25

Traspasar el umbral de aquella bonita casa fue fácil, lo difícil fue encontrarse sumergida ante una multitud de gente que de pronto la miraba con extrañeza. Conteniendo sus ganas de salir corriendo ante su mirada, Noelia sonrió y les saludó con cautela con la mano. Lo primero que recibió fue un pelotazo en toda la barriga que la dobló. Se le cayeron las gafas al suelo, y la peluca se le movió, pero rápidamente se recolocó el pelo, recogió las gafas y volvió a ponérselas. Juan miró a su sobrino y regañándole con la mirada socorrió a la joven que, sorprendida aún por el pelotazo, intentaba mantenerse en pie.

Este debe de ser el tocapelotas pensó mirando al niño de pelo pajizo que se había quedado paralizado frente a ella.

—¡Javi! —gritó la madre del niño cogiéndole de la oreja—. Llevo horas diciéndote que dejes el puñetero balón porque iba a ocurrir lo que ha ocurrido.

Con gesto preocupado Irene se volvió hacia Noelia y preguntó:

—¿Estás bien? Oh, por Dios ¡pero si estás empapada! ¿Te encuentras bien?

Pero no pudo responder. De pronto un hombre pequeño, delgado y con boina negra apareció y levantando el garrote que llevaba en la mano gritó:

Mecagoentoloquesemenea, copón. Irene ¡Suelta la oreja del muchacho!

—¿Que lo suelte? —bufó—. Acaba de darle a la amiga de Juan un balonazo que ha estado a punto de sacarle los ojos de sus órbitas y tú dices que lo suelte.

—O lo sueltas, o te endiño un garrotazo— siseó el hombre.

Ay Dios… este debe de ser el cascarrabias del abuelo pensó asustada Noelia mientras le veía blandir el bastón por los aires.

—Yayo Goyo… Yayo Goyo —llamó una niña castaña de ojos claros—. ¿Juegas conmigo a las muñecas?

La muchacha miró a aquella pequeña y supuso que era Ruth, la hermana pequeña del tocapelotas. Y antes de que el anciano pudiera responder a la cría, apareció una segunda muchacha morena pero con los ojos claros que, al ver la situación, dijo retirando a la niña y acercándose a su hermana Irene:

—Pero, abuelo ¿qué estás haciendo? Baja el garrote antes de que des a alguien.

La embarazada pensó Noelia al ver su enorme barriga.

El anciano, enfadado por como sus nietas se dirigían a él, garrote en mano gritó:

—¡Ehhhh… no sus revolucionéis todas a la vez que tengo pa toas! —Luego miró a la niña que estaba tras la embarazada y dijo—: Dame unos minutos y estoy contigo, mi lucero.

Noelia, parapetada tras el cuerpo de Juan que observaba la situación divertido, estaba sin palabras. ¿Verdaderamente les daría un garrotazo? Al final, Irene soltó la oreja de su hijo, el abuelo bajó el garrote y el crío corrió a los brazos de su salvador. Irene, enfadada, se volvió hacia Noelia.

—Ay Dios, disculpa a mi hijo y al bruto del abuelo. Son tal para cual.

Asomando la cabecilla tras el brazo de Juan, Noelia susurró asustada.

—No… no te preocupes. No ha pasado nada.

El hombre de la boina tras solucionar lo del niño, dio un paso adelante y apartando con premura a Irene y a Almudena de su campo de visión dijo al ver a su nieto:

—Pero si está aquí mi machote. Dame un abrazo.

Separándose de Noelia, Juan abrazó a su abuelo, y el anciano al ver la joven morena, preguntó con voz cascada por los años:

—¿quién es este gorrioncito?

Divertido, Juan soltó a su abuelo, y volviéndose hacia una apabullada Noelia la cogió de la mano para que diera un paso adelante.

—Es una amiga, abuelo —y dirigiéndose a ella dijo—. Noelia, este es el abuelo Goyo.

Noelia y el hombre se miraron y ella dijo tendiéndole la mano:

—Encantada, señor.

El anciano, acostumbra a conocer continuamente a amigos de sus nietas, pero nunca a una amiga de su nieto, se acercó a ella y dijo:

—De señor nada de nada yo soy el abuelo Goyo. —Y al ver que ella sonreía añadió—: anda dame dos besazos hermosa y déjate de apretones de manos que con toda la juventud que me rodea yo ya me hice a la vida moderna hace mucho.

Todos rieron, y el viejo, sin darle tiempo a que ella se moviera, le plantó dos sonoros besos y la cogió de la mano.

