Capítulo 12

– Hanley, necesito que tenga a sus hombres listos para moverse -dijo Nevins-. Estoy muy cerca. Pero no dispondré más que de unos pocos minutos, o North averiguará lo que estoy haciendo.

– ¿Ha averiguado dónde están Kilmer y Archer? Alguien de ahí sabe dónde están…

– No, ya se lo dije. Nadie lo sabe. Pero hay un hombre que está en contacto con ellos, y puedo obtener la información a través de él.

– Deme su nombre. Lo averiguaré yo.

– No creo que él lo sepa. Se pone en contacto con ellos todas las noches, pero le he pinchado el teléfono y Blockman no le da ninguna información.

– Rastree la llamada.

– No hay manera. Blockman no es un aficionado. Utiliza un equipo anti-rastreo.

– Entonces, ¿cómo me va a conseguir la información?

– Estoy probando un método inusitado. El gorila de cuatrocientos kilos.

– ¿Cómo?

– Limítese a situar a sus hombres en el centro de Estados Unidos, de manera que puedan trasladarse con rapidez en cualquier dirección. Le haré saber cuándo puedo darle una hora definitiva de cuándo lo sabré. Esperaré a que transfiera el resto del dinero a mi cuenta antes de proporcionarle la situación.

Hanley guardó silencio durante un momento.

– Si se equivoca o me estropea los planes, lo lamentará.

– No soy idiota. Y no me equivocaré. Sólo quiero que se me pague por mi trabajo. Esto es arriesgado, y puede que tenga que dejar mí empleo y salir de aquí a escape. Necesitaré ese dinero. Y puede que sea mañana mismo, así que sitúe a sus hombres según lo acordado. -Nevins colgó el teléfono y se retrepó en la silla, con la mirada fija en la pantalla del ordenador. Habría podido conseguir la contraseña hacía días si no hubiera sido tan prudente. Sus superiores podían inspeccionar su ordenador, y había tenido que ocultar de dónde procedía el programa clonando el nódulo mientras trabajaba en ello.

Sus superiores. Él no tenía superiores allí, en Langley, pensó con desprecio. ¿Acaso North o Crane serían capaces de meterse en un programa como Operaciones 75132? No, para eso utilizaban a hombres como él, que tenían el cerebro del que ellos carecían.

Y había dicho la verdad sobre el riesgo que estaba corriendo. Stolz sospechaba y estaba acechándole al mismo tiempo que Nevins lo acechaba a él. Y Operaciones 75132 probablemente tuviera cientos de alarmas diferentes. Había muchas probabilidades de que se le pasara desactivar alguna.

O quizá no. Había sido cuidadoso, y sólo tenía que mantener el control durante un minuto antes de salir pitando del programa. Luego se pondría en camino, telefonearía a Hanley desde su coche mientras se dirigía al banco. Siete horas después estaría en Guatemala. Y al día siguiente llegaría a Brasil con una nueva documentación y suficiente dinero para montar su emporio informático. Lo tendría todo: dinero, mujeres y el respeto que se merecía.

Se inclinó hacia delante con entusiasmo y empezó a trabajar pinchando al gorila de cuatrocientos kilos.


– ¿Operaciones 751? -repitió Donavan-. No es mucho para empezar.

– Eso es todo lo que Stolz vio antes de que Nevins apagara su ordenador. Me dijo que no pudo coger todo el número.

– Me pondré con ello de inmediato. -Donavan alargó la mano para coger el teléfono-. Pero tal vez no sirva de nada. Puede ser cualquier cosa.

– Inténtalo. Tienes suficientes contactos en Washington para averiguar con quién duerme el presidente. Deberías poder descifrar un número de operación.

– No he dicho que fuera imposible. -Donavan sonrió burlonamente-. Y me alegra tener algo que hacer, aparte de distraer a tu hija. Es una muchacha fantástica, pero es demasiado aguda. Me obliga a estar alerta todo el rato, y soy un hombre enfermo.

– Nos mantiene alerta a todos.

– Y no me sorprendería que supiera lo que está sucediendo.

Kilmer arrugó el entrecejo.

– Más le vale que no. Tal vez sea madura para su edad, pero no está preparada para ciertas cosas.

– En versión para todos los públicos. -Donavan le hizo un gesto de que saliera de la habitación-. Déjame trabajar. Intentaré que tengas algo mañana.


– ¿Estás seguro de que Nevins lo logrará? -preguntó Marvot-. Estoy empezando a impacientarme, Hanley.

– Mañana. Lo conseguirá. Lo sé -dijo Hanley-. Le dije que me ocuparía de todo.

– Sí, eso dijiste. Y valoro mucho las promesas. No la incumplas. -Colgó el teléfono y se volvió a Guillaume-. Nos estamos acercando. En pocos días, la Pareja tendrá a su compañera de establo. ¿No será emocionante?


– Tengo que irme -susurró Grace mientras se incorporaba apoyándose en un codo-. Son más de las cinco. Frankie estará…

– Esperándote -Kilmer terminó la frase por ella-. Estáis a salvo; no deberías preocuparte. Sabes que Donavan no va a dejar que se vaya por ahí.

– Con todo, tengo que irme. -Empezó a vestirse-. Y alguien tiene que preocuparse. A ti no parece preocuparte que lo averigüe o no.

– No. -Kilmer se tumbó de espaldas sobre la paja-. Estoy por encima de eso. Ya te he ofrecido hacer de ti una mujer honesta. Puede que si Frankie supiera que estamos tan… cerca, la balanza se inclinaría hacia mi lado.

