la cama.

– Cuento con ello -dijo.

Caley entrelazó los dedos en sus cabellos y sonrió.

– En realidad, no creo que debamos hacerlo. Tú no estás preparado, y yo no pienso en ti de esa manera.

Él frunció el ceño y se apartó.

– ¿No?

– No tengo esa clase de sentimientos por ti, Jake -murmuró ella con voz profunda, enfatizando la imitación.

Una lenta sonrisa curvó los labios de Jake, quien le había dicho aquellas mismas palabras aquella noche en el lago.

– Te mentí -dijo él-. Créeme, sentía esas cosas por ti.

– ¿En serio? -preguntó ella, aturdida por su confesión.

– Durante mucho tiempo.

– ¿Cuánto tiempo?

– ¿Recuerdas aquel bikini rojo a rayas? Tenías catorce años…

Caley asintió.

– Desde entonces. Recuerdo que te vi con ese bikini en el lago, y luego estuve pensando en ti aquella noche, en tu cuerpo, en tu piel suave, en tus pechos perfectos… Y luego… bueno, ya sabes.

– ¿Luego qué?

– ¿Cómo que qué? ¿Es que tengo que decirlo? Luego me desahogué como hacen los jóvenes de vez en cuando… y como también hacen los hombres adultos -se rió entre dientes-. Desde aquel verano en adelante, estar cerca de ti era una tortura.

Caley sonrió, satisfecha por la información. Al parecer, el enamoramiento había sido recíproco. Y aquello suponía una diferencia. ¿Por qué no cumplir las fantasías de ambos?

– ¿Y en qué más pensabas? -le preguntó, besándolo en el pecho.

Él presionó la boca contra su hombro y la mordisqueó ligeramente.

– Por aquel entonces no tenía mucha experiencia. Técnicamente aún era virgen. Pero me imaginaba cómo estarías desnuda -le subió la camiseta y la besó desde el vientre hasta la parte inferior de los pechos.

Caley se incorporó, sentándose a horcajadas sobre sus caderas, y se quitó la camiseta. Recordaba haber hecho lo mismo once años atrás. Pero entonces había estado tan nerviosa que el corazón casi se le había salido del pecho. Ahora, en cambio, el anhelo de sus caricias parecía lo más natural del mundo.

Jake sonrió y le tomó un pecho en su mano, acariciándole el pezón con el pulgar. Y entonces, de un solo movimiento, se incorporó para abrazarla por la cintura y empezó a besarle el cuello. Descendió por la clavícula hasta los pechos mientras le desabrochaba el sujetador, y finalmente se introdujo el pezón endurecido en la boca.

Ella se arqueó hacia atrás, conteniendo la respiración mientras él la hacía descender. Recordó lo fascinada que había estado siempre con su cuerpo, cómo admiraba sus cambios de verano en verano mientras él se convertía lentamente en un hombre. Y ahora estaba tan desesperada por tocarlo como lo había estado en su juventud. Le desabrochó frenéticamente los botones de la camisa y se la quitó por los hombros hasta que su pecho estuvo completamente desnudo.

Se retiró y lo miró fijamente mientras se quitaba el sujetador. Con los dedos recorrió lentamente la línea de vello que discurría desde la clavícula hasta el vientre. Su cuerpo estaba enteramente formado, con todos sus músculos desarrollados y bien torneados. Un cuerpo que cualquier mujer sabría apreciar.

Caley se inclinó para besarlo en el pecho y le succionó suavemente un pezón. Lo que empezó como una simple curiosidad se había transformado en una sensación deliciosamente íntima. Él soltó un débil gemido y murmuró su nombre, provocándole a Caley un estremecimiento por toda la piel y un nudo en la garganta.

– ¿Tienes frío? -le preguntó él.

– No -mintió ella.

Él se rió por lo bajo, volvió a agarrarla por la cintura y apretó los cuerpos en un cálido abrazo. Se besaron durante un largo rato, entrelazando las manos y las lenguas. Era todo lo que ella siempre había pensado, y aún más. No era sólo sexo. Era… confianza.

– Pasa la noche conmigo -le pidió él, presionando la frente contra la suya.

– Aquí no.

– ¿Dónde?

– En el hotel. Allí tendremos más intimidad.

– ¿Y qué pasa con Emma?

– Su habitación está en el segundo piso, y la mía está en el tercero. Hay una escalera trasera. Nadie te verá entrar.

Jake la besó en la frente con sus labios húmedos y cálidos.