—Pero criatura ¡estás empapada como un polluelo recién salido del cascarón! Ven, acércate chimenea o te enfriarás.

Juan, al ver la mirada inquisidora de su hermana, dijo con rapidez antes de que su abuelo la arrastrase hacia dónde él indicaba:

—Noelia, esta es mi hermana Almudena.

La embarazada la besó con rapidez antes que su abuelo comenzara a andar a su marcha habitual. Una vez entraron en el enorme salón otros ojos curiosos se fijaron en ella y Noelia pasando por su lado, le saludó con la mano mientras el anciano la llevaba hacia la chimenea.

—Dame el abrigo que esta empapado y sécate esa melena o esta noche estarás tosiendo. Mi mujer murió de un resfriado hace años y si te soy sincero hermosa no me apetece asistir a tu funeral. Te conozco desde hace poco pero eres mu reguapa y buena moza para criar malvas.

Boquiabierta por aquella parrafada miró a Juan que hablaba con su hermana Almudena y este con una sonrisa le indicó que no se lo tuviera en cuenta. El abuelo cogió su abrigo y la miró de arriba abajo sus pardos y cansados ojos. Su nieto tenía un gusto exquisito. Segundos después se marchó con el abrigo colgado en su brazo y corrió tras el pequeño Javi que de nuevo volvía a tener la pelota en sus manos. Congelada de frío, Noelia acercó las manos hacia la chimenea, cuando una nueva voz desconocida dijo tras ella:

—Qué pasóte de botas ¡me encantan!

AI volverse se encontró con una joven muchachita muy parecida a la hermana mayor de Juan, Irene, pero con varios piercings en la ceja derecha. AI ver en su cuello un colgante en el que ponía Rocío recordó que la sobrina de Juan se llamaba así y preguntó:

—Eres Rocío ¿verdad?

—Sí.

—Encantada. Yo soy Noelia.

La muchacha se acercó a ella y agarrándola por los hombros le planto dos sonoros besos. Y al separarse de ella dijo:

—Hueles de muerte. ¿Qué perfume llevas?

Noelia que no recordaba qué perfume se había puesto, se olió a sí misma.

—La última fragancia de mi amiga Jenny. Huele genial, ¿verdad?

—¿Tu amiga Jenny hace perfumes? —preguntó Rocío extrañada.

Sin comprender porque mostraba extrañeza asintió con toda naturalidad.

—Bueno, la verdad es que J Lo es un crack. Tan pronto hace películas, cómo canta sola o con Marc, cuida a sus gemelos o le saca una línea de ropa. Es una de las personas más creativas que conozco, puedo asegurártelo.

La muchacha seguía sin comprender.

—¿Hablas de Jennifer…? ¿Conoces a Jennifer López?

Al comprender que había metido la pata hasta el fondo, Noelia buscó una salida rápida.

—Eh… ¿te he engañado? —y al ver que la joven asentía sonrío y respondió—: Qué va, ya quisiera yo. Pero sí, el perfume que llevo es su última fragancia.

—¡Que fuerte! Es justo el perfume que yo quería el otro día que fuimos de compras. Pero hija, mamá al ver su precio me dijo que era un perfume demasiado caro para una adolescente sin oficio ni beneficio como yo. Que ese perfume solo se utilizaba para momentos espéciales y yo… pues según ella no tengo aún esos momentos.

Divertida, acercándose a la joven, le susurró en el oído:

—El próximo día que te vea te lo traigo. Yo tengo otro frasco igual en el hotel.

La cara de rocío fue de auténtica satisfacción. A partir de ese momento la amiga de su tío se había ganado totalmente su corazón.

—Por cierto, siento el balonazo que te ha dado el monstruito de mi hermano. Se cree el futuro Iniesta de la familia y bueno… me tiene harta.

—No te preocupes. No me hizo daño —y con curiosidad preguntó—: ¿Quién es Iniesta?

—¿No sabes quién es Iniesta? —preguntó Rocío sorprendida.

—No.

—¿De verdad que nunca has escuchado eso de «Iniesta de mi vidaaaaa»?

Noelia hizo memoria durante unos segundos.

—Pues no.

Rocío la miró divertida.

—¿Pero en qué mundo vives? Iniesta es quien metió el gol en los mundiales de fútbol. Gracias a su golazo somos los campeones del mundo. ¿De verdad que no lo sabías?