– Lo sabe.

Kilmer se quedó inmóvil.

– ¿Qué?

– Al menos se ha dado cuenta de que queremos estar juntos. Es muy observadora.

– Donavan dijo que era demasiado aguda para engañarla totalmente. Me sorprende que no te hayas dejado llevar por el pánico y sigámonos viendo.

– Eso le haría daño. No parece molestarle que me tome este tiempo para mí.

– Y lo necesitas.

Grace no respondió.

Kilmer se puso inopinadamente de rodillas delante de ella y le bajó la cremallera de los vaqueros.

– No.

– Dime que lo necesitas. -Kilmer apoyó los labios en la suave piel de su vientre, y ella sintió la calidez de su aliento cuando él dijo-: Dame un poquito más.

¡Dios mío! Grace estaba rodeada por el efecto embriagador de la vista, el olor y el tacto. La penumbra del granero, el olor del heno y Kilmer. Su lengua…

– Tengo que irme.

La lengua de Kilmer la lamió con delicadeza, haciendo que un cálido escalofrío le recorriera el cuerpo. Grace cerró las manos con fuerza sobre su pelo.

– Sólo un poquitín…

Sólo un poquitín no era suficiente para ella. Deseaba que él la tirara al suelo otra vez y…

Se apartó, no sin esfuerzo, y apoyó la espalda en la puerta del compartimiento.

– ¡Eres un maldito imbécil, Kilmer!

Él se sentó sobre los talones.

– Tengo que hacer que quieras volver mañana. Ya que no simplificaras las cosas y no permitirás que durmamos juntos con todas las bendiciones debidas.

– Deja de decir esas cosas. -Se subió la cremallera del vaquero y se metió la camisa por dentro-. Frankie no entendería un matrimonio celebrado sólo para que dos personas puedan tener sexo. Y no quiero que lo comprenda. Eso debería significar algo.

– Entonces, deja la tozudez a un lado. Démosle la oportunidad de que signifique algo. ¿Crees que la mayoría de los adolescentes que hacen cola en las oficinas del registro saben de qué va el matrimonio? Todos están pensando en el sexo. Tenemos muchísimas más posibilidades de hacer que funcione, porque tenemos la madurez para luchar por ello.

Ella negó con la cabeza y se apartó.

– Me voy a la casa. Dame quince minutos antes de seguirme.

– No tengo prisa. -Se estiró en la manta-. Creo que me tumbaré aquí y oiré el melodioso rebuzno de Cosmo. Dice algo que, cuando hacemos el amor, ni siquiera había oído antes. No puede haber un sonido más escandaloso sobre la faz de la tierra.

– Creo que por eso les gusta tanto a la Pareja. Es tan paria como ellos.

– Nunca había considerado esa posibilidad. Gracias por el descubrimiento.

– De nada. Ésa es toda la ayuda que vas a recibir de mí en relación con la Pareja.

– ¿No estarás pensando que te estoy seduciendo porque quiero tu ayuda? Ni hablar de eso.

Ella lo volvió a mirar y abrió la puerta del compartimiento. Kilmer seguía desnudo, fuerte, perezoso y sensual. Grace apartó la vista rápidamente.

– No, no estaba pensando eso. No eres tan buen actor. Hasta la cena.


– Lo tengo -dijo Nevins-. Transfiera el dinero, Hanley. Llamaré al banco dentro de una hora y, si está allí, esta noche tendrá la situación.

– Más le vale estar en lo cierto -dijo Hanley-. Tengo a los hombres en San Luis esperando a que se les dé luz verde, y no me gustaría quedar como un idiota. -Colgó.

Aquella última frase había sido otra amenaza, pensó Nevins. Pero ya no tenía motivos para preocuparse por las amenazas de aquel hijo de puta. Tenía el control. Lo único que podía ir mal es que Blockman no telefoneara a Stolz esa noche. Pero, hasta ese momento, Blockman se había mostrado tan regular como un reloj en lo tocante a sus contactos diarios con Stolz. A las nueve, hora del Este. Una conversación que apenas duraba más de dos minutos y luego se cortaba.

Pero dos minutos serían suficientes.

Estaba preparado.


– No existe Operaciones 751 -dijo Donavan cuando Kilmer entró en la casa-. Pero el ejército tiene varios programas de operaciones. Tengo a mi contacto repasando la lista para ver lo que puede encontrar. No es fácil; se supone que la serie 75 es confidencial.

– ¿Puedes hacerlo?

– Claro. Hoy día no hay ningún secreto que no se pueda sacar a la luz. Pero los confidenciales exigen más tiempo. -Sonrió burlonamente-. Puede que un día más. Y los altos secretos pueden llevar una semana.

– El ejército… -Kilmer arrugó el entrecejo pensativo-. ¿Qué puede estar haciendo Nevins tonteando con los archivos militares? No me gusta.

– Si puedes conseguir que Blockman estimule a su hombre, Stolz, para que me consiga el resto de los números, tal vez pudiera decírtelo.

– Está haciendo todo lo que puede. -Consultó su reloj: las 18:15-. Pero hablaré con él antes de que llame a Stolz a las nueve.


Casi la hora. Las ocho y media, hora del Este.

Nevins estaba en tensión, con los ojos sobre la pantalla donde había programado el número de Stolz.

– ¡Vamos, imbécil, llama!

El teléfono sonó a las 21:02.

Entró en acción. Sus dedos volaron sobre el teclado.

Mételo. Mételo. Mételo.

¡Bloqueado!

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