– ¿No has hablado todavía con Emma? De la boda, me refiero.

Caley negó con la cabeza.

– No. Le dije que comería con ella mañana, pensando que así tendríamos tiempo para hablar.

– ¿Qué piensas de esta boda? ¿Crees que están preparados?

– ¡No! -exclamó ella, apoyándose en el codo-. De ningún modo. Son muy jóvenes. Creía que era yo la única que albergaba dudas. Todo el mundo está tan entusiasmado con la unión de nuestras familias… Pero nadie se preocupa en pensar lo que podría pasar si el matrimonio no funciona.

– Estoy de acuerdo -corroboró Jake-. Creo que no están preparados.

Caley se cruzó de brazos sobre el pecho de Jake y lo miró a los ojos.

– Empezaste esa discusión entre ellos a propósito, ¿verdad?

– Alguien tiene que hacerlos entrar en razón -hizo una pausa antes de continuar-. Necesitamos un plan. Un esfuerzo coordinado entre nosotros dos. Si actuamos desde ambos lados, quizá podamos convencerlos para que esperen.

– No creo que estén dispuestos a esperar. Todo se está desarrollando muy rápidamente, y no querrían decepcionar a las familias.

Jake le apartó el pelo de la sien y le recorrió el rostro con la mirada.

– Esta tarde estuve hablando con Sam, y sólo está acatando los deseos de Emma.

Caley ahogó un gemido.

– ¿Crees que ella lo ha convencido para casarse?

– Es posible. Me cuesta creer que su verdadero deseo sea casarse. ¿Qué joven en su sano juicio querría atarse a una esposa con sólo veintiún años?

– Bueno, es él quien se lo ha pedido -observó Caley-. Si no quería casarse, ¿por qué se lo pidió?

– Seguramente lo presionó -sugirió Jake.

Caley se apartó y se incorporó, sorprendida por el comentario y dispuesta a defender a su hermana.

– Emma no haría eso.

– Sólo estoy diciendo que normalmente son las mujeres quienes más insisten a la hora de casarse.

– ¿Y tú cómo lo sabes? -le preguntó Caley-. ¿Últimamente te han convencido para casarte?

– Claro que no, aunque todas las mujeres que he conocido tenían el matrimonio en mente. Vamos, incluso tú pensabas en ello. Te preguntabas cómo sería si tú y yo… ya sabes.

Caley se levantó de la cama. ¡Casarse con Jake era lo último que se le pasaría por la cabeza! Y si pensaba que ella albergaba planes de futuro para él, estaba muy equivocado.

– Creo que todo esto ha sido un error -murmuró, recogiendo su camiseta y su sujetador del suelo.

– Vamos, Caley, no te enfades. No quería decir que…

– No, lo entiendo -le cortó ella, poniéndose la camiseta sobre la cabeza-. Diste por hecho que yo quería algo más que sexo -respiró hondo y se metió el sujetador en el bolsillo-. ¿Lo ves? Por eso no debemos hacerlo. A menos que tuviéramos las mismas razones, estaríamos abocados al desastre.

– ¿Lo dices en serio?

Caley agarró el jersey y también se lo puso.

– Tengo que irme.

Jake alargó un brazo para intentar detenerla, pero ella lo evitó.

– Caley, por favor. Sólo estaba bromeando. No lo decía en serio.

Ella sacudió la cabeza.

– Estoy de acuerdo con lo que has dicho de Emma y Sam. Son demasiado jóvenes. Tú y yo ni siquiera sabemos lo que queremos. ¿Cómo podrían saberlo ellos?

Jake consiguió agarrarla de la mano.

– Yo sé lo que quiero.

Ella bajó la mirada a sus dedos, tan fuertemente entrelazados que no podía distinguir una mano de otra. Tuvo que resistir la tentación de volver a desnudarse y olvidarse de sus miedos. Pero si se acostaba con Jake aquella noche, no habría vuelta atrás.


– Hablaré con Emma.

– ¿Cuándo volveré a verte? -le preguntó Jake.

– Vas a verme toda la semana.

– Sabes a lo que me refiero.

Caley se mordió el labio.

– No lo sé. Quizá deberíamos olvidarnos de esto. Sólo conseguiríamos complicar más las cosas.

– No creo que pueda olvidarlo -replicó él.

– Inténtalo, Jake -murmuró ella. Se fue hacia la puerta y se giró para mirarlo-. Inténtalo con todas tus fuerzas.

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