Tratando de no parecer una completa idiota, Noelia sonrió y, como buena actriz que en, indicó de lo más convincente:

—Ay, es verdad… qué tonta soy. A veces soy tremendamente despistada y como el fútbol no es algo que me encante pues lo había olvidado, pero si… sí ¿cómo no voy a saber quién es Iniesta?… Por Diossssssss.

—Oye… ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Sí.

—¿Eres la novia de mi tito?

—No —respondió con rapidez tocándose las gafas con incomodidad.

—¿Pero sales con él o algo así?

—No. Solo somos amigos.

Acercándose basta ellas, la pequeña Ruth cogió la mano de Noelia y dijo enseñándole su mellada dentadura:

—Eres muy guapa. Tanto como la novia de Casillas y me gusta que seas la novia del tito. ¿Os vais a casar?

—No… yo no soy su novia, ni nos vanos a casar —respondió buscando con premura a Juan, que al ver su mirada de socorro y a sus dos sobrinas a su lado acudió en su ayuda.

—¿Todo bien? —preguntó al llegar junto a ellas.

Noelia asintió y Rocío mirando a su tito preguntó:

—Le estaba preguntando si erais novios.

—Y yo le pregunté que si os ibais a tasar —finalizó la pequeña Ruth.

—Increíble —susurró Juan conteniendo la risa—. Sois las dignas hijas de vuestra madre. Pero vanos a ver ¿yo no puedo tener amigas?

—Sí —respondieron al unísono.

—¿Entonces? —reclamó él.

—Tito, has dormido con ella —sentenció la pequeña Ruth—. Y cuando uno duerme con alguien y se da besos de amor pues se tiene que casar.

Rocío miró a Juan y cubrió las orejas de su pequeña hermana con las manos para evitar que oyera lo que iba a decir.

—A ver tito, yo tengo amigos pero no me acuesto con ellos ¿vale? —Al ver la cara que se le quedó, la joven sonrió y continuó—. Escuchamos a mamá contarle ala tía Almudena, que te habías acostado con ella en tu casa. Y ahora, al verla aquí con la familia, nos da a pensar que sois algo más que amigos.

Y acto seguido, se alejó con su hermana.

Noelia se tapó la boca para no reír.

—Son niños, y por norma dicen lo que piensan. No se lo tengas en cuenta.

—Mataré a Irene… —gruñó él— La mataré por lianta y…

Pero no pudo continuar, un hombre alto de pelo canoso entró en el salón con un mandil atado a la cintura y una espumadera en la mano. Al verles, se dirigió hacia ellos.

—¡Ya habéis llegado! —dijo alegremente.

—Sí. Aquí estamos —dijo Noelia nerviosa en un hilo de voz.

Aquel hombre de aspecto imponente, indudablemente, era el padre de Juan. La altura, el cuerpo y el color de ojos le delataban. Soltando la espumadera encima de la mesa, el hombre se limpió las manos en el delantal y tras darle un cariñoso abrazo a su hijo, miró a la joven y dijo acercándose a ella:

—Un placer conocerte. Soy Manuel, el padre de Juan, y estoy encantado de que estés aquí con la familia.

—Encantada señor, mi nombre es Noelia.

Con una cordial sonrisa, nada fría, como le indicó Juan un rato antes, el hombre se agachó hacia ella y le indicó:

—Llámame Manuel ¿de acuerdo?

Ella asintió y sonrió. Le agradó la profundidad de su voz. Recordó que Juan le dijo que su padre era poco hablador por lo que cerró la boca y no dijo nada más, hasta que de pronto le oyó decir:

—Noelia ¿te apetece ayudarme a cocinar?

Al escuchar aquello la muchacha se tensó. ¡Ella era un peligro en la cocina! Juan al ver la indecisión en sus ojos respondió:

—No, papá. Mejor que no.

—¿Por qué no? —insistió aquel sin apartar los ojos de la muchacha.

Juan, intuyendo que una actriz de Hollywood no debía usar mucho la cocina de su casa y mucho menos saber cocinar, en tono despreocupado respondió:

—Papá, ella no ha venido aquí a cocinar. No ves cómo viene vestida.

Manuel se fijó en lo elegante que la muchacha iba vestida, a pesar de estar empapada. Aun así le preguntó:

—¿Crees que le voy a hacer el tercer grado?

Un extraño silencio se apoderó del salón y cuando Juan se disponía a contestar, Noelia dio un paso adelante y, aun a riesgo de envenenarles, le dijo:

—Estaré encantada de cocinar contigo Manuel.

Al escucharla, todos la miraron y Juan asintió. Con una complicidad que se tornó divertida, la joven le cogió del brazo y se marchó con él a la cocina ante la atenta mirada de todos. Juan, que suspiró al ver como sus hermanas le miraban, preguntó acercándose a su hermana mayor:

—¿Se puede saber que andas cotorreando por aquí?

Una vez en la cocina Manuel estuvo durante un rato peleándose con una máquina.

—Jodida Thermomix. Cuando dice que no funciona, no funciona.

Con curiosidad, la joven miró la máquina que estaba sobre la encimera y preguntó:

—¿Qué querías hacer con ella?

—La masa de las croquetas. La hace muy rica y a los niños les encanta —suspiró el hombre—. Pero la puñetera máquina, ya tiene más de veinte años y me parece que ya ha llegado el momento de que compre otra.

Dejando a un lado la máquina, Manuel cogió una fuente repleta de pimientos rojos asados y preguntó.

—¿Sabes pelarlos y prepararlos?

Su cabeza funcionó a mil. ¿Sabía pelarlos? Pero dispuesta a quedar bien con decisión asintió pero susurró:

—Creo que sí, pero por si acaso dime como los haces tú.

El hombre con una sabia sonrisa asintió y cogiendo un pimiento le indicó.

—Primero les quito la piel, después lo troceo. Una vez que todos estén pelados y troceados parto ajito muy picadito, se lo echo por encima y por último, sal y aceite de oliva. ¿Cómo lo haces tú?

—Igual… igual…

—Muy bien Noelia —sonrió limpiándose las manos en un trapo—. Tú te encargas de pelar y aliñar los pimientos asados, mientras yo continúo con el cordero, ¿te parece?

—¡Perfecto! —asintió esta poniéndose el delantal verde que le pasaba.

Después de lavarse las manos, la muchacha comenzó su tarea en silencio. Al principio los pimientos y sus resbaladizas pieles se le resistieron. Lucho contra ellos sin piedad, pero finalmente la tarea se suavizó. Sin poder evitarlo los recuerdos inundaron su mente y sonrió al recordar las veces que había visto a su abuela trastear en la cocina de Puerto Rico. La mujer se había empeñado en enseñarle pero fue imposible. Noelia no estaba hecha para la cocina. Manuel, que la observaba con curiosidad de reojo, se percató de su sonrisa y preguntó:

—¿Qué te hace tanta gracia?

—Pelar pimientos —al ver la cara guasona de aquel prosiguió—: Mi abuela y yo nos divertíamos mucho en su cocina con olor a especias. Ella era una magnífica cocinera. Era genial.

—¿Era?

—Sí. Murió hace siete años —contestó cogiendo un ajo—. Fue un momento muy triste para mí.

—Lo siento, hija —murmuró al sentir su dolor—. Perder a un ser querido es terrible y, nos guste o no, hay que aprender a sobrellevar su ausencia. Pero debes tener fe y pensar que ella, esté donde esté, sigue contigo.

Aquellas palabras y, en especial el cariño de su tono, hicieron que a la joven se le erizara el vello del cuerpo. Su padre, al verla llorar por la muerte de su adorada abuela, simplemente se limitó a recriminarle por ello. Ni una simple caricia. Ni un simple abrazo. Por eso, que aquel hombre al que no conocía, y que tenía la misma edad que su padre, le dijera aquello, le emocionó y tuvo que tragarse el nudo que se le formó en la garganta para poder hablar.

—Lo sé. Sé que está conmigo allá donde esté. Pero creo que el momento de su pérdida fue el peor de mi vida. Ella era una mujer con una vitalidad increíble y que siempre me dio mucho cariño. Lo que más quería por encima de todas las cosas era hacernos sonreír a mi primo Tomi y a mí. Nos adoraba y estoy feliz porque a pesar de su ausencia, sé que ella sabía que el sentimiento era mutuo.

—Recordarla y sonreír al pensaren ella es el mejor tributo que le puedes hacer. ¿Y sabes por qué? —Ella negó con la cabeza—. Porque estás haciendo algo que a ella le gustaría, sonreír y ser feliz. Nunca lo olvides.

Aquel tono de voz tan cautivador volvió a emocionarla. Durante un buen rato ambos hablaron sin cesar de todo lo que se les ocurrió y ella sonrió al darse cuenta que Juan la había engañado. Manuel nada tenía que ver con un hombre poco hablador y frío. Al revés, era afable, cariñoso, divertido y dicharachero.

—¿Conoces desde hace mucho a mi hijo? —preguntó de pronto sorprendiéndola.

Durante unos segundos dudo qué contestar y los nervios le atenazaron. No podía contar la verdad pero le molestaba mentir. Técnicamente, su hijo había sido su marido durante unos meses, hasta que llegaron los papeles definitivos del divorcio, pero dispuesta a no revelar aquel secreto murmuró con aparente tranquilidad:

—No… Realmente nos conocemos desde hace poco.

Al verla dudar, Manuel sonrió e intuyó que se conocían desde hacia tiempo, y soltando el cordero que llevaba en las manos dijo poniéndose a su lado:

—¿Sabes qué es lo que me parece más curioso?

—¿Qué?

—Que Juan te haya traído a casa. Él siempre es muy reservado con su vida privada y aunque sé por sus amigos del éxito de mi hijo entre las féminas, tú eres la primera que nos presenta. Debes de ser muy especial.

Un extraño júbilo hizo que el corazón le comenzara a latir con fuerza. No quería emocionarse como una chiquilla, pero saber aquello le alegró y le hizo sonreír. Aunque al ver como la miraba el hombre recompuso su gesto y respondió con simpatía:

—Manuel, solo somos amigos.

—¿Solo amigos?

—Aja… y te recuerdo que le dijiste que no me someterías a un tercer grado —asintió divertida.

—¿Sabes? Los jóvenes de hoy tenéis una manera muy extraña de llamar las cosas. En mi época el llevar a una chica a casa de los padres y presentarla a la familia tenía otro nombre y…

Oh, my God! — soltó divertida.

Manuel la miró extrañado. ¿De dónde era aquella bonita muchacha? Ella, al darse cuenta de que habla hablado en inglés, dijo mientras le señalaba con un pimiento en la mano con gesto pícaro:

—Solo estoy de paso. —Al escucharla, Manuel soltó una sonora carcajada—, Y Juan está siendo cortés conmigo invitándome a vuestra fiesta. Nada más. En cuanto me marche él continuará con su vida y yo con la mía, ya lo verás.

Pero Manuel conocía muy bien a su hijo y sabía lo posesivo que era, y con la pequeña reacción que había observado antes de entrar en la cocina había sido suficiente. Su hijo tenía algo diferente en su mirada aquella noche. Con una sonrisa en los labios Manuel volvió a coger el cordero y salándolo murmuró dispuesto a saber más de aquella divertida muchacha:

—Noelia, tienes un acento extraño. ¿De dónde eres?

En ese momento la puerta de la cocina se abrió de par en par. Era Juan, que al escuchar la pregunta de su padre, contestó en lugar de ella:

—De Asturias.

Manuel le miró y levantó una ceja. Aquella de asturiana tenía lo que él de canadiense. Su hijo y aquella muchacha escondían algo y eso le resultó muy gracioso.

—Entonces sabrás hacer buenas fabadas ¿verdad?

—Oh… por supuesto —mintió al sentir la mirada penetrante de Juan a su lado.

—¡Estupendo! —aplaudió Manuel y clavando la mirada en ella preguntó—. ¿Qué te parece si un día de estos nos preparas una? Al abuelo y a mí nos encanta la fabada y más si quien nos la hace es una auténtica asturiana.

—Cuando quieras, Manuel —respondió ella y Juan sorprendido la miró.

Ay… ay… ay… Dios mío ¿qué he dicho?, pensó Noelia, que ya se estaba arrepintiendo de sus palabras.

Con la mirada, Juan le hizo mil preguntas y ella, asustada, se mordió el labio.

—Pues no se hable más —asintió Manuel y cogiendo un papel y un bolígrafo preguntó mirándola—: Dime lo que necesitas y lo compraré.

El desconcierto cruzó por su cara. ¿Qué necesitaba para hacer aquel plato? Con la mirada buscó ayuda en Juan, pero este se limitó a mirar el suelo. Finalmente y sintiendo la mirada de su padre en el cogote, se volvió y dijo:

—Fabada. Compra fabada.

Manuel estuvo a punto de soltar una gran carcajada. Sus caras eran para desternillarse de risa. ¿Qué les ocurría a esos dos? ¿Qué ocultaban? Y sobre todo ¿Por qué su hijo resoplaba así? Pero dándoles un respiro asintió y murmuró soltando el papel.

—De acuerdo. Compraré los ingredientes en la tienda de Charo. Estoy deseando probar esa magnífica fabada.

¡Ay, Dios mío que los voy a envenenar! pensó mientras Juan la observaba como si se hubiera vuelto loca.